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EE. UU.

en Latinoamérica
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Fernando Arancón July 29, 2013

EE. UU. en Latinoamérica

Desde el siglo XIX la región latinoamericana ha visto numerosas injerencias por parte de
Estados Unidos. Desde motivaciones económicas hasta intereses geopolíticos,
analizamos los porqués del intervencionismo estadounidense en su llamado "patio
trasero".

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No es ninguna novedad decir que durante muchos años Estados Unidos ha sido una
potencia a nivel global, tanto militar como económicamente. Este alcance global de su
poder ha hecho que a menudo quisiese influir en países o regiones que ellos consideraban
claves para mantener su presencia a lo largo del planeta. América Latina fue, casi desde el
primer momento, uno de los primeros territorios donde exportar esa influencia. Así, como
veremos, la presencia histórica de Estados Unidos en Latinoamérica es una colección de
oligopolios empresariales, intervenciones armadas, golpes de estado, avalanchas de
dólares y bombardeos propagandísticos.

Monroe pone la primera piedra


En el año 1823, el presidente de los EEUU James Monroe enunció la frase “América para
los americanos”. Esta frase, muy lejos del significado xenófobo que alguna vez se le ha
dado, era el pistoletazo de salida de la llamada Doctrina Monroe y del panamericanismo.
Las cuatro palabras de Monroe venían a decir que los estados europeos no tenían derecho
a intervenir en los asuntos americanos ni en los países que se estaban independizando en
aquellos años o que se acababan de independizar, como todos los surgidos en
Latinoamérica en los primeros veinticinco años del siglo XIX independizados de España.
Sin embargo, durante muchos años, la frase de Monroe se convirtió más bien en un
“América para los norteamericanos”.

Estas intenciones de aislamiento estadounidense se mantuvieron hasta 1941, cuando su


entrada en la Segunda Guerra Mundial les hizo ver el inmenso poder que podían desarrollar
e imponer tras el término de esta. Pero entonces, en 1823, Estados Unidos era una
potencia de segunda con un ejército de tercera. Por aquellos años el panamericanismo era
todavía más una idea que una realidad.

La fallera de l’oncle Sam. Viñeta de Manuel Moliné criticando la política de EE.UU hacia Cuba. Fuente: Wikipedia.

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Sin duda, el potencial de Estados Unidos fue aumentando conforme su expansión al oeste
fue sucediendo, ya que como podemos ver, los Estados Unidos de principios del siglo XIX
eran un 30% de lo que son hoy en día a nivel territorial, además de estar concentrada la
mayoría de la población y de la actividad económica en la costa este. No pasó igual con los
países latinoamericanos, herederos de una estructura social colonial elitista, con gobiernos
inestables y con un distanciamiento entre la sociedad rural y la urbana considerable. Poco
a poco se fue creando más espacio entre el poder creciente de los Estados Unidos y el
cada vez más débil poder de los países latinoamericanos.

Cuando los Estados Unidos consiguieron una expansión y un desarrollo económico-


industrial aceptable a mediados del siglo XIX – que es un periodo que abarca entre 1840 a
1870 aproximadamente – , desarrollaron una política exterior agresiva en las zonas del
continente más próximas y una actitud paternalista y protectora en las zonas más alejadas
de sus fronteras, como América del Sur. Con este cambio de actitud se vio rápidamente
que aunque Estados Unidos no era ninguna potencia militar (todavía), consiguió vencer
rápidamente a México (1846-1848) y anexionó a la Unión los territorios que ahora son los
estados de California, Nevada, Arizona, Nuevo México, Utah, Texas y parte de Colorado.
Este mismo potencial industrial, económico y militar, también fue desplegado contra
España en 1898, momento en el que se evidenció a nivel global el notable poder que habían
conseguido los estadounidenses en poco más de un siglo.

La primera mitad del siglo XX: paraguas estadounidense para


toda América
Sin duda, el siglo XIX había deparado distinta suerte a Estados Unidos y a la mayoría de
países latinoamericanos. Los primeros llegaban a 1900 con un potencial industrial enorme,
casi 90 millones de habitantes – lo que suponía muchísima mano de obra disponible – ,
grandes concentraciones de capital en manos de unas pocas pero gigantescas empresas y
unas fuerzas armadas profesionales y modernas, aunque no especialmente poderosas
respecto a los ejércitos europeos, pero abrumadoramente superiores respecto a los
ejércitos de los distintos estados latinoamericanos. En cambio, desde México a Chile,
todos los países habían sufrido terribles guerras de independencia, guerras civiles tras la
independencia, guerras entre estados por territorios, continuos golpes de estado
dictatoriales y profundas crisis económicas causadas por todo lo anterior. Esto, por
supuesto, había generado unas condiciones socioeconómicas internas deplorables, con
unas élites políticas y económicas corruptas y oligárquicas y el distanciamiento abismal
entre un mundo urbano comercial en lento proceso de industrialización y una sociedad
rural mayoritaria abandonada completamente y sin ninguna posibilidad de desarrollo.

Con este caos y estancamiento latinoamericano, ya en el siglo XIX Estados Unidos había
intervenido puntualmente en Uruguay (1858), Panamá y Nicaragua (1860), México (1876) y
Chile (1891). Es a partir de 1900 cuando Estados Unidos da el paso hacia delante, cuando
hace de América Latina lo que se ha llamado como su “patio trasero”.

En los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, los norteamericanos tienen un gran
expansionismo por el Caribe y Centroamérica. El poder político estadounidense en estas
zonas era bastante grande por las necesidades que tenían todos estos pequeños países
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del capital del norte y el comercio con ellos, por lo que en aquella época en la que todavía
los mercados eran muy proteccionistas, en Washington condicionaban la colaboración
económica a la influencia política. Así, en 1903 Cuba arrendó a Estados Unidos la zona de
la conocida base de Guantánamo; en 1910 se hace efectiva la creación de la Unión
Panamericana, antecesora de la actual Organización de Estados Americanos (OEA) y entre
1904 y 1914 desembarcaría y ocuparía durante algunos años Cuba, Nicaragua, Honduras y
Haití, a menudo para proteger a gobiernos favorables a la presencia de grandes empresas
estadounidenses.

La expansión de EE.UU desde 1803. Mapa de William R. Shepherd en 1923. Fuente: Wikipedia.

No podemos olvidar el gran proyecto estadounidense en Centroamérica de la época: el


canal de Panamá. Como Colombia – país al que pertenecía lo que hoy en día es Panamá –
no transigió con la construcción de un canal en el istmo de Panamá bajo jurisdicción
estadounidense, el gobierno de Washington forzó la independencia de Panamá de
Colombia para que estos, en agradecimiento por haberles otorgado la independencia,
dejasen construir a los norteamericanos el conocido canal. Así, en 1903 arrancan las obras
del canal por parte de EEUU – que en realidad era la continuación de unas obras de un
proyecto francés inacabado -, y once años después, en 1914, se inaugura. Dicho canal mas
una zona a ambas orillas sería territorio estadounidense hasta 1977, cuando se devolvieron
dichos terrenos adyacentes al estado panameño.

En las décadas sucesivas, especialmente en los años 20 y 30, las intervenciones


estadounidenses en los pequeños países centroamericanos y caribeños continuaron,
llegando a controlar dichos países entre las tropas allí desplegadas y las multinacionales
norteamericanas que operaban en el lugar. Empezaba a ser relativamente normal que los
presidentes o dictadores en aquella zona llegasen al poder gracias al beneplácito de
Estados Unidos, y aquel que no tenía el favor de Washington era a menudo destituido y
sustituido por uno afín.

Este tipo de intervenciones empezaron a ser menos habituales con el giro aislacionista de
Estados Unidos en el periodo de entreguerras en el marco de la Política de Buena Vecindad
de 1933 promovido por el presidente F.D.Roosevelt, pero no por ello el intervencionismo
terminó. De hecho, empezó a bajar hacia América del Sur, solo que en forma de capital. Lo
que posteriormente se llamaría “imperialismo del dólar”. Las grandes empresas
energéticas (Standard Oil Company), industriales (Ford) o alimentarias (United Fruit
Company) empezaron a invertir en países como Venezuela, Brasil o Chile, tejiendo poco a
poco esa red entre el poder económico y político que sería tan determinante en décadas
posteriores. Igualmente empezó un proceso en el que el dólar estadounidense sustituía las
monedas nacionales de cada país dada su fuerza y estabilidad, puesto que en los países
latinoamericanos las monedas nacionales eran débiles, muy penalizadas en el comercio
internacional y expuestas a una depreciación alta, por lo que de manera cada vez más
habitual empezó a usarse el dólar para hacer transacciones o pagar día a día. Esto
imprimió cierta estabilidad a las economías latinoamericanas, pero las hizo presas de las
decisiones de la Reserva Federal estadounidense y de la economía norteamericana en
general.

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Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939, Estados Unidos inicialmente se
declaró neutral y forzó a todos los gobiernos latinoamericanos a seguir dicha línea de
neutralidad, puesto que países como Argentina o Uruguay tenían ciertas simpatías con el
Eje. Y así se mantuvo esta postura – de neutralidad oficial, puesto que Estados Unidos
ayudaba a los Aliados antes de entrar en la guerra – hasta 1941, cuando el ataque japonés
a Pearl Harbor les obligó a entrar en el conflicto. Al cambiar de estatus en la confrontación,
también promovió que los países americanos siguiesen su línea. Bien por el poder
económico, político, o por acercarse a los norteamericanos, la totalidad de los países de
América Latina acabaron declarándole la guerra a Alemania en un momento u otro. De
hecho, gracias a esta situación “excepcional” de guerra, consiguió que muchos países
latinoamericanos permitiesen la construcción de bases estadounidenses, un condicionante
fundamental para el futuro de la región.

ARTÍCULO: Bases militares de EEUU en Latinoamérica

Cuando “izquierda” equivale a golpe de estado


La Segunda Guerra Mundial ha terminado y en pocos años empieza la Guerra Fría. La
estrategia inicial es contener a la URSS para que ni territorial ni políticamente se extienda, si
bien las élites dirigentes latinoamericanas todavía son absolutamente favorables a EEUU.
Esos posibles acercamientos a la Unión Soviética era algo que no podían consentir.

La primera maniobra es promover el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca


(TIAR), una alianza de carácter defensiva en la que la mayoría de países latinoamericanos
mas Estados Unidos estaban dentro – las ausencias más notables son las de México,
Cuba, Venezuela, Ecuador o Paraguay -. Con ella, los países signatarios se comprometían a
acudir en defensa de otro país miembro si este era atacado; el segundo movimiento es la
transformación de la comentada Unión Panamericana en la OEA con el fin de promover el
diálogo y la cooperación en la región, o lo que es lo mismo, un canal más por donde
Estados Unidos pueda controlar las decisiones de los países latinoamericanos.

A pesar de estas maniobras internacionales, en Washington no tardan en descubrir que las


pésimas condiciones sociales y económicas de muchos países latinoamericanos
fomentan la difusión de ideas comunistas y nacionalistas de izquierda, y algún que otro
gobierno, para evitar un estallido social, decide intervenir en la economía nacional. Estados
Unidos ve estos cambios de rumbo como algo inaceptable y peligroso para la estabilidad
regional, así que como ejemplo, en 1953 la CIA colabora en un golpe de estado en
Guatemala contra el presidente Arbenz, que había nacionalizado la poderosa Union Fruit
Company.

Es en 1959 cuando se produce un cambio fundamental en la situación regional que hace


que Estados Unidos “entre en shock”: la Revolución Cubana. A menos de 200 km de las
costas estadounidenses había triunfado una revolución socialista y que había formado un
estado bajo esas directrices. Lógicamente, una de las primeras acciones del gobierno de
Castro es nacionalizar empresas estadounidenses, en especial refinerías, y promover una
reforma agraria. Estados Unidos reacciona a esto con el embargo de azúcar – de las
exportaciones más importantes para la economía cubana – y en 1961 con el estrepitoso
fracaso del desembarco en Bahía de Cochinos, que no hizo otra cosa que acercar a Cuba a
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la URSS. Ante la posibilidad de que la opción armada podía no ser ya una solución para
todo, el gobierno del presidente Kennedy decide aplicar en América Latina la misma
premisa que se aplicó en Europa con el Plan Marshall: Si la devastación y las bajas
condiciones de vida hace que los países sean más propensos a acercarse a la URSS,
vamos a intentar mejorar esas calidades de vida con enormes cantidades de dinero para
que se alejen de la URSS. Así, en ese año de 1961 se ponía en marcha la Alianza para el
Progreso, un programa de desarrollo económico, político y social promovido por EEUU que
hasta su finalización en 1970 inyectaría 20.000 millones de dólares en todos los países
latinoamericanos excepto Cuba.

Los años setenta pasaron en


general de manera tranquila,
Fidel Castro y Ernesto Guevara fotografiados por Alberto Korda en 1961.
entendiendo tranquila como Fuente: Wikipedia.
golpes de estado en casi
todos los países
latinoamericanos, otros tantos intentos, algún conflicto entre estados, inflación, etc.
Durante estos años, los Estados Unidos apenas intervinieron, bien por la política de
distensión en el contexto de la Guerra Fría, bien por no haber necesidad especial de
intervenir. En esa época sólo tuvieron un episodio por el que intervenir y lo hicieron. En
1973, Estados Unidos promovió y la CIA colaboró activamente en el golpe de estado militar
que desalojó a Salvador Allende – presidente marxista – de la presidencia de Chile e
instauró la dictadura de Augusto Pinochet hasta 1990.

La década posterior, la de los años ochenta, sí fue especialmente conflictiva. A todos los
asuntos de inestabilidad política y económica se le añadió ahora la proliferación de
guerrillas y grupos paramilitares en numerosos países, de las cuales alguno que otro era
patrocinado por Estados Unidos para conseguir derrocar al gobierno de
izquierdas/marxista/socialista/comunista/prosoviético de turno y que no estuviesen
relacionados directamente con el golpe. Esta fue la estrategia de los gobiernos
republicanos estadounidenses en todo el planeta durante esta época – incluyendo armar a
los talibanes en Afganistán para que luchasen contra los soviéticos -. A este
intervencionismo de tipo político-estatal se le sumó la aparición de un nuevo problema en
América Latina que EEUU hizo frente rápidamente por las terribles consecuencias que
tenía en el interior de su país: el cultivo y producción de drogas en países como México,
Colombia, Perú o Bolivia.

Volviendo a las intervenciones, podemos destacar la intervención en Granada para apoyar


un golpe pro-occidental en 1983; la financiación y apoyo técnico y logístico a la “Contra”
nicaragüense entre 1982 y 1987, una guerrilla que luchaba contra el régimen sandinista que
gobernaba Nicaragua y la invasión de Panamá para derrocar al presidente Noriega en 1989.

Se acaba la Guerra Fría y Estados Unidos se queda sin juguete


El desmoronamiento del bloque comunista entre 1989 y 1991 hace que uno de los pilares
de la política exterior de Estados Unidos, la lucha contra el comunismo, ya no tenga
sentido. Su único enemigo comunista, Cuba, entra en una terrible crisis económica al no
disponer ya de la ayuda soviética, mientras que el bloqueo norteamericano a la isla sigue

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vigente. Así pues, ¿qué hacer con América Latina? Desde los años noventa en adelante,
casi todos los países eran ya democracias más o menos estables, con economías de
mercado en expansión y con ciertas perspectivas de futuro. Salvo en el asunto de la lucha
contra la droga, Estados Unidos cada vez era más irrelevante en la región. Además, gracias
a la estabilidad política y al crecimiento económico, los gobiernos del lugar tenían cada vez
más capacidad para oponerse a las decisiones o acciones de Estados Unidos si actuaban
de manera medianamente coordinada o conjunta, por lo que a Washington le costaba cada
vez más manejar los hilos latinoamericanos.

El poder político fue entonces sustituido por el económico. Con la adhesión de muchos
países latinoamericanos a la OMC y a sus procesos de regionalización en bloques, el
comercio entre ambas zonas fue poco a poco liberalizándose. Si a esto le sumamos el
progresivo desarrollo de una clase media con cierta capacidad de compra – que ni mucho
menos es equiparable ni en proporción ni en capacidad a la clase media europea o
norteamericana al haber aún tanta desigualdad – , la penetración de productos
norteamericanos en el mercado latinoamericano es cada vez mayor. Desde chocolatinas a
productos tecnológicos, apoyado todo ello en el marasmo artístico-comercial que llega
cada vez en mayor cantidad como música o películas y cadenas de distribución de todo
tipo – centros comerciales, tiendas de ropa, McDonalds/Burguer King – , el consumidor
medio latinoamericano se va poco a poco “norteamericanizando”, al hacer de sus
estándares de compra similares a los de un norteamericano.

Estados Unidos se ha percatado de que su relación con América Latina ya no puede ser la
misma que hace cincuenta años. Actualmente, dicha región posee uno de los poderosos
BRICS, Brasil, con un potencial económico destacable, y también hay que tomar en
consideración a México, que en unas décadas podría ser otro país a tener muy en cuenta
económicamente hablando. Así, la política exterior tan agresiva ya no se puede realizar,
por lo que desde Norteamérica deben elegir entre replegarse de los asuntos
latinoamericanos o saber que deben tratar en pie de igualdad.

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