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Monografía:

La validez del otorgamiento de personalidad


jurídica a animales no humanos en los sistemas de
derecho emergentes de la teoría jurídico-filosófica
del contrato social

Filosofía

Cómputo de palabras: 3991


Índice

- Introducción ………………………………………………………………..2

- Meditaciones de Jean-Jacques Rousseau ………....………………….……..4

- Meditaciones de Jeremy Bentham y Peter Singer…………………….….....6

- Meditaciones de Hans Kelsen ……....………………………………..….....10

- Conclusión …………………………………………………………….…....14

- Referencias …………………………………………………………….…...15

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Introducción

Según estadísticas publicadas por la Organización de las Naciones Unidas para la

Alimentación y Agricultura (FAO), cada año se consumen en todo el mundo más de 300

millones de toneladas de carne extraída de fauna terrestre y 250 millones de toneladas que

provienen de especies acuáticas (FAO, 2010). Tan solo en América del Norte, se utilizan más

de 100 millones de ratones, conejos, chimpancés y otros vertebrados como objetos de

experimentación para realizar pruebas farmacológicas, científicas y cosméticas, según el

Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, 2015). Producto de estas

actividades antropogénicas, mueren una gran cantidad de organismos con el propósito de

generar beneficio y placer a los seres humanos.

Las acciones previamente mencionadas ocurren bajo el consentimiento de la ley y, a pesar de

existir grupos disidentes de tales prácticas, la mayor parte de la sociedad consume productos

adquiridos mediante el uso de procesos de tal naturaleza (Leahy, 2010). Desde el periodo

neolítico marcado a partir del comienzo de la sedentarización, el hombre ha ejercido dominio

de los animales no humanos (en lo sucesivo denominados con el término "animales")

mediante la domesticación, la cría selecta y la ganadería (Encyclopædia Britannica, 2017). En

consecuencia, los sistemas de derecho -desde su concepción hasta su estado actual- han

permitido que esta relación de subordinación prevalezca y que la explotación animal continúe

vigente hasta la época contemporánea.

Para no divagar en temas tangentes, se validarán las premisas de que los animales son seres

sensibles que pueden experimentar dolor y que sus capacidades cognitivas e intelecto son

inferiores en complejidad a la de los seres humanos. Ambos hechos comprobados a través de

investigaciones neurocientíficas, destacando principalmente la Declaración de Conciencia de

Cambridge, publicada por británico Philip Low (2007).

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Pese a la recurrente explotación de la fauna, los paradigmas respecto al consumo de seres

animales han sido cuestionados múltiples veces a lo largo de la historia: desde las críticas del

fundador de la escuela utilitarista, Jeremy Bentham, quien afirmaba que los sistemas del

derecho inglés coadyuvaban a la cosificación de los animales (Bentham, 2010), hasta Peter

Singer, filósofo australiano partidario de las teorías de Bentham, quien sentó los fundamentos

del Movimiento por los derechos animales (también conocido como Movimiento de

liberación animal o Animal personhood movement, que, en sentido estricto, se traduciría

como “movimiento por la de personalidad jurídica de los animales”), suscitado en Estados

Unidos en la década de los 70´s que buscaba el otorgamiento de derechos a la población de

animales (Singer, 1975).

Dado que existe disenso acerca de la clasificación de los animales no humanos como posibles

sujetos de derecho, es menester hacer una evaluación filosófica respecto a los fundamentos

que subyacen a la concesión de personalidad jurídica a estos seres para tasar su validez y, de

esta manera, saber si dentro de los sistemas de derecho occidental moderno es jurídica y

filosóficamente factible que se les dote de derechos a organismos no humanos. Para tales

efectos, se partirá del análisis de la teoría del contrato social, pues esta fue la piedra angular

en la erección de los códigos de derecho de los Estados occidentales en virtud de que ayudó a

explicar la genealogía de los derechos y el funcionamiento de la ley. De esta manera, el

cuestionamiento eje de este ensayo será: ¿En qué medida es justificable el reconocimiento

de un animal no humano como sujeto de derecho a tenor de la teoría jurídico-filosófica

del contrato social?

A lo largo de este ensayo se intentará demostrar que, por causas de naturaleza lógico-

filosófica vinculadas con el funcionamiento de los sistemas jurídicos emergentes de la teoría

del contrato social, es jurídicamente injustificable que el Estado dote de derechos a las

poblaciones de animales. Para fundamentar dicha hipótesis y dar respuesta a la pregunta de

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investigación, se presentarán extractos de obras filosóficas de Jean-Jacques Rousseau y Hans

Kelsen, contrastados a su vez con argumentos comprendidos en los ensayos de Jeremy

Bentham y Peter Singer. Estos filósofos fueron elegidos ya que, a pesar de sus obras no

fueron coetáneas, encuentran un punto de convergencia en la teoría del derecho aplicada a los

animales y su análisis versa en sistemas legales emergentes de la misma teoría política: el

contrato social (Silvana de Rosa, 2012).

El término “sujeto de derecho” (también referido como “personalidad jurídica”) será

entendido como aquella entidad a la que el Estado confiere derechos y debe atenerse a un

sistema legal específico (Smith, 1928 p.1). Mientras que el adjetivo “jurídico-filosófico” será

utilizado para describir aquello que es relativo a la filosofía del derecho.

Meditaciones de Jean-Jacques Rousseau

Jean-Jacques Rousseau fue un filósofo francés del movimiento ilustrado que, junto con

Thomas Hobbes y John Locke, sentó las bases del contractualismo. Su teoría marcó un hito

respecto a la justificación que se tenía acerca de los derechos naturales y justificó el ejercicio

de poder del Estado con respecto a sus ciudadanos (Sevilla, 2011). Rousseau define “contrato

social” en su libro homónimo como aquel “acto de asociación donde cada individuo pone en

común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y cada

miembro es considerado como parte indivisible del todo … convirtiendo la persona particular

de cada contratante, en un cuerpo normal y colectivo” (Rousseau, 2011, p.270 ). Esto quiere

decir que, para vivir en un Estado civil, los humanos acuerdan voluntariamente un pacto

social tácito que les dota de algunos derechos a cambio de libertades que, de no existir el

Estado, tendrían dentro de su estado natural.

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Es importante mencionar que la consecuencia del contrato social es la civilidad, que es

producida a efecto del anhelo racional y voluntario que tienen los hombres de abandonar su

estado natural apetitivo. En palabras de Rousseau:

Este paso del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy
importante, sustituyendo en su conducta al instinto por la justicia y dando a sus acciones la
moralidad que les faltaba antes. Sólo entonces, cuando la voz del deber sucede al impulso
físico y el derecho del apetito, el hombre, que hasta entonces no había mirado más que a sí
mismo, se ve obligado a obrar con arreglo a otros principios y a consultar su razón antes de
escuchar sus inclinaciones. (Rousseau, 2011, p. 273)

Es claro que, dadas las condiciones en las que se suscita el contrato social, este debe ocurrir

en seres racionales que puedan conscientemente ceder sus libertades al Estado y,

posteriormente, obedecer a las normas impuestas por esta entidad normativa.

Dado que la capacidad limitada de pensamiento de los animales no humanas les impide

abandonar su libertad, entonces, es lógicamente injustificable que el Estado les dote de

derechos. Esto sucede ya que, por su condición instintiva, no pueden regirse por estándares

morales y, por consecuencia, son ajenos a cualquier estructura de ordenamiento civil.

Por otra parte, según asevera Rousseau, dada la naturaleza del pacto social, todo acto de

soberanía ejercido a través del poder del Estado debe ser emprendido en aras de favorecer a

los contratantes; por esta razón, las legislaciones de un país tienen como propósito el

beneficio de sus ciudadanos (Rousseau, 2011). Con base en esta premisa se puede explicar

que un Estado debe imponer normas que son benéficas para sus pobladores, a pesar de que

estas no son necesariamente benéficas para personas de otras nacionalidades, pues el Estado

solo tiene responsabilidad de proteger a aquellas personas que le hayan dotado de poder

renunciando a sus libertades. Por analogía, desde un ángulo contractualista, el Estado solo

debe de ver por el bien de los seres animales si este implica un beneficio para la comunidad

de contratistas. Y, debido a que la mayor parte de los abusos cometidos hacia los animales -

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como la ganadería y las investigaciones científicas- ocurren por voluntad de la sociedad, es

labor del Estado amparar estas prácticas, ignorando la crueldad con la que se realizan.

Meditaciones de Jeremy Bentham y Peter Singer

A pesar de la diferencia temporal entre ambos autores, el análisis de sus acervos se hace en

conjunto ya que ambos reflexionan guiados por una perspectiva de carácter utilitarista, cuyo

principio básico según la Enciclopedia de Filosofía de Stanford es que:

un acto es moralmente correcto si este maximiza el bien generalizado, es decir, si la cantidad


total de bien para todos los individuos menos la cantidad total de mal para todos los
individuos es equivalente a la mayor cantidad de felicidad neta que es posible generar por
cualquier acto disponible para el agente en tal ocasión. (Stanford, 2015)

En otras palabras, el utilitarismo propone que la moralidad de un acto puede ser determinada

si la cantidad de felicidad que este produce sobrepasa a la cantidad de sufrimiento en el

mayor número de individuos (Stanford, 2015).

Es importante resaltar que, a pesar de que la teoría jurídica y moral de Jeremy Bentham no

sean equivalentes en su totalidad, su ética utilitarista influyó fuertemente en su concepción

del derecho. Ambas teorías conjugadas fueron cristalizadas en su libro Introducción a los

principios de la moral y la legislación. Bentham fue de los mayores críticos de la teoría

ilustrada del pacto social dado que, según sus fundamentos, el Estado solo debía buscar el

beneficio de los ciudadanos -es decir: los contratantes- en vez de optar por el bien de todos

los individuos existentes (Postema, 1968). Para ampliar el entendimiento de su

razonamiento, es necesario ponderar que las consideraciones de Bentham comprenden a los

intereses de todo ser sensible sin excluir a los animales, pues, al poder experimentar felicidad

y sufrimiento, entran dentro de la ecuación de moral utilitarista. Bentham explica que no

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existe justificación válida para atormentar a los animales, mientras que, según él, existen

muchas razones morales que deberían propiciar que el hombre hiciera lo contrario (Bentham,

2010). En palabras de Bentham, que buscaba reducir la explotación de la fauna sensible,

“llegará un día en que los animales no humanos adquieran los derechos que la tiranía nunca

debió haberles negado” (2010, p.143).

En siglos anteriores, la mayoría de los teóricos disidentes de las ideas de Bentham atribuían la

posibilidad de contraer derechos a la inteligencia connatural del ser humano y, los animales al

no ser organismos desarrollados en ese sentido, no podrían ser garantes de derecho. En

contraste con estas ideologías, Bentham explicaba que no existe justificación válida que

respalde una diferencia sustantiva entre dotar de derechos a humanos y a animales, ya que, si

la inteligencia era el factor sine qua non para tener personalidad jurídica, entonces, seres

como los neonatos o las personas en estado vegetativo -que no poseen facultades

cognoscitivas al ser humano adulto promedio- tampoco serían poseedores de los mismos

(Bentham, 2010). Por otra parte, el asumir que la inteligencia es proporcional a la cantidad de

derechos que posee un individuo -como aseveraban teóricos contemporáneos a Bentham-,

implicaría implícitamente que los humanos con mayor inteligencia deberían contraer una

mayor cantidad de derechos. Manifestado en tono sarcástico en palabras de Thomas

Jefferson: “independientemente del grado de talento de un individuo, este no es una medida

de sus derechos; debido a que Isaac Newton era intelectualmente superior a los demás

hombres, él no era por lo tanto rey de la propiedad ajena” (Singer, 1975 p. 491).

Bentham logró desarrollar un sistema de derecho cuyo objetivo final era la felicidad de la

mayoría de los individuos sensibles. Por lo que su razonamiento versaba sobre la capacidad

que tenían las normas para evitar el dolor. Por consecuencia, para el padre del utilitarismo la

pregunta central que debería ser usada para evaluar la posibilidad de otorgar derechos a

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animales no es “¿pueden razonar?” o “¿pueden hablar?” sino “¿pueden sufrir?” (Bentham,

2010, p.144).

Las teorías de Bentham fueron secundadas por varios filósofos tiempo después, sin embargo,

el clímax de la ideología a favor de los derechos de los animales llegó en la última mitad del

siglo XX, en medio del movimiento de los bioderechos. Peter Singer ha sido hasta ahora el

filósofo utilitarista moderno con mayor aclamación académica. Sus mayores aportaciones a la

filosofía yacen en el desarrollo del denominado “principio de igualdad de intereses” y la

construcción del término que él mismo acuñó como “especismo” (Duignan, 2014).

Singer basó su argumentación haciendo analogías con movimientos de derechos civiles. Él

explica en su libro Liberación Animal que a lo largo de los anales de la historia se han

buscado justificaciones infundadas para mantener el dominio de una clase sobre otra (Singer,

1975). Por ejemplo, la superioridad física para justificar la subordinación del sexo masculino

sobre el femenino, o la hegemonía cultural de Europa occidental sobre las colonias en África

y América cimentados en una presunta supremacía racial. Singer expresa que autores de la

talla de Thomas Taylor criticaron a lo largo del siglo XVIII las aportaciones de Mary

Wollstonecraft en términos de equidad de género, que entonces era considerado un concepto

como absurdo. La isonomía -el principio la igualdad ante la ley- y la equidad ya eran factores

ampliamente valorados por la sociedad de la época de Singer (Singer, 1975); este filósofo

contemporáneo reputaba que estos principios deberían ser extendidos a los animales .

La extensión del principio básico de igualdad de un grupo a otro no implica que debemos
tratar a ambos grupos exactamente de la misma manera, u otorgar exactamente los mismos
derechos a ambos grupos. Si debemos hacerlo dependerá de la naturaleza de los miembros de
los dos grupos. El principio básico de igualdad no requiere un trato igual o idéntico; requiere
igual consideración. La igualdad de consideración para los diferentes seres puede conducir a
un trato diferenciado y a distintos derechos. (Singer, 1975, p. 436)

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La especiación se define como “un prejuicio o actitud de parcialidad a favor de los intereses

de los miembros de las propias especies y contra los miembros de otras especies” (Singer,

1975, p. 506). Estos estigmas se generan en virtud del sistema de valores antropocéntrico

propio a la cosmovisión occidental del medioambiente y se manifiestan en la manera en la

que el Estado codifica las normas.

Singer argumenta que los derechos deben ser distribuidos en función de las necesidades de

los individuos y no con base en la concesión de libertades hacia el Estado, como sería propio

de la teoría contractualista. Esto implicaría que los animales podrían tener derechos como el

derecho a la vida o a la integridad física, pero no tendrían -por razones lógicas- derecho a la

educación o al voto, pues estos están irremediablemente sujetos a conductas civiles.

El movimiento de la liberación animal de los años setentas fue el catalizador de varios

modelos reguladores de conducta humana que florecieron a causa de las ideas utilitaristas de

Singer. El principio de las 3Rs fue esbozado durante el auge de los movimientos de

bioderechos. Este planteaba tres primicias clave para la investigación ética en seres animales:

La búsqueda de alternativas de reemplazo y de reducción de sujetos animales en

experimentos, aunada con la refinación de métodos para realizar ensayos sobre ellos. Se hace

mención de las 3Rs, ya que estas fueron producto del movimiento de liberación animal

protagonizado por Singer y debido que estos principios cristalizan la visión pragmática que

dicho filósofo poseía respecto a la experimentación y el abuso de seres animales. Esta lógica

puede ser extrapolada a otras áreas como la agronomía y la pesquería, pues proponiendo que

se reduzca el número de animales explotados por su carne, sustituirlos por otros productos de

origen vegetal y hacer más sofisticadas las técnicas de sacrificio de animales de granja para

que este proceso sea menos doloroso, lo que conduciría a la reducción de sufrimiento.

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Meditaciones de Hans Kelsen

Si bien es cierto que Hans Kelsen, filósofo austrohúngaro, sentó las bases del iuspositivismo -

rama de derecho que busca construir sistemas jurídicos lógicos desvinculándolos con la

moralidad-, su teoría no se centraba en el análisis del derecho aplicado a animales no

humanos. Pese a esto, sus meditaciones cristalizadas en La teoría pura del derecho son

suficientes para esclarecer cuál era su visión respecto a la atribución de derechos a los seres

no humanos.

Entre las aportaciones más valiosas de Kelsen, se encuentra su análisis respecto a la

correspondencia recíproca entre el derecho y la obligación. Según Kelsen: “Solo dentro de un

orden normativo que exige determinadas conductas humanas, pueden estar permitidas

determinadas conductas humanas” (Kelsen, 2015, p. 30). Por lo tanto, la relación que vincula

a los derechos con las obligaciones es de naturaleza isomórfica (Brunsma y Smith, 2015). En

términos más simples, las libertades de un individuo solo pueden ser salvaguardadas si se

limita la facultad de otro de interferir con el goce de dichas libertades, generando así, un

derecho para el primero y una obligación para el segundo. Sin embargo, dentro de sistema de

derecho justo y equitativo, la relación entre ambos debería ser reversible, es decir: este

segundo individuo también debería poseer libertades que serían recíprocamente respetadas

por el primero. Esta biyección entre ambos elementos nos conduce a la conclusión de que, en

aras de conservar la validez del sistema de derecho, aquellos que portan derechos deben

igualmente poseer obligaciones inversas a las facultades que le fueron atribuidas (Kelsen,

2015). En palabras de Kelsen: “La función tanto del permitir queda ligada esencialmente con

la función de obligar” (1934, p. 29). Dicha relación recíproca constituye para Kelsen lo que él

denomina como “principio de retribución”.

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Dada la naturaleza de las obligaciones, estas deben estar vinculadas con sanciones

proporcionales que deben ser activadas en caso de desacato. Las sanciones deben producir en

el ser humano un impulso consciente que lo incite a no volver a cometer la violación por la

cual se le otorgó el castigo y que disuadan al resto de la población de incurrir en actos

delictivos (Kelsen, 2015). Con base en esta afirmación, es importante remarcar que la

conciencia es un factor vital para la aplicación de sanciones que permitan el buen

funcionamiento de un sistema de derecho que regule la conducta humana. Los animales, al no

poder experimentar este estímulo generado por las sanciones, es imposible que sean

portadores de obligaciones.

Según Kelsen, esta visión del derecho como un cuerpo regulador del comportamiento del

hombre corresponde únicamente a las sociedades civilizadas. Pues, en comunidades

primitivas, el derecho también era visto como fuente de reglamentación y jurisdicción para la

conducta de animales, plantas y objetos inanimados, los cuales eran juzgados por el orden

jurídico de los seres humanos sin diferenciación alguna (Kelsen, 2015).

El Tribunal Supremo de la Antigua Atenas, por ejemplo, llevaba a cabo juicios en contra de

objetos que habían sido usados para dar muerte a seres humanos (Encyclopædia Britannica,

2017). Asimismo, durante la Edad Media, los tribunales eclesiásticos sancionaban con pena

de muerte a animales que habían violado el derecho divino (Encyclopædia Britannica, 2007).

Incluso, a finales del año 2008, en la Chiapas, México -estado que, según el Instituto de

Investigaciones Jurídicas de la UNAM, sigue rigiéndose por un sistema de derecho primitivo

(IIJ-UNAM, s.f.)-, un burro fue encarcelado por morder y patear civiles (El Universal, 2008).

Si las sanciones previstas en los códigos penales no se dirigieran únicamente en contra de

seres humanos, el Estado estaría implicando que es posible exigir una conducta moral por

parte de los animales (Kelsen, 2015). Según Kelsen: “Este contenido normativo, absurdo para

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las concepciones actuales, debe retrotraerse a una representación animista, según la cual …

los animales y los objetos inanimados tienen un alma, y, por ende, no existe ninguna

diferencia esencial entre ellos y los seres humanos” (Kelsen, 2015, p. 46).

Hans Kelsen, al definir el derecho animista como absurdo para el derecho contemporáneo,

establece tácitamente que es ilógico que los animales sean poseedores de derechos, ya que

esta atribución sería violatoria del principio de retribución, que es un pilar fundamental en la

validez de un sistema de derecho. Sin embargo, esto no significa que estos seres carezcan de

protección de la ley o que la sociedad pueda abusar de los animales sin repercusiones legales.

Kelsen establece que:

Los órdenes jurídicos modernos sólo regulen la conducta de los hombres, y no la de los
animales, las plantas o la de los objetos inanimados, en cuanto dirigen sanciones sólo contra
ellos, pero no contra estos, no excluye que esos órdenes jurídicos prescriban una determinada
conducta humana no sólo en relación con seres humanos, sino también en relación con
animales, plantas y objetos inanimados. Así, el dar muerte a ciertos animales o los daños
edificios históricamente valiosos pueden estar penalmente prohibidos. Pero estas normas
jurídicas no regulan el comportamiento de los animales, plantas u objetos inanimados, sino el
comportamiento de los hombres contra los cuales se dirige la amenaza de castigo. (Kelsen,
2015, p. 45)

A tenor de esta cita, es válido aseverar que existe la obligación del ser humano de respetar a

los animales y no cometer acciones que les provoquen sufrimiento, sin embargo, el derecho

que corresponde a tal obligación no recae en los animales que son incapaces de ejercerlo. En

cambio, es un derecho colectivo que posee la sociedad a la protección de la diversidad

biológica y al respeto de la naturaleza a favor de su conservación. Según Kelsen, a pesar de

que la mayoría de los derechos y obligaciones tengan un alcance individual -como es el caso

de la relación establecida entre dos individuos al establecer un contrato de compraventa-

existen otros cuya trascendencia es colectiva (Kelsen, 2015). Hacer el servicio militar o

respetar la vía pública refieren a obligaciones individuales que están vinculadas a derechos

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colectivos, que serían el derecho a la seguridad y al libre tránsito respectivamente. De esta

manera, es lógicamente válido que exista la obligación de respetar a los animales, pues el

derecho cohesivo a esta puede ser ejercido colectivamente por la sociedad, siendo congruente

con el principio de retribución. Este presunto derecho que tienen las sociedades con la

protección de los animales, recursos naturales y otras entidades incapaces de ejercer derecho

existe porque el Estado como autoridad jurídica la considera valiosa para la comunidad

jurídica de los hombres que le dan legitimidad; las normas con respecto a estas entidades

pueden ser clasificadas como “normas sociales” (Kelsen, 2015).

No obstante, la obligación de no causar sufrimiento a los animales que corresponde al

derecho de la protección a la naturaleza solo se manifestaría cuando este sea conveniente para

los humanos, pues es su atribución como comunidad jurídica el ejercicio de tal derecho. Es

por esta clasificación antropocéntrica por lo que lastimar a algunos animales implica una

violación al derecho y otros que fueron criados para la ganadería o la experimentación sería

legal.

Conclusión

A través de este ensayo se han logrado exponer las meditaciones de distintos filósofos con

respecto a la condición jurídica de los animales no humanos en sistemas de derecho

contractualistas. Se demostraron mediante las proposiciones presentadas como pruebas a lo

largo del texto, que según los lineamientos que emergen de la erección de un sistema de

derecho contractualista, es jurídicamente inválido que los animales sean sujetos de derecho

por razones de carácter lógico-filosóficas. Sin embargo, se llegó a la conclusión de que el

derecho, como un sistema de regulación de conducta humana, tiene la capacidad de frenar la

explotación de la fauna doméstica y silvestre, siempre y cuando la sociedad jurídica de

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hombres esté de acuerdo con ofrecer dicha protección. De esta manera, las legislaciones en

esta materia se harán en función de los sistemas de valores ambientales de cada sociedad.

Es importante mencionar que este ensayo solo analizó la teoría del contrato social definida

por Rousseau, excluyendo algunas aportaciones a esta teoría por parte de filósofos como

Thomas Hobbes o John Locke. Por otra parte, el análisis de esta monografía solo es válido en

sistemas de derecho occidental, pues en otros sistemas jurídicos que son ajenos al contrato

social -como los sistemas religiosos o comunistas-, se llegarán a distintas conclusiones

porque la cosmovisión de estas culturas es distinta y, por tanto, difieren del sistema de

derecho occidental. Además, por fines de practicidad, cuando se hacían comparaciones entre

el intelecto y cognición de animales con humanos, no se incluían las personas con

discapacidades mentales o patologías similares que también pueden ser objeto de análisis

filosófico.

Este ensayo nos demuestra que, a pesar de que la humanidad haya cristalizado en el derecho

formas para vivir civilizadamente prácticamente desde su origen, existen zonas de

indeterminación que solo pueden ser llenadas a través del análisis de filosofía que rige este

derecho, y su reformación e implementación son vías para la construcción de una sociedad

más equitativa, justa y humana.

Referencias

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