La antropología de San Agustín (354–430) es esencialmente religiosa, pues sitúa al hombre como interlocutor de Dios. Cabe preguntarse si su énfasis antropológico es netamente neoplatónico o simplemente cristiano, o ambas cosas. Ante todo, es fundamental su más genial frase: “quiero conocer a Dios y al alma” que catapulta su interés por descubrir una posible interpretación de quien es el hombre. En el fondo, el conocimiento de Dios no es independiente del conocimiento del hombre, sino su continuación y plenitud. No hay ruptura, sino prolongación. Razón y fe, antropología y teología están en la misma línea y no hay saltos ni abismos que no se puedan salvar. No existe bipolaridad del conocimiento y sus objetos. Existe una intencionalidad teológica de todo el discurso antropológico y viceversa. Este es el sacramento antropológico: el hombre es la revelación de Dios en un sentido histórico salvífico y en un sentido personal. El hombre es, como dirán más tarde los renacentistas coqueteando con la ciencia, un mundo en pequeño, un microcosmos.
Conciencia y conversión antropológica
Como es natural, no existe una antropología sistemática en San Agustín; es decir, no existe una teoría ordenada, un tratado, un manual sobre el hombre. Sus ideas parecen dispersas o diseminadas en sus obras, reflexiones o comentarios. Pero existe una percepción o presencia unitaria de lo que el hombre representa en los planes de Dios, en los tramos de la salvación y en el devenir o sentido de la historia. Existe, sin embargo, una subjetividad, una reflexión y desarrollo de la conciencia sobre el hombre. La pregunta por el hombre ya existía en el pensamiento griego, pero la respuesta era muy limitada. Se modo que resulta un giro radical. Con la cuarta pregunta de la filosofía “¿quién soy yo?”, Kant y la filosofía moderna comienzan ya en San Agustín. Las Confesiones son una demostración de ello. Tienen al hombre como tema de contemplación y análisis, pero no de forma teorética, abstracta, sino experimental y existencial. De ahí la pregunta “¿quién soy yo?”. Es la filosofía del sujeto derivada de su conciencia y autopercepción, removida por los llamamientos de la fe que da como resultado el corazón inquieto (inquietum est cor). La formulación teórica de la antropología agustiniana obedece al doble impulso: por una parte, la vigencia cultural de las ideas contemporáneas, pero, por otro lado, la experiencia o lucha vital del mismo San Agustín que convierte las ideas en biografía o conciencia personal. Ante los dualismos maniqueo, moral y metafísico resuelve con buscar una sintonía integral, con su idea de subjetividad humana, aportada por el cristianismo. De manera que el núcleo esencial de la antropología agustiniana: defender e integrar los dos elementos, o sea, el cuerpo y el alma para la formación de la unidad trascendente que llamamos persona. No existía una preocupación o reflexión diferencial entre dichos ámbitos. El problema del hombre es una emergencia histórica e identitaria del cristianismo en su confrontación con la cultura reinante. Tiene sentido hablar de un hallazgo filosófico que no es ninguna arqueología morbosa, sino creatividad y afloramiento de nuevos temas enmarcados siempre en la preocupación de la salvación del hombre aportada por la religión cristiana, que es algo más que filosofía. El hombre como misterio En el imperativo antropológico de San Agustín, Dios y el hombre forman un interrogante único, un conocimiento integrado o visión combinada y alternante (no dos conocimientos diferentes o enfrentados), y que producen un diálogo común, una paridad epistemológica, aunque con asimetrismo ontológico. La preocupación de San Agustín por el hombre se convierte en un problema existencial y eleva el estudio del hombre a la categoría de misterio. A él, le corresponde la ingente tarea de reforzar la antropología metafísica situando al hombre en el verdadero lugar que le corresponde en la cadena de los seres. Esta dimensión de grandeza y abismo le produce a Agustín una sensación de vértigo y de incapacidad. Porque dirigiendo la experiencia y la mirada no al hombre abstracto, sino al yo concreto y existencial se sigue sorprendiendo al exclamar “Estoy hecho una cuestión, un enigma para mismo”. Ahora bien, la huida y la soledad es una tentación de la razón humana. A esa necesidad complementaria de Dios para explicar al hombre se llega mediante la existencia vocacional. El hombre solo, el hombre desasistido y desnudo, en soledad ontológica, necesita de la invocación. Vocación e invocación son los dos extremos de la existencia temporal. La creación como vocación nos puso en el mundo y la invocación como clamor antropológico nos mantiene en él y nos permite conocernos. El “conózcame y conózcate a Ti” es un deseo, pero también una súplica. El hombre solo no es nada ni nadie. Si el hombre quiere ser solo hombre, no es ni hombre. Ahora comprendemos la gran reflexión antigua (San Agustín) y moderna (G. Marcel, P. Ricoeur) sobre el hombre como misterio. Un misterio escondido e inacabado, porque al final de la existencia nos encontramos con un misterio mayor que al principio. Queriendo ser hombres nos asalta la sensación o la sospecha de haber fracasado o perdido el tiempo. Deseando conocer al hombre que somos sin haberlo conseguido. El hombre se hace en tanto en cuanto se conoce. Ser, conocer, creer. Esa es la verdadera dialéctica agustiniana. Creer para entender no solo a Dios, sino a sí mismo y entender para seguir creyendo en el hombre y en Dios. Creer en el hombre, ese es el aporte antropológico del cristianismo. Hay dos procesos paralelos o convergentes: trascendencia del hombre hacia Dios y descendencia de Dios hacia el hombre. En medio de todo no se ha valorado la gran tarea realizada por los cristianos para unir ambas preocupaciones. Procesos de falsa sacralización por parte helenística (elevar a los emperadores al rango divino) y procesos de auténtica secularización, concediendo dignidad y sentido religioso al hombre y a su existencia. Las Edades del Hombre La antropología de San Agustín es la historificación de la Biblia y su apropiación o traslado al lenguaje filosófico del tiempo. Llevados de un excesivo celo por la sistematización como método, tampoco podemos perder de vista otras dos perspectivas en la antropología de San Agustín. A una de ellas ya hemos hecho referencia: el discurso agustiniano sobre el hombre es una biografía dramática y espiritual de la propia existencia, es decir, infancia, adolescencia, juventud y madurez que se corresponden con otras tantas etapas de la vida del creyente marcadas por los hitos de los sacramentos donde somos “quasi pueri infantes” en el bautismo, “milites Christi” en la confirmación, comensales en la cena del Señor comiendo del pan de la palabra y de la eucaristía hasta la acción del “medicus mundi” que es Cristo proporcionando fuerza, salud y salvación a los creyentes. Pero existe otra biografía de la salvación en un sentido histórico que es lo que llamamos aquí las edades del hombre. Según la perspectiva de la redención, el hombre existe en las siguientes etapas sucesivas y salvadoras: el primer tramo de esta antropología histórica va desde la creación de Adán hasta la caída del pecado. El segundo desde esa situación hasta la venida de Cristo, al final de los tiempos, con el gran acontecimiento intermedio de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús que dota de sentido a la historia y a la humanidad. La tercera fase comienza cuando termine este mundo y se inaugure una historia nueva, un cielo nuevo y una tierra nueva donde ya no habrá ni muerte, ni sufrimientos, ni llantos ni lágrimas. Antropología filosófica Se abordan las cuestiones relacionadas con la capacidad que el hombre tiene para conocer las realidades trascendentes, como son las ideas o verdades eternas mediante el proceso llamado iluminación, pero también interiorización. En el tema del conocer, sin salir del hombre podemos llegar a Dios mediante la trascendencia de la estructura humana. Para ello, descubrimos en el hombre una memoria ontológica previa donde se contiene la “memoria sui” y la “memoria Dei”. El hombre como memoria trinitaria. La razón humana tiene una capacidad innata para el diálogo con Dios. La antropología cristiana no es, en este momento, un puro voluntarismo, sino una disposición metafísica “a priori” para alcanzar el conocimiento de Dios. El hombre es esencialmente razón, inteligencia, animal racional dirán otros en una fórmula más comprensiva, integradora y reconciliadora entre estructura biológica y superestructura racional. Las dos dimensiones permanentes del hombre en la historia. Todo esto no podremos conseguirlo sin la adecuada combinación entre inmanencia y trascendencia. Por ello, podemos describir esta situación antropológica como un itinerario de la mente, del hombre interior hacia Dios. La razón humana o la fenomenología del conocimiento se convierte en camino, distensión y espacio intelectual: buscar para encontrar y encontrar para seguir buscando. Es la dialéctica de la inquietud religiosa. Es la experiencia profunda e inacabada de la presencia de Dios en el hombre. Antropología Metafísica Así se designa toda la investigación relacionada con la formación o composición del hombre como cuerpo y alma, materia y espíritu. La tensión dinámica de ambas realidades ofrece un gran campo experimental para la antropología. Por lo demás, existen otras condiciones metafísicas que rodean al ser humano como son la creación, la temporalidad, la historicidad, la finitud, la inmortalidad. Estas consideraciones merecen también una atención desde la antropología, porque el hombre no tiene tiempo o historia, sino que es tiempo e historia. Antropología Personalista El alma integra al cuerpo en una unidad y le mantiene en ella” proclama San Agustín en De quantitate animae. Se denomina así al espacio más íntimo y al proceso más profundo de la elaboración o construcción antropológica exclusiva del cristianismo: el hombre es una persona. Fenomenología de la unión del cuerpo y alma. Esto es una innovación en la antropología cristiana, defender la interioridad espiritual, la dignidad personal e individual, el respeto del sujeto y de la conciencia, el amor, la libertad como esenciales en la formación de la vida humana Antropología Teológica Desde el punto de vista epistemológico, pero también desde el teológico, el conocimiento de Dios forma parte del ser humano. El Dios absoluto es condición indispensable para entender al hombre absolutamente condicionado. Muchas ideas procedentes del evangelio, de la fe, de la teología son indispensables para explicar lo más inexplicable del hombre. El problema del pecado, el drama del mal, la gracia liberadora, el sentido de la muerte, el hombre nuevo y el nuevo mundo, la esperanza humana y cristiana. Antropología Política La vida del hombre en el mundo y su intervención para construir la ciudad terrena, la convivencia, el orden, la paz y la armonía social. El sentido de la autoridad y de la obediencia ciudadana. Los deberes de los gobernantes para con los súbditos y de estos para con los gobernantes. CONCLUSIÓN Se descubre la genialidad de Agustín de vincular conceptos del contexto histórico con planteamientos recogidos de la fe cristiana. Su itinerario es ir de lo inmanente a lo trascendente y viceversa. Se tiene una deuda a él y su descubrimiento de la individualidad que posee libertad y esta que tiene un plus por la gracia. Agustín reivindica la razón como única facultad capaz de alcanzar la verdad y superar el escepticismo, verdadero obstáculo para abrazar la fe y lograr la felicidad. El acceso a la verdad requiere que el hombre se desvincule del conocimiento sensible, mera contingencia y apariencia de ser, y se vuelque hacia el interior de sí mismo. En su búsqueda de la certeza, el hombre ha de encontrar dentro de sí, en su alma, aquello que de permanente y necesario hay en las cosas: su inteligibilidad misma. La verdad necesita interioridad y el yo se convierte en el lugar propio de la certeza, anulando así todo posible escepticismo. Las ideas platónicas o rationes rerum, están ahora radicadas en la mente de Dios como principios de creación y arquetipos o modelos de los seres creados, siendo superiores a “lo superior en el hombre o en el alma”. Sin embargo, a diferencia del platonismo, Agustín niega que el acceso a la verdad se produzca a través del recuerdo o reminiscencia del alma: el alma descubre que las ideas están en ella como una luz que no emana de sí misma, sino de Dios. El acceso a la verdad se produce por iluminación, esto es: mediante una intuición intelectual que el alma descubre en su interior y que la lleva a trascenderse. El pensamiento de Agustín opera un constante movimiento de lo exterior a lo interior y de éste a lo superior (Dios).