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A partir de los ejes de análisis definidos para este estudio se hará un análisis
conjunto de estas perspectivas una vez comentados los diferentes materiales
teóricos revisados para cada una de las corrientes a tratar. Nuestro interés
consiste en estudiar cómo se construyen las ideas sobre lo social, las
características de los actores involucrados, las prácticas sociales deseables y
las posibilidades de transformación social. Para esto, hemos escogido algunas
perspectivas como ejemplo de estas corrientes. Éstas serán: la Educación
Popular (Freire, 1970a, 1973a, 1973b), la Teología de la Liberación (Martín
Baró, 1990), la Investigación Acción Participativa (Fals Borda, 1959, 1981;
Villasante, 1993, 1994) y la Psicología Comunitaria (Montero, 1994b, 1996,
1998a; Serrano - García, 1989; Wiesenfeld, 1994, 1998). La elección de estas
corrientes se ha hecho por la preponderancia de estas perspectivas en la
literatura sobre intervención social tanto en el ámbito latinoamericano como del
Estado Español. (Montero, 1994b; López Cabanas, 1997; Martín, 1998;
Wiesenfeld, 1998).
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"hacer algo" frente a los problemas sociales profundos que produce la sociedad
actual, da como resultado una serie de modelos y posturas en las que el factor
predominante es la participación.
Los modelos participativos parten de la premisa de que las personas con las
que trabajan deben estar presentes activamente en todo el proceso de la
intervención e, incluso, que las decisiones sobre cuáles acciones tomar en
conjunto para la solución de determinadas problemáticas deben ser
mayoritariamente tomadas por esas personas. Esto implica, por una parte, una
fuerte crítica a la sociedad en cuanto a sus canales de participación,
distribución de recursos y relaciones de dominación y, por otro lado, una crítica
a los ámbitos académicos e institucionales desde los cuales no se había
considerado la participación de las personas afectadas en la solución de sus
propios problemas. Esto último es visto, por estas posturas, como una forma de
perpetuar las relaciones de dominación que se dan entre científicos/as y no
científicos/as y entre interventores/as e intervenidos/as reproduciendo el estado
de cosas. Aquí radica una de las mayores diferencias entre lo que hemos
trabajado en el capítulo anterior (en el que hemos analizado diversas formas de
intervención social) y las perspectivas que trabajamos en este capítulo que,
como se ha dicho, llevan a cabo diferentes metodologías en las que se hace
hincapié en la participación de las personas en la toma de decisiones sobre los
problemas que deben ser atacados, las maneras en las que deben ser
abordados y la evaluación de los resultados de las acciones del proceso.
Por lo tanto, las perspectivas participativas suponen también una ruptura con el
modelo tradicional del saber del profesional que se impone a las personas que
son intervenidas. En este sentido, los desarrollos hechos desde el ámbito
académico responden a una de las consecuencias de lo que se ha venido
llamando la "crisis de las ciencias sociales" (Ibáñez, 1996).
Entre los años 50 y 60 dentro de las ciencias sociales hubo una serie de
movimientos que proponían ciertas transformaciones en las formas de hacer
ciencia que hasta ese momento se estaba realizando. A partir de estas críticas,
se comenzó a hablar de la crisis de las ciencias sociales como un momento en
que se rompieron algunos de estos presupuestos y se sentaron las bases para
el estudio y la reflexión de los asuntos sociales desde perspectivas diferentes.
Algunas de las críticas que se hicieron en aquellos tiempos y que han tenido
repercusión para el surgimiento de los modelos de intervención participativos,
son las siguientes:
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• Las ciencias sociales, tal y como se venía haciendo desde un punto de vista
objetivista y experimentalista, tenían como efecto el control social y la
opresión de diferentes colectivos y grupos sociales.
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• Las injusticias de las que son víctimas estas personas son entendidas
mayoritariamente por estar localizadas en ciertos puntos de la estructura
social.
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En resumen, los puntos más importantes que conjugan las perspectivas que
vamos a presentar a continuación son:
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Freire hace una tipología sobre las formas de conciencia de las personas. Tres
son los tipos de conciencia que él describe. Por un lado, está la conciencia
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personas como en sus acciones sea posible y también los cambios en las
relaciones sociales y en la estructura social. Por esto, la relación dialéctica
entre estructura social y conciencia de las personas no es presentada por
Freire como una relación fija ni unidireccional, ya que, si así lo fuese, sería
imposible poder producir cambios en la sociedad a través de transformaciones
en la reflexión y en la acción.
Para lograr una transformación objetiva de la realidad Freire considera que las
personas deben desenmascarar las contradicciones propias de las relaciones
sociales de opresión, y progresivamente, cambiar sus condiciones de vida a
través de acciones que transformen relaciones de poder establecidas y ciertas
características de dichas condiciones de vida. Para poder transformar ciertas
relaciones sociales, las personas deben reflexionar críticamente sobre sus
condiciones de vida dentro de su contexto histórico (Freire, 1970b),
encontrando así, formas alternativas de entender lo social y de poder
transformar situaciones concretas de opresión. La relación entre la reflexión
sobre el contexto y las relaciones sociales, por un lado, y las acciones de
transformación, por el otro, es inseparable y se produce mutuamente.
Para ilustrar los procesos de reflexión en los cuales las personas se oponen a
los contenidos de la ideología dominante, Freire utiliza el concepto de
"problematización" (Freire, 1970b). Éste se refiere al proceso por el cual se
cuestionan las condiciones sociales de vida percibidas como naturales, a través
del diálogo colectivo entre educadores/as y educandos/as. Este proceso devela
los orígenes sociales e históricos de las condiciones presentes de opresión y
puede ser entendido como una lectura crítica de ciertas circunstancias vividas
(Freire, 1970b; Wiesenfeld, 1994; Allman & Wallis, 1997).
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En resumen, podemos decir que algunas de las ideas principales que maneja
la corriente de la educación popular son:
• Por lo tanto, ‘Nadie educa a nadie y nadie se educa sólo’. Esta premisa es
tanto epistemológica (es la manera de conocer las relaciones sociales)
como política (ya que permite la problematización).
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• En cada proceso concreto “lo que puede y debe variar, en función de las
condiciones históricas, en función del nivel de percepción de la realidad que
tengan los oprimidos, es el contenido de los diálogos” (Freire, 1970a/1979:
67).
Los autores que trabajan la teología de la liberación ubican sus orígenes tanto
en el Concilio Vaticano II como en las conferencias de Puebla (1968) y Medellín
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Aunque hay un acuerdo en que estos principios básicos están en la base de los
planteamientos de la investigación acción participativa, hay variedad en cuanto
a cómo se platean las diferentes tendencias la relación entre la investigación, la
acción y la participación y, además, de cuáles son los actores que deben estar
involucrados en los procesos de intervención, cómo se deben llevar a cabo
esos procesos, cuáles deben ser los resultados de los mismos y cuáles son los
pasos a seguir para lograr estos objetivos. En esta sección haremos un repaso
a dos de las formas en las que se ha planteado de investigación acción
participativa: la tradición que proviene de los trabajos de Fals Borda (1959), por
un lado, y los desarrollos de Villasante (1994), por otro, por ser dos maneras
características en las que se ha entendido la IAP y además, por tener
diferencias importantes entre sí.
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Se han hecho esfuerzos por delimitar y sistematizar cuáles han sido los aportes
de la IAP para la teoría y práctica de la intervención. Al respecto, Gabarrón y
Hernández (1994), definen la IAP como:
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• Los seres humanos son los constructores de la realidad en la que viven. Por
lo tanto, los miembros de una comunidad o grupos son los actores
fundamentales de los procesos que afectan a esa comunidad. En tal
sentido, ellos/as son dueños/as de la investigación que han contribuido a
producir. Por esta misma razón, estos resultados les deben ser devueltos.
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León (1999), después de una exhaustiva revisión del concepto, concluye que
dentro del ámbito de las perspectivas participativas el concepto de autogestión
se puede definir como "autogestión microcomunitaria" (la cual es separada por
la autora, de otras formas de definir la autogestión – como por ejemplo la
estatal, liberal, libertaria, sin patrón o agente externa). Según la autora la
autogestión microcomunitaria
"consiste en un agrupamiento de personas que, espontáneamente o por sugestión
de algún/a 'colaborador/a' (religioso/a, líder comunitario/a, profesional aliado/a, entre
otros), organiza una iniciativa colectiva de producción de acciones, bienes, servicios,
ideas o reivindicaciones que afectan a los/as involucrados/as, dirigiéndose,
entonces, a fines comunitarios. Tal iniciativa es independiente del Estado o de
organizaciones o individuos paternalistas; igualmente, no acostumbra emplear
mecanismos institucionalizados de participación (estatutos, directiva electa, políticas
estrictas de funcionamiento, entre otros). Puede ser un proceso corto o de un
momento (desarrollarse en pocos días), constituyendo una red momentánea. Así
mismo, las acciones realizadas pueden ayudar a la creación o fortalecimiento de la
noción de "nosotros/as" entre personas que viven o trabajan en un mismo lugar"
(León, 1999: 167).
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Este autor plantea una perspectiva que toma en cuenta sobre todo las redes de
relaciones entre grupos que existen en el ámbito de un tema específico o a
partir de la relación de los/as agentes externos/as y determinados grupos
sociales. El énfasis se encuentra en la potenciación de estas relaciones para
provocar dinámicas sinérgicas, que multipliquen las oportunidades de
creatividad de las relaciones sociales. Estas acciones fortalecerían las
propuestas y actividades de los diferentes grupos hacia la transformación de
condiciones y relaciones sociales. Por lo tanto, lo que interesa, más que las
propias identidades de los grupos, son las relaciones internas, rizomáticas o en
múltiples redes, fracturadas y fractales, que condicionan sus conductas,
ideologías y estilos de hacer. El papel de los/as profesionales o técnicos/as es
el de espejos externos que permiten a las partes locales reflexionar sobre sus
propias prácticas y necesidades.
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Para poder producir los mapas sociales en cierto contexto, Villasante propone
dos conceptos fundamentales: El concepto de analizadores históricos se refiere
a las experiencias que sirven de núcleo movilizador de la acción. Son
acontecimientos, eventos, luchas sociales donde se implica buena parte de la
comunidad y de la que quedó una determinada memoria histórica. El recuento
y análisis de estos acontecimientos pueden dar una primera aproximación de
cómo se sitúan los grupos con relación al tema en cuestión y entre ellos. Esto
sirve de base para el comienzo de la construcción de los mapas sociales y la
triangulación en la medida en que las personas y grupos se posicionan frente a
los acontecimientos. Sirve para investigar acerca de los grupos involucrados y
sus contextos. Los analizadores históricos deben salir del propio grupo con el
que se está trabajando ya que a partir del relato de sus miembros se puede
saber cuan importante fue el evento que servirá de analizador histórico. El
análisis temático dará como resultado un conjunto de "necesidades sentidas".
Los conjuntos de acción que se descubren en las contraposiciones trianguladas
de los discursos, servirán para precisar el "mapeo" que se necesita para
dinamizar tal situación. Así, la propuesta que se realice deberá tener en cuenta
tanto los temas más sentidos como los conjuntos de acción más transversales.
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Por otro lado, los autores del colectivo IOE (1993) advierten de la posibilidad de
que el discurso de la participación en la IAP sirva para que, desde los
organismos oficiales, se legitimen las acciones que son decididas desde
centros de poder específicos y no desde los intereses de las personas
afectadas (tal como puede suceder con la democracia representativa). El
colectivo IOE (1993) plantea la imposibilidad de una metodología participativa
válida y eficaz en sí misma, al margen de las prácticas sociales y del problema
del poder, ya que la participación en sí misma no es garantía de un
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Por último, Goebel (1998) sostiene que aunque el uso de la IAP significa
incrementar el espacio de control del conocimiento creado por parte de los/as
participantes, esta postura puede oscurecer la complejidad de lo social y validar
puntos de vistas dominantes que son cristalizados como sentido común en un
conocimiento local monolítico (a través del uso del concepto de conocimiento
popular como producto unívoco de las personas en su acercamiento a la
realidad). Por un lado, los métodos de investigación basados en la IAP pueden
mostrar cómo funcionan las relaciones de poder dentro de los grupos, pero por
otro también pueden esconder estas relaciones de poder ya que se aboga por
el consenso y el silenciamiento de las voces disidentes y minoritarias en el
grupo. La IAP puede oscurecer muchas relaciones de poder que se dan en lo
local (por ejemplo en los conflictos grupales al interior de los propios procesos
de investigación – intervención – Bettencourt, 1996). Goebel (1998) Hace una
crítica a la visión de los grupos como homogéneos internamente y a lo que
denomina el 'conocimiento indígena' como monolítico.
Ahora bien, con relación al primer punto se dibuja la sociedad como una
sociedad en conflicto en el que ciertos grupos poderosos pueden tomar
decisiones que afectan a otros grupos en posiciones de marginación. La lucha
que propone la IAP a partir de la sociología militante, es la de 'ponerse' del lado
de quienes están oprimidos/as a través del compromiso político de los/as
investigadores/as para combatir estas relaciones. Se busca el 'empowerment'
del grupo con el que se trabaja para lograr la posibilidad del control de las
situaciones que afectan su vida cotidiana.
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Ahora bien, estas forma de plantear las relaciones entre los grupos con los que
se trabaja y la sociedad (en particular los grupos que detentan poderes
económicos y políticos) y entre investigadores/as e investigados/as puede
conducir a crear una imagen de homogeneidad del grupo con el que se trabaja,
construyendo un sujeto colectivo único que accede a la investigación y la
acción que se contrapone a otro grupo (el de los/as poderosos/as) igualmente
homogéneo y sin contradicciones. La fuerza de la unicidad del grupo con el que
se trabaja es lo que otorga poder de decisión a partir del principio de
colaboración que debe estar presente en el proceso (de Miguel, 1993). Sin
embargo, autoras como Goebel (1998), a partir de un análisis informado por
posturas feministas críticas, afirman que esto puede llevar al peligro de que,
aunque la IAP sirva para denunciar ciertas relaciones de poder (especialmente
las que hemos nombrado anteriormente), oculta las posibles relaciones de
poder (como por ejemplo las relaciones de género) dentro del propio grupo de
trabajo, cosa que puede crear el efecto de marginación de las voces
minoritarias dentro de los propios grupos. A partir de los aportes de Jiménez
(1994) tampoco queda claro la potencialidad liberadora que da al grupo de
trabajo la relación con los/as investigadores/as externos/as debido a la
posibilidad de 'manipulación' intencionada o no de los grupos hacia ciertas
construcciones de la realidad predominantes y 'preferibles' para las acciones de
transformación social. El hecho de mantener la tajante diferenciación entre
ambos tipos de conocimiento (científico y popular) reifica las diferencias entre
ambos grupos y tiende a privilegiar la voz del/a experto/a dentro del proceso
(Ibáñez, 1996). De esta manera, el potencial liberador de la IAP quedaría
restringido a cierto tipo de relaciones de dominación definidas por el modelo de
comprensión de la sociedad como dos bloques sociales: el de los/as
poderosos/as y el de los/as no poderosos/as, en la cual éstos últimos deben
juntarse como actores colectivos – acompañados por los/as intelectuales
comprometidos/as - de manera de promover cambios en sus vidas.
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Así surgió una "subdisciplina" que se encargaría de hacer una práctica aplicada
al ámbito de la comunidad y de reflexionar y crear propuestas teóricas acerca
de esta práctica. Bajo este nombre se abre un paraguas de diferentes prácticas
y de relaciones posibles entre 'psicología' y 'comunidad'. Quintal de Freitas
(1994) sistematiza cuatro de las relaciones entre estas dos palabras. 1) La
psicología en la comunidad, la cual implica que se utilizan las herramientas
psicológicas tradicionales en lugares donde no están fortalecidos los servicios
de salud, como por ejemplo en vecindarios empobrecidos. En estos casos la
población es receptora de los servicios de los/as profesionales 2) La psicología
de la comunidad, en la cual los problemas son entendidos como derivados de
los factores económicos, políticos y sociales de las sociedades y los/as
profesionales se ponen al servicio de las demandas y necesidades de los
grupos comunitarios como activismo político. 3) La psicología comunitaria en la
cual se da una relación dialéctica entre personas de la comunidad y
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Estas posturas son las que más estrechamente se relacionan con las otras
perspectivas desarrolladas en este capítulo tales como la Investigación Acción
Participativa (Fals Borda, 1959) la Educación Popular (Freire, 1970a) y la
Teología de la Liberación (Martín – Baró, 1990); ya que toman las posturas
críticas de estas perspectivas para desarrollar una psicología comunitaria
comprometida con los sectores más empobrecidos de la población. Wiesenfeld
(1998) afirma que desde el punto de vista de la psicología social comunitaria, la
intervención comunitaria esta orientada por el énfasis en el cambio social. Esto
ocurre a través de la concientización y la subsecuente participación de los
miembros de la comunidad en la solución de sus propios problemas.
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De los tres modelos descritos hasta ahora dentro del ámbito de la psicología
comunitaria, este último – el de la transformación social – es el que más
explícitamente incorpora a las personas afectadas en los procesos de cambio a
partir de la relación entre agentes "externos/as" y agentes "internos/as". Por
esta razón, en este apartado estudiaremos los conceptos que han sido
desarrollados en esta última perspectiva; ya que para efectos de este capítulo
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Otros aportes de la psicología social a las acciones comunitarias han sido los
desarrollos de los trabajos grupales en el seno de la investigación –
intervención. El grupo es la condición del conocimiento de la realidad común.
La problematización teorizada por Freire (1970a) se da en el diálogo entre
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Rueda (1996) hace una distinción que es útil para comenzar a hablar de
participación. Él contrasta lo que es la acción social (como movimientos que
surgen de la propia comunidad y que se desarrollan como movimientos
sociales) y la intervención social (como actuación nacida de la capacidad tecno
– científica de atender o incidir en un problema, lo cual sería el cambio social
planificado). Cuando se habla de la participación dentro del ámbito de la
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Siguiendo todo lo dicho hasta ahora, Montero aboga por lo que llama Marín
(1988) una participación plena, ya que incorporaría la toma de decisiones en el
seno del grupo de trabajo, conformado por agentes "externos/as" y agentes
"internos/as".
Para Montero (1996) la participación supone los siguientes aspectos:
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4.5.1 Diagnóstico
El diagnóstico de la sociedad de las posturas que hemos denominado
participativas es el de una sociedad caracterizada por mecanismos de
explotación y dominación. Son posturas fuertemente influenciadas por los
aportes de la literatura marxista en el sentido de que dibujan una sociedad en
la que existen básicamente dos bloques sociales: el de los/as opresores/as y el
de los/as oprimidos/as cuyos intereses son antagónicos, ya que los/as
primeros/as buscan la perpetuación de las relaciones de dominación y los/as
segundos/as sufren las consecuencias de estas relaciones. Este sistema
produce efectos sociales de pobreza y exclusión (de los procesos económicos,
sociales, culturales y políticos) de ciertos grupos de la sociedad. Además,
busca perpetuarse a través de mecanismos de opresión en todos estos niveles.
El Estado, aunque en ciertos casos intenta paliar las consecuencias de las
relaciones asimétricas en la sociedad, utiliza los mecanismos de los que
dispone (tanto legales como políticos) para la manutención de las situaciones
injustas. En cuanto a las relaciones internacionales, posturas como la
educación popular o la psicología social comunitaria se acogen a la teoría de la
dependencia (Cardoso y Faletto, 1978). En términos generales, se sostiene
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que en el orden internacional los países denominados del "tercer mundo" han
sido explotados por los países del "primer mundo" a través de relaciones de
dominación económica, política y cultural. Por esta razón, es necesario crear
sistemas de teorías y prácticas propios de estos lugares para intentar paliar los
efectos psicosociales de esta situación.
4.5.2 Solución
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Además, dado que las herramientas que tienen los/as profesionales de las
ciencias sociales y humanas (educadores/as, psicólogos/as, sociólogos/as,
trabajadores/as sociales) son básicamente teóricas y metodológicas, el
planteamiento de estas perspectivas enfatiza más en las transformaciones
locales que se pueden dar a partir de los diálogos y acciones que se
promuevan en los procesos concretos en comunidades, barriadas, etc. Esto
produce cambios concretos en las condiciones de vida de las personas y a
veces ataca frontalmente a los poderes establecidos, obligándolos a prestar
atención a aquellos sectores excluidos de la consulta política y social. En
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Ahora bien, las posturas participativas conforman dos agentes separados entre
sí. Las personas de la comunidad o grupo con el que se trabaja no son
necesariamente personas que formen parte de un colectivo 'problemático'
como en las intervenciones estudiadas en el capítulo anterior (personas con
discapacidades, mujeres, ancianos/as, etc.), se trata de personas que son
parte (se sienten parte) de algún grupo o comunidad. Como dicen las
definiciones de comunidad, son personas que comparten intereses, recursos y
problemas comunes y, a la vez, algún grado de organización para iniciar la
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Por ejemplo, Sawaia (1996) propone una crítica acerca del uso que se hace de
la relación entre el concepto de comunidad y sociedad. Para ella, la separación
de estos dos grupos como entes enfrentados en cuanto a intereses tiene el
efecto de construir a dichos grupos con identidades homogéneos internamente:
El grupo comunitario como conformado por las personas oprimidas de la
sociedad y el grupo social general como conformado por personas y
mecanismos de dominación. Al respecto, afirma que si la comunidad contiene
individualidad no puede ser trabajada como unidad consensual y sujeto único y
que esto es un error en el que han incurrido estas perspectivas. Por su parte
Spink (1999) hace una crítica al uso exclusivo de la categoría de grupo que se
ha tenido en la teorización y la práctica de las posturas participativas. Según él,
la herencia de la psicología social (disciplina experta en el trabajo con grupos
pequeños y en la investigación acerca de sus procesos) ha hecho que en
acercamientos a las comunidades, los/as interventores/as hayan definido la
forma de organización grupal como la idónea para llevar a cabo los procesos. Y
pregunta por la razón por la cual no se han incorporado en estas teorizaciones
las redes, asambleas, comisiones, protestas, comités, periódicos de la calle,
radios ciudadanas, y muchas otras posibilidades de asociacionismo presentes
incluyendo tumultos, masas y movimientos. El grupo como forma de
organización única limita espacios de intervención sobre otras agrupaciones
mucho más variadas y con diferentes posibilidades de formulación de
propuestas y respuestas dentro de la sociedad civil.
Por otro lado, Montenegro (1998) formula una crítica sobre las maneras en las
que se definen las identidades de los entes participantes "externos/as" e
"internos/as" como grupos cerrados y homogéneos entre sí a partir de las
teorizaciones en psicología comunitaria y León (1999) formula otra referida al
concepto de autogestión. Este concepto se presenta en el ámbito de la
psicología social comunitaria como un objetivo que la comunidad debe alcanzar
al final de los procesos emprendidos. Según esta autora, el objetivo de la
autogestión, en tanto que está definido de antemano por la propia metodología
participativa no se negocia con las personas de comunidad, es decir, no surge
del diálogo entre ambos entes sino que es sugerido e impuesto (a partir de la
acción del equipo interventor de retirarse del grupo de trabajo) por parte de
los/as agentes "externos/as" a la comunidad.
Todas estas críticas apuntan a las definiciones que se hacen desde los/as
profesionales hacia los procesos participativos, es decir, el punto desde el cual
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Ahora bien, las perspectivas participativas han apostado por trabajar con las
personas menos favorecidas de la sociedad (quienes están en las zonas
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Varios relatos han surgido alrededor de esta cuestión: Una primera respuesta
obvia (y quizás la más frecuente entre interventores/as) es la de la urgencia de
los problemas que viven estas personas. Basta darse una vuelta por los barrios
de Caracas (y sin ir tan lejos algunos de Barcelona) para darse cuenta de que
se vive en condiciones que no alcanzan las mediciones de calidad de vida que
se hacen con las escalas. La urgencia de los problemas económicos y sociales
parece ser evidente y una razón de peso para la intervención. Aunque estas
escalas se hagan desde posiciones distintas a gran parte del 'conocimiento
popular' de las personas afectadas, parece que es legitimo intervenir allí donde
los problemas son 'evidentes' para la mayoría (incluidos/as quienes trabajan en
las comunidades). Ya que la intervención busca la transformación social, se
puede comenzar con atacar los problemas más inmediatos de las poblaciones,
aquellos en los que las personas se involucrarían y participarían en acciones
de mejora. Y desde allí, comenzar el cambio hacia condiciones materiales de
vida distintas y, por ende, niveles de conciencia diferentes - como diría Freire.
Las consecuencias son los cambios en espacios de participación y decisión
comunitarios.
Otra respuesta puede tener que ver con los orígenes de los movimientos de
transformación dados sobre todo en Latino América, amparados en las
comunidades eclesiales de base algunas veces menos reprimidas por los
regímenes militares en la zona. La teología de la liberación hace una apuesta
explícita hacia los/as pobres. Propone una iglesia que no esté al servicio de los
entes de poder y de la perpetuación de las desigualdades en la sociedad, sino
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una iglesia comprometida con los valores cristianos de igualdad de los seres
humanos, una iglesia combativa que de respuesta a las situaciones de
injusticia humana y que activamente haga acciones de transformación. De esta
manera, la iglesia ha dado fuerza a grupos y asociaciones que buscan una
transformación social, dando las bases filosóficas, religiosas y muchas veces
económicas y de infraestructura que estos movimientos han necesitado. El
trabajo de las comunidades eclesiales de base justamente se asienta en las
poblaciones más desfavorecidas con el presupuesto que es allí donde se
necesita más este tipo de apoyo.
Por último, se puede pensar en que dada la base marxista de las perspectivas
que hemos estudiado, la elección por las poblaciones más empobrecidas de la
sociedad no es casual, sino debido a la misión histórica de la clase trabajadora
o de los/as oprimidos/as en la transformación social. Según algunas teorías
marxistas el hecho de que el proletariado se convierta en 'clase' hace que este
aglomerado esté consciente de sí mismo como producto histórico y que
adquiera la capacidad de transformación social a partir de esta consciencia. Es
este grupo social quien tiene que tomar las riendas de la transformación radical
de la sociedad. Para Freire (1970a), son estas personas las que deben
liberarse primero para después liberar a quienes les oprimen a partir de un
entendimiento del mundo distinto al actual.
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