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Sidra Pino,

de identidad glocal a bien común del barrio de Santiago


Sidra Pino,
de identidad glocal a bien común del barrio de Santiago

Resumen
El presente ensayo aborda, de manera descriptiva, la historia de una fábrica que se
convirtió en un mito de la urbe de Mérida, Yucatán, y trascendió fronteras: la
Embotelladora de Refrescos Sidra Pino. Se trata de una propuesta articulada en tres
tiempos verbales -pasado, presente y futuro-, pues retoma las fuentes para conocer y
describir su historia; explora el presente junto a las comunidades que han la han
sostenido y mira hacia el futuro para ser reconocida, entre todos, como un bien común
del barrio de Santiago, espacio social en el que se encuentra inmersa.

Palabras clave
Patrimonio Cultural, Patrimonio Industrial, Identidad, Glocal, Bien Común, Yucatán

Abstract
This essay addresses, in a descriptive way, the history of a factory that became a myth
in the city of Mérida, Yucatan, and transcended borders: the Refreshment Bottler Sidra
Pino. It is a proposal articulated in three verbal tenses -past, present and future-, as it
resumes the sources to know about and describe its history; explores the present with
the communities that have sustained it and looks to the future to be recognized, among
all, as a commons of the neighborhood of Santiago, the social space in which it is
immersed.

Key words
Cultural Heritage, Industrial Heritage, Identity, Glocal, Commons, Yucatan

2
Escribo este texto como “un cuerpo involucrado con la vida como problema común”
(Garcés, 2013, p.2), con lo cotidiano, la vivencia y la experiencia compartidas como
base de la socialidad (Maffelosi, 2004, p.57); una cotidianeidad que no opone la vida
privada a la vida pública y que, citando a Karel Kosík, “no es tampoco la llamada vida
profana en oposición a un mundo oficial más noble; en la cotidianeidad viven tanto el
escribano como el emperador” (Kosík, 1967, p.43) o, como diría Antonio Lafuente
(2012),1 los legos y los sabios.
Recuerdo la emoción que sentía un buen amigo de Mérida al pedir el Soldado de
Chocolate para acompañar sus panuchos y sus tacos, hace no tantos años. El diseño
de la botella y la imagen del soldado eran fascinantes; aún conservo algunas tapas
metálicas rojas con el logotipo blanco. Se hablaba y se habla, con orgullo, de la Sidra
Negra y el Soldado de Chocolate. Viví un tiempo en el barrio de Santiago, cerca del
parque y solía pasar a menudo por la calle 63, rodeando la fábrica. Soñaba con que se
rehabilitase e imaginaba un centro cultural que generase una nueva vida en el barrio.
Aún sigo imaginándolo.
La escritura de este ensayo es un intento de recuperar un episodio particular de la
historia contemporánea de Yucatán a partir de sus fuentes, de la memoria común del
barrio de Santiago y de una comunidad de afectados, los antiguos trabajadores de la
fábrica Sidra Pino que la mantuvieron viva hasta hace muy poco. Podemos pensar este
texto desde fuera, desde la historia o desde dentro, desde la memoria común. Pero
también podemos mirarlo entre todos y superar la atomización individual; relacionarnos
con él en una dialéctica subjetiva y objetiva, recuperando la mirada que aprendió a
experimentar las cosas y a retenerlas, a comprender todas las perspectivas en relación
al cómo se producen. Una mirada panorámica que contiene materia, forma y emoción,
cargada de múltiples perspectivas pero perspectivas de algo, perspectivas de lo
concreto (Lull, 2007) .

1
Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid, en el área de
estudios de la Ciencia. Dirige, desde el año 2007, el Laboratorio del Procomún en el Medialab Prado de
Madrid.
3
De embotelladora de refrescos a patrimonio industrial

La conocida Embotelladora de Refrescos Pino S.A. de C.V. fue fundada en el año


1888 por José María Pino Rusconi como productora de bebidas, entre ellas el famoso
Soldado de Chocolate o la Sidra Negra, de sabor a plátano y vainilla, conocida como
“el champán de Yucatán” (n/a, Diario de Yucatán, 31 de julio de 2013) y cuyo olor
pervive en el imaginario yucateco y en el barrio de Santiago de la ciudad de Mérida.
Sabores y olores “instalados en la tradición gastronómica y cultural de la península
yucateca” (Murmurante Teatro, 2014, p.1) y en la memoria que se transmite de
generación en generación como un bien común que sostener.

Figura 1. Pino, tradición desde 1880. Fotografía de la autora.

Su fundador, Pino Rusconi, era un español originario de las Islas Canarias. Un


capitán de barco que comerciaba entre su lugar de origen y la Isla Ciudad del Carmen
y, ya en altamar, ofrecía a sus comensales y visitantes bebidas artesanales que el
mismo denominó sidras y que, más tarde, se convertirían en un mito de la
embotelladora de refrescos. En una entrevista realizada por el periodista Durán Yabur
para el Diario de Yucatán a su bisnieto, Luis Pino Cardeña, en el mes de mayo de

4
2014, éste relata que su bisabuelo, Pino Rusconi, realizaba la producción artesanal de
la sidra -nombre que él mismo le acuñó- en Ciudad del Carmen, donde se casó.
Cuando nace su hijo la familia se asienta en la ciudad de Mérida y es éste el que, años
más tarde, inicia la industria. Hacia 1950 llega de Estados Unidos el Soldado de
Chocolate que junto a la Sidra Negra, le dio la fama.
Se establece así en el barrio de Santiago, en febrero de 1888, “La Yucateca”, que
comienza a producir la bebida -que bautizan como Sidra Pino- en tres presentaciones:
negra, cebada y agua mineral. Posteriormente se añaden nuevos sabores -mandarina,
naranja, melón, fresa- y nuevos productos: Orange Crush, Canada Dry, etc. A pesar de
que logran aceptación, especialmente la mandarina, que fue un hit, “no consiguen
destronar a la negra como el sabor insignia de la marca, dice Pino Cardeña” (Durán Yabur,
2014).

Figura 2. Rótulo emblema de la Sidra Negra. Fotografía de la autora.

5
Una empresa que nace a finales del siglo XIX, con el Porfiriato, en una época en la
que la expansión del ferrocarril fungió como uno de los avances más importantes para
la economía mexicana del momento junto a la también expansión, en Yucatán, de la
hacienda henequenera que, en palabras de Quezada (2010), implicaba que “los
hacendados yucatecos ya habían recorrido parte del camino de su futuro económico y
estaban a escasos años de convertir Yucatán en uno de los estados más ricos de la
República Mexicana” (p.164). Sin embargo, este futuro se vislumbraba prometedor
exclusivamente para una élite familiar. Relata Quezada (2010) como el Ministro de
Fomento de Porfirio Díaz, Olegario Molina Solís, “construyó su poder sobre el control
de la infraestructura del sector exportador” (p.170), política que favoreció a las élites y,
entre ellas, a empresarios que pasaron a formar parte de una oligarquía yucateca. Así,
las políticas de Molina no se centraron únicamente en la exportación de henequén y
familias como la Ponce, entonces “propietaria de la Cervecería Yucateca” (p.171), se
enriquecieron y comprarían, años más tarde -hacia los años 40 del siglo XX- la
embotelladora a sus fundadores.
Dos años antes de la fundación de la Embotelladora de Refrescos Pino, en 1886,
Pembenton inventaba la Coca-Cola en Atlanta. Garner (2003) relata que “para 1910,
fábricas mexicanas producían hierro y acero, productos químicos, jabón, vidrio,
cementos, textiles, cerveza, cigarros, papel, yute y productos enlatados” (Garner, 2003,
p.184). Cuarenta años después, en 1935, la refresquera yucateca comercializa por
primera vez la bebida norteamericana que se convirtió en símbolo del capitalismo,
insertándose en el mercado global. Por ese entonces cambia de dueños y hacia los
años 60, el libanés Jalil Gáber compra la empresa y modifica el famoso logotipo del
pino, sustituyéndolo por un cedro en homenaje a la bandera libanesa. En efecto, cabe
mencionar a Quezada (2010), quien describe cómo era Mérida hacia principios del
siglo XX, en la que “comenzaron a llegar los primeros libaneses. Una primera oleada
arribó en el transcurso del último cuarto del siglo XIX […] era frecuente que llegaran
solos, pero una vez que lograban reunir suficiente dinero traían al resto de la familia”
(p.177). Finalmente, el hijo de Gáber traspasaría la empresa a Víctor Erosa Lizarraga,
último propietario.

6
Hacia los años 30 comienzan a asomarse “las tensiones entre lo local y lo global”
(Murmurante Teatro, 2014, p.1) en torno a un bien privado que ya se había insertado
en el imaginario yucateco, conformando una identidad glocal2 en el contexto urbano del
barrio de Santiago de la ciudad de Mérida, Yucatán.
En los años 90, la compañía Pepsi se integra de nuevo al mercado y Coca-Cola
diseña una nueva bebida, la hoy conocida Bevi, competencia directa del clásico
Soldado de Chocolate que no le hace honor a éste. Las políticas del mercado
neoliberal comienzan a hacer efecto, si cabe, con mayor fuerza y en el año 2011 la
embotelladora se arruina. Con el cierre, emerge el sonado movimiento sindical de los
trabajadores de la fábrica. El 21 de julio del año 2014, el proceso cesa y la fábrica se
abandona. Hoy es un espacio en desuso que se sostuvo gracias a las largas luchas
sindicales de los ex trabajadores de la fábrica que, durante años, estuvieron en pie de
calle protestando por la precariedad laboral a la que habían sido sometidos.

Figura 3. Abandono actual de la fábrica. Fotografía de la autora.

2
El término glocal, de “global” y “local”, fue desarrollado por Rollan Robertson hacia finales de los años
90. En su artículo Glozalización, tiempo-espacio y homogeneidad-heterogeneidad (2003) menciona que
los orígenes de la noción “glocalización” se remontan al Japón de los años 80, concretamente en el
ámbito empresarial. Pero es un término mucho más antiguo que alude a “adaptar las técnicas de la finca
que uno posee a las condiciones locales” (Robertson, 2003, p.5). Otro de los autores que ha desarrollado
ampliamente la noción fue Ulrich Beck, en obras tan renombradas como La Sociedad del Riesgo (1986)
o ¿Qué es la globalización? (1998).

7
La embotelladora Sidra Pino se convirtió entonces en un referente del barrio de
Santiago y del estado de Yucatán, que los vecinos recuerdan con emoción cuando
hablan de aquel olor a vainilla de la sidra negra. Pero ¿qué significa hablar de referente
para el barrio de Santiago? Para responder a esta pregunta, revisamos las múltiples
definiciones sobre patrimonio cultural que, desde la declaratorias públicas, coinciden en
describirlo como “un conjunto de bienes muebles, inmuebles e inmateriales que hemos
heredado del pasado y que hemos decidido que merece la pena proteger” (Querol,
2010, p.11). La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO) cita que “el patrimonio cultural no se limita a monumentos y
colecciones de objetos, sino que comprenden también tradiciones o expresiones vivas
heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes”.

Figura 4. Fachada lateral de la embotelladora en el barrio de Santiago.


Fotografía de la autora.

Supongamos que la fábrica Sidra Pino fuera un bien cultural inmueble protegido
desde el ámbito público. Sería entonces necesario comprender la especificidad del
patrimonio industrial en el contexto de las declaratorias globales y mencionar el
surgimiento de la arqueología industrial como disciplina, término acuñado por Michael
Rix en 1955 en su artículo Historiador Amateur, para referirse a una incipiente rama de
8
la arqueología interesada en el estudio e investigación de los bienes culturales
industriales, citado por García y Rivas en 2007 (p.64).
En el año 1978 se crea en Suecia el Comité Internacional para la Conservación del
Patrimonio Industrial (TICCIH) con el objetivo de actuar como promotor para la
cooperación internacional en la conservación, investigación, documentación y difusión
de la arqueología y el patrimonio industrial. Un concepto que, en palabras de
Casanelles i Rahóla (2007), es “controvertido, porque no corresponde exactamente a
los paradigmas que la sociedad tenía sobre el concepto de patrimonio, lo que ha
significado que su aceptación no haya sido fácil” (p.59). La representación del TICCIH
en México es una Asociación Civil sin ánimo de lucro constituida en el año 2006 para la
promoción, conservación y/o difusión del “patrimonio industrial mexicano”, lo que
incluye restos materiales, “muebles e inmuebles […] así como las manifestaciones
inmateriales, humanas, como son las tradiciones, costumbres, relaciones culturales y
laborales que se dieron en torno a ella” (Artículo 5º, p.2).
A este respecto, Niccolai (2005) menciona que:
“La actividad arqueológico-industrial mira hacia el pasado, interesándose especialmente por
lo que queda de los procesos industriales mecanizados y automatizados distintivos de los
últimos dos siglos […] pero, por encima de todo, esta disciplina no pierde de vista el futuro,
pues busca valorizar los vestigios industriales para insertarlos como elementos vitales en las
actuales dinámicas socioeconómicas y en un nuevo diseño del territorio físico y cultural”.
(Niccolai, 2005, p.62).
Para comprender la definición dada por Niccolai y relacionarla al elemento que nos
ocupa, recuperamos las palabras del antropólogo Manuel Delgado (2006), quien afirma
que el patrimonio colectivo no se gestiona, se gesticula, circula. Gesticular es aquí
sinónimo de dar movimiento y pensar el término en relación no sólo a los objetos que
perviven en el imaginario de un contexto determinado. En otras palabras, no estamos
ligados solamente a elementos materiales e inmateriales congelados en el pasado,
sino que podemos tomar decisiones generando ecosistemas sostenibles y
transmisibles a generaciones futuras.

9
De bien privado a bien común

Los bienes comunes fueron patrimonializados y reconocidos como bienes públicos


por las instituciones liberales en los siglos XVIII y XIX y, posteriormente, privatizados
con la patrimonialización neoliberal. En palabras de Torras Conangla (2012), “la
colonización de los «espacios vacíos» fue un objetivo fundamental en la formación de
México como Estado-nación moderno” (p.104) en la segunda mitad del siglo XIX. En
este contexto, significamos como “espacios vacíos” aquellos espacios comunes donde
los recursos son en provecho de todos, en pro del común. Esto quiere decir que no
pertenecen a nadie y, por lo tanto, conforman una herencia social transmisible de
generación en generación.
El Procomún es anterior al Estado y a la Administración Pública. Lo más frecuente, en
términos históricos, es que el público compita con el privado por la apropiación de los bienes
comunes. La lucha por estos bienes nace de que ya sabemos que todo lo que es público
(bosques, ríos, montañas, costas, etc.) puede ser privatizado. Por eso a mí me gusta hablar
de patrimonialización liberal (común > público, en el siglo XVIII y XIX) y patrimonialización
neoliberal (común > privado, siglo XX) (Lafuente, comunicación personal, 30 de septiembre
de 2014).
Cabe preguntarse si “la regulación del dominio y la organización administrativa son
tan diferentes en la actualidad con respecto a los siglos XVIII y XIX, época en la que la
propiedad privada era poco menos intocable” (Sobrino, 2006, p.30) y si la fábrica Sidra
Pino, en manos de intereses privados, puede ser reconocida como bien común y qué
significaría.
Para tal efecto, partimos de la definición de bien como un satisfactor de las
necesidades humanas, sean éstas materiales o inmateriales. “La economía moderna
ha convertido los bienes producto del esfuerzo humano en mercancía […] También los
bienes culturales han sido transformados en género de comercio a partir del momento
en que se les ha adjudicado un valor convertible en moneda” (Ballart, 1997, p.223). Por
su lado, el bien comunal incluye la pertenencia a un territorio y está destinado al

10
aprovechamiento de sus vecinos, mientras que el bien privado pertenece a uno o
varios beneficiarios que tienen exclusividad sobre el bien.3
Partiendo de estas definiciones, se entiende que el bien común sólo puede ser
gestionado entre todos los miembros de una mancomunidad y, por tanto, se convierte
en un bien que es propiedad de todos al mismo tiempo que lo es de ninguno. Ostrom
(1994), definió el procomún como un modo de gobernanza común y eficiente que se
mantiene a lo largo del tiempo y se conforma como un modelo alternativo a la gestión
pública apropiada por el Estado y la propiedad privada sometida al Mercado. El término
gobernanza fue acuñado en los años 90 y, en términos económicos, se utiliza para
nombrar la eficiencia y calidad de un interventor que normalmente se asocia a los
sectores público y privado. En el presente ensayo empleamos el concepto gobernanza
en términos sociales, ligado al procomún y definido como una intervención sostenida
por colectivos de personas afectadas por las reglas que ha impuesto la gestión privada
-Mercado-.

Figura 5. Tríada que define al procomún. Elaboración propia.

Sin embargo, todo este hermoso cuadro se tambalea cuando escuchamos que el clima se
degrada, el genoma se privatiza, la fecundidad se reduce, el agua escasea, las ciudades se
malignizan, los órganos se venden, la intimidad se vulnera y la memoria se sentencia.

3
Definición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE).
11
Desde luego estamos refiriéndonos a bienes comunes, tan necesarios para hacer negocios,
como imprescindibles para construir comunidades. Forman parte estructural de eso que nos
constituye como humanos y son la base sobre la que fundamos la sociedad. (Lafuente et al.,
2010, p.18).

La experiencia situada

La embotelladora Sidra Pino está localizada en el corazón del barrio de Santiago, en


la calle 63 por 70 y 72. Un barrio que se conformó al occidente, durante la Colonia; en
palabras de Rubio Mañé citado por Victoria Ojeda (2014, p.155), una vez asentados los
colonos en la urbe. Hoy, Santiago tiene definidos sus límites administrativos entre las
calles 56 al oriente, 55 al norte, 63 al sur y 86 al poniente; demarcación que los vecinos
del barrio expanden mucho más allá de esos límites como un reclamo de pertenencia
comunitaria.

Figura 6. Límites administrativos del barrio de Santiago.


Fuente de la imagen: Google Maps. Imagen intervenida por la autora.

En el año 1991, la tesis de licenciatura “Propuesta de intervención en el corredor de


la calle 59”, contextualizada en el barrio de Santiago y realizada por varios estudiantes

12
de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), citan
que “actualmente el barrio de Santiago en su delimitación, se conforma por
sentimientos de pertenencia de cada habitante, los cuales desarrollan en él su espacio
territorial, estableciendo el lugar físico” (Cardeña Peña et al., 1991, n/a) con un amplio
contenido emocional. Pero en realidad, se trata de un espacio que rebasa los límites de
lo público y lo privado para producir, en su interior, espacios de lo común donde “se
puede hacer lo que uno quiere” (p.10). Por ejemplo, en la época colonial […] más que
un espacio geográfico o institucional, el barrio era una densa red de comunicaciones,
parentescos, amistades y enemistades. Todos conocían a todos.” (Castro, 2013,
p.106).

Figura 7. Localización de la fábrica Sidra Pino. Fuente de la imagen: Google Maps.

En la actualidad, la Declaratoria de Zonas del Patrimonio Cultural del Municipio de


Mérida4 menciona que “el caso especial es el del Centro Histórico de Mérida, uno de
los mas extensos del país, en el que las medidas de reutilización y planeación
empiezan a ser atractivos para inversionistas y promotoras de vivienda, comercio y
servicios turísticos”. Ello denota contradicciones en los reglamentos, por ejemplo, en

4
De la Dirección de Desarrollo Urbano del Ayuntamiento de Mérida 2004-2007.
13
las acciones mencionadas en el ámbito local en relación a los centros históricos, en las
que parece aprobarse que el patrimonio cultural pueda ser privatizado. Ello aludiendo a
pasadas declaraciones del Banco Mundial que, en el año 1999, indicó que la cultura
era un recurso explotable “dando pie al aprovechamiento comercial de muchos sitios
culturales así como de sus habitantes, quienes por medio de su lengua, usos y
costumbres cotidianos han demostrado ser los cimientos que le dan el verdadero valor
a dichos lugares” (Dosal, 2014, p.137).
Cuando los gobiernos y las empresas intentan resolver problemas, tienden a ver sólo dos
tipos generales de soluciones: la acción gubernamental y la competencia de mercado. Para
mucha gente, es usual ver estas dos esferas de poder como los únicos regímenes efectivos
para la administración de los recursos. Sin embargo, ha quedado claro (en años recientes)
que hay un tercer ámbito de soluciones en gran medida soslayado: los bienes comunes. El
concepto de bienes comunes describe una amplia variedad de fenómenos; se refiere a los
sistemas sociales y jurídicos para la administración de los recursos compartidos de una
manera justa y sustentable. (Bollier, 2008, p.30).
Peraza Guzmán (2008) describe cómo las ciudades mexicanas han sufrido
importantes transformaciones a raíz de la reorientación de las políticas públicas a
vincular el país con otras geografías orientadas al libre mercado y el fenómeno a nivel
global. Actualmente en Mérida, por ejemplo, la clásica bipolaridad que opone cada vez
más el norte y el sur pareciera ir en incremento y el centro comienza a ser conquistado
por nuevas dinámicas que denotan una jerarquía, si cabe, intensificada. López y
Ramírez (2014) mencionan cómo se ha ido unificando la cultura local a la cultura
nacional, siendo hoy la urbe de Mérida un espacio similar al de otras ciudades del país
que no queda exenta de estas influencias: “[…] hoy día el contraste entre el mundo
rural y el urbano refrenda esta tendencia y prácticamente la hace irreversible al
convertir al país en mayoritariamente urbano” (Peraza Guzmán, 2008, p.50). Sin
embargo, al mismo tiempo que esto sucede, parece que la urbe se resiste a ciertos
cambios y se mantiene enraizada a prácticas comunes; porque “un mundo sin otro
horizonte que la propia experiencia privada, es un mundo sin dimensión común”
(Garcés, 2013, p.15).
Desde los primeros años, la Sidra Pino es un fenómeno que se mueve en dos universos
paralelos: por una lado es un objeto de consumo regido por una lógica absolutamente

14
empresarial y por el otro, un producto al que la comunidad otorga un valor social y simbólico,
convirtiéndolo en parte importante de la noción de “lo local” y “lo nuestro”. (Durán Yabur,
2014).
El 16 de julio de 2015 amanece con el siguiente titular en el periódico
progesohoy.com: “Empresarios buscarán rescatar la Sidra Pino”, y una mención al
empresario Víctor Erosa Lizarraga, quien alude que él rentaba el edificio de la fábrica e
informa a los periodistas de que “un grupo de inversionistas locales y nacionales busca
rescatar la empresa que elaboraba el Soldado de Chocolate y la Sidra Pino en
Yucatán” (n/a, 16 de julio de 2015). En la misma fecha, el Diario de Yucatán publica el
titular “Piensan rescatar la Sidra Pino -eso dice el ex dueño de la marca de refrescos
yucateca-” (16 de julio de 2015) y, con ella, otras noticias similares que no arrojan
mayor información al respecto pero generan algunas controversias.
Sin la pretensión de insertarnos en la discusión acerca de las actuales políticas de
gestión de la embotelladora, nos situamos en el debate de cómo un bien privado podría
reconocerse como un bien común urbano en un barrio tan emblemático como el de
Santiago, hoy posicionado como un referente cultural poblado de galerías de arte,
espacios para el intercambio cultural, cantinas reformadas, cafés o locales nocturnos.
Al mismo tiempo, rescatamos casos recientes de cierre de espacios culturales como La
68, Casa de Cultura Elena Poniatowska,5 la desaparición del conocido café La Flor de
Santiago, convertido en el bar nocturno La Pulquerida y en un reclamo exotizado para
habitantes de otras zonas de la ciudad que, en su mayoría, no se relacionan con el
espacio social del barrio de Santiago en su vida cotidiana. Fenómenos que nos ubican
en la reflexión de si las políticas de gestión urbana de la ciudad de Mérida están
afectando al barrio, a sus bienes comunes y, en consecuencia, a la convivencia social
en este espacio comunitario.
Los bienes comunes sólo los conocemos porque están amenazados y con frecuencia, a
punto de desaparecer. Nuestro trabajo como facilitadores no es más que ofrecer
herramientas a quienes no se resignan y quieren luchar por defender lo que es clave para
su supervivencia. No es bien común (sino bien histórico, turístico, arqueológico,

5
Recuperado de http://yucatan.com.mx/editoriales/opinion/el-cierre-de-la68

15
sentimental, etc.) si no es reconocido por una comunidad como clave para su propia
supervivencia. Luchar por los bienes comunes es hacer visibles a estas comunidades.
(Lafuente, comunicación personal, 30 de septiembre de 2014).

La lucha de una comunidad de afectados

Con la memoria como forma de resistencia en contra del olvido y de la indiferencia cotidianos,
un poco de Yucatán que yacía en ruinas, volvió a latir ese mediodía de julio en el barrio de
Santiago.
Sidra Pino. Vestigios de una serie. Diario de Yucatán, 31 de julio de 2013.

Este apartado está protagonizado por las y los trabajadores de la fábrica Sidra Pino
o, como diría De Certeau (2000), “al hombre ordinario. Héroe común. Personaje
diseminado. Caminante innumerable” (p.3).
En el año 2011, ciento diecisiete trabajadores de la fábrica Sidra Pino “fueron
despedidos sin ninguna compensación” (p.1) y la embotelladora cerró sus puertas
definitivamente, después de largas luchas sindicales que reflejan la resistencia de un
movimiento obrero del siglo XXI. Como comentó en su momento Luis Pino Cardeña
para el Diario de Yucatán “todos sabemos la problemática que existe ahora en lo que
es la embotelladora, surgió una huelga que los empleados estaban inconformes […]
estalló la huelga en enero de 2011” (Durán Yabur, 2014). Al mismo tiempo, con el
titular “Estalla huelga en la Sidra Pino”, el medio de comunicación Yucatán Ahora se
hacía eco de la noticia el 20 de enero de 2011: “trabajadores de la empresa Sidra Pino
estallaron en huelga esta madrugada por la falta de pago de sus salarios desde inicios
de diciembre pasado y la desaparición de la caja de ahorros con más de un millón de
pesos” (n/a, Yucatán Ahora, 2011).
El edificio del Sindicato de Trabajadores de la Industria Embotelladora es una
muestra del actual abandono del espacio, hoy solitario y cerrado a cal y canto. Pero
sus paredes conservan el movimiento y las luchas de una comunidad de afectados que
los periódicos hacían visible, indicando que “por el momento, los afectados
permanecen en guardias de tres a cinco personas en espera del posicionamiento
16
oficial” (n/a, Yucatán Ahora, 2011). Según indican las fuentes oficiales, dieron por
concluida la huelga el 11 de julio de 2014 y “el proceso pasó de lo laboral a lo penal”
(n/a, Diario de Yucatán, 2014).

Figura 8. Sindicato de Trabajadores de la Industria Embotelladora. Fotografía de la autora.

En este punto nos remontamos a los orígenes de la fábrica, finales del siglo XIX, y a
principios del siglo XX con el nacimiento del proletariado en Mérida como nueva clase
social que surge “al calor de las transformaciones generadas por la actividad
henequenera” (Quezada, 2010, p.178). Cita Garner (2003) que en el Porfiriato, con la
industrialización, se generaron graves consecuencias a nivel social que conllevaron “el
desarrollo de las organizaciones laborales que representaban la creciente mano de
obra industrial” (Garner, 2003, p.185). Hacia el año 1907 se funda en la ciudad la Unión
Obrera de Yucatán, cuya intención inicial era la de fungir como apoyo solidario a los
asalariados pero “pronto funcionó como una entidad propagandista de ideas
anarcosindicalistas y adoptó posiciones de clase con pronunciamientos anticapitalistas”
(p.179) que “utilizó la huelga como procedimiento de lucha sindical para la defensa de
sus intereses” (p.180).

17
Si observamos este fenómeno en términos históricos y retomamos a Karel Kosík
(1967), quien en su obra Dialéctica de lo concreto, nos habla de la importancia de
describir y analizar los procesos del trabajo para comprender la relaciones de
producción, entendemos que el trabajo es una “actividad objetiva del hombre en la que
se crea la realidad humano-social” (n/a) es decir, el trabajo es un proceso que
constituye la concreción del ser humano. Retomar aquí la noción filosófica del trabajo y
no la económica, ambas planteadas por Kosík (1967), nos permite poner la
sostenibilidad de la vida en el centro y pensar la lucha en la fábrica Sidra Pino como un
proceso relacional y afectivo que recupera la noción de lo común.
En este sentido, rescatamos uno de los ejemplos paradigmáticos en el contexto
latinoamericano, el de las fábricas recuperadas en Argentina como una manera de
pensar el trabajo como un bien relacional:
A mediados del año 2000 un grupo de trabajadores metalúrgicos de una fábrica ubicada en
la Municipalidad de Avellaneda, al sur de la capital de la República de Argentina, se reunió
debajo de un puente aledaño para buscar una solución colectiva a los despidos causados
por una quiebra fraudulenta. Sin capital y sin capitalistas, lograron poner en marcha la
producción y, luego de algunos años, alcanzaron una importante consolidación económica
que les permitió comprar las maquinarias para trabajar. Las prácticas desarrolladas
abarcaron tanto la ocupación de la planta hasta la negociación para obtener la primera ley
de expropiación de la Provincia de Buenos Aires […] que autorizó a los trabajadores a
utilizar temporalmente el establecimiento mediante la formación de una cooperativa de
trabajo. (García, 2011, p.9).
El caso de las fábricas recuperadas en Argentina es un ejemplo que ha trascendido
como parte de los movimientos sociales a nivel mundial. Un movimiento obrero que
surge en el año 2001 con la crisis del “corralito”,6 en pleno neoliberalismo. Con la
pregunta “¿a quién le corresponde la propiedad de una empresa en quiebra?”
(Romaguera y Pou, 2015, n/a) se produce un cambio social en la manera de pensar el
trabajo y ante una amenaza hacia el bien común de muchas personas afectadas que
nunca antes se habían planteado juntarse para, entre todos, emprender un nuevo
modelo de organización laboral cooperativa.
6
El entonces gobierno argentino de Fernando de la Rúa limitó a los ciudadanos el poder disponer de
dinero en efectivo durante casi un año, lo que desató la famosa crisis del “corralito” y la consecuente
dimisión del presidente.
18
En México, treinta años antes del suceso de la Sidra Pino, la crisis del 82 devaluó
la moneda y el gobierno mexicano solicitó un aumento de los salarios que muchos
empresarios no cumplieron, dando pie a casos como el de la cooperativa de Refrescos
Pascual S.A., entonces la tercera fuerza después de la Coca-Cola y la Pepsi en el país.
Los trabajadores no se mantuvieron pasivos ante las grandes multinacionales pero “el
triunfo de los trabajadores de Pascual no hubiera sido posible sin la solidaridad, tanto
de sus familias, creando el Comité de Lucha de Mujeres, Esposas y Familiares de los
Trabajadores de Pascual, cuanto de otras organizaciones gremiales” (Liera, 2014, n/a).
Por tanto, las comunidades de afectados incluyen también a los familiares y amigos de
los concernidos que se organizan, entre todos, por sostener una vida en común.
El mismo Liera (2014) comenta que “en el caso de Sidra Pino y Soldado de
Chocolate no puede ser diferente o, de lo contrario, su lucha se perderá y con ella
perderíamos todos. A la sociedad civil nos corresponde acercarnos a los trabajadores
de Sidra Pino y Soldado de Chocolate y caminar a su lado como ellos nos lo vayan
indicando” (Liera, 2014, n/a).
En el año 2014, estudiantes de la Universidad Autónoma de Yucatán y ciudadanos
de Mérida iniciaron una campaña en avaaz.org solicitando al Lic. Rolando Zapata Bello
y al Gobierno Constitucional de Yucatán, pronunciamiento e intervención acerca del
caso de los trabajadores de la Sidra Pino: “en representación de la comunidad
estudiantil le hago una atenta invitación a responder públicamente este 1° de mayo,
Día Internacional del Trabajo, cuál es la postura de su gobierno en el caso de los
trabajadores en huelga de la empresa Sidra Pino” (n/a, 25 de abril de 2014). Fueron
494 las personas firmantes en esta petición comunitaria.7

https://avaaz.org/es/petition/Lic_Rolando_Zapata_Bello_Gobierno_constitucional_de_Yucatan_Mexico_E
l_pronunciamiento_e_intervencion_oportuna_por_los_em/?whnJmab

19
Figura 9. Petición de la comunidad glocal. Captura de la autora en avaaz.org.

Aunque este tipo de campañas puedan generar apoyo e ilustren la capacidad de lo


glocal, la principal apuesta viene dada porque sean las propias comunidades las que
establezcan sus límites, sus protocolos, sus acuerdos y, en definitiva, la gobernanza de
sus recursos. Las comunidades de afectados se conforman como grupos de personas
que se reúnen para hablar de lo que les pasa, sea por un problema crónico de salud -
por ejemplo, los afectados por VIH/SIDA-, por alguna amenaza que esté afectando a su
entorno próximo como la privatización de un espacio público en su barrio, entre otras
muchas manifestaciones que los convierten en excluidos desde los discursos
hegemónicos. El manifiesto de los afectados implica, en primer término, la necesidad
de ser escuchados por otros que, probablemente, padezcan la misma afección o sean
acompañantes cercanos (familia, amigos, compañeros, etc.).
En una entrevista realizada por un integrante de la compañía Murmurante Teatro en
la intervención artística que hicieron junto a los trabajadores de la fábrica en el desfile
del día del trabajo el 1ª de mayo de 2014, Don Víctor, Julio y Don Enrique, ex
trabajadores de la fábrica, agradecen la ayuda brindada:

20
Les agradecemos que nos estén brindando esta ayuda porque verdaderamente hace falta,
ojalá que como dice el compañero, ojalá que avancemos un poco más porque no es justo
que nos esté pasando esto. (V., comunicación personal a Murmurante Teatro, 2014).
Gracias a dios la gente nos está apoyando, por eso seguimos adelante también (J.,
comunicación personal a Murmurante Teatro, 2014). Emocionado por todo lo que ustedes
hicieron y nosotros también agradecemos a todos por la ayuda (E., comunicación personal
a Murmurante Teatro, 2014).

Figura 10. Huelga de trabajadores y familiares de los concernidos.


Fuente de la imagen:
http://www.desdeelbalcon.com/huelga-de-sidra-pino-llega-a-su-fin/#.WNl_RBLhBn4

Los afectados se diferencian de los ciudadanos en que lo que los vincula no es la


necesidad de participar en los asuntos públicos ni la votación en unas elecciones. Los
afectados se diferencian de los usuarios en que no esperan a recibir servicios sino que
se juntan para contrastar sus experiencias, porque existe una urgencia. Las
comunidades de afectados se diferencian de una comunidad de víctimas porque se
compone de cuerpos que han aprendido a afectarse y que suelen estar invisibles
porque no caben en los términos cuantificables de lo público y/o lo privado.

21
Retomando nuestro supuesto de que la Sidra Pino sea reconocida como un bien
común del barrio de Santiago y, recuperando la definición del Artículo 2, párrafo 1, de
la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial que adoptó la
UNESCO en el año 2003, en la que se amplía la noción de patrimonio cultural al incluir
como patrimonio cultural inmaterial “los usos, representaciones, expresiones,
conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios
culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y, en algunos
casos, los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”; cabe
aquí preguntarse quiénes serían las comunidades que deberían tomar las decisiones
sobre el reconocimiento y la protección del patrimonio cultural al que aluden las
declaratorias que, en muchos de los casos, vislumbran los conflictos que se dan entre
lo público, lo privado y lo común.

De la protesta a la propuesta

En el año 2012, la ya mencionada compañía de teatro yucateca Murmurante Teatro,


inició la exploración y concreción de una propuesta escénica que ”intentase dibujar la
topografía de una ciudad desde las señales de sus ruinas” (Murmurante Teatro, s.f.).
Con este mensaje, cargado de memoria común y un título prometedor, crearon la obra
Sidra Pino, vestigios de una serie con la finalidad de "trazar relaciones entre los
vestigios de pasadas catástrofes políticas, históricas o económicas y sus restos, ruinas,
escombros en su más viva actualidad, es decir aquellos vestigios de la modernidad que
son la expresión de los procesos de destrucción y cambio en el devenir de la urbe”
(Murmurante Teatro, s.f.).
Con esta propuesta artística, iniciaron un proceso de co-investigación y
coproducción con la comunidad de afectados de la fábrica para “conocer qué sucede
cuando los objetos de consumo trascienden su valor de uso” (Murmurante Teatro, s.f.)
y “visibilizar, en un sentido amplio, los aspectos múltiples de una problemática que
repercute directamente en nuestro entorno y afecta la manera en que nosotros, en
tanto que creadores, conversamos con nuestro entorno inmediato. Particularmente, nos
hemos concentrado en un fenómeno de avasallamiento que, si bien es una

22
reproducción de lo que acontece en muchas latitudes, representa un nudo de tensión
social, política y económica en la actualidad emeritense” (Josué Abraham, 11 de
febrero de 2013).
Uno de los muchos valores que rescatan e intervienen es el valor estético. Los
rótulos de la fábrica nos posicionan ante el debate de la larga tradición muralista
mexicana. Muros que hablan por “los autores de los rótulos comerciales; muralistas
diametralmente opuestos en cuanto a formación, técnica e intereses, entre otras cosas.
Las obras de los rotulistas no son monumentales, no pretenden más que anunciar con
ingenio y a veces con graciosa torpeza lo que sus <<patrocinadores>> quieren que
sepamos” (Orellana, 2009, p.7).

Figura 11. Pintura mural emblema de la Sidra Pino (fotografía de la autora); cartel de la obra Sidra Pino,
vestigios de una serie (fotografía de Murmurante Teatro) e imagen de la obra Agíteme de Josué
Abraham (fotografía de Murmurante Teatro).

En lo que respecta al valor de uso, los diseños gráficos que hoy encontramos en
grave estado de conservación en la superficie de los muros de la fábrica, fruto de su
abandono y desuso, fueron “diseñados para comunicarse directamente con un
consumidor (así sea contraviniendo las normas del diseño gráfico convencional)”; los
rótulos trascienden su estatus de simples objetos comerciales gracias a una
23
iconografía poderosa” (Salceda, 2009, p.9) que se convierte en una identidad común
del barrio y más allá de él. Se convierten así mismo, en diseños de remezcla como
muestra viva de un momento histórico y un símbolo de protesta.
El investigador Antonio Lafuente (2015) nos habla de la emergencia de que los
movimientos sociales “transiten de la protesta a la propuesta” y trasciendan las
protestas para coproducir “formas diferentes de apreciar el entorno en el que vivimos”
(Lafuente, 2015, n/a). Algo que, con otras palabras, perfilaban Certeau, Giard y Mayol
(1999) en su obra La invención de lo cotidiano cuando mencionan que las prácticas
sociales que se producen en un barrio son gracias a la gratuidad y no tanto a la
necesidad, es decir, el espacio social urbano no está relegado sólo a un uso funcional
sino que es, además, el espacio de un reconocimiento de lo común que únicamente
puede sostenerse gracias a la convivencia con sus pares, pues “dependemos unos de
otros, más que nunca, y sin embargo no sabemos decir «nosotros»” (Garcés, 2013,
p.13). Por tanto, la sostenibilidad de la vida en común del barrio no funciona a través de
un contrato mercantil ni bajo las condiciones individuales de competencia a las que nos
tiene acostumbrado el modelo neoclásico de la economía. La vida en común del barrio
funciona a partir de las reciprocidades y los afectos que se dan en los espacios de
socialización; por lo que es necesario recuperar “el espacio que había sido nuestro”
(Delgado, 2007, p.10).
En este sentido, propuestas como las del colectivo Murmurante Teatro expanden los
muros de la fábrica Sidra Pino e insertan otras maneras de hacer en la urbe pero,
sobre todo, en/con las prácticas de una comunidad de afectados y, con ellas, una
manera de transitar de la protesta a la propuesta.

La Sidra Pino como bien común

Si expandimos esos límites más allá de los muros y las estructuras físicas de la
fábrica para reconocer la identidad común sobre la que se sostiene, encontramos
puntos de encuentro y fricción; pues mientras la fábrica se debate entre la vida o la
muerte, envuelta en las políticas de Mercado y bajo las decisiones de unos pocos, en la
memoria común del barrio se mantiene más viva que nunca y son varias las

24
resistencias que afloran desde diversos ámbitos. La propuesta de Murmurante Teatro
es sólo una de ellas. Nos preguntamos ¿cómo pensar la fábrica más allá de sus
muros? ¿cómo pensarla en el entorno de la urbe? ¿cómo pensarla como un bien
común? Podemos analizar el contexto aún vivo de la situación de exclusión social que
afecta a los antiguos trabajadores de la fábrica, pero también podemos contar la
historia a través de las comunidades que la sostienen.
Desde el año 2014 llevamos a cabo una investigación en el barrio de Santiago, en el
parque y el mercado, junto con la comunidad de afectados por las políticas de gestión
pública de protección es esos espacios. Una propuesta realizada en el marco de la
Maestría en Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México, gracias a
una beca de posgrado y a la comunidad santiaguera.
La metodología de investigación se centró en facilitar una serie de herramientas
para promover una investigación coproducida entre todas las personas que conviven
en el espacio social del parque y el mercado de Santiago, y en el entorno próximo del
barrio. Para ello tomamos como punto de partida el paradigma de la Investigación
Acción Participativa (IAP) que difiere significativamente de la investigación en su forma
más tradicional, al proponer que todos los involucrados en el proceso se apropien del
conocimiento. La IAP facilita el uso de técnicas enfocadas en las prácticas que se
producen durante un proceso determinado en el que se busca alcanzar unos objetivos
comunes. Prácticas que permiten registrar el desarrollo de las acciones por medio de
una serie de herramientas.
El investigador, él o ella, deja de ser un agente externo al hacer aportes significativos a la
comunidad. En todos los casos, el investigador externo se ve involucrado muy
particularmente en lo que respecta a la creación de una auténtica capacidad para el análisis
y acción colectiva”. (Hall, 1983, p.7) .
Una de las herramientas utilizadas fue la galería fotográfica BIComún,8 que consiste
en emplear imágenes de bienes culturales -materiales e inmateriales- de un territorio
específico, asociadas a preguntas concretas (¿cómo lo conservamos? ¿cómo lo
valoramos?) en relación a un bien protagonista, normalmente amenazado, y a códigos
de colores (“no lo conozco”-etiqueta azul, “está bien conservado”-etiqueta verde, “está

8
Acrónimo acuñado por la Asociación Cultural Niquelarte, conformado por las siglas BIC -Bien de Interés
Cultural- y Procomún.
25
mal conservado”-etiqueta roja, “me gustaría que se reutilice para otros usos y/o se
rehabilite”-etiqueta amarilla).
Creamos la categoría BIComún en el año 2013, desde la Asociación Cultural
Niquelarte, en una región del norte de España, Galicia, pero muy anclada a Yucatán.
Se construye como un acrónimo conformado por las siglas BIC, que hacen referencia
al Bien de Interés Cultural, una figura jurídica que aparece en las leyes de Patrimonio
Histórico Español9 para indicar que cuando un bien cultural es declarado BIC, adquiere
la máxima categoría de protección para su conservación. Y Procomún, que hace
referencia a los bienes comunes que pertenecen a todos, que heredamos, creamos
conjuntamente y que queremos entregar a las generaciones futuras; o redundando las
palabras de Antonio Lafuente, bienes que son de todos y a la vez de nadie.
En la Ley de Patrimonio Histórico Español, la declaración de un BIC como máxima
figura de protección tiene lugar a través de un Real Decreto que surge de una decisión
política. Los ciudadanos tenemos derecho a abrir un proceso de declaración de un BIC
a la administración, en cualquier caso en el que valoremos que un bien patrimonial es
merecedor de esta categoría. A nivel nacional, el marco jurídico también cuenta con
leyes específicas de las comunidades autónomas, en donde las competencias están
transferidas y en las que la categoría BIC aparece en todas ellas, pero no otras
categorías inferiores que habrán de revisarse para cada caso. Tratando de atender
esta problemática, la categoría BIComún surge para preguntarse si existe una real
participación ciudadana en la toma de estas decisiones, a quién pertenece la gestión
de los bienes y cómo son los procesos para realizar este tipo de declaratorias.
En el caso mexicano no existe la figura jurídica BIC pero sí la categoría de bien
cultural en términos generales. Cabe destacar que no pretendemos que se repliquen
las políticas de gestión patrimonial españolas en territorio mexicano, sino únicamente
facilitar herramientas para que la gestión de los bienes comunes de un territorio
concreto se realice entre todos los vecinos y habitantes de un espacio concreto que, en
muchos casos, ya existen pero están invisibilizadas. Se trata, únicamente, de “hacer
visibles las necesidades que experimenta un colectivo de afectados que, sin dejar de

9
Ley 16/1985, del 25 de junio del Patrimonio Histórico Español.
26
ser una comunidad de extraños, se configura como una comunidad de aprendizaje que
sostiene un bien común” (Corchado, 2015, p.4).
BIComún es una propuesta que está en dominio público con la finalidad de que
cualquier persona la utilice en cualquier lugar y en cualquier momento. A este respecto,
algunas personas que emplearon la herramienta desde España hasta Portugal,
Argentina o Yucatán, comentan que fue posible adaptarla a sus contextos:
Sí, porque se propone de esta manera, abierta y con posibilidad de cambio; sí, el formato de
BIComún es muy flexible y, tomando la idea de la exposición como base, pueden
modificarse muchos otros aspectos (formato, categorías, etc.) para adaptarlo a contextos
muy diferentes; por supuesto es flexible; sí, es de fácil implementación, incluida la parte
económica de llevarlo a cabo”; “yo creo que sí, es una herramienta muy flexible y sencilla de
aplicar. (Comunicaciones personales, agosto de 2016).
Para realizar una galería fotográfica BIComún se facilita la siguiente guía:
1. Seleccionar bienes culturales de un área geográfica específica junto con vecinos
y personas que se relacionan en el espacio.
2. Escoger un muro, pared o espacio estratégico según el interés común de la
iniciativa -si es interés es individual, tratar de explicar por qué se escoge ese
lugar- puede ser, por ejemplo, un espacio por el que pase gente o que lleve
consigo alguna importancia desde el punto de vista social.
3. Preparar el material para la intervención en el espacio:
3.1. Imprimir fotografías, en blanco y negro o a color, con las leyendas
descriptivas a pie de foto que, de ser posible, puedan recoger historias
transmitidas por los vecinos de la zona e información recogida de fuentes
documentales y orales.
3.2. Adquirir o fabricar etiquetas de colores:

etiqueta 2 = no lo conozco

etiqueta 3 = está bien conservado

etiqueta 4 = está mal conservado

etiqueta 5 = me gustaría que se reutilice para otros usos y/o se rehabilite

etiqueta 6 = es un bien común importante para (lugar, contexto, espacio, etc.)

27
etiqueta 7 = escribe una emoción, reflexión y propuesta en relación a la imagen

4. Imprimir un cartel con el logo BIComún que podrás descargar en la página web
(http://bicomun.org), y colocarlo en algún espacio visible.
5. Escoger una fecha, convocar e invitar a la gente; difundir en la red y en la calle.
6. Colocar el material en el espacio escogido.
7. Documentar la intervención con fotos, vídeos, entrevistas, relatos, dibujos, etc.
8. Publicar los resultados en la página web y compartirlos de manera física -en el
espacio, con la gente- y digital.

Figura 12. Carteles intervenidos en una galería fotográfica BIComún.

La galería se conforma entonces como una intervención experimental que busca

reclamar otras formas de archivar conocimiento y “generar herramientas que abran y

democraticen las formas de escritura y de entendimiento de nuestro patrimonio cultural;

permitiendo a las masas involucrarse en escribir la historia; no siendo ya una tarea

institucional, sino una responsabilidad popular” (Anarchivo our Cultural Heritage, s.f.).

Se trata de generar un anarchivo que expande la noción de archivo porque está vivo y

gesticula porque es el resultado de procesos de comunicación y documentación

abiertos y mancomunados.

[…] también emplea “galerías fotográficas”, sencillos carteles que tiende como ropa sobre
una cuerda y que llevan impresa alguna imagen emblemática del barrio, alrededor de la

28
cual los participantes anotan sus percepciones y lo que les hace, o no, sentido [...]
(Serrano, 20 de noviembre, de 2015).

Figura 13. Intervención en galería fotográfica del barrio de Santiago.


Fotografía de Claudia Novelo Alpuche.

Durante la etapa de exploración de la investigación en el barrio de Santiago se


facilitaron una serie de talleres, entre ellos una muestra de mapeo colectivo y una
galería fotográfica BIComún en el marco del III Encuentro Nacional de Colectivos
Sociales (ECOS) en noviembre de 2015, en el Tapanco Centro Cultural, con la finalidad
de explorar qué percepciones tiene la gente sobre el barrio en relación a los procesos
culturales, el crecimiento de nuevos espacios y/o la emergencia de nuevos colectivos
sociales y culturales, y responder a algunas preguntas asociadas a los códigos de
colores: no lo conozco (azul) / está mal conservado (verde) /está bien conservado (rojo)
/ me gustaría reutilizarlo (amarillo), escribe una palabra o frase que te transmita la
imagen (blanco).
Trabajamos simultáneamente con mapas y con una galería de fotografías de bienes
culturales del barrio de Santiago. Empleamos algunas preguntas como punto de partida
con la finalidad de determinar qué problemáticas están afectando al barrio y a las
personas que conviven en él: ¿existen procesos de gentrificación en el barrio, por
ejemplo, expulsión de habitantes originarios por otros de mayor poder adquisitivo para
construcción de obra especulativa? ¿Han surgido nuevos espacios culturales, cantinas,
29
bares, etc.? ¿Hay espacios para la participación social en la toma de decisiones?
¿Dónde se ubican las protestas, las resistencias, las construcciones alternativas?
¿Cuáles son los espacios más concurridos? ¿Dónde se concentra la mayor cantidad
de personas? ¿Hay grupos de solidaridad entre vecinos, trabajadores, etc.? ¿Hay
espacios rehabilitados para fines comunitarios?
En el caso de la muestra fotográfica, se expusieron cinco imágenes de bienes
culturales del barrio de Santiago, de izquierda a derecha: la fábrica Sidra Pino, el
conjunto musical Los Aragón, el parque de Santiago, el danzón -Remembranzas
Musicales- y LA 68 Casa de Cultura Elena Poniatowska.

Figura 14. Carteles intervenidos en el taller muestra. Fotografía de la autora.

Al analizar las opiniones aportadas en la imagen de la fábrica, notamos un interés


por fomentar su reutilización y/o rehabilitación -“producto nacional descontinuado por
intereses políticos” que “se puede recuperar como sociedad cooperativa”- y una
preocupación por la mala conservación del lugar. Propuestas que, por un lado, evocan
la presencia de un mercado competitivo -los interese políticos- y, por otro, se acercan a
la noción de procomún -la sociedad cooperativa-.

30
A modo de reflexión

Relata Ebergenyi (2002) que:


A juzgar por los hechos, el panteón de las cosas que desecha la globalización, debe ser
grande, muy grande. Todas aquellas fórmulas de convivencia, herramientas novedosas de
otros tiempos y modos de vida, sujetos a la lupa de un entendimiento que clasifica, ordena,
juzga y elimina, en función de un criterio pragmático y efímero, van a parar a un cuarto de
trebejos, en donde lastimosamente se van arrojando sin concierto y en desaliño.
Arrumbadas en una muerte que las hará difíciles de restaurar, cuando la moda que dictó su
desaparición descubra que después de todo, no eran tan inútiles como se había pensado.
(Ebergenyi, E., 2002, p.80).
La metáfora del panteón de las cosas es un reflejo de lo que vamos acumulando a
lo largo de la historia. Pero esos cadáveres materiales que algunos reutilizan, otros
abandonan u otros dejan morir para rentabilizarlo con algo nuevo, no son otra cosa que
posibilidades. Recursos que pueden ser gestionados de muy diversos modos y que a lo
largo de este ensayo hemos pensado bajo la conciencia teórico-práctica de un enfoque
procomún que va mucho más allá de las modas o de los diseños preestablecidos.
La fábrica Sidra Pino es hoy un panteón que se inserta en el espacio social de urbe;
un lugar en el que se construyen infraestructuras como parte de las dinámicas urbanas
territoriales; un espacio que se presta a ser conquistado pero que, dependiendo de
quien lo conquiste, el espacio será o no será. Lo urbano difiere de lo citadino con base
en las prácticas que lo recorren, es decir, la ciudad ha sido creada atendiendo a los
límites y las infraestructuras que dicta la administración pública o que imponen las
empresas, mientras que la urbe es un espacio social relacional contenedor de bienes
comunes que heredamos, creamos conjuntamente y queremos transmitir a
generaciones futuras.
El barrio de Santiago es un bien común de la urbe de Mérida que contiene, a su vez,
otros bienes comunes. Si somos capaces de reconocerlos entre todos, la lucha de los
invisibles se hará visible pero, sobre todo, seremos capaces de entender que el
patrimonio cultural entraña una vida en común que sólo los concernidos y aquellos que
de dejan afectar de/por ellos, pueden reconocer. Un patrimonio que no necesita ser
gestionado sino gesticulado. Nuestra labor como facilitadores es la de promover y
31
visibilizar comunidades de afectados que practican otras maneras de proteger la urbe.
El procomún nace para intentar pensar en un futuro sostenible, un viaje de ida y vuelta
en el que recorre dominios sociales como el activismo, la ciudad, la ciencia o el arte
(Estalella, Rocha y Lafuente, 2013, p. 25).
En definitiva, es posible que comunidades de afectados sean capaces de perfilar
procesos experienciales de gestión del patrimonio que heredamos socialmente,
entonces ¿por qué no ha de surgir una gestión en mancomún de la Sidra Pino cuando
la propia comunidad ha manifestado importantes afectaciones? En la actualidad,
colectivos de personas trabajan en los bordes de la dicotomía público-privado para
reactivar procesos comunales a lo largo del mundo que evidencian la inclusión social y
ponen en valor prácticas que surgen desde los afectados y los expertos en experiencia.
Como ejemplo, un integrante de uno de los colectivos culturales más emblemáticos del
barrio en la actualidad, el Colectivo Santiaguero comenta como “al final de cuentas lo
que está ocurriendo con el país, con México, es una cuestión de economía, de empleo.
Y lo que necesitamos, más bien, es aprender a colaborar” (D.E.E., comunicación
personal, 23 de agosto de 2016). Algo similar pasa con los procesos culturales donde
existe “una apropiación del espacio del barrio y la generación de nuevos capitales, pero
esto genera exclusión. La estética entonces se queda, pero los actores son excluídos”
(D.E.E., comunicación personal, 10 de agosto de 2015).
Por su parte, la obra Sidra Pino, vestigios de una serie de la compañía Murmurante
Teatro es mucho más que una obra escénica, es otra de las iniciativas culturales que
se ha aproximado a las comunidades de afectados para hacer visible su lucha y
recuperar la memoria común de la fábrica Sidra Pino, el barrio de Santiago y el
fenómeno en su globalidad. Una vecina del barrio nos compartió algunas palabras el
día que se celebró el BIComún en el barrio de Santiago, que aquí retomamos para
reafirmar la importancia del trabajo de la compañía Murmurante Teatro: “a mi me
parece realmente un proyecto que toda la comunidad debe de apoyar porque si se
hace el proyecto pero no hay ese apoyo de la comunidad, no hay nada” (vecina del
barrio de Santiago, comunicación personal, 11 de septiembre de 2016).
El BIComún es patrimonio y para mi el patrimonio habla de lo que fuimos, de lo que somos y
de lo que seremos, y en esta confusión vital con las redes sociales y con Internet que

32
tenemos todos en el día a día, siento que el patrimonio nos ancla al suelo y nos habla de
muchas cosas que hemos olvidado. El barrio en sí, a nivel global, es un bien común pero
está formado por muchos bienes comunes, entonces el BIComún es muy interesante
hacerlo en cualquier lugar pero también aquí en Santiago aplica en cualquier contexto; y es
muy interesante porque reconoce el barrio como un bien común en su globalidad y también
cientos de historias, de anécdotas que conforman este bien común global. (Joan Serra
Monteagut, comunicación personal, 11 de septiembre de 2016).
Las normas o los protocolos de gestión de un bien común son acordadas por la
comunidad que lo sostiene, al igual que la manera de nombrar sus derechos y las
palabras con las cuales etiquetarlos. Por ello declarar la Sidra Pino como un BIComún,
sólo puede hacerse si es entre todos: cuando un bien cultural es declarado BIComún
por una comunidad, significa que es reconocido entre todos.

33
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