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EL Ambulantaje en el Centro Histórico de la ciudad de México:

un espacio emblemático en constante confrontación.


Luis Felipe Crespo Oviedo1

El contexto

El Centro Histórico de la ciudad de México ha sido desde siempre el espacio


emblemático del poder en México, en él se asientan formal y simbólicamente los
poderes políticos, religiosos y económicos. En el imaginario de la población
representa la esencia de la identidad nacional. Los acontecimientos más relevantes
que influyeron en la construcción de nuestra idea de la nación, de alguna manera
están relacionados y vinculados con este sitio. En el Centro Histórico de la ciudad
de México se sintetiza y condensa la historia del centralismo del país y el origen de
la hipertrofia urbana en que se ha convertido la ciudad de México.

A partir del trazo original de la ciudad histórica construida por los españoles
sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlan, el crecimiento de la ciudad de México
se ha expandido del centro a la periferia de manera gradual y permanente. A partir
de la segunda mitad del siglo XX, como consecuencia del crecimiento poblacional y
del inicio del deterioro económico en el ámbito rural del país, las ciudades en lo
general y la ciudad de México en particular, se han visto sometidas a un
crecimiento físico y demográfico sin precedentes. La capital del país en tan sólo
cincuenta años ocupo prácticamente todo el territorio de la Cuenca, desbordando
su límites políticos y conurbándose con las poblaciones que pertenecen al estado
de México, en los últimos años ha alcanzando también municipios del estado de
Hidalgo; en el sur y el oriente del Distrito Federal, absorbió los antiguos barrios y
pueblos de prácticamente todo el territorio de la cuenca, para convertirse en una
de las ciudades más grandes del mundo.

Consecuente con el desarrollo urbano y con la necesidad permanente de


afirmar su calidad de centro del poder, los movimientos de población, así como la

1
Profesor del Colegio de Estudios Latinoamericanos. Facultad de Filosofía y Letras. UNAM

1
circulación de capitales, bienes y servicios, la ciudad siempre tuvo al Centro
Histórico como el espacio ideal para su reproducción. La sede del poder ejecutivo
está simbolizada en el Palacio Nacional, así como el poder de la iglesia católica en
la Catedral metropolitana. Durante décadas las principales transacciones
comerciales y financieras se llevaban a cabo en el Centro de la ciudad, el trazo de
las principales avenidas así como las diversas rutas de transporte condujeron
siempre al Centro, a tal grado que la ruta dos del metro, que cruza la ciudad del
sur hacia el norponiente, estableció una estación en pleno zócalo.

Para el imaginario de la población, el Centro siempre estuvo como un


referente cotidiano que le permitía generar códigos de pertenencia cómo
habitantes de la ciudad, se asistía, se convivía, se visitaba no sólo para resolver o
atender algún asunto particular, también era importante acudir, por que ahí se
simboliza la historia del país, siendo el sitio ideal para la reproducción de la
identidad nacional.

El Centro de la ciudad mantuvo siempre una estructura de ocupación de la


población muy bien establecida, lo que permitió que se constituyeran y
reprodujeran redes de relaciones sociales que formaron múltiples rasgos
identitarios entre sus habitantes, tanto de los residentes permanentes cómo de
quienes acuden a él diariamente por razones de trabajo, comercio, o recreación.

Diversas políticas de desarrollo urbano, así como el crecimiento sostenido


que ha sufrido la ciudad, fueron paulatinamente desalentando las actividades en el
Centro de la ciudad. Quizás el primer hecho significativo con el que se inició este
proceso es la salida de las principales escuelas y facultades de la Universidad
Nacional Autónoma de México, en la segunda mitad de la década de los cincuentas
con la construcción de la ciudad universitaria; este acontecimiento vino afectar
principalmente la zona norte del Centro Histórico, a la salida de los universitarios
otros sectores de la población, comerciantes principalmente ocuparon los espacios
dejados por los primeros.

2
La vitalidad económica, política, social y cultural del Centro se mantuvo
hasta la mitad de la década de los años setenta, diversos acontecimientos
influyeron para que la organización general de la ciudad desplazara al Centro como
el núcleo principal de la actividad urbana, algunos de ellos son los siguientes:

1. La consolidación de un importante número de colonias residenciales en la


periferia, que provocaron, entre otras situaciones la conurbación del Distrito
Federal con el estado de México al norte y al oriente de la ciudad.
Coincidentemente se construyeron distintas plazas comerciales, (cómo plaza
Universidad, plaza Satélite y Perisur) que poco a poco fueron sustituyendo a las
tiendas departamentales que originalmente se encontraban en el Centro, con
ello se fue desalentando el comercio de productos finos y de calidad que
satisfacen el consumo de los sectores medios y alto poder adquisitivo.
2. La construcción de la central de abastos en la delegación de Iztapalapa propició
la salida de innumerables bodegas principalmente de productos predecederos y
de abarrotes que se encontraban ubicadas al oriente del zócalo en las
inmediaciones del mercado de la Merced, centro de abasto de la ciudad desde
la época prehispánica. Esta situación provocó un cambio de giro comercial de
ésta área del Centro, tanto las antiguas bodegas cómo el mercado en la calle,
pasó de productos de abasto predecedero para ser ocupado por mercancías de
importación o de contrabando, conviviendo con las tiendas comerciales de
telas, lencería, mercerías, etcétera, cuyos propietarios son principalmente de
origen judío y libanés.
3. La construcción de los ejes viales y del circuito interior que tuvo como objetivo
mejorar la vialidad de la ciudad y evitar el paso obligado de autos particulares y
transporte público por el Centro, se cancelan definitivamente las líneas del
tranvía eléctrico que cruzaba el Centro de la ciudad de sur a norte.
4. El descubrimiento de la Coyoxahutli en 1979 y la ampliación de la zona
arqueológica del Templo Mayor trajo como consecuencia una fractura en la
organización espacial y social del Centro, se interrumpió la vialidad y

3
comunicación entre el sur y norte. Con la construcción de la acequia real en la
antigua calle de Corregidora2 a un costado del Palacio Nacional y el cierre de la
vialidad en la calle de Moneda aislaron el norte y oriente quedando dividido el
Centro en dos áreas.
5. Los sismos de 1985, además de afectar considerablemente las actividades
cotidianas con el derrumbe y demolición de un gran número de inmuebles,
aceleró el proceso de desaliento económico y propició despoblamiento del
Centro. Las sedes de los bancos, las oficinas públicas, las últimas dependencias
de la UNAM, inclusive la oficina del presidente de la República en Palacio
Nacional se abandonaron y cambiaron su residencia a otros sitios de la ciudad,
propiciando con ello una depresión económica al grado tal que la renta del
suelo paso, de ser la más alta de la ciudad a un valor como de cualquier colonia
de nivel medio.

En 1980, el gobierno federal promulgó un decreto en el que delimita y


declara el Centro de la ciudad como zona de monumentos históricos, otorgando
con ese acto político y jurídico el carácter de patrimonio cultural a esta zona de la
ciudad, entre las principales consideraciones tomadas en cuenta para la
promulgación del decreto3 destacan las siguientes:

1. Se otorga un alto grado de significación a la circunstancia que el Centro de la


ciudad se encuentra asentado en los restos de la antigua Tenochtitlan, que nos
legaron un importante y notable tradición urbana de carácter monumental; en
la esencia del decreto se argumenta y sostiene cómo valor importante del
origen de la identidad nacional el pasado prehispánico que es considerado
majestuoso y espléndido.

2
Las obras de remodelación del Centro Histórico impulsadas por el Gobierno del Distrito Federal en el año de
2004 sepultaron nuevamente la acequia real para volver abrir la circulación vehicular en la calle de
Corregidora.
3
Decreto presidencial que declara una zona de monumentos históricos denominada "Centro Histórico de la
Ciudad de México", 1980.

4
2. De igual forma, se confiere un valor destacado al trazo de la ciudad colonial
que está realizado por encima de la ciudad prehispánica en donde tanto en la
época de la dominación española como en el México independiente es el centro
de los poderes formales, tanto políticos como eclesiásticos al designar la sede
del arzobispado.
3. Se le otorga un carácter de expresión original a las particularidades específicas
con las que se designan las edificios y monumentos arquitectónicos que tienen
el significado de ser la fusión de lo indígena y lo europeo, al ser considerado un
legado histórico la diversidad de edificaciones construidas desde la época
prehispánica hasta el siglo XIX, inclusive algunos edificios del siglo XX,
adquieren el carácter de patrimonio cultural de la Nación y por lo tanto es una
responsabilidad velar por su conservación, restauración y recuperación.

En 1987, con base al decreto presidencial la zona fue inscrita como


Patrimonio mundial de la humanidad, que promueve la UNESCO, con este acto se
resignifica el papel simbólico del Centro Histórico ratificando su función de centro
de poder y con ello otorgándole un rol de resguardo de la identidad nacional; ya
no va a mantener la primacía de ser el centro de las actividades económicas de la
ciudad, de hecho esta función es desplazada y substituida por otros sitios de la
ciudad, destacando en los últimos años el suburbio urbano de Santa Fe, al
poniente del Distrito Federal.

Ante la depresión económica que se presenta en el Centro de la ciudad, el


carácter de patrimonio mundial va a ser el paradigma central con el que se
promoverá para construir una imagen y una estrategia que tiene la intención de
revitalizar esta área de la ciudad a partir del impulso de programas culturales,
como es la creación del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, la
reutilización de los edificios públicos de carácter histórico como museos y centros

5
culturales y las obras de remodelación de algunas calles, bajo el patrocinio del
gobierno de la ciudad con al participación de la iniciativa privada4.

En la actualidad en toda el área considerada como el Centro Histórico de la


ciudad de México existen alrededor de cien museos y recintos culturales5, la mayor
parte de ellos están localizados en inmuebles que a su vez son considerados
patrimonio cultural y forman parte de los recintos registrados en el padrón de
monumentos históricos del INAH, tal como lo señala la Ley Federal de Protección
de Zonas Arqueológicas, Monumentos Históricos y Artísticos. Entre los distintos
recintos culturales destacan los siguientes: El Antiguo Colegio de San Ildefonso, el
museo de la Luz, el Palacio de Minería, el Palacio de la Autonomía, la Academia de
San Carlos pertenecientes a la UNAM; el museo Nacional de las Culturas, la zona
arqueológica y museo del Templo Mayor, las coordinaciones nacionales de
Arqueología y Monumentos Históricos del INAH; el museo Nacional de Arte
Moderno, el museo de arte alternativo Ex-Teresa y el centro de Conservación y
Restauración de Bienes Culturales del INBA, el museo de la Ciudad de México bajo
responsabilidad del GDF, el antiguo Palacio del Arzobispado, el museo recinto de
Benito Juárez en Palacio Nacional y el Centro Cultural, todos ellos pertenecientes a
la SHCP, la casa de la Primera Imprenta de la UAM.

Con esta infraestructura, el Estado mexicano basa su política cultural


orientada a públicos diversos; el sector educativo y el turismo nacional e
internacional se encuentran entre la concurrencia que comúnmente acude a dichos
recintos. Una característica significativa de los visitantes a los recintos culturales
consiste en que no son habitantes del Centro Histórico, la oferta cultural no esta
dirigida a público que vive o habitualmente ocupa el Centro Histórico, la dinámica

4
Durante el gobierno de Andrés López Obrador, el Gobierno del Distrito Federal por medio del Fideicomiso
del Centro Histórico realizó una cuantiosa inversión para la renovación de la tubería del drenaje, agua potable
y la remodelación de las principales calles que se encuentran al poniente del zócalo. Tarea continuada por el
gobirno de Marcelo Ebrad con el fallido intento de introducir un tranvía, el que se sustituyó con el trazo de la
ruta 4 del metrobus.
5
Según datos de la Asociación de Museos y Recintos Culturales del Centro Histórico de la ciudad de México,
A.C.

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que se establece puede ser considerada como una visita efímera, se acude al
museo o recinto cultural, se observa y se abandona el Centro Histórico. El
residente permanente y el habitante que acude diariamente por motivos laborales
asiste esporádicamente.

Recientemente, el gobierno de la ciudad ha hecho del zócalo de la ciudad un


espacio de encuentro y recreación a través del impulso de programas musicales
promovidos por la televisión mexicana privada, el contenido de la oferta cultural
corresponde a la generada por las industrias culturales de masas, principalmente la
música popular de corte comercial, el público al que están dirigidos estos festivales
es prácticamente el mismo que es el consumidor de la televisión.

En síntesis, con esta oferta cultural, la ofrecida por recintos culturales


dirigida a públicos específicos y la que promueven los representantes de las
industrias culturales de masas se busca recrear la imagen del Centro Histórico
cómo un espacio de convivencia cuyo valor significativo se refleja bajo el
paradigma del patrimonio cultural promovido sólo a partir de programas
preestablecidos por los recintos culturales.

Por otra parte, durante el periodo que va de la promulgación del decreto del
Centro Histórico como patrimonio mundial de la humanidad, de 1987 a la fecha, es
el mismo que coincide con la apertura total de la economía al mercado mundial, el
cual se ha caracterizado como de la globalización, el perfil económico del Centro
de la ciudad fue substituido por el crecimiento del comercio de productos
populares y de la economía informal.

Un rasgo característico del proceso global en el país, ha sido el aumento de


los índices de desempleo abierto entre la población económicamente activa, la
perdida del poder adquisitivo, así como el flujo y circulación de mercancías de toda
índole provenientes principalmente de los mercados asiáticos. Dicho proceso ha
encontrado un espacio ideal para su reproducción en el Centro Histórico, ante el

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desaliento de la actividad económica formal al que se ha visto sometido durante
este periodo, actualmente la múltiples actividades relacionadas con la informalidad
ocupan un lugar preponderante al grado tal que caracterizan la vida cotidiana en
este emblemático sitio.

Desde el origen de la ciudad, tanto los habitantes de la misma como la


población procedente de diversas partes del país, han acudido al Centro para
satisfacer sus necesidades de consumo y/o venta de productos, fue siempre un
mercado de distribución popular en el que era posible la realización de cualquier
tipo de transacción comercial a pequeña, mediana o gran escala, era el lugar
natural para el intercambio de productos entre el campo y la ciudad, en este
contexto la economía informal encontró el espacio y los medios suficientes para
poder asentarse y expandirse.

A partir de las formas organizativas tradicionales del comercio en vía


pública, que tienen la característica de tener una estructura de organización
corporativa, con ámbitos territoriales claramente definidos, ligados al los intereses
de los partidos políticos y grupos de poder insertados en el gobierno del DF; los
vendedores en vía pública proceden prácticamente de toda la zona metropolitana
de la Ciudad de México, la jornada de trabajo abarca todo el día, acuden en grupos
familiares cuyos hijos asisten a las escuelas de la zona, además de las relaciones
comerciales se realizan múltiples y diversas prácticas sociales, construyendo sus
propios códigos de conducta social.

El Centro Histórico es en la actualidad un espacio donde los procesos que ha


generado la globalización están presentes en la cotidianidad de los distintos
sujetos sociales que ocupan los espacios públicos. Los vendedores ambulantes son
los distribuidores de gran parte de las mercancías que provienen de los grandes
centros de producción global; se puede obtener música, videos, libros, golosinas,
ropa, productos de belleza, juguetes, entre muchos otros objetos, cuyos símbolos
e íconos corresponden también a un sinfín de expresiones que podemos considerar

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cómo de la cultura “globalizadora”; además de la estructura organizativa existente
para que el comercio ambulante se pueda llevar a cabo, existen múltiples redes
sociales en las que participan de distinta forma los vendedores, con su propia
complejidad de símbolos y expresiones culturales lo que provoca que se
constituyan diversas formas de significación y apropiación del espacio urbano que
tiene como resultado entre otros aspectos que se presente una disputa por el
territorio, que es a su vez un reflejo de las relaciones entre los sujetos sociales que
ahí conviven.

En el ámbito de las significaciones culturales el mercado en vía pública se ha


convertido en un espacio promotor de productos y valores motivados por la
globalización, conviviendo con formas tradicionales de la cultura popular,
generando un actor social acostumbrado a sobrevivir en la calle, conectado con los
circuitos de circulación de productos, mercancías y símbolos provenientes de los
mercados globales y al mismo tiempo compartiendo códigos y valores propios, es
un espacio significativo en cuanto al valor del patrimonio cultural de la nación, así
como en el sitio donde se localizan un grupo de instituciones cuyos planes y
programas de promoción de la cultura tiene como propósito central fomentar las
más diversas manifestaciones del arte, tanto nacional como internacional, así como
resguardar y difundir entre la población las importancia y los significados en torno
al patrimonio cultural.

El ambulantaje, diversas perspectivas

El fenómeno del comercio en la vía pública y la serie de actividades y


relaciones que se establecen en torno a esta actividad es abordado por diversos
autores desde diferentes perspectivas analíticas. De acuerdo con Monnet (2005),
las ciencias sociales no han elaborado aún una caracterización conceptual lo
suficientemente amplia que permita tener un acercamiento integral al fenómeno;
este autor propone que se utilice el término, Ambulantaje cómo una categoría
amplia que permita caracterizar todo el fenómeno, tanto desde su perspectiva

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económica, como sociológica y urbanística, “… no hay definiciones claras, no hay
cifras confiables, no hay sustento para describir las dinámicas”. (Monnet, p. 2).

Una primera aproximación caracteriza al fenómeno como “Comercio


informal [que] es una de las expresiones más frecuentes para designar el
ambulantaje. (Ídem, p. 6). Esta tesis es la que predomina en la mayor parte de los
estudios, caracterizan a esta forma de comercio como un problema de la
economía, tanto global como nacional, resultado de los ajustes necesarios que el
desarrollo del capitalismo realiza a escala mundial, en donde los paradigmas del
libre mercado, la globalización y su consecuente apertura de fronteras provocan
que se distribuyan por todo el mundo un grupo de mercancías por canales de
comercialización no legales. Dicha condición de ilegalidad le asigna a la venta de
mercancías, bienes y servicios que se realizan en la calle un carácter de
“informalidad”, concepto que infiere que toda actividad callejera tiene un signo de
ilegitimidad.

Desde esta perspectiva, la informalidad se presenta como un problema de la


economía política, es decir, es un fenómeno consecuencia del modo de producción
capitalista en donde un gran número de productos se ponen en circulación en
circuitos fuera del control de los canales formales de comercialización por lo que se
convierte en “un problema para un Estado de Derecho cuando se vuelve masiva la
informalidad. En efecto, la informalidad priva al Estado no sólo de recursos
fiscales, sino también de legitimidad”. (Monnet, p.6). El ambulantaje, como
fenómeno de la economía global lleva necesariamente al análisis de las causas y
consecuencias que acarrea consigo la dicotomía comercio establecido versus
comercio callejero, es decir, la cuestión se centra en comprender las dinámicas que
aparecen entre los flujos de mercancías y capitales presentes en ambos circuitos y
se convierte en un problema cuando el llamado comercio informal se masifica y
empieza a ser competitivo con el comercio establecido o formal, ya que compete a
la dimensión de la Economía Política en su conjunto.

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El ambulantaje también es analizado desde lo local y lo global como un
fenómeno de la crisis de sobreproducción de mercancías “que son chatarra
industrial del consumo global” (Alarcón, 2005, 4) que la expansión capitalismo ha
provocado. Las nuevas formas de producción y distribución de productos globales
propicia que enormes cantidades de mercancías transiten por el mundo, unas
viajan con etiquetas, publicidad, prestigio y circulan por nichos de mercado
formales, a precios altos, están destinados a un sector de consumidores con
grandes niveles adquisitivos. Esos mismos productos, sin etiquetas y sin publicidad
se mueven y distribuyen por las calles, en los mercados informales y están
destinados a sectores de consumidores con recursos económicos escasos, Alarcón
señala que “por la forma en que se han estructurado los mercados abiertos y
debido a los procesos de desregulación y derrumbe de fronteras, los productos
similares circulan libremente por el globo y el certificado de autenticidad queda
limitado a los pocos y estrechos –de precios altísimos–, mercados de nicho, que
son los pueden emitir certificaciones y que llevan por destinatario a los segmentos
de población ubicados en mayores niveles de concentración de ingreso. (Alarcón,
2005, a)”.

La globalización no sólo modificó los procesos de producción y abarató el


trabajo, si no también las prácticas de consumo y distribución, tanto a nivel local
como global, el advenimiento de la llamada sociedad de la información, así como
los múltiples mensajes mercadotécnicos y publicitarios hacen suponer la creación
de un nuevo tipo de consumidor dispuesto siempre a comprar lo que se ofrece, esa
oferta está en la calle y su consumo supone la configuración de “comunidades
transnacionales de consumidores” (García Canclini, 1995, 50). Esta postura orienta
los estudios a explicar el ambulantaje en toda su dimensión como parte de la
homogenización cultural que abiertamente imponen los países globalizadores a los
países globalizados con la distribución de productos globales (Alarcón, 2005), a los
mismos precios y calidades en todo el orbe, pero sobre todo con los mismos

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códigos de significación, creando así sujetos sociales culturalmente globalizados,
tanto consumidores como vendedores.

Sin embargo, esta perspectiva no explica la dimensión de los procesos


socioculturales que están presentes en las múltiples relaciones que se presentan
en los espacios de actuación del ambulantaje. Los actores sociales que participan
en él son vistos de acuerdo a su ubicación en la cadena de producción, distribución
y comercialización de las mercancías; el gran número de sujetos involucrados en
este fenómeno son ubicados y clasificados de acuerdo a su posición en el
entramado económico que la calle establece e impone; se elaboran clasificaciones
de acuerdo al tipo de infraestructura que cada vendedor posee, por ejemplo:
vendedores con puesto fijo, vendedores con puesto semifijo, toreros, vendedores a
pie sin puesto, vendedores motorizados (en bicicleta o motocicleta); por el tipo de
servicios que ofrecen, con puesto semifijo o sin puesto; por oficio, albañiles,
carpinteros, electricistas, limpia parabrisas, payasos, tragafuegos, faquires,
músicos, por el tipo de producto, de importación, pirata, fayuca, alimentos,
prendas de vestir; por su rol en la cadena de distribución y venta, distribuidor,
bodeguero, vendedor asociado, vendedor independiente, cliente. (De Alba, 2005,
Monnet, 2005)

Desde el punto de vista del empleo y del trabajo, el comercio callejero es


considerado como una actividad que sólo realizan los sectores marginados de la
sociedad, a pesar del cambio de paradigma con relación al trabajo que ha ocurrido
en el mundo, cuando se ha sustituido el trabajo fabril y del obrero por el trabajo
en maquila, el trabajo en la vía pública mantiene ese carácter. Por su connotación
de informalidad e ilegalidad, la caracterización que se hace de los actores sociales
que practican el ambulantaje es de individuos que se ubican “fuera” de los
circuitos de reproducción social, no sólo económica. El carácter de informalidad,
categoría económica se extiende también para fines sociológicos. López Santillán
(2005) señala que la sociedad en su conjunto clasifica a los actores sociales

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involucrados en el ambulantaje como aquellas personas que son las “inempleables
(mujeres sin instrucción, indígenas, minusválidos, niños y ancianos)” (López
Santillán, 2005, 2).

Son los sectores hegemónicos de la sociedad en lo general, así como los


integrantes de las Cámaras de Comercio en particular y por medio de los mensajes
promovidos por los medios de comunicación quiénes han construido las
representaciones sociales en relación al ambulantaje, las cuales contienen una
gran carga negativa, designan toda actividad en la calle con una serie de adjetivos:
“contaminan y ensucian; afean el espacio donde se establecen, generan una gran
cantidad de contaminación auditiva, entorpecen el andar por las aceras y el
tránsito de los automóviles, venden artículos de contrabando e ilegales
(reproducciones pirata, armas, artículos robados y hasta droga), fomentan la
delincuencia, constantemente están inmiscuidos en grescas, el clima de
inseguridad e insalubridad que generan afecta al turismo, se roban la luz, violan
las leyes de protección al consumidor, no pagan impuestos, no pagan prestaciones
sociales, son competencia desleal y por tanto son corresponsables de la caída de
las ventas del comercio establecido, son huestes violentas de los partidos políticos,
normalmente utilizadas para actos públicos de apoyo o de protesta.”(López
Santillán, 2005, 3–4).

Estas representaciones sociales refieren también a que el ambulantaje ha


adquirido tales dimensiones y presencia en el cotidiano de la gente que forma
parte hoy del paisaje urbano, (De Alba, 2005, 2), y en ese sentido, se proponen
estudios que buscan las representaciones sociales del ambulantaje como parte de
de las imágenes de la ciudad, sin embargo, cuando se aborda a los actores
involucrados directamente en el ambulantaje, es necesario definir específicamente
a los sujetos en particular de acuerdo a las configuraciones identitarias y
socioculturales específicas, (Giménez, 1996), este tipo de estudios utilizan la
categoría de “gente común”, que desde mi punto de vista es poco asequible y no

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explica en que sectores de la sociedad se ha configurado que tipo de
representación social, porque si se acepta la hipótesis que los “ciudadanos
comunes” (López Santillán, 2005, 6), tienen una imagen negativa del comercio
ambulante, entonces cabría preguntarse ¿porque los sitios donde se práctica el
comercio en vía pública están siempre llenos de clientes?, la explicación desde mi
punto de vista no está sólo por que ahí se encuentran un cúmulo de productos que
funcionan como satisfactores de necesidades materiales, me parece que la
explicación es mucho más compleja y que pasa por prácticas de consumo que
permiten construir relaciones sociales complejas.

El ambulantaje también es abordado desde el punto de vista de las


organizaciones sociales de tipo corporativo que ha generado y de la complejidad
de las relaciones políticas que ello conlleva, (Castillo Berthier, 2005, Cross, 2005;
Reyes Domínguez, 1992) hay coincidencia en señalar que los partidos políticos
antes sólo el PRI, ahora también el PRD, el PT y otros han surgido como una
estrategia de negociación, defensa y representación ante las autoridades locales
del Distrito Federal. A partir de diversas maniobras de negociación que incluyen el
soborno, el pago de derechos de calle se negocia día a día con el Estado, en
contraprestación los integrantes están obligados a cumplir con una serie de
requisitos como son los apoyos a los partidos en tiempos de elecciones o cuando
algún funcionario público de nivel medio o alto requiere apoyo político. Cada
organización tiene para sí una porción del territorio dedicado al ambulantaje, sus
integrantes tienen que demostrar día a día su lealtad tanto al grupo como a los
líderes que controlan cada organización.

A partir de una estructura piramidal, cada calle corresponde a un líder que a


su vez representa a una organización que a su vez se concatena con otro liderazgo
de mayor jerarquía, es decir que controla más de una calle, hasta alcanzar la
estructura de un corporación, que es la que negocia y llega a los acuerdos globales
con el Estado; parece que la circulación de dinero producto de sobornos y

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permisos recorre la misma estructura hasta llegar a los niveles altos, tanto del
gobierno federal como del Distrito Federal.

Con relación al ambulantaje en el Centro Histórico de la Ciudad de México,


hay una coincidencia entre diversos autores, que la actividad comercial en la calle
tiene una tradición histórica que data desde la fundación misma de la ciudad y
llega hasta nuestros días. (Wildner, 2005, Gamboa, 2004, Monnet, 2005, Alarcón,
2005, De Alba, et. al. 2005, Rodríguez, 2005). La constante en los análisis se
refiere a que es una historia de confrontaciones, de ocupación ilegítima del espacio
público, de enfrentamiento entre el comercio legal y el ilegal. Varios autores
convienen en señalar que en la pugna por la ocupación de la calle por el
ambulantaje, permanece como constante la connotación de ser una actividad
considerada como negativa por los sectores hegemónicos de la sociedad capitalina,
quienes desde el Siglo XVIII luchan por liberar las calles del comercio callejero, al
considerar dicha actividad como antihigiénica, que propicia inseguridad, es una
venta informal, que obstruye el tránsito, Gamboa reproduce un fragmento del
reglamento promulgado por el virrey Revillagigedo en 1792 donde argumenta que
“Por ser aún mayores los prejuicios que ocasionan los puestos que hay en el
puente del Palacio [Hoy Corregidora], y casi ciertos los riesgos que pueden
temerse, si se mantienen en aquel sitio, que siendo de los más principales a[l]
tránsito debe quedar libre y sin embarazo alguno […]” (Gamboa, 2004, 51). Esta
misma tendencia y bajo argumentaciones semejantes siguió en el siglo XIX,
cuando los primeros bandos de policía y buen gobierno emitidos en 1825 prohíben
el comercio en la vía pública y ordenan que se destinen sitios específicos donde es
posible realizar dicha actividad. (Gamboa, 2004). Durante el siglo XX, la situación
parece repetirse, sin que se haya llegado a una solución definitiva, la constante es
la promulgación de leyes, reglamentos y bandos de buen gobierno y su constante
desobediencia. (Wildner, 2005, Monnet, 2005).

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En síntesis, los acercamientos que diversos autores y desde distintas ópticas
disciplinarias han realizado sobre el tema nos hacen ver que los estudios sobre el
ambulantaje lo abordan desde ópticas específicas, así desde el punto de vista de la
economía política y de la antropología económica el fenómeno se observa como un
problema de la expansión del capitalismo mundial que utiliza canales informales de
producción y distribución de las mercancías globales, y por tanto el comercio en la
calle es producto de los ajustes a la economía que el modelo de desarrollo tienen
necesariamente que realizar; en este sentido la actividad es considerada como
ilegal e ilegítima, los actores sociales que en ella participan son ubicados conforme
su papel específico en la larga cadena de distribución y comercialización que
abarca desde de lo local y a lo global.

Quienes se han acercado al ambulantaje desde la perspectiva de las


configuraciones sociales coinciden que el “común de la gente” tienen una imagen
negativa de dicha actividad, sin embargo, no se profundiza en intentar caracterizar
a los actores sociales de acuerdo a la configuración de sus relaciones identitarias,
como son el origen étnico y de clase. La propuesta de analizar el ambulantaje
desde las características y condiciones inherentes a las organizaciones sociales
corporativas y de las múltiples redes de relaciones que establecen con las
autoridades es útil para poder ubicar las diversas estrategias a que se ven
sometidos los vendedores callejeros para lograr realizar a diario sus actividades. La
perspectiva histórica permite analizar el fenómeno como una problemática de la
ciudad que se refleja como una serie de confrontaciones y contradicciones de
carácter permanente para poder ocupar y usufructuar el espacio urbano.

Cabe destacar que si bien el ambulantaje tiene una larga tradición histórica
en cuanto práctica de ocupación de un espacio público, en la actualidad es
producto del desarrollo del capitalismo a nivel mundial y que los productos que se
venden son resultado del excedente de mercancías que las nuevas formas del
trabajo que trajo consigo el neoliberalismo. Sin embargo, si bien el ambulantaje

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puede explicarse como un fenómeno de la globalización, el cual habrá que
describir y precisar sus alcances, las formas en que se ejerce, la ocupación de la
calle, el sentido de apropiación del espacio responden también a estrategias de
sobrevivencia que los grupos subalternos han practicado durante años en la
ciudad, y en ese sentido, se presenta un forma de mercadeo con productos
globales entremezclados con mercancías nacionales y del campo mexicanos y
estilos de comercialización de carácter tradicional, en donde están presentes
elementos como los de la solidaridad cuando no se vende, el compadrazgo, las
lealtades hacia los liderazgos, así como la configuración de identidades colectivas
que construyen sus propios códigos de significación tanto del espacio ocupado
cómo de la red de relaciones que se generan, incluyendo las de carácter
interétnico.

Una caracterización antropológica del ambulantaje.

En el caso del ambulantaje, me parece necesario caracterizar al objeto de


estudio entendido como "una relación construida teóricamente y entorno de la cual
se articulan explicaciones acerca de una dimensión de lo real" (Guber, 2004, 64).
En este orden de ideas considero que:

1. El ambulantaje, al ocupar y transgredir el espacio público propicia que genere


sus propios códigos de significación, es decir, su propio capital simbólico que
permea a todo un colectivo social cuya característica es estar conformado por
una gran heterogeneidad tanto de clase como de origen étnico, que se aglutina
en torno a la venta/compra masiva de mercancías, pero que la práctica
cotidiana de realizar sus actividades permite la configuración de identidades
colectivas que los hace verse y sentirse como una comunidad, lo que permite
hacer frente a las iniciativas promovidas por los otros actores sociales que
también hacen uso y desean el control del mismo espacio urbano.
2. El ambulantaje, al configurarse como un espació social compartido presupone
la existencia de una continuidad de las relaciones sociales en donde los

17
individuos comparten una serie de códigos y formas simbólicas de producción y
transmisión de la cultura que propicia se constituyan lazos identitarios entre los
diversos actores que participan en él, lo que permite configurar una cohesión
social lo suficientemente articulada para hacer frente a las constantes pugnas
por el control del espacio público en las que están inmersos.
3. El ambulantaje, al ocupar, apropiase, transgredir y usufructuar el espacio
urbano para realizar sus actividades comerciales supone que actúa en un
ámbito de ilegalidad e ilegitimidad, sin embargo, para el conjunto de sujetos
sociales inmersos en él, dicho espacio tiene características de ser más bien un
espacio comunal, (Cross, 2005) y en este sentido las representaciones sociales
que ellos hacen del espacio urbano no equivale a actuar en la ilegalidad, más
bien lo personifican como el “derecho colectivo adquirido” para poder realizar
sus actividades de sobreviviencia, y en este sentido, lo marcan, lo señalan, lo
significan.
4. El concebir la ocupación del espacio público como un espacio comunal nos
permite inferir que podremos observar el ambulantaje bajo la categoría de
mercado, entendido éste como el espacio social donde se intercambian una
serie de mercancías, bienes y servicios así cómo también el intercambio de
códigos y significados que posibilitan al conjunto de actores que intervienen en
el constituirse como una comunidad con características identitarias colectivas.
5. El fenómeno del ambulantaje permite suponer que con la ocupación del espacio
público del Centro Histórico se cuestiona el papel que el Estado ha jugado
históricamente en la configuración de los códigos simbólicos vinculados con al
identidad nacional y la historia patria.

Como una primera aproximación conceptual al fenómeno del ambulantaje,


considero necesario recurrir a la teoría de las identidades sociales basándome en
las propuestas de Gilberto Giménez, (1996, 2002, 2003, 2003 a) me apoyaré en la
definiciones la cultura desarrollada por John B. Thompson (1990) y por Giménez
(2002) como el corpus analítico que me permita obtener una perspectiva

18
explicativa del gran dinamismo social que está presente en el espacio social que se
ha formado en torno al ambulantaje y utilizaré el concepto de campo propuesto
por Pierre Bourdieu (1990) en virtud que posibilita analizar el ambulantaje como
un espacio social donde se producen y reproducen una serie de relaciones sociales
objetivas y simbólicas, que al entrar en confrontación con otros actores sociales
como son los representantes de las instancias estatales encargadas de regular el
espacio público y de impulsar las políticas culturales se establece en una lucha
simbólica entre los distintos campos que actúan en el mismo espacio.

En virtud que el fenómeno del ambulantaje se desarrolla en un espacio


público donde convergen diversos actores sociales, la distinción entre los diversos
conceptos de cultura es útil, ya que permitirá a la investigación ubicar el carácter
del papel de la cultura en cada un de los campos simbólicos en se actúa.

La práctica cotidiana del ambulantaje, donde los actores sociales


permanecen más de doce horas al día, durante prácticamente todo el año,
configura un modo de vida específico, se presenta en cada uno de ellos un apuesta
de sus capitales simbólicos diría Bourdieu con relación a sus identidades
preexistentes para dar lugar a la configuración de una nueva identidad colectiva,
que vista como cultura objetivada ésta se crea y recrea en la cotidianidad de la
venta, en la pertenencia a la organización corporativa y en el enfrentamiento
constante con los agentes del Estado. El conglomerado que forma el ambulantaje
en su práctica cotidiana y de interacción permanente con actores semejantes pero
diversos a la vez hacen que se configure una compleja red de signos y significados
que será posible desentrañarlos a partir de identificar los elementos que
constituyen una cultura interiorizada, en términos de Gilberto Giménez.

En lo que se refiere al análisis de campo de los ambulantes adoptare la


concepción semiótica de la cultura, en el sentido de los expresado por Giménez,
“no existe cultura sin actores ni actores sin cultura”, es decir, importa conocer la
cultura desde el punto de vista de los actores sociales que forman parte del

19
ambulantaje, vista como una cultura actuada que expresa y refleja los “mundos de
vida” de dichos actores en interacción. (Giménez, 2002, 31). Si el “estudio de los
fenómenos culturales puede interpretarse como el estudio del mundo
sociohistórico en tanto campo significativo” (Thompson, 1990, 135) el análisis del
fenómeno del ambulantaje en tanto espacio social de interacción de sujetos
procedentes de diversos ethos cultural es entonces un espacio de intercambio de
bienes simbólicos. Thompson define “el análisis cultural como el estudio de las
formas simbólicas –es decir, las acciones, los objetos y las expresiones
significativas de diversos tipos– en relación con los contextos y procesos
históricamente específicos y estructurados socialmente dentro de los cuales y por
medio de los cuales, se producen, transmiten y reciben formas simbólicas”. (ídem,
149).

Utilizar el concepto de cultura interiorizada me permite acotar el campo de


los vendedores ambulantes desde una perspectiva que ayudará a explicar las
formas de conducta social que adquiere el fenómeno del ambulantaje, esto es,
desde las formas que adquiere la ocupación del espacio público, la actitud que
asumen ante la autoridad o frente a quien no consideran como parte de su
colectividad, el rol que le asignan a los distintos actores. “… la cultura es la
organización social del sentido, interiorizado por los sujetos (individuales o
colectivos) y objetivado en formas simbólicas, todo ellos en contextos
históricamente específicos y socialmente estructurados”. (Giménez, 34, 2002).

El modelo que propone Giménez acerca de las funciones que adquiere la


cultura interiorizada aplicado al ambulantaje posibilitará analizar las actitudes y
conductas sociales de los actores que constituyen el campo de los vendedores
ambulantes a partir de comprender el papel que ésta juega como “esquema de
percepción de la realidad, atmósfera de la comunicación intersubjetiva, cantera de
la identidad social, guía orientadora de la acción y fuente de legitimación de la
misma”. (Giménez, 2002, 35). La intención que el sujeto persigue al producir o

20
emplear una forma simbólica lleva ante si un código de significaciones que es más
fácil descifrar para el sujeto que la recibe si éste se considera cómo parte del
grupo social del sujeto, es decir, la dimensión identitaria se pone en juego cada
vez que se produce, emplea y codifica una forma simbólica.

La cotidianidad en la que se ven inmersos los ambulantes así como las


formas específicas que establecen para relacionarse, tanto entre ellos como con los
de fuera, permite comprender que en dicho conglomerado se esté configurado una
identidad colectiva, en tanto que esta presente un “(auto y hetero–)
reconocimiento de caracteres, marcas y rasgos compartidos (que funcionan como
signos o emblemas) así como memoria colectiva común”. (Giménez, 2002, 36).
Para el ambulantaje, la constante confrontación hace que se constituya un
colectivo que requiere aparecer compacto ante la presencia constante de “los
otros” sectores de la sociedad y el Estado, es por ello que está presente en toda el
área una sensación de amenaza permanente; para hacer frente a tal situación se
ha ido configurando una identidad colectiva que cohesiona al los vendedores
ambulantes y los identifica con respecto a las amenazas reales y potenciales,
porque como señala Giménez en una cita que hace de Selim Abou: «En general, el
problema de la identidad sólo surge allí donde aparece la diferencia. Nadie tiene
necesidad de afirmarse a sí mismo frente al otro, y esta afirmación de la identidad
es, antes que nada, una autodefensa, porque la diferencia aparece siempre, y en
primera instancia, como una amenaza» (Giménez, 2002, 36).

La identidad es siempre relacional, refiere a un proceso de interacción de los


sujetos sociales en donde las personas establecen reglas relacionales reconocidas
de forma intersubjetiva por los distintos actores sociales que participan en dicha
interrelación, como señala Giménez, (1996). La identidad como puede ser
analizada en términos de representaciones sociales, tienen como fuentes
principales la experiencia vivida, las matrices culturales, las ideologías y se
estructuran como campo operativo de la identidad en términos de un principio de

21
diferenciación. (Giménez, 1996, 15). Esta característica se presenta en el
fenómeno del ambulantaje, las representaciones que surgen del mismo campo de
los ambulantes permiten suponer la configuración de procesos de identidad
colectiva, en virtud de compartir una experiencia de vida de manera cotidiana por
un largo periodo de tiempo que abarca por lo menos dos décadas. Se significa
también en ser un espacio donde los sujetos ponen en escena su propio ethos
cultural con el fin de buscar ante todo una cohesión social que se representa
permanentemente en marcar la diferencia, en términos de las interacciones
sociales que establecen con los actores sociales que forman parte de los otros
campos que interactúan en el mismo espacio social.

La cohesión social que se supone necesaria para que el ambulantaje actúe


como un colectivo lo suficientemente sólido que le permita enfrentar las constantes
pugnas y enfrentamiento a que se ven envueltos, requiere de la configuración de
“un marco interpretativo que permite vincular entre sí las experiencias pasadas,
presentes y futuras… de una memoria colectiva”, (Giménez, 1996, 16), es decir,
entre los vendedores ambulantes se comparte un espacio social que se ha
configurado históricamente, donde ellos se saben como los actores protagónicos
de dicha construcción.

La ciudad de México es considerada como un enclave insertado en la red


mundial de transacciones y flujos de información, servicios y mercancías que se
producen a nivel mundial y que responden a la lógica de producción de
capitalismo, en este sentido el espacio del ambulantaje se viene a convertir en una
de las superficies de contacto entre lo global y lo local. (Giménez, 2, 2003). Al
ambulantaje lo podemos caracterizar en términos de su dinámica económica como
consecuencia de la globalización, sin embargo, me parece que el debate en el
ámbito de la producción de la cultura y de la configuración de las identidades
sociales estará ubicado en demostrar que si bien, en las sociedades modernas los
individuos no responden a un sólo universos simbólico, (Giménez, 1996, 20), esto

22
no significa que intercambien sus lazos identitarios, tanto los preexistentes que
pertenecen a su ethos, como los colectivos, que están cotidianamente
configurando, para convertirse en sujetos “culturalmente híbridos”, determinados
sólo por su consumo cultural.

Si bien la globalización ofrece un innumerable mercado de signos, a una


velocidad vertiginosa que espera que los sujetos –sean individuales o colectivos,
asimilen e incorporen a su cotidianidad todo el bombardeo de mensajes que se
emiten por los medios masivos de comunicación, motivando y promoviendo el
consumo y la homogenización de la cultura. En realidad, lo que sucede es que
dichos sujetos resignifican ese mercado de signos, es decir, los múltiples mensajes
y los innumerables signos y símbolos que a diario se transmiten, no son asumidos
pasivamente, sino que cada grupo los incorpora a su código de acuerdo a su
realidades sociales e historicidad específica, así como a su sistema de símbolos y
significados construidos socialmente, los nuevos signos son adoptados y adaptados
conforme se pone en juego su sistema de necesidades.

En realidad, la globalización debe ser vista como el contexto en que en la


actualidad la sociedad en su conjunto se desenvuelve y forma parte inherente a la
misma, por tanto, en cuanto entorno es necesario ubicar sus límites, influencias y
estigmas; si bien al insertarse y formar parte de los procesos globales, de alguna
manera refleja los intereses que surgen del capitalismo global, no lo es todo, no
actúa y se desenvuelve de forma homogénea, aunque intenta convertirse en la
nueva cultura hegemónica de la humanidad. Brünner afirma que “… el mercado
de símbolos es ahora la base de la conciencia posmoderna y global”, (Brünner,
1998, 22) no obstante, no se puede reducir los procesos de significación y
resignificación a un simple “mercado de símbolos”, es relevante comprender los
nuevos mecanismos de los mercados globales, pero no se debe caer en un
reduccionismo económico.

23
Para el análisis del ambulantaje como espacio social complejo en el que
interactúan distintos actores sociales con propósitos diversos, contradictorios y en
conflicto utilizaré el concepto de campo propuesto por Pierre Bourdieu (1990) en
virtud que permite analizar el fenómeno del ambulantaje como un espacio social
donde se producen y reproducen una serie de relaciones sociales objetivas y
simbólicas. De la misma manera el concepto de campo ayuda a identificar a los
distintos actores sociales que intervienen, así como el rol específico de interacción
constante y permanente que les posibilita constituirse como universos particulares,
mantenerse dentro del campo y formar parte de él, en palabras del propio
Bourdieu: “Concebir cada uno de estos universos particulares como campo, es
obtener el medio para entrar en el detalle más singular de su singularidad histórica
a la manera de los historiadores más minuciosos, al tiempo que se les construye
de manera que se perciba en ellos un ‘caso particular de lo posible’, […] ó, más
simplemente, una configuración entre otras de una estructura de relaciones.
(Bourdieu, 1990, 70).

En este sentido, también posibilita analizar las especificaciones y


particularidades de cada uno de los actores como sujetos sociales en su carácter
de vendedores, pero también como individuos, a partir de su posición dentro de la
compleja red de relaciones que se establecen al interior del campo, como por
ejemplo: el papel de cada uno de ellos al interior de la familia o de la organización
a la que pertenecen, con otros similares como es jóvenes con jóvenes, mujeres
con mujeres, su pertenencia étnica y también su papel como consumidores. Dice
Bourdieu: “El pensar en términos de campo requiere una conversión de toda la
visión común del mundo social que se fija sólo en las cosas visibles; en el
individuo, ens realissimun, al cual nos liga una especie de interés ideológico
primordial; en el grupo, que sólo en apariencia está definido únicamente por las
relaciones temporales o duraderas, informales o institucionalizadas, entre sus
miembros; incluso en las relaciones comprendidas como interacciones, es decir,
como relaciones subjetivas realmente efectuadas. (Bourdieu, 1990, 71).

24
El ambulantaje, la apropiación del espacio urbano en el Centro Hitórico6

En el espacio del Centro Histórico podemos identificar al menos tres


“campos” que se sobreponen, que actúan en el mismo espacio pero en
dimensiones diferentes. El primero, esta constituido por el ambulantaje, formado
por la multiplicidad de sujetos que interactúan entre sí, que ocupan el espacio
público de manera permanente, que se constituyen como un colectivo identitario y
genera sus propios códigos de significación, los cuales ponen en juego
cotidianamente y que les permiten cohesionarse al interior del campo.

El segundo campo, está constituido por las autoridades civiles y policíacas


tanto de la ciudad como las pertenecientes a ejecutivo federal, quienes tienen el
encargo de aplicar la normatividad establecida con relación al desarrollo de
actividades dentro del espacio público, y están representados por una serie de
actores sociales quienes negocian y reciben las prebendas de la “permisibilidad”
del ambulantaje, pero que también apuestan su capital simbólico, –el ser
representantes de la autoridad, con el fin de ganar posiciones al interior del mismo
espacio social.

El tercero, constituido por el campo de las instituciones culturales cuyos


agentes sociales forman parte de las instituciones que ahí trabajan, son quienes
por medio de la instrumentación de las políticas y programas culturales, participan
en la lucha simbólica por transmitir, reproducir y configurar los códigos simbólicos
inherentes a la constitución de la identidad nacional. Los tres campos, auque
actúan en dimensiones diferentes están en constante lucha para lograr
posicionamientos dentro del espacio social que comparten.

6
Si bien en los últimos años, las autoridades del Gobierno del Distrito Federal han llegado a acuerdos con las
diversas organizaciones de comerciantes en vía pública concentrándolos en espacios cerrados denominados
“plazas de comercio popular”, el fenómeno dista de estar muy lejos de quedar resuelto; los comerciantes a
diversas horas del día o en las llamadas temporadas de venta (día de las madres, inicio de calendario escolar,
navidades, etc.), están al asecho para ocupar las calles en cualquier momento. En este sentido, el ambulantaje
con viejas o nuevas modalidades se mantiene presente en las calles del Centro Histórico.

25
Para el caso específico del Centro Histórico de la ciudad de México, así como
las constantes pugnas y confrontaciones que el fenómeno del ambulantaje trae
consigo el concepto de campo es útil aplicarlo en este contexto, ya que los
distintos actores que conforman cada uno de ellos están siempre dispuestos a
poner en juego sus propios capitales simbólicos con el propósito de mantener la
cohesión social del campo y al mismo tiempo alcanzar nuevas posiciones al interior
del espacio social, Bourdieu afirma: “… que un campo sólo puede funcionar si
encuentra individuos socialmente dispuestos a comportarse como agentes
responsables, a arriesgar su dinero, su tiempo y en ocasiones su honor y su vida,
para perseguir las apuestas y obtener los beneficios que propone, los que son
vistos desde otro punto de vista pueden parecer ilusorios, y siempre lo son ya que
descansan en la relación de complicidad ontológica entre el habitus y el campo que
es el principio del ingreso al juego, de la adhesión al juego, de la illuso.” (Bourdieu,
1990, 74). El capital simbólico impone una visión del mundo, que en caso del
ambulantaje se conjugan las percepciones provenientes del ethos que cada uno de
los actores trae consigo con anterioridad y que los arriesga, como una apuesta
necesaria para competir con otros capitales semejantes que están en constante
producción y reproducción es ese espacio social.

Los capitales simbólicos que se comprometen de manera cotidiana en el en


el Centro Histórico de la ciudad de México se expresan en las distintas formas de
significación del espacio urbano que ejercen los sujetos sociales que configuran
cada campo. Un primer rasgo lo encontramos entre los actores sociales del
ambulantaje en la lucha por la apropiación y control del espacio a partir de
prácticas organizacionales de índole corporativo, en donde cada una de ellas se
identifica por medio de una serie de códigos y signos que constituyen sus rasgos
identitarios básicos, los diferencia de otras organizaciones similares y les permite
enfrentar las constantes amenazas de los agentes policíacos y delegacionales.

26
Una segunda característica se refleja en el establecimiento de
territorialidades internas que aglutinan a las organizaciones y permiten establecer
estrategias de control y seguridad para poder ejercer el comercio, cada una de
ellas se refleja en marcas territoriales específicas que otorgan al espacio urbano
una serie de umbrales internos, pero que permite mantener un equilibrio de
fuerzas, en la lucha constante por los posicionamientos.

Un tercer elemento lo proporciona la significación de diversos sitios en el


espacio público señalados como lugares rituales y ubicados estratégicamente,
como es el caso de las distintas disposiciones de imágenes religiosas y su cuidado
que en él se encuentran.

Una cuarta característica, se observa en las formas de emplazamiento de los


individuos y sus productos al interior del espacio público, existe una estrategia de
ubicación y posicionamiento en cada calle o tramo de ella de los individuos, por
edad y por género, los que le permite desarrollar diversas estrategias de defensa y
seguridad al interior del grupo. En síntesis, los ambulantes hacen funcionar el
campo por que son individuos socialmente dispuestos a arriesgar constantemente
su capital social y ponen en juego permanentemente su capital simbólico.

Quienes participan en el fenómeno del ambulantaje, constituyen un campo,


en el sentido de que cada uno de ellos comparte y compromete sus lealtades al
grupo, y esta dispuesto a defenderlos ante las intromisiones de los agentes del
Estado o en las confrontaciones con integrantes de otras organizaciones. El sentido
de compromiso y lealtad incluye también la puesta en juego de sus propios
capitales simbólicos, que por medio de una dinámica de interacciones que se
establece, el campo coloca sus configuraciones simbólicas para constituirse en una
comunidad identitaria, como lo es por ejemplo la colocación atrás del Palacio
Nacional, frente a la calle de La Soledad, de San Judas Tadeo —el santo de los
comerciantes—, dispuesta de tal manera que pareciera que tiene un radio de
influencia en toda la zona, ya que en dicha posición se está equidistante a

27
cualquier punto del oriente del centro histórico, en este sentido, el emplazamiento
de la imagen se significa como si “cuidara a todo los vendedores”.

En los procesos de apropiación del espacio, las categorías de percepción del


mundo son fundamentales pues en ellas se encuentran los caracteres que
permiten construir las relaciones sociales como relaciones identitarias, y de esta
manera significar el espacio, primero como un espacio subjetivo, del cual se
participa por que el medio de la sobrevivencia, pero como espacio objetivado,
como espacio marcado, como espacio señalado, como habitus en términos de
Bourdieu, por que ahí no sólo se sobrevive, sino sobre todo se establecen las
relaciones sociales fundamentales que son las permiten construir la reproducción
social, es decir, es el espacio donde se establecen las relaciones vinculantes, ahí se
acuerdan los compadrazgos, los noviazgos, los amigos, no sólo es un espacio de
intercambio de mercancías. “… Las categorías de percepción del mundo social son,
en lo esencial, el producto de la incorporación de las estructuras objetivas del
espacio social. […] el sentido de la posición como sentido de lo que uno puede, o
no, “permitirse” implica una aceptación tácita de la propia posición, un sentido de
los límites.” (Bourdieu, 1990, 289).

El ambulantaje se apropia del espacio público no como un espacio de


confrontación, sino como un sentido de pertenencia, de convivencia, de asumirlo
como espacio comunal, que se escapa de las reglas impuestas por el Estado y crea
sus propios códigos normativos, que son sancionados, tanto objetivamente como
simbólicamente, ya que, siguiendo a Bourdieu, “el espacio social y las diferencias
que en él se trazan “espontáneamente” tienden a funcionar simbólicamente como
espacios de los estilos de vida (Bourdieu, 1990, 292). Esos espacios concebidos
como estilos de vida se convierten también en espacios de pugna y confrontación;
cuando provocan rechazo y generan estigmas entre los sectores dominantes de la
sociedad quienes buscarán siempre imponer sus códigos de conducta y percepción
de su espacio social a los sectores subalternos que compone el campo de los

28
ambulantes, quienes a su vez imponen sus estilos de vida en las formas y
estrategias que utilizan para ocupar el espacio público, lo hacen a partir de
significar sus propios códigos de conducta, que los hace ver y sentir siempre
agresivos, insultantes, señalando permanente el carácter de apropiación del
territorio, lo que provoca irritación y genera a su alrededor una serie de estigmas
que tiene como consecuencia que se estructuren representaciones sociales
enfrentadas, en constante fricción, pugna y confrontación.

En síntesis, el fenómeno del ambulantaje en el Centro Histórico de la ciudad


de México comprendido a partir del análisis del espacio social y de los campos, nos
revela la lucha constante por querer imponer unos a otros sus formas de
percepción del espacio y de producción de capital simbólico.

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