You are on page 1of 1

Para nadie que le conociera era una sorpresa que ese día, en el turno de la puesta del día,

el guarda parques X. optara por irse volando. Aunque cualquiera en la lejanía podía considerar
que no era modo ni forma para la ocasión, en la hora de la verdad esas no son más que
minucias. Pero para nadie es un secreto que para volar se requiere de fuerza y estilo, elegancia y
honestidad, cosas que la naturaleza le había robado a los humanos cuando opto por dejarles algo
tan banal como esa inteligencia con la que sometían a la eterna tierra al resto de los animales.
Por eso es que volar era tan importante, cuando estirase sus brazos y aprovechase el cálido frío
del aire para levantar el vuelo estaría dejando atrás el contenido que hace que los huesos
humanos no puedan levantar el anhelado sueño por el que terminaron conformándose con
aviones. En el fondo los humanos envidiaban a las aves, porque en el vuelo de ellas se mostraba
la dignidad y la gracia que los humanos nunca habían tenido en su existencia.

El primer acto para volar es correr, pero correr no es agotar la resistencia en una carrera
en plano. Qué necio sería X. si pensase algo así, el secreto está en correr hacia arriba en lugar de
hacia a un lado. Él lo aprendió de pequeño y desde su tierna infancia lo había estado
practicando. El segundo paso para volar, una vez que descifras la belleza de permitir que la
naturaleza te permita levantarte, es no deshonrar a los compañeros de viaje y tratarlos como
iguales. Esto último era lo que más había imposibilitado el verdadero vuelo a los humanos, eran
demasiado arrogantes como para aceptar como iguales al viento y a las aves que honraban al
cielo con cantos y colores. No, los humanos aunque querían volar ya ni miraban al cielo, o la
triste Luna que es lo que más permanece de él. Pero X. no tenía tiempo para hesitar, ya casi era
la hora en la que las aves comienzan a hacer esa danza con la que honran a la gracia los cielos, y
X. lo sabía porque siempre había soñado con estar ahí, con ellas, en ese momento. La carrera
empezó con fuerza cuando vio a la primera ave levantar el vuelo; a cada zancada, en una
dirección que podemos llamar inclinada hacia arriba, sus ojos lloraban. Estaba emocionado, era
la única oportunidad en la que había entendido bien qué significaba estar volando. Los colores
en ese momento del día están empezando a irse, y a la llegada de la Luna tal parece que las aves
honran con su vuelo.

Sus brazos se movían como meciéndose en el aire, lo acariciaban, su cara sonreía y su


mirada se perdía en el infinito, cuando gritaba, porque era lo único que salía de su boca por la
emoción, entendía mejor la vida y el mundo. Cuando estaba con la bandada se integró con la
facilidad inmensa de un ave danzarina. Las aves que la recibieron como su igual comenzaron a
danzar y ella, que siempre las había visto, danzaba con ellas. Hacia arriba y hacia abajo, de un
lado y hacia el otro. Volaban y cada aleteo era una caricia a la vida, a la alegría y al corazón. Su
alma había encontrado por fin su lugar, y a la llegada del ocaso honró a su forma y su cuerpo y
se fue volando como siempre había soñado, porque donde antes había un humano ahora se
encontraba un digno pájaro que entendía que existía para honrar al cielo con sus caricia, sus
colores y sus cantos.

You might also like