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La Justicia es el atributo del Señor que alinea todas las cosas con el
Reino y voluntad de Dios. La INIQUIDAD, es la fuerza opuesta que
tuerce y desalinea todo, alejándolos de los diseños y la voluntad de
Dios, y está intrínsecamente ligado y opera a favor del trono del Diablo.
La iniquidad es el cuerpo del pecado (es la razón del por qué somos
pecadores), y está ligada al mundo espiritual, y es la herencia y el
derecho legal que el diablo tiene, para producir todo lo torcido en la
vida del ser humano, como la simiente de maldad que es (produciendo:
ceguera espiritual, sordera espiritual, idolatría, paganismo,
intimidación, etc.).
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vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo,
cómo
crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda
su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy
es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más
a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué
comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles
buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de
Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:25-
33).
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Si leemos la Biblia, desde la perspectiva en que los que hemos sido
justificados (alineados y enderezados) atraeremos todas las bendiciones
en forma asombrosa, y éstas serán gravitantes, para tener una vida
victoriosa, próspera y de servicio a Dios, en la familia, la iglesia, la
ciudad, la nación y el mundo.
Ahora, entrar en ese FUEGO (el fuego purificador y que nos endereza),
es un paso necesario en los caminos de Dios y de la Salvación, ya que
sin la Gloria y la Justicia de Dios, para nosotros los pecadores, en
Cristo Jesús, jamás poseeremos la herencia de las bendiciones mientrs
vivamos aquí en la tierra, camino al Cielo.
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Es importante entender para el tema que estamos tratando de sanidad
interior y cómo ser libres de la iniquidad que, así como el AMOR de
Dios no puede dejar de AMAR, así la JUSTICIA de Dios no puede dejar
“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo,
sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en
ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las
rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para
que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz
con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no
sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna
raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no
sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola
comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después,
deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad
para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. Porque no os
habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la
oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a
la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les
hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una
bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan
terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando;
sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la
congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios
el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el
Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la
de Abel. Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon
aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho
menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La
voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido,
diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también
el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas
movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así
que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y
mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor.” (Hebreos 12:11-29).
Quizás hablar de los juicios de Dios, sea un tema que asuste a la gran
mayoría de la gente, por muchas razones, ya sea porque tenemos un
mal concepto de la Justicia, o porque no entendemos el alcance de ella,
o porque pensamos que Dios puede ser burlado, y de esa manera los
impíos pueden prosperar sin límites, o simplemente porque tememos a
que Dios ponga nuestra verdadera condición y realidad con sus justos
juicios.
Se piensa erróneamente que cada vez que Dios juzga, algo terrible o
destructivo ha de ocurrir; hasta algunos piensan que pueden perder su
salvación, siendo que ésta nos fue dada por gracia, como un regalo, y
que no fue por obras, para pensar que por alguna mala obra (pecado
cometido) nosotros podamos perder la salvación, o de otra manera,
pretendamos evitar el juicio de Dios en nuestras vidas, puesto que sólo
la Justicia podrá enderezarnos, alinearnos y hacernos volver a Su
voluntad.
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para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos.” (Mateo 5:1-16).
Él, también entendía que los juicios de Dios eran dulces y maravillosos,
porque le acercaban más a su amado Señor. Cuando se ama a Dios con
todo el corazón y con todas las fuerzas, todo lo que estorbe nuestra
comunión con Él, nos parece un terrible obstáculo, y anhelamos que
SEA QUITADO lo antes posible. Ya no podemos ser insensibles a la
influencia de la iniquidad.
Hay cosas de las que somos conscientes y otras que están arraigadas,
mimetizadas, consentidas, aceptadas, camufladas y escondidas en
nuestro ser interior que necesitamos que nos sean reveladas, y
necesitamos el justo juicio de Dios, para que esas fuerzas del mal, no
atraigan maldiciones y ruina a nuestra vida.
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Dios nos habla a través del profeta Malaquías, de cómo Él anhela
sentarse a afinarnos, santificarnos, justificarnos, volvernos a Su
voluntad con todo Su amor. El Señor quiere hacer una obra perfecta en
todos nosotros y para eso es necesario LAVARNOS Y PULIRNOS: “¿Y
quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie
cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como
jabón de lavadores. 3Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque
limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y
traerán a Jehová ofrenda en justicia.” (Malaquías 3:2-3).
A otros, Dios tiene que disciplinar, como un Padre que corrige a sus
hijos: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo
contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se
os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni
desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama,
disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina,
Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no
disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos
a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos.
¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y
viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como
a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que
participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al
presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da
fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.”
(Hebreos 12:4-11), y por Su misericordia y propósito último para
nuestras vidas, a otros tendrá que aplicar castigo para enderezar
nuestros caminos y salvarnos de la muerte.
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Aún el amor de Cristo por Su Iglesia, pasa por ese proceso de juicio,
justicia y edificación: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra, a fin de
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