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12 / Celso Medina
llegada. Pero la poesía es ideológicamente antimoderna; prefiere el caos,
se inclina por un incesante trastrocamiento del orden, para construir
desconstruyendo. Es esa la razón por la cual la poesía devino oficio de
hombres que sobrellevan con resignación su duro vivir.
Ante el vértigo del público, la poesía prefirió el refugio en una casa
donde el escándalo estaba abolido. La poesía sobrevivirá sólo si deja
de pensar en el lector y se preocupa porque su palabra discurra libre
de todo chantaje. Su papel no es preservar la literatura, sino al poeta.
Por ello se preocupa por poner el sello de subjetividad a su discurso.
Nada de objetividad; la poesía es el grado más puro del compromiso.
Que cuando la palabra poética se profiera quede constancia de que
«ético es el paso del poeta por el mundo», como diría nuestro Víctor
Valera Mora.
La soberbia de existir
Si hoy hablamos de poesía, es sencillamente porque ha logrado
sobrevivir gracias a una de sus virtudes: la soberbia. Soberbia que
instala en el centro problemático creativo al poeta, soberbia que
piensa más en el poema que en el lector, soberbia que cree más en una
literatura con poetas que con lectores.
El poema es el género literario que más ha apostado por conservar
la esencia de sus orígenes. Los otros géneros (el drama, la narrativa,
etc.) se han inclinado por otra cosa: por ganarse un público que los
alabe y que les granjee el favoritismo en los lectores. La poesía sigue
siendo hoy lo mismo que fue en sus orígenes, cuando a través de un
sagrado uso de la lengua procuró resguardar el legítimo derecho del
creador artístico a defender su subjetividad más allá de los intereses de
los lectores o espectadores ocasionales que leían u oían sus creaciones.
Rastreando su origen encontramos que la poesía es una práctica
religiosa, cuya praxis más genuina es el rezo; porque el poeta es un
sacerdote, pero libre del dogma y su rezo no es el desarrollo de una
palabra sumisa. Es, contrariamente, la práctica de una escrupulosidad
de conciencia, que se compromete sólo con verdades trascendentes.
Por ello su mundo ni está en la tierra ni está en el cielo; se ubica, más
Ni telos ni utilidad
La poesía es como la libertad, un lío. No seremos felices porque
escojamos ser libres. Podemos hasta perder la vida si nos inclinamos
por la libertad. La esclavitud es más fácil de llevar, por cuanto no
implica ningún riesgo, tan sólo el perder la libertad. Así es la poesía:
con ella no garantizamos la felicidad; puede, contrariamente, que
seamos bien infelices cuando la creamos o la leamos. Tampoco es
la belleza su preocupación. No hay ni fealdad ni belleza en la poesía.
Hay tan sólo un sentimiento problematizado del vivir, que puede
suscitar placer o angustia. Y lo más importante: está enemistada con
la utopía, porque esta es la posición más reaccionaria que se puede
asumir frente al vivir. Como diría Foucault, es preferible el camino
de la heterotopía, en la cual la perfección es una enfermedad y las
metas tienen un piso bien tembloroso. Por ello el poeta busca lo que
procuraba el Calígula de Camus: lo imposible, pero no con la idea
de cumplir uno de los requisitos de la verosimilitud en Aristóteles de
«hacer posible lo imposible», sino de desestabilizar constantemente
lo que se ha instaurado como verdad ecuménica. Y en cuando a su
utilidad, decimos que la poesía no sirve ni debe servir para nada,
porque pudiera ocurrirle lo que le ocurrió a la novela y al drama que
al casarse con algunos proyectos teleológicos, perdieron su rumbo,
ocupando hoy los espacios para del entretenimiento en la sociedad
espectacular moderna.
I
Se imagina uno a Sherezada, la famosa doncella de Las Mil y una noches,
contando cuentos para embelesar al Sultán. Su oficio no es un juego,
es un conjuro contra la muerte. Si su relato se debilita, su esposo la
matará, tal y como ha venido haciendo con todas sus esposas, a las que
asesina diariamente.
En la joven árabe puede concebirse el más genuino concepto de la
libertad. Recordemos un poco más el cuento del famosísimo libro: el
Sultán, decepcionado porque una de sus esposas le fue infiel, decide
casarse y enviudar todos los días. La misma noche de su casamiento,
asesina a sus compañeras. Sherezada asume el peligroso reto de casarse
con él y a fuerza de cuentos procura hacerle desistir de tan perversa
costumbre. La joven usa como estrategia contar relatos laberínticos,
llenos de múltiples tramas, para generar un permanente interés en su
cónyuge. Esa tarea concluye luego de mil y una noches, cuando el
Sultán se cura de su terrorífica manía.
El oficio de Sherezada se parece al del escritor. Su oficio es una
responsabilidad, pero a la vez es un modo de asumir la libertad. Ella
decide voluntariamente enfrentar al Sultán, a través de su encantatorio
don de relatar. Sabe que cualquier equívoco derivaría en su muerte.
Se ha creído que basta con que seamos libres, para que
automáticamente nos topemos con la felicidad, pues concebimos la
libertad como una potencia hedonizadora, que obvia todo sentimiento
de responsabilidad.
Pero nosotros compartimos el clásico concepto kantiano de que
la libertad no es libre albedrío, ni voluntarismo ilimitado, sino la
capacidad de decidir por encima de fuerzas que constriñen la acción
II
La escritura materializó el libro, lugar donde el mundo tiene la
posibilidad de coincidir en todas sus posibilidades fenomenológicas. El
libro no nació con la escritura; existió antes, como recipiente cultural
de civilizaciones alfabetizadas y ágrafas. Gracias a la escritura pudimos
leer esos libros; y gracias a ellos nació Dios y todas las mitologías que
conforman la mayoría de nuestro sustrato espiritual.
Pero la escritura ha tenido que vivir su propia historia de redención.
En sus inicios era propiedad exclusiva de la religión y de los poderes
políticos. Sólo a Dios le estaba permitido escribir y éste tan sólo
señalaba a unos elegidos para que transcribieran su voz. El hombre no
tenía palabra, y en consecuencia, era un ser despojado de escritura. Es
más, había muchos escribanos que no escribían. La voz de Dios no era
un alfabeto críptico que sólo unos pocos descifraban.
No obstante, el hombre se encontró de pronto con su propia
voz; empezó a tener conciencia de que era posible leer los libros sin
coerción. Y terminó descubriendo que la escritura podía hacerlo libre;
claro, no sin correr riesgos.
18 / Celso Medina
El invento Gutenberg democratizó el libro, pero, a su vez, impulsó
una industrialización que derivó en una depreciación de su papel
cultural. El libro pasó de la cárcel teológica a la cárcel del mercado.
Los censores eclesiásticos fueron sustituidos por los marketizadores
del gusto. Se inició la campaña universal alfabetizadora bajo el aura de
una democracia que sacrificaría todo en aras del consumo y se inicia
un proceso de vampirización de la voluntad del escritor, quien termina
siendo víctima de la «dictadura de las audiencias».
III
Ese mismo proceso de vampirización se dio en la escuela. La escritura
en los espacios escolares se convierte en un juego de ventrílocuo.
Nadie habla libremente. Los educandos hablan por una segunda voz.
Su práctica es una fuente de donde emanan aguas tautológicas. Esa
invención tan genial, la escritura, se convierte en un juego de mudez.
Ese proceso se inicia en un aula donde el libro está prácticamente
desaparecido, pues se «concede más valor a aprender que a llevar
razón» (p. 137), como lo afirma Popper. Pasamos toda la vida en el aula
«aprendiendo», prorrogando permanentemente nuestra inmersión
consciente en el mundo que se nos ha dado. Y nos iniciamos en la
escritura no para responsabilizarnos con la vida, sino para reproducir
sin producir.
Recordemos aquellos ejercicios con los sonidos, en el que, por
ejemplo, el fonema m, nos servía para la sonorísima expresión «Mi
mamá me mima». Alguna vez leímos en los cuadernos de uno de
nuestros hijos el siguiente ejercicio: «Techo, chipo, ducha es, llama,
calle, pollito se», que evidencia un uso absurdo de la escritura, cuyo
propósito aún nos preguntamos qué perseguía. Cuando somos niños
no tenemos palabra. Cuando se nos habla se piensa que nuestro
cerebro es una miniatura: por ello la abundancia de diminutivos;
nuestra cabecita, al parecer, no puede albergar esa cosa tan grande que
es el mundo.
Ese juego de palabras vacías se ha venido sustituyendo por
otra práctica, que consiste esencialmente en convertir al juego y al
22 / Celso Medina
ofrecido batalla seria a un proceso de descapitalización de nuestra ética,
que nos ha sacrificado impudorosamente al engranaje monologizante.
Insistimos en el destierro de la escritura ensayística del espacio
universitario. El carácter informal, espontáneo, su capacidad de
convocar al público transtradisciplinar, su particular hermenéutica,
entre otros elementos, configura un espacio estelar en el que la palabra
puede nutrirse éticamente. No es este género discursivo un mecano
verbal; es el sitio del diálogo, donde el ser hablante desnuda sus
convicciones sin los corsés de los metodologismos.
V
Creemos que la sociedad no tiene más camino que formar hombres
que aprendan a ejercer su libertad. Ya hemos dicho que esa libertad
no es nihilismo, sino posibilidad de ejercer las opciones que ofrece
el mundo donde vivimos. Por ello, alarma situarnos en un espacio
académico, donde la estética ha perdido su poder humanístico, para
trocarse en activadora de los hedonismos. Y en ese marco alarma más
el triste papel que protagoniza la escritura, que ha devenido en fuerza
reaccionaria, que acalla la subjetividad, haciendo que los objetos
hablen un lenguaje de pocos riesgos.
Habría que reencontrarse con la metáfora que encarna Sherezada,
a costa de equivocarnos y que nuestro cuello sea cortado por el sable
mortal del Sultán. Pero que ese relato trascienda la mera deleitación,
para reiterar nuestro paso ético el mundo. Si, como sostiene Sartre,
por nuestros actos nos enteramos de nuestra libertad, pues, hagamos
de la escritura el ejercicio más pleno de responsabilidad.
24 / Celso Medina
El verso es un modo de fragmentar, no de ordenar. Y eso es,
precisamente, la piedra fundacional del poema. La poesía está hecha
de versos, lo que explica por qué el poema sea un caos cifrado; o lo
que es lo mismo: un espacio en el que la realidad circula al margen de
toda lógica lineal.
Una línea de palabra colocada debajo o encima de otra no hace
el verso. No lo configura la métrica, ni la cesura, ni tampoco la rima.
Se puede prosificar emulando la geografía y la estructura versística.
Lucrecio escribió su Rerum Natura adoptando esos recursos, pero
jamás abandona la lógica prosística. El verso es un modo de decir
deconstructivo, enemigo férreo del logocentrismo. Su modo de
organizar el mundo no es el de la linealidad, sino el de la juntura:
urde su visión de la realidad en el pliegue, razón por la cual su
producción sígnica apunta permanentemente hacia lo abismático. El
discurso versístico no es el de la línea. También puede mimetizarse
en la vestidura de la prosa. Por ello, cuando Alosyus Bertrand crea
el poema en prosa, no quería desaparecer el verso sino instalarlo
en el párrafo, para imponerle su productividad deconstructiva. Los
poemas que el poeta francés nos presenta en su Gaspar de la nuit
distan mucho de la lógica de la narratividad propia de la prosa;
crean espacios de fragmentos que registran el mundo en plena
simultaneidad de sus elementos.
Volviendo a la pregunta «Cuando escribimos un poema, ¿qué
escribimos?», respondemos: escribimos versos. Es decir fragmentos
cuyas fronteras lindan con lo inatrapable, en una franca intención de
alejarse del mundo lógico de la racionalidad narrativa.
II
¿Desde dónde hablar?
26 / Celso Medina
un registro incompleto, el eco de algo que vivimos a plenitud, pero
que está condenado fatalmente a la inefabilidad.
III
Una experiencia…
28 / Celso Medina
Edgar Alan Poe nos enseña que un poema no es una ruma de
versos, sino la suma de unos efectos, que se pliegan y repliegan para
crear una verosimilitud no narrativa, sino deconstrutiva; o lo que es
lo mismo: una relación caósmica (para utilizar un término propio de
Gilles Deleuze). El cosmos poético es una prórroga permanente al
sentido, un sentido que no quiere desaparecer, sino vivir en continua
búsqueda de verdades inagotables.
«Animal marino» (nuestro poema) es un texto que absorbe
resonancias de poemas ajenos. La primera resonancia la explicita
su epígrafe, una cita de un poema del Carl Sandburg, que dice
texualmente: «La poesía es el diario de un animal marino/que vive en
la tierra y anhela volar por el aire». Esa idea de ser dual nos sedujo.
Y ello tiene una importante trascendencia, puesto que el personaje
poetizado busca su éxtasis en las regiones abisales, en el reino donde
el pez tiene costumbre de pájaros. Esa idea de pájaro pez nos la sugirió
otro texto: El Celecanto, el hermoso poemario de Elena Vera. En los
textos de esta poeta hallamos un compañero de viaje, que siempre
asociamos a dos experiencias: nuestras zambullidas en el mar de
Caigüire y a una vez estuve a punto de ahogarme en una poza del
Río Cumaná, de Cumanacoa, pueblo en el que varias veces pasamos
nuestras vacaciones cuando niño. Como pueden observar, los textos
ajenos resuenan en nosotros para abrirnos válvulas decididamente
vivenciales.
La intertextualidad, eso que Gérard Genette, define como la
trascendencia de un texto en otro, es algo que no escapa a ningún poeta.
Pero los textos ajenos acuden a nuestros poemas para posibilitar la
instalación de los efectos sensuales. Ningún poema es virgen, siempre
está penetrado por ecos que pueden diluirse o no. Por ejemplo, en otros
poemas de mi ya citado libro no ocultamos la presencia imponente
de nuestras lecturas de «Unión libre», ni los poemas de Antonio
Machado; están allí, presentes, pero resemantizados, al servicio de
nuestro propio interés poético.
Término…
30 / Celso Medina
Sobre el amor y la poesía
Referencias
Bravo, Víctor (1994). Ensayos sobre la pasión. Caracas: Fundarte.
Meneses, Guillermo (1976). Espejos y disfraces. Caracas: Editorial
Arte.
Paz, Octavio (1987). El arco y la lira. México: Fondo de Cultura
Económica.
34 / Celso Medina
¿Es posible enseñar literatura?
(Reflexiones en dos tonos)
I
Desde sus más remotos orígenes la educación occidental se propuso
educar para «amaestrar». Ya en Platón ese propósito está presente,
camuflado en su concepto ciudadanía. En su República se muestra
partidario de privilegiar la formación de la ciudadanía, como requisito
expedito para forjar su utopía racionalista. El hombre se concebía
como la síntesis colectiva. Por ello la educación debía propender a
la obediencia. El saber, entonces, era un camino que conducía a una
cima: forjamiento del ciudadano.
Pero en su república utópica Platón confrontó problemas cuando
tuvo que asignarle su papel a las artes. No se podía obviar ese campo tan
vital para el forjamiento de la ciudadanía. Pero, ¿acaso no abre el arte
alguna brecha hacia el libre albedrío? ¿No podía esa libertad distraer los
pasos del mencionado camino? Sí. De allí que el filósofo griego optara
por seleccionar sólo aquellas artes que hicieran propicia la ideología del
ciudadano. Y en esa selección, la poesía quedó fuera, en virtud de su
notable espíritu individual. Las artes sirven a sus propósitos sólo sí se
encarrilan por la razón. Al respecto, dice Herbert Read:
36 / Celso Medina
denunciado Paulo Freire: el maestro simula que enseña y el alumno
simula que aprende.
II
Sirve el anterior introito para preguntarnos: ¿es posible enseñar la
literatura? Para dar respuesta a esta interrogante, previamente habría
que elucidar otras preguntas.
Una de ellas sería: ¿para qué sirve la literatura? Ociosa pregunta para
los «científicos», que ven en la imaginación una simple banalidad. Y
para aquellos estudiosos del lenguaje obsedidos por el habla ordinaria,
a la que han sabido endiosar como única forma de abordarla. Se
olvidan de un aspecto importante: la literatura es «la depositaria de la
lengua», según la convicción del poeta Rafael Cadenas (1985).
Si nos inclinamos por una escuela educadora, y no una mera
«enseñadora», necesariamente tendremos que trazarnos interesantes
expectativas en torno a la literatura. Diríamos que la literatura sirve
para educar; así, sin más. Si la educación es una empresa axiológica,
debe plantearse como desiderátum la idea de la perfección. No la
perfección facistoide, alimentada de chauvinismo o de racismo. Nos
referimos a aquel camino que procura la apertura de las plurales aristas
que ofrece el mundo al hombre. ¿Cómo hacerlo? Mala consejera es
la razón convertida en única mirada. Los apriorismos son válidos
siempre y cuando no sean muletas que ahoguen la autonomía. Hasta
la idea de Dios se nos ha inoculado por la razón. Por eso, tal vez, hay
tantos incrédulos (mas no ateos). Un texto literario es un depositario
efectivo de la huella histórica del hombre. A su reino se entra tan sólo
activando la imaginación. Su lenguaje metafórico abre muchos poros
sensibles; permite no sólo ver lo que se ve, sino también lo que se
sospecha, lo que se intuye. Hegel es muy enfático cuando dice:
Ese río interminable permite que la mirada vaya más allá de lo que
aprendemos. Acrisola nuestra axiología, forja la utópica esperanza. Es
esa perfección la que tiene que acometer la educación.
III
Creemos, entonces, que «enseñar literatura es un asunto serísimo». Tan
serio que lo primero que debemos discutir es si es posible que profesor
«enseñe» literatura y que un alumno «aprenda». Luis Beltrán Guerrero
deslinda el terreno de la ciencia del de la literatura. «La ciencia —
una faceta de la actividad humana— no es educadora; es instructiva»
(1973:120). Sólo aquel aprendizaje alimentado de intuición, de
sensibilidad es capaz de educar, en su acepción perfectiva. La realidad
es una excrecencia múltiple, para cuya aprehensión es necesaria la
puesta en escena de más de un sentido, a la vez. El discurso de la
ciencia es fatalmente monológico. La educación es dialógica; abre
cauces para la pluralidad de voces de la realidad. Además, instala la
interacción como recurso para el saber. Y la literatura es uno de los
aprendizajes más amplios para trazar ese «camino de perfección».
El poeta y la epopeya ética / 39
Henri Bergson afirma:
IV
Pero, ¿garantiza el espacio escolar ese diálogo? No. Y hay una razón
contundente: la escuela teme perder su «autoridad» con la literatura.
Claro, la escuela «…no es más peligrosa que la sociedad que la ha
producido», según Roberto Hernández Montoya (1975). Ya no se
acude al expediente platónico de prohibir la literatura. Se opta por
«manualizarla», para que no haya lector sino «aprendedores» de
esquemas o de conceptos que van a impedir la existencia del diálogo
vital entre texto y alumno. La escuela no es per se detractora de las
artes. Es la nuestra, la que se empeña en enrumbar su destino por
el platonismo. La Ciencia sigue siendo la privilegiada, a costa de un
desdén por las humanidades. Al estudiante se le concibe como un
«desamparado intelectual». Él «no sabe nada» y por eso tiene que
«ser enseñado». Como ni la escuela ni el maestro se ha percatado
de que la literatura sólo sirve para educar, se escoge «enseñarla». Y
cuando quieren hacer «aprehensibles» los conocimientos todo termina
reduciéndose al manual. La lectura, ese espacio de la interactividad
desaparece, desaparece por la deglución de una palabra impuesta (o
interpuesta), que ya ha «leído» (¿?) por el alumno. Juan Carlos Santaella
ha dicho: «De la literatura sólo podemos enseñar o transmitir aquello
que pertenece a la historia, su extraordinario pasado, no su presente»
40 / Celso Medina
(1991). El presente es el tiempo único de la lectura literaria, porque el
proceso educativo implícito en ella se afinca en la existencia; es decir,
en el pleno contacto con la realidad imaginada. Por lo tanto, ella no
se propone jurungar piezas arqueológicas; se pone en contacto, in situ,
con seres vivos, construidos por la imaginación.
V
¿Qué cuota de responsabilidad tiene la universidad venezolana en esa
muerte de la literatura que se produce en nuestras aulas? ¿Por qué este
centro de formación no ha impulsado la «potencia educativa» de la
literatura?
La literatura en la universidad se imparte en tres escenarios: a) en las
escuelas de Letras, b) en los centros de formación pedagógica (Institutos
Pedagógicos y Escuelas de Educación) y c) en los componentes de
formación general. En el primer escenario la literatura es lo medular,
libre del apoyo docente. En el perfil de los egresados en Letras no
se prevé un egresado para la docencia, sino para la investigación o
para la promoción de la literatura. En la segunda vertiente, la literatura
conforma un componente más del complejo diseño de los que en
el futuro irán a ser profesores. En la tercera vertiente la literatura es
una «guinda», un aditamento electivo que se escoge para completar la
formación integral.
Vamos a detenernos un rato en las dos vertientes primeras. Como
se observa, están polarizadas. Defienden cada una un polo: la primera
el pedagogicista, donde la literatura es tan sólo un vehículo, no un
fin. Por eso los conocimientos en la especialidad son epidérmicos,
panorámicos. Las tecnocracias metodológicas se imponen. No hay
espacio alguno para la investigación. Los licenciados en Letras, en
el polo extremo, se forman para la literatura. El asunto pedagógico
se obvia. En su formación prevalece un extremo liberalismo, que
convierte la literatura en una práctica excéntrica y exquisita.
En ambas vertientes se adolece de la ausencia de un abordaje
sistémico de la literatura. Por esa razón los diseños son catálogos de
materias, muchas de ellas inconexas, que no se inscriben en un marco
cultural global. La literatura es una especialidad más; no el punto de
TONO SEGUNDO
¿Para qué y para quién formamos a nuestros alumnos? ¿Lo formamos
verdaderamente? Mis dudas saltan a diario cuando voy a mi aula y
no sé qué hacer aún, después de tantos años de ejercicio de docencia
universitaria. ¿Qué debo enseñar? ¿Mis lecturas? ¿Acaso una lectura
es compartible con alguien a quien las reglas del juego le han dado
un papel subordinado? Al ver frente a mí a los estudiantes, vacilo.
42 / Celso Medina
No sé realmente qué decirles. Y por eso me refugio en mi papel de
profesor, el peor papel que puede asumir un docente de literatura. Esa
angustia me ha empujado a ser lo que George Mounin denomina un
tecnócrata de la literatura. Un profesional de los actantes, un mago
de las secuencias, un agrimensor de la poesía. De modo pues, que,
cúlpenme a mí, si por desgracia, la literatura muere. Así, pues, termino
siendo un profesor para justificar los exámenes o las monografías.
Ni siquiera se me ha ocurrido invitar a mis alumnos a comprar mis
libros o a leer uno que otro ensayo que publico en las páginas de los
periódicos de Maturín o de Caracas.
Confieso, soy un operario de palabras. Un pesquisador de
errores ortográficos, de males de redacción. Pero un operario triste,
enmarañado en una rutina que me hace ser un Sísifo ridículo. No
cargo la piedra, la boto. Así, pues, no educo. Doy instrucciones. Me
gusta más la literatura cuando se aleja de los exámenes, de los talleres,
de las monografías. Me alegra cuando me enseñan un poema; no
importa que sea cursi o tenga errores ortográficos. ¡Qué bellos son
los errores ortográficos en un poema de un adolescente que se olvida
de los exámenes, de los talleres y de las monografías! O cuando me
comentan una película o me hablan de cualquier cosa que vaya más
allá de lo escolar.
A Iván Ilich se le ocurrió matar a la escuela; pero, qué va. La escuela
no ha muerto. Porque a ella la llevamos pegada a la piel, a la lengua.
Como no muere, no hay más salida para la literatura que huir de ella.
¿Para qué me gustaría formar a mis alumnos? Para que dejen la escuela
a los profesores de Análisis Literario (como yo), a los catedráticos de
metodología, etc. Y se vayan a la literatura, sin más aperos que el alma
bien abierta para penetrar en ella. Yo seré feliz cuando dejen de andar
con tornillos semiológicos que no logran enroscar en ninguna parte.
Leo a Susan Sontag: «Cuando mis recuerdos se convierten en
consignas, ya no los necesito» (1983:90). Creo que allí está un buen
tema para los que van al aula aspirando a un contacto con la literatura.
La humanidad es un baúl memorial. Porque la verdad tiene muchos
velámenes. Y si la literatura sirve para algo, precisamente, es para eso:
para romper el velo que nos ata a lo intrascendente. Si ella está hecha
Referencias
Bergson, H. (1979). Introducción a la metafísica. Buenos Aires:
Ediciones Siglo Veinte.
Borges, J.L. (1974). Obras completas. Buenos Aires: Emecé Editores.
Bousoño, C. (1976). Teoría de la expresión poética. Madrid: Editorial
Gredos.
Cadenas, R. (1985). En torno al lenguaje. Caracas: Ediciones de la
Dirección de Cultura de la UCV.
Guerrero, L.B. (1973). Humanismo y Romanticismo. Caracas: Monte
Avila Editores.
Hegel, G.W.F. Introducción a la estética. Barcelona: Ediciones
Península.
Hernández Montoya, R. (1975). La enseñanza de la literatura y otras
historias. Caracas: Ediciones de la Universidad Central de Venezuela.
_________________. (1978). La literatura secundarla. Caracas:
Monte Avila Editores.
Meneses, G. (1967). Espejos y disfraces. Caracas: Editorial Arte.
Read, H. (1973). Arte y Sociedad. Barcelona: Ediciones Península.
Santaella, J.C. (1991). La literatura y el miedo y otros ensayos. Caracas:
Fundarte.
Silva, L. (1978). Marx y la alienación. Caracas: Monte Avila.
Sontag, S. (1983). Yo, etcétera. Barcelona: Seix Banal.
Tenreiro, S. (1989). El poema plural. Caracas: Casa Bello.
44 / Celso Medina
La culpa sí es de la vaca: a propósito
de los textos de autoayuda
46 / Celso Medina
de las fábulas como elementos propiciadores de conocimiento. En
el prólogo se confiesa como propulsora de una «pedagogía de los
procesos de transformación», concepto que por ningún lado se
teoriza. Claro, hay una especie de fobia a la teoría, porque cree que eso
no es necesario. Basta con ilustrar el conocimiento. Para ello se recurre
a lugares comunes.
Importantes son los absolutos que se predican. Como éste: «Las
personas somos lo que pensamos». Este lugar común se alimenta de la
estereotipia que dicen grandes medias verdades, pero que a la hora de
la verdad no dicen absolutamente nada. El libro cree ciegamente en la
narración, más que en lo expositivo. Por ello dice:
48 / Celso Medina
Estos libros simulan el diálogo, hacen ver que el autor se dirige sin
intermediarios directamente el lector, para empoderarlo, de manera que
se sienta dueño de su propia hermenéutica. Pero esa empatía es falsa.
Al final, no hay conclusión en la que participe el lector. Por ejemplo,
el relato «Copos de nieve» cuenta una historia de una conversación
de dos pájaros, cuyo desenlace es oscuro. Y esa oscuridad la quiere
resolver el autor inventando una moraleja traída por los cabellos, que
se sazona con el telos de la cultura empresarial. Así, pues, ante una
fábula tan insulsa, se opta por señalar la «sinergia» como fundamento
de la paz mundial.
En cuanto a la estructura, el libro de autoayuda evade cualquier
teorización. Le gusta mostrar ejemplos, narrarlos, fabularlos y
alegorizarlos. En el texto al que hemos hecho alusión, la brevedad
campea. Cada relato viene acompañado de una moraleja, que despliega
un recetario para solucionar personalizadamente cuanto problema
confronte el ser humano. En ese sentido, Papalini destaca en esos textos:
50 / Celso Medina
Referencias
Horkheimer, Max y Adorno, Theodor (1988). Dialéctica del
iluminismo. Buenos Aires: Sudamericana.
Lipovetsky, Gilles (1995). «La era del vacío». Ensayos sobre el
individualismo contemporáneo. Barcelona: Anagrama.
Maffesoli, Michel (1985). L`ombre de Dionysos. París: Librairie des
Merediens.
Papalini, Vanina Andrea (2008). «La autoayuda: un género de la
literatura masiva». XII Jornadas Nacionales de Investigadores de
la Comunicación. Nuevos escenarios y lenguajes convergentes.
Escuela de Comunicación Social- Facultad de Ciencias Políticas.
Rosario (Argentina).
56 / Celso Medina
dejó caer sobre su espalda el tizne que cae de las chimeneas,
se deslizó por la terraza, dio un salto súbito,
y, viendo que era una noche suave de octubre,
se enroscó una vez a la casa y se quedó dormido.
58 / Celso Medina
intertextualidad podría haber también un ejercicio lúdico, propio
del pastiche postmoderno, para quien el plagio (o sea la apropiación
textual de los discursos) no existe cuando las citas cambian «el sentido
histórico» de la heredad tradicionalista.
Tierra baldía se estructura en cinco cantos. El primero («El entierro de
los muertos») tiene anécdotas que van difuminándose paulatinamente
para dar lugar a otras. En su acostumbrado método, Eliot entrevera
símbolos en un campo minado por lo prosaico. Observamos citas
de la antigua poesía popular anglosajona, pasajes bíblicos, el Tarot,
Shakespeare, etc. Esas referencias están acompañadas de anotaciones
del mismo autor. Uno no sabe qué quiere Eliot, si orientarnos o
perdernos en ese laberinto de temas e historias. Pero no sólo son los
temas que cambian abismáticamente, también asistimos a voces, que a
veces parecieran solapar las voces de otras. Los temas de la esterilidad
y la muerte sientan la base para su continuidad en los próximos cantos.
El canto II («Una partida de ajedrez») se inicia con una descripción
pictórica que alude a una mezcla de un personaje histórico con un
mítico, tal vez Cleopatra y Circe.
Pero de inmediato ocurre la metamorfosis. Esa Cleopatra pronto
se trueca en una amante que increpa a su amado:
YA ES HORA,
60 / Celso Medina
El canto V («Lo que dijo el trueno») condensa magistralmente la
cosmología con una filosofía de raíz profundamente existencial, con
una profunda conexión con Nietzsche y su anuncio de la muerte de
Dios. Dice el poema:
Yo me senté en la orilla
A pescar, con la llanura árida a mi espalda.
¿Debo al menos poner mis asuntos al día?
El puente de Londres se está cayendo, Cayendo, cayendo
Referencias bibliográficas
Eliot, T.S. (1972). Selected Essays. London: Faber and Faber.
________(1980). Tierra baldía. Cuatro cuartetos. México: La nave de
los locos.
Pound, Ezra (1968). Ensayos literarios. Caracas: Monte Ávila
Editores.
Martínez Victorio, Luis (2001). “La posmodernidad de T. S. Eliot”.
Estudios Ingleses
de la Universidad Complutense, 9: 287-305.
Paz, Octavio (1998). La otra voz. México: Fondo de Cultura
Económica.
62 / Celso Medina
Azul… y la ética modernista
Junto al referido tema Darío abrió también con este libro el tópico
del antipragmatismo antiburgués que a su vez devendría en la actitud
crítica antinorteamericanista del Modernismo.
Los pormenores biográficos que acompañan la aparición de
Azul… resultan interesantes. Se gestó y publicó en Chile. Darío ha
cambiado su aldeana ciudad natal, Managua, por la cosmopolita
Santiago de Chile, uno de los polos de la insurgente onda expansiva
del capitalismo internacional en Latinoamérica. Ángel Rama dice, a
propósito del primer viaje del poeta fuera de su país, que
2
Hay un tema capital en Azul…: el del marginamiento del poeta, que
no es nuevo en la literatura moderna; ya en los simbolistas franceses se
aprecia, y el mismo configura un modo de concebir el oficio del artista
en la sociedad burguesa. Los simbolistas heredan esa preocupación
del Romanticismo. Rousseau sostuvo que el lugar más adecuado que
encontró el poeta, al sentir las secuelas del progreso burgués, fue la
ilusión:
66 / Celso Medina
A falta de «profesión» estos escritores tuvieron que sobrevivir
en ocupaciones colaterales. Ocupaciones donde experimentaban un
sentimiento de patético naufragio. Pero, como sostiene Ángel Rama:
3
El Modernismo postula una vida del poeta distinta a la que este
ocupaba en la sociedad tradicional latinoamericana. El poeta es ahora
la hiperconsciencia, el «vidente», capaz de ver y de sentir de manera
especial. De modo que el rol de escribir asume la hipersensibilidad.
Esa hiperconsciencia irrumpe contra la generación de escritores
inscritos en la llamada «Emancipación Mental» (Sarmiento, Lastarria,
etc.), para quienes el elemento hispánico había supuestamente frenado
el desarrollo de los pueblos latinoamericanos. Cercano a los procesos
de independencia de Cuba y Puerto Rico y a los asomos imperialistas
de Estados Unidos, el Modernismo retorna a la fuente hispánica, ya no
como súbdito, sino en la hermandad por lo hispano. Por ello Roberto
Fernández Retamar afirma que
La práctica del «arte por el arte» parece ser la vía más expedita para
el enfrentamiento desigual entre poeta y mundo burgués. Al finalizar el
conflicto, los dos vencerán: el mundo burgués se impondrá con todas
sus secuelas; el Modernismo dará al traste con los modelos formales
de la poesía tradicional hispano y latinoamericana. Mallarmé decía:
«…lo único que debo hacer es laborar misteriosamente, con los ojos
puestos en el Nunca» (Citado por Friedrich, 1974:64). Ese «Nunca»
actuó como capitán del naufragio que posibilitó la aparición de un
movimiento concientísimo de su papel en la coyuntura histórica que
le tocó vivir.
La praxis vivencial del Modernismo es más política que la que
postula Rimbaud; es la praxis de un arte que asume muchas máscaras,
a riesgo de suscitar equívocos en quienes los llamaron «evasionistas».
68 / Celso Medina
El poeta es el radar espiritual de un continente (Latinoamérica) víctima
de un Calibán Moderno (Rodó dixit): Estados Unidos.
4
A Darío se le ha criticado acerbamente su afición a los «paisajes
culturales» (Cfr. Salinas, 1975), en donde los objetos se abigarran. Su
ojo parece obsedido por la contemplación. Hay en él un goce extremo
por el mundo fantaseado; la naturaleza es artificial, pintura petrificada.
En eso también hay coincidencia con los simbolistas; a estos les
gustaba extraviarse en «los paraísos artificiales», degustando con su
mirada los objetos.
Pudiéramos rastrear un aliento hegeliano en Darío. Su estética guarda
estrecha relación con el pensamiento sobre arte del filósofo alemán.
Para Hegel la belleza artística se sitúa por encima de la belleza natural. El
arte modifica la naturaleza, la pone al servicio del espíritu. Pero también
hay algo de esteticidad marxista en el poeta latinoamericano. Y para
aclarar esa relación, bien pudieran ayudarnos las ideas sobre trabajo y
arte de otro pensador alemán, Ernst Fischer. Siguiendo a su maestro
(Marx), ubica la génesis del arte y del trabajo en un mismo espacio. Pero
fue la aparición del valor de cambio el que produjo el divorcio entre
estas actividades humanas (Fischer, 1973). Diríamos nosotros que Darío
construye sus paisajes artificiales para evidenciar la cosificación de la
naturaleza aupada por la burguesía. Y en ese sentido, podemos observar
dos actitudes del narrador omnisciente de los relatos de Azul… Cuando
el narrador-poeta ve las cosas, estas resplandecen; cuando las ve el
personaje burgués, las mismas se bastardean. En «El Rey Burgués» ese
narrador nos hace el siguiente reporte:
5
Es obvio que lo moderno tiene un sentido negativo para la
modernidad del Modernismo. Giovanni Allegra señala que «…
lo que sigue llamándose “modernismo” surge de la confluencia de
ideas en cierto modo mancomunadas por la misma rebeldía contra
los valores morales, estéticos, literarios consagrados en el siglo XIX»
(1975: 90). Entonces, ese movimiento fue antimoderno, entendiendo
este concepto como aquel que constelaba las ideas de «racionalismo,
optimismo, concepción “horizontal” —sin preguntas metafísicas—
de la vida y del mundo, darwinismo proyectado en diferentes niveles,
cientifismo o «superstición científica…» (Allegra, 1981: 92). El signo
de «lo moderno» implica lo pragmático y la muerte de la espiritualidad;
es decir, del arte. Pero ese concepto de «antimodernidad» no es una
reminiscencia romántica. Los modernistas no alientan el medievalismo,
ni el pasatismo. Acuden al botín cultural tradicional para construir
una metáfora del mundo moderno, en el que el poeta no sólo es un
exiliado existencial, sino también su antena más consciente.
Pero ese naufragio no sólo es una experiencia metafísica del poeta.
Junto a él están aquellos seres desprovistos de medios de subsistencia
que viven en el mundo de la «competencia», del laissez faire, en franca
desventaja. «El Fardo» es un cuento donde la victima ya no será el poeta,
como sí lo son en cuentos como «El Rey Burgués», «El Pájaro Azul»,
«El Sátiro Sordo», «La Canción de Oro», etc. El fardo es un emblema
70 / Celso Medina
que alegoriza al sistema que «aplasta» a los hombres humildes. El tono
naturalista de este relato justifica su lenguaje cercano al panfleto, que
denuncia la desigualdad social en la cosmópolis chilena.
Pudiéramos decir que el Modernismo es un reactivo generado por
la misma modernidad. El mismo Darío dijo: «…yo detesto la vida y el
tiempo en que me tocó nacer» (Citado por Guillermo Sucre, 1975: 30).
Dos poemas de Azul… refuerzan esa disposición firme de
escenificar una ética valiéndose de una estética de apariencia exotista.
Ellos son «Anagke» y «Estival». Ambos se construyen esencialmente
desde una narratividad alegórica, facturada con desenlaces trágicos.
«Anagke» patentiza a modo de fábula el rigor del asedio que padece
el artista y el arte en el mundo contemporáneo:
(…)
Contempla a los dos tigres, de la gruta
A la entrada. Requiere la escopeta,
Y avanza, y no se inmuta.
72 / Celso Medina
Al igual que el poeta de «El Rey Burgués», la belleza constituye la
«manteca del sacrificio».
En el relato «La canción de oro» es significativo el sentido que
se le quiere dar al «oro»; este prefigura el símbolo del mercantilismo
contemporáneo. Irónicamente el poeta-mendigo dice: «Cantemos al
oro, rey del mundo, que lleva dicha y luz por donde va, como los
fragmentos de sol despedazado». El «sol despedazado» es índice de lo
que hemos tenido que pagar para que se erija el mundo de riquezas
de hoy. Fue necesario despedazar nuestro centro gravitacional que
simbólicamente connota más que luz para construir el universo donde
muere el niño de «El Fardo» y agoniza el poeta-mendigo.
Entonces, los mundos «ilusorios» del Modernismo son pivotes
para la denuncia de la náusea contemporánea. No se pueden leer
los poemas y relatos de Darío en atención a su literalidad; hay que
esforzarse por descubrir en ellos a un ser profundamente conmovido
por la historia que le tocó padecer. Ricardo Gullón supo ver más allá
de la denominada «hueca utilería» rubendariísta, y destacó:
6
La primera conclusión a la que arribamos es que el Modernismo
se constituyó en la principal vanguardia contra el espíritu burgués.
Vanguardia que se erigió en la conciencia más alta en los momentos
en que el capitalismo se internacionalizaba en Latinoamérica.
Esa hiperconsciencia fue hipercaptadora de los «males» que
amenazaba a la cultura hispana en Latinoamérica.
Con el Modernismo lo hispánico se une a lo latinoamericano para
marchar juntos en el enfrentamiento al pragmatismo burgués. Se
produce lo que Octavio Paz señala como el remozamiento del espíritu
hispánico desde las antiguas naciones colonizadas.
Referencias
Allegra, G. (1981, enero-abril). «Del Modernismo como
Antimodernidad». Revista Thesvurus. Instituto Caro y Cuervo.
Tomo XXXVI.
Darío, R. (1978). Azul… México: Mexicanos Unidos.
Darío, R. (1977). Poesía. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Fernández Retamar, F. (1984). Para una teoría de la literatura
latinoamericana. La Habana: Editorial Pueblo y Educación.
Fischer, E. (1973). La necesidad del arte. La Habana: Ediciones
Península.
Friedrich, H. (1973). Lírica moderna. Barcelona: Seix barral.
Gutiérrez Girardot, R. (1981, enero-junio). «Problemas de una
historia social del Modernismo». Revista Escritura. Nº 11. Caracas.
Rama, A. (1970). Rubén Darío y el Modernismo. Caracas: Universidad
Central de Venezuela.
Salinas, P. (1975). La poesía de Rubén Darío. Barcelona: Seix Barral.
Sucre, G. (1975). La máscara, la transparencia. Caracas: Monte Ávila.
74 / Celso Medina
De Ecuatorial a Altazor
Introducción
Ecuatorial (1918) ocupa un lugar de transición importante hacia la
configuración definitiva de la estética de Vicente Huidobro. Sus
libros anteriores, sus manifiestos, entrevistas y artículos hallan en
Altazor sus concreciones, que no necesariamente son la culminación
feliz de sus postulados poéticos. Pero el poemario en cuestión —
Ecuatorial— no puede leerse subordinado a la lectura de Altazor; existe
independientemente, con caminos no recorridos en su obra estelar.
Y pudiéramos señalar que si hay correspondencia feliz entre poética
y praxis poética en la lírica de Vicente Huidobro, la encontramos en
este poemario. Compartimos con Eduardo Mitre la afirmación de
que este es su mayor poema después de Altazor (Mitre, 1981). Pero
disentimos de este crítico, cuando reprocha la inexistencia de «la
búsqueda de un metalenguaje». Nosotros, contrariamente, decimos
que lo más acertado de este es su espontaneidad, su fluidez, alejada del
metapoetismo. Aquí la poesía no es la excusa para el lirismo; es la vida,
la reflexión de un ser «náusico», ubicado en una contemporaneidad
desgarradora. El Huidobro de Ecuatorial parece coincidir con el poeta
venezolano Víctor Valera Mora: «Ético es el paso del poeta por el
mundo».
Esa eticidad se da en el poeta chileno sin menoscabo de su poética.
Ya este ha remozado su veleidades vanguardista, y se asienta sobre
una reflexión poética madura, lo que le permite usar estéticas como
la cubista y la futurista, sin alienarse con ellas. Pensamos que la tesis
del Creacionismo ya ha abandonado su imaginería; el poeta es ahora
un «ser contemporáneo», que, sin rubor construye su poesía de la
«materia» contemporánea y en virtud de esa asunción desenfadada de
la contemporaneidad, se enfrenta a sus abismos y a sus vértigos; los
vértigos de su «paso por el mundo».
Asumiremos el estudio de Ecuatorial, a partir del diálogo que
este poema asume con dos estéticas: la cubista y la futurista. Ambas
estéticas, creemos, terminan simbiotizándose en Altazor, punto
culminante en la poesía de Vicente Huidobro.
76 / Celso Medina
La temática que aborda este poema origina su forma. Mitre (1981)
habla de una epopeya planetaria en Ecuatorial. Cierto, en él batallan dos
mundos: el aéreo y el terrestre. La elección de la primera posguerra
como tema, justifica la forma «despedazada» como se va armando esta
epopeya. Pero la mirada épica aquí no es exaltadora de la guerra; el mirón
parece observar con desazón: «Cada estrella /es un obús que estalla».
Así que quien mira no está en una batalla, sino en sus secuelas,
en las úlceras dejadas por esta: «Una mano cortada /Dejó sobre los
mármoles /La línea ecuatorial recién brotada».
Huidobro accede a la idea de lo fragmentario porque el tema de
la primera posguerra lo sugiere. El caos se ve desde la atalaya de su
ecuatorial. El sol será apagado por los bombardeos y el incendio
bélico de 1914 actuará como nuevo sol, produciendo un mediodía,
donde el Norte y el Sur virtualizarán la idea del Cristo contemporáneo
crucificado: «por todas partes en el suelo /He visto alas de golondrinas
/y el Cristo que alzó el vuelo /Dejó olvidada la corona de espinas».
Los aeroplanos trocados en pájaros; o los pájaros trocados en
aeroplanos, reproducirán en el espacio aéreo la imagen de ala (Norte-
Sur), urdiendo, así, la crucifixión de muestro Dios moderno.
78 / Celso Medina
Podemos decir que hay más afinidad de Huidobro con el cubismo
plástico que con el cubismo literario. La presencia del cubismo
literario es muy tímida; digamos que apenas si se remiten al uso de
las mayúsculas, las «palabras-pancartas», que, según Mitré (1980), van
construyendo espacios que actúan como fronteras en los temas del
poema.
En relación al Futurismo, se puede destacar en Huidobro un
acercamiento a esta estética sin el «éxtasis» del maquinismo. El mismo
Huidobro criticó a los futuristas por intentar convertir la poesía en
un «bazar» objetual, donde las cosas existen pero no tienen vida. La
exaltación del maquinismo de Marinetti es sustituida en Ecuatorial por
una noción viviente de los objetos. Los aeroplanos, el telégrafo, el
ferrocarril, emblemas esenciales del mundo contemporáneo, no serán
mero inventario; encarnarán una imagen animada, personificada.
Además, no observamos en Huidobro un culto a la «divina máquina»; si
bien no hay desprecio hacia ella, tampoco hay embelezo, arrobamiento.
Por momentos sentimos una visión no muy afecta, cuando alude al
aeroplano; hasta el punto de que vive metamorfoseándolo en ave.
Quizás halla más simpatía hacia la imagen del ferrocarril del telégrafo,
por su alegórico sentido de la comunicación.
El amor El amor
80 / Celso Medina
se mueve entre el «sótano» y la «buhardilla». Lo que dará origen a la
«irracionalidad» del tejado y a la «irracionalidad del sótano».
Vicente Huidobro concibe su espacio como una casa. Y el polo
«arriba» parece el más importante. Noción que no sólo se aprecia
en Ecuatorial; es muy obvia en Adán, donde la mirada se hace desde
la perspectiva cimera. Y en Tour Eiffel el símbolo torre nos da la idea
del místico que «mira» el mundo desde su atalaya. Esa noción de la
verticalidad llegará a su expresión más acabada en Altazor; comenzando
por el juego de palabra de su título: alto-azor, signo alegórico de la
sensación de vacío que vive el hombre de hoy y, esencialmente, el poeta.
Al lado del «arriba», el «abajo» construye un polo espacial lleno
de ambigüedad. ¿Qué mira el poeta abajo? Un mundo de objetos,
de seres muertos. Pudiéramos señalar que hay una forma peculiar
de mirar el «abajo» huidobriano. La de concebirlo en el marco de su
estética creacionista, donde la naturaleza debe ser reinventada. De allí
que imagen y metáfora se unan en su poesía para producir un mundo
proteico.
Sobre este particular recurrimos a la noción de Metáfora y
Metamorfosis de Víctor Bravo.«En la poesía, la metamorfosis
metafórica se presenta como imagen que produce un doble efecto
de sentido: es, simultáneamente, figuración y literalidad…» (Bravo,
1990: 9). En Ecuatorial el mundo de «abajo» es simbiosis de lo natural
con lo mecanizado. El concepto «Creacionista» se vale de metáforas
metamórficas para «crear» figuras que son simultáneamente varios
referentes. Veamos:
Entre la hierba
silba la locomotora en celo
Que atravesó el invierno
82 / Celso Medina
Altazor es el punto de llegada de la poética de Vicente Huidobro.
En este poema están sintetizadas las realizaciones y frustraciones de
una poética que no sólo fue declarativa, sino también praxial. Ya no es
creacionista en el sentido de su propia ortodoxia, metapoesía, juegos,
ironías, autoburlas, uso de símbolos no alegóricos: todo este conjunto
de estrategias va a caracterizar a la obra con la que el poeta chileno se
inscribe en los anales históricos de la poesía latinoamericana.
¿Qué lugar ocupa en ese «proceso» Ecuatorial? El de la antesala.
Ya Huidobro ha madurado frente al Cubismo; mira al Futurismo sin
recelo. Ha aprendido que el montaje puede conducirlo a lo simultáneo.
Su triádica imagen de Cristo —ave ala de aeroplano— servirá de
concreción de su peculiar imagen de Altazor. Y en Ecuatorial aprenderá
a viajar por sus espacios metafísicos, para en Altazor gozar de los
abismos, de los vértigos.
Hasta la parodia es optimizada en este poemario transicional.
El apocalipsis del verbo en el último canto de Altazor, tiene un
antecedente en la culminación de Ecuatorial:
84 / Celso Medina
Neruda y el Apocalipsis sin dios
86 / Celso Medina
ese estadio hasta la primera parte de Residencia en la tierra, escrita entre
1925 y 1931.
Este último señalamiento no nos parece convincente. Alonso
habla de ese estadio como una poesía donde hay «una bella tristeza
que se complace en sí misma» (1968:15). Una lectura de «Galope
Muerto», contradice al poeta y critico español. Las imágenes de «la
descomposición, de la fealdad» se imponen como muestrario de una
estética que dista mucho de la melancolía órfica de, por ejemplo, Veinte
poemas de amor y una canción desesperada. Bien es cierto que lo que se
descompone es la naturaleza, la selva, los minerales. Pero no hay que
olvidar que estos elementos se constituyen en Neruda en gran cosmos,
signos del derrumbe humano. Veamos el comienzo del citado poema:
Así, pues, que estamos ante una noción del amor que no se
desvanece en la dicotomía ausencia-presencia. Aquí la carne es la
principal protagonista, pero una carne onírica, regada en todos los
elementos descoyuntados en la naturaleza. Esta se torna imagen del
cuerpo. Y no es gratuita la pasantía nerudiana por el Surrealismo, no
en su simple técnica del automatismo psíquico, sino en la enarbolación
de sus símbolos alquímicos. Ya alejado del estadio amoroso órfico y
Referencias
Amado, Alonso. (1968). Poesía y estilo de Pablo Neruda. Buenos Aires:
Editorial Suramericana.
Neruda (1976). Residencia en la tierra. Barcelona: Seix Barrall.
Neruda, Pablo. (1980). Confieso que he vivido. Barcelona-México:
Editorial Seis Barral.
88 / Celso Medina
El habitante místico de Antonio Colinas
90 / Celso Medina
penetrar en el esplendor que hay en él. No es posible amar sin fundirse
sin regateo alguno en lo amado.
¿Qué es poetizar para este habitante? Escuchar los ecos que
se develan del paisaje. Hay un oxímoron, tomado en préstamo del
barroco español, que nos parece clave para interpretar la poesía de
Antonio Colinas. Está en el segundo verso de su poema «En San
Isidoro beso la piedra de los siglos», del mismo poemario que venimos
comentando. «Aquí sólo se escucha el silencio sonoro», afirma. Esa
sonoridad del silencio parece señalar el camino más acuciante del poeta
contemporáneo: ¿cómo arrancar la poesía de la historia?, ¿cómo hacer
que las piedras, los muros de su Castilla poetizada «sonoricen» vida?
La memoria habla en pleno contacto con los objetos que el hombre
ha manoseado, y rescata la idea de que la poesía es una realidad de
espacio, no de tiempo. El tiempo resiste pocas veces la tentación
de la cronología. Con ella se racionaliza, entrando en la lógica de lo
causal. El espacio, por su parte, vive de la simultaneidad; a cada rato
está practicando las correspondencias; las mismas de las que habla
Baudelaire en su famoso soneto.
La obra poética de Antonio Colinas se construye desde el espacio,
cuyo escenario se plena de atmósferas sinestésicas, haciendo de su
poesía una instigadora piedra que tienta al tacto. Todo eso gracias a
que el poeta no es más que un sensibilísimo habitante, un ser que
practica la comunión con las cosas a plenitud.
En el poemario Preludios a una noche total (1967) ese habitante practica
un amor donde el cuerpo es piel sensitiva. El paisaje contemplado es
fuente de perfumes, olores y música. El cuerpo existe como alma,
vaga por la naturaleza en búsqueda de un éxtasis que trasciende toda
meta carnal. Será voz, reluctante rostro vago, imagen construida de
miradas. Colinas hace de pintor impresionista y de cazador de instantes
epifánicos. Y por ello dice:
94 / Celso Medina
grotesca, negadora del sentido auroral de la mística de las cosas.
La modernidad ha enmudecido los objetos. Los ha vuelto brutal
mercancía. Y la ciudad, excrecencia irracional de los mercaderes,
comete el crimen de apagar la armonía que duerme en ese cementerio
de Leipzig donde reposa Bach. Y de nuevo estamos ante una
reinversión de los signos en Colinas: lo negro no es la negación de la
luz. Es, más bien, el refugio de ella; el espacio donde están las páginas
de libro místico. Por ello el poeta, ojo avizor, ve esa luz y dice; «quedar
aquí o allá detrás de 1a frontera /pero donde se siembre la armonía
/quedar aquí o allí /mientras nos consumimos en el centro /de esta
esfera sin límite y en llamas: /la del amor que es tuyo y mío /de todos».
Antonio Colinas es un poeta que celebra la condición del ser
habitante, cuya territorialidad es infinita, siempre factible de buscar,
aunque no se encuentre definitivamente. En él podemos hallarnos con
una dialéctica: la de la raíz y la del pájaro, cuya síntesis se expresa
en 1a necesidad de escribir a partir de apuntes que se copian del
gran libro místico; un único libro, cuyas páginas están hechas de una
onticidad labrada, cincelada a imagen de la armonía entre el cuerpo y
la naturaleza. El poeta vive su poesía porque la poesía lo vive a él.
96 / Celso Medina
desde lo infinito: «Yo en este viejo pueblo paseando /solo, como un
fantasma».
El léxico de lo lúgubre aparece intermitentemente para definir
la muerte como el espacio ansiado. No en vano el Duero va al mar,
evocando de alguna manera la vieja prédica del poeta Manrique.
El poema «Hospicio» evidencia esa visión expiatoria. Lo ruinoso
pareciera expandirse para sacralizar la enfermedad, para purificarla y
convertirla en transición hacia la divinidad. Lo sombrío es el estado
positivo: «Mientras el sol de enero su débil luz envía su triste luz velada
sobre los campos yermos /a un ventanuco asoman, al declinar el día /
algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos».
La huida de Machado consiste en afincarse en territorios anti
urbanos. La gran ciudad no es sitio adecuado para el reencuentro
con lo íntimo. La ciudad eterna ansiada, es aquella donde se espera
«hablar a Dios un día». Por ello su alejarse es placentero: «¡Este
placer de alejarse! /Londres, Madrid, Ponferrada, /tan lindos… para
marcharse».
Antonio Machado opta por la vía intrahistórica en la elaboración
de su imaginario poético. Su poesía puede definirse como el inventario
de la historia inconsciente que fluye detrás de un paisaje austero y de
los hombres que lo habitan. La gran historia es desplazada por la vida
cotidiana de una ciudad, Soria, situada al margen del avatar moderno.
Es ese el espacio donde la huida hacia lo íntimo se posibilita con gran
plenitud.
Referencias
Bravo, Víctor (1992). «Sólo alas entre envergaduras de viento». En
Albatros. Mérida: Colección Actual de la Universidad de los Andes.
Terán, Ana Enriqueta (1991). Casa de hablas. Caracas: Monte Ávila
Editores.
_____ (1992). Albatros. Mérida: Colección Actual de la Universidad
de los Andes.
Introducción
Me propongo estudiar la poesía de Elí Galindo, utilizando como
guía de lectura la tradición poética y el mito. Continuando con una
corriente poética iniciada en Venezuela por José Antonio Ramos
Sucre y continuada por Francisco Pérez Perdomo, Galindo construye
una poesía que crea un clima poético fundamentado en la narración de
grandes arquetipos, cuyo intertexto fundamental es Dante y su Divina
Comedia. Máscaras, polifonía son estrategias esenciales en una poesía
que pese a su poca prolijidad, conforma un valioso hito en la poesía
venezolana. Ese zócalo mítico que sustenta la obra de Eli Galindo
trasunta una filosofía sui generis, que pone en manos de los lectores
una visión de mundo donde temas existencialistas como la muerte y la
soledad tejen un pensamiento bastante original en nuestra poesía. Para
la indagación que nos proponemos aquí utilizaremos como lectura su
libro San Baudelaire, que recoge la cortísima pero densa obra poética
de Eli Galindo, y que fuera publicado por Monte Ávila en el año 2005.
Parafraseando a Bachelard, pienso en el poeta como un músico
que tiene diez (o miles) de oídos y una única mano. Esos oídos oyen
los sonidos del cosmos, beben el mundo en sorbos infinitos, pero la
mano… la mano es lenta, razona y mientras anota, el mundo se le vacía
en las palabras. Y es, precisamente, un sentimiento de impotencia el
que adviene, cuando la cosmología desaparece en el tintero. La obra
poética de Elí Galindo (1947-2005) se tensa en esa lucha entre la mano
y el oído.
Ese drama tensional se escenifica en los diversos poemas que
conforman la cortísima obra poética de Elí Galindo. Sus tres
poemarios Las estrellas fugaces me ponen ebrio (1971), Los viajes del barco
fantasma (1974) y Ruido de las esferas (1986), recogidos en un volumen
ya referido de Monte Ávila Editores, construyen una de topología
1. La arcadia infinita
Pero también Caronte asoma su rostro por estos poemas. Ese pez-
pájaro sufre otra metamorfosis. Ya en el poema «Tiempos blancos» el
héroe poético ha dicho: «y desciendo /a las regiones del gris a lo más
brillante». Esta vez, en «Alas caídas» el viejo barquero que Dante pone
a remar en su río negro, pleno de cadáveres pecadores, confirma la
llegada al infierno:
Lo bello ¿puede ser triste? ¿La belleza está ligada a lo perecedero y, por
ende, al duelo? ¿O acaso el objeto bello es el que regresa incansablemente después
de las destrucciones y las guerras para dar fe de que existe una supervivencia a la
muerte, que la inmortalidad es posible?
Julia Kristeva
Nada más propicio para que se den Los viajes del barco fantasma. Un
itinerario gótico nos espera. El colorido cambia para dar lugar a un
espacio donde el azul se desteñirá hasta tornarse totalmente negro. Lo
bello es triste y la muerte, enemiga de lo eterno, paseará por los paisajes
de la mano de pájaros agoreros y árboles secos. El poeta Orfeo visitará
el infierno en busca de su Eurídice. La ciudad será rocas amontonadas,
refugio de fantasmas:
Espectros
Ya no hay muchos espectros
Elí Galindo
Mi casa me busca
Me husmea
A todas partes me sigue
(…)
De las calles me recoge
Frente a mí
se ilumina un trozo de agua
luego cae donde no alcanza
la voz de mis ojos
Si te vas de mí
Sin motivo alguno
Te seguiré
En el flanco del cerro
Te seguiré
Bajo el retumbar del trueno
Te seguiré
Ayer y hoy
Te seguiré (Pereira: 79)
Casa de Chupaflor
aquí estamos esperando que vengas
Este rancho está viejo No hay pescado
Debemos emprender la jornada antes de cantar los gallos.
Acaso
Más ligero
¿Ya rompieron los gallos?
El colibrí es bonito pero no canta
El araguato grita
Empezaron a cantar las guacharacas (2001: 87).
Referencias
Almoina de Carrera, Pilar (2000). Lineamientos históricos y estéticos
para el análisis interpretativo de la literatura oral tradicional. Caracas:
Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de
Venezuela.
Britto García, Luis (2005). Historia oficial y nueva novela
histórica. ffyl.uncu.edu.ar/IMG/pdf/3-LUIS_1.RTF.pdf.
Consultado el 15-06-2005.
Ministerio de Educación (2005). Educación Superior en
Venezuela: una aproximación. www.iesalc.unesco.org.ve/.../
informes/venezuela/Informe%20final%20educacion%20
indigena%20Venezuela.pdf. Consultada el 23-11.2005.
Lectura directa:
Pereira, Gustavo. (2001). Costado indio. Caracas: Biblioteca
Ayacucho.
Una sencilla nota de prensa, en abril del año 1984, nos trajo una
infausta noticia: la muerte del poeta Víctor Valera Mora. Amante de la
ráfaga, del instante vital, el Chino Valera Mora no podía sino morir, de
la forma como lo hizo. Extraña condición la de los poetas; viven y se
desviven por lograr una empatía entre lo que escriben y lo que viven.
Un infarto le llegó sin aviso, como un corte de luz equivocado, como
un choque en una esquina en donde esperamos el cambio de la luz
roja a la verde.
El paso «ético» de Valera Mora por la vida puede constatarse en su
obra y en su posición de hombre opuesto a las medias tintas. El rescate
del panfleto posibilita la entrada a la poesía de un temática brutal,
descarnada en la que el país como mácula se yergue esplendoroso,
mostrando su mugre sin pudor. Como hombre enfrentado a las
medias tintas el poeta legó una serie de ejemplos que hoy sus amigos
retomamos como blasón que evita nuestros pasos por la mediocridad.
Hombre dado a la vida con la seriedad de un desesperado que no
teme concluir su existencia en cualquier esquina. Del pueblo de
Valera vino para repartirse por medio de la poesía y de su amistad por
insospechados territorios de la intimidad nacional. Sus amigos de la
fructífera bohemia de Sabana Grande, en Caracas, hoy extrañan a ese
hombrecito achinado, de bigotes sepia que había tomado la dirección
del partido de la sonambulez caraqueña, «¡ODIEN! /¡HÁRTENSE
DE POESÍA!». Este, sugestivo epígrafe de Amanecí de bala sintetiza
el propósito fundamental de la poesía de Valera Mora. Su escritura
asumió el panfleto como medio para enfrentar la pacatería de una
lírica venezolana acostumbrada a deambular por etéreos espacios, en
donde lo sucio y pestilente de nuestra contemporaneidad se obviaba,
poniéndola en contacto con una realidad «pavo real», que a la más
leve sacudida produce un cielo tristemente emplumado. Odiar y amar
es la dicotomía de este guerrero poeta, que hizo de la poesía de un
verdadero acto de fe en la vida.
El amor y la violencia comulgan en la obra poética del Chino
Valera Mora. Pero su poesía es eminentemente amorosa. Esa manía
de amor toma el rumbo del desespero, de la vocación deambulante
que moldeó su existencia. Podríamos decir, sin temor a cometer actos
de «hiperbolia cineraria», que nuestro poeta es el Quevedo del país. Su
verbo es ardorosamente quevediano; su amor es quevediano. La sátira,
lo irónico están unidos a una vocación de amador. En «Oficio Puro»,
ese sentimiento amoroso se refleja con descarada ternura:
La ética de Sherezada
El poema y su escritura
II
De Ecuatorial a Altazor
III