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He decidido enfrentar la realidad.

Odio la realidad pero es el único sitio donde se puede comer un buen filete”

Woody Allen.

Asumiendo que yo estoy viva, porque escribo ahora estas líneas y que tú también estás vivo,
puesto que las estás leyendo, podemos afirmar que este año hemos sobrevivido, entre otros
asuntos a terremotos, a la energía nuclear, al terrorismo financiero orquestado por El Padrino de
la prima de riesgo, al 11 del 11 del 11, a Bin Laden, a Gadafi…. Y por si no fuera poco, también
hemos sobrevivido a todos los asuntos complejos que nos hayan pasado en nuestra vida
personal. Se podría decir que, un año más, hemos sobrevivido, a la “cruda realidad”.

Pero me asaltan las dudas… ¿que es la realidad? Es la realidad ¿lo que tu ves? ¿lo que yo veo?,
¿lo que tú quieres que vea? ¿lo que yo no quiero ver? ¿¿Me podría traer alguien un trocito de
realidad por favor?? ¿Dónde está? ¿Qué forma y color tiene?

Y ¿por qué hay que enfrentarla siempre? Yo siento que es muy humano querer esconder la
cabeza debajo del ala de vez cuando ¿no crees? ¿por qué aspirar siempre a una perfección
esquizofrenico-paranoide del saber hacer, el saber querer, el saber tener…?

¿Y por qué la realidad siempre tiene que estar cruda? Para los amantes del sushi me parece
estupendo pero para el resto me resulta una imposición intolerable.

Pues bien, desde mis dudas, decidí dar un paseo, con mi creatividad debajo del brazo, por un
lugar diferente, por el jardin de los sueños y…¡eureka! ¡Cree con diversión!

He elaborado una receta para cocinar la realidad y que tengamos alternativas a tenerla que
comer siempre cruda. Y ahí va. Veamos, primero los ingredientes:

500 grs de confianza en uno mismo.

500 grs. de sueños.

500 grs de fe.

250 grs de tolerancia.

250 grs de flexibilidad.


Elaboración: coges los 500grs de confianza, los mezclas con tus capacidades y virtudes y los
sofríes. A fuego lento, para dejar que las dudas y los errores que cometiste en el pasado se
evaporen y su presencia no te parelice para seguir avanzando.

Después de 10 minutos le añades tus sueños, aquello que quieres conseguir, aquello que quieres
cambiar o mejorar. Añades también la fe necesaria para creer que todo llega, que todo es
posible. Lo mezclas todo y lo dejas cocer otros 10 minutos.

Al final le añades la tolerancia y la flexibilidad en la cantidad que se indica o incluso superior.


Toda la necesaria para integrar la creencia de que todo aquello que nos ocurre en la vida es
necesario para un aprendizaje a partir de la experiencia. Para convencerte de que el fracaso y la
frustación no existen, son sólo oportunidades de seguir cocinando en la vida. ¡Otros 10 minutos
de cocción y listo!

Pero el resultado final de la receta dependerá de si elijes mantenerte en tu hábito de juzgarte


por tus errores y sentenciarte una y otra vez por ellos o si, por el contrario, decides desarrollar tu
capacidad para amarte, aceptarte y comprender que el plato que acabas de obtener es el que
mejor podías obtener aquí y ahora.

Este plato es bajo en calorías, no indigesta y ayuda a crecer, madurar y ser feliz aprendiendo. Yo
te recomiendo que lo sirvas bien caliente, recien hecho y lo comas acompañado de un buen vino
y, sobre todo, que lo disfrutes en buena compañía.

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