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I. INTRODUCCIÓN
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DERECHO ADMINISTRATIVO • 120 AÑOS DE CÁTEDRA
Don Santiago Prado, profesor y Rector del Instituto Nacional, autor de Principios
elementales de Derecho Administrativo Chileno, Editorial Nacional, 1859, primera obra
nacional y sudamericana de Derecho Administrativo.
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DERECHO ADMINISTRATIVO SANCIONADOR: “¿SER O NO SER? HE AHÍ EL DILEMA”
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En este sentido: ROMÁN CORDERO, Cristian, “Los principios del Derecho
Administrativo Sancionador Chileno”, Revista de Derecho Público, Nº 69, I, pp. 24 ss.
NIETO, Alejandro, Derecho Administrativo Sancionador, Editorial Tecnos, 3ª edición,
Madrid 2002. ORENA DOMÍNGUEZ, Aitor, Infracciones y Sanciones Tributarias: un Estudio
Jurisprudencial, Servicio Editorial Universidad del País Vasco, Bilbao 2002. COBO
OLVERA, Tomás, El Procedimiento Administrativo Sancionador Tipo, Editorial Bosch
S.A. Barcelona 2001. MESEGUER YEBRA, Joaquín, La Tipicidad de las Infracciones en
el Procedimiento Administrativo Sancionador, Editorial Bosch S.A., Barcelona 2001.
PEMAN GAVÍN, Ignacio, El Sistema Sancionador Español. Hacia una Teoría General de
las Infracciones y Sanciones Administrativas, Editorial Cedecs, Barcelona 2000. DELLIS,
GEORGE, Droit Pénal et Droit Administratif. La influence des principes du droit penal sur
le droit administratif répressif, Libraire Générale de Droit et de Jurisprudence, París
1997. DE PALMA DEL TESO, Ángeles, El principio de culpabilidad en el Derecho Adminis-
trativo Sancionador, Editorial Tecnos, Madrid 1996. MESEGUER YEBRA, Joaquín, La
Tipicidad de las Infracciones en el Procedimiento Administrativo Sancionador, Editorial
Bosch S.A., Barcelona 2001.
2
Cfr. VILLEGAS BASAVILBASO, Benjamín, Derecho Administrativo, tomo I, Tipográ-
fica Editora Argentina, 1949, p. 49, quien ha planteado que “La primera expresión
del Derecho Administrativo en América Latina corresponde a Chile. En 1859 se
publicó en Santiago el libro: Principios Elementales de Derecho Administrativo Chileno,
adaptados a la enseñanza del ramo en el Instituto Nacional. Esta obra se atribuye a don
Santiago Prado”.
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La posición del mencionado autor puede observarse en el siguiente párrafo
extraído de su Principios Elementales de Derecho Administrativo: “La independencia de
la administracion estaria comprometida sino tuviese ninguna potestad coercitiva
o careciese absolutamente de facultades para exijir la fiel observancia de sus actos,
aplicando penas pecuniarias dentro de los límites de la simple corrección o por
vía de disciplina. El poder legislativo delega en la administracion esta parte de
funciones propias del órden judicial, a fin de robustecer su acción i completar su
existencia, reservando el conocimiento de las causas graves i de los delitos contra
la autoridad a los jueces competentes”. PRADO, Santiago, Principios Elementales de
Derecho Administrativo Chileno, Santiago 1859, p. 24.
4
En efecto, el artículo 501 del Código Penal señaló: “En las ordenanzas mu-
nicipales y en los reglamentos generales o particulares que dictare en lo sucesivo
la autoridad administrativa no se establecerán mayores penas que las señaladas en
este Libro, aun cuando hayan de imponerse en virtud de atribuciones gubernativas,
a no ser que se determine otra cosa por leyes especiales”.
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Este autor señaló al respecto que “la facultad de aplicar penas debe ser y es
constitucionalmente del resorte exclusivo del Poder Judicial”, agregando que “No
se concibe cómo un hecho al cual la ley no señala pena pudiera ser delito, y cómo
es posible que, señalándosela una ley especial, sólo porque ésta no tiene el nombre
o título de Código Penal, o sólo porque no forma parte de éste, ese hecho puede
ser castigado por otra autoridad que los Tribunales Ordinarios de Justicia. Según
este curioso sistema, el hecho prohibido y castigado por la ley era o no era delito,
tomando en cuenta solamente si esa ley formaba o no parte del Código Criminal,
según las palabras de nuestra Ley de Régimen Interior. ¿Es concebible absurdo
semejante?”. HUNEEUS, Jorge, La Constitución ante el Congreso, Imprenta Cervantes,
Santiago 1891, t. II, p. 234.
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Así, por ejemplo, un libro intitulado Derecho Administrativo, sin autor, de 1929,
señala en este sentido que “La potestad correctiva, como se ha dicho, se aplica a los
administrados cuando infringe alguna disposición administrativa. Esta potestad se
contiene en la ley, pero más generalmente en los reglamentos orgánicos y se le da
a la autoridad correspondiente y al jefe del servicio. Las correcciones no tienen el
caracter de pena. En primer lugar por su naturaleza misma y en segundo, porque,
como dijimos en otra ocasión, así lo establece el art. 20 del Código Penal. De eso se
deduce que las correcciones no producen el efecto que llevan aparejadas las penas,
como inhabilidad, etc. Las correcciones tienen un segundo carácter distintivo y es el
no poder constituir un castigo mayor que el del Código citado impone a las faltas,
salvo que la ley administrativa disponga otra cosa. Esto lo prescribe el art. 501 del
Código Penal”. Autor desconocido, Derecho Administrativo, 1929, p. 48.
7
Cfr. FUENTES H., M., Derecho Administrativo Penal, Editorial Universitaria,
Santiago 1954.
8
ARÓSTICA MALDONADO, Iván, “Un Lustro de Sanciones Administrativas (1988-
1992)”, en Revista de Derecho Público, Nº 50, p. 77.
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Monto ampliado a tal cantidad por la Ley Nº 19.613.
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Sostiene al respecto Aróstica que “Resulta verdaderamente paradojal com-
probar que mientras se viene abogando por el ‘fin del estatismo’, esto es, por el
término o al menos la reducción de omnímodos poderes en manos de la Adminis-
tración, en aras de concretar el justo equilibrio que entre éstos y los derechos de
los ciudadanos requiere una sociedad verdaderamente libre, no se ha reparado
mientes en la conservación e incluso aumento que han experimentado sus po-
testades sancionadoras con respecto a esos particulares”. ARÓSTICA MALDONADO,
Iván, op. cit., p. 71.
11
Vid. LUHMANN, Niklas, Soziale Systeme. Grundiss einer allgemainer Theorie
(Frankfurt 1984). HABERMAS, Jürgen, Facticidad y Validez (Madrid, Editorial Trotta,
1998).
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En este sentido Esteve Pardo ha planteado que “en los últimos tiempos se
han formado en el seno de la sociedad, al margen del Estado, unos poderes formi-
dables, como no se habían conocido hasta ahora. Las fuerzas de la economía han
abierto circuitos y formado organizaciones de muy difícil control por el Estado al
que, por lo demás, llegan a conmocionar con sus movimientos. Por otro lado, el
impulso tecnológico, al avanzar de manera tan trepidante y por tan diversos frentes,
ha configurado unos espacios que, por su complejidad y su extensión, resultan con
mucha frecuencia impenetrable para los poderes públicos. Unas organizaciones al
margen de las estructuras estatales tienden a imponer su dominio en esos ámbitos:
las telecomunicaciones, la biotecnología, la energía, la industria, los medios de
comunicación; y, en no pocos casos, ese poder ni tan sólo se nuclea o articula en
torno a una organización visible, sino que parece brotar súbitamente, desbordado,
al extenderse una tecnología, como es el caso de internet, o al estallar un enigma
de la ciencia como ocurre ahora con el genoma humano. Así es como estos poderes
se constituyen y desenvuelven en muy buena medida al margen de la regulación
e intervención de los poderes públicos estatales por la sencilla razón de que les
resultan inaccesibles y, por ello, incontrolables” ESTEVE PARDO, José, Autorregulación.
Génesis y efectos, Editorial Civitas, Madrid 2002, pp. 21-22.
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Vid. BECK, Ulrick, La Sociedad del Riesgo, Editorial Paidós, Barcelona 1998.
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En este sentido Esteve Pardo ha expresado: “En cualquier caso, es ya historia
la sujeción a normas jurídicas de los poderes públicos lo que, como es notorio,
constituye el objetivo y la razón del ser del Estado de Derecho en el que estamos
instalados. La paradoja está hoy en el problema que a ese Estado de Derecho se
le plantea: no se trata ya del sometimiento a Derecho del propio Estado, sino del
sometimiento a Derecho de la sociedad o de algunos formidables poderes que
en ella se han formado”. ESTEVE PARDO, José, op. cit., p. 24. Asimismo, Cantero
Martínez ha señalado: “Por otra parte, hemos de tener en cuenta que el propio
surgimiento del Derecho Administrativo se ha explicado tradicionalmente en la
necesidad de dotar también a los ciudadanos de ciertas garantías ante el ejercicio de
estas potestades (los privilegios en más y en menos de los que hablaba Rivero). Por
ello, ante este nuevo fenómeno, no es de extrañar que algunos autores comiencen
a plantearse la necesidad de reorientar o redimensionar el tradicional carácter
garantista del Derecho Administrativo, que se ha articulado clásicamente en torno
al establecimiento de las garantías necesarias frente al ejercicio del poder público
en la búsqueda por la satisfacción de los intereses generales. En el momento pre-
sente, no obstante, el recurso a la autorregulación pone de manifiesto que ahora
es en la propia sociedad, en los sujetos privados y no en los poderes públicos donde
empiezan a residenciarse básicamente los más reveladores poderes económicos,
tecnológicos, científicos, de comunicación e información, por lo que podríamos
plantearnos hasta qué punto no empezaría a ser conveniente establecer esos mismos
límites, esas mismas o semejantes garantías para los ciudadanos ante los nuevos
sujetos que detentan estos formidables poderes”. CANTERO MARTÍNEZ, Josefa, La
incidencia de la técnica y de las transformaciones sociales en el Derecho Administrativo: el
recurso de la denominada “autorregulación regulada”, en PUNZÓN MORALEDA, Jesús
(coordinador), Administraciones Públicas y Nuevas Tecnologías (Valladolid, Editorial
Lex Nova, 2005), pp. 340-342.
15
NIETO GARCÍA, Alejandro, “Recensión al libro de Esteve Pardo: Autorregu-
lación. Génesis y efectos”, en Revista de Administración Pública 160 (2003), p. 429.
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MENDOZA ZÚÑIGA, Ramiro, “Sanción administrativa: Análisis a la luz de las ga-
rantías constitucionales”, en La Semana Jurídica del 1 al 7 de noviembre de 2004.
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En este sentido, Sergio Politoff ha señalado que “Los abusos a que tales
medidas –sanciones administrativas– pueden conducir, explica los graves reparos
que suscita su utilización, sobre todo cuando ella quebranta los criterios de respeto
de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona que deben servir
de freno a los excesos del poder político. Sin embargo “si se quiere realmente
un auténtico Estado de Derecho democrático”, la aplicación de esas facultades
–limitada a los casos permitidos por la Constitución– deberá responder de una
necesidad ineludible y sujetarse a los criterios de moderación, proporcionalidad
y subsidiariedad”. POLITOFF LIFSCHITZ, Sergio, Derecho Penal, Editorial Jurídica
Conosur, pp. 37 y 38.
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Ya en 1960, Eduardo Novoa Monreal planteaba, describiendo este cre-
cimiento inorgánico de las potestades sancionadoras, que “La proliferación
actual de leyes penales administrativas y la mayor gravedad que gradualmente
van asumiendo las sanciones que ellas establecen (las leyes sobre Pesca y Caza
establecen penas privativas de libertad), hace aconsejable que el legislador se
preocupe de rodear a la aplicación del Derecho Penal Administrativo de ga-
rantías semejantes a las que están incorporadas al Derecho Penal, como forma
adecuada para mantener el respeto por la dignidad y los derechos del hombre”.
NOVOA MONREAL, Eduardo, Derecho Penal, Editorial Jurídica de Chile, Santiago
1960, tomo I, p. 74.
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Sobre esta ausencia de principios que uniformen en ejercicio de las potes-
tades sancionadoras por parte de la Administración y las diferencias entre sujetos
que son objeto de persecución administrativa, Feliú de Ortúzar ha afirmado que
“En el ordenamiento jurídico chileno no existe una legislación general aplicable
a todos los servicios públicos fiscalizadores que establezca las facultades que ellos
poseen para controlar el cumplimiento de las normas que les son aplicables. Por
cierto, tampoco, las condiciones que se deben cumplir para que puedan aplicar
sanciones a las personas fiscalizadas. Solamente hay reglas generales en algunas
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Sobre las diferencias entre quienes son objeto de persecución administra-
tiva y quienes lo son de persecución penal, S.E. el Presidente de la República en el
Mensaje del Proyecto de Ley de Bases de Procedimientos Administrativos Sancio-
nadores, el cual lamentablemente fue retirado, manifestó que para evitar aquello
es menester aplicar al Derecho Administrativo Sancionador los mismos principios
penales aunque de manera matizada: “La aplicación de los principios penales se
justifica únicamente, entonces, por la necesidad de garantizar los derechos fun-
damentales del ciudadano en un mínimo suficiente que impida una desigualdad
intolerable de trato entre el afecto a un proceso penal y el que es objeto de un
procedimiento administrativo”.
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En efecto, García de Enterría sostiene que “es evidente que estas declara-
ciones de nuestros textos constitucionales –los que reservan los asuntos penales a
los Tribunales de Justicia (nota nuestra) están aludiendo a un concepto material
de pena, no puede admitirse la licitud de un fácil regateo de la imperatividad de
estos textos por el argumento puramente formalista de que las sanciones que admi-
nistra o define la Administración no son verdaderas penas, sino que son sanciones
administrativas y que las conductas sancionadas no son delito, sino unas infrac-
ciones. Esta, naturalmente, no es una justificación, es un posterius. Es un posterius
para explicar precisamente la alusión de un texto de la ley que justamente por su
carácter constitucional no puede tener más que un sentido perfectamente inequí-
voco”. GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo,“Consideraciones jurídico-administrativas sobre
las jurisdicciones punitivas especiales”. Conferencia pronunciada en el Círculo de Estudios
Jurídicos de Madrid, 1970, citada por PARADA VÁSQUEZ, Ramón, El poder sancionador
de la Administración y la crisis del sistema judicial penal, pp. 41 y ss.
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Aróstica Maldonado ha planteado que “De esta forma, perfectamente puede
concluirse que la potestad sancionadora administrativa es totalmente inconstitucional,
ya que la facultad de imponer penas y sanciones por contravenciones a la norma-
tiva vigente le corresponde exclusivamente a los únicos órganos jurisdiccionales:
los Tribunales de Justicia, por expresa disposición del inciso cuarto del Nº 3 del
artículo 19 y del art. 73, ambos de la Constitución”. ARÓSTICA MALDONADO, Iván,
“Algunos problemas del Derecho Administrativo Penal”, RDUCo Nº 182 (1987),
pp. 71-81..
23
Por su parte, Soto Kloss ha planteado que “si sancionar es juzgar, y si para
juzgar se requiere estar habilitado jurídicamente por la Constitución y el ordena-
miento constitucional, y ello en Chile se ha entregado a los tribunales de justicia, y
más encima ello debe hacerse a través del debido procedimiento (racional y justo),
no parece sino elemental el preguntarse ¿cómo, entonces, el administrador –sea el
Presidente de la República, un jefe de servicio, un intendente, etc.– puede imponer
sanciones administrativas, sean multas, sean comisos, sean clausuras de locales,
sean retiros de actos autorizatorios, sean conductas determinadas, etc. si carece
constitucionalmente de jurisdicción? Si el Presidente de la República carece de
toda potestad jurisdiccional, y para ordenar detenciones la Constitución ha debido
regular expresamente tal posibilidad, y para el caso del estado de sitio ¿cómo es que
la Administración que le está subordinada puede imponer sanciones? Porque es
una realidad que día a día la Administración impone castigos, no sólo a sus agentes
(funcionarios), sino a los simples ciudadanos, a los usuarios de servicios públicos,
a quienes contratan con ella, a quienes son beneficiarios de una autorización, de
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NIETO, Alejandro, op. cit., p. 82.
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En este sentido, Carretero y Carretero, han sostenido que “Los confines entre
la competencia judicial y administrativa son históricos, y si bien el fondo de la cues-
tión puede ser penal, cuando median consideraciones de eficacia y de oportunidad,
la competencia judicial exclusiva para imponer siempre y en todo caso sanciones
resultaría inapropiada. Si, en principio, la determinación de las penas es judicial, en
otras ocasiones la potestad jurisdiccional del Estado, en sentido punitivo, se atribuye
a la Administración como medio de coacción para obtener el cumplimiento de los
deberes de los administrados” (CARRETERO PÉREZ, A. y CARRETERO SÁNCHEZ, Derecho
Administrativo Sancionador, Edersa, Madrid 1992, p. 15). Del mismo modo, Villar
Ezcurra ha planteado que “Históricamente ha sido siempre consustancial al poder
público el reconocimiento de la facultad para imponer sanciones como consecuencia
de la infracción de las obligaciones o prohibiciones impuestas por el mismo poder.
Se trata, simplemente, de una consecuencia lógica ya que si la facultad no existiese
no podía garantizarse el cumplimiento de tales obligaciones o prohibiciones. En
esencia este es el fundamento de la potestad sancionadora pero con matizaciones
muy importantes a partir del constitucionalismo e implantación del Estado de De-
recho. En primer lugar, que la utilización de la coacción corresponde en esencia
a los Tribunales de Justicia, con lo cual la potestad sancionadora de la Administra-
ción sólo podrá ser concebida como algo residual. En segundo término que, como
toda potestad, debe estar reconocida por una norma y sometida en su ejercicio al
Derecho” (VILLAR EZCURRA, José Luis, Derecho Administrativo Especial, Editorial Ci-
vitas, Madrid 1999, p. 87). Igualmente, Ángeles de Palma del Teso ha establecido:
“Parece, por tanto, que no podemos dejar de reconocer que la finalidad última del
Derecho punitivo –prevenir la lesión o puesta en peligro de los bienes jurídicos que
la sociedad ha decidido proteger– se alcanza de forma más efectiva, dotando de
potestad sancionadora a la Administración. Este es el instrumento a través del cual
el Gobierno ejerce su función ejecutiva. A la Administración interventora, propia
de un Estado Social, se le han de reconocer potestades para ordenar y gestionar
determinados ámbitos de la vida; y un cumplimiento eficaz de estas funciones pasa
por depositar en sus manos una parte del poder punitivo del Estado. Teniendo en
cuenta, además, la mayor inmediación de la Administración, en estos casos, con los
hechos sancionados” (DE PALMA DEL TESO, Ángeles, op. cit., p. 37).
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El Tribunal Constitucional español ha planteado, en este sentido, que
“No cabe duda que en un sistema en que rigiera de manera estricta y sin fisuras
la división de poderes del Estado, la potestad sancionadora debería constituir un
monopolio judicial y no podría estar nunca en manos de la Administración, pero
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NIETO, Alejandro, op. cit., p. 84.
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Das Verwaltungstrafacht, Berlín 1902.
29
GARRIDO FALLA, Fernando, “Los medios de policía y la teoría de las sanciones
administrativas”, Revista de Administración Pública Nº 28 (1959), pp. 11 y ss.
30
MONTORO, La infracción administrativa: características, manifestaciones y sanción,
Barcelona 1965.
31
VILLAR PALASÍ, J. L., “Poder de Policía y precio justo. El problema de la tasa
de mercado”. Revista de Administración Pública Nº 16, p. 28.
32
CID MOLINE, J., “Garantías y sanciones. (Argumentos contra la tesis de la
identidad de garantías entre las sanciones punitivas)”, Revista de Administración
Pública Nº 140, pp. 141 y ss.
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STS, 13 marzo de 1985.
34
MAYER, Otto, Derecho Administrativo Alemán, t. II, traducción de Horacio
Heredia y Ernesto Krotoschin, Bs. As. 1950, pp. 86 y ss.
35
ZANOBINI, Le sanzioni amministrative, Torino 1924, pp. 35 y ss.
36
MERKL, Adolfo, Teoría General del Derecho Administrativo, Madrid 1935.
37
MARIENHOFF, Miguel, Tratado de Derecho Administrativo, tomo 3-A, Bs. As.
1978, pp. 579 y ss.
38
SAYAGUÉS LASO, Enrique, Tratado de Derecho Administrativo, tomo I, Monte-
video 1963, pp. 427 y ss.
39
GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús, Comentarios a la Ley de Orden Público, Madrid 1971.
40
MARTÍN-RETORTILLO, Multas administrativas, RAP Nº 79 (1976), pp. 9 y ss.
41
CEREZO, Mir, J., Curso de Derecho Penal Español. Parte General, 2ª edición,
Tecnos, Madrid 1981, p. 49.
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AFTALIÓN. E., Derecho Penal Administrativo, Ed. Arayú, Bs. As. (1955),
p. 237.
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En efecto, ésta pareciera ser la tesis del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos, del Consejo de Europa, conforme se desprende en la sentencia de
21-2-1984, recaída en el caso Oztürk, en el cual se sostuvo que el Convenio no
impide que cada Estado pueda elegir entre el uso de la potestad penal (judicial)
y la sancionadora (administrativa), sin que la calificación del ilícito como delito o
infracción sea decisiva al respecto, para evitar que al socaire de tal opción puedan
eludirse las garantías penales. El concepto de “materia penal” –según el Tribu-
nal– está dotado de autonomía y en su virtud hay que atender con preferencia a
la verdadera naturaleza de la contravención conectada por supuesto a la sanción
que se le asigne. El Derecho Penal y el Administrativo, en ese aspecto, no son
compartimentos y, por ello, la despenalización de conductas para tipificarlas como
infracciones, cuya naturaleza intrínseca es la misma, no puede menoscabar los
derechos fundamentales o humanos del imputado acusado (en este caso, el de la
asistencia gratuita por un intérprete con ocasión de una falta de tráfico cometida
en Alemania por un ciudadano turco). Cfr. RUBIO DE CASAS, “Potestad sancionadora
de la Administración y garantías del administrado. Comentario a la sentencia del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 21 de febrero de 1984; el caso Otztürk”,
Revista Administración Pública Nº 104, (1984), pp. 375 y ss.
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primero, aunque algunos precisan que esa aplicación sólo puede ser
de forma matizada. Han utilizado este argumento para aplicar los
principios penales al Derecho Administrativo Sancionador, la juris-
prudencia judicial y constitucional española, y buena parte de nuestra
doctrina y jurisprudencia administrativa, judicial y constitucional.
44
NIETO, Alejandro, op. cit., p. 128.
45
ZANOBINI, Guido, op. cit., pp. 12 y 13.
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PEMAN GAVÍN, Ignacio, op. cit., p. 27.
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Respecto del ius puniendi sostiene Nieto: “El enorme éxito de tal postura
–elevada ya a la categoría de dogma incuestionable– se debe en parte a razones
ideológicas, ya que así se atempera el rechazo que suelen producir las actuaciones
sancionadoras de la Administración, de corte autoritario, y, en parte, a razones
técnicas, en cuanto que gracias a este entronque con el Derecho Público estatal se
proporciona al Derecho Administrativo Sancionador un soporte conceptual y ope-
rativo del que antes carecía”. Y en el mismo sentido que nosotros, agrega: “Porque
una vez integrada la potestad sancionadora de la Administración en el ius puniendi
del Estado, lo lógico sería que aquélla se nutriera de la sustancia de la potestad
matriz, y, sin embargo, no sucede así, sino que la potestad administrativa a quienes
realmente se quiere subordinar es a la actividad de los tribunales penales y de donde
se quiere nutrir al Derecho Administrativo Sancionador es del Derecho Penal, y no
del Derecho público estatal”. NIETO GARCÍA, Alejandro, op. cit., p. 221.
48
En este sentido, Nieto ha planteado que “Aquí hay, por tanto, una sustitución
ilegítima que importa denunciar, y en su caso corregir, para terminar asumiendo
todas las consecuencias del dogma. Imagínese, en efecto, lo que sucedería si fuera
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Plantea Nieto en este sentido que “Las garantías del inculpado son cier-
tamente irrenunciables; pero ya no es tan cierto que tengan que proceder del
Derecho Penal, puesto que el Derecho Público estatal y el Derecho Administrativo
están perfectamente capacitados para crear un sistema idóneo propio. Otra cosa
es que hasta ahora no lo hayan hecho y que, en consecuencia, para remediar esta
ausencia, haya habido, de forma provisional y urgente, que tomar a préstamo las
técnicas garantistas del Derecho Penal, pero a conciencia de que no son siempre
adecuadas al Derecho Administrativo Sancionador”. NIETO, Alejandro, op. cit.,
pp. 22 y 23.
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En efecto, Sanz Gandaesegui ha planteado que “sin entrar por el momento a
valorar la oportunidad de introducir en la norma fundamental referencias expresas a
la potestad sancionadora de la Administración, es comprensible que el constituyente
quisiera que fuera la misma Constitución la que estableciera los límites a los que, en
adelante debiera sujetarse, con ánimo de rectificar el ordenamiento vigente en aquello
que fuera incorrecto y que estableciera las líneas para el desarrollo futuro. Responde
así la Constitución a los deseos generalizados de la doctrina y de la sociedad de poner
un freno de reaccionar ante los excesos cometidos con anterioridad, sobre todo en
aquellas materias –orden público, principalmente– donde la Administración sancio-
naba arbitrariamente con escasa sujeción a límites”. SANZ GANDAESEGUI, La potestad
sancionadora de la Administración. La Constitución Española y el Tribunal Constitucional,
Edersa, 1985, p. 34. Del mismo modo, Suay Rincón ha señalado que “A primera vista,
el artículo se limita a proclamar el principio de la legalidad en materia sancionatoria.
Algo, sin embargo, llama la atención desde el primer instante, y es que la sanción
penal y la sanción administrativa reciben exactamente la misma consideración del
constituyente, lo que nos lleva directamente a pensar que en la mente de éste está
la idea de asimilar las sanciones administrativas a las penales, de hacer participar a
aquélla de la esencia punitiva de éstas. El constituyente, puede decirse, ha tomado
partido por una de las opciones posibles”. SUAY RINCÓN, op. cit., p. 211.
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STC Nº 18/1981. Otras sentencias en el mismo sentido: “Importante es
destacar la cautela con la que conviene operar cuando de trasladar garantías cons-
titucionales extraídas del orden penal al derecho sancionador administrativo se
trata, por lo que ‘la recepción de los principios constitucionales del orden penal
por el Derecho Administrativo Sancionador no puede hacerse mecánicamente y sin
matices, esto es, sin ponderar los aspectos que diferencien a uno u otro sector del
ordenamiento jurídico’” (STC 76/1990, de 26 de abril (FJ4) o STC 22/1990, de 15
de febrero (FJ4)). Otra sentencia ha señalado: “dado que ambos son manifestaciones
del ordenamiento punitivo del Estado, no lo es menos que también hemos aludido
a la cautela con la que conviene operar cuando de trasladar garantías constitucio-
nales extraídas del orden penal al Derecho Administrativo Sancionador se trata.
Esta operación no puede hacerse de modo automática, porque la aplicación de
dichas garantías al procedimiento administrativo sólo es posible en la medida en que
resulten compatibles con su naturaleza” (STC 246/1991, de 19 de diciembre).
52
A su vez el Tribunal Supremo ha planteado que “Efectivamente, en esta
decisión histórica, como así ha sido calificada, en este auténtico ‘leading case’, se
decía, con clara conciencia de su alcance, que ‘las contravenciones administrativas
no pueden ser aplicadas nunca de un modo mecánico, con arreglo a la simple
enunciación literal, ya que se integran en el supra-concepto del ilícito, cuya unidad
sustancial es compatible con la existencia de diversas manifestaciones fenoménicas,
entre las cuales se encuentran tanto el ilícito administrativo como penal’” (STS
7316/1998, de 8 de marzo, con cita a la sentencia de STS de 9-2-1972). Del mismo,
el Tribunal Supremo español: “la jurisprudencia tiene sentada la doctrina de que
la ausencia en el ordenamiento penal administrativo de una ‘parte general’ no
debe interpretarse como apoderamiento a la Administración para una aplicación
libre y arbitraria de sus facultades sancionadoras, por tratarse de una laguna que
ha de cubrirse con las técnicas propias del Derecho Penal ordinario, lo que obliga
a seguir unos mismos principios en una y otra esfera (STS 25/3/72 (Art. 1472)) y,
por lo tanto, a estar sujetos a las exigencias impuestas por los principios de tipici-
dad, antijuridicidad, culpabilidad e imputabilidad... la misma jurisprudencia, sin
embargo, se ha encargado de matizar ciertas diferencias entre el orden punitivo
ordinario y el administrativo, aludiendo a una atenuación del rigor del primero en
el segundo y a una mayor flexibilidad de éste (STS 25/3/72 (Ar. 1472)...”. Por su
parte, el Tribunal Supremo ya había declarado en la sentencia de 29 de septiembre
de 1980 (Art. 3463, Martín del Brigo y Marchán) “...los principios inspiradores del
orden penal son de aplicación, con ciertos matices, en el ámbito del Derecho Ad-
ministrativo Sancionador, dado que ambos son manifestaciones del ordenamiento
punitivo del Estado (...) es preciso recordar que ya desde la STC 18/1981, este
Tribunal ha señalado que las garantías procesales establecidas en el art. 24.2 CE
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53
QUINTERO OLIVARES, La autotutela, los límites al poder sancionador de la Admi-
nistración Pública y los principios inspiradores del Derecho Penal, RAP 126.
54
SUAY RINCÓN, Derecho Administrativo Sancionador. Perspectivas de Reforma,
p. 213.
55
Por su parte Orena Domínguez, de manera muy clara, ha sostenido que
“La mencionada existencia de ‘matices’ no debe hacer pensar que los principios y
garantías del ámbito penal se reciben a ‘beneficio de inventario’, sino que se debe
tener en cuenta que en la transportación de las técnicas penales nos encontramos
ante dos ramas jurídicas del ordenamiento punitivo ‘que difieren en función cons-
titucional, derechos y libertades que garantizan y competencia de los órganos que
los conforman’”. Como señala el TC “...aun tratándose de procesos sancionadores
su condición se mueve dentro del ámbito administrativo y no absorbible por penal,
que tiene otras características de mucha mayor entidad punitiva y consecuencias
personales graves. No hay que olvidar que el Derecho Administrativo tiene ca-
racteres propios, como el de la especialidad o el de la complementariedad, que
hacen que dentro de una disciplina, cada institución tenga y haya de mantener su
finalidad. Esto sin embargo no ha de significar que los principios que inspiran la
ciencia criminal no sean de aplicación en el Derecho Tributario sancionador, sino
que su aplicación ‘deberá hacerse teleológicamente’, ‘no se trata, por tanto, de una
aplicación literal’ ..., sino con el alcance que requiere la finalidad que justifica la
previsión constitucional. Ahora bien, si bien es verdad que el TC señaló la existen-
cia de matices, ‘que no excepciones’, en esa transposición de técnicas penales, lo
cierto es que no llegó a definirlos, surgiendo interrogantes en torno a cuáles son
129
DERECHO ADMINISTRATIVO • 120 AÑOS DE CÁTEDRA
esos matices, y cuáles son los derechos y garantías incorporales al ámbito adminis-
trativo, por lo que habrán de concretarse en cada caso concreto. La cuestión es
importante, porque se trata de ver si esos matices implican menor rigor y exigencia
de los principios penales en el ámbito del derecho sancionador administrativo o
bien y tan sólo una diferente forma de apreciar en lo administrativo los principios
penales, los cuales mantendrían pese a esa diferente forma de apreciación un mismo
nivel de exigencias”. ORENA DOMÍNGUEZ, Aitor, op. cit., p. 31.
56
En el mismo sentido Nieto ha planteado que “el Derecho Administrativo
Sancionador no debe ser construido con las materias y con las técnicas del Derecho
Penal sino desde el propio Derecho Administrativo, del que obviamente forma parte,
y desde la matriz constitucional y del Derecho Público estatal. Conste, sin embargo,
que esta confesada inspiración no es consecuencia de un prejuicio ideológico, no
mucho menos profesoral, sino resultado de haber constatado el fracaso de una
metología –la extensión de los principios del Derecho Penal– que ha demostrado
no ser certera desde el momento en que la traspolación automática es imposible y
130
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1. CONSTITUCIÓN DE 1925
que las matizaciones de adaptación son tan difíciles como inseguras, hasta tal punto
que el resultado final nada tiene que ver con los principios originarios, cuyo conte-
nido tiene que ser profundamente falseado. Para rectificar este fracaso no hay más
remedio que volver a empezar desde el principio y en el principio están, como he
repetido, la Constitución, el Derecho Público estatal y el Derecho Administrativo,
por este orden. En esta tarea la presencia del Derecho Penal es no ya sólo útil sino
imprescindible. El Derecho Penal ha de seguir operando, no obstante y en todo
caso, como punto de referencia, como pauta técnica y, sobre todo, como cota de
máxima de las garantías individuales que el Derecho Administrativo Sancionador
debe tener siempre presentes”. NIETO, Alejandro, op. cit., p. 28.
57
Así, por ejemplo, en fallo de inaplicabilidad de 31 de marzo de 1966 señaló
que “existe en verdad jurisprudencia ya establecida por esta Corte en el sentido
de que el vocablo ‘condenado’ de que se sirve el artículo 11 de la Constitución
Política, no significa por sí solo una condena por delito penal porque de diversos
artículos del Código Civil y del de Procedimiento Civil aparece que las expresiones
‘condenar’, ‘condenarse’ y otras análogas, se emplean en el sentido amplio com-
prensivo del hecho de imponerse a una persona una pena o sanción, sea de carácter
penal, civil o administrativo, cualquiera que sea la causa que la haga procedente,
por lo que no se comprende por qué la palabra ‘condenado’, sin otro calificativo,
puede limitarse en su alcance a la condena por delito penal, máxime cuando el
precepto de que se trata se refiere al hecho sobre que recae el juicio y ese hecho
puede revestir diversa naturaleza” (considerando 9º). Del mismo modo en un fallo
de inaplicabilidad de 12 de julio de 1966, se estableció que “como se ha dicho, el
mencionado precepto comprende la condenación de una persona por cualquier
hecho al que la ley sanciona con una pena, y la multa ... es una pena pecuniaria, y
esta calidad punitiva no se desnaturaliza por el hecho de que la sanción sea aplicada
administrativamente” (considerando 7º).
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2. CONSTITUCIÓN DE 1980
58
Actas Oficiales de la Comisión Constituyente. Sesión 113º, celebrada en jueves
10 de abril de 1975, pp. 7 y ss.
59
Y en este sentido, Evans de la Cuadra sostiene que “Todo el contenido de
los tres últimos incisos del Nº 3 que estamos relatando fue estudiado, en especial,
en la Sesión 113º, de 10 de abril de 1975, de la CENC. Es conveniente advertir que
allí se planteó, por los señores Ortúzar (p. 5), Silva (pp. 5 y 6) y Evans (p. 7), el que
los principios que están en los tres incisos que veremos debían aplicarse no sólo a
las sanciones penales sino a toda sanción de otra naturaleza, aplicada por los tribu-
nales o la Administración. Si bien esta tesis no se concretó en los preceptos finales
que veremos, ella confirma la tesis del Constituyente de exigir el sometimiento del
órgano que ejerce, permanente o accidentalmente, jurisdicción, a las reglas de un
racional y justo procedimiento, como ya lo indicamos previamente”. EVANS DE LA
CUADRA, Enrique, Los Derechos Fundamentales, Editorial Jurídica de Chile, Santiago
2002. EVANS ESPIÑEIRA, Eugenio, Derecho Eléctrico, Editorial LexisNexis, 1ª edición,
Santiago 2003. También en “Los tipos penales administrativos en la Ley Nº 38.410,
orgánica de la Superintendencia de Electricidad y Combustibles”, en Revista de De-
recho Administrativo Económico de Recursos Naturales, vol. III/Nº 3, octubre-diciembre
2001, pp. 637-858.
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3. DOCTRINA
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4. JURISPRUDENCIA JUDICIAL
5. JURISPRUDENCIA A DMINISTRATIVA
62
En efecto, este Dictamen en lo medular sostuvo lo siguiente:
“Puntualizado lo anterior, debe anotarse que, tal como lo han sostenido la
jurisprudencia de la Contraloría General en su Dictamen Nº 50.013 bis de 2000, y la
doctrina existente sobre la materia, la potestad disciplinaria es una manifestación de
la potestad sancionatoria del Estado, la que, a su vez, es junto a la potestad punitiva
penal, una de las manifestaciones del ius puniendi general del Estado, razón por la
cual ha entendido también que los principios del derecho penal son aplicables al
derecho sancionador disciplinario.
Como se manifestó en dicho dictamen, así lo reconocen numerosos autores,
entre los que se encuentra Miguel Sánchez Morón, según el cual “la doctrina y la
jurisprudencia, salvo excepciones, vienen insistiendo últimamente en que todas
las manifestaciones punitivas del Estado, incluidas las que confiere el derecho
disciplinario, tienen un fundamento común, se explican y justifican en virtud de
un mismo ius puniendi, de donde se deduce que les son aplicables grosso modo los
mismos principios y reglas, por lo general extraídas de la dogmática del derecho
penal” (Miguel SÁNCHEZ MORÓN, Derecho de la Función Pública, Editorial Tecnos S.A.,
Madrid 1996, p. 263). La misma tesis ha sido sostenida, entre otros, por Alejandro
NIETO, Derecho Administrativo Sancionador, Editorial Tecnos S.A. Madrid 1993, y Juan
J. ZORNOZA PÉREZ, Editorial Civitas S.A., Madrid, 1992.
En nuestro país, Enrique Cury Urzúa sostiene, a propósito de los ilícitos gu-
bernativos (administrativos), que la diferencia respecto de los penales es exclusiva-
mente cuantitativa. Entre ambos sólo puede hacerse una distinción de magnitudes.
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6. JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONAL
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VII. CONCLUSIONES
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BIBLIOGRAFÍA
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