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A través de la predicación, la Iglesia “anuncia” el “misterio total de Cristo” (CD 12) y lo “celebra”
en la liturgia, haciendo una sagrada memoria del mismo (SC 102). De esta manera, ella hace
presente cada día las “insondables riquezas de Cristo” (Ef 3, 8 ss.; cf 1, 18; 2, 7): sus acciones
salvíficas, en contacto con las cuales los fieles alcanzan la gracia de la salvación. El año
litúrgico, que tiene su “fuente“ y su “culmen” en el misterio pascual, está marcado por cinco
“períodos” que tienen una especial relación con los diversos momentos del misterio de Cristo
(SC 10; LG 11). Por orden de sucesión son éstos: Adviento y Navidad; Cuaresma y Pascua;
Tiempo ordinario.
• Tiempo de Adviento y de Navidad
El Adviento es un tiempo de preparación y tiene una característica doble: recuerda la primera
venida del Hijo de Dios en humildad y anuncia su segunda venida en gloria. Es un tiempo de
esperanza activa, de anhelo, de oración, de evangelización, de alegría. La Navidad es un
tiempo de contemplación gozosa del misterio de la Encarnación y de las primeras
manifestaciones del Hijo de Dios, que ha venido para nuestra salvación como “hombre entre los
hombres”. Durante este tiempo, María es celebrada de manera particular como “Madre de
Dios”.
• Tiempo de Cuaresma y de Pascua
La Cuaresma es un tiempo de preparación que conduce a participar de manera más intensa y
gradual en el misterio pascual. Acompaña a los catecúmenos a través de los diversos pasos de
la iniciación cristiana, y a los fieles a través del recuerdo vivo del bautismo y de la penitencia. El
culmen del año litúrgico es la Pascua, de la cual sacan su eficacia de salvación los otros
períodos, siendo la plenitud de la redención de la humanidad y de la perfecta glorificación de
Dios: destrucción del pecado y de la muerte y comunicación de resurrección y de vida.
• Tiempo Ordinario
En este largo periodo, que recorre una primera etapa entre la Navidad hasta la Cuaresma y
una más amplia entre Pentecostés y el Adviento, tiene lugar una celebración global del misterio
de Cristo, reconsiderado y profundizado en algunos aspectos particulares. El Domingo -“Día del
Señor”- es ya la “Pascua semanal” y, por tanto, un injerto vivo en el núcleo central del misterio
de Cristo a lo largo de todo el año; pero además las Semanas (33 o 34), a través de un intenso
y continuo recorrido por la Biblia, desarrollan pequeños ciclos de profundización en el misterio
de Cristo, que se ofrecen a la meditación de los fieles con el fin de estimular la acción de la
Iglesia en el mundo.
LOS COLORES DE LOS ORNAMENTOS
Los colores cambiantes que contemplamos en los ornamentos del sacerdote, sobre el altar y en
el ambón son mensajes que hemos de aprender a leer; expresan el significado de la
celebración y disponen para el encuentro entre nuestro mundo interior y Dios. En cierto modo,
es como si nuestra alma se revistiese de estos colores.
Dios ha entrado en la historia humana para realizar un plan de salvación que culmina en la
Muerte y Resurrección de Cristo; Dios --Jesucristo-- ha entrado en el tiempo del hombre y lo
ha santificado. El hombre, por tanto, celebra cada año, los acontecimientos de la salvación
que trajo Jesucristo.
El eje sobre el cual se mueve el Año Litúrgico es la Pascua. Por lo tanto la principal finalidad
consiste en acompañar gradualmente al hombre hacia una conformación auténtica de Cristo,
muerto y resucitado.
El Año Litúrgico no puede ser un calendario de fechas que se recuerdan con cierta
solemnidad, sino un camino de fe; camino que se ha de recorren como en "espiral",
creciendo en la fe cada año, con cada acontecimiento celebrado; creciendo en el amor a
Dios y a los hermanos; creciendo en seguir y parecerse cada vez más a Cristo hasta llegar a
configurarse con Él, -el hombre perfecto-.
Tiempos fuertes:
Este itinerario de fe, que acompaña en forma progresiva al cristiano hacia la vivencia
auténtica de Cristo, tiene varias etapas:
El vértice de todo es la Pascua, con el gran triduo de la Vigilia Pascual, que mete al hombre
en el misterio principal de nuestra Redención: la Resurrección de Jesús.
Estos son los llamados "tiempos fuertes" del Año Litúrgico. Además hay otras treinta y
cuatro semanas que constituyen el llamado Tiempo Ordinario o Común. En este tiempo no
se celebra ningún aspecto concreto del misterio de Cristo, sino que se procura profundizar el
sentido del conjunto de la Historia de Salvación, sobre todo a través de una contemplación
continua y fundamentalmente cronológica del mensaje bíblico vivido en su desarrollo
progresivo.
Otras fiestas
En el Año Litúrgico existen otras celebraciones mucho más conocidas por el pueblo y que
tienen su importancia aunque en forma secundaria respecto de las anteriores. Son fiestas en
las que se celebra a la Virgen María y a algunos santos; están íntimamente relacionadas al
misterio pascual: la Virgen María es el fruto más espléndido de la Redención, y de los
demás santos la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos.
No son fiestas ajenas a Cristo o que distorsionan la religiosidad del pueblo, sino que son de
ayuda para comprender y vivir el misterio pascual de Cristo, por el cual ha llegado a
nosotros la salvación.
Cristo, al fundar la Iglesia, la entregó a los apóstoles y a sus descendientes para que se
ocuparan de su crecimiento, dándoles los mismos poderes que el Padre le había otorgado a
él: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). Por eso, las celebraciones
litúrgicas que ahora tenemos en el transcurso de un año, no son de institución inmediata de
Cristo, sino fruto de su actuación por medio de la Iglesia.
Desde un principio la Iglesia empezó a honrar la memoria de los cristianos que habían
ofrecido la vida para testimoniar su fidelidad a Cristo. Teológicamente el culto a los mártires
está relacionado con el Misterio Pascual de Cristo. San Jerónimo, en el año 404 escribía:
"Honramos las reliquias de los mártires para adorar a Aquel de quien son mártires".
Proceso histórico
Hubo un proceso histórico para que el Año Litúrgico quedara formado como ahora lo
conocemos.
Según datos históricos, la celebración de la "Cena del Señor", que es la actualización del
Sacrificio de Cristo, era cotidiana para los primeros cristianos (Cf. Hch 2,42-46; 5,42),
aunque también era semanal, que no coincide con el sábado de los judíos, sino con el
primer día de la semana, día de la Resurrección del Señor (Cf. 1Cor 16,2; Hc 20,7).
Lo que antes se le denominó "Primer Día de la Semana", luego se le llamó "Día del
Señor" o "Domingo" (Cf. Ap 1,10) En otros idiomas se le llama "Día del Sol", esto es
histórico también, pues se encuentra en el año 165, que le llamaban así porque en la
Creación, con el Sol se disipan las tinieblas, igual que con la Resurrección de Jesús se
disipan las tinieblas de la muerte.
Al final del siglo III, el día de Pascua se prolonga con un período de cincuenta días. Como
una fiesta tan grande exigía una preparación, así como el Domingo tuvo una preparación en
las vísperas (vigilia), también la celebración grande de la Pascua tuvo su tiempo de
preparación en la Cuaresma.
Anunciar y exaltar la Resurrección del Señor, llevó a los primeros cristianos a una mejor
comprensión del misterio de la salvación. Comprendieron que para llegar a la Pascua, fue
necesario toda una vida que tuvo un inicio en el tiempo. Por lo que se comenzó a
conmemorar en torno a la Pascua, la fiesta de la Navidad –el nacimiento de Jesús-.
Las celebraciones de las fiestas de Navidad y Epifanía, tuvieron sus orígenes en el siglo IV.
Y, como sucedió para la Pascua, se sintió la necesidad de un tiempo de preparación que se
llamó Adviento. Este período anterior a la fiesta de Navidad, aparece en Roma a mediados
del siglo VI. Más adelante este tiempo de preparación se perfiló como un tiempo de espera,
como una celebración solemne a la esperanza cristiana abierta hacia el Adviento último del
Señor, al final de los tiempos.
La primera fiesta que se celebró fue la del Domingo. Después, con la Pascua como única fiesta
anual, se decidió festejar el nacimiento de Cristo en el solsticio de invierno, día en que
numerosos pueblos paganos celebraban el renacimiento del sol. En lugar de festejar al “Sol de
Justicia”, se festeja al Dios Creador. Así, poco a poco, se fue conformando el Año litúrgico con
una serie de fiestas solemnes, alegres, de reflexión o de penitencia.
La liturgia es la manera de celebrar nuestra fe. No solo tenemos fe y vivimos de acuerdo con
ella, sino que la celebramos con acciones de culto en las que manifestamos, comunitaria y
públicamente, nuestra adoración a Jesucristo, presente con nosotros en la Iglesia. Al vivir la
liturgia, nos enriquecemos de los dones que proceden de la acción redentora de Dios.
Liturgia viene del griego leitourgia, que quiere decir servicio público, generalmente ofrecido por
un individuo a la comunidad.
El Concilio Vaticano II en la “Constitución sobre la Liturgia” nos dice:
“La liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y
cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre y así el Cuerpo místico de Jesucristo,
es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro".
La liturgia es la acción sagrada por excelencia, ninguna oración o acción humana la puede
igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un grupo. Es la fuente de
donde mana toda la fuerza de la Iglesia. Es la fuente primaria y necesaria de donde deben beber
todos los fieles el espíritu cristiano. La liturgia invita a hacer un compromiso transformador de la
vida, realizar el Reino de Dios. La Iglesia se santifica a través de ella y debe existir en la liturgia
por parte de los fieles, una participación plena, consciente y activa.
1. Recuerdo: Todo acontecimiento importante debe ser recordado. Por ejemplo, el aniversario
del nacimiento de Cristo, su pasión y muerte, etc.
El Año litúrgico es el desarrollo de los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo y las
celebraciones de los santos que nos propone la Iglesia a lo largo del año. Es vivir y no sólo
recordar la historia de la salvación. Esto se hace a través de fiestas y celebraciones. Se celebran y
actualizan las etapas más importantes del plan de salvación. Es un camino de fe que nos adentra
y nos invita a profundizar en el misterio de la salvación. Un camino de fe para recorrer y vivir el
amor divino que nos lleva a la salvación.
El Año litúrgico está formado por distintos tiempos litúrgicos. Estos son tiempos en los que la
Iglesia nos invita a reflexionar y a vivir de acuerdo con alguno de los misterios de la vida de
Cristo. Comienza por el Adviento, luego viene la Navidad, Epifanía, Primer tiempo ordinario,
Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Tiempo Pascual, Pentecostés, Segundo tiempo ordinario y
termina con la fiesta de Cristo Rey.
Rojo significa el fuego del Espíritu Santo y el martirio. Se utiliza en las fiestas de los santos
mártires y en Pentecostés.
La Epifanía se celebra cada 6 de enero y nos recuerda la manifestación pública de Dios a todos
los hombres. Aquí concluye el Tiempo de Navidad.
La Cuaresma comienza con el miércoles de Ceniza y se prolonga durante los cuarenta días
anteriores al Triduo Pascual. Es tiempo de preparación para la Pascua o Paso del Señor. Es un
tiempo de oración, penitencia y ayuno. Es tiempo para la conversión del corazón.
El Tiempo de Pascua es tiempo de paz, alegría y esperanza. Dura cincuenta días, desde el
Domingo de Resurrección hasta Pentecostés, que es la celebración de la venida del Espíritu
Santo sobre los apóstoles. En esta fiesta se trata de abrir el corazón a los dones del Espíritu
Santo.
Después de Pentecostés sigue el Segundo tiempo ordinario del año litúrgico que termina con
la fiesta de Cristo Rey.
El eje del Año litúrgico es la Pascua. Los tiempos fuertes son el Adviento y la Cuaresma.
En los tiempos ordinarios, la Iglesia sigue construyendo el Reino de Cristo movida por el
Espíritu y alimentada por la Palabra: “El Espíritu hace de la Iglesia el cuerpo de Cristo, hoy ”.
El Año litúrgico se fija a partir del ciclo lunar, es decir, no se ciñe estrictamente al año
calendario. La fiesta más importante de los católicos, la Semana Santa, coincide con la fiesta de
la "pascua judía" o Pesaj, misma que se realiza cuando hay luna llena. Se cree que la noche que
el pueblo judío huyó de Egipto, había luna llena lo que les permitió prescindir de las lámparas
para que no les descubrieran los soldados del faraón.
La Iglesia fija su Año litúrgico a partir de la luna llena que se presenta entre el mes de marzo o
de abril. Por lo tanto, cuando Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos, respetando la
tradición judía de celebrar la pascua - el paso del pueblo escogido a través del Mar Rojo hacia la
tierra prometida - debía de haber sido una noche de luna llena. Hecho que se repite cada Jueves
Santo.
La Iglesia marca esa fecha como el centro del Año litúrgico y las demás fiestas que se relacionan
con esta fecha cambian de día de celebración una o dos semanas.
Las fiestas que cambian año con año, son las siguientes:
· Miércoles de Ceniza
· Semana Santa
· La Ascensión del Señor
· Pentecostés
· Fiesta de Cristo Rey
Ahora, hay fiestas litúrgicas que nunca cambian de fecha, como por ejemplo:
· Navidad
· Epifanía
· Candelaria
· Fiesta de San Pedro y San Pablo
· La Asunción de la Virgen
· Fiesta de todos los santos
AÑO DEL SEÑOR
CAMINO DE LA IGLESIA
“La celebración del año litúrgico posee una peculiar eficacia sacramental, ya que Cristo mismo
es el que en sus misterios, o en las memorias de los Santos, especialmente de su Madre,
continúa la obra de su inmensa misericordia, de tal modo que los cristianos no sólo
conmemoran y meditan los misterios de la Redención, sino que están en contacto y comunión
con ellos, y por ellos tienen vida.” (Ceremonial de los Obispos, n. 231).
Dentro del Año Litúrgico, celebramos cada domingo “El día del
Señor”, que es "fiesta primordial" y "el fundamento y el núcleo
de todo el año litúrgico":
“La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la Resurrección de
Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del
Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de
Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor
Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de
Jesucristo de entre los muertos» (I Pe., 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que
debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de
alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean
de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el
año litúrgico”
Asistir a Misa en domingo es ciertamente un deber, pero, ¡qué diferente sería si entendiéramos
y recordáramos que cada domingo celebramos la Pascua del Señor! Ojalá sea el amor y la
gratitud lo que nos mueva a asistir a Misa y no el sentirnos “obligados” a cumplir con nuestro
deber.
“El Año Litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale
muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación
(Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos
comunican las primicias del misterio de Pascua.”
“La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días
determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día
que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también, junto
con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año
desarrolla todo el misterio de cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión,
Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.”
“Período cíclico anual durante el cual la Iglesia celebra la historia de la salvación realizada en y
por Cristo y a la que distribuye en festividades y ciclos menores”.
“El año litúrgico –es la celebración continuada y progresiva de todo el plan de salvación, de
forma que es al mismo tiempo evolución de las obras admirables de Dios, culto filial al Padre
por medio del Hijo en el Espíritu, instrucción y santificación de la Iglesia; tramado que ofrece la
más amplia temática a toda forma de año litúrgico, sobre todo en los tiempos fuertes del
Adviento y Navidad, de la Cuaresma y de la Pascua, orientados a la celebración de la
manifestación de la manifestación del Señor y de su misterio pascual- Il rinovamento della
Catechesi, 116, roma 1070”
Algo interesante sobre el Año Litúrgico es que nunca es igual porque se va construyendo sobre
el anterior de manera nueva y renovada. Como nos dijo nuestro querido amigo, el Padre Luis
René Lozano:
“El año litúrgico si es un ciclo, pero un ciclo en espiral, o subes o bajas, no te puedes quedar
estacionado. El Adviento de este año 2011, nunca será igual al del 2010, estamos en otro
estado espiritual, o más cercano a la santidad o más bajo. Es como un gigantesco tornillo de
una perforadora celestial con el cual penetramos en el misterio de Cristo a lo largo del año”.
En alguna ocasión vi (Xhonané) un Calendario del Año Litúrgico en espiral que me llamó
mucho la atención, pues no entendí por qué lo habían hecho así. Ahora veo que el Año
Litúrgico es un calendario dinámico, no estático, pues cada año se va enriqueciendo y Dios nos
sigue hablando de manera personal y única a cada uno de nosotros.
3 - Tiempo Ordinario (color verde) – Tiempo para celebrar nuestra fe en la vida diaria en
relación con Jesucristo.
4 - Cuaresma (color morado) – Tiempo para prepararnos para el Triduo Pascual y el tiempo
de Pascua.
- - Triduo Pascual (colores rojo y blanco) – Tiempo para meditar en la pasión de Jesús y en
victoria sobre la muerte – este tiempo está entre el 4 y 5; son los tres días con sus vísperas que
preceden e incluyen al domingo de Pascua.
Blanco – “para el tiempo de Pascua y Navidad, para las fiestas del Señor, de María, de los
ángeles y de los santos no mártires”, también para la impartición del sacramento del Bautismo,
Comunión, Matrimonio y el Orden Sacerdotal. . Simboliza “luz, lo divino, gozo, pureza, gloria,
gracia”.
Rojo – “para el Domingo de Palmas, las fiestas del Espíritu Santo, de los apóstoles (excepto la
de San Juan el 27 de diciembre),… de los mártires y evangelistas”, Viernes Santo, y la fiesta de
la Santa Cruz. Simboliza “martirio, amor”.
Negro – “para las exequias y misas de difuntos”. Simboliza “luto”. Este se puede sustituir por el
morado.
Rosa – “para algunos domingos (Gaudete – tercero del Adviento; Laetare – cuarto de
Cuaresma) y algunas fiestas especiales de la Virgen María.”
Otros colores que se pueden llegar a utilizar son el dorado, “que sustituye a los demás, [a]
excepción del violeta”, aunque lo más común es que se utilice en lugar del blanco; y el color
azul “que se utilizó como color litúrgico en la Epifanía de los siglos XII y XIII” y que en 1864, “la
Santa Sede le concedió a las iglesias de España el privilegio de usarlo en la Fiesta de la
Inmaculada Concepción”.
El uso de estos colores es una ayuda visual magnífica que nos invita a entrar al misterio que se
está celebrando. Nosotros también podemos utilizar estos colores en la casa para ayudar a
nuestros hijos a “vivir” nuestra fe en familia. Más adelante explicaremos cómo se puede hacer
esto a través de un Calendario del Año Litúrgico en casa y del altar o mesita de oración en
casa.