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Introducción
En el siguiente trabajo se busca exponer algunos puntos centrales que permiten relacionar las
prácticas educativas, en particular en educación popular, con una redefinición de la infancia
en un sentido político.
Se abordará, en primer lugar, una aproximación al concepto de infancia a partir del contraste
entre una consideración esencialista y una perspectiva sociohistórica. En segundo lugar, se
tratará la vinculación entre infancia, sociedad y política como conceptos centrales que
permiten comprender mejor la concepción sociohistórica de la infancia, la politicidad de la
educación y la necesidad de repensar la posición social de la infancia. Finalmente, se
sustentará una posición educativa transformadora sobre la base del protagonismo infantil,
para lo cual se cuestionará inicialmente la visión tradicional de niños y niñas en los procesos
educativos para proponer un enfoque que propicie el cuestionamiento de la realidad, el
desarrollo autónomo y la participación efectiva desde temprana edad.
El concepto de infancia
Desde un enfoque tradicional, la infancia suele ser comprendida como una fase del desarrollo
humano que se extiende desde el nacimiento hasta la pubertad, es así como, por ejemplo,
desde la psicología del desarrollo se establecen divisiones internas como una forma de
agrupar ciertos rasgos generalizables a la población infantil, sean cognitivos, psicosociales o
físicos. De este modo, es posible también hablar de rangos etarios marcados por determinados
hitos en el desarrollo (desarrollo del lenguaje verbal, primeros pasos, cambio de dientes,
desarrollo de caracteres sexuales secundarios, etc.) que buscan explicar cómo se lleva a cabo
el tránsito hacia la adultez.
Sin embargo, comprender la infancia únicamente desde una perspectiva biológica o
psicológica resulta insuficiente para enfrentar la complejidad de dicha categoría, sobre todo,
si lo que buscamos es abordarla no solo en términos individuales sino en relación con un
contexto sociohistórico determinado. Esto no implica desestimar la perspectiva anterior, sino
más bien superar una visión restringida únicamente a lo individual y considerar que la
infancia no se da al margen de la sociedad y sus factores condicionantes.
En este sentido, el hecho de que en la actualidad la infancia parezca muy distinta a la que las
personas solían vivir hace tan solo 10 años o que el ser niño o niña pueda adquirir formas tan
diversas en distintos continentes o incluso dentro de los mismos países es una muestra clara
de la imposibilidad de homogeneizar la experiencia infantil. Dicha diversidad referente a la
forma de vivir la infancia se percibe aún más si incluimos otros factores igualmente
relacionados como las diferencias de clase, de género, étnicas, la época histórica o el tipo de
sociedad.
Comprender la infancia como una construcción sociohistórica, y ya no solo como una fase
del desarrollo, implica entenderla en relación con un contexto social e histórico que
condiciona, en mayor o menor medida, lo que se entenderá socialmente por ser niño o niña,
y, en consecuencia, la relación que se establezca entre estos y los adultos, las formas de
socialización, las expectativas futuras y su posición, derechos y deberes dentro de la vida
social. De este modo, ya no se podría hablar de una única forma de ser niño o niña o de una
cualidad natural o esencial preexistente que determine la niñez, sino de una heterogeneidad
de formas asociadas a los distintos contextos socioculturales de cada época. Por lo tanto, tal
como plantea Sacristán (2003), “no hay infancias prototípicas uniformes e ideales, sino
modos de vivir esa etapa de la vida” (p.20).
De este modo, la infancia entendida como una construcción sociohistórica no solo involucra
al niño en su situación concreta sino todos aquellos factores, espacios, costumbres y discursos
que influyen en su día a día. Desde esta perspectiva, entonces, se busca afirmar que no
existiría una cualidad natural que sustente la idea tradicional del niño como ser presocial,
carente de razón o incapaz de participar dentro de la sociedad. Es así como, además, se nos
invita a cuestionar los supuestos históricamente construidos que ven en la infancia una etapa
idealizada o irrelevante al mismo tiempo que se pretende repensar dicho concepto en razón
de prácticas que aseguren la participación en la transformación social y ya no la simple
adaptación de las generaciones jóvenes.
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En la obra Historia de la infancia en el Chile republicano de Jorge Rojas Flores se puede apreciar los distintos
niveles de participación social infantil a lo largo de la historia de Chile.
pueda prescindir de su cualidad política. Así, asumir un posicionamiento en cuanto a sus
objetivos resulta sumamente relevante en contra de una educación acrítica o que pase por alto
las problemáticas sociales existentes. Sobre esta base, entonces, el primer paso para asumir
una postura transformadora es la consideración política de la educación y el compromiso
necesario por generar prácticas educativas, sean formales o no formales, consecuentes con
dicha orientación de cambio.
Es así como, considerar y cuestionar las problemáticas sociales desde temprana edad es el
primer paso para desarrollar una educación coherente con una redefinición crítica de la
infancia. Asumir apriorísticamente la incapacidad de niños y jóvenes para comprender la
realidad de la que son parte no solo supone su infravaloración, sino que implica, también,
una acción que no contribuye a un desarrollo personal integral, autónomo y crítico necesario
para la construcción de una sociedad más democrática.
Se plantea, entonces, la pregunta sobre cómo es y cómo debiese ser la relación entre infancia
y los espacios de socialización en la cual los niños, a partir de su interacción, se desarrollan.
En base a esto, resultaría importante cuestionar la tendencia por parte de los adultos a crear
una esfera infantil que busca sustraer a los niños, aunque solo artificialmente, de la realidad
en la que viven. Como se ha mencionado anteriormente, esta tendencia, asociada con la visión
del niño como sujeto pasivo y objeto de cuidado únicamente, no resulta beneficiosa para la
formación de sujetos críticos y conscientes de su responsabilidad en la construcción de una
sociedad más justa y democrática.
Ahora bien, en cuanto al protagonismo infantil como eje de una educación transformadora,
este debiese ser entendido de una manera que supere su manifestación simbólica o
testimonial. La oposición entre un protagonismo efectivo y uno simbólico se da en razón de
la capacidad que adquiere el niño, no solo de participar activamente en un determinado
espacio, sino principalmente por el hecho de que sus acciones e intereses tengan
consecuencias prácticas y tiendan a desarrollarse en un sentido en el cual puedan influir en
la modificación de dichos espacios. Así, una participación efectiva en la escuela implica
comprender a los niños como constructores activos de conocimiento, pero también como
protagonistas con capacidad de incidir en las decisiones que les afectan.
Con respecto a este punto, según la perspectiva de Minzi (2006) en la actualidad se podría
evidenciar un tránsito desde la consideración del niño como objeto de cuidado a la
concepción del niño como consumidor o cliente. Este hecho se ve marcado por la influencia
de las relaciones de mercado en la vida de los niños y niñas, por ejemplo, a través de una
serie de representaciones que tienen lugar en los medios de comunicación o en la publicidad
principalmente y que buscan construir la imagen de la infancia como una etapa dorada,
mágica y donde el niño puede ser partícipe en la adquisición de productos que les son propios.
En este caso, el protagonismo del niño como consumidor es en realidad meramente
simbólico, pues si bien el niño cuenta con mayores posibilidades de influir en la decisión de
sus padres en la compra de determinados productos, su participación activa en los espacios
que frecuenta sigue siendo reducida.
Se podría afirmar que la participación infantil se ha traducido en la capacidad de actuar sea
de manera testimonial o dentro de espacios artificiales, cerrados o de virtualidad, por
ejemplo, que los niños accedan tempranamente a redes sociales o tengan la posibilidad de
hacer un uso activo de internet no implica que dicha participación se dé también en otros
espacios de la realidad. Por lo tanto, aun cuando cuenten con más posibilidades o medios de
expresión y se haya transitado en los últimos años hacia relaciones más horizontales y
democráticas con los adultos, la infancia sigue concibiéndose generalmente como una etapa
a resguardar de la influencia social, la política y el reconocimiento de los problemas que la
afectan.
Conclusión
Se ha querido manifestar que una redefinición efectiva de las formas de vivir la infancia
implica necesariamente una transformación de los espacios y procesos relacionados. De este
modo, una infancia crítica, autónoma y que se construya sobre la base de valores e ideas
distintas a los hegemónicos no se da de manera abstracta ni aislada, sino que por el contrario
requiere una transformación conjunta de aquellos aspectos que no contribuyen en garantizar
las condiciones necesarias para este objetivo.
A partir de esta idea, el desarrollo temprano de formas de protagonismo social efectivo en la
infancia no solo contribuye al desarrollo autónomo de niñas y niños, sino que permite situar
como posibilidad la transformación de la sociedad y ya no la simple integración a lo existente.
Finalmente, y en consecuencia con las ideas antes expuestas, se debiese abandonar la
concepción de la infancia como proyecto futuro en tanto contribuye más bien a la exclusión
de los niños y su participación en las condiciones sociales presente. La infancia, en este
sentido, no es futuro sino construcción que está teniendo lugar día a día.
Bibliografía
Minzi, V. (2006). Los chicos según la publicidad. Representaciones de la infancia en el
discurso del mercado de productos para niños. En S. Carli, La cuestión de la infancia. Entre
la escuela, la calle y el shopping (págs. 209-240). Buenos Aires: Paidós.
Moulian, T. (2002). Chile actual anatomía de un mito. Santiago: LOM ediciones.
Sacristán, G. (2003). El alumno como invención. Madrid: Ediciones Morata.