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La Iglesia nació en la calle

Osvaldo Napoli

En la mañana de Pentecostés, en medio de vientos extraños y de centellas encendidas que


tocaban a todos y los volvía nuevos. Se terminó el miedo y los escondites. Y ahora, en público,
Podemos hablar con claridad de nuestra relación íntima con el Resucitado.

Tiempo de libertad entendido en todos los idiomas y dialectos. Por primera vez se valorizó de
lo nuestra propia lengua, original, hermosa, en la que saboreamos lo que nos dice Pedro y los
suyos. Se me ocurre que ese fue el primer concilio. Desborde de Dios y alegría de los pueblos,
El primer concilio pastoral y popular…

El Concilio Vaticano II, quiso volvernos a la calle, al mundo, a las gentes, y con el dialecto de
las gentes. Cada día está más cercano, pero todavía falta mucho camino para que estemos
‘embriagados’ como en aquel entonces.

Deseo de todo corazón volver a que como cuerpo eclesial volvamos a zambullirnos con arrojo,
alegría y esperanza en su ‘acontecimiento’, antes que en sus documentos, pero también en
ellos.

La Iglesia, cada una de sus comunidades, está en deuda con este último Pentecostés que es el
Concilio; también la catequesis, y nosotros, los catequistas y estudiosos de la catequesis. Es
tiempo de ir saldando nuestra cuenta, y, ahora, con intereses, como los talentos recibidos.

Lo que hemos recibido, lo entregamos, pero enriquecido por nuestra propia experiencia
atesorada como catequistas en comunidad, en comunidad en diálogo y servicio en medio del
mundo, y celebrando la fiesta de ser hijos y hermanos. (las cuatro Constituciones ‘Pastorales’
del Concilio convocado por el Bueno de Juan.

Nadie me lo pide, pero renuevo mi compromiso de escudriñar más y más lo que el Espíritu le
dice a las Iglesias en la plaza y por las calles del mundo en el que convivo como creyente y
hermano

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