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Frente al Código Civil de 1984, de matriz marcadamente liberal, individualista y ajeno a las
diferencias económicas y culturas de la sociedad, el Código Procesal Civil se construye sobre
bases constitucionales, colocando a la paz social como fin supremo (art. III) y a los derechos
a la tutela jurisdiccional efectiva y al debido proceso (art. I), como principios informadores
de la actividad judicial , como referentes interpretativos primarios para la aplicación de las
normas (art. III, segundo párrafo) y para el efectivo reconocimiento de los derechos
procesales y de los que son puestos en juego durante el desarrollo de las causas (art. III,
primer párrafo). Pero también, como criterios de actuación no sólo jurídicos, sino éticos
tanto de los Jueces y auxiliares, como de las partes en conflicto y sus abogados.
Es en ese contexto donde debe valorarse la apuesta del Código en colocar al Juez como
director del proceso (art. II), ello implico la atribución del carácter publicista al proceso civil.
Con respecto al resto de normas contenidas en el Código, más allá del elaborado tratamiento
de las categorías e institutos fundamentales de nuestra ciencia procesal (nos referimos al
tratamiento de los conceptos de demanda, contestación, reconvención, pretensión, acto
procesal, sujetos del proceso, sucesión, sustitución procesal, formas especiales de
conclusión del proceso, competencia y jurisdicción, litisconsorcio e intervención de terceros,
acumulación objetiva de pretensiones, sentencia y cosa juzgada, etc.) que por razones de
espacio no es el caso desarrollar, podemos sintetizar en tres los alcances más importantes
que posee el referido cuerpo legal: la postulación del proceso, la diferenciación de la
tutela procesal y, al interior de ésta, particularmente, el tratamiento de la tutela
cautelar.
Si bien, en nuestra legislación, el Código Procesal Civil en su artículo 196° regula la carga
de la prueba, y señala que “la carga de probar corresponde a quien afirma hechos que
configuran su pretensión, o quien los contradice alegando nuevos hechos”. Por lo que,
podemos apreciar del Código Procesal Civil, establece la distribución de la carga probatoria
en una u otra parte del proceso según se presente el caso en particular, por lo tanto se
entiende como regla general que las partes en el proceso tienen la carga de ofrecer los
elementos de prueba que sustenten las afirmaciones vertidas, pues de no ofrecerlas como
consecuencia resulta el no amparo de sus pretensiones. En ese sentido, en nuestro país rige
la teoría de la carga estática de la prueba, donde los hechos afirmados por el demandante
(hechos constitutivos) deberán de ser probados por él mismo, así mismo los hechos
alegados por la contraparte –demandado- (hechos extintivos) deberán seguir la misma
regla, es decir probados por ésta parte procesal.
Sin embargo, a la actualidad la carga dinámica de la prueba se discuten como una nueva
propuesta en nuestro sistema procesal, como nueva idea o corriente para el mejor
tratamiento de los conflictos de intereses puestos a conocimientos del órgano jurisdiccional.
Así tenemos esta teoría de la carga dinámica de la prueba que implica que la carga de la
prueba recae sobre la parte que por su situación se encuentra en mejores condiciones de
acercarla u ofrecerla al proceso. Es decir, esta teoría sostiene que en determinados
supuestos, excepcionales, la carga de la prueba recae sobre la persona que se encuentra
en mejores condiciones para aportarla al proceso.
Si bien, esta institución se encuentra regulado en el Artículo 178 del CPC, resulta insuficiente
y hasta contradictoria, para lo cual se debe de revisar y precisar lo siguiente:
6. Reformar La Casación