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Rodolfo N.

Lazzarini
“LA CORRIENTE FENOMENOLÓGICA-EXISTENCIAL, CARL ROGERS Y EL
ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA.”
“Ser o no ser esa es la cuestión”
II° ENCUENTRO LATINO DEL E.C.P.
ARGENTINA
1985.

LA CORRIENTE FENOMENOLÓGICA-EXISTENCIAL, CARL ROGERS Y EL


ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA.

Este es un intento con motivo del Segundo Encuentro Latino del Enfoque Centrado en la
Persona, de poner en palabras y en un cierto orden lógico para poder compartirla, la
enriquecedora experiencia que provocó en mí, como profesional, pero fundamentalmente como
persona, la confluencia de estas dos corrientes: la corriente fenomenológica-existencial y el
Enfoque Centrado en la Persona (E.C.P.) a través de Carl Rogers.
Hace algunos años, atrapado y seducido por el maravilloso y al mismo tiempo angustiante
misterio del ser humano, ser humano que era ese otro que estaba enfrente mío, pero que
también era yo mismo, ingresé a la Carrera de Psicología en un intento de aclarar ese misterio.
Sabía lo que quería, conocer mejor y más profundamente esa realidad, pero no sabía cómo,
quería descorrer el velo, pero sólo lo podía hacer a tientas y sin mucha claridad.
Luego del impacto inicial, empecé a experimentar cierta desazón, porque todo ese
conocimiento que iba adquiriendo, teorías, teorías y más teorías (la carrera estaba dominada
por las distintas corrientes psicoanalíticas) no me ponían en contacto con ese ser humano que
estaba buscando.
Hasta que a través de la materia Psicología Comprensiva entré en contacto con otro tipo de
discurso, con autores que hablan de otra manera, que hablaban más de ese hombre de carne y
hueso con el que todos los días compartía mi existencia, su manera de acercarse a esa realidad
se parecía mucho más a lo que yo buscaba.
Años más tarde tuve la suerte de docente de esa cátedra, por lo cual mi contacto con esa
modalidad se hizo más profundo y mi convicción que era “mi” modalidad también.
¿Y qué de Carl Rogers y el E.C.P.? mi contacto con él a través de C.E.P.O.R. (Centro de
Estudios Psicológicos de Orientación Rogeriana) le dio a esa claridad conceptual o filosófica
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que me había dado la corriente fenomenológica-existencial, la claridad y la evidencia de vida;
ese era el terapeuta que concretaba en vida, lo que los escritores existencialistas
conceptualizaban tan bien, nunca había encontrado en los terapeutas existencialistas con
Binswanger a la cabeza y su Análisis Existencial, la congruencia con sus teorías, que sí
encontraba entre las ideas existenciales y la vida y la práctica psicoterapéutica de Carl Rogers.

LA CORRIENTE FENOMENOLÓGICA-EXISTENCIAL.
La corriente fenomenológica-existencial, no es una filosofía, ni un movimiento perfectamente
estructurado, ya que dentro de su seno coexisten autores no siempre coincidentes, sobre todo
en su práctica; más bien aparece como un estilo, como una manera de ser, como una forma de
acercarse a la realidad para conocerla en su esencia a partir de la experiencia vivida que de esa
realidad tiene el hombre; sujeto irremplazable de ese acto de conocimiento.
Por un lado, es un intento de establecer un método, un estilo gnoseológico asentado sobre la
experiencia vivida que de la realidad tiene el hombre, y por otro es un intento de desentrañar
la naturaleza o la esencia de ese hombre y de su experiencia.
Estos dos interrogantes confluyen en esta corriente (el hombre y el conocimiento), porque no
hay conocimiento sin hombre, ni hombre que no sea un sujeto cognoscente.
Desde ya que el problema del conocimiento se hace mucho más traumático cuando un sujeto
cognoscente y objeto a conocer son los mismo como en el caso de las Ciencias Humanas.

EL MÉTODO FENOMENOLÓGICO
Este método surge con Husserl como un intento, como un llamado de atención que ya habían
hecho anteriormente Kierkegaard y Nietzsche, para zafarse del racionalismo a ultranza de la
ciencia del siglo pasado, que había llevado a la misma a la construcción en aras de la pura
objetividad, de un catafalco impresionante de teorías y racionalizaciones, que cada vez alejaban
más al hombre de sí mismo y de su realidad.
Volver “a las cosas mismas” pedía Husserl, parece un pedido obvio, pero no lo era y no lo es; “el
conocimiento”, “la ciencia”, ha reemplazado o mediatizado el contacto con la realidad; esto se
observa todavía en los planes de estudio de nuestros colegios y de nuestras universidades y
aún en nuestras prácticas profesionales: tengo que leer muchos libros para aprender y muchas
teorías para conocer al hombre, ¿no tendré que acercarme a convivir con él para conocerlo y
luego en todo caso escribir un libro y construir una teoría?
Seguramente los grandes escritores que han volcado en sus obras las experiencias de convivir
con la realidad muestran con mayor propiedad esa realidad viviente que es el ser humano, que
muchos científicos.
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Creo que sigue teniendo vigencia el pedido de Husserl; volver “a las mismas” y que, en nuestro
caso, las ciencias del hombre podríamos expresarlo como volver al hombre mismo.
El conocimiento científico o mejor dicho el cientificismo pretende obviar la experiencia
enriquecedora de la realidad, cuando en realidad la experiencia de la realidad es la que permite
la riqueza de la ciencia.
Muy bien lo expresa Merleau Ponty en el prólogo de su obra “Fenomenología de la
percepción”: “Todo cuanto sé del mundo, incluso lo sabido por la ciencia, lo sé a partir de una
visión más o de una experiencia del mundo sin la cual nada significarían los símbolos de la
ciencia. Todo el universo de la ciencia está construido sobre el mundo de lo vivido, si queremos
pensar rigurosamente de la ciencia, apreciar exactamente su sentido y alcance, tendremos,
primero que despertar esta experiencia del mundo del que esta es su expresión segunda”.
Esto de ninguna manera quita valor o pretende desestimar los aportes de la ciencia, sino que
intenta reubicar a la ciencia en el lugar que le corresponde, es decir apoyada sólidamente en la
experiencia vivida, de la que es una mención clara y ordenada, pero a la que nunca puede
reemplazar.
¿Qué es lo que propone entonces la fenomenología?
El primer paso a paso previo al conocimiento de una realidad seria la llamada reducción
fenomenológica o “epojé”, que consiste en la suspensión o puesta entre paréntesis de todos los
conocimientos previos sobre esa realidad a conocer aún aquellos conocidos por la ciencia, es
decir la eliminación de todo pre-juicio, para posibilitar la aparición de una mirada “ingenua”, de
una comprensión de mente abierta, que nos permita asombrarnos ante la aparición imprevista
de esa realidad en todos sus detalles y matices.
Esta actitud desprejuiciada, de mente abierta, cobra mucho mayor realce e importancia cuando
el objeto o realidad a conocer, es el hombre (nosotros mismos), ya que el objeto de estudio que
más violentamos en su esencia, si lo observamos prejuiciosamente.

LA OBJETIVIDAD
Uno de los aportes fundamentales de Husserl y su método es la intuición fundamental de la
esencia de la conciencia como pura trascendencia, la conciencia no es más que ese permanente
trascender, ese permanente dirigirse hacia, ya no más la conciencia por un lado y el mundo por
el otro, siempre es conciencia de algo.
Esto permite superar la vieja dicotomía de la filosofía occidental, la escisión del sujeto y el
objeto que provoca la vieja controversia objetivismo-subjetivismo, con su correlato de
racionalismo-irracionalismo, superación que se hace más clara con Heidegger y la concepción
del hombre como existente, como ser-en-el-mundo.
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No se puede hablar de un sujeto que no esté referido a un mundo, ni de un mundo que no esté
siendo significado por un sujeto.
Sujeto y objeto, hombre y mundo se implican mutuamente, el ser del hombre, el sujeto, es su
estar relacionándose con el mundo, el objeto; y el ser del mundo, el objeto, aparece (sin negar
su existencia anterior) cuando el hombre, un sujeto, se relaciona con él.
Yo soy en este momento mi estar escribiendo este texto, mi estar meditando ideas sobre las
que voy a escribir, mi estar imaginando un hipotético lector, yo soy en este momento todas las
relaciones que estoy estableciendo, con plena conciencia o sin ella.
Quien me esté leyendo, será a su vez, ese estar leyéndome, y todas las otras relaciones que esta
lectura le provoque.
Es decir, que el ser del hombre, de cada uno de nosotros, se realiza, se define a través de todas
y de cada una de las relaciones que en cada momento vayamos estableciendo, si quitamos esas
relaciones no queda nada ni de Ud., ni de mí.
A su vez este escrito, debe su ser al hecho de que alguien lo está escribiendo y de que alguien
o está leyendo, sin alguna de estas relaciones se puede convertir en nada.
Esta concepción de la relación sujeto-mundo, cambia totalmente la concepción del problema
del conocimiento; la pretensión del objetivismo pierde sustento, el conocimiento objetivo del
mundo es posible, pero solamente a través de la experiencia necesariamente subjetiva del
sujeto observador.
Sujeto y objeto forman una relación indisoluble en el acto del conocimiento que no tiene
sentido querer ignorar en aras de un supuesto objetivismo, que paradójicamente nos lleva al no
incluir la variable interviniente subjetiva, a no ver las cosas como realmente son.
El sujeto observador, al observar al objeto debe tenerse en cuenta como variable interviniente,
que de alguna manera modifica al objeto observado.
Al observar a Juan, yo no veo a Juan, veo a ese-Juan-que-está-siendo-observado-por-mí, pero
además yo no veo a Juan, veo al Juan que yo veo, yo solamente puedo ver desde mi y no hay
otra posibilidad.
“La mayor enseñanza de la reducción, es la imposibilidad de la reducción completa”, nos
advierte Merleau Ponty en el texto anteriormente citado.
Por más que me esfuerce en abrir mi mente y en eliminar prejuicios, nunca voy a poder dejar
de ser el que soy en esa relación con el otro.
Si tuviéramos esto bien claro, seríamos mucho más modestos y cuidadosos cuando en nuestra
profesión estamos frente a ese otro, que además es un sujeto como nosotros.

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EL HOMBRE COMO EXISTENTE O SER-EN-EL-MUNDO.
La visión de la conciencia como pura trascendencia de Husserl que daría pie a la visión del
hombre como ser-en-el-mundo de Heidegger, nos pone ante la concepción existencial del
hombre.
En la búsqueda de la esencia del hombre, nos encontramos con que el ser del hombre es una
existencia, un “dasein”, un ser-ahí, lo esencial del ser del hombre es paradójicamente, ser un
existente, un ser que permanentemente está emergiendo hacia el mundo, en un proceso de
permanente fluir y cambio, nunca es del todo nada, siempre está siendo algo, el tiempo del
hombre es el presente continuo, el hombre no es, el hombre es “ir siendo”, en ese permanente ir
del pasado al futuro pasando por el presente. El hombre existe. Nunca es definitivamente nada,
siempre es una permanente posibilidad de su ser, salvo en lo definitivo de la muerte.
El hombre es un ser-en-el-mundo, estructura fundamental que implica el carácter permanente
relacional de su ser; el ser del hombre es la permanente relación que va estableciendo con la
naturaleza, con el otro y consigo mismo.
En el mundo de la naturaleza (Unwelt) el hombre como el resto de los objetos está sujeto a las
leyes naturales, no puede liberarse gratuitamente de ellas; es el mundo de las necesidades, su
relación con el mundo de la naturaleza está gobernada por la necesariedad, sus posibilidades de
elegir están muy restringidas.
En el mundo natural ejerce su ser, pero teniendo que aceptar las leyes de la naturaleza, a la
cual a su vez pertenece (leyes físicas, químicas, biológicas).
En este mundo rigen las categorías de ajuste y adaptación.
Conjuntamente con su ser-en-el-mundo-natural, el hombre ejerce su ser-en-el-mundo-con-el-
otro (Mitwell) y en el mundo consigo mismo (Eigenwelt).
Estas dos posibilidades dan al hombre un sello particular, que lo distingue, que lo pone por
encima de los restantes objetos de la naturaleza, en estos dos mundos es en donde aparece más
claramente y de una manera definida su carácter de sujeto.
En este mundo con el otro lo característico ya no es el ajuste y la adaptación sino la relación.
La esencia de la relación consiste en que ambas partes cambian, en ese contacto con el otro,
siempre se ejerce una influencia; en el ejercicio de mi ser puedo oponerme, entorpecer, facilitar
o enriquecer el libre ejercicio del ser del otro. En este mundo ya aparece un nuevo fenómeno
que no aparecía en el Unwelt, la libertad-responsabilidad, ya que soy responsable de mi
libertad y la del otro.
El Eigenwelt o mundo propio, es el mundo de la autorrelación, la relación de uno conmigo
mismo, la autoconciencia, es esa posibilidad exclusiva del hombre de volver sobre sí mismo
para poder “saberse”, comprenderse, ser y saber que es.
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El Eigenwelt es donde más se destaca el ser humano sobre el resto de la naturaleza, es el
mundo donde más claramente aparece su categoría de sujeto, ya no es un objeto que sufre su
ser, sino que, a diferencia de cualquier otro objeto, es un sujeto que sabe que es y sabe que es.
En este mundo con mayor propiedad aún, podemos hablar de la libertas y responsabilidad,
libertad y responsabilidad para elegir ser o no ser, para elegir ser sujeto de mi ser o de mi no
ser.
En el Unwelt me adapto, en el Mitwelt me relaciono y el Eigenwelt me autorrelaciono y me
elijo.
Desde ya que el ser en cada uno de estos mundos se interrelacionan y condicionan mutuamente
conformando una totalidad compleja, que se concreta en ese ser existente, en ese ser-en-el-
mundo, en ese sujeto de su ser que somos cada uno de nosotros mismos.

SER O NO SER ESA ES LA CUESTIÓN


Ser o no ser, esto define el drama existencial del ser humano. Cuando en el permanente devenir
de la existencia, cuando en la permanente elección que implica ser, me elijo, elijo ser y soy;
cuando renuncio o enajeno mi elección, elijo no ser y no soy.
Soy cuando elijo ser lo que soy, cuando soy fiel a mí mismo, cuando soy auténticamente el que
soy; cuando mi ser no es auténtico, en realidad no soy, sólo parezco ser.
Si elijo una vida plena, es decir si elijo ser plenamente el que soy, me acerco a la “salud”, si elijo
no ser el que soy, si restrinjo la plenitud de mi ser me alejo de ella.
La “enfermedad”, los “estados psicopatológicos” son una restricción del ser; la caracterísitica
esencial del ser, el trascender, se halla restringida, empobrecida o anulada, es decir, que en
cualquiera de las distintas dimensiones en las cuales el ser trasciende (temporalidad,
espacialidad, materialidad, luminosidad, etc.), la trascendencia se restringe, empobrece o
destruye, como si el ser o el sujeto del ser por alguna razón (¿miedo? ¿angustia? ¿temor? ¿se
siente amenazado?) renuncia a la plena trascendencia; el espacio se achica, se limita; la
temporalidad pierde su fluidez, no pudiendo transcurrir libremente por ella, se refugia en el
pasado, se pierde en un futuro ansioso o se fija en un empobrecido presente; la luminosidad del
mundo se oscurece, los colores pierden su brillo, todo se opaca en un tedioso gris.
Más que de salud o enfermedad deberíamos hablar de distintas formas de ser-en-el-mundo más
o menos plena, formas de ser que solamente pueden ser captadas dentro de una relación del
sujeto con su mundo, es decir viéndolo como el sujeto que ejerce esa forma de ser y no como
un objeto que la sufre.
Soy desde lo más recóndito, desde lo más profundo de mi ser, yo no “tengo” una carga genética
ni ella me determina, me fue dada es cierto, pero a partir de allí, yo “soy” mi carga genética y
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desde ella ejerzo mi ser; yo no tengo un inconsciente ni él me determina, yo soy mi
inconsciente y desde él soy.
Verlo de otra manera me parece que no es querer asumir ese maravilloso y angustiante hecho
de ser libres y por lo tanto responsables.
O lo miramos como objeto, como cosa que tiene otras cosas que lo determinan, que explican su
conducta, o lo miramos como sujeto que “es” en ese permanente ir siendo, en ese permanente ir
eligiendo ser o no ser, porque esa es la cuestión.

LA CORRIENTE FENOMENOLÓGICA-EXISTENCIAL, CARL ROGERS Y EL


ENFOQUE CENTRADO EN LA PERSONA.
Más allá de las citas que ha hecho de algunos autores existencialistas (Kierkegaard, Sastre,
Buber y otros) es en su práctica, en su acción, en su vivir, donde aparece más claramente la
congruencia entre Carl Rogers y el pensamiento fenomenológico-existencial.
Es más. Creo que es uno de los terapeutas que en su práctica más ha respetado y concretado en
acto las principales ideas de esta corriente, mucho más que otros expresamente enrolados en
ella (Biswager, Boss, Kuhn, Minkowski).
Para ver más claramente la armonía que existe entre el pensamiento fenomenológico-
existencial y Carl Rogers tomaremos algunos aspectos puntuales de la idea y práctica
rogeriana.
Todo método de conocimiento debe respetar y adaptarse al objeto a observar, nunca al revés,
sino podemos caer en la construcción de un hermoso catafalco de teorías que poco tendrían que
ver con la realidad que pretendemos conocer.
Si para ver la noche la ilumino, destruyo su esencia y por lo tanto lo que veo ya no es la noche,
si realmente quiero conocerla deberé atreverme a recorrerla en su esencial oscuridad.
Muchas veces en nuestro afán de conocer al sr humano no respetamos sus características
esenciales; si aceptamos que la característica esencial de un ser humano es la de ser un
existente, un ser-en-el-mundo, un sujeto de su ser, todo método que no respete esta
característica de ser sujeto de su existir, no lo ve como es, porque no lo respeta en su esencia.
El método fenomenológico apunta a preservar y mantener este respeto y cuidado cuando nos
pide abstenernos de aplicar sobre el objeto de estudio, en nuestro caso el ser humano, ningún
tipo de moldes, conceptualizaciones o teorías preestablecidas para evitar el peligro de ver lo
que queremos ver en vez de ver lo que debemos ver, que es lo que sencillamente se nos
aparece.

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Carl Rogers ha dado pruebas sobradas de respetar a ultranza los postulados del método antes
citado.
Pocos como él han renunciado a la seguridad y comodidad de las teorías y a priori en su
acercamiento al ser humano, y pocos como él han puesto en práctica formas actitudinales de
ser que eleven a tan alto grado el respeto por el carácter de sujeto de todas y cada una de las
personas.

EL DIAGNÓSTICO
La renuencia de Rogers al diagnóstico es una de las pruebas del respeto por el carácter de
sujeto de la persona que pide ayuda, además de ser una forma de evitar el establecimiento de a
prioris que va a pre-juiciar, aunque no queramos permanentemente la relación.
Un diagnóstico implica necesariamente la objetivación de la persona diagnosticada, con lo cual
de un plumazo anulamos una de las características esenciales del ser humano que es la de ser
sujeto de su ser, ser que pierde su carácter trascendente y cambiante para ser cristalizado, y
todo método que no respete las características antes citadas ya no lo está viendo como
realmente es y además brinda al sujeto observado una inevitable imagen especular que lo
muestra como un objeto, como el mero producto de fuerzas, hechos o circunstancias con las
que él no tiene mucho que ver y ante las cuales sólo puede adoptar una actitud resignada o
esperar que algo o alguien, algún ser superior, quizás Dios o el “Terapeuta” puede cambiar.
Si el terapeuta me diagnostica, el terapeuta me cura. Esto perpetúa una de las principales
causas de problema en el pleno ejercicio del sujeto como sujeto de su propio ser, que es el
operar en una actitud dependiente, es decir desde afuera y no desde sí mismo, desde su propia
experiencia.
El diagnóstico propicia una relación de dependencia, con la consiguiente pérdida de libertad y
responsabilidad, pérdidas que en nada favorecen un proceso de cura, cura que necesariamente
pasa por el camino de una cada vez mayor asunción de la libertad y responsabilidad que
implica ser.

TRANSFERENCIA O ENCUENTRO
Toda relación terapéutica estructurada a través de un vínculo dependiente va a terminar
inevitablemente en una relación transferencial, ya que en ella se van a ejercer los viejos tipos
de vínculos que en su momento fueron necesariamente dependientes (el del hijo pequeño con
sus padres), y que luego por diversas razones se fueron rigidizando como única manera de ser-
en-el-mundo-con-el-otro, hasta llevar a la persona que así se relaciona a restringir o enajenar

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sus posibilidades de ser-en-el-mundo-con-el-otro de una manera libre, responsable y, por lo
tanto, plena.
La persona que concurre a consulta trae generalmente una forma de ser transferencialmente
dependiente, que trata de hacer efectiva en su vínculo con el terapeuta, pero para que
efectivamente se establezca una relación transferencial tiene que encontrar en el terapeuta el
contralor correspondiente. Para que en una relación uno de los términos de la misma ejerza un
rol dependiente, tiene que encontrar necesariamente en la otra parte el ejercicio de un
contralor con características autoritarias o dominadoras.
Creo que deberíamos meditar seriamente sobre el hecho de que muchas veces con nuestras
actitudes favorecemos el establecimiento de relaciones sometidas y trasferenciales. ¿Quién
inicia la transferencia? ¿Siempre es el paciente? ¿No estaremos muchas veces trasfiriendo
nuestras necesidades de “poder”, nuestras necesidades paternales insatisfechas y seguramente
transformadas en paternalistas, como la de los padres que “cuidan” a sus hijos no para que
crezcan sino para que no crezcan? ¿No será esta la causa de muchos tratamientos
interminables?
Una relación no transferencial, implica necesariamente una relación de sujeto a sujeto, es decir
una relación en ese ser-en-el-mundo-con-el-otro, en la que cada uno ejerce libre y
responsablemente su ser, sin enajenar su ser en el otro y sin apoderarse del ser del otro.
El respeto mutuo por el carácter de sujeto del otro, es decir por el libre ejercicio del ser, es lo
que permite que una relación se convierta en un “encuentro”, relación en la cual ambos
confirman mutuamente es el propio y el del otro con todas las posibilidades y riesgos que esto
implica, con lo cual ya no estamos en una empobrecida y repetitiva relación transferencial
dependiente, sino que ejercemos nuestro ser-en-el-mundo-con-el-otro, de una manera
imprevisible y por lo tanto enriquecedora, plena de momentos quizás angustiantes pero llenos
de maravilloso asombro.
La transferencia, empobrece y anula el ser, el encuentro nos abre a la plena experiencia de ser.

NO DIRECTIVIDAD
Este concepto que parecería no ocupar ya un lugar central en el Enfoque Centrado en la
Persona me mueve a efectuar, a partir de mi práctica profesional, una revalorización del
mismo, ya que creo que sigue manteniendo plena vigencia.
Esta revalorización podría empezar a expresarlo de una manera afirmativa y no negativa, más
que de “no directividad” deberíamos hablar de “dejar ser”. Esta forma de expresarlo creo que
apunta más felizmente al espíritu de esta actitud rogeriana y muestra de manera más adecuada
el carácter existencial de la misma.

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Solamente en el “dejar ser” respeto realmente el carácter de sujeto del otro, si dirijo,
inevitablemente estoy apoderándome de alguna manera del ser del otro, perpetuándolo en su
dependencia y por lo tanto dificultando el libre ejercicio intransferible de ser sujeto de su
propio ser.
Solamente el “dejar ser” permite que en el ser-en-el-mundo-con-el-otro, emerja libremente la
potencialidad que todo ser encierra; dejemos que el paciente se enfrente con su propia
experiencia; dejemos que el paciente experimente lo que está siendo, hasta que su experiencia,
que eso es lo que él es, se apodere de él, dicho de otra manera, hasta que él se apodere de él,
hasta que él se haga dueño de sí mismo.
“Enseñar es dejar aprender” (C. Rogers)

TERAPEUTA O FACILITADOR
La preferencia de Carl Rogers a verse más como “facilitador” que como terapeuta, muestra una
vez más su forma fenomenológica-existencial de concebir la relación de ayuda; es la clara
renuncia a una posición de superioridad, renuncia que muestra su total respeto por el otro
como sujeto de su propio ser, renuncia que también muestra la modestia que siempre debería
reinar en el acto de conocimiento del otro.
Nuestro papel no es “curar”, sino facilitar con nuestra presencia el ser de ese otro que no puede
ser plenamente el que es.
Nuestro rol sería ofrecernos como el par adecuado para que el cliente vaya experimentando la
posibilidad de ser-en-el-mundo de una manera más abierta, más rica, menos restringida, para
que vaya experimentando a través de ese compañero de viaje más confiable, más comprensivo,
menos amenazador, que existe la posibilidad de ser de otra manera, que no es necesario seguir
reprimiendo su ser, que no es aterrador ser de otra manera, que puede ser como él quiere ser
sin sentirse amenazado, como seguramente se sintió muchas veces por ser como era.
Nuestro papel sería ofrecerle al otro una forma de ser que en vez de oponerse o entorpecer el
libre ejercicio de su ser, se lo permita y se lo facilite, de forma que su experiencia y él sean la
misma cosa.
El ser no se enseña ni se aprende, se experimenta o se aprehende en la experiencia de ser,
experiencia de ser que se hace particularmente significativa en ese encuentro con el otro y con
uno mismo típica del encuentro rogeriano.
Un paciente resumió muy bien esta experiencia al final de su tratamiento: “Tengo la sensación
de haber estado durante todo este tiempo hablando conmigo misma, pero que no estaba sola”.

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LAS CONDICIONES NECESARIAS Y SUFICIENTES
En esa relación que se establece con toda persona que se acerca a consulta en busca de ayuda,
Rogers no pone el énfasis en diagnósticos, técnicas o teorías, incluso las rechaza.
La cosa para por otro lado, lo importante son las actitudes que volquemos en esa relación, es
decir, lo importante, lo necesario y suficiente es cómo nos ofrecemos como personas, aquellas
formas de ser-con-el-otro que ofrecemos para que el consultante también pueda ser.
La aceptación incondicional, implica la entrega de nuestro ser en un acto de amor, en el que
como en todo verdadero acto de amor aceptamos al otro tal como él es.
Si la aceptación es condicional, es simplemente un chantaje que imponemos al otro
aprovechando su natural necesidad de aceptación y afecto, chantaje que ya sufrió y que es el
que lo fue llevando a la situación por la cual pide ayuda, a la pérdida de su libertad de ser.
Sería tremendo que quien debe ayudarlo le repita la mentira, perpetuando a través de una
supuesta relación terapéutica sus dificultades para ser el que es.
Comprender empáticamente, es ver al otro desde su propia experiencia, desde su propio ser-en-
su-mundo, respetando el carácter necesariamente subjetivo de su experiencia de ser,
experiencia que es el único sustento de su ser; si lo privamos de ella con nuestra mirada o
nuestro análisis, lo sumergimos en una tremenda soledad existencial, con respecto al otro y lo
que es peor con respecto a sí mismo.
A tal punto llega el respeto por el ser del otro, por el carácter de sujeto de la persona en
Rogers, que el producto de esa mirada comprensiva es ofrecido a través del reflejo para que el
otro en el ejercicio de ser sujeto de su ser, lo confirme o no desde él mismo.
La congruencia o autenticidad es la condición o forma de ser que da basamento de verdadera
existencia a todas las demás, es la que resume de manera total la postura fenomenológica-
existencial de Carl Rogers y del Enfoque Centrado en la Persona.
Nada de lo que ofreciéramos a quien reclame nuestra ayuda serviría de nada, si no fuera la
expresión auténtica de nuestro ser, porque en realidad no le estaríamos ofreciendo más que una
mentira de ser, no le estaríamos ofreciendo nada.
Si el ser no es auténtico, en realidad no es, cuando mucho, sólo es un mentiroso parecer ser,
que al ser captado por el otro lo sumerge nuevamente en la triste experiencia de sentirse
engañado y de estar nuevamente solo.
Ser o no ser, esa sigue siendo la cuestión, y este viejo dilema sólo tiene una salida: el ser
auténtico.
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Estoy completamente seguro que todo esto es así: para mí y hasta aquí y ahora.
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