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El Primer Día

Un hombre Sabio se encontraba sentado sobre una banca en un parque de la ciudad. Un joven que caminaba
lentamente, lo miró por un momento, titubeó, y se sentó a su lado. —Buenos días, jovencito, dijo el Sabio. —
¿Por qué tan pensativo esta linda mañana?

1. —Buenos días, señor, contestó el joven. —Busco aquí la soledad porque me brinda la oportunidad de pensar.

—Excelente pasatiempo, dijo el Sabio. —Especialmente cuando uno tiene las premisas correctas de las cuales
partir. Éstas son las buenas semillas y el pensamiento, es la lluvia que las hace crecer. Pero si no me equivoco, tú
pareces ser estudiante de una Yeshibá. ¿Qué es lo que te aparta de tus estudios en este buen día?

2. J. —Señor, tengo problemas. Vine a este lugar para reflexionar a solas, pero parece que el Cielo ha dirigido
mis pasos hacia usted. Veo que usted no es un anciano común; y yo necesito de una persona letrada que hable
el lenguaje del pensamiento, alguien con quien pueda discutir algunos temas.

S. —Joven, ningún judío entrado en años es común si ha envejecido en los caminos de la Tora. Pero tienes razón
al decir que el Cielo te ha dirigido hasta aquí; y puedes agregar que el Cielo también me ha dirigido para
encontrarte. Nada ocurre por casualidad.

3. —Me gustaría estar tan convencido de esto como lo está usted.

S. —Si tu deseo es lo suficientemente intenso, lo estarás. Por el camino en el que un hombre desea andar, es
conducido (Macot lOb). D-os guía al hombre que busca la sabiduría; la ayuda es proporcional al empeño de
quien la busca. Y ahora, habla claro y dime, ¿qué es lo que te preocupa?

4. J. —Señor, hace algún tiempo que me encuentro abrumado por el pensamiento que tal vez estoy
logrando poco con mis estudios de Tora y carezco de la alegría del sentimiento de realización. También he
tenido temores acerca de mi futuro, pues mi naturaleza tímida puede frustrar mi éxito en el mundo competitivo
fuera de la Yeshibá. Otra causa de inquietud es la sensación de que me estoy perdiendo de los placeres de la
vida. Mientras estoy sentado estudiando, frecuentemente siento que el mundo exterior está lleno de cosas
excitantes y maravillosas para ver y hacer, de las cuales me estoy privando. Por último, pero no menos
importante, es el irritante problema de la fe. Si yo pudiera estar convencido de las verdades de la Tora, quitaría
una enorme carga de mi mente. Hace algún tiempo que estos pensamientos me acosan, pero últimamente se
han acentuado. Algo ocurrió que me perturbó profundamente. Leí el libro "La Destrucción de los Seis Millones".
La indescriptible maldad de la nación germana y el terrible sufrimiento de nuestro pueblo han despertado en mí
una fuerte inquietud. Me siento irresistiblemente impulsado a recapacitar sobre estos temas. ¿Qué quiere decir
todo esto? ¿Qué debo hacer y pensar sobre ello? Después de esta experiencia, creo que mi vida requiere de un
profundo reajuste.

S. —Un profundo reajuste se requiere en la vida de todos los hombres, después de la destrucción de los Seis
Millones. Resumamos; tus problemas pueden clasificarse bajo 4 incisos: 1) la necesidad de alcanzar Logros
verdaderos, 2) la necesidad de Confianza en tu futuro, 3) el deseo de los Placeres de la vida y 4) la búsqueda del
Conocimiento Verdadero, que incluye la interpretación de la historia. Joven, has enumerado los problemas de la
Humanidad en general.
5. J. —Entonces señor, permítame utilizar mi encuentro con usted para discutir estos asuntos.

S. —Con gusto. La discusión es la pala que desentierra la Verdad que se encuentra sepultada bajo la montaña de
error.

J. — ¿Acaso es tan inaccesible la Verdad?

S. —La Verdad está en todas partes, pero pocos hombres son capaces de verla. Este mundo es una noche
obscura; no vemos nada a pesar de la luz que ilumina el día. Toda nuestra vida, vamos de un lado a otro en
medio de una espesa niebla que oculta todas las grandes verdades de nuestros ojos. Detrás de esta pesada e
impenetrable neblina, se vislumbran sombríos fantasmas; algunos nos espantan (864) y otros nos seducen
(653,727), pero todos son fantasías irreales creadas por los remolinos de la niebla. A veces, por un efímero
momento, la bruma se levanta, como sucede cuando los hombres están listos para abandonar el mundo o en
tiempos de catástrofe o de gran excitación. Por un breve intervalo aparece la luz, pero una vez más la neblina la
cubre y los hombres continúan su ciega marcha a través de la obscuridad. Tanto la obscuridad, como el error,
son esenciales para el Plan del Mundo (639-641) y fueron arreglados de este modo por el Creador: "Haces las
tinieblas y es de noche" (Salmos 104:20); "esto se refiere a este mundo, que es como la noche" (Baba Metziá
83b). Esta obscuridad conduce a los hombres hacia dos errores (Mesilat Yesharim 3): 1) A no poder ver la
Verdad y 2) a creer que los fantasmas imaginarios son reales. Vemos de este modo que las naciones han
adorado a hombres sin valor y envilecido a otros de gran virtud (320-2;646). Los hombres están tan ciegos que
no ven sus propios errores, ya que incluso a los más viles criminales se les considera hombres buenos. Algunas
veces esta obscuridad engaña aun a los más grandes. Los sabios y nobles hermanos de Yosef, a pesar de haber
tenido 17 años para observar su comportamiento, lo consideraron un hombre malvado que merecía morir.
Incluso nuestro patriarca Yitzjak fue incapaz de distinguir la maldad de Esav, quien vivió en su casa por más de
60 años y quería otorgarle a él la bendición.

7. J. — ¿Habla usted sobre la dificultad de conocer la verdad sobre los hombres?

S. —No sólo eso. Incluso el mundo físico se encuentra oculto ante nuestros ojos. De día, vemos un cielo vacío y
olvidamos que sobre nosotros, en el espacio, se encuentran suspendidos enormes mundos. Aun la noche nos
confunde, pues sólo a través de los gigantescos telescopios podemos ver el vasto número de cuerpos celestes.
Sin la ayuda del microscopio, nuestros ojos no alcanzan a ver las incontables millones de bacterias que pululan
en nuestros cuerpos, en nuestra ropa y en el aire que respiramos. En este espacio, entre tú y yo, en este
instante, imágenes vivientes y voces se mueven, las cuales pasan desapercibidas sin la ayuda de un aparato
televisor. Estamos aquí sentados, en el fondo de un profundo e invisible océano, la atmósfera, que consiste de
una mezcla de gases invisibles. En este océano gaseoso flotan esporas, polen, polvo y bacterias invisibles. Somos
ciegos a los rayos cósmicos, impulsos electrónicos y ondas de sonido que van y vienen ante nuestros invidentes
ojos. La tierra, aquí a nuestros pies, está cubierta por una multitud de variados olores; cada persona y animal
que pasa, deja un olor distintivo que es claramente identificado por los animales, pero desconocido totalmente
por nosotros. Algunos sonidos son tan agudos que los animales e insectos pueden oírlos, mientras que nosotros
no. La mayoría de estas cosas han sido descubiertas recientemente; los antiguos eruditos las ignoraban por
completo. Aun hoy, nosotros no nos damos cuenta de numerosos fenómenos físicos que suceden ante nuestros
ojos, y que serán revelados en generaciones futuras. Si tal ignorancia es posible en aspectos materiales, ¡cuan
mayor será la ignorancia del hombre acerca de las verdades espirituales! Así como el bebé, que conoce tan sólo
su cuna y su mamá, y ni siquiera sueña con la calle y el inmenso mundo que le rodea, la mayoría de los hombres
viven toda su vida sin sospechar siquiera la Verdad; y esto puedes verlo claramente. Empecemos con los
idólatras, los sintoístas, los musulmanes, los cristianos, los budistas y los vuduistas. ¿Acaso crees que ellos
reconocen las verdades básicas?

8. J. —No estudié cabalmente estos sistemas; pero aun así, siento que todos ellos viven en el error.

S. —De ellos está compuesta la mayor parte de la Humanidad.

9. J. —Pero aún queda una inmensa minoría.

S. — ¿Consideras a los comunistas como hombres que reconocen las verdades básicas? ¿Acaso su
presentación de la historia, o su actitud en los asuntos internacionales, o su conducta hacia su propia gente los
hace capaces de discernir la Verdad?

10. J. —Si existe alguien, no son ellos, pues ellos no buscan encontrar la Verdad. Pero existen otros.

S. —¿ Cuáles otros? ¿Los científicos? Los técnicos que se especializaron en física, química o medicina no son más
capaces de conocer la Verdad que los plomeros o los mecánicos. Un mecánico automotriz en el Congo es capaz
de desbaratar y reensamblar un motor norteamericano, pero no sabe nada de Detroit, ciudad donde se armó
ese coche y ni se imagina los sindicatos, los dueños de las fábricas y los problemas de materiales y de
distribución. En forma similar, los científicos técnicos son meramente mecánicos y artesanos en medicina,
matemáticas, química y física. Fuera de sus áreas respectivas, no entienden más que el trabajador de la fábrica.

11. J. —Eso es cierto. Uno no puede tener mucha confianza en la competencia intelectual o en la
rectitud de los científicos alemanes. Sus médicos torturaron hasta la muerte a miles de hombres, mujeres y
niños con el pretexto de hacer experimentos científicos; ellos participaron con eficiente diligencia en las
esterilizaciones, inyecciones de muerte, "selecciones" para las cámaras de muerte y drenando la sangre
de las víctimas judías para los bancos de sangre militares. Sus científicos técnicos perfeccionaron los
carros de muerte de monóxido de carbono, las cámaras de muerte con ácido cianhídrico, los hornos
crematorios, y los miles de complicados procesos técnicos que fueron necesarios para matar a seis millones de
víctimas judías.

S. —No limites esta corrupción intelectual únicamente a los científicos técnicos. Su intelectualidad literaria
estaba infectada de odio a los judíos mucho antes de Hitler. Sus pensadores y escritores eran teóricos
irresponsables, algunos de los cuales causaron grandes estragos. Shopeiihauer, un antisemita, ejemplifica al
alemán excéntrico del tipo menos dañino; pero hombres como Nietzche abrieron las puertas de la crueldad y la
barbarie. Historiadores alemanes y críticos de la Biblia fueron motivados por mala voluntad hacia nuestra gente.
Durante más de un siglo trabajaron en vano para hacer pedazos nuestras Escrituras y destruir su autenticidad;
además se esforzaron para desvalorizar todo nuestro pasado. Su prejuicio en nuestra contra, aunado al
conocimiento que sus libros religiosos no pueden resistir la crítica intelectual, los llevaron a fabricar numerosas
teorías irresponsables (107-124) en contra de nuestras Escrituras. Desafiaron y ridiculizaron cada afirmación, le
atribuyeron la fecha más reciente posible para su composición y acusaron a nuestros profetas de falsificación y
plagio. Ya discutiremos cuan poco respeto por la Verdad tuvieron sus múltiples escritores.

12. J. —Conozco un caso con el que puedo corroborar sus palabras, señor. Leí que un profesor Kittel en la
Alemania de Hitler, escribió un libro probando científicamente que nosotros los judíos, somos una raza criminal
con rasgos hereditarios de degeneración; entonces recordé que alguna vez había visto un libro del mismo autor
escribiendo una crítica de la Biblia.
S. —Sí, escribió varios libros desvalorizando la Biblia y son tan "científicos" como sus libros en contra de los
judíos. Él es el ejemplo de todos los críticos de la Biblia; la misma irresponsabilidad es evidente en sus sociólogos
y literatos. Alemania era la nación más avanzada en ciencias, no obstante, cometió el crimen más horrible de la
historia. ¿Acaso fue la búsqueda de la verdad lo que nutrió por tantas décadas el odio hacia nuestro pueblo y
culminó con la masacre de seis millones de almas inocentes? ¿por què extenderse hablando de Alemania? Todo
el resto del mundo no es mucho mejor. No hay razón para esperar que los eruditos del resto del mundo sean
más devotos a la Verdad que los alemanes. La conducta de los nazis fue el resultado lógico de la doctrina de los
eruditos modernos que afirma que el hombre es un evolucion de formas inferiores de vida.

13 J. — ¿Sostiene usted, señor, que es una correlación o una coincidencia el hecho que el más terrible crimen
de la historia haya sido perpetrado por una de las naciones técnicamente más avanzadas?

S. —Una correlación. En la actualidad, el progreso en el conocimiento técnico, aunque útil, no ayuda al


idealismo, a la justicia o a la bondad. La persecución de poder y de lujo, aunado a las teorías de los eruditos,
produce una intensificación de la obscuridad; pues genera en el hombre más egoísmo y animalismo. Cuando la
nación que poseía los mejores científicos del mundo se convirtió en la de los peores asesinos del mundo,
demostró que la fe en la sagacidad y capacidad moral de los científicos es una creencia en dioses falsos.

14 J. —De acuerdo a sus palabras, eso es peor que dioses falsos, ya que ninguno de los idólatras nunca fue tan
cruel como los "científicos" alemanes.

S. —Sí, de la misma forma que el ateísmo es peor que la idolatría (RMBM, Maamar Kidush Hashem). El científico
no evalúa si es correcto o no asesinar a millones. La "ciencia" no trata cuestiones del bien y del mal. El científico
puede descubrir el gas más eficiente para destruir al hombre, inventar los más eficientes hornos para quemar
los cuerpos y establecer la más eficiente maquinaria para convertir la grasa humana en jabón y grasas. Ni
siquiera admite que exista una cuestión sobre el bien y el mal.

15. J. —Señor, el mundo considera a las universidades como depósitos de virtud, pero usted las hace parecer
guaridas de criminales.

S. —Ellos mismos se llaman así abiertamente. El único derecho que se enseña en las universidades es el derecho
del laboratorio y el de la jungla. ¿Por qué? Porque dicen que el hombre es un animal que evolucionó
accidentalmente del alga. Así como pueden destruir un alga sin ningún remordimiento, así pueden destruir al
hombre.

16. J. —Pero ellos seguramente no defienden la maldad.

S. —Cualquier virtud que se encuentre en las escuelas, ha llegado del exterior, el cual abastece a los científicos
con normas morales. Los científicos tienen una pizca de decencia, misma que adquirieron de sus "no-científicos"
padres, esposa, concejales de la ciudad y policías. Pero esta pizca persiste no porque sea un científico, sino màs
bien, a pesar de ello.

17. J. —Pero las universidades enseñan también la materia de Leyes.

S. — ¿Cómo un entrenamiento hacia la verdad o la rectitud? Todos los que conocen esta materia y sus
partidarios, sonreirían. Leyes, no es una ciencia ni se enseña aspirando a la Verdad.

18. J. — ¿No admite usted que el hombre posee Conciencia y un instinto innato hacia la rectitud?
S. —Lo admito, pero los científicos no lo hacen, ni pueden hacerlo. En la actualidad toda la base de la educación
formal es la enseñanza que el Hombre es una evolución accidental de formas inferiores de vida. Por eso dicen lo
que están forzados a decir: que todos los escrúpulos y principios morales son solamente el resultado de
evolución; por lo tanto, nada es intrínsecamente malo.

19. J. — ¿Nada? ¿Quiere usted decir que los científicos y las universidades aprueban el asesinato, las
violaciones y el robo? ¿Acaso no insisten en los principios del honor y critican amargamente a los
alumnos que hacen trampa en los exámenes? Seguramente tienen algunos principios de decencia.

S. —Es cierto, joven. Pero en esos momentos se comportan como seres humanos normales, no como científicos.
La naturaleza bondadosa del hombre persiste en ellos a pesar de sus propias doctrinas. ¿Cuánto tiempo puede
persistir esa bondad innata, y qué tan efectiva puede ser, contra el constante martilleo de sus enseñanzas?
Desde un principio, su código ético ya era bástante débil, así que... ¿qué queda después de varios años de
ignorarlo, como si no existiera una cuestión del bien y del mal y tras haberse impregnado de la doctrina del
desarrollo accidental del Hombre?

20. J. — ¿Pero qué hay de los psicólogos que tratan problemas de la mente y los sociólogos que
atienden los problema de la sociedad?

S. —Son peores que los físicos o los químicos. Antes que nada, los químicos y físicos son más precavidos, pues
gran parte de sus declaraciones pueden comprobarse por experimentos y cálculos. No así con los psicólogos y
sociólogos que pueden decir lo que quieran, y eso hacen. Además, los químicos y físicos tienen poca relación
con la conducta humana y ninguna con el problema del bien y el mal. Pero los psicólogos prescriben la conducta
del individuo y el sociólogo prescribe la conducta para las masas. Estos hombres, también llamados científicos,
ignoran totalmente el concepto del bien y del mal al influir en la conducta del hombre. En el mejor de los casos,
el psicólogo está interesado únicamente en hacer sentir mejor a su paciente, así que puede aconsejarle
descargar su tensión por medio de sentenciar a muerte a un hombre cada día antes de la hora del almuerzo. El
único problema es cómo mejorar la salud física y mental de su paciente; pero el aspecto del bien y del mal, no es
tomado en consideración. Los sociólogos, por otra parte, podían aconsejar a Hitler, y así lo hicieron, con
métodos de propaganda masiva y de cómo degradar la moral de las naciones conquistadas o de cómo asimilar y
germanizar los territorios anexados. Estos hombres pretenden controlar la conducta humana sin ni siquiera
tomar en cuenta los patrones del bien y del mal y ¡tristemente, en cierta forma lo están logrando!

21. J. —Si sus palabras son francas, contribuyen a su declaración de que las universidades son instructoras
del crimen. Pero de ser así, ellos podrían contestar que van en busca de la Verdad, por más amoral que sea. Si el
enfoque material-animalista

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