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Orígenes del sistema de encomienda

A modo de introducción, debemos señalar los orígenes de la Encomienda en


España, por lo que damos un muy breve repaso a los orígenes de la misma en la
Península.
La encomienda es una institución que tiene su origen en el reino visigodo, que
comenzó a utilizarla como medio de organización territorial por el cual, haciendo uso de
los bienes comunes, generaba unas rentas que eran gestionadas por el comendador.
En el curso del avance de la Reconquista, los reinos cristianos aprovecharon esta
estructura al tiempo que fueron creando una legislación por la que se fomentaba la
repoblación de las nuevas zonas reconquistadas.
En un principio se llevaba a efecto de forma privada o con la implantación de
monasterios, siempre bajo el amparo real, siendo esta práctica generalizada durante los
siglos IX y X, conociendo especial incidencia en el valle del Duero.
En estos primeros tiempos existía lo conocido como behetría.

behetría no es más que la contracción de la palabra latina benefactoria. Y es


aquí, en la behetría del reino asturleonés donde el patronus toma en forma
creciente los rasgos del señor. Estas antiguas benefactoriae cambian
progresivamente de carácter y en el siglo XIII hallamos que son cada vez
menos individuales y más colectivas, cada vez más hereditarias y cada vez
menos limitadas a la vida del primer contratante. Los homines de benefactoria
aparecen cada vez más ligados a un señor y colocados en una postura difícil
para elegirlo según sus deseos. Además, están obligados a ofrecer a su señor
alimentos ("conduchos"), a pagarle “infurciones", tributo en dinero o en
especie que se paga al señor por el uso del terreno destinado a una casa, y
"martiniegas" -tributo que se debe pagar para el día de San Martín-, así como
otras contribuciones de orden señorial o, incluso, público. (Romano 1988:24)

A partir del siglo XI (en 1085 fue reconquistada Toledo), se generaliza la


creación de Concejos o municipios, lo que da señal del aumento de la población y de su
concentración en núcleos que requerían una organización social de la cual dependía un
territorio que se llamaba alfoz.
El empuje dado a la Reconquista en los siglos XI y XII, donde la Reconquista
había llegado a las desembocaduras del Ebro y del Tajo (Lisboa fue reconquistada en
1147 y Tortosa en 1148), dio lugar a un nuevo estatus de poblamiento, producido
especialmente por la falta de capacidad de las Coronas Hispánicas para mantener a su
costa los ejércitos necesarios para asegurar las fronteras.
Las Coronas hispánicas, con el objetivo de favorecer la repoblación de los
territorios que reintegraban a sus dominios, los cedía a quienes habían participado
activamente en la Reconquista y mostraban capacidad suficiente para mantenerlos bajo
control y gobernarlos, percibiendo como compensación el rendimiento económico de la
tierra que quedaba bajo de su protección, y por la cual debían atender las necesidades de
la Corona, tanto en el capítulo económico como en el militar.

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La encomienda fue al principio una herramienta militar, con un objetivo
estratega, empleada para controlar las zonas más comprometidas, como
sucede con la demarcación de Cieza por tener una comunicación directa con el
reino Nazarí, aunque lejana si la comparamos con la encomienda de Caravaca,
Moratalla; e inseguras, como acaece con el Valle de Ricote por su alta
presencia poblacional morisca. Aquí el comendador adquiere un carácter
bélico, estratégico, de inspección, ya que era una etapa donde residía la
exposición continua de conflictos. El principal designio residía en lo
estratégico y militar. Se priorizaba la defensa, la conservación del territorio. El
comendador habitaba en los aposentos de un castillo o en una fortaleza, donde
concentraba y dosificaba por su circunscripción todo su poder gubernativo y
administrativo del territorio. En este periodo abundó las repoblaciones con los
cristianos viejos. (Trigueros 2017: 109)

Esa función fue cubierta principalmente por el concurso de las órdenes militares
que, como contrapartida a sus servicios serían las encargadas del control del territorio
que les era asignado.
Señores particulares, y muy especialmente las Órdenes Militares, aportaban a las
monarquías hispánicas efectivos de combatientes, muy especialmente de hombres a
caballo, siendo su número variable en orden al potencial económico de cada uno de los
señoríos, que estaban obligados a mantener un ejército debidamente preparado y
dispuesto a entrar en acción en el momento que fuese requerido, y no sólo para combatir
al enemigo común, sino para apoyar las luchas intestinas de los propios reinos
hispánicos.
Surgieron así, junto a los señoríos de realengo, dependientes directamente de la
Corona y administrados por funcionarios reales, los señoríos nobiliarios, que
englobarían lo que conocemos como maestrazgos y abadengos, dependientes de un
maestre o de un abad, en los que existirían encomiendas, que facilitarían al titular las
rentas, los impuestos, que en los lugares de realengo eran cobrados directamente por la
Corona, y en cuya determinación también aplicaba la justicia.
Y la justificación del cobro de esos impuestos se basaba en que las encomiendas
eran las propietarias de todos los bienes que en ellas existían, así como de las rentas que
de ellas se derivaban. Como consecuencia surgió una relación de dependencia de los
vecinos con relación al comendador, al que debían prestar determinados servicios y
pagar impuestos, mientras éste tenía la obligación de defenderlos.
En los señoríos podían existir propietarios de tierras que como consecuencia no
eran vasallos. Éstos estaban obligados a atender el pago del tributo que era estipulado.
Los derechos de los lugares de realengo eran por lo general más equitativos que
los de los maestrazgos, por lo que la tendencia de la población era adscribirse a ellos,
pero la realidad es que el porcentaje de territorio ocupado por las órdenes militares era
de tal envergadura que hacía imposible cumplir el objetivo.

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¿En qué se parecen el "señorío" y la "behetría"? El punto fundamental de
semejanza me parece que es el siguiente: el hecho de que en el bajo
Medioevo, el titular de la behetría sustituye -autorizado por la Corona- al fisco
en la percepción de derechos, Este es un aspecto fundamental para llevar a la
behetría y al señorío a un punto común. Pero también lo es por otra razón: ¿la
encomienda indiana, desde 1550-1570, no se organizará justamente a partir de
la idea de que la Corona cede al encomendero el derecho a percibir tributos
sobre los indios, jurídicamente súbditos del Soberano? (Romano 1988: 25)

Consiguientemente, al compás del avance de la Reconquista, y al amparo de las


Órdenes Militares, la encomienda arraigó en los distintos Reinos Hispánicos desde el
siglo XII, y alcanzó su punto culminante durante el siglo XIV.
Las Órdenes Militares, así, cubrieron un espacio que el poder real se manifestaba
incapaz de cubrir, siendo que jugaban un papel muy importante en el ámbito militar y
en el ámbito económico, y su creación se concentra en un periodo muy concreto; así,
tras el abandono de Calatrava por parte de los caballeros templarios, a quienes Alfonso I
cedió Mallén en 1127, y poco más tarde, en 1135, el rey navarro García V Ramírez
entregó Novillas, Sancho III otorgó la plaza a Fray Raimundo de Fitero, que para
defenderla funda en 1158 la orden que lleva el nombre de la plaza; en 1166 se funda La
Orden de Évora, que en 1211, tras la conquista de Avis, pasará a llamarse Orden de
Avis; en 1170, tras la reconquista de Cáceres, Fernando II de León crea la Orden de
Santiago; en 1174 se creó la Orden de Montegaudio, que pasó a denominarse de
Alfambra; en 1176 se creó la Orden de Alcántara; y en 1201, por Pedro III de Aragón,
fue fundada la Orden de San Jorge de Alfama. Finalmente, La Orden de Santa María de
Montesa Fue creada en 1317, en virtud de una bula concedida por el papa Juan XXII.
Las órdenes de Avis, Alcántara y Montesa acabarían disolviéndose e
incorporándose a la de Calatrava.
Los miembros de las órdenes serían conocidos como “freires”, al objeto de
distinguirse de los frailes de las órdenes religiosas no militares.

Unos freyles eran religiosos milites, consagrados al ejercicio de la guerra en


defensa de la Cristiandad. Otros eran Religiosos clérigos, dedicados al culto
divino para pelear con armas espirituales: la oración, el ayuno, la abstinencia y
otras obras de religión. (Postigo)

Ellos serían los responsables de la cuestión que nos ocupa: las encomiendas.

La orden del apóstol era la que mayor número de encomiendas poseía, y las
que mayor renta generaban. Además de esto, el prestigio social que la orden
tenía en la sociedad española era mucho mayor que el de Calatrava o
Alcántara. Por último, comentar que Santiago era también la orden con mayor
número de caballeros de hábito. (Linares 2017: 21)

No todos los miembros de la orden eran freires. Así, para entrar en la Orden de
Santiago, entre 1180 y 1371, casi dos siglos,

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conocemos la modalidad jurídica más utilizada, ya ampliamente conocida
desde la época anterior: mediante estos contratos, una persona o matrimonio
entregaba al maestre, en nombre de la Orden, unas heredades determinadas y,
a cambio, éste les cedía en commenda, encomienda o prestimonio
vitaliciamente esa misma propiedad o, en la mayoría de los casos, otra heredad
de la Orden. (Porras 1997: 135)

Los comendadores serían nombrados por el Maestre de la Orden, quién hacía


esa gracia a algún caballero de la orden, que la disfrutaría “en encomienda” durante un
tiempo determinado durante el que tenía jurisdicción civil y criminal, amén del
derecho a percibir las rentas generadas por las propiedades de la encomienda, y unas
obligaciones que, sobre todo en tiempos de Reconquista, abarcaban el aspecto militar.
Esas prerrogativas irían cambiando con el tiempo; así, los Reyes Católicos
limitaron sus atribuciones, en el sentido de prohibirles el conocimiento de las causas
criminales.
Elegía quién debía realizar las distintas funciones propias de la administración y
era el responsable de cubrir a su costa los cupos de caballeros y de peones que le eran
requeridos por la Orden para las campañas militares.

Por su parte, las personas que estaban sometidas-protegidas a la encomienda,


estaban obligados a jurar fidelidad al Comendador.

el 28 de diciembre de 1347, el concejo de Caravaca, reunido en la iglesia del


Salvador, con la presencia de «gran partida de los otros vezinos que aquí non
son escriptos» juró fidelidad a don Fadrique, maestre de Santiago, en manos
de su comendador Ruy Chacón y actuando como testigos Alvar Páez,
comendador de Aledo, y Tello Fernández, comendador de Canara,
prometiendo ser fieles vasallos y respetar la donación efectuada por el rey don
Alfonso, de Caravaca y Cehegín (Marín 2013: 88)

Tanto en Castilla como en Aragón, y mediante este sistema, se administraron


los territorios y los inmuebles propiedad de las Órdenes, pero con el avance de la
Reconquista, necesariamente se produjeron sensibles variaciones.

A finales del período medieval el estado de las encomiendas había variado


sensiblemente. Ninguna de ellas tenía ya por entonces obligaciones defensivas
y en sustitución del antiguo servicio militar, el comendador debía pagar un
tributo denominado «las lanzas». En épocas de extrema necesidad financiera
de la monarquía — siglo XVII—, se crearía un nuevo impuesto sobre las
encomiendas llamado «las medias lanzas». Por otro lado, sólo quedaban unas
pocas encomiendas que incluían jurisdicción, y de hecho la gran mayoría
habían quedado reducidas simplemente a la percepción de unas rentas.
(Postigo)

Pero en los tiempos que se materializó la creación de encomiendas, el carácter


de defensa era eminente. Los pobladores dependían de la protección militar que les
brindaba el comendador, que debía mantener operativas las defensas, que podían
responder a las necesidades de una o varias poblaciones incluidas en la encomienda.
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El comendador, además de los baluartes, debía proveer a la población de
almacenes, horno y molinos, así como la provisión de agua, tanto de boca como de
riego, y la población, no necesariamente se encontraba agrupada en un solo núcleo, sino
en varios núcleos dispersos y cercanos a los lugares de cultivo o de explotación
ganadera.
Con el tiempo, el Concejo llegó a ser autónomo para la elección de jueces y
alcaldes, que habían de pertenecer a la caballería villana y ejercían su mandato durante
un año.
Y las personas sometidas a encomienda estaban obligadas por su parte a prestar
la ayuda militar que les fuese demandada.

También los vecinos-vasallos de la Orden tenían obligaciones militares, de los


que se extraía la casi totalidad de los peones; el sistema de recluta lo
estableció perfectamente el Infante don Enrique en 1440: aquellos que
poseyeran de hacienda 20.000 mrs. o más estaban obligados a mantener
caballo de precio superior a 1.500 mrs. y las siguientes armas, gineta, hojas,
adarga, barreta, lanza y espada, pudiendo llevar todo lo demás que quisieran;
los que poseyesen entre 10.000 y 20.000 mrs. deberían tener ballestas de pelea
y cintos; entre 5.000 y 10.000 mrs. sólo mantendrían una ballesta de pie; entre
3.000 y 5.000 mrs. serían lanceros con escudo y los de menor cuantía llevarían
a la guerra lanzas y dardos.(Porras 1997: 31)

Las labores de cultivar la tierra, la molienda y las otras labores llevadas a cabo
en la Encomienda serían realizadas en régimen de arrendamiento.
Finalmente, en 1732 la Real Academia Española declaró el término encomienda
como sigue:

Encomienda. Es una dignidad dotada de renta competente; quales son las de


las órdenes militares de Santiago, Calatrava , Alcántara, S. Juan y otras.
Aáticujus ordinis insigne, com menda cum censu. -
Encomienda. El lugar, territorio y rentas de la misma dignidad , ó
encomienda; y así se dice: vacó la Encomienda de Segura , de Cuenca , &c.
Commenda.
Encomienda. Merced y renta vitalicia que se da sobre algun lugar,
heredamiento, ó territorio. Commenda.
Encomienda. Amparo, custodia y patrocinio. Cura, custodia,
tutela.(diccionario de la lengua, 1780)

Así podemos concluir que la Encomienda era un organismo con jurisdicción


propia sobre un determinado territorio con unos bienes propiedad de una Orden, que
designaba un comendador profeso de la propia orden con el fin de explotar
económicamente esos bienes, y todo en un territorio en conflicto.
Con el avance de la Reconquista, el objetivo de defensa quedó relegado
claramente al de mero interés económico y político, siendo que el comendador, que ya
no residía en la encomienda, designaba un administrador para ejercer el control real de

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la misma, en la que debía residir y tratar con el arrendatario, amén de velar por el buen
estado de las instalaciones.

era común que el comendador vendiera cebada y trigo, como también que la
repartiera entre la población en la estación sementera para más tarde recibir
una cierta cantidad de total de la producción. (Trigueros 2017: 146)

Eso sucedería progresivamente hasta el siglo XV, cuando definitivamente se


consolidó este aspecto al haber desaparecido de la Península la presencia musulmana, lo
que ocasionó que la Corona llevase una actuación tendente a controlar el poder de las
órdenes militares y a procurar la desamortización de sus bienes, algo que fue acometido
en parte durante los reinados de Carlos I y de Felipe II.
Pero ya los Reyes Católicos habían iniciado las acciones tendentes a controlar el
poder de las Órdenes Militares, como también lo hicieron con el poder de los nobles.
Así, en 1476 Fernando el Católico se convertía en administrador de la Orden de
Santiago, y nueve años más tarde, en 1485 acumulaba también la administración de la
de Alcántara y la de Calatrava, siendo incorporadas a la Corona de forma definitiva en
1523, cuando el Papa Adriano VI, por bula Dum Intra Nostrae Mentis Arcana, concedía
a Carlos I sus maestrazgos, con lo que la figura de los comendadores quedó como título
honorífico y rentista.
Por su parte, la Orden de Montesa correría la misma suerte en 1558.

En definitiva, durante los siglos XVI, XVII y XVIII la encomienda se


convirtió en un herramienta meramente económica, tanto para aquellos
interesados en los bienes, para aquellos que residían en la cátedra
comendadora, como para aquellos ámbitos de la realeza y eclesiástica.
(Trigueros 2017: 121)

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