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-Zeus, voy a comer esa manzana, la que vos no querés que coma, y si te enojás, jodete, ya fue.
- No seas boluda Casandra, no la comás, haceme caso... Yo también qué pelotudo fui al decirte que
no la comas, no te hubiera dicho nada, la puta madre... Má sí, hacé lo que quieras, porfiada.
- ¡Pero tanto lío por una manzanita de mierda, ni que fuera la verga de Pan!, dale Zeus, aflojá y no te
pongas panicoso.
- Vos sabés que no es sólo una manzanita de mierda, ya sé que te dijeron por ahí que si la comés
"vas a conocer todos los arcanos del universo, vas a ser el farol que ilumine esta noche eterna, esta
oscuridad sin límites, y escaparás de este aburrido lugar", ¿o no fue eso lo que te dijeron?
- ¿Ehhh?, Naaaa, dejá de flashear por favorrr
- Gila, ¿vos te creés que yo me chupo el dedo? Dale, dale, comela bataclana, atrevete, pero no vas a
conocer nada nuevo, no hay nada que conocer, sólo vas a ganar mucho mucho sufrimiento, para vos
y tu descendencia, un sufrimiento que yo me encargo de esconder bajo la alfombra celestial, vos lo
vas a desparramar en toda tu inmunda materialidad.
- ¡¡¡Aaayyyy qué miedooo!!! ¿Sabés una cosa? No te creo nada. Cuando la coma, conoceré las causas
de todas las cosas, de las que existen, de las que no, y de las que existirán, y voy a cagarte matón de
cuarta.
- Las cosas no tienen causa, no hay causas pavota, te falta mucha sopa a vos.
- ¿Cómo que no? Todo tiene una causa en el universo, si vos controlás todo eso, qué me chamuyás…
- No te chamuyo... Yo, a ver, vendría a ser como un CEO del universo, yo gerencio lo que el Azar
dispone.
- ¿El Azar? Jajaja, ¿me querés disuadir de que coma la manzana con semejante boludez? Te está
pegando mal amigo Zeus. Todo tiene una causa, mi vida, la tuya, TODO
- Ni tu vida ni la mía ni nada tiene una causa, ni una misión, ni un destino, ni una finalidad, naciste
porque naciste y te vas a morir porque te vas a morir, como todos, como TODO
- Apapapapapapapa, ahí caíste, ahí te agarré, ¿vos te escuchaste? Si nací porque nací, ok, pero si me
muero porque me muero, noooo, me muero porque nací, CAUSA-CONSECUENCIA GIL
- Nacer y morir es lo mismo nena, no son causa-consecuencia, es el fondo y la superficie del mismo
río, naciste de pedo, naciste porque sí, naciste porque gerencié tu nacimiento, dispuesto libremente
en la infinidad de variables que maneja mi amo Azar, y te vas a morir cuando me plazca gerenciarlo,
según las bolillas que salgan. En fin, comé la manzanita, me da igual ya, me aburrí, me voy a cortar
las uñas.
- Ok ok, pero esperá, ¿no tenés un rallador para la manzanita?... Me gusta rallada, me cae menos
pesada ¿viste?
a Casandra le gustaría
ahora que es vegetariana y está en paz con el amor
ahora que hace lo que quiere y su trabajo le cae bien
ahora que su mente está despejada
EL GORDO GONZALO
SIN DEFENSAS
1994
era tan hermosa
joven y hermosa
yo tenía 9 años
han pasado casi veinte años
se mantiene bien
pero se le nota tanto tanto el paso del tiempo
sólo 20 años
casi
y parece tanto
a mí me parecían nada
pero no
son tanto
y me quedé con eso
de que la gente que es feliz hace lo que le gusta
¿o será que la gente que hace lo que le gusta es feliz?
¿cuántos son los que pueden hacer lo que les gusta?
¿cuántos son los infelices?
la alegría se acaba
pero la tristeza nao tem fin
olvido el tiempo
recuerdo el espacio
infinitos
y la veo así,
con el devenir o transcurrir del tiempo
lineal
circular,
da igual,
hecho carne con arrugas y papada y tristeza en su rostro
y me dije
algo tengo que hacer
una decisión que me lleve a lo auténtico
la libertad
no quiero
no quiero seguir en lo conveniente
no quiero hundirme en el tiempo y que me encuentre
después de casi veinte años
tan viejo
y tan infeliz
2018a
Por qué será que las personas que esperan en las terminales de micros de pueblos o
ciudades medianas del interior, tienen la mirada vacía, triste, perdida?
Con sus ropas maltrechas, sucias, hediondas, remendadas, fuera de moda, esperan,
mirando a la nada.
Los micros llenos de polvo, ruidosos y apestando a nafta, van y vienen, entran y salen,
con un desprecio infinito.
Impersonales, indiferentes.
PARQUE
el viejo dios ha muerto
yo lo he matado
no me afligió su sangre derramada
los ingenuos adoradores están tristes
y en su desesperación
me eligen a mí como nuevo dios
pero no soy fácil de seducir
y me voy en mi bote río arriba
cuando el sol amanece
entre la niebla
y los insectos
luego llego al bosque de eucaliptos
y te veo a lo lejos
como un voyeur distraído
estás tan sola
caminado entre esos árboles
tus caderas se mueven con la cadencia de la brisa
y los cachetes de tu cola juegan al subibaja
los pechos inquietos que van y vienen
no hay tregua para este triste soldado
¿dónde fue toda la tropa?
¿dónde están los generales?
todos murieron en combate
estamos sólo vos y yo
y vos estás cada vez más lejos
el cielo plomizo amenaza tormenta
los eucaliptos se agigantan
sus ramas quieren beber la lluvia
que pronto va a venir
y vos estás cada vez más lejos
ya casi ni te veo
me apresuro
entro al bosque
estoy en el camino
con los eucaliptos
ya no te veo
vos te fuiste muy lejos
y empieza a llover
2018b
Trata de desenredar el auricular de su iPhone. Sus uñas rojas contrastan fríamente con
sus manos pálidas. Se le complica el asunto. No puede. Sus dedos flacos tiemblan. Grita
desencajada. Tira con sus dos manos hacia los costados velozmente y rompe el cable del
auricular con un odio feroz. Se da vuelta. Me mira con ojos desorbitados. Vuelve a gritar,
un chirrido espantoso. De un impresionante codazo rompe el vidrio de la ventanilla. El
sucio tapizado azul del asiento se llena de sangre. Agarra un pedazo de vidrio y lo aprieta
en su mano. Amenaza con clavármelo. Lo agita haciendo ademanes con poco estilo,
revoleando gotas de sangre en el aire espeso. Finalmente, mira hacia adelante, y se
hunde el vidrio de punta a punta de la garganta. Cae pesadamente sobre su asiento. Se
dibuja sobre el tapizado gris del respaldo del asiento de adelante una mancha roja de
Rorschach.
luego
eso sí
TANGENCIALMENTE
LUGARES
en la estación Constitución
en Plaza Miserere
en Soldati
y en demasiados lugares
los pibes del paco
del jalo
y las pibitas de calle
y pasta
me hacen pensar
que no hay Patria
mucho menos Alma
RECORRIDA EMOCIONAL
IMPRESIÓN
MEDIODÍA
Algunos le decían "ya no escribe", "se casó", "no tiene tiempo". Él se reía y no
contestaba.
Mientras veía al mozo arrastrando sus pies con la mirada perdida ir y venir
echando Raid a las moscas, como un títere desarticulado, bebía su cerveza que de a
poco iba entibiándose, y se acordaba de aquellos que lo criticaban porque "ya no
escribía".
Los árboles que miraba desde la vidriera sucia del bar estaban agitados por el
viento, regocijándose con el clima primaveral, bañándose de sol y energía,
creciendo sin parar, extendiendo sus ramas cada vez más hacia el aburrido infinito,
y enterrando viciosamente sus raíces en la oscura profundidad del suelo. Ellos sí
que la pasaban de puta madre.
Ojeó al impiadoso reloj, ese maldito e impune asesino serial.
Ya era la hora de ir a trabajar.
Pero decidió no ir.
Pidió otra cerveza, se despatarró, la silla desvencijada crujió de dolor. La radio
pasaba un tema de Floyd.
Y su mirada se hundió en el triste mozo que iba y venía, sin recibir una puta
propina.
CASANDRA, DIONISO
NOTA DEL AUTOR: A PARTIR DE ACÁ EL EDITOR NO CORRIGIÓ MÁS PORQUE NO LLEGUÉ A
PAGARLE LA SEGUNDA PARTE DE SUS ONEROSOS HONORARIOS (ME GUSTA LA CACOFONÍA).
SEPAN DISCULPAR. GRACIAS.
Un tipo común
De pelo castaño claro, muy corto, se lo peinaba haciéndose una casi imperceptible
raya al costado. Siempre tenía las uñas limpias y cortadas al ras de la piel. Los
dientes alineados prolijamente, grandes, brillantes. La piel rosada carecía de
arrugas, aunque él ya contaba con 49 años. Estaba casado hacía 24 años, y tenía
cuatro hijos, dos niños y dos adolescentes. Todas las mañanas, antes de abrir su
negocio, iba a misa. Escuchaba con devoción, sentado en los últimos bancos. Se
dedicaba a la venta de muebles finos y artículos para decoración de ambientes.
Una mañana estaba acomodando algunas cajas cerca de la puerta de entrada de su
local. Era casi mediodía y ya estaba por cerrar. No había gente dentro. El sol estival
arreciaba las veredas, cuando de repente entró una persona de gorra roja con visera
y ropa deportiva. Ágilmente, se subió la remera cubriéndose parte de la cara, sacó
un 38 Special, y se lo apuntó al pecho.
-¡Dame la plata hijo de puta, dale dale o te quemo!, gritó mientras castañeaba los
dientes, con ojos negros encendidos de ardor.
Nunca le habían robado. Estaba desconcertado. Se puso pálido, arqueó las cejas y
abrió los ojos como el dos de oro, sus pupilas se agigantaron en ese mar caribeño
que era su iris, sintió como su corazón aceleró sus latidos, un sudor frío le corrió
por la espalda, erizándole sus vellos rubios, poniéndole la piel de gallina. Transpiró.
Su esfínter anal se dilató a punto tal de casi dejar verter sus deposiciones en los
Calvin Klein que usaba (y cambiaba todos los días), pero se contuvo.
-¡Dale que esperás, qué te quedás así como un pelotudo, dame la teca la concha de
tu madre, dale!
Sin estar muy conciente de lo que hacía, realizó un movimiento como para
desplazarse hacia la caja en busca del dinero, pero al instante, en un pestañeo, se
volvió sobre sus pasos, y dijo:
-No te doy nada.
Un odio frío brillaba en sus ojos.
Simultáneamente, en esa secuencia eterna y fugaz de segundos, tiró una patada al
brazo que sujetaba el revólver. El tipo de gorra roja, presumiblemente de profesión
ladrón, no esperaba esta reacción. La patada impactó en su brazo, pero no largó el
fierro. Lo desestabilizó. Forcejearon. Su víctima logró torcerle el brazo. Hubo un
disparo. El olor a pólvora perfumó el aire. Y la sangre empezó a chorrear sobre el
piso tan bien lustrado horas antes por la empleada de maestranza. Los dos cayeron.
El dueño del negocio se levantó en cámara lenta, mirando fijo el cuerpo tendido del
señor amigo de lo ajeno. Había quedado de costado, y brotaba sangre oscura de su
nariz y boca.
Minutos más tarde, sirenas. Y policías, médicos, fotógrafos, periodistas,
camarógrafos. Y gente. Los vecinos y transeúntes del lugar declaraban ante los
medios locales, acerca del comerciante, “Es una persona intachable”, “Un señor
muy serio, muy educado, parece tan tranquilo”, “Lo conozco hace 15 años, un padre
de familia ejemplar”. El caso repercutió de tal manera en la ciudad que los medios
nacionales se hicieron eco. Los periodistas de policiales no hablaban de otro tema.
El asunto había llegado a las conversaciones en las mesas de las cenas familiares
del país. El hombre había declarado ante la Justicia “Actué en defensa propia.
Estoy cansado de que nos humillen. De que pisoteen nuestros derechos. Porque
parece que sólo ellos tienen derechos. Para qué queremos vivas a estas personas,
por qué las tenemos que alimentar en las cárceles con lo que pagamos de
impuestos, nosotros, los que contribuimos para que nuestra Nación crezca.
Después salen en un año y nos vuelven a robar, a matar, a violar. Así que Señor
Juez, con todo respeto, era él o yo. Actué en defensa propia. Y por mi familia. Por
los ciudadanos que respetan la Ley como yo. Y por mi Patria”. Los medios
televisivos, gráficos, radiales, de la web, no cesaban de reproducir esta declaración,
entre otras. Pero esta en particular se había convertido como en un manifiesto. Los
abogados mediáticos mejor cotizados del país se peleaban por defenderlo. Le
ofrecían sus servicios. No obstante, el comerciante mantenía como defensor a su
abogado de toda la vida. De a poco fue cayendo en lo que estaba pasando. Él
siempre había sido un hombre de bajo perfil. Un tipo común. Pero por lo que le
había sucedido, y por decir lo que pensaba, estaba ahora en las tapas de todos los
matutinos.
Lo condenaron a cumplir tareas comunitarias por tres años, entre algunas otras
restricciones y embargos. Sin proponérselo, se convirtió en opinólogo de algunos
medios, que habían puesto los ojos en él, y se relamían por más declaraciones de
este hombre común y corriente. “No estoy de acuerdo con la homosexualidad. Me
parece una desviación, una enfermedad que atenta contra la familia bien
constituida”, “Habría que restringir el ingreso de inmigrantes de los países
limítrofes. Sólo los que aporten algo valioso al país tendrían que ser admitidos,
porque los que vienen, en el mejor de los casos, trabajan por poca plata, y les quitan
las posibilidades laborales a muchos compatriotas”, “Los subsidios que se les dan a
las clases bajas no fomentan la cultura del trabajo en ellas, y esta querida Nación va
a crecer y desarrollarse si todos trabajamos y producimos, cada cual desde el lugar
que le toque”, “Yo consideraría para algunos casos la pena de muerte”, “El aborto es
un crimen aberrante. No entiendo como hay gente que pretende legalizarlo.
Quieren legalizar la muerte”, “Me duele tanto ver cómo personajes siniestros de mi
querida Patria pretenden despenalizar las drogas. Las drogas matan. Pareciera que
vivimos en una cultura que promueve la muerte. Luchemos por la vida de nuestros
jóvenes”, “Es indispensable que vuelva a funcionar el Servicio Militar Obligatorio.
Así los jóvenes de nuestra Nación se forman en la disciplina, el respeto por la
autoridad y los buenos valores”, “Los principios de la religión católica apostólica
romana tendrían que tener un lugar preponderante en la currícula educativa
nacional”, “La corrupción de la dirigencia política actual es un terrible flagelo que
nos hace descreer de la herramienta fundamental que tenemos como Pueblo para
actuar y transformar la realidad: la Política”, “Acá la inseguridad se termina de una
sola manera: con mano dura. Con leyes rigurosas, observando que se cumplan, y
dándole el poder necesario a todas las fuerzas de seguridad de las que dispone la
Patria”. Estas y otras afirmaciones propagaba por los programas mediáticos que lo
invitaban a opinar, siempre con rostro adusto, el comerciante de misa diaria que un
día ajustició por mano propia a un delincuente que, como después se supo, era un
ciudadano argentino, caucásico, desocupado, padre de cuatro hijos, ex empleado de
la fábrica textil de la ciudad, que había cerrado después de la Gran Crisis. Sufría de
depresión, se había separado de su esposa después de 15 años de matrimonio y
consumía estupefacientes desde hacía poco tiempo, luego de entablar relaciones
con otro ex empleado de la fábrica devenido en narcotraficante de poca monta.
Al igual que algunas corporaciones mediáticas, el Partido también se había fijado
en el comerciante, este hombre sencillo, que hablaba guiado por Dios y por su
sentido común. Lo midieron. Le propusieron ser intendente de su ciudad. Todo el
Aparato Partidario estaba a su disposición. En una campaña meteórica, logró
imponerse frente a su adversario, un conocido artista y conductor televisivo de su
ciudad con también nula experiencia política, por el 65% de los votos. Señoras
gordas con grandes vestidos, uñas hechas y cabellos teñidos color platinado, salían
a la vereda a festejar, gritando con voz chirriona. Las relucientes 4x4 tocaban
bocina por las calles céntricas, brillando pálidamente con la luz de la luna.
Hombres sombríos con trajes gastados y camisas transpiradas hablaban
frenéticamente por celulares, exultantes. Los militantes y adherentes del Partido
bajaron al comerciante en el local partidario, después de llevarlo en andas por la
arteria principal; su familia lo esperaba. Todos estaban eufóricos. Descorcharon
champagne y espumantes. El comerciante, ahora intendente de su ciudad, saludó
a su gente con una sonrisa tensa. Le sirvieron champagne en un vasito de plástico
para brindar por el aplastante triunfo. Y por esa fiesta de la democracia que son las
elecciones. Lo agradeció, pero lo dejó a un costado. Y mirando a la multitud desde
lo alto de la tarima, con los ojos brillando de odio frío, brindó con Coca Cola.
comprensión
Cena.
Noticero.
La abuela: -¡¡miraaá, detuvieron a unos chorros con un camión repleto de armas de
fuego!!
El nieto: -¡¡qué lindo llegar a tu edad y sorprenderte con tan poco abuela!!
La abuela: - y sí hijo…
El nieto: - vos sí que descubriste el secreto…
Todos los libros de gurúes orientales new ages y de Claudito María Domínguez que
había leído,
todos los sahumerios de incienso que perfumaban sus días y noches,
todo el feng shui que armonizaba los objetos de su casa,
todas sus comidas macrobióticas y vegetarianas,
todas sus clases de yoga Iyengar,
todas las meditaciones y respiraciones que elevaban su conciencia hasta el Ser,
todos las predicciones de Horangel y Ludovica que guiaban sabiamente su vida,
todos sus retiros espirituales y encuentros cercanos de tercer tipo en Capilla del
Monte,
toda su sonrisa brillante y su optimismo y buena onda constante,
todo su amor ardiente inclaudicable e incesante hacia la Humanidad,
y toda la esperanza sempiterna que tenía de vivir algún día el verdadero Amor,
no obstaron para que ella,
una tarde de verano
de abrasador calor,
curtiera fogosamente con él
un mendocino fanático del Tomba
eximio catador de tintos de todo tipo,
gourmet de las mejores morcillas dulces
y de las otras,
excelente ejemplar de morocho buen mozo sudaca,
que conocía de comprarle ristras de ajo contra la mala suerte
en la carnicería que atiende a la vuelta de su casa.
las mejores piernas del instituto
Pero crecí
me enseñaron a olvidar
es tarde
en aquel tiempo, tras haberse celebrado la duodécima fiesta del destierro de los
ciegos, casandra tuvo quizás la más bella de sus visiones.
era una visión seductora, sugerente, que se fue develando muy sutil entre varios
sueños febriles.
esta vez, la visión no se mostró desnuda, despojada de sorpresas, tal cual iba a
suceder. sólo le dio a entender algo. por eso la entusiasmó. y sintió la necesidad
encantadora de interpretarla, de des-cubrirla. aunq el riesgo fuera alto. y la
decepción eterna.
y casandra, acostumbrada a conocer con exactitud el porvenir mediante sus
visiones, bautizó cariñosamente a esta visión como la visión de los misterios.
casandra estaba enamorada del dios misterio. era el único ser entre los mortales e
inmortales que la excitaba violentamente. casandra sentía q lo conocía, pero en
realidad no era así, nadie lo conocía al señor misterio. se revelaba a los demás
mediante sensaciones. algunos lo sentían más, otros menos. ella sintió q con esta
visión, el dios al q tanto amaba, le estaba hablando de manera personal. íntima.
casandra estaba tan aburrida de sus visiones, y de lo que vendrá, que el dios
misterio, y esta nueva visión especial q le decía algo sin decirle, la visión de los
misterios, eran las únicas esperanzas y motivos por los cuales seguía viviendo entre
los mortales.
entonces casandra comprendió que le habían dado el ovillo para salir del laberinto.
y vio los cabos sueltos de todas sus noches y todos sus días.
¿con qué propósito se le reveló todo esto?
¿cómo tenía q hacer lo q tenía q hacer? se preguntaba casandra amargamente.
vio las señales. dejó q el tiempo pasara, tal vez ayudaría.
pero no pudo salir del laberinto.
tampoco pudo atar los cabos sueltos.
al final (tarde) entendí todo
Palideció el día
esos destellos que hacían florecer el brillo
la luz de los que creen,
se nublaron al primer silencio
o
mejor dicho
a las primeras palabras –tan nunca oídas, hijas bastardas del silencio, tan llenas
de-
esas que dijiste
cuando te desgarraste de dolor
desgarrando también
lo poco sano que había en mí
de humano –de algo-
No importa
pasará
rasguña mi espalda
eso que respiro.
menos mal,
a veces me acuerdo
que soy carne muerta entre carnes muertas
que seré y serán nada
que pronto mis creencias y sus creencias
se pondrán a prueba
Sabores de Whitman
voy a plantar y a leer y a jugar
voy a saltar, reír, amar
entre el brillo y el calor de mis soles
entre las sombras
de mis lapachos, sauces y álamos
entre laureles y limoneros.
CINEMA
La luz mortecina del bar lo hacía ver a él
enfermo
y en ella se hacían fantasmales
las ojeras
hablaban sosegadamente
con tristeza contagiosa
y parecía que cada palabra que pronunciaban
espesaba más el aire humoso
y a mí me parecía que
en esa pequeña mesa
con sólo un cenicero repleto
el muchacho se empequeñecía en el taburete
o el taburete se agigantaba
El canto
canto del ocaso
Los ojos
ojos llenos de miedo
Y las sombras
sombras que reflejan
los ecos que nadie escucha, las voces de lo oculto
Entre el pálido verdor de los sauces
suspiraste
con nostalgia de viajera
luego rasguñaste tu cara
y ya no supiste ser
agitada entre imágenes de lo Otro
El cuerpo muerto del poema
se medicamentó tan bien
volviéndose palomas en tus aires
dando amor y lujuria a mis sentidos
Entre sueños balbuceaste
“Las flores de Ana, junto al tanque del campo, inundaban con pasión de lluvias
las escuelas del viejo almacén”
Ilusión de tender la mano y rezar
Es la vida que nos llama
Es abrir el amanecer
a tus ojos
y a los míos
Memorias del cementerio
había más
no recuerdo, o mejor dicho
no lo puedo hacer cuerpo de estas líneas
tan estériles
como esa tierra con olor a
“el que no abona en término, al osario general”
No!!!
Pero todas esas máscaras? Y todas esas guirnaldas?
Sonrisas pletóricas de subnormales en las gentes!!!
amarga leche
de los polvos sin amor
la paja lábil
el cielo vacío
sentido vacío
las vírgenes cagándose de risa
y el mulato Porres
de vuelta mi guardián
mi semen negro
para tus labios comecarne
para tu mirada lasciva
para tu lujuria malpaga
para tus venas secas
lleno de inhumanidad
lleno de furia
lleno de aullidos bestiales
mi semen negro
mi maldad erótica
para tu oficio ficcional
para tu asco desamparado
para tu deseo de amor
Lo peor está por venir (o ya vendrán tiempos peores)
Tardamos en esperar que viniera el colectivo sólo 5 minutos. Por ser domingo por
la tarde, en La Matanza profunda, esperamos poquísimo. Una espera promedio
domingos y feriados es de 30 minutos y más quizá. Pero el tiempo es un niño que
juega a los dados, y ese día el cubilete del azar nos regaló un buen tiro. Es como
decía mi amigo Rafa cuando jugábamos al fútbol en Educación Física, en el
secundario, y le caían todos los rebotes ¿Viste? ¡La pelota va al Jugador papá!
Subimos al bondi. Venía hasta las tetas. Raro también que pase esto un domingo
después del mediodía. Pensé que sería debido a que se terminaba el finde largo, y la
gente quería regresar temprano a sus hogares o vaya a saber a dónde, evitando las
congestiones de última hora, produciendo, en definitiva, congestiones de primera
hora.
El calor sofocante y polizonte de ese otoño, aumentó y se compactó en esa lata de
sardinas con ruedas, condensándose, haciéndose transpiración en los sobacos, tufo
a patas, humedad de cola.
Toda esa gente, todas esas caras, pálidas, negras, coloradas, marrones, amarillas,
todos esos ojos y esas bocas y esas narices y orejas, y todos esos cuerpos, flacos,
gordos, débiles, enfermos, robustos, vigorosos, enclenques, fofos, fétidos,
hediondos, lujuriosos, fatales, todas esas criaturas, las miré de reojo, y no sé por
qué extraña razón me hermané con ellas en ese segundo abismal en que me acordé
que esa gente y yo teníamos un destino común, una parada antes, una parada
después, todos íbamos hacia el mismo lugar.
Cada treinta metros el colectivo paraba, y subían más y más bípedos, hasta que
llegó un momento en que no paró en ninguna garita más. Ya no entraba un alfiler.
Le dije a mi mujer que en 20 km nos podríamos sentar. Que a esa altura se habrían
bajado una gran cantidad de pasajeros. Sabía el trayecto de memoria, aunque hacía
un largo tiempo que no lo transitaba. No lo creo, dijo ella, mientras apretaba con
fuerza su bolso entre las piernas.
Las personas que esperaban en las paradas, y que viendo el colectivo acercarse
hacían señas para que pare, gesticulaban y puteaban de lo lindo cuando el bondi
seguía de largo. Yo las miraba desde la ventanilla con desdén. Mi mujer observaba
sin descuido su bolso. Y el colectivero, exhalando bronca y nerviosismo, les
retrucaba ¡Pero váyanse a cagar boludos, no ven que no entra más nadie!
Observé con atención a una señora gorda, de pelo largo, desprolijo y sucio, de
apariencia gitana, que tenía colgando del cuello los bracitos de una nenita.
Esperaba en vano y con cara de culo que le cedieran un asiento. De los tres
primeros, destinados a discapacitados y embarazadas y madres con nenes
pequeños, dos estaban ocupados por un nene y una nena, y el individual por una
chica joven con un nene a upa. Mirá, dice mi mujer, ¿viste que cuando sos chico, y
no tanto, te pasan la ropa tus hermanos o parientes? ¡Mirá los pies del nene!, y al
fijarme, el pibito tenía unas zapatillas rosadas, con cordones rayados de blanco y
rosa. -Prestá atención a tu bolso boluda, que te lo van a hacer. La señora
gorda agitanada de repente empezó a vociferar ¡Estoy con una nena, quién me da
asiento, estoy con una nena, quién me da asiento!, así varias veces, hasta que,
viendo la nula respuesta por parte de los pasajeros, bajó como pudo la nena al piso,
se agarró de uno de los barrotes pasamanos, giró y apoyo su gran culo sobre el
asiento donde estaba el nene con zapatillas de nena. El pibe, sorprendido y casi sin
poder reaccionar, vio como una de sus piernitas quedaba atrapada debajo de esa
fofa masa de grasa celulítica y carne ajada en transpiración. Correte un cachito
nenito, dijo la vieja, y sacó con un rápido movimiento de su brazo la pierna
adobada del chico de lo más profundo de su tuge. A este nene le van a tener que
amputar la gamba porque seguro se le engangrenó por falta de circulación, pensé.
El sol se estrellaba como un kamikaze en las ventanillas del colectivo. Los que
tenían la suerte de estar sentados, se cubrían la frente con la mano haciendo de
visera. Los que estábamos parados, nos asábamos. La ruta ardía. Algunos
estornudaban, seguramente resfriados por los bruscos cambios climáticos que
estábamos padeciendo, otros escuchaban música con los mp3, algunos soñaban
despiertos, otros se tiraban pedos silenciosos, y la mayoría se fastidiaba.
Pocos hablaban.
Un señor que llevaba una gorra vieja de club de fútbol y que tenía hecha una
pequeña colita con su pelo crespo y roñoso, como rabito de cerdo, y que estaba
sentado, me toca la pierna. Lo miro detenidamente, era un ñufa, de ojos achinados.
Algo me dice, no lo entiendo, se da cuenta, me lo repite y lo logro entender. No
puedo correr el bolso era el mensaje. Él tenía una mochila con carrito grande
delante de sus piernas, y sobresalía hacia el pasillo. A mí no me molestaba su
mochila, aunque evidentemente era una preocupación para él que sobresaliera de
su lugar. Al cabo de unos minutos, hizo lo mismo con mi señora. Le tocó la pierna y
le dijo lo mismo. No gracias, no quiero sentarme, contestó cortésmente mi
acompañante. No lo había entendido.
Por cada cinco pasajeros que bajaban, subía uno aproximadamente.
En el semáforo, a diferencia de los toros, nos detenemos ante el rojo. Me causa
sorpresa esta correcta acción, dado que como ya saben, es domingo a la tarde en los
kilómetros de La Matanza. El homo colectiverus, un homínido de pelo ondulado y
siempre húmedo, corto arriba y largo en la nuca, anteojos de sol anchos y de marco
cuadrado, barba de tres días, arito brillante en la oreja, masca chicle
desaforadamente, fuma sacando la mano por la ventanilla, y escucha y nos hace
escuchar lo nuevo de La Re Pandilla.
Mientras se rasca la cabeza, le abre la puerta de atrás a un viejo reumático que se
había colgado tocando timbre ¡Parada, parada chofer! grita con voz aflautada. Lo
mira por sobre los anteojos desde el espejo retrovisor con calcos de CANCH que
tiene arriba de su cabeza con gel brillante. Ya va, viejo de mierda, refunfuña… Abre
la puerta de adelante, para que suba una persona. Es un muchacho de pelo corto,
con algunos dientes que se ven podridos, y ropa colorinche. Le falta un brazo. Se le
ve el muñon. Claro, es su estrategia de venta. El muchacho se pone el cassette,
luego de pedirle permiso al chofer, que no tiene problemas en que haga su trabajo.
No tiene laburo, nadie lo contrata por su discapacidad, tiene que mantener a su
familia, el Estado no lo banca, una monedita por favor. El Barco de Caronte a esta
altura lleva menos gente, por lo cual el muchacho del muñon camina pesadamente
extendiendo su única mano en busca del sustento. Dos pesitos por aquí, un pesito
por allá, gracias jefe, gracias señora, Dios los bendiga. Antes de bajarse por la
puerta de adelante, el colectivero le dice ¡A un amigo mío le falta una gamba y
labura igual eh! Ok gracias capo, acá a la vuelta venden unos choris mortales,
cuando puedas frenate y comprate alguno. El chofer arrancó raudamente y el bondi
casi le morfa una gamba al muñonboy. Vi cómo volaron las gravillas de la
banquina.
Mi mujer se estaba meando y a mí las tripas me pedían algo que triturar. Por fin
nos sentamos. Dos bolivianos, obviamente pequeños y vestidos con ropa de
invierno, desocuparon los asientos len-ta-men-te. Llevaban dos grandes bolsas de
arpillera con diversas verduras. El tufo en esos asientos era insufrible. Me senté del
lado de la ventanilla. La abrí al instante de apoyar el culo. A mi señora le dieron
arcadas. No se te ocurra vomitar acá boluda. Me miró con asco.
Oteé el vistoso reloj que estaba sobre el panel del chofer, con la forma del escudo
del descendido y otrora gran club Riber Plate. Chorreaban las tres de la tarde. Aún
faltaba masticar macadam para que lleguemos. El circo sobre ruedas estaba
bastante bien armado todavía, y se movía con celeridad, en la ruta caliente que
empezaba de a poco a atascarse. Mi mujer se puso el mp3 y me abandonó a mi
suerte. Recosté la cabeza sobre la ventanilla fría, y me entredormí, aturdido,
descompuesto.
Buen viaje
José no quería escribir estupideces. Cosas claras eran necesarias, ahora más q
nunca. No quería surrealismo, frases inentendibles. Aspiraba a la palabra
despojada de todo eufemismo, de todo decoro. Palabra cruda, desnuda,
aterrorizada ante lo real.
Habían pasado varios días desde q vivía solo. Y tuvo q volver al nido.
Las mudanzas eran agobiantes para José. Pura tensión. Vomitaba infamias,
rencores, despechos a aquellos q lo precedieron y que le “regalaron” eso q
usualmente llaman vida. Los culpabilizaba, los martirizaba porque dieron el
puntapié inicial de un partido muy chivo. Maldito conjunto de ilusiones.
Proyecciones al fin, José igual todavía tenía ganas de seguir metiéndose con aquella
inmensidad incierta q yace bajo los pies.
Era la novena mudanza. José decía q se habían recibido de gitanos. Eran sucios,
desprolijos, peludos, malhablados, nómades. Eran gitanos. Muy a su pesar.
Así las cosas, era necesario escribir ¿Por qué? No lo sabía, quizás desahogo, tal vez
probarse a sí mismo, o por el desmesurado ego, el apremio de darse el ser…
Las veleidades de escritor q tenía desde la adolescencia no habían dejado de
perseguirlo. Y ya había pasado tiempo de aquellos inicios poéticos, cuando José era
un acomplejado melancólico y desamorado adolescente.
Desde el camión de mudanzas la vida parecía perfecta, armoniosa, aunque nada
estaba en orden ni en su vida ni en el exterior.
Y escribir era esa tarea agotadora, desvergonzada, q se abría paso ante cada mirada
q absorbía, ante cada paisaje deslumbrante, ante cada instante muerto sin
siguientes, ante cada palabra no dicha. Ante cada silencio. Porque allí José
encontraba el fundamento de la palabra. Esa negación q daba vida. Esa ruptura, el
desasosiego, la creación atormentada por no llegar a crearse, por no tener creador.
Es lo q hay. Medio de ningún fin.
José decidió tomar cerveza. Mucha. Decidió emborracharse.
El patio de la nueva casa y su serenidad lóbrega y tibia, los grillos que serruchan la
noche. Y José pensando en aquellos q lo precedieron, q dormían, con la radio
bajita.
En el escalón de la puerta trasera, el culo fofo de José se enfría de a poco. Suaves
mimos le regala la brisa estival. El cielo límpido se desnuda para mostrarle sus
lunares cancerosos y brillantes. José siguió tomando cerveza. Y se durmió sentado
pensando en esto q escribió, en esta mierda q recreó con fervor resacoso.
Los Cimientos
Omar estaba por terminar de hacer los cimientos. Había sido un día
agotador para su humanidad. El calor, la humedad, las moscas, el polvillo de
esa fucking tierra, tan tosca, infranqueable… Por dios, se quería ir, descansar,
no hacer más nada. Bah, en realidad, sí deseaba hacer algo: sentarse a beber.
Una fresca y saludable Quilmes. Pero todavía tenía que vérselas con abrir
cimientos. Mientras cavaba, Omar, más conocido en el barrio como El Flaco,
pensaba en qué parecida era esa faena, abrir cimientos en una tierra tan
dura, al tránsito que hay que padecer desde la adolescencia a la adultez. Es decir,
en sus tan poco consideradas condiciones económicas. Se imaginaba así, como
tierra, tierra dura, estéril, como un páramo yermo, y de repente la pala, la
realidad, que lo laceraba, lo hería, abría un pozo en él, hacía un vacío.
Luego, todo era rellenado con ideas duras, cementicias, de progreso, familia,
vida social, envidias, resentimientos, en fin, se erigía el rancho. Se hacía
“hombre”.
Carlos era el albañil que dirigía la obra. Gordo, con pronunciadas carnes
sobresaliéndole de la cadera, sin culo, bastante calvo, se le asomaban por
encima de sus orejas mechones de pelo duro, pajoso, llenos de mugre. Su
rostro estaba siempre colorado, tenía un aspecto bastante enfermizo. Siempre
sudando, siempre tosiendo.
-Vení pibe, tomá esta pala que está más afilada, le decía con tonada litoraleña.
-Agarrala así, ves, punteá punteá, y después sí, dale hasta el fondo, ves, sale
solita la tierra.
-Dale apurate, termina ese pedazo y vamos, que ya casi no hay sol. Mientras
voy limpiando y guardando las herramientas.
-¿Qué mirás nene? ¿No te enseñaron que es mala educación mirar a la gente
cuando come?
Terminó de cavar lo que faltaba, se sacudió la ropa roñosa que llevaba puesta,
fue indolente hasta el tacho grande y se lavó las manos y la cara con el agua
sucia que usaban para la mezcla, tomó su bolso, que estaba en el obrador
-cachimbo le decía Carlos- que armaron para guardar las herramientas, la
máquina y algunas revistas porno que Carlos mira al mediodía lascivamente,
buscó la bici playera despintada que descansaba junto al alambrado, y comenzó
a desandar el camino de regreso a la pensión. A tres cuadras de la obra, se le
enganchó un alambre en la rueda y al trabarse la movilidad, se salió la cadena.
-Pero la puta madre, esta cadena de mierda… ¡Mirá cómo me engrasé las
manos, la concha de la lora!, rezó El Flaco, con los ojos puestos en el crepúsculo
plomizo.
El Flaco cruzó como una sombra el largo y oscuro pasillo, esquivó las
telarañas, saludó con la cabeza a la viejita Ana, la dueña, que escuchaba a
todo volumen Radio Diez, entró ágilmente a su covacha, dejó el bolso
harapiento, hizo $15 con tres billetes sanmartinianos arrugadísimos y salió por
las birras. No cerró la puerta.
Ana vivía sola. Había enviudado hacía un tiempo. A sus 80 y pico, sorda y
casi sin poder caminar, antes mujer hacendosa, todavía tenía capacidad de
daño la vieja. Si sus inquilinos se atrasaban tres días en pagar el alquiler,
comenzaba a putearlos en colores. Chusma, llevaba y traía con todos los que la
escuchaban. Se entretenía con el puterío. Con algo tenía que divertirse. Ana, la
pobre Ana. Era conciente que le quedaba poco hilo en el carretel. Demasiado
conciente. Y esa inminencia, esa inmanencia, esa conciencia abrumadora, le
oprimía el estómago, le causaba mareos. Vértigo. Pocos tienen alas firmes ante lo
inabarcable del abismo. Falsos. Ninguno de sus inquilinos la quería, pero algunos
sobalomos fingían hacerlo. Era esa típica vieja metida, que quiere estar en la
procesión y en la misa. Era el miércoles. El tedioso miércoles. La ubicua Ana.
La inicua Ana. En sus años mozos era terrible, despótica, infiel, manipuladora.
La pobre Ana, con esa carita tan arrugada como un sobaco de tortuga, con
esa joroba tan tierna, con esa vocecita y esa mirada tan empalagosa. Omar se
acordó que en algún lado había leído algo así como La banalidad del mal, o una
frase parecida, que le causaba la sensación de quedarle como pintada a la vieja Ana.
No tenía hijos. El Portal le dio placeres prohibidos, pero la vida le fue
negada a abrirse en flor, en un designio justiciero, kármico. La venta de la
casaquinta del cornudo y finado marido le había dejado unos buenos pesitos.
Y la vieja desconfiaba de los bancos. Omar sabía que tenía toda la platita
escondida en el elefante de la mesa ratona, que está en el pasillo sin luz que
da al comedor. Un par de veces había entrado a su casa para arreglar
parcialmente las deudas. Allí, el olor a viejo era insoportable. Fétido. Una
mezcla de orín y humedad y perros y gatos encerrados.
Al Flaco sólo le quedaba por tomar la espuma tibia depositada en el fondo del
vaso cascado. SUMO sonaba chirriante en la radio. Las demás gentes estaban
por ahí, o viendo Tinelli o discutiendo o bebiendo, hojeando Paparazzi o
durmiendo o muriendo. Omar terminó el vaso, se desperezó, bostezó sin ganas,
sintió su estómago revolverse y le dieron ganas de cagar. Apagó la radio. El
silencio se manifestó intenso, cautivante. Miró el reloj, y escuchó con
atención el segundero. El tiempo se partía en mil pedazos, y allí estaba El
Flaco, partiéndose en aquel. La soledad se le hizo inmensa. Tembló, sintió calor y
frío, se estremeció.
-Anita, vengo a arreglarle lo que falta, dijo sin titubear, se levantó un poco su
jean desgastado, e hizo sonar sus nudillos.
No recuerdo nada del día que falleció mi viejo. Hasta el momento en que me llamó
mi primo Edgardo para darme la noticia. A partir de ese instante, empiezan los
recuerdos. Borrosos. Difusos. Me veo, a través del tiempo, hablando por celular, ya
caída la tarde, en el crepúsculo ¿O era de noche? En la puerta de la casita que
habitábamos en calle Posadas, casi llegando a Circunvalación. Era la segunda casa
en la que vivíamos desde que habíamos llegado a Junín. La primera había sido la de
mi tía, en el barrio La Loba, es decir, atrás de la cancha del Club River. Allí, en
Posadas, alquilábamos, y allí transitaban mis días, tan nublados como algunos de
mis recuerdos. Como este que evoco, entre el dolor y la tristeza. Y la languidez.
Después, el viaje en tren hasta estación Sáenz Peña, y dos bondis hasta Lafe. No sé
si me prestaron plata o tenía. Luego la gente, mucha gente, casi todos
desconocidos, algunos conocidos, el velorio, el cementerio, más gente, y alcohol,
confusión, caos. El caos es el padre universal, ordena todo lo que existe, crea y
destruye y vuelve a crear. La cara pálida, desencajada, lagrimosa, de mi vieja
cuando le comenté sobre el accidente. Hacía poco tiempo desde que me había
reencontrado con mi viejo, después de 12 años sin vernos. Lo había dejado de ver a
los 9, tenía 21 años cuando lo volví a ver. Cosas de la vida. Nos vimos durante poco
más de seis meses. Luego vino el final. Y durante esos meses nuestra relación tuvo
altibajos. Momento buenos, y no tantos. A veces pienso que fue como si el destino
hubiese querido que nos reencontráramos antes que el accidente lo arrancara para
siempre de la vida. Pero no sé si existe tal cosa, digo, el destino. En fin, fue muy
poco tiempo el que tuvimos para darnos. A partir de ese reencuentro con mi viejo,
descubrí una parte de mí que estaba oculta hasta ese momento, la parte que me
ligaba a lo paternal, el vínculo con Los Fernandez, las raíces santiagueñas, conocer
a mis hermanas, a su mamá, a mis tíos, primos, a mi abuela. Descubrir y reconocer
mi sangre en la de ellos, en sus gestos, en su manera de hablar, en sus risas, en sus
llantos, en sus locuras, en sus vicios, en sus esperanzas, en su desconsuelo. Un
destino común nos unía, invisible, pero palpable. Un destino que nos hermanó
prontamente, sin ni siquiera conocernos. Algo que compartíamos, y nos vinculaba
desde las miradas, sutilmente, sin necesidad de palabras. Lo atávico. Lo ancestral.
Algo que tenía gusto a nostalgia y alegría, a miseria y embriaguez. Como fiestas de
fin de año. Y estas palabras, que no sé qué quieren expresar, que no sé por qué las
escribo, tal vez por exhibicionismo, narcisismo, egocentrismo, o por debilidad, o
por melancolía, quizás sirvan como catarsis para disciplinar los suspiros. Pienso en
mis hermanas, tan chiquitas en aquel tiempo, tan solo 8 y 12 años creo que tenían.
Con ellas más que con cualquiera estoy unido por ese hilo invisible, por esa trama
que tejen las manos del destino en las historias de vida, en la ausencia, en la
tragedia. En ese hueco que queda para siempre en el alma. Un agujero que por más
que lo queramos tapar, siempre está. A veces da la impresión que está firme, que lo
tapamos bien, pero ante la primera lluvia, se desmorona. Me veo reflejado en
María, que lo dejó de ver casi a la misma edad que tenía yo cuando no lo vi más. Y
ellas, porque estuvieron más tiempo con él que yo, seguramente lo sentirán de otro
modo, no sé si más, pero seguro con otros matices que sólo sus almas conocerán.
Yo tuve un padre, pero no una figura paterna, y eso es algo que llevaré por siempre
en mi ser. Y así anduve errante, y ando, y andaré seguramente, buscando alguna
figura paterna. Conciente o inconcientemente. Lo busqué en mi abuelo, en mi vieja,
en amigos, en la noche y sus laberintos, en los libros, en la locura, en la frialdad, en
la política, en la religión, en mis novias, en mis amantes, en borrachos, locos,
drogadictos, delincuentes, hombre y mujeres de bien, ricachones y crotos, mujeres
fálicas y hombres desbordados, literatos y putos, y en cada uno de los seres que
conocí, quizá lo busqué, con mayor o menor ahínco, con el corazón o con la cabeza.
Ahora, casi a los 30, tengo ganas de ser padre. Con estabilidad económica y
emocional, con la compañera que siempre quise tener, me dan ganas. Y a veces me
imagino como padre, y me sorprendo, me parece irreal. Todavía no aprendí a ser
hijo y con ganas de ser padre. Disfruten los que le encuentran sentido al Día del
Padre. Para mí siempre fue una fecha rara, en la que me sentía más extraño que de
costumbre. Quizás algún día, si soy padre, aprenda a disfrutarla. Como en las
películas argentinas de los 80, como en Los Benvenutto, como en las propagandas.
Pero esto no es ficción, es la vida, y acá uno hace lo que puede.
Huellas
Tapa:
EL TIEMPO
ES UN MAL
PERDEDOR
Y OTROS RELATOS SIN
FINAL FELIZ + POESÍAS
PARA LEER BORRACHX
Prólogo
“El Tiempo es un mal perdedor” es la recopilación
vanidosa y caprichosa de poesías y relatos que escribí
entre ¿2007? y 2018. Estos últimos años reduje bastante la
producción literaria, por algunas cuestiones personales,
pero el ojo y la llama poética siguen viendo y ardiendo en
mí. Quizás la edición de este libro me motive a seguir
plasmando con rudimentarias palabras la inefable unión
entre mi alma y las cosas, cuando emerge el hecho
artístico. O quizás no. En fin, es un gusto que me doy, y
espero que lo disfruten. Por cierto, yo no disfruté nada su
escritura.