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Podría decirse que en la épica hay dos tiempos. Uno, el histórico convencional de
los hechos, en el cual, quien narra -en verso o en prosa- nos “regresa” en modo
objetivo; -y objetivo es que es un presente continuo donde importa tanto matar a
un dragón, como tomarse un vaso de vino-, para decirnos fríamente cómo fue todo
aquello; aunque puede que él mismo -como yo narrador- preocuparse, y hasta
espantarse como en el maravilloso “horresco referens” ("me horroriza contarlo") de
Virgilio...
Es cierto que aquí (en el Canto II,204) el poeta pone esta expresión en boca del
héroe epónimo –Eneas- que, a su vez, narra el terrible episodio de Laocoonte.
Pero de todos modos es el presente-objetivo o el pasado vuelto presente y
objetivado, puesto que se lo hace por medio de un objeto verbal.
Y hay otra cosa que me parece clave de lo épico: la indiferencia o, en todo caso, el
mismo nivel en que se narran hechos de muy diversos órdenes. La prueba
iniciática, como el lance amoroso, la pausa para beber o cantar, como la vuelta a
las peripecias bélicas o de viaje. También podría ser el volver definitivas -mediante
el relato- a ciertas acciones.
Ángel Faretta