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TEMA # 5

EL JUICIO DE DIOS SOBRE EL PODER DE LA ATRACCIÓN,


DONDE OPERAN LAS FUERZAS ESPIRITUALES DE MALDAD

Gracias a las Escrituras, la revelación del Espíritu Santo, la sabiduría


en la enseñanza, y el poder en la aplicación de la Palabra de Dios en
nuestras vidas, hemos podido afirmar que tanto la JUSTICIA como la
INIQUIDAD, son fuerzas espirituales que tienen en sí mismas un gran
PODER DE ATRACCIÓN (como un imán en el mundo espiritual). LA
JUSTICIA (JUSTIFICACIÓN, VERDAD, LIBERTAD, SALVACIÓN) está
intrínsecamente ligada al Trono de Dios: “Justicia y juicio son el
cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro…
Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas. Nubes y
oscuridad alrededor de él; justicia y juicio son el cimiento de su trono.”
(Salmo 89:14; Salmo 97:1-2).

La Justicia es el atributo del Señor que alinea todas las cosas con el
Reino y voluntad de Dios. La INIQUIDAD, es la fuerza opuesta que
tuerce y desalinea todo, alejándolos de los diseños y la voluntad de
Dios, y está intrínsecamente ligado y opera a favor del trono del Diablo.
La iniquidad es el cuerpo del pecado (es la razón del por qué somos
pecadores), y está ligada al mundo espiritual, y es la herencia y el
derecho legal que el diablo tiene, para producir todo lo torcido en la
vida del ser humano, como la simiente de maldad que es (produciendo:
ceguera espiritual, sordera espiritual, idolatría, paganismo,
intimidación, etc.).

Pero recordemos, que la Justicia de Dios (la justificación que recibimos


gracias a la obra redentora, y salvadora de Jesucristo, en la cruz, en su
muerte y resurrección), nos LIBRA de la iniquidad, haciendo que
nuestras vidas puedan volver a alinearse con Dios y hacer Su voluntad
por todos los días de nuestra vida, como hijos de Dios y nuevas
criaturas en Cristo, llamados con un propósito y destino (Juan 1:12-
13; Romanos 10:8-10; Efesios 2:1-10; Romanos 8:14,16,28; Tito
3:1-12).

Jesucristo, queriendo enseñarnos la verdad poderosa de la Justicia,


como fuerza de atracción, nos dice en Su Palabra: “Por tanto os digo: No
os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber;
ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el
alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros
podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el

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vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo,
cómo

crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda
su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy
es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más
a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué
comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles
buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de
Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:25-
33).

Aquí vemos cómo, al acercarnos al Reino de Dios (habiendo nacido de


nuevo y siendo salvos) y Su justicia (la justificación divina que nos
libera del poder de la iniquidad), ésta produce en nosotros un PODER
DE ATRACCIÓN (una fuerza centrípeta) que gravita hacia nosotros y
trae todas las cosas al alineamiento, con nuestras vidas en Cristo (la
Justicia, atrae todas las promesas y bendiciones para nuestra vida, y
esto hace que vivamos en el diseño y la voluntad de Dios).

La Justicia de Dios, contiene en sí misma una fuerza poderosísima (la


vida victoriosa de CRISTO) que continuamente está actuando en
nosotros sobre la iniquidad: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y
ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por
mí. … Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y
no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.” (Gálatas 2:20; 5:1),
chocando contra ella, para enderezar las cosas hacia Dios. Por otro
lado, esta fuerza espiritual también atrae hacia ella todo lo que es el
Reino de Dios, el Reino de los Cielos. Atrae toda bendición de lo Alto,
jala hacia sí todas las riquezas espirituales y materiales. Esto se debe a
que la justicia está íntimamente ligada con la gloria de Dios: “Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos
santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado
para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro
afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la
cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su
sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo
sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el
cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo,
en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en
los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos
herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que
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hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que
seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente

esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la


palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído
en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las
arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida,
para alabanza de su gloria. Por esta causa también yo, habiendo oído de
vuestra fe en el Señor Jesús, y de vuestro amor para con todos los
santos, no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de
vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el
conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para
que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las
riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos,
según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo,
resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares
celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre
todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el
venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo.” (Efesios 1:3-23).

La Justicia de Dios, en nuestras vidas, está íntimamente ligada a Su


carácter y a Su juicio; caminan de la mano y se manifiestan en forma
simultánea: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y
a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros,
¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que
lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que
justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el
que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que
también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro,
o espada? Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de
aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la
vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por
venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá
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separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
(Romanos 8:28-39).

“Los cielos anunciaron su justicia, y todos los pueblos vieron su gloria.”


(Salmo 97:6).

El profeta Isaías habla de este poder atrayente y de cómo se manifiesta


en el creyente justificado, cuando la Justicia de Dios se ha establecido
en una persona y esta se vuelve UN VASO DE SU GLORIA: “Porque no
nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a
nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que
mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció
en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de
Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro,
para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que
estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no
desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no
destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros
cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a
muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en
nosotros, y en vosotros la vida. Pero teniendo el mismo espíritu de fe,
conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también
creemos, por lo cual también hablamos, sabiendo que el que resucitó al
Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos
presentará juntamente con vosotros. Porque todas estas cosas
padecemos por amor a vosotros, para que abundando la gracia por
medio de muchos, la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios.
Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se
va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque
esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más
excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se
ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales,
pero las que no se ven son eternas.” (2da Corintios 4:5-18).

“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová


ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y
oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será
vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor
de tu nacimiento. Alza tus ojos alrededor y mira, todos éstos se han
juntado, vinieron a ti; tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas serán
llevadas en brazos. Entonces verás, y resplandecerás; se maravillará y
ensanchará tu corazón, porque se haya vuelto a ti la multitud del mar, y
las riquezas de las naciones hayan venido a ti.” (Isaías 60:1-5).

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Si leemos la Biblia, desde la perspectiva en que los que hemos sido
justificados (alineados y enderezados) atraeremos todas las bendiciones
en forma asombrosa, y éstas serán gravitantes, para tener una vida
victoriosa, próspera y de servicio a Dios, en la familia, la iglesia, la
ciudad, la nación y el mundo.

Ahora bien, esta gloria solo se puede manifestar cuando la JUSTICIA ha


obrado su poder transformador en un hijo de Dios, y esto lleva la vida,
más allá de sólo ser justos por la gracia o el favor de Dios. Recordemos
que la justicia que es por la fe es nuestro pasaporte de entrada a la
salvación y al cielo, pero en esta tierra, mientras tengamos vida, para
que la justicia de Dios o gloria de Dios ejerza su PODER DE
ATRACCIÓN de todas las bendiciones y atributos del Reino de Dios,
necesita la JUSTICIA (o el proceso de justificación) haber
ERRADICADO, CORTADO, SACADO, LIBERADO toda forma de
INIQUIDAD en cuanto a nuestro ser.

La gloria de Dios (Su presencia en nosotros) que es lo que nos sumerge


en todo lo que Dios es, no sólo es un resplandor hermosísimo que nos
hace sentir bien un momento; sino que esta gloria (presencia, unción),
tiene la facultad de llenarnos de gozo y de amor, la gloria es el FUEGO
CONSUMIDOR de Dios. La gloria quema y destruye todo lo que NOS
APARTE de Dios.

Muchos quieren entrar en dimensiones de poder, revelación,


consagración y santidad, sin nunca haber desarraigado, ni identificado
(con paciencia, humildad y quebrantamiento) el terrible peso e
influencia de la iniquidad, esa semilla de maldad, en ellos. Si deseamos
entrar en su gloria de esa manera, esto nos traerá sufrimiento extremo,
y muchas veces prolongado, porque no sabremos lo que nos está
ocurriendo, por cuanto tenderemos a vivir sólo de la misericordia y
gracia de Dios, dejando a un lado lo que Jesús dijo: “Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de
mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:33-
34).

Ahora, entrar en ese FUEGO (el fuego purificador y que nos endereza),
es un paso necesario en los caminos de Dios y de la Salvación, ya que
sin la Gloria y la Justicia de Dios, para nosotros los pecadores, en
Cristo Jesús, jamás poseeremos la herencia de las bendiciones mientrs
vivamos aquí en la tierra, camino al Cielo.

La forma de hacerlo es tratando con la iniquidad; identificándola como


semilla de maldad; reconociendo su forma de obrar, como cuerpo de
pecado, y ante todo siendo justificados del poder de atracción que tiene
por medio de la Justicia de Dios que opera en nosotros los que tenemos
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fe en Jesucristo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.” (2da
Corintios 5:21).

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios,


testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la
fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia,
por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en
su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por
alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en
este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al
que es de la fe de Jesús.” (Romanos 3:21-26).

Cuando Dios trató con la iniquidad y los pecados de este mundo, él


dijo: “Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes
ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies
jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le
dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la
cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los
pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.
Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios
todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto,
volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me
llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor
y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros
los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como
yo os he hecho, vosotros también hagáis.” (Juan 13:7-15).

Nuestra fe en Jesucristo, no sólo nos otorga salvación, perdón de


pecados y nueva vida, sino también nos introduce en un proceso donde
Dios tratará continuamente con la iniquidad en nuestras vidas, porque
esto es parte fundamental de su victoria en la cruz, y veremos durante
toda nuestra vida que, más que el poder, la unción o el servicio que
podamos desarrollar para Él, la Justicia y la Gloria de Dios son dos
grandes virtudes de Dios, nuestro Padre, y éstas son las bases
fundamentales de cómo todo opera en Su Reino. Y van a operar no sólo
transformándonos, puliéndonos, enderezándonos, justificando, sino
también trayendo JUICIO sobre nuestros enemigos (el mundo, la carne,
el diablo, y nuestro ego, viciado por la iniquidad).

“Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas. Nubes y


oscuridad alrededor de él; Justicia y Juicio son el cimiento de su trono.
Fuego irá delante de él, y abrasará a sus enemigos alrededor.” (Salmo
97:1-3).

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Es importante entender para el tema que estamos tratando de sanidad
interior y cómo ser libres de la iniquidad que, así como el AMOR de
Dios no puede dejar de AMAR, así la JUSTICIA de Dios no puede dejar

de JUZGAR. En términos divinos, los juicios de Dios son enviados


precisamente para establecer Su Justicia, Su carácter en nosotros.

“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo,
sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en
ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las
rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para
que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Seguid la paz
con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no
sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna
raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no
sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola
comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después,
deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad
para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas. Porque no os
habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la
oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a
la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les
hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una
bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan
terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando;
sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la
congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios
el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el
Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la
de Abel. Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon
aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho
menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La
voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido,
diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también
el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas
movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así
que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y
mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia;
porque nuestro Dios es fuego consumidor.” (Hebreos 12:11-29).

Cuando el Señor juzga, lo que está haciendo es ALINEAR todas las


cosas con Su perfecta y agradable voluntad y Su esencia y carácter.
Hay, por tanto, juicios que son correctores; otros simplemente
reveladores; y en casos muy extremos, destructores. Y ¿cuál debe ser
nuestra actitud y disposición ante estos juicios o tratos de Dios?… “Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
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vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos
por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que

comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”


(Romanos 12:1-2).

¿Qué es lo que la Justicia juzga? ó ¿Qué es lo que la rectitud de Dios


quiere enderezar? Precisamente la iniquidad, lo torcido, lo inclinado al
mal, lo pervertido, la semilla de maldad, la naturaleza pecaminosa, la
fábrica de pecados, con toda su materia prima en nosotros, ya que es
ésta donde se establece todo lo que está torcido, apartado, fuera de los
caminos de Dios. Dondequiera que se halle la iniquidad o por donde
haya sido infiltrada en nosotros, vamos a encontrar una CONTINUA
PRESENCIA DE LOS JUICIOS DE DIOS, teniendo la suficiente
sabiduría y revelación por el Espíritu y la Palabra, de no atribuirle
ninguno de ellos, como el obrar o el atacar del enemigo en nuestras
vidas.

Recuerde: Sólo Dios puede juzgar justamente, de acuerdo a Su carácter


y voluntad, por cuanto Jesús lo dijo: “El ladrón (el enemigo) no viene
sino para hurtar y matar y destruir; mas yo he venido para que
TENGAN VIDA, y para que la tengan en abundancia (conforme a la
Justicia de Dios).” (Juan 10:10).

Ahora bien, de la misma manera que la Justicia y la Gloria tienen un


PODER de ATRACCIÓN de todo lo perteneciente al Reino de Dios y al
carácter y poder de Cristo, la iniquidad tiene también ese mismo poder
pero en sentido opuesto, esta va a jalar, atraer como un gran imán o
magneto gigante todo lo que tiene que ver con el imperio de la muerte y
de las tinieblas.

Hemos aprendido, que en todo ser humano, la iniquidad es la base


legal, por lo que y en derecho del mismo, que el diablo envía toda forma
de mal sobre el ser humano, y aún sobre el creyente. Así que, miremos
que es importante el evangelismo (llevar a las personas a los pies de
Cristo, como recién convertidos y nacidos de nuevo), como también es
importante la Consolidación, la Consejería y el Discipulado, dentro de
este proceso de perfeccionamiento, justificación y santificación, por
cuanto el creyente / discípulo, durante toda su vida, será el blanco de
los bombardeos del diablo, por medio de la operación de la iniquidad; y
por otro lado, será el blanco de los juicios y la justicia de Dios: “… a fin
de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad
de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos
niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por
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estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las
artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en
todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo,
bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan
mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4:12-16).

Dios establece Su Justicia con misericordia para aquellos que le


buscan.

Quizás hablar de los juicios de Dios, sea un tema que asuste a la gran
mayoría de la gente, por muchas razones, ya sea porque tenemos un
mal concepto de la Justicia, o porque no entendemos el alcance de ella,
o porque pensamos que Dios puede ser burlado, y de esa manera los
impíos pueden prosperar sin límites, o simplemente porque tememos a
que Dios ponga nuestra verdadera condición y realidad con sus justos
juicios.

Se piensa erróneamente que cada vez que Dios juzga, algo terrible o
destructivo ha de ocurrir; hasta algunos piensan que pueden perder su
salvación, siendo que ésta nos fue dada por gracia, como un regalo, y
que no fue por obras, para pensar que por alguna mala obra (pecado
cometido) nosotros podamos perder la salvación, o de otra manera,
pretendamos evitar el juicio de Dios en nuestras vidas, puesto que sólo
la Justicia podrá enderezarnos, alinearnos y hacernos volver a Su
voluntad.

Lo primero que tenemos que entender es que Dios nos ama


incondicionalmente (Juan 3:16), y que también su pensamiento para
con nosotros, sus hijos, es para bien (Romanos 8:28-34), y que su
pensamiento de continuo, o Sus planes es para darnos el fin que Él
soñó y diseñó para nosotros (Jeremías 11:29-30). Por esta razón, Él
anhela que Su Gloria y Su Justicia sean establecidas en nuestras vidas,
para que todas Sus bendiciones vengan sobre nosotros y vivamos en
abundancia y con propósito: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los
lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante
de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos
suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para
alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el
Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con
nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio
de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí
mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del
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cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que
están en la tierra.” (Efesios 1:3-10).

Dios actúa a través de los juicios de misericordia, sobre aquellos que


buscan Su justicia, Su rectitud, Su santidad y caminar en temor de
Dios: “Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me
buscan. Las riquezas y la honra están conmigo; riquezas duraderas, y
justicia. Mejor es mi fruto que el oro, y que el oro refinado; y mi rédito
mejor que la plata escogida. Por vereda de justicia guiaré, por en medio
de sendas de juicio, para hacer que los que me aman tengan su heredad,
y que yo llene sus tesoros.” (Proverbios 8:17-21).

LUEGO, es parte de una gran bendición que Dios no sólo me perdone,


sino que obre en mi vida enderezando todo lo torcido, lo equivocado y lo
mal estructurado en mi persona, hasta que “yo pueda decir: EL JUSTO
por la fe vivirá en victoria y abundancia”.

Para que esto suceda, Dios va a operar en mí a través de juicios de


misericordia, estos son todas aquellas circunstancias, palabras que Él
habla a nuestras vidas, sueños, visiones, experiencias, que nos
permiten VER nuestros errores y enderezar nuestros caminos.

La obra poderosa de Dios en nuestras vidas va a ocasionar que seamos


establecidos como JUSTOS sobre la tierra con todos los privilegios que
ellos implica: “Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron
a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por
heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que
padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y
os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos;
porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué
será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y
hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad
asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y
se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos
los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,

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para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos.” (Mateo 5:1-16).

En el caminar que ya tenemos en la vida cristiana, podemos afirmar


que existe una diferencia entre SER DECLARADO JUSTO, por la gracia
y el sacrificio de Cristo, cuando nos convertimos a Él, y ser
ESTABLECIDOS, PERFECCIONADOS EN JUSTICIA, durante toda
nuestra vida, y en camino de ir al Cielo.

Las bendiciones, la honra y las riquezas, y aún la posición de servicio,


liderazgo y gobierno que obtengamos en Su Reino, no viene como
raudal del Cielo, tras nuestra conversión y tras nuestro bautizo; sino
que viene en la medida en que SOMOS ARRAIGADOS Y CIMENTADOS
EN LA JUSTICIA.

El rey David entendió claramente este fundamento, y sabía que sus


victorias dependían de que la Justicia de Dios se estableciese sobre él:
“Levántate, oh Jehová, en tu ira; álzate en contra de la furia de mis
angustiadores, y despierta en favor mío el juicio que mandaste… Jehová
juzgará a los pueblos; júzgame, oh Jehová, conforme a mi justicia, y
conforme a mi integridad. Fenezca ahora la maldad de los inicuos, mas
establece tú al justo; porque el Dios justo prueba la mente y el corazón.”
(Salmo 7:6,8 y 9).

Él, también entendía que los juicios de Dios eran dulces y maravillosos,
porque le acercaban más a su amado Señor. Cuando se ama a Dios con
todo el corazón y con todas las fuerzas, todo lo que estorbe nuestra
comunión con Él, nos parece un terrible obstáculo, y anhelamos que
SEA QUITADO lo antes posible. Ya no podemos ser insensibles a la
influencia de la iniquidad.

Hay cosas de las que somos conscientes y otras que están arraigadas,
mimetizadas, consentidas, aceptadas, camufladas y escondidas en
nuestro ser interior que necesitamos que nos sean reveladas, y
necesitamos el justo juicio de Dios, para que esas fuerzas del mal, no
atraigan maldiciones y ruina a nuestra vida.

“Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el


precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es
limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad,
todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro
afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal.” (Salmo
19:8-10).

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Dios nos habla a través del profeta Malaquías, de cómo Él anhela
sentarse a afinarnos, santificarnos, justificarnos, volvernos a Su
voluntad con todo Su amor. El Señor quiere hacer una obra perfecta en
todos nosotros y para eso es necesario LAVARNOS Y PULIRNOS: “¿Y
quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie
cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como
jabón de lavadores. 3Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque
limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y
traerán a Jehová ofrenda en justicia.” (Malaquías 3:2-3).

La tribu de Leví (recuerde que fue la única tribu que no se prostituyó


espiritualmente en el desierto, al negarse a adorar un ídolo, como el
becerro de oro), representa el sacerdocio de Su Casa; gente que puede
ministrarle y servirle. Los sacerdotes santos hemos sido constituidos
por Jesús, como: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes
de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que
en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que
en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis
alcanzado misericordia. Amados, yo os ruego como a extranjeros y
peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra
el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles;
para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores,
glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras
buenas obras.” (1ra Pedro 2:9-11).

El hecho de que en este tiempo final Él se sienta a afinar, nos habla de


una obra cuidadosa, llena de dedicación y amor. Dios quiere
purificarnos de esta manera; pero no todos tienen el amor y la
mansedumbre necesarios para dejarse tratar así: “Finalmente, sed
todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente,
misericordiosos, amigables; o devolviendo mal por mal, ni maldición por
maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis
llamados para que heredaseis bendición. Porque:

El que quiere amar la vida


Y ver días buenos,
Refrene su lengua de mal,
Y sus labios no hablen engaño;
Apártese del mal, y haga el bien;
Busque la paz, y sígala.
Porque los ojos del Señor están sobre los justos,
Y sus oídos atentos a sus oraciones;
Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.

¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?


Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia,
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bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni
os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y
estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay
en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de

vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian


vuestra buena conducta en Cristo. Porque mejor es que padezcáis
haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el
mal.” (1ra Pedro 3:8-17).

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido,


como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois
participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la
revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por
el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de
Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es
blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de
vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por
entremeterse en lo ajeno; 16pero si alguno padece como cristiano, no se
avergüence, sino glorifique a Dios por ello. Porque es tiempo de que el
juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros,
¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si
el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el
pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios,
encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.” (1ra Pedro
4:12-19).

A otros, Dios tiene que disciplinar, como un Padre que corrige a sus
hijos: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo
contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se
os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni
desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama,
disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina,
Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no
disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido
participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos
a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos.
¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y
viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como
a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que
participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al
presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da
fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados.”
(Hebreos 12:4-11), y por Su misericordia y propósito último para
nuestras vidas, a otros tendrá que aplicar castigo para enderezar
nuestros caminos y salvarnos de la muerte.
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Aún el amor de Cristo por Su Iglesia, pasa por ese proceso de juicio,
justicia y edificación: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como
Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra, a fin de

presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni


arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así
también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos
cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie
aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como
también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su
carne y de sus huesos. Por esto dejará el hombre a su padre y a su
madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es
este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.”
(Efesios 5:25-32).

Es imposible tener las bendiciones del Reino de Dios y el carácter de


Cristo y participar de Su Gloria SIN QUE EL SEÑOR NO TRATE O
JUZGUE NUESTRA INIQUIDAD, de tal manera que toda la estructura
de nuestro comportamiento y de nuestros pensamientos, y aún en
nuestras entrañas y tuétanos, opere bajo la Justicia de Dios, para que
LOS FRUTOS DE LA JUSTICIA, junto con las promesas y bendiciones
de Dios, se manifiesten en nosotros. Una nueva etapa nos espera en la
vida cristiana, llena de alegrías, fruto y victoria en Cristo Jesús, para
nosotros, para aquellos que evangelicemos, consolidemos y
discipulemos.

¡Gloria a Dios, por sus justos juicios! ¡Y por habernos JUSTIFICADO


por la fe en Jesús¡

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