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Homilía e Nuestro Padre Servando Nieto Guerrero

Septiembre 25, 2018


A los padres y hermanos en la casa general

“Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la
ponen en práctica” Palabras del mismo Cristo.
“Con frecuencia en el medioevo se representaba la virgen de rodillas frente
al niño en el pesebre y adorándolo. En estas figuras expresaban los artistas lo que
San Lucas dijo con estos cinco verbos: Ha dado a luz, ha envuelto, ha depositado,
ha conservado y ha meditado” la Virgen. “La Virgen arrodillada frente al niño Jesús.
La Virgen María siente el misterio de este nacimiento” de veras lo siente. “Piensa
una vez y otra, constantemente, en su propio corazón lo que ha sucedido”, y eso es
lo que a nosotros nos hace falta. Por eso en muchos momentos de nuestra vida
somos infieles a Jesús, porque no nos arrodillamos ante ese niñito recién nacido,
como la virgen, y no nos ponemos a pensar lo que ha sucedido con la encarnación.
Que diferente sería nuestra vida. Nuestra fe no puede crecer si no somos almas
contemplativas de los principales misterios de nuestra redención. Por eso los
mejorcitos solo estamos, pero sin contemplación. Y sin contemplación de estos
misterios la fe no es fuerte y el amor menos, porque si la fe no es fuerte, la fe es
fuente y sostén del amor. ¿El amor de donde nace? ¿Acaso puede un muchacho
enamorarse de una muchacha que no conozca? O estará tonto. Hay muchos que
se enamoran por internet, sin ver ni siquiera la fotografía. Antes, cuando yo era niño,
oía decir que se enamoraban por medio de una revista que se llamaba
“confidencias”, y muchas quedadas encontraron novio por medio de esa revista. Yo
conocí a una señorita como de cincuenta años que se casó. Le fue como en feria,
pero logró casarse, sin conocer al hombre, pero por eso le fue como en feria. No
nos podemos enamorar de Cristo si no lo conocemos, si no nos arrodillamos frente
a Él, frente al sagrario, frente al niñito nacido en Belén para adorarlo, para pensar
realmente lo que ha sucedido, con la encarnación.
La primera lectura tiene frases muy hermosas y otras muy duras y muy claras.
Cómo un rey en las manos de Dios es como un canal de agua que siempre está
regando la milpa, las siembras para que haya flores y cosechas. Pero ¿qué pasa
con un rey que no se pone en manos de Dios? ¿qué pasa con un sacerdote que no
se pone en las manos de Dios si no que va haciendo sus propias pastorales,
designios? El hombre piensa que está bien, muchas veces, pero es el Señor el que
juzga nuestra rectitud y por eso tenemos que arrodillarnos ante él y poder
contemplar el infinito amor y su infinita sabiduría que nos quiere comunicar. Porque
nuestra religión es…no alcanzaríamos, aunque tuviéramos doscientos o trescientos
años, contemplando día a día de nuestra vida estos misterios, no alcanzaríamos a
meditar, a contemplar ni la mínima parte. No somos protestantes, no somos ateo.
Hemos sido llamados a ser cristianos, a ser de la familia de Dios. No arrimados
como nos decía el padre, sino en la casa del Señor. Y la casa del Señor, Él quiere
que sea nuestro corazón, nuestro interior. No solo capillas hermosas, bien
construidas, con verdadero arte sagrado, ayudarán, pero Él quiere sobre todo por
casa de Él nuestro propio corazón. Él se ha hecho de nuestra sangre, porque ¿quién
se encarnó? El Hijo: igual al Padre en eternidad, en divinidad, en santidad y se hizo
verdadero hombre en el seno de la Virgen. Era lo que ella contemplaba: Este
pedacito de carne que se ha formado en mi vientre ¿quién es? Y su fe crecía y su
amor. Y no le costaba nada. Esto le sostenía para cualquier sufrimiento, para
cualquier prueba. Por eso siempre ella fue fiel y todos los santos, como nos
platicaba el padre de unos cuantos, porque no había tiempo para decir más. “Medita
el misterio de su propio Hijo para darse cuenta quién es este niño. María es para
San Lucas la mujer que cree de verdad. Con ella nos dibuja una imagen de cómo
nosotros también podemos creer en la encarnación de Dios: en Jesucristo. En
Jesucristo se ha hecho hombre Dios.” Nuestra reacción no puede expresarse mejor
que con estas palabras: Conservar, meditar, observar y volver a decirlas siempre
en nuestro corazón. “Debemos conservar la palabra de Dios en el corazón.
Debemos compararla con la realidad en la que nos encontremos, hasta que la
palabra se entreabra en nosotros a la luz de la palabra, nuestra realidad de un modo
nuevo.” Necesitamos reconocer nuestra realidad de un modo nuevo, del modo que
Jesús quiere que la reconozcamos. ¿Quién es mi madre y quienes son mis
hermanos? Aquél que escucha la palabra de Dios, la conserva y la pone en práctica.
Esa es nuestra realidad. Somos parientes íntimos de Cristo. Somos de su familia.
Somos de la misma familia de Cristo, ¡de la misma familia de Dios! Cuánta
necesidad hay de nuestra fidelidad, de nuestra perseverancia, viviendo una vida en
realidad con un compromiso moral, con un compromiso ascético, no sólo porque
tenemos un compromiso jurídico, sino sobre todo porque Dios nos ama tanto que
quiso hacerse de nuestra misma familia humana para hacernos a nosotros de la
familia divina.
Que reconozcamos a la luz de la palabra nuestra realidad de un modo nuevo,
hasta que caigamos de rodillas maravillados frente al misterio del amor de Dios en
la vida de cada uno de nosotros. Cuánto valemos para Dios. Pero nosotros, a veces,
cuando nos llega la soberbia sentimos que valemos mucho, pero no con los
sentimientos de Cristo, sino con los sentimientos de Satanás, y eso nos destroza,
nos destruye.
Hay una frase allí en la primera lectura al final, muy dura, que debemos vivir
de una manera para que nuestras palabras no sean una realidad en nosotros:
Cuando se castiga al arrogante, no se corrige. El sencillo aprende cuando ven que
están corrigiendo al arrogante. El arrogante se hace más arrogante, se ensaña en
su soberbia, en su terquedad, en su egoísmo, pero el sencillo aprende. Cuando se
amonesta al sabio, crece su ciencia, pero cuando amonestas a un necio se hace
más necio. Y somos necios siempre que queramos regir nuestra vida con nuestra
propia sabiduría.
Tras los ojos altaneros, hay un corazón arrogante. Cuidarnos de no tener una
mirada altanera nunca, porque es señal de un corazón arrogante y una persona
arrogante no sirve para la vida cristiana, menos para la vida consagrada. La maldad
del pecador brilla en su mirada. Que nuestros ojos brillen, pero de alegría, de
gratitud, de amor, por el gran amor que Dios nos tiene para invitar a los demás a
que nos amemos en Cristo, y formemos de veras la familia de Dios en la tierra.

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