Professional Documents
Culture Documents
Aunque todos tenemos una idea clara de nuestro YO, el concepto científico, que
da cuenta de en qué consiste esa experiencia general y cómo la adquirimos, ha tardado
tiempo en ser establecido. Los seres humanos no solamente actuamos, sino que
hablamos y pensamos sobre ello y también damos cuenta a los demás y a nosotros
mismos de aquello que controla nuestra conducta. Así construimos nuestro
autoconcepto, es decir, el concepto de nuestro YO.
La sociedad nos va enseñando quién actúa, quién piensa y quién siente. Lo
vamos descubriendo en comparación con los otros. Así, nos vamos dando cuenta de que
quien tiene un juguete soy yo y no mi hermano, que está a mi lado; que yo siento algo
diferente de mi madre o que quien está mirando soy yo. Vamos aprendiendo a referirnos
a nosotros mismos como yo, diferente a tú. Aprendo que soy yo quien tiene hambre,
quien quiere un helado, tiene dinero, posee la muñeca, etc. Por un proceso de
abstracción nos vamos dando cuenta de que somos los procesos internos que acompañan
nuestros actos: soy yo quien siente, quiere, hace. El proceso de abstracción nos lleva
finalmente a quedarnos con una vivencia más pura, abstracta y profunda de nuestro yo
(Kohlenberg y Tsai, 1991).
Yo siento frío
Yo siento hambre Yo siento
1
3. El YO como contexto. Finalmente nos encontramos con un concepto más
profundo de nosotros mismos que trasciende nuestros procesos internos.
Independientemente de lo que ocurra dentro de nosotros, es decir, de lo que estemos
sintiendo, pensando o actuando, somos nosotros mismos, nuestro YO no varía. El YO se
va abstrayendo y vaciando de contenido. Nos quedamos con el hecho de que siempre
que empleamos la palabra YO lo hacemos desde aquí, frente a la palabra TÚ que
empleamos siempre como situada fuera de nosotros, es decir, allí; y siempre que
hablamos de nosotros mismos lo hacemos ahora, aunque hablemos de algo pasado o
futuro. Tenemos un sentimiento de permanencia pese a todos los cambios que se dan en
nosotros a lo largo del tiempo. Sentimos que este YO más profundo trasciende el
tiempo, el espacio y nuestros procesos internos. Aprendemos desde la más tierna
infancia que somos individuos y que tenemos una permanencia durante toda la vida.
Sabemos y sentimos que somos los mismos que cuando teníamos cuatro años, aunque
nuestro cuerpo haya cambiado totalmente y nuestras capacidades, nuestra forma de
comportarnos y de pensar, no tengan nada que ver con las de entonces. Tenemos la
percepción de nosotros mismos como seres permanentes, pese a los cambios que se
producen a lo largo de la vida. Nuestro YO más profundo nos proporciona un sentido de
trascendencia. Si somos los mismos pese a que todo cambie; ¿qué permanece en nuestro
YO? Lo que permanece es la perspectiva desde la que hablamos o pensamos sobre
nosotros, siempre lo hacemos desde la misma perspectiva y en el mismo tiempo: desde
aquí y ahora, aunque el tema al que nos refiramos se sitúe en otro lugar y otro tiempo; el
YO, es decir, quien piensa, habla o siente, siempre lo hace desde aquí y ahora. Todas
nuestras actuaciones, incluyendo nuestros pensamientos, surgen en el momento presente
y desde la misma perspectiva (Hayes, 1984; Hayes y Gregg, 2000). El sentimiento más
profundo de nuestro Yo está unido a la sensación de esa perspectiva: "YO estoy aquí
frente a TI que estás ahí" y "YO existo ahora, frente a aquello de lo que hablo, que
puede existir en otro tiempo".
Una metáfora nos ayudará a comprender las dimensiones del YO que hemos
definido. Nuestro YO es como una casa. En ella hay muebles, objetos y otros elementos
que nos van a permitir usarla, forman el contenido de nuestro YO. En la casa vivimos
utilizando esos objetos u otros: la disfrutamos, la sentimos, e invitamos a otros a
compartirla, aunque nunca será suya; es nuestro YO como proceso. Pero nosotros
somos, sobre todo, la casa. Podemos cambiar los muebles, podemos dedicarla a
menesteres diferentes; podemos incluso remodelarla, cambiar la fachada y las
habitaciones; pero la casa siempre será la misma, pues es nuestro YO como contexto.
1 EL YO COMO CONTENIDO
El concepto que tenemos de nuestro YO incluye lo que nos decimos a nosotros
mismos o a los demás que somos. Cualquier cosa que incluyamos en esa categoría es un
componente de nuestro YO.
Al concepto que tenemos de nuestro YO le vamos dotando de contenido
añadiéndole diferentes características, como las que a continuación se incluyen:
1. Sabemos cuáles son nuestros medios para actuar: desde pequeños nos enseñan
qué es lo que poseemos y se nos da permiso para usarlo y controlarlo. Surge así uno de
los componentes de nuestro YO: aquello que reivindicamos a la sociedad que nos deje
usar para conseguir nuestros objetivos. Así, si alguien posee un barco, la sociedad le
reconoce el poder hacer con él lo que quiera, dentro de unas normas. Según seamos más
ricos o más pobres, tendremos posibilidades de hacer cosas y, además, nos ayudará a
construir y mantener nuestra imagen social.
2
2. Otro componente son nuestros roles: somos fontaneros, psicólogos,
estudiantes, ingenieros, etc. y la sociedad nos reconoce habilidades y capacidades para
hacer las funciones que corresponden en cada caso. Por ejemplo, a un fontanero se le
reconoce socialmente la habilidad de arreglar las conducciones de agua y se le otorga el
papel de hacerlo.
3. Otro componente son nuestros hábitos. Decimos que somos socios del
Madrid, jugadores de ajedrez, deportistas, etc.
4. Nuestro cuerpo constituye una parte importante de nuestro YO. Decimos que
somos altos, rubios, guapos, fuertes, etc.
5. Nuestras acciones tienen determinadas características y así lo reconocemos de
forma pública y/o privada y decimos que somos tercos, amables, risueños, nerviosos,
etc. Son peculiaridades de nuestra actuación que consideramos como parte integrante de
nuestro YO. Es una forma de integrar nuestros procesos internos en nuestro YO, de esta
manera el YO como proceso también es parte del contenido de nuestro YO.
Existen dos factores importantes que están presentes en todas las características
de nuestro YO conceptual:
1. Nuestra imagen social. Nos decimos a nosotros mismos lo que somos y también se lo
decimos a los demás. De esta forma trasmitimos una imagen a la sociedad de la que
depende en gran medida nuestra relación con los demás. Dependiendo de la imagen que
trasmitimos, la sociedad se hace una idea inicial y preconcebida sobre qué puede esperar
de nosotros y qué ha de estar dispuesta a reforzarnos. Por ejemplo, los que nos rodean
tienen en cuenta nuestro rol y lo que decimos que somos capaces de hacer para esperar
nuestra actuación. Con la idea que tenemos nosotros de la imagen que damos
adelantamos si nos van a reforzar o nos van a castigar. Por ejemplo, podemos creer que
somos tímidos, tartamudos o agresivos y estar seguros de que por estas características la
3
sociedad nos rechazará.
2. La evaluación. Es una característica que está presente en todo nuestro lenguaje, por
eso cualquier componente de nuestro YO lo evaluamos y lo consideramos evaluado por
la sociedad y, como hemos dicho, la evaluación nos anticipa los refuerzos que nos
esperan.
4
para actuar, lo que tiene especial relevancia en las relaciones con los demás. En efecto,
si les transmitimos nuestra capacidad e intención de hacer algo, podemos obtener una
reacción de los otros antes incluso de hacer nada. Por ejemplo, cuando decimos, de
forma verbal y no verbal, que estamos enfadados, es decir, dispuestos a agredir, o que
nos sentimos tristes, es decir, que necesitamos ayuda, etc., los demás pueden actuar en
consecuencia, sin que hayamos hecho nada realmente. Nos referimos a un estado
interno que antecede y acompaña a una reacción y los otros pueden reaccionar para
evitar que actuemos de acuerdo a los sentimientos expresados.
Pero los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones no son la causa
de nuestras acciones, solamente las anteceden y acompañan. Porque no sabemos si
corremos porque tenemos miedo o tenemos miedo porque corremos o nos preparamos
automáticamente para correr. Además, podemos pensar y sentir de una forma y
comportarnos de manera no congruente con ello. Por ejemplo, podemos tener miedo y
no correr. Realmente, lo que finalmente hagamos dependerá del contexto. Podemos
decir a nuestra pareja: "Cuando ocurre esto, me enfado aunque no lo muestre, porque
estamos delante de tu madre", y por eso nos puede parecer más genuino y más propio de
nuestro Yo el sentimiento que la acción en sí, porque depende menos del contexto. Por
eso, comunicar nuestros sentimientos, pensamientos y deseos de forma socialmente
adecuada es importante. Hacerlo asertivamente nos ayudará.
Para construir esta dimensión de nuestro Yo, nos abrimos a nuestros
pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. Estar en contacto con ellos no es
lo mismo que buscar una aguja en el pajar que hay dentro de nosotros, porque las
emociones no están ahí esperando que nosotros las descubramos, sino que van
surgiendo en nuestra relación con nuestro entorno. Por eso, se trata más bien de
integrarlos en nuestra conducta hacia nosotros mismos y hacia los demás de tal manera
que consigamos que se cumplan nuestros deseos y necesidades. Por ejemplo, si vamos
empujando un mueble con prisa por un pasillo y se atasca, sentiremos un enfado; nos
abrimos a sentirlo; pero en lugar de ponernos a pegar patadas al mueble, lo empujamos
con más fuerza o quitamos con rabia el obstáculo que nos impide el paso. Para abrirnos
a esta dimensión de nuestro YO, es preciso que estemos en contacto con nuestro cuerpo,
con nuestros estados internos y con las predisposiciones que tenemos a actuar, los
manifestemos adecuadamente y les demos la trascendencia social necesaria.
5
Aprender a aceptar nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones es un
objetivo importante. Eso nos permitirá flexibilizar nuestro concepto de nosotros
mismos, para lo cual nos va a ayudar la experiencia de nuestro YO como contexto.
3 EL YO COMO CONTEXTO
Cuando hemos definido el YO, hemos utilizado la metáfora de que es una casa
en la que hay cosas dentro y en la que se hacen actividades, pero es sobre todo la casa,
que permanece independientemente de lo que haya dentro o de la tarea a la que se
dedique. Incluso, aunque se le cambie la fachada y la apariencia externa, sigue siendo la
misma casa. Otra metáfora, parecida a la del saloon, que mencionamos con anterioridad,
nos puede aclarar qué es el YO como un contexto:
Nuestra vida interna es como un juego de ajedrez con su tablero y sus fichas,
donde las fichas representas nuestras acciones y procesos internos. Pero en este juego el
tablero es infinito y las fichas no lo abandonan nunca. Cuando se juega una partida se
colocan en él las fichas que pertenecen a dos bandos contrarios. Como en la metáfora
del saloon, el bando "bueno" representa los sentimientos de control y los pensamientos
de autoconfianza que quieren ganar la partida al bando malo, que incluye entre sus
piezas la ansiedad, las obsesiones, etc. En verdad, se trata de una partida sin final,
porque las piezas no pueden desaparecer del tablero. ¿Quiénes somos en este juego?
Somos todas las fichas, buenas y malas; pero sobre todo somos el tablero en el que se
juega la partida y que no puede ser destruido ni modificado por las fichas, sea quien sea
el bando que vaya ganando. Este tablero, por sus características, no puede deshacerse de
las fichas; pero puede sentir y vivir el juego sin estar particularmente implicado. Los
pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones suceden dentro de nosotros, y
varían según el momento y las situaciones en las que nos encontremos; sin embargo,
tenemos la sensación de que nosotros permanecemos, de que somos siempre los
mismos: nuestro YO trasciende nuestros sucesos internos, desde el punto de vista del
tablero, podemos verlos como algo que ocurre en nosotros, pero no nos modifica.
Expresado de esta forma, el concepto del YO como contexto puede parecer una
obviedad, pero si, en lugar de pensarlo, lo experimentamos, tendremos un aprendizaje
experiencial de nuestro YO sintiendo que trasciende y es algo más. Cuando lo sintamos,
viviremos la experiencia de ser el observador de lo que ocurre a nuestro alrededor y
dentro de nosotros mismos. Cuando sentimos nuestros pensamientos, sentimientos,
sensaciones y emociones y no nos enganchamos en ellos; cuando no queremos
eliminarlos, ni tampoco seguir el impulso que generan; cuando los dejamos estar sean
buenos o malos, la sensación que nos queda es el YO más profundo: un lugar y un
espacio en los que en ese momento se están dando una serie de procesos que son
pasajeros y sin repercusión ninguna.
Una forma de descubrir qué somos el contexto donde ocurren nuestras conductas
es sentirnos observadores del flujo de la realidad, interna y externa. Tener esta visión
nos permite distanciarnos de nuestros hábitos y también de nuestra forma de pensar y
sentir. El hecho de aprender que, aunque nos ocurran mil desgracias o sintamos y
pensemos de manera muy distinta de la habitual, seguiremos siendo los mismos, y que
nuestro YO no varía, nos proporcionará un sentimiento de trascendencia, nos hará
darnos cuenta de que somos algo más de lo que sentimos, pensamos y hacemos; lo que
nos permitirá actuar más libremente siguiendo nuestros valores, independientemente de
lo que nos digan los pasajeros del autobús.
Cuando sentimos que todo cambia y que nosotros permanecemos; cuando
sentimos que somos el tablero en el que ocurren nuestras experiencias, tomamos
distancia y vemos con perspectiva lo que nos sucede y lo que hacemos, manteniendo un
6
lugar que no cambia, pese a todo lo que nos ocurre. Nos situamos así como
observadores de nuestras propias vivencias. Es una experiencia muy valiosa porque
trasciende nuestro concepto del Yo. Ahora bien, si lo queremos conceptualizar, implica
algunos problemas lógicos, porque ¿cómo observaremos la experiencia de observar todo
desde una perspectiva? Nos situamos en el papel de observadores, pero ¿quién es quien
observa al observador? Y ¿quién es quien observa a quien observa al observador?
Aplicando la lógica de nuestra mente llegaremos a una serie interminable de
observadores, pero cada observador tiene su propia perspectiva, y nosotros, nuestro YO,
solamente tiene una. Por eso, el YO como contexto solamente se adquiere de una forma
experiencial; ya que no es un concepto mental.
Expresándolo de otra forma: la conciencia de nuestro YO como contexto se
adquiere como consecuencia de la experiencia continuada de pensamientos y
sentimientos que no nos llevan necesariamente a la acción y que son perecederos;
cambian en el tiempo por sí mismos, sin hacer nosotros nada. Esto nos permite
distanciarnos de ellos y considerarlos como fenómenos que ocurren en nosotros, pero
que no nos condicionan necesariamente: Podemos dejarlos fluir y observarlos sin que
nos arrastren. Es una experiencia, por eso, es difícil de describir: o se tiene o no se tiene.
Podemos probar a explicar a alguien qué es un orgasmo y nos encontraremos con
limitaciones para transmitirlo; sin embargo, si esa persona lo ha sentido, lo comprenderá
perfectamente.
El YO como contexto no está dentro del contenido de nuestro YO, porque lo
experimentamos cuando tomamos una perspectiva desde la que vemos fluir nuestros
pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones, y cambiar el contenido de lo que
creemos que somos. Al no ser parte YO como contenido, no contiene nada, no se puede
evaluar y, al ser una experiencia interna que no se puede manifestar, no forma parte de
nuestra imagen social y por lo tanto no es vulnerable a las influencias externas ni a los
cambios ambientales.
Una parte fundamental de la Terapia de Aceptación y Compromiso trata de
descubrir la dimensión más profunda del YO, vivir nuestro YO como contexto. Tener la
conciencia de que pase lo que pase nosotros permanecemos, nos permite enfrentarnos a
situaciones que de otra forma pondrían en peligro nuestra identidad. Por eso, la
construcción de nuestro YO como contexto nos ayuda a aceptar las condiciones más
extremas o los cambios más radicales en nuestra vida.
Nos enseña sobre todo que podemos hacer lo que queramos independientemente
de nuestros pensamientos, sentimientos, emociones y sensaciones. El YO como
contexto nos permite hacer y proponernos hacer lo que queramos, sintamos lo que
sintamos y digan lo que digan nuestros pensamientos automáticos.
4 LA FLEXIBILIZACIÓN DE NUESTRO YO
Nuestra salud mental depende de nuestra flexibilidad psicológica, de nuestra
capacidad de actuar con todas nuestras facultades en cada momento, sin rigideces ni
automatismos del pasado que limiten nuestras posibilidades de actuar. El concepto que
tenemos de nuestro YO, el contenido que le damos, es una de las fuentes más
importantes de esa rigidez. Si, cuando sentimos o actuamos de determinada forma
vamos en contra de nuestro concepto de nosotros mismos, nuestra resistencia a hacerlo
y admitirlo será tremenda, porque esteremos poniendo en cuestión nuestra propia
identidad. En consecuencia, si queremos tener libertad de acción hemos de eliminar las
rigideces que mantenemos en el contenido de nuestro YO, es preciso que lo
flexibilicemos y que descubramos el YO como contexto.
7
4.1 Flexibilizando el contenido de nuestro YO
Decimos: yo soy: psicólogo, alto, rubio, viejo, inteligente, tartamudo, nervioso,
loco, cuerdo, hábil, guapo, feo, calvo, bueno, malo, rápido, lento, nervioso, tranquilo,
etc. todas estas facetas tienen dos aspectos: indican una característica social de nuestra
imagen o nuestro quehacer y una valoración o evaluación de ella. La sociedad nos
permite hacer o no determinadas cosas dependiendo de nuestro rol: si soy psicólogo
puedo ejercer la psicología, si no soy médico no puedo ejercer la medicina. Nosotros
también nos asignamos determinadas funciones, por ejemplo, si soy tartamudo,
tartamudearé, si no soy inteligente no puedo estudiar.
Nos esforzamos en conseguir las características que deseamos, hablamos de
nuestro YO ideal. Conseguirlo o no depende de circunstancias externas, muchas veces
fuera de nuestro control. Aceptar la posibilidad de fracasar y sus consecuencias, sin
dejar de luchar, nos permitirá encarar nuestros esfuerzos con mucha más tranquilidad,
flexibilidad y eficacia.
Para flexibilizar nuestro autoconcepto, hemos de librarnos de las rigideces que
introducen la evaluación y la imagen social que están implícitas en el contenido de
nuestro YO. Si nos evaluamos a nosotros mismos de una forma menos radical, ya no
seremos buenos o malos, activos o inactivos, potentes o impotentes, inteligentes o
tontos: lo seremos o no dependiendo del contexto, y siempre con evaluaciones
intermedias, sin radicalismos. También hacemos menos rígida nuestra imagen: somos
como somos y nos mostramos así, con independencia de lo que temamos que piensen
los demás; es decir, afrontamos la imagen que tememos dar y aceptamos sus
consecuencias, si así lo exige poder seguir nuestros valores.
Luego nos vamos dando cuenta de que muchas otras facetas de nuestro YO se
deben a las circunstancias que hemos vivido: somos matemáticos, pero podríamos haber
tenido que optar por otra profesión si nuestros padres no nos hubieran podido dar la
oportunidad de estudiar una carrera; o no hemos estudiado porque las circunstancias
sociales no nos lo han permitido o no hemos tenido la visión suficiente para aprovechar
las oportunidades que se nos han presentado. Podemos no ser hábiles con las manos,
porque no nos han hecho ejercitar desde niños nuestras habilidades manuales; pero
podemos serlo con la lengua, porque hemos leído y tenido que discutir con mucha
gente. Son las circunstancias las que han marcado la mayor parte de los componentes de
nuestro YO como contenido y hemos de verlo así para adquirir la perspectiva adecuada.
Si vamos poniendo en cuestión el concepto que tenemos de nosotros mismos y
somos conscientes de que nuestras acciones y nuestra imagen han variado, varían y
variarán a lo largo del tiempo y de las situaciones; podremos ir tomando conciencia de
que, pese a ello, seguimos siendo nosotros mismos. Ya no soy rico ni pobre, ni listo ni
tonto, sino que soy las acciones que hago en este momento en la sociedad. Los roles que
tenemos asignados en la sociedad han sido definidos por las circunstancias que nos han
tocado vivir, en las que hemos realizado nuestras conductas. Estar en el presente implica
que hemos de ajustarnos a nuestras circunstancias personales y sociales con las
circunstancias y roles que nos toque. Por eso, vivir en el presente, en el "aquí y ahora",
nos ayudará a flexibilizar nuestro YO.
8
de pensamiento, sentimiento, sensación y emoción, nos habremos anclado en nuestro Yo
como proceso y estaremos evitando hacer determinadas cosas o luchando contra
nuestros sentimientos, por eso necesitaremos flexibilizarlo. Aceptar el hecho de tener
pensamientos, sentimientos e impulsos extraños e incluso peligrosos y aprender a
dejarlos pasar sin que nos lleven a la acción es necesario para flexibilizar nuestro Yo. Es
una consecuencia inmediata de uno de los conceptos fundamentales que se han
mostrado: que no podemos controlar directamente nuestros procesos internos; es más,
que cuando intentamos suprimirlos, aumentamos su probabilidad e intensidad. Por
ejemplo, si se nos presenta el pensamiento y el impulso de empujar o tirar a alguien, el
hecho de luchar contra ello e intentar quitárnoslo de nuestra cabeza por temor a
convertirnos en asesinos en potencia, no nos llevará más que a tenerlo y sentirlo más,
con el agravante de aumentar la sensación de pérdida de control que supone no poder
eliminarlo, pese a todos nuestros esfuerzos. Aceptar y dejar pasar el riesgo de
convertirnos en seres despreciables nos acercará a la realidad de su temporalidad y nos
descubrirá que son perecederos, si no los alimentamos.
Nuestros procesos internos forman parte también de nuestra imagen. Desde
pequeños tenemos la capacidad de apreciar el estado emocional de nuestro interlocutor:
sabemos si está enfadado, alegre o preocupado. Si no queremos aceptar las
consecuencias de dar la imagen correspondiente a nuestro estado, podemos caer en la
trampa de intentar controlarlo. La aceptación de esas consecuencias es necesaria para
poder seguir nuestros valores e implica la flexibilización de nuestro Yo.