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El jefe Tintayo de una tribu Huambisa de la Selva Amazónica, tuvo una noche
un sueño muy extraño, en donde guacamayos y loritos le alertaban que las
partes bajas del territorio se inundarían por acción de inesperadas y
torrenciales lluvias. Estas aves le dijeron que huyese con su entera tribu
buscando los árboles más fuertes y altos. Cuando Tintayo despertó y aunque si
el cielo estaba despejado y no llovía en absoluto, dispuso de inmediato que las
familias se pusieran al reparo con los grandes árboles.
Con gran rapidez las partes bajas del entero territorio se inundaron y
comenzaron a movilizarse grandes masas de lodo, fango, follaje y troncos que
arrasaban todo a su paso. Todas las familias estaban protegidas por la
fortaleza de las grandes lupunas, éstas soportaron el diluvio sin fatiga, pero
algo inesperado pasó, puesto que la familia del propio jefe Tintayo corría mayor
peligro -ya que en su ausencia habían elegido un árbol de bajo tamaño- por
este motivo la fuerza de la inundación comenzó a mover el árbol desde la raíz y
el agua casi les llegaba a sus pies. Tintayo optó por una reacción rápida y
radical, como quiera que tenía poderes sobrenaturales y hasta entonces se
convertía en jaguar, esta vez transformarse en felino no le ayudaría mucho, por
lo que pidió a sus espíritus protectores del bosque transformarse en una boa
gigante y de ese modo servir como si fuera un largo puente, para que su familia
encontrase un árbol más alto y fuerte. Con gran concentración Tintayo se
transformó en anaconda, la gran boa de la Amazonía y cogió con los dientes de
su hocico las ramas de un árbol más grande. De este modo la familia de
Tintayo logró escapar a tiempo por el improvisado puente. Cuando todos ya se
habían salvado, Tintayo -que había agotado sus últimas fuerzas- no sosportó
más la tensión y el peso de la maniobra, y cayó en las turbulentas masas de
lodo que lo arrastraron hasta desaparecer.
Cuando la lluvia pasó luego de cinco días, el nivel de las aguas descendió con
gran rapidez. Durante semanas la tribu entera buscó a su jefe inútilmente, pues
no lo encontrarían nunca más. Desde entonces la gran serpiente sería avistada
por pocos testigos dentro de las profundidades de la Selva, una gran boa
anaconda que lejos de infundir miedo, parece prestar ayuda cuando más se le
necesita.
PANKI Y EL GUERRERO
Allá lejos, en esa laguna de aguas negras que no tiene caño de entrada ni de
salida y está rodeada de alto bosque, vivía en tiempos viejos una enorme
panki. Da miedo tal laguna sombría y sola, cuya oscuridad apenas refleja los
árboles, pero más temor infundía cuando aquella panki, tan descomunal como
otra no se ha visto, aguaitaba desde allí.
Pero en aquella laguna de aguas negras, misteriosa hasta hoy, apareció una
panki que tenía realmente amedrentando al pueblo aguaruna. Era inmensa y
dicen que casi llenaba la laguna, con medio cuerpo recostado en el fondo
legamoso y el resto erguido, hasta lograr que asomara la cabeza. Sobre el
perfil del agua, en la manchada cabeza gris, los ojos brillaban como dos
pedruscos pulidos. Si cerrada, la boca oval semejaba la concha de una tortuga
gigantesca; si abierta, se ahondaba negreando. Cuando la tal panki resoplaba,
oíase el rumor a gran distancia. Al moverse, agitaba las aguas como un río
súbito. Reptando por el bosque, era como si avanzara una tormenta. Los
asustados animales osaban ni moverse y la panki los engullía a montones.
Parecía pez del aire.
Desde es día cuando maría iba al rio a recoger agua siempre el bufeo esta ahí
rodeando rio, fue donde maría él dijo a su mamá. Mamá siempre cuando voy al
rio siempre le encuentro al bufeo rodeando el rio, entonces era el día de
carnaval y la gente jugaba alegremente, terminando de jugar maría se van al
canto del rio a lavarse fue en ese rato que el bufeo lo jala hacia el rio siendo
robado por el animal en ese entonces la madre de maría está preocupada
porque su hija no regresa a casa le dice a su marido juan la hija aun no regresa
lea pasado algo quizás.
Entonces siendo las 9.00pm .la mamá sale de su casa en busca de su hija y se
van preguntando en cada una de la casa pero nadie lo vio. Desde ese día
maría no apareció 3 semanas, fue una noche de la 4 semana donde un vecino
lo mira en la orilla del rio bañándose el corre hacia ella, cuando va llegar a su
lado ella se vuelve al rio pero al tercer día de nuevo lo vuelve a ver. Pero ella
vuelve a irse al rio, entonces lo vecinos van a casa de su mamá y lo dice que
vieron a maría al orilla del rio pero cuando lo iban a agarrar en ella se metió al
rio.
El espíritu de la madre del bósque apenada por la situación de los niños decide
enviarles algo de comer. Por lo que al rato se percatan que hormigas
comestibles salen a su encuentro. Luego que el hambre se ha saciado, deciden
descansar más tranquilos bajo la protección de un árbol de huayruros. Cuando
la tarde comienza a abrir paso al ocaso y la oscuridad comienza a cubrir la
densa vegetación, los niños lloran nuevamente reclamando esta vez la
presencia de su madre, repitiendo desconsoladamente: “ay ay mama, ay ay
mama, dónde estas”. El espíritu de la selva al ver que el llanto de los niños
entristece las plantas, decide convertirlos en aves a fin que pudiesen salir y
regresar a casa alzando vuelo. Al llegar a casa, por desgracia encuentran que
su madre había muerto por la impresión de no encontrar a sus hijos en ninguna
parte. Luego, las aves emprenderían vuelo perdiéndose en dirección de la
selva y desde entonces cantarían melancólicamente: “ay ay mama, ay ay
mama”. En adelante el desconsuelo y la pena de la pérdida sería inagotable en
sus cantos.
Los pobladores de la selva asocian los cantos de esas aves, con los niños
desaparecidos en medio del bósque tropical y la melancolía por la pérdida de la
madre. Por ello, el mensaje del canto de esas aves les recuerdan que deben
regresar a casa temprano y velar por la salud de la madre hasta el final de sus
días. Las aves que dicho sea de paso repiten ese canto, se llamarían en
adelante pájaros “Ayaymama”.
SHUSHUPE
Resbaló sobre la superficie húmeda del tronco que hacía de puente entre
la trocha y el rocotal. Quiso sujetarse pero las manos también
resbalaron. Crisóstomo cayó pesadamente en medio de la vegetación que
cubría la acequia de aguas estancadas y uno de sus pies desnudos tocó aquel
cuerpo blando, de escamas gruesas, cuyo contacto le hizo lanzar un alarido de
pánico a la vez que se desesperaba por salir hacia el camino. El machete
había desaparecido entre la hojarasca que formaba un colchón natural sobre la
zanja y, en medio de la maraña de totorillas, ya se alzaba el cuerpo oscuro de
dibujos perfectos en posición de ataque.
Crisóstomo logró cogerse del puente y salió por fin hacia la pampa
recién quemada, esquivando las raíces ennegrecidas que obstaculizaban su
fuga. Se dejó llevar por la bajada que lo traía acelerado, como su corazón,
hacia el tambo donde acostumbraban descansar los jornaleros esperando el
refrigerio de las seis.
-Otra vez, pues. Me ha vuelto a sorprender -se rindió al fin avergonzado por
las risas de los compañeros de faena.
-El michi la habrá matado -le respondió la voz de Sebastián con los
carrillos llenos de yuca cocida. Todos rieron menos Crisóstomo. Manuel
tampoco quiso reír.
-La faninga no es culebra peligrosa, pues. A ver, quisiera verte con la que lo
asusta a Crisóstomo -dijo a su mujer-. Esas cosas no son pa' andarse
burlando. Nadies tiene miedo porque quiere.
-Mañana vas a tomarte el día libre, Crisos... -dijo Manuel antes de subir al
altillo con su mujer- ...Sólo quiero que recuperes la herramienta y recojas del
rocotal un saco de maduros. De ahí te vas pa' la otra banda a visitarlo a
Vega. Llévale ese regalo al viejo. Seguro que él te puede ayudar.
-Me traes rocoto como pa' un ejército -le dijo Vega viéndolo llegar,
mientras desgranaba el maíz en posición de cuclillas.
Vivía solo, sin más compañía que sus perros chuscos, en esa choza que
nunca conoció mujer. Crisóstomo descargó el saco junto a uno de los poyos
de argamasa y piedra que sostenían la vivienda.
-Dicen que las penas se confiesan mejor desgranando maíz. Mejor que el
cura en su confesionario... Debería desgranar maíz y así termina
confesándonos a toditos los de por acá.
-¿Qué cosas dice usted, don Alfredo? -contestó Crisóstomo con la mirada en
las manos que iban dejando desnudas las corontas.
-¿No te digo que el maíz es mejor para confesarse? Seguro que el animalito
ese te persigue adonde vas. No te deja trabajar porque te espantas al
verlo. La sangre se te enfría y el corazón quiere salirse de tu pecho... No
sabes qué hacer, a pesar que tienes el machete en la mano. Nada te libra de
sus ojos. ¿No es así, Crisos?
-Soy algo más que adivino, mi amigo. No necesito del chisme para
enterarme de cómo son estas cosas. Pero dejémonos de hablar de
uno. Terminas estito nomás pa' que luego me acompañes al monte,
aprovechando que todavía es temprano.
El hombre joven abría camino entre las ramas y lianas que cicatrizaban una
trocha olvidada en medio del bosque. El hombre maduro pisaba sobre sus
pasos con la escopeta calzada entre sus manos venosas y ambos subían la
quebrada surcada por manantiales cubiertos de vegetación. Se agachaban,
resbalaban, volvían a resbalar, pero nuevamente se incorporaban para
recuperar el camino. Crisóstomo golpeaba con fuerza sobre los bejucos
rebeldes y a pesar de que salieron con los cuatro perros del viejo, a ninguno se
le veía. Sólo en contadas ocasiones sentían ladridos en medio del follaje y el
dueño identificaba al animal.
-Qué me haría sin mis perros. Ellos conocen los senderos del animal. Por
ahí mismito se meten a seguirlo, agachaditos nomás pa' dentro. Si es venado
o sajino, arman su laberinto en grupo, rodeándolo, mordiendo aquí y allá,
jalando y tirando hasta que yo me ocupo de darle su bala.
-¿Pa' ónde estamos subiendo, don Alfredo? -preguntó por fin deteniéndose
y tratando de recobrar la respiración.
-En esas peñas asoma el tigrillo por una vez. Luego ya no lo verás jamás,
porque sabe que el hombre mata de lejos.
Separando raíces aéreas y bejucos, llegó hasta el lugar desde donde había
partido el grito. La selva se tornó silenciosa y ni los pájaros más pequeños
se movieron de sus ramas. Allí vio la figura de Crisóstomo paralizada y con
la mandíbula trabada en un gesto grotesco de pánico. El machete yacía a un
costado. A su alrededor zigzagueaban cerca de una docena de shushupes, con
su piel oscura de hermosos dibujos de ochos. La más grande se erguía en
posición de ataque, con las fauces abiertas y enseñando el juego de colmillos
venenosos desde los cuales caía una baba gruesa hasta el piso de piedra
volcánica. El viejo sonrió a prudente distancia, al ver a su amigo paralizado
frente a las víboras.
Desenfundó el cuchillo y cortó una rama verde y larga que crecía con otras
entre el manto de rocas pulverizadas. Botó el tabaco sin dejar de silbar y, paso
a paso, se fue acercando al hombre acechado por la serpiente. La vara flexible
cayó certera sobre la cabeza del reptil, como un látigo. El segundo golpe fue
del todo inútil.
-¿No ves que ya está muerta, hom...? ¡Hasta muerta le tienes miedo a la
culebra! ¡Ven de una vez pa' curarte!
Con cautela y luego con rapidez caminó Crisóstomo hacia donde estaba el
viejo acuclillado. La serpiente, abierta de par en par, enseñaba sus
entrañas. Dentro de ella yacía una ardilla alargada y cubierta de babas
espesas.
-La hemos agarrado antes que se echara a dormir una siesta larga. Todavía
la hubiéramos salvado a la ardilla, si llegábamos antes.
Vega le extendió algo sanguinolento, de forma alargada, al joven.
-Eso es mi amigo. Eso es... Te acordarás de este viejo para siempre, cada
vez que la veas a la shushupe huir de tu presencia. Sácate la camisa y déjala
por ahí cerquita nomás, pa' que su pareja se revuelque un rato. Si no puede
perseguirnos buscando venganza.
El trueno les recordó que debían volver a casa. Los páucares chismosos
anunciaron desde sus nidos colgantes que dos hombres regresaban por
donde vinieron. Antes de ascender a la cresta, Crisóstomo volteó a mirar el
sitio donde quedaba abierto el cuerpo de la víbora. Pero ya no estaba allí el
animal despanzurrado por el cuchillo del cazador: en su lugar se hallaba
tendido un cuerpo humano, abierto por un tajo que bajaba desde la barbilla
hasta el pubis, exhibiendo sus entrañas bajo el haz de luz que se filtraba en el
claro del bosque. Las hormigas anayo comenzaban a dar buena cuenta de
él. Era sólo un pobre infeliz con su mismo rostro: el rostro de Crisóstomo.
ELTUNCHI
Eran como las 3 de la mañana, don Pedro estaba en su tambo fumando su
mapacho, él había regresado de tarrafiar. De pronto escucho el silbido del
difunto, el silbido era muy finito (fin, fin, fin). Pedro se acercó a su esposa y lo
dijo:
- Hoy, hoy María.
- Que quieres viejo, estoy durmiendo – Contesto su esposa.
- Has escuchado al difunto, parece que es mujer.
- Tranca la puerta y cierra la ventana, no vaya ser que venga a fastidiarnos –
Contesto de nuevo su esposa.
- Ja, esta flaca me ha seguido desde el río, que ya vuelta quiere conmigo – Dijo
él mentalmente.
Pedro se hecho al lado de su esposa, para prevenir que el difunto no fastidie a
su esposa, bajo su mosquitero y le templo por debajo de sus esteras.
- Ya está bien templado el mosquitero, ya no te va jalar de tus pies - le dijo a su
esposa.
Cuando en ese momento él escucho bien fuerte: FIIINNNNNN, FIIIINNNNNN,
FIIIIINNNN.
- Carajo, el Tunche, hoy le va agarrar a ese difunto, pobrecita. - Dijo
A unos minutos escucho fin, fin fin y luego FIIINNNNN, FIIIINNNNNNNN,
FIIINNNNNNNNNNNN. Por un lado de la casa, luego por otro lado, parecía una
pelea, escuchaba ruido como gemidos que pedían ayuda y lloraban. Luego
todo quedo en silencio.
- Mi amor, escuchaste todo. - Dijo él.
- Si cholo, estoy de miedo. – Contesto su esposa.
- El Tunche le ha capturado a ese difunto.
Se acomodaron bien en su cama y esperaron que amanecería. Cuanto
amaneció Pedro salió a la calle, en la calle todos hablaban del difunto y el
fallecimiento de una lugareña.
El chullachaqui
Calixto, era un joven que residía en la zona rural, muy distante del pueblo.
Todos los fines de semana iba a vender sus productos agrícolas y se
hospedaba donde su tío. El lunes muy temprano retornaba por un angosto
camino que le conducía hasta su casa, atravesando un amplio monte lleno de
animales peligrosos.
De inmediato llegó al lugar, con mucha precaución se fue acercando donde las
escuchó gritar, la última vez. Avanzaba agazapado, vio moverse una rama.
Efectivamente allí estaban posadas, levantó la escopeta, apuntó y disparó en el
bulto. Las aves volaron y una cayó al suelo, estaba buscando y escuchó que
algo pataleaba, la perdiz daba sus últimos momentos de vida, arrimó su
escopeta a un árbol.
Cuando se proponía levantar la presa, apareció un ser exótico muy raro que le
impidió el paso. Se quedó turulato, era algo inaudito. El ser extraño era enano,
panzoncito, los dientes negros y sobresalientes, completamente peludo como
un oso, tenía una melena larga que llegaba hasta el suelo, un pie al revés, y
usaba hojas como vestido, en realidad era horrible.
El Yacumama
En un lugar remoto de la selva, había una cocha de aguas oscuras que era
muy poco conocida por los habitantes de los escasos pueblos mas cercanos;
ya que se encontraba rodeada de una densa vegetación que la hacían casi
impenetrable.
Al fijar su mirada en aquella cosa que emergía de la cocha, se percató que una
tremenda cabeza con un cuello descomunal quedó suspendida a casi un metro
de altura sobre la superficie del agua, moviendo sus monstruosas orejas
paradas y sacando su lengua
Al fijar su mirada en aquella cosa que emergía de la cocha, se percató que una
tremenda cabeza con un cuello descomunal quedó suspendida a casi un metro
de altura sobre la superficie del agua, moviendo sus monstruosas orejas
paradas y sacando su lengua.
Inmediatamente, dio vuelta a su canoa, metió su remo hasta el fondo del agua
para impulsarse mejor y en esos instantes para colmo de males notó que las
plantas de la orilla venían hacia donde él se encontraba, cerrándole el paso
como si obedecieran a alguien; terriblemente asustado giró su cabeza para ver
que ocurría y comprobó que la fiera le perseguía a toda velocidad.
Preso del terror, levantó sus ojos al cielo pidiendo ayuda a Dios para que lo
salvase de ser devorado por aquel ser monstruoso; y milagrosamente su
oración pareció haber sido escuchada, ya que en ese preciso momento dos
sachavacas que se encontraban peleando en la orilla, cayeron a la cocha, cuyo
estruendo sorpresivo asustó a la serpiente, que no era otra cosa que la terrible
Yacumama; en ese instante la Yacumama, confundida se sumergió en el agua
y las sachavacas también despavoridas nadaron a tierra firme al darse cuenta
de la presencia de la descomunal serpiente.