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la nueva identidad indiana...
emigran en busca de oportunidades en otros lares del país. Se les trata como seres
exóticos, extranjeros indeseables.
Total 15 204 %
Chichimeca jonaz 2 142 14.09%
Maya 143 0.94%
Mazahua 818 5.38%
Mixe 382 2.51%
Mixteco 324 2.13%
Náhuatl 1 264 8.31%
Otomí 3 239 21.30%
Purépecha (Tarasco) 568 3.74%
Totonaca (Totonaco) 105 0.69%
Zapoteco 285 1.87%
Resto de 37 lenguas 606 3.99%
No especificada 5 331 35.06%
Fuente: Censo 2010
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Ya se afirmó aquí que en Guanajuato la mezcla racial y cultural llevó a que tempra-
namente se diluyeran las identidades étnicas, y que prevaleciera la cultura híbrida con
predominancia española.La conciencia regional tejió lazos de identidad más orientados
hacia la raíz cultural ibérica, y se fue desprendiendo de buena parte de los vínculos
con las culturas originarias. Eso se percibe muy bien cuando se testimonian los rituales
tradicionales de corte religioso, que en buena medida carecen de elementos del sincre-
tismo religioso que se puede observar en las entidades del sur del país(Rionda, 1990).
Sólo en las pocas comunidades que se reconocen como indígenas es posible detectar
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esos elementos de raíz nativa, o bien en gremios que tienen una directa vinculación
con el pasado indígena, como ocurre con los danzantes tradicionales, los artesanos y
los campesinos (Moedano, 1988).
Las comunidades indígenas en Guanajuato se vieron reducidas y se acentuó
así su marginalidad dentro de un entorno social que los ignoraba y discriminaba. El
elemento racial no fue el definitorio, pues tan morenos los indios como los ladinos,
pero sí fue el factor cultural el que marcó la diferencia. Ser indio era hablar “dialecto”.
Pronto, nadie se sintió “indio” en Guanajuato. Más bien se fortaleció una identidad
con la “madre patria” transcontinental, una hispanofilia que aún subsiste en nuestro
gusto por las tradiciones importadas del viejo continente: su música (de ahí el gusto
por las estudiantinas), su arte (nos decimos cervantistas), su arquitectura mediterránea,
y su religión telúrica (no hay más mochos que los del Bajío).
Sabemos que, a nivel nacional, el año de 1994 tuvo una enorme repercusión para
la redefinición de la identidad indígena. Gracias a la irrupción de los neozapatistas
en la conciencia nacional, los pueblos originarios cobraron una nueva conciencia, una
nueva dignidad en sus relaciones la sociedad mayor mestiza. Una de las consecuencias
más importantes de los Acuerdos de San Andrés que signó el gobierno federal con los
levantados, fue la modificación del marco legal y el enriquecimiento del artículo se-
gundo constitucional, que reconoce que México es una sociedad pluricultural, y ordena
la atención y el respeto a las manifestaciones culturales e idiosincráticas de los pueblos
originarios. De repente, ser indio se volvió “políticamente correcto”, y los pueblos y
comunidades indígenas se asumieron como tales para combatir la discriminación.
El estado de Guanajuato no fue la excepción dentro del concierto nacional, y
aunque se tardó en adecuar su normatividad a las nuevas condiciones, finalmente lo
hizo en el año de 2011, cuando emitió la Ley para la Protección de los Pueblos y las
Comunidades Indígenas del Estado de Guanajuato. Este estatuto tiene la enorme bon-
dad de declarar la existencia de las etnias indígenas, nativas e inmigrantes. Reconoce
su derecho al respeto de sus valores y su identidad. Se supera el enfoque asistencialista
del viejo indigenismo y asume que los indígenas son ciudadanos no sólo con los mismos
derechos, sino también acreedores a la protección del Estado para la preservación y
dinamización de sus lenguas, sus usos, su cosmovisión y su autonomía relativa. Para
determinar a quiénes corresponden las disposiciones de esta ley, se asume el criteriode
que va dirigida a aquellos individuos o colectividades con conciencia de su identidad
indígena. El criterio lingüístico quedó superado. Ahora basta con considerarse indígena
en función de sus orígenes, tradiciones e identidad.
Es una norma que reconoce la personalidad, capacidad y voluntad de las comu-
nidades indígenas para regirse y organizarse en su fuero interno mediante los usos
y costumbres que dicta su cultura ancestral; ello excepto cuando algunos elementos
de esa cultura contradigan al derecho general instituido o violen derechos humanos
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posesiones y derechos, sin ser previamente escuchados y conforme a las leyes previa-
mente expedidas”.
Todos los testimonios recolectados –15 entrevistas personales y una grupal– ha-
blan de un notable orgullo hacia el pasado reciente y lejano, aunque no hay un cono-
cimiento profundo hacia su propia historia, en particular entre los niños –se visitaron
algunas escuelas de nivel básico–. Los ancianos en cambio recuerdan historias locales,
y son orgullosos cronistas de su tradición inveterada.
El conjunto de comunidades asentadas a lo largo de la cuenca del río San Damián-
San Marcos conforma una entidad socio cultural muy clara. Sus habitantes comparten
usos y costumbres, comercian entre ellos, tejen lazos de parentesco de tipo consanguí-
neo, político –matrimonial– y ceremonial –compadrazgos–, y participan de festejos
religiosos como el día de la Santa Cruz, el día de San Isidro, el del Señor del Santo
Entierro, etcétera, para los cuales hay mayordomías que se rotan entre los habitantes
de cada localidad. También se realizan tianguis –mercados populares informales– con
motivo de esas festividades, a los que acuden habitantes de las comunidades vecinas
a intercambiar sus bienes, productos o servicios. La región es atravesada por caminos
rurales y veredas que comunican a los asentamientos entre sí, y ayudan a mantener
los flujos humanos y comerciales que le dan integridad. Hay pues un circuito social,
ceremonial y económico que debe ser respetado por los proyectos de obra pública.
Muchos habitantes de la región consideran que esos montículos o evidencias de
asentamientos prehispánicos forman parte de su patrimonio histórico y raíz cultural.
En realidad, se trata de ocupaciones que fueron abandonadas mucho tiempo antes de
la conquista y colonización europea en el siglo XVI, y muy probablemente se trataba
de grupos con otra referencia étnica y lingüística. Pero es interesante constatar la
apropiación que los pobladores modernos hacen de un pasado mítico para reforzar
los vínculos identitarios.
El valle de San Damián mantiene un intenso calendario de fiestas religiosas y
tradicionales, en una región densamente poblada de oratorios denominados “capillas
de indios”, cuya abundancia es impresionante, pues muchas de ellas son de carácter
familiar. Su sencilla belleza expresa mucho de la sobriedad indígena. El gobierno
municipal de San Miguel Allende restauró varias de estas capillas y las proveyó de
infraestructura turística, para integrar la llamada “Ruta de las capillas de indios”, que
desgraciadamente no se aprovecha de manera suficiente.
El gobierno del estado ya ha anunciado que cambiará el trazo de la carretera,
pero el líder indígena ha hecho público que no piensa retirar su recurso legal, que
tiene altas posibilidades de culminar con éxito.
En suma, el CEI ha cobrado un protagonismo que plantea la posibilidad de que
la vieja relación de paternalismo entre el Estado y las comunidades sea replanteada.
El empoderamiento parece no tener marcha atrás, y que la redefinición identitaria
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