Medea
(Versión
de
Cristina
Banegas
y
Lucila
Pagliai,
Buenos
Aires,
2009,
selección).
MEDEA
Salgo
de
mi
casa
para
evitar
que
me
digan
soberbia,
que
me
culpen.
Conozco
a
muchos
hombres
demasiado
orgullosos,
aquí
y
en
el
extranjero,
que
se
han
hecho
famosos
como
indiferentes.
Porque
los
ojos
de
los
mortales
no
son
justos:
una
mirada
les
basta
para
odiar
y
condenar,
sin
haber
recibido
ultraje
alguno.
El
extranjero
debe
adaptarse
a
la
Ciudad.
Pero
tampoco
apruebo
al
arrogante
que
hiere
a
sus
conciudadanos
a
quienes
no
conoce.
Este
acontecimiento
inesperado
que
me
acaba
de
golpear
me
ha
partido,
me
ha
destrozado
el
alma.
Todo
se
ha
acabado
para
mí;
he
perdido
la
alegría
de
vivir;
deseo
la
muerte.
Mi
esposo,
el
que
era
todo
para
mí
–nunca
lo
supe
tanto-‐
se
ha
convertido
en
el
más
malvado
de
los
hombres.
De
todo
lo
que
tiene
vida
y
pensamiento,
las
mujeres
somos
el
ser
más
desdichado.
Empezamos
por
tener
que
ganarnos
un
esposo
para
hacerlo
el
amo
de
nuestro
cuerpo.
¡Y
este
es
el
peor
de
los
males!
Ahí
está
el
riesgo
principal:
¿tomaremos
uno
malo
o
uno
bueno?
Porque
dejar
a
un
esposo
es
infamante
y
tampoco
lo
podemos
repudiar.
Y
cuando
nos
encontramos
en
medio
de
leyes
y
costumbres
nuevas
hay
que
ser
adivina
para
saber
cuál
es
el
mejor
modo
de
comportarse
con
el
compañero,
qué
se
espera
de
una
en
el
tálamo
nupcial.
Si
nos
sale
bien,
si
triunfamos,
si
logramos
cumplir,
y
nuestro
esposo
convive
con
nosotras
sin
imponernos
el
yugo
por
la
fuerza,
nuestra
vida
es
envidiable.
Si
no,
mejor
es
morir.
Un
hombre
hastiado
del
hogar
sale
a
olvidar
el
disgusto
de
su
corazón
con
sus
amigos.
Nosotras,
en
cambio,
necesariamente
tenemos
que
mirar
a
un
solo
ser.
Dicen
que
vivimos
en
la
casa
una
vida
sin
peligros
mientras
ellos
combaten
en
la
guerra.
Razonamiento
insensato.
¡Necios!
Prefiero
estar
tres
veces
con
el
escudo
en
la
línea
de
batalla
que
parir
una
sola.
Yo,
y
las
mujeres
de
aquí,
no
compartimos
el
mismo
lenguaje.
Aquí
ellas
tienen
Ciudad,
la
casa
de
sus
padres,
la
compañía
de
sus
amigos.
Yo,
solitaria,
sin
Patria,
recibo
los
agravios
de
un
hombre
que
me
ha
arrebatado
como
botín,
como
una
presa
de
una
tierra
extranjera,
sin
madre
ni
hermano,
sin
un
padre,
sin
parientes
para
anclarme
lejos
de
mi
infortunio.
¡Y
bien!
todo
lo
que
quiero
es
esto:
encontrar
alguna
vía,
algún
medio
para
hacer
pagar
sus
males
a
mi
esposo,
castigar
al
que
le
entregó
su
hija
en
matrimonio
y
destruir
a
la
esposa.
Una
mujer
suele
estar
llena
de
temor,
ser
cobarde
frente
al
hierro,
pero
cuando
la
injurian
en
su
cama
no
hay
un
espíritu
más
sanguinario,
no
hay
una
mente
más
asesina,
más
vengativa.
[…]
MEDEA
Así
lo
haré.
Prepara
a
los
niños.
Entra
a
la
casa
y
dales
a
mis
hijos
lo
que
necesitarán
en
el
palacio.
(Se
va
el
Pedagogo).
¡Ah,
mis
hijos!
¡mis
niños!
Ya
tienen
una
Ciudad
y
una
casa:
vivirán
siempre
privados
de
su
madre,
abandonada
en
la
desgracia.
Yo
me
voy
a
una
tierra
extranjera
antes
de
haber
gozado
de
ustedes,
de
haber
visto
su
felicidad,
antes
de
haberles
dado
una
esposa,
de
haber
adornado
sus
tálamos
nupciales,
de
haber
mantenido
en
alto
las
antorchas
de
la
boda.
¡Ah!
¡Pobre
desgraciada!,
¡qué
arrogancia
la
mía!
En
vano
los
he
criado,
en
vano
he
penado,
en
vano
he
sido
desgarrada
por
los
dolores
del
/
parto.
En
otro
tiempo
tuve
la
esperanza
de
que
ustedes
cuidarían
mi
vejez;
que
muerta,
me
enterrarían
con
sus
propias
manos,
¡algo
tan
deseado
por
todos
los
mortales!
Y
ahora
no
queda
nada
de
ese
dulce
pensamiento.
Privada
de
ustedes
arrastraré
una
vida
triste
y
dolorosa
de
pena
y
de
miseria.
Ya
sus
ojos
tan
queridos
no
verán
más
a
su
madre.
Partirán
a
otra
existencia.
¡Ah!
¿Por
qué
esa
mirada,
hijos
míos?
¿Por
qué
me
sonríen
como
si
fuera
la
última
/
sonrisa?
¿Qué
hacer?
Cuando
veo
la
mirada
resplandeciente
de
mis
hijos
se
me
escapa
el
corazón.
No
podré
hacerlo.
Me
iré
al
exilio
con
mis
niños,
los
llevaré
conmigo
lejos
de
aquí.
¿Por
qué
para
destruir
al
padre
con
la
desgracia
de
sus
hijos
debo
sufrir
yo
una
pena
duplicada?
¡No,
no
por
mi
mano!
Adiós
a
mis
planes.
¿Pero
qué
sentimientos
son
ésos?
¿Voy
a
someterme
al
escarnio
de
dejar
sin
castigo
a
mis
enemigos?
¿impunes?
¿qué
se
burlen
de
mí?
Tengo
que
atreverme.
¡Qué
cobardía
la
mía
de
entregar
mi
alma
a
pensamientos
blandos!
Mi
mano
no
vacilará.
Entren,
hijos
míos,
a
la
casa.
(Se
van
los
hijos).
¡No,
corazón
mío,
no
cometas
este
crimen!
Déjalos,
sálvalos,
ahorra
el
sacrificio
de
tus
hijos.
Aunque
vivan
lejos,
aunque
no
vivan
conmigo
serán
mi
alegría.
¡No
por
los
dioses!
¡por
los
espíritus
vengadores
del
Infierno!
¡Jamás
entregaré
a
mis
hijos
al
ultraje
de
mis
enemigos!
Tienen
que
morir
y
los
mataré
yo,
que
les
di
la
vida.
Es
un
hecho
sin
retorno:
el
acto
es
inevitable.
Ahora,
en
este
momento,
con
la
corona
en
su
cabeza,
la
joven
princesa
se
está
muriendo
envuelta
entre
sus
velos.
Tengo
la
certeza.
Ya
que
he
elegido
el
camino
más
terrible,
y
a
ellos
les
haré
sufrir
una
desgracia
aún
más
espantosa.
Quiero
despedirme
de
mis
hijos.
(Reaparecen
los
niños).
Dénme,
hijos
míos
dénme,
sus
manos.
¡Oh
manos,
bocas,
labios
queridísimos!
¡porte
y
rasgos
nobles
de
mis
hijos!
¡Sean
felices
los
dos…,
pero
abajo!
Aquí,
su
padre
les
ha
arrebatado
la
felicidad.
¡Oh,
tierno
abrazo,
suave
piel,
dulce
aliento
de
mis
hijos!
¡Váyanse,
váyanse!
No
tengo
más
fuerzas
para
mirarlos,
estoy
vencida
por
mis
males.
Sí,
sé
muy
bien
qué
crimen
voy
a
cometer;
pero
más
fuerte
que
mis
reflexiones
es
la
pasión,
siempre
culpable
de
las
mayores
desventuras.
[…]
JASON
¿Está
Medea
aquí
después
de
sus
crímenes
atroces
o
se
ha
fugado?
¡Que
se
oculte
bajo
la
tierra,
o
se
pierda
en
la
inmensidad
del
éter,
si
no
quiere
pagar
su
castigo
a
la
Casa
de
Creonte!
¿Cree
que
después
de
haber
asesinado
a
los
soberanos
podrá
huir
impunemente?
Yo
he
venido
a
salvar
la
vida
de
mis
hijos,
antes
que
la
familia
quiera
vengar
en
los
míos
el
crimen
impío
de
su
madre.
A
Medea,
sus
víctimas
le
devolverán
el
mal
que
recibieron.
CORIFEO
Jasón,
ignoras
el
exceso
de
tu
desgracia;
no
sabes
a
qué
extremo
ha
llegado
tu
infortunio.
JASON
¿Medea
quiere
matarme
a
mí
también?
CORIFEO
Tus
hijos
ya
no
existen.
JASON
¡Por
dios!
¿qué
dices?
¡Me
has
golpeado
de
muerte!
¿Los
ha
matado
dentro
de
la
casa?
CORIFEO
Abre
las
puertas
y
verás
los
cadáveres
de
tus
hijos.
JASON
(llama
a
los
gritos
a
la
gente
de
la
casa)
¡Servidores!
¡Abran
los
cerrojos!
¡saquen
las
barras
para
que
vea
a
mis
hijos
muertos!
(Nadie
se
acerca.
Jasón
se
arroja
sobre
la
puerta.
Arriba
de
la
casa
aparece
Medea
en
un
carro
con
los
cadáveres
de
sus
hijos).
MEDEA
¿Para
qué
violentar
esas
puertas,
si
lo
que
buscas
es
a
los
cadáveres
y
a
mí
que
los
maté?
Ahórrate
el
esfuerzo.
Habla,
pero
nunca
me
tocarás
con
tu
mano.
Este
carro
me
lo
ha
dado
el
Sol,
padre
de
mi
padre,
como
amparo
contra
el
enemigo.
JASON
¡Monstruo!
¡odiosa
mujer!
¡la
más
abominable
para
los
dioses,
para
mí
y
para
todos
los
humanos!
Te
has
atrevido
a
usar
la
espada
contra
tus
propios
hijos;
y
al
arrancármelos
me
has
herido
de
muerte,
me
has
aniquilado.
¡Y
todavía
te
atreves
a
contemplar
la
tierra
y
el
sol!
¡Ojalá
te
mueras!
Ahora
veo
claro,
ahora
que
he
recuperado
la
cordura,
¿cómo
pude
traer
a
tierra
griega
a
una
bárbara
traidora
a
su
familia,
a
su
padre
y
a
su
/
Patria?
¡Asesinaste
a
tu
hermano
para
venirte
conmigo!
Ahí
comenzaste
con
tus
crímenes.
¿Cómo
pude
creerte
que
habías
hecho
todo
eso
por
amor?
Ninguna
mujer
griega
se
hubiera
atrevido
a
tanto.
¡Qué
incauto
he
sido!
Te
juzgué
digna
de
casarme.
Preferí
a
una
mujer
extranjera
-‐funesta
para
mí-‐
antes
que
a
una
griega.
Te
elegí
como
esposa,
y
me
alié
a
una
enemiga,
a
una
leona
más
salvaje
que
el
animal
más
monstruoso,
no
a
una
mujer!
Pero
tal
es
la
impunidad
de
tu
naturaleza
que
ninguna
injuria
podría
morderte.
¡Fuera!
¡infame
asesina
de
tus
hijos!
A
mí
sólo
me
queda
lamentarme
del
destino:
ya
no
gozaré
mi
nuevo
lecho,
y
a
los
hijos
que
engendré,
que
vi
crecer,
ya
no
podré
hablarles,
los
he
perdido
para
siempre.
MEDEA
Podría
contestarte
largamente
si
no
supiéramos
los
dos
cómo
te
traté
y
qué
pago
recibí.
No
debías,
después
de
haberme
injuriado,
pasar
la
vida
alegremente,
tampoco
la
princesa,
burlándose
de
mí;
ni
Creonte
podía,
después
de
entregarte
a
su
hija
como
esposa,
expulsarme
impunemente
del
país.
Llámame
leona
si
quieres:
como
debía,
he
devuelto
golpe
por
golpe,
herida
por
herida:
Te
acerté
en
el
corazón.
JASON
Medea
también
sufre
y
comparte
mis
males.
MEDEA
Sí.
Pero
ese
dolor
que
no
alegra
a
Jasón,
a
mí
me
libera.
JASON
¡Oh
hijos!
¡qué
madre
indigna,
qué
madre
perversa
les
he
dado!
MEDEA
¡Hijos
míos!
¡muertos
por
la
locura
de
su
padre!
JASON
No
fui
yo
quien
los
mató,
no
los
destruyó
mi
propia
mano.
MEDEA
Los
mató
el
ultraje
de
tu
boda
reciente.
JASON
Te
pareció
justo
inmolarlos
por
un
lecho.
MEDEA
¿Crees
que
para
una
mujer
es
poco
sufrimiento?
(Mostrando
los
cadáveres)
Ellos
ya
no
existen:
ése
es
tu
tormento
y
te
morderá.
JASON
Nuestros
hijos
viven,
anclados
en
tu
cabeza
como
duros
vengadores.
MEDEA
Los
dioses
saben
quién
desató
la
desgracia,
quién
hizo
el
primer
mal.
JASON
Los
dioses
conocen
tu
alma
abominable.
MEDEA
¡Ódiame!
Detesto
tus
palabras
y
tu
amargura.
JASON
Y
yo
las
tuyas.
Pero
terminemos
de
una
vez.
Déjame
enterrar
a
mis
muertos
y
llorarlos.
MEDEA
Soy
yo,
con
mi
propia
mano,
quien
los
sepultará:
ningún
enemigo
saqueará
sus
tumbas,
ningún
enemigo
los
ultrajará.
Parto
hacia
Atenas
a
compartir
morada
con
Egeo.
Jasón,
morirás
de
mala
muerte.
Solo.
JASON
¡Ojalá
te
destruya
la
Justicia
vengadora!
MEDEA
¡Qué
dios
te
va
a
escuchar!
JASON
¡Espantosa
infanticida!
MEDEA
Vuelve
al
palacio
a
enterrar
a
tu
mujer.
JASON
Allá
voy,
sin
mis
dos
hijos.
¡Tengo
sed
de
abrazarlos!
MEDEA
Tu
llanto
no
es
nada
todavía:
aguarda
la
vejez.
JASON
Concédeme,
por
los
dioses,
acariciar
los
cuerpos
de
mis
hijos
queridísimos.
MEDEA
Queridísimos
para
su
madre,
no
para
Jasón.
JASON
Y
aún
así
los
mataste.
MEDEA
Sí.
Para
causarte
dolor.
CORIFEO
Lo
esperado
no
se
realizó
y
lo
inesperado
se
abre
camino.
Así
de
arbitrarios
son
los
dioses.