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DESAPRENDER, UNA TAREA CRISTIANA URGENTE1

Víctor Codina, S.J. Universidad Católica Boliviana, Cochabamba, Bolivia.

Desde nuestra infancia estamos habituados a la necesidad de aprender: aprender a hablar, aprender a jugar, aprender
siempre nuevos conocimientos y materias en la escuela, el colegio y la universidad, aprender a nadar, a manejar carros, a
tocar instrumentos musicales, aprender a usar las nuevas técnicas de la computación, del internet y del mundo digital.

Hoy los grandes pedagogos insisten en que en una sociedad de profundos cambios no basta aprender conocimientos, sino
que hay que “aprender a aprender”.

También en la Iglesia estamos acostumbrados a la necesidad de aprender: aprender a rezar, aprender el catecismo para la
primera comunión, aprender los mandamientos y preceptos de la Iglesia, aprender a conocer la Biblia, aprender a conocer la
liturgia, a conocer la doctrina de la Iglesia, los dogmas, los concilios, la doctrina social, los documentos de la Iglesia
latinoamericana.

Todo esto es muy cierto y sin duda positivo. Entonces ¿por qué hablar de desaprender? ¿Acaso es una invitación a la
ignorancia, al oscurantismo, a la irracionalidad, al infantilismo? Sin duda es necesario aprender y “aprender a aprender”,
pero precisamente para que esto sea posible muchas veces hay que aprender también a desaprender.

CAMBIOS DE PARADIGMA

Para explicar esta aparente paradoja hay que afirmar que de ordinario lo que aprendemos se suma y añade a conocimientos
anteriores, nuestros conocimientos crecen de algún modo cuantitativamente, en continuidad homogénea con lo
anteriormente sabido. Pero a veces se experimenta una ruptura epistemológica con lo anteriormente aprendido, hay un
cambio de paradigma que nos obliga a abrirnos a algo cualitativamente nuevo, inesperado, que no se puede yuxtaponer a lo
anterior. Esto que sucede en momentos de grandes cambios culturales, acontece también dentro de la Iglesia. En este caso
hay que comenzar por desaprender lo hasta ahora aprendido y abrirse a la novedad y reaprender. Pero esto no resulta fácil.
.
La memoria es una facultad sin duda necesaria para poder vivir humana y dignamente. Sin ella no hay vida humana, ni
identidad personal, ni historia. La amnesia y el Alzheimer sin verdaderas lacras humanas con trágicas consecuencias. Pero
a veces la memoria nos juega malas pasadas, se enquista y endurece, nos impide avanzar, se constituye en juez absoluto
de la verdad, no permite que nos abramos a lo nuevo, tanto en los conocimientos humanos como sobre todo en la vida
cristiana. En la vida cristiana hay fijaciones tan fuertes de lo aprendido en el pasado como algo eterno e inmutable, que es
muy difícil avanzar sin antes desaprender. ¿No es ésta la explicación de los numerosos fundamentalismos,
conservadurismos, tradicionalismos y del mismo lefrebvrismo eclesial?

ALGUNOS EJEMPLOS CONCRETOS

Sin ninguna pretensión de exhaustividad, propongamos algunos ejemplos de ideas e imaginarios colectivos que hemos de
desaprender.

Hemos de desaprender la imagen de un Dios todopoderoso, juez terrible que nos vigila continuamente con su ojo policial y
que quiere encontrarnos in fraganti para castigarnos y enviarnos al infierno. Si no desaprendemos esta imagen de Dios no
podremos abrirnos al Dios de Jesús, Padre-Madre misericordioso y compasivo que quiere nuestra felicidad, y ha enviado su
Hijo Jesús no para condenar sino para salvar y dar vida, y que nos comunica su Espíritu para que vivamos una vida nueva
que nunca se acaba.

Hemos de desaprender la idea de que Jesús es un Dios disfrazado de hombre, una especie de turista divino que juega a ser
hombre, que lo sabe todo y que pasa por este mundo sin dejarse afectar por la miseria humana. Si no abandonamos esta
imagen no podremos conocer el misterio de Jesús de Nazaret, hombre como nosotros en todo menos en el pecado, que se
conmueve ante nuestras miserias, pasa por el mundo haciendo el bien, anuncia el Reino, acepta la muerte como
consecuencia de sus opciones por la justicia y la verdad y es resucitado. Jesús a través de su vida realmente humana nos
revela su misterio profundo: él es el Hijo que el Padre ha enviado a este mundo para que, por el don del Espíritu, podamos
vivir la filiación divina y la fraternidad humana, para que tengamos vida en abundancia.

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Hemos de desaprender urgentemente la idea de que la Iglesia se identifica con el Papa, cardenales, obispos y sacerdotes y
recuperar la idea de una Iglesia pueblo de Dios, formada por todos los bautizados, que tenemos el don del Espíritu y donde
todos somos miembros activos y responsables de la comunidad eclesial, en la cual cada uno aporta sus dones y carismas,
jerárquicos y no jerárquicos.

Hemos de desaprender la idea de que fuera de la Iglesia no hay salvación y abrirnos a la voluntad salvífica de Dios que es
universal y por medio de su Espíritu hace llegar la gracia de Cristo a todos por caminos para nosotros misteriosos y hemos
de aprender a dialogar y enriquecernos con todas las religiones de la humanidad, que son fruto del Espíritu.

Hemos de desaprender la idea de que María es el centro de la vida cristiana, la madre buena que nos protege y defiende
frente a un Dios terrible y justiciero, y hemos de recuperar la verdadera imagen de María de Nazaret, madre de Jesús y
madre nuestra, mujer del pueblo y profética que nos encamina hacia Jesús, único mediador entre Dios y la humanidad y nos
pide que hagamos lo que él nos diga, como ella sugirió a los sirvientes de Caná.

Hemos de desaprender la idea de que los sacramentos son fuentes mágicas de gracia y recuperar la idea de que son
sacramentos de la fe, que sólo tienen sentido desde la fe de la Iglesia, se iluminan a la luz de la Palabra y exigen de
nosotros una respuesta personal y comunitaria.

Hemos de desaprender la idea de que los niños muertos sin bautismo sufren, producen castigos o que van al limbo y
abrirnos a una visión cristiana más evangélica y seria que cree que el Padre de bondad y misericordia acoge en su seno a
todos los niños que han muerto sin culpa personal y los introduce en su Reino.

Hemos de desaprender la idea de que ser cristiano consiste ante todo en creer unas verdades y practicar unos
mandamientos y recuperar la idea de que sólo se comienza a ser cristiano por un encuentro personal con el Señor, que
cambia nuestra vida y nos lleva a seguir a Jesús, pues sin este encuentro personal ni los dogmas ni las normas se
sostienen.

Hemos de desaprender la idea de que el sexto mandamientos es el centro de la vida cristiana y que todo pecado deliberado
en materia sexual es pecado mortal, y abrirnos a una visión más plena de la vida cristiana que debe estar centrada en el
amor a Dios y los demás, en la justicia, el respeto y la solidaridad, desde cuyo horizonte hay que situar a toda la vida
cristiana, incluida la sexualidad.

Hemos de desaprender la idea de que el hombre puede explotar impunemente creación y en cambio recuperar la idea
bíblica de que hemos de respetar la tierra y la naturaleza, no abusar egoísticamente de ella para lucro de unos pocos, sino
apreciarla como don de Dios que ha de servir para el bien de todas las generaciones.

Hemos desaprender el imaginario de que el purgatorio es un infierno abreviado donde las almas sufren el castigo del fuego
y creer que nuestro encuentro con el Señor en la muerte es un abrazo amoroso que al mismo tiempo nos purifica de todas
las adherencias al pecado.

La lista de temas que hemos de desaprender podría alargarse mucho más, incluir aspectos referentes a la exégesis bíblica,
a la moral, espiritualidad, escatología, teología del Espíritu, de teología trinitaria, noción de la Providencia etc. Bastan estos
ejemplos para mostrar lo importante, necesario y urgente que es aprender a desaprender.

NO EXTINGAMOS EL ESPÍRITU

El motivo último de todo ello es no sólo humanístico sino teológico: si el Espíritu del Señor es el que nos conduce cada vez a
una verdad más plena (Jn 16,13), no podemos encerrarnos en un pasado ya superado sino abrirnos a la novedad del
Espíritu y discernir los signos de los tiempos. Pero para ello hemos de comenzar por “aprender a desaprender” muchas
cosas. Así podremos reaprender la novedad del Espíritu.

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