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ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO (COORD.

)
Ana Berástegui / José Manuel Caamaño
Virginia Cagigal / Javier de la Torre
Arantxa Garay-Gordóvil
Blanca Gómez-Bengoechea / Pablo Guerrero
Pedro Mendoza / Carmen Peña
Mª Carolina Sánchez / Fernando Vidal

Árboles a la intemperie
Cartas de esperanza
para familias de hoy

MENSAJERO

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Diseño de cubierta:
María José Casanova

Edición Digital
ISBN: 978-84-271-4033-2

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Índice

Portada
Créditos
Presentación: La revolución de la conversación
Introducción
Mensajes para la pareja
Mensajes para los padres
Mensajes para las familias en el mundo
Mensajes para la familia en la Iglesia
Primera parte: Mensajes para la pareja
1. Amar en tiempos revueltos. Las dificultades del amor en el mundo
contemporáneo. José Manuel Caamaño López
2. ¿Desde dónde florece el amor? Cuidar la intimidad y la comunicación en la
familia. María Carolina Sánchez Silva
3. Árboles de invierno. Caminar en pareja a través de las estaciones de la vida.
Virginia Cagigal de Gregorio
4. Vivir y crecer juntos. Construir una pareja en camino. Pablo Guerrero
Rodríguez, sj
Ser profeta
Ser cantor
Ser rey
Ser médico
5. El Reloj de la Familia. Construir un proyecto de familia. Fernando Vidal
Fernández
Un método para un proyecto familiar
Un ciclo de ocho pasos
Inspiración cristiana
6. Acompañar con ternura a las parejas de hecho. Javier de la Torre
7. Rehacer la vida. Sanarse y reconstruir tras una ruptura. Carmen Peña García
Segunda parte: Mensajes para los padres
1. Creernos padres, creer en los hijos. Recuperar la confianza en la tarea de ser
padres. Virginia Cagigal de Gregorio
2. Volver a la escuela: Aprender a ser padres y madres. Pedro Mª Mendoza
Busto, sj

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3. Elogio del hombre volante. Aprender del adolescente. Fernando Vidal
Fernández
4. Existencialmente, ¿dónde están nuestros hijos? Repensar la paternidad para
permitir crecer. María Carolina Sánchez Silva
5. Lejos del árbol. Educar en situaciones de diversidad. Ana Berástegui Pedro-
Viejo
6. Árboles a la intemperie. Aceptar el dolor para abrazar la vida. Ana Berástegui
Pedro-Viejo
Tercera parte: Mensajes para la familia en el mundo
1. No viváis agobiados. La cuestión del tiempo y la vida familiar. Ana
Berástegui Pedro-Viejo
2. Capturas de pantalla. Nuevas tecnologías y familia. Fernando Vidal
Fernández
Captura de pantalla
Bloqueo
Pausa
3. Haciendo malabares. Asumir el reto de conciliar la vida familiar y laboral.
Ana Berástegui Pedro-Viejo
4. Familia y escuela. Construir puentes de colaboración. Arantxa Garay-
Gordovil
Contextos de colaboración
Contextos de comunicación
5. Te he llamado por tu nombre. Conocer a los que nos necesitan. Blanca
Gómez-Bengoechea
6. No te cierres a tu propia carne. Crear familias hospitalarias. Ana Berástegui
Pedro-Viejo
7. Dejarse incordiar. Mirar a las familias pobres a nuestro alrededor. Blanca
Gómez-Bengoechea
Cuarta parte: Mensajes para la familia en la Iglesia
1. La familia en el evangelio. Contemplaré la familia con los ojos de Jesús.
Francisco Javier de la Torre Díaz
2. Caminar con el tiempo. Recuperar la educación religiosa de nuestros hijos.
Pedro Mª Mendoza Busto, sj
3. Acompañar a familias heridas. Un ministerio de atención y cuidado. Pablo
Guerrero Rodríguez, sj
4. A vueltas con las nulidades matrimoniales canónicas. Convertir las estructuras
eclesiásticas desde un enfoque pastoral. Carmen Peña García
5. Amoris laetitia. Escuchar la doctrina moral de la Iglesia. José Manuel
Caamaño López
6. Cartas de agua. Transmitir un mensaje a las familias que nos rodean. Fernando
Vidal Fernández
Nuevos caminos pastorales

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Herramientas innovadoras
Libros recomendados

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Presentación:
La revolución de la conversación

Me gustaría poder presentar este libro sentado a la mesa con usted. Para poder poner
bien el mundo necesitamos poner la mesa juntos otra vez. Cualquier familia que supera
un problema o turbulencia, siempre acaba comiendo otra vez junta. Jesús recurría
continuamente al método de la comensalidad. En la mesa nos ponemos unos junto a
otros, vivimos una experiencia de comunión y volvemos a hablar del cielo y la tierra.
Cuando las distancias impiden compartir mesa, se hacen frecuentes las largas llamadas
telefónicas, las videoconferencias, los mensajes o el espíritu de las cartas largas. Quizás
el mayor riesgo que afrontan las familias del siglo XXI es la pérdida de la conversación.
En la sociedad actual hay más oportunidades para hablar, pero las familias tienen la
sensación de que se comunican menos. Es necesario reivindicar la conversación.
El speed-dating es esa técnica en la que la gente busca juzgar en 7 minutos si el otro
puede ser su amor. Fue inventada en la California de la década de 1980 y la principal
empresa que la impulsó globalmente se llamaba Fast Life [Vida Rápida]. ¿Es posible que
el speed-dating sea una metáfora de nuestro mundo de relaciones? Fast dating, fast life,
fast food... El mayor peligro de esta fase de la Modernidad es la superficialidad. Un
mundo de personas profundas y comunicadas puede superarlo todo.
Hay una imagen que nos ayuda a comprender lo que ha ocurrido en las
comunidades humanas. Antes, nuestro mundo tenía la forma de un bosque. En el bosque
el suelo es denso y firme, los granos de tierra están compactados. Si uno quiere romper
la tierra tiene que golpear duro. En cierto modo, nuestro mundo social se ha ido
desertizando. Donde antes había un bosque, ahora hay una duna. Las relaciones entre los
granos de tierra ahora son más débiles e independientes. Donde antes había terrones,
ahora hay arena. La sociedad de las comunidades ha retrocedido ante la sociedad de las
redes. Sin duda las redes y las nuevas instituciones globales entrañan bondades. Pero es

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duro vivir en el desierto social. Necesitamos más árboles bajo los cuales podamos
sentarnos a comer o, simplemente, a estar juntos. Necesitamos plantar árboles en las
intemperies.

En las investigaciones que llevamos a cabo desde el Instituto Universitario de la


Familia, las personas que entrevistamos resaltan que la familia es una experiencia del
orden del «estar» más que del «hacer». En las redes sociales se «hace», como también se
«hace» en las empresas, en la política, en los centros educativos. Estas organizaciones se
justifican por el hacer. En cambio, la familia es el paradigma del «estar»: donde las
personas se justifican como un fin en sí mismas. En el orden del «estar» se celebran las
relaciones, el amor, el quererse, el goce, la solidaridad, la compañía, la contemplación, la
expresión o la conversación. Quizás las organizaciones del «hacer» necesiten recuperar
la ética del «estar». La familia tiene mucho que aprender de la Modernidad, pero es
mucho más lo que tiene que enseñar.
El mundo de relaciones rápidas tiene su contrapunto en las cartas largas. Escribir
cartas es un modo de «estar» que supera las mayores distancias. No tiene la recompensa
de las reacciones emocionales rápidas, sino que se recrean en el bien del otro. No caen
en la inmediatez, sino que se piensa a largo plazo. La cultura epistolar no es provisional,
sino que uno vuelve una y otra vez a las buenas cartas que ha recibido en su vida.
Nuestro mundo necesita el arte de la conversación lenta, familiar, donde uno se
vuelca con confianza y de corazón. Hay un movimiento social todavía no descubierto:
uno que reúna semanal o quincenalmente pequeños grupos conversacionales sin más fin
que encontrarse con otros y dejar que fluya el diálogo corazón a corazón. La
conversación profunda es hoy el núcleo de todo lo que quiera ser de verdad una
revolución.
Este libro que presentamos goza del espíritu epistolar; son cartas dirigidas al lector.
Distintos pensadores e investigadores escriben desde el Instituto Universitario de la
Familia, de la Universidad Pontificia Comillas, acerca de preocupaciones que son
compartidas por casi todas las familias. Las familias afrontan hoy y encararán en el
futuro grandes retos. Para superarlos tendrán que poner lo mejor de sí mismas y aprender
nuevas capacidades de discernimiento, crecimiento y solidaridad. Pero todo va a
comenzar por profundizar en la conversación; por hacerse con el espíritu epistolar de la

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conversación lenta, larga y profunda. Debemos sentarnos de nuevo alrededor de la
hoguera, avivar las brasas y dialogar. Las familias llegan a todas partes. Todo el mundo
es hijo o padre de alguien. Cada familia debe plantarse como un árbol, ahondar sus
raíces, extender sus ramas, lanzar al viento sus semillas, crear bosque. Árboles en los que
subirnos, como Zaqueo, y cenar en familia bajo él y con Él. Árboles en la intemperie
bajo los que volver a conversar. Corazón a corazón.

FERNANDO VIDAL
Director del Instituto Universitario de la Familia
Universidad Pontificia Comillas

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Introducción

Querida familia:

En estos tiempos que corren; qué digo corren, ¡vuelan!, a veces es difícil encontrar el
tiempo para hablar de las cosas que más nos importan y encontrarnos en torno a ellas.
Por eso nos hemos determinado a enviarte estas letras de alegría y de esperanza que
hablan de la familia. Porque la familia importa, tu familia importa. Tu familia es querida,
es valiosa, es importante, para la Iglesia y para el mundo. Las familias, también la tuya,
son bellas, son buenas y custodian algunas de las verdades más elementales y
fundamentales del ser humano. Queremos deciros que sabemos que lo estáis haciendo
bien, todo lo bien que podéis, y os estamos agradecidos por vuestros esfuerzos. Sabemos
que el bien que hacéis es mucho, pero también sabemos que a veces os sentís frágiles
ante situaciones muy complejas y trabajosas, desbordados por las necesidades de la
propia familia o de los que os rodean, con dificultad para orientaros en el camino. Y qué
mejor aliento para el camino que una carta de un amigo.

A veces resulta difícil distinguir entre tanta contaminación informativa, entre tanto
bombardeo de mensajes, quién los está mandando, con qué objetivo los manda, o qué
quiere decir exactamente; así que empezaremos poniendo las «cartas encima de la
mesa», diciéndote quiénes somos, qué queremos y cuál es el sentido final de lo que
queremos transmitirte.
Nuestro objetivo nos lo da la Iglesia y el papa Francisco, en el espíritu de la Amoris
laetitia, y no es otro que «acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan
descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su
camino» [1] y «llegar a las familias con humilde comprensión» [2] .

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Estas cartas buscan ser palabras de cercanía, ánimo y esperanza hacia las familias, y
pretenden, además, ser mensajes que se entiendan, que hablen de cosas elevadas sin
despegarse del lenguaje y las preocupaciones de las familias. En este sentido, el papa nos
exige no quedarnos en el anuncio «meramente teórico y desvinculado de los problemas
reales de las personas» [3] . Muchas de nuestras cartas, de hecho, parten de nuestras
preocupaciones y experiencias cotidianas, en nuestras propias familias o en nuestras
experiencias de trabajo con ellas.
Finalmente, pretende ser un mensaje que, aunque ligado a la experiencia cotidiana
de las familias, reconozca y denuncie también las dificultades sociales, políticas,
culturales y económicas que dificultan la vida familiar; y aliente a las familias a ser
apoyo para otras familias, agentes de cambio social, de evangelización.
Es importante que sepas que este no es un libro-guía, ni un libro de autoayuda. No
queremos decirte qué tienes que hacer, sino ofrecerte nuestra palabra para que tú puedas
hacer emerger la tuya propia teniendo en cuenta que «no se trata solamente de presentar
una normativa, sino de proponer valores» [4] . En este sentido, busca ser también un
libro-diálogo: un libro para establecer un puente de comunicación entre los expertos de
la universidad y la familia; pero también un puente entre familias diversas, o entre los
distintos miembros de la familia. Para facilitar esta conversación, cada carta de las que
componen este libro concluye con algunas preguntas para la reflexión y el diálogo y
anima a terminar la reflexión escribiendo una carta. Así, este libro puede convertirse
también en una herramienta para abrir un diálogo con uno mismo, en la pareja, o con
otros en nuestros grupos de matrimonios o en nuestras comunidades.
Como cualquier buen diálogo, este libro se sabe por dónde empieza –por este
capítulo– pero no por dónde va a seguir ni dónde va a terminar. Uno puede leerse
aquello que más le llame la atención, decidir ir de principio a fin o dejarse llevar por lo
que más le interesa. Te recomendamos dejar el libro a mano, en la mesilla de noche, en
el revistero, en la cocina, para aprovechar algún ratillo de espera o de descanso y, en
lugar de echar mano del móvil, echar mano de alguna de estas cartas, escritas para ti.
Y ahora que ya sabes por qué te escribimos, te preguntarás quiénes somos. Como
irás viendo a medida que avances en la lectura, somos gente diversa, pero tenemos cosas
importantes en común. Las cosas que nos unen son nuestra especialización en temas

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relacionados con la familia, nuestra colaboración con el Instituto Universitario de la
Familia de la Universidad Pontificia Comillas, y desde ella, con las obras de la
Compañía de Jesús. También nos une una lengua común, el castellano, una idea de la
familia y un sentir compartido: el amor por las familias y la importancia de tomar este
amor y el sentido común como punto de partida para el diálogo con ellas.
También, como en toda familia, somos diferentes: varones y mujeres, seglares y
religiosos, laicos y sacerdotes, sociólogos psicólogos, juristas, filósofos y teólogos.
Distintos puntos de vista personales y profesionales que nos permiten mirar a la familia
de un modo completo, complejo y complementario.

Estos mensajes se redactaron inicialmente para una sección sobre familia encargada
por la revista Mensajero al Instituto Universitario de la familia. En aquella ocasión, los
mensajes llegaron a las familias suscritas a la revista, en esta ocasión echamos los
mensajes al proceloso mar de las publicaciones impresas para llegar hasta tu puerta,
como en una versión inversa del mensaje en una botella. Son mensajes que pueden llegar
a las orillas de una familia en muy diversas situaciones: una playa en la que la familia se
siente de vacaciones; una isla en la que se siente aislada y con dificultades para hablar de
aquello que de verdad le importa; un pedacito de tierra firme tras un naufragio; una orilla
en la que se refugia cuando vuelve de la faena diaria. Sea como sea, nos gustaría que
sintieras que hemos escrito estos mensajes precisamente para ti, precisamente para tu
familia, especialmente si eres padre o madre, esposo o esposa.
El mensaje que queremos mandarte está recogido en el título de este libro: Árboles
a la intemperie. Se parece el reino de Dios a un grano de mostaza y, para comprender el
matrimonio y la familia como signos de este reino, también podemos fijarnos en esa
pequeña semilla llamada a crecer, a extender sus ramas y a cobijar a su sombra a los
pájaros del cielo. La familia cristiana, sembrada en la pareja, es un pequeño árbol,
humilde, plantado en la intemperie del mundo, llamado a fundamentar sus raíces en la
tierra, como el que hizo su casa sobre roca, extender sus brazos hacia el cielo y servir de
cobijo a quienes se acercan a ella.
Nuestros mensajes se dirigen a cuatro dimensiones de la familia: las relaciones de
pareja, que son el tronco de la familia; la tarea de los padres, como las ramas que se

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extienden y dan fruto; la familia en contacto con el mundo que la rodea; y la familia en
el contexto de la pastoral familiar, en su doble dimensión de intemperie y cobijo.

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Mensajes para la pareja
El primer bloque de mensajes se centra en los distintos retos del amor de pareja, que es
el tronco sobre el que se levantan y crecen muchas de las familias. Se dirigen
especialmente a las parejas y matrimonios cristianos, pero pueden ser útiles también para
los que viven solos o para los que acompañan a las parejas.
En la primera carta, José Manuel Caamaño reflexiona sobre la complejidad de
amar en el mundo actual y en todos los mundos, porque, en definitiva, el amor es un
proyecto contracultural y nos recuerda que la pareja se construye en el día a día.
A continuación, María Carolina Sánchez Silva, a partir de un ejemplo de Arun
Ghandi nos ayuda a pensar, en su carta, cómo las relaciones no violentas se basan en la
verdad, en dos sentidos complementarios: el de ser sinceros y el de otorgar al otro la
confianza de que la verdad no pondrá en riesgo la relación, sino que la hará crecer.
Seguidamente, Virginia Cagigal nos escribe una carta en la que presenta las
estaciones de la vida de la pareja para dar un voto de confianza a la vida de «los árboles
de invierno», refiriéndose a las parejas que, bajo la apariencia de sequedad, de falta de
vida, esconden una etapa más de la vida y el crecimiento natural de la pareja.
Luego nos adentramos en el camino de la pareja de la mano de Pablo Guerrero,
que en su carta nos anima a ejercer tres roles importantes en la familia, de profeta, cantor
y rey, sin olvidar también el papel de médico en la relación. El equilibrio entre las cuatro
tareas puede ayudar a la pareja en el camino de la vida.
Seguidamente, se nos propone el Reloj de la familia como método para «poner en
hora» nuestros proyectos de familia y que cada vez está siendo desarrollado en más
puntos de España gracias a la CVX, como nos explica Fernando Vidal en su mensaje.
A continuación, se plantea la cuestión de las parejas de hecho. Reconociendo que
en la actualidad son una realidad numerosa y creciente, Francisco Javier de la Torre
nos anima a entender sus esquemas y condicionantes, reconocer sus virtudes y su germen
de sacramentalidad, y ser capaces de acompañarlas en su formación, en su vida y
también en sus rupturas.

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Finalmente, Carmen Peña nos coloca en su carta frente a la ruptura matrimonial y
la necesidad de «rehacer la vida» tras la enorme experiencia de fracaso o abandono que
puede suponer y la oportunidad que pueden ser los procesos canónicos para ayudar en
este proceso de «sanación» que resulta tan imprescindible para las personas rotas por el
trauma de la separación.

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Mensajes para los padres
El segundo bloque de mensajes va dirigido a los padres en su tarea de cuidadores y
educadores de sus hijos. El árbol que extiende sus ramas y da fruto. La tarea educadora
es especialmente importante en la familia y también en la familia cristiana, pero son
muchos los desafíos y muchas las incertidumbres de educar en un mundo cambiante
como el nuestro.

En el primer capítulo de este bloque, Virginia Cagigal se dirige a los padres y las
madres para poner a punto sus confianzas, la confianza en sí mismos como padres y en
las posibilidades de sus hijos, salvando algunas creencias erróneas que pueden minar
esas confianzas.
En la segunda carta, Pedro Mª Mendoza nos cuenta la historia de las escuelas de
padres, que ya llevan 200 años tratando de apoyar a los padres y madres en sus tareas, y
el sentido que han tenido a lo largo de su historia, internacional y también en nuestro
país, recordando que, a lo largo de la historia de la humanidad, todos los padres y madres
han buscado apoyo y orientación en su tarea y todas las sociedades han buscado la mejor
manera de vehicular estos apoyos.
Fernando Vidal, en su carta de elogio del hombre volante, plantea la necesidad de
revisar los discursos negativos sobre la adolescencia y ayudar a los hijos a enfrentar esta
etapa de la vida, con todos sus desafíos y oportunidades, sin protegerles del riesgo y del
fracaso. También nos anima a aprender del adolescente y sus virtudes, para poder
atravesar las adolescencias de nuestra vida adulta y nuestras sociedades.
A continuación, María Carolina Sánchez Silva, a partir de la reflexión del papa
Francisco, nos anima a plantearnos la pregunta acerca del lugar existencial que ocupan
los hijos, especialmente los hijos jóvenes, en la vida de cada padre y el importante papel
que tiene la escucha de su mundo interior para entrar en un nivel profundo de conexión
con ellos.
En una carta escrita por mí, Ana Berástegui, se ahonda en las diferencias entre
padres e hijos, poniendo de manifiesto las situaciones en las que la diversidad se hace

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patente y visible y a los padres les toca educar a hijos que sienten diferentes de ellos
mismos o ser padres muy diferentes a los que han tenido. Estas situaciones nos pueden
ayudar a entender con mayor hondura el verdadero significado de la paternidad y la
maternidad.
El último mensaje de este bloque se centra en las situaciones de dolor, y la difícil
decisión entre evitar y afrontar las situaciones de dificultad, sobre todo cuando se
refieren a nuestros hijos. Para ello, rescato de la psicología el término de resiliencia y las
claves de la resiliencia familiar que nos acaban llevando a la pregunta sobre la fe.

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Mensajes para las familias en el mundo
Este bloque coloca el árbol de la familia plantado no en un invernadero ni en un jardín
botánico, sino en medio del mundo, azotado por sus vientos y regado por sus lluvias,
rodeado de pájaros a los que cobijar y de bocas que alimentar. Comienza con una carta
mía, que nos plantea la imposibilidad de seguir el ritmo familiar en un mundo
apresurado, lo que obliga a la familia a hacer un importante ejercicio de volver a
apoderarse del tiempo para poder desarrollar su proyecto.

Para poder recuperar el tiempo, es muy importante plantear el lugar de las nuevas
tecnologías en la vida de la familia y de la propia familia como parte del mundo digital.
Para ello, Fernando Vidal en su carta nos ayuda a repensar los usos del teclado del
ordenador.
La siguiente carta plantea otro de los grandes condicionantes del mundo actual, las
tensiones que dificultan la conciliación de la vida familiar y laboral, planteando algunas
pistas que ayuden a sortear estas dificultades a nivel de la pareja, la familia, y el mundo
del trabajo y la política.
En cuarto lugar, Arantxa Garay Gordovil anima a las familias a construir puentes
entre la familia y la escuela con el objetivo de que los adultos le demos a los niños el
mejor mundo en el que vivir.

A continuación, se presentan tres cartas que tratan de situar a la familia en diálogo


con las personas en situaciones de mayor necesidad y exclusión social, especialmente de
los niños. Como dice la Amoris laetitia, «un matrimonio que experimente la fuerza del
amor, sabe que ese amor está llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar
la cultura del encuentro, a luchar por la justicia. Dios ha confiado a la familia el proyecto
de hacer “doméstico” el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano como
un hermano» [5] . Para hacer presente esa llamada, Blanca Gómez-Bengoechea
comienza invitándonos en su carta a conocer personalmente a los niños y familias en
situación de necesidad, como garantía e impulso para poder ponernos, de algún modo a
su servicio.

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En la misma línea, mi carta parte de la invitación de Isaías para hacer una llamada a
la hospitalidad y la acogida, como característica y vocación profunda de la familia, en la
que encuentra su plenitud, al tiempo que aquellos que se encuentran solos, cubren una
necesidad tan importante como la alimentación y el cobijo, el hogar.
Finalmente, se invita a las familias a salir de sus comodidades cotidianas, y también
de sus prejuicios para «dejarse incordiar» por los niños y las familias en situación de
pobreza y exclusión, y convertir esa incomodidad en motivación para la acción, el apoyo
personal y el cambio social.

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Mensajes para la familia en la Iglesia
El último bloque recuerda el papel de las familias, no solo como objeto de pastoral sino
como sujetos activos de la pastoral familiar, como cobijo y alimento de los que nos
rodean, también en un sentido trascendente.
En una primera carta, Francisco Javier de la Torre nos invita a contemplar la
familia con los ojos de Jesús, recorriendo los distintos momentos del evangelio en los
que Jesús entra en diálogo, contacto o conflicto con la familia y recordándonos que las
exigencias del evangelio lo son para la familia.
Además, la familia es iglesia doméstica y principal evangelizador de sus hijos,
como nos recuerda Pedro María Mendoza en su carta «Caminar con el tiempo»
animándonos a retomar la educación religiosa de los hijos.
Es imprescindible colocar a las familias cristianas como punta de lanza del mensaje
de acogida y de esperanza que la Iglesia quiere transmitir a las familias del mundo, pero
para eso debemos estar formadas, preparadas y bien dispuestas. Pablo Guerrero nos
acerca al ministerio de acompañar a las familias heridas; Carmen Peña nos sitúa ante la
realidad actual de las nulidades matrimoniales canónicas y su sentido; y José Manuel
Caamaño nos presenta algunas cuestiones de la doctrina moral de la Iglesia a partir de la
Amoris laetitia.

Fernando Vidal termina este bloque y este libro invitándonos a escribir cartas, a ser
capaces de transmitir mensajes de vida y esperanza a las familias que nos rodean, como
parte de nuestra misión como familias.

Esperamos de corazón que estas cartas os sirvan de ánimo para seguir adelante con
vuestro día a día, que puede parecer pequeño, discreto, «normal», pero que contiene toda
la esperanza y la grandeza del grano de mostaza, del árbol a la intemperie.
Paz y bien,
ANA BERÁSTEGUI

21
[1] . Amoris laetitia, n. 200
[2] . Relación final del Sínodo de los obispos del año 2015, n. 56
[3] . Relatio synodi 2014, n. 32.
[4] . Amoris laetitia, n. 201.
[5] . Amoris laetitia, n. 183.

22
Primera parte:
Mensajes para la pareja

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1.
Amar en tiempos revueltos.
Las dificultades del amor
en el mundo contemporáneo.
JOSÉ MANUEL CAAMAÑO LÓPEZ

Querida pareja:
«¿Amor? ¿Amor dicen? ¿Qué saben de él todos esos escritores amatorios, que no amorosos, que de él
hablan y quieren excitarlo en quien los lee? ¿Qué saben de él los galeotos de las letras?».

Así pensaba Ramiro tras la muerte de Rosa, en La tía Tula de Unamuno. Sobre el amor
se ha escrito mucho. Se ha analizado su origen y su expresión, sus características y sus
dimensiones. Ha sido objeto de ensayos y novelas, de poemas y canciones... Parece que
el amor impregna todo cuanto existe, el arte, la literatura, la filosofía y la religión. ¿Qué,
si no el amor, da sentido a la mística, al martirio y a ese deseo profundo de vivir
entregado hacia el Misterio? ¿Qué, si no, da sentido también a tantas parejas y
matrimonios que deciden compartir su vida en un proyecto común?
Sin embargo, amar, siendo una experiencia tan originaria de nuestra vida, no es
nada sencillo. El amor, decía María Zambrano, «tropieza con barreras infinitas». Así ha
sido siempre y así es hoy, en una época tan compleja como la que nos ha tocado vivir y
en la cual la persona se encuentra influenciada por factores que parecen poner en
cuestión valores inseparables de esa experiencia tan básica: entrega, fidelidad, respeto,
comprensión, cariño, gratitud... Un autor como Gaillardetz publicaba recientemente un
libro sobre el matrimonio titulado Una promesa atrevida, en el que señalaba varias
características culturales que dificultan hoy semejante proyecto vital: la obsesión con el

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romance y la pasión, el mito del hombre/mujer ideal, el impacto del consumismo, la
terapia como modelo matrimonial y las concepciones cambiantes de la familia. Parece
que miremos hacia donde miremos el amor siempre va a contracorriente. De ahí su
carácter subversivo, porque las llagas de la humanidad solo con amor se pueden curar o
disimular.
Sí, se ha escrito mucho y de manera sublime sobre el amor. ¿Quién no recuerda las
palabras de la primera carta a los Corintios? «El amor es paciente, es servicial [...] Todo
lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4-8). Pero, ¿de veras
el amor es paciente y servicial? ¿De verdad todo lo disculpa, cree, espera y soporta?
Vivir el amor no es fácil. El ser humano está marcado por una condición existencial
herida en su esencialidad, llena de conflictos y polaridades que dan lugar a
ambigüedades que solo a base de esfuerzo se pueden ir superando. Pero las barreras y
contradicciones están ahí, y siempre acechan revestidas de la rutina, cotidianidad,
desgana o apatía. ¿Quién no se siente alguna vez cansado, aburrido y confundido ante la
mirada de quien, sin embargo, amamos profundamente?
Es curioso, pero el amor, siendo una experiencia tan cotidiana de la vida, no deja de
ser un misterio, ante el que a veces nos sentimos frágiles e indefensos. Es «yelo
abrasador» y «fuego helado» (Quevedo); nos hace soñar y reír, pero también nos duele y
angustia, porque amar es ser vulnerable, es la expresión más real de nuestra fragilidad y
de la necesidad perenne de compartir lo poco que somos con quien nos escuche y
comprenda, aunque a veces no lo entendamos o nos cueste darnos cuenta de lo
dependientes que somos.
Pero no nos engañemos. El amor es más una meta que un principio; es un proyecto
en construcción en el que se sufren caídas y contratiempos. Por eso, toda relación, para
que se consolide y perdure, supone no perder nunca el horizonte hacia el cual avanzar. Y
todo proyecto de amor es único, con sus etapas específicas por las cuales debemos ir
caminando, con prudencia, pero también con seguridad y paso firme. No existen dos
relaciones iguales. A veces podremos perdernos o cambiar el rumbo por diversas
razones. Pero es precisamente ahí cuando más necesario se hace sacar la brújula y mirar
de nuevo para preguntarnos qué nos está sucediendo, qué hacemos y qué dejamos de
hacer..., precisamente para recuperar el norte hacia el que dirigir nuestra vida y nuestros
proyectos. Porque amar no es casi nunca un camino sin obstáculos, y en la forma en la

25
que los superemos estaremos mostrando si nuestro amor es real o un mero producto de la
ficción.
Ciertamente parece difícil amar en tiempos revueltos. Difícil, pero no imposible.
Rof Carballo decía que «el miedo al amor es la principal tara del ser humano». Y quizá
sea cierto. Pero, en cualquier caso, amar no es algo ya hecho de una vez para siempre;
exige esfuerzo y valor, a pesar de los contratiempos que puedan surgir. El papa
Francisco señalaba la tríada «permiso, perdón y gracias», como las palabras que toda
pareja debe tener siempre presentes para ir creciendo cada día. Se trata de palabras
sencillas, pero que son el reflejo del respeto y la preocupación por aquella persona a la
que amamos, la señal de que su vida nos importa y de que nuestro amor es real.
Por eso, quizá, una de las mejores expresiones del amor sea la narrada por
Cervantes cuando don Quijote envía a Sancho a la ciudad del Toboso para pedir la
bendición de Dulcinea: «No se te pase de ella cómo te recibe [...]. Mira todas sus
acciones y movimientos, porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo
que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis
amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes las acciones
y movimientos exteriores que muestran cuando de sus amores se trata, son certísimos
correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa».
Con su amor, don Quijote daba vida a Dulcinea. Así ocurre cuando amamos
realmente, porque el amor es fuente de vida y sentido. Pero lo es cuando superamos
todos esos miedos y barreras; cuando somos capaces de encauzar esa efervescencia
inicial de toda relación, que Ortega llegó a calificar como estados de imbecilidad
transitoria; cuando entendemos y aceptamos a la otra persona como realmente es, libre
de nuestros anhelos y expectativas ilusorias. Por eso, tal vez hoy más que nunca, ante un
mundo tan complejo, necesitemos una auténtica ciencia del amor, una «agapología»
proyectiva al servicio de nuestro progreso y felicidad.
Lo decíamos al inicio. Se ha hablado y escrito mucho sobre el amor. El reto es
vivirlo auténticamente, para que la teoría se haga al fin realidad. Así decía san Agustín
en su comentario a la primera carta de Juan: «Amor, dulce palabra, pero más dulce
realidad. No podemos hablar siempre de él. Ya que son muchas las cosas que hacemos y
son diversas las actividades que nos distraen, de manera que nuestra lengua no puede

26
estar dedicada a hablar siempre del amor, aunque no podría hacer nada mejor. Pero si no
es posible hablar siempre de él, sí es posible guardarlo siempre».

Un abrazo.

27

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Piensas que amar es un proyecto de vida «a contracorriente»? ¿En qué


sentido? ¿Recuerdas algún momento en que hayas sentido que tu
proyecto o tu idea de pareja estaba «fuera de lugar»?

2. ¿Cuál ha sido la última vez que has sentido que tu pareja «tropezaba»?
¿Puedes identificar cual fue la piedra en la que tropezó? ¿Es una piedra
que se encuentra frecuentemente en vuestro camino?

3. De la tríada de palabras importantes para la pareja «permiso, perdón y


gracias», ¿cuál es la que se te da mejor? ¿Cuál te cuesta más
pronunciar? ¿Cuándo es la última vez que has pronunciado cada una de
ellas en tu pareja?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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2.
¿Desde dónde florece el amor?
Cuidar la intimidad
y la comunicación en la familia.
MARÍA CAROLINA SÁNCHEZ SILVA

Querida pareja:

En la cotidianidad de la vida familiar, allí don de se tejen las relaciones, son muchas
las situaciones que se presentan a diario y que exigen una respuesta de nuestra parte. En
estas actitudes de respuesta es donde se revela no solo nuestra forma de ser, sino también
la estrategia y el poder de nuestras acciones desde las cuales contribuimos o no al
crecimiento de todos.
Arún Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi, contó la siguiente historia: «Tenía 16 años
y estaba viviendo con mis padres en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar. No
teníamos vecinos, así que a mis hermanas y a mí nos entusiasmaba poder ir a la ciudad a
visitar amigos o para ir al cine. Un día mi padre me pidió que lo acompañara a la ciudad,
pues tenía que dar una conferencia que duraba todo el día. Mi madre me dio una lista de
cosas que necesitaba y mi padre me pidió que llevara el coche al taller.
Al despedirnos, mi padre dijo: “Nos vemos aquí a las 5 de la tarde y volvemos a
casa juntos”. Después de hacer todos los encargos, me fui al cine más cercano. Me
entretuve tanto con la película que olvidé la cita. Cuando me acordé, eran las 5 y media.
Corrí al taller, recogí el coche y fui hasta donde mi padre me esperaba. Eran casi las 6.
Me preguntó: “¿Por qué llegas tarde?”. Me sentí mal, pero no podía decirle que estaba

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viendo una película. Así que dije que el coche no estaba listo y había tenido que esperar,
sin saber que él ya había llamado al taller.
Cuando se dio cuenta de que había mentido, me dijo: “Algo no está bien en el cómo
te he criado, que no te ha dado la confianza de decirme la verdad. Voy a reflexionar qué
es lo que hice mal contigo. Voy a caminar hasta la casa para pensar sobre esto”. Así que,
vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar por caminos sin asfaltar y
en medio de la oscuridad de la noche. No lo podía dejar solo, así que conduje cinco
horas detrás de él, viéndolo sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho».

Después de leer esta historia, podríamos pensar que, durante la caminata de 5 horas, el
padre estaría reflexionando algo así: si mi hijo, que es esa persona que se me ha dado
para formar en la vida, me responde con una mentira; si su respuesta oculta sus olvidos,
deseos y decisiones; ¿cuál ha sido mi actitud para que no sienta la confianza de decirme
sinceramente lo sucedido y la razón de su falta? ¿Me tiene miedo? ¿Cómo he sido de
cercano con él?
Y, si imaginamos lo que tal vez el hijo se fue pensando a casa mientras manejaba
detrás de su padre, podríamos decir algo así: me siento avergonzado... Ofendí mucho a
mi padre... Esto es grave... ¿Fue tan grave? ¿Por qué no pude decirle a mi padre la
verdad? Disfruté mucho la película...

¿Cómo suele ser nuestra reacción como padres, hijos o esposos frente a situaciones
parecidas? Hay momentos en que podemos simplemente reaccionar dependiendo de
nuestro cansancio, nuestras suposiciones... y explotar emocionalmente gritando, diciendo
palabras ofensivas a otros y culpándolos de la situación. En esta historia, existe una
pausa antes de reaccionar. Una pausa que plantea el padre para revisarse, dando ejemplo
y permiso al hijo para que haga lo mismo.
Detrás de esta situación hay por lo menos dos percepciones, dos historias y dos
maneras distintas de ser y actuar. Dos edades y dos momentos de vida. No sabemos qué
pasó después de que este padre y este hijo llegaran a casa. ¿Hubo un diálogo posterior
para que cada uno escuchara al otro en lo que motivó su forma de actuar?

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Lo cierto es que el padre, ubicado en su lugar de autoridad, la ejerce ejemplarmente,
pues, en lugar de bloquear la relación o cortarla, elige aprovechar la situación para sacar
el máximo provecho, respondiendo de manera creativa; pues al reaccionar siendo
pacífico, no juzgando o rechazando, abre la posibilidad de que cada uno mire hacia su
interior y puedan los dos transformarse y crecer en esa relación.
En la historia también se nos habla de la confianza entre padres e hijos. El hijo
oculta con una mentira su deseo y su posibilidad de disfrutar, por miedo a ser castigado.
Algunos padres imponen su punto de vista y los hijos obedecen. Otros padres suelen
buscar ese punto de equilibrio en la autoridad que representan, basada en la confianza. El
padre de la historia no quiere ser alguien a quien se teme, sino un padre en quien los
hijos puedan confiar.
Algo así nos quiso enseñar Jesús en la relación con su Padre-Madre-Dios, a quien
llama cariñosamente «Abba». Es un Padre a quien Jesús puede hablarle íntimamente,
expresarle sus sentimientos, preocupaciones y deseos. Hay una presencia permanente en
el amor del Padre que le ayuda a Jesús a crecer y vivir en el amor entregado. Podemos
ver muchas veces a Jesús interactuando con otros desde su mirada de misericordia,
comunicando realmente lo que pasa en su interior con respeto por el otro y sacando a la
luz la verdad.
Conozco una pareja en la cual ella aprendió de su familia a evitar las reacciones
emocionales explosivas, con el costo personal de reprimir lo que sentía y pensaba. Él,
por su lado, aprendió de su familia a expresar todo de cualquier manera. Al juntarse en el
crecimiento del amor, los dos se enriquecieron. Él, que expresaba, aprendió a hacerlo de
manera más calmada y respetuosa. Ella, que no expresaba, aprendió a comunicarse sin
temor a que la relación se acabara o fuera a traer una ruptura grave.
La base de los vínculos es la confianza, que se refleja en la posibilidad de ser
auténtico en la relación con el otro. No tener ocultamientos por miedo, ya que se puede
expresar lo que se es, se piensa, se siente y cómo se está. Cuando se cuida al otro,
también se cuida la forma de reaccionar. Y cuando se quiere cultivar la relación y
fortalecerla, se aprende a hacer esfuerzos para que la relación no se acabe, sino que se
continúe, aun cuando sea difícil aprender a comunicarse de manera cuidadosa y a
expresarse con autenticidad.

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El amor no violento siempre comienza con un acto de confianza y cuidado por el
otro desde la verdad. Porque, donde hay confianza, existe la posibilidad de que se
perfeccione la entrega y florezca el amor.

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. Cuando me encuentro en una situación de incomunicación o conflicto


en la pareja ¿me tomo el tiempo de reflexionar antes de responder?
¿Siento que pongo todo de mi parte para que mi pareja se pueda
expresar con libertad? ¿Soy capaz de acoger su experiencia?

2. ¿Qué valor le damos a la confianza en nuestra relación de pareja? En


mis relaciones de pareja ¿hay permiso para comunicar todo tipo de
cosas? ¿Siento que mentir puede ser un acto de amor? ¿En qué
sentido? ¿Sentimos que a veces ocultamos la verdad para evitar
conflictos? ¿Cuándo es la última vez que no he sido del todo sincero en
la pareja y qué pasó?

3. ¿Hay gestos de compromiso con la paz en mi pareja y mi familia? ¿Qué


sería para mí una relación no violenta?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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3.
Árboles de invierno.
Caminar en pareja a través
de las estaciones de la vida.
VIRGINIA CAGIGAL DE GREGORIO

Querida pareja:

Hace tiempo asistí a la conversación entre el encargado de una obra en un edificio y el


jardinero del mismo, en la que trataban de dilucidar si un árbol que tenía todas sus ramas
desnudas se había secado y, por tanto, habría que cortarlo, o si simplemente presentaba
esa apariencia porque era enero y, por tanto, habría que seguir cuidándolo.
Me quedé pensando, porque, realmente, para alguien como yo, tan ignorante en
cuanto a árboles se refiere, era bien difícil saber si verdaderamente estaría muerto o si
fluiría por su interior la savia.

Pensé que era similar a lo que le ocurre a la vida de las parejas en ciertas etapas, que
tienen la impresión de que su relación ya está muerta, que ya no hay camino que
recorrer; pero, si se retoman los cuidados, se ve que hay movimiento, que el árbol no
está seco. Por lo que, si se sigue regando, la vida continúa.
La persona se construye, evoluciona, cambia... Así mismo, la vida de las parejas
también se va modulando, atravesando vicisitudes y experiencias que, o bien la
consolidan, o bien la van cercenando.
La literatura y –sobre todo– el cine contribuyen a crear una imagen deseable de
pareja siempre en primavera: las primaveras son etapas de frescor, en las que la relación

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es frondosa, exuberante; se experimenta la ilusión del enamoramiento y la fuerza de la
complicidad evidente. En esos períodos, uno siente que todo lo que comparte con el otro
es plenitud. Y, a veces, uno quisiera quedarse eternamente en ese estadio romántico, de
alegría desbordante, en el que todo parece fluir sin esfuerzo. La primavera de la pareja es
tiempo de reafirmación y emprendimiento, cuando cualquier reto en común resulta
abarcable.
El verano trae frutos, sean intelectuales, laborales, de logros o sueños cumplidos, de
posible descendencia. Es un período de satisfacción, porque los esfuerzos obtienen sus
recompensas. También crecen otros frutos a partir del esfuerzo específico de compartir
con el otro, de abrirse y ser generoso, de estar atento a lo que necesita y ponerlo por
delante de los propios gustos o deseos. Al recoger los frutos, se da sentido a la vida en
común, se percibe que merece la pena luchar y trabajar construyendo el «nosotros», se
atisba que hay futuro, porque los frutos garantizan la continuidad de la vida. El verano
de la pareja es tiempo de enhorabuena, que ayuda a volver a implicarse en el proyecto
mutuo.
La vida de pareja también se consolida en los otoños, cuando los periodos de luz
son más cortos, cuando caen como las hojas rojizas nuestras capacidades físicas o
intelectuales, o las de escucha y atención al otro. En los otoños, la complicidad de pareja
puede verse tamizada por los cansancios, por las rutinas, por los quehaceres excesivos,
así como por las sorpresas difíciles o dolorosas que a todos trae la vida. El otoño de la
pareja es tiempo de aprender a despedir y a despedirse; de dejar marchar; de lidiar con la
limitación inexorablemente vinculada a la condición de ser humano; de darse cuenta de
que el otro no puede satisfacer todo lo que uno necesita como si tuviera infinita plenitud;
de degustar que solo Dios basta.
El recorrido de toda pareja atraviesa inviernos, que, como en las tierras castellanas,
son ásperos, yermos, de aparente sequía, y, a veces, de gran dureza. Parece que no hay
nada en común. Puede ser una nada vacía de relación, de la que uno difícilmente cree
que pueda volver a brotar algo de vida. Y es ahí cuando podemos equivocarnos, creer
que el amor se acabó y que la historia en común ya no tiene más sentido, confundiendo
la aridez con la muerte. El jardinero en invierno continúa abonando y echando buena
tierra. Y no sería jardinero si no tuviera confianza más allá de sus propias fuerzas. El

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invierno de la pareja es tiempo de confianza. La mutua confianza teje la pareja, la
confianza en la mano de Dios la sostiene.
En nuestra vida de «correprisas» nos resulta complicado dar tiempo para que lo
natural siga su curso: solemos precipitarnos, juzgamos por la apariencia más inmediata y
desarrollamos poco la paciencia. Por eso puede que, ante la impresión de que «esto ya no
funciona», echemos mano de la motosierra y cortemos un árbol que seguía vivo, pero
cuya apariencia nos ha engañado. Es verdad que un árbol seco y muerto es un riesgo,
porque puede caer y hacer daño. Y, por tanto, conviene sanear y cortar. Pero, desde mi
experiencia como terapeuta de pareja, observo que, con frecuencia, parejas que no están
muertas toman la decisión de la separación, sin darse el tiempo suficiente de discernir,
confundidas por la desolación de su invierno.
En una cultura que difunde el ideal de pareja siempre en primavera, que da poco
tiempo a que la vida siga su curso, que no favorece la paciencia, no es de extrañar que se
haga poco hueco para la pregunta interior, para escucharse uno a sí mismo y para
escuchar al otro; que sea difícil dejarse acompañar o guiar por un profesional, dando así
cauce a que puedan renacer nuevos brotes llegado su momento.
El amor de pareja, como el árbol, puede morir. Pero es mucho más habitual que el
amor de pareja pase por sus inviernos, que van haciendo más y más recio el tronco de la
vida en común. Creo importante preparar a los jóvenes que inician su camino de vida
juntos para las diferentes estaciones que recorrerán como pareja, y ayudar y acompañar a
quienes ya llevan un trecho andado para entender este proceso vital en toda su plenitud.

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿En qué sentido crees que la cultura defiende un ideal de pareja siempre
en primavera? ¿Cuál de esos mensajes puede estar presente en tu
manera de mirar y valorar tu relación de pareja?

2. ¿Cuál crees que es la savia que da vida al «árbol» de tu pareja? ¿Dónde


hunde sus raíces? ¿Qué estación de la vida está atravesando?

3. ¿Qué crees que podría diferenciar una pareja muerta de una pareja «en
invierno»? ¿Qué signos de vida podríamos encontrar? ¿Puedo recordar
en mi propia experiencia o en la de quienes me rodean situaciones de
invierno que dejaran paso a una nueva forma de primavera?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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4.
Vivir y crecer juntos.
Construir una pareja en camino.
PABLO GUERRERO RODRÍGUEZ, SJ

Querida pareja:

JOSÉ ANTONIO GARCÍA RODRÍGUEZ, en su magnífico libro Hogar y Taller, recogía una
conferencia pronunciada en Viena por Ernst Bloch, allá por el año 1968. Su título era:
Carismas de un pueblo en marcha. Basándome en el libro citado, me gustaría intentar
responder a lo siguiente: ¿de qué forma una pareja se mantiene en marcha, en
crecimiento? ¿Qué necesita? ¿Cómo puede ser cada día más y más creadora?
Bloch decía que un pueblo en marcha necesita el carisma de lo profético, lo cantor,
lo regio y lo medical. Correlativamente, creo que dos personas que quieren compartir su
vida necesitan ser, el uno para el otro, profetas, cantores, reyes y médicos.

Ser profeta
Profeta es el que pone a una comunidad en marcha. Profeta no es quien conoce el futuro,
porque no podemos conocer lo futuro. Profeta es ese varón, esa mujer, que es lúcido para
analizar el presente y animar señalando el futuro. Conoce el destino, mira siempre hacia
el horizonte, hacia lo que «podemos y debemos llegar a ser». Sin profetas no hay
marcha, no hay avance. Capta como nadie lo que no funciona, lo que está mal, lo que
nos falta, lo que podemos mejorar... Y sus palabras mágicas son «todavía no».

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Una pareja en la que uno o ambos fueran, desayuno, comida y cena, simplemente
profetas, sería absolutamente insoportable. Porque no se puede vivir con alguien que se
dedica constantemente a recordar lo que todavía no se ha conseguido. Pero, a la vez, sin
profetas una pareja se detiene y corre el riesgo de perder la esperanza.
Se necesitan profetas que, desde el interior de la pareja, nos digan «todavía no».
Pero no basta lo profético... Sin profetas no hay comunidad, solo con profetas tampoco.

Ser cantor
Para que una pareja se mantenga en marcha y para que su marcha sea creadora, son
precisos otros dinamismos interiores. Por eso, en otros momentos hará faltar cantar.
Necesitamos también cantores capaces de celebrar y cantar la vida, los logros que ya
existen en nosotros. En toda vida hay cosas que necesitan ser cantadas, celebradas y
admiradas. Si las palabras mágicas del profeta eran «todavía no» las del cantor son «ya
sí».
El cantor es ese varón, esa mujer, que reconoce que el horizonte ya está aquí; que el
sueño se va realizando; que, en ocasiones, casi podemos tocar las estrellas. Nos anima,
no mirando hacia el futuro, sino mirando al pasado y al presente. A la pareja que está
desanimada, triste, no la levanta solo el profeta. La levantan los cantores. Porque
alegrarnos nos hace ser más resistentes. Cantor es ese varón, esa mujer, que sabe ser
feliz, que se sabe feliz y es capaz de dar gracias; y, aún más importante, es quien sabe
que gran parte de esa felicidad depende de hacer feliz a la otra persona.
Pero nos encontramos con un primer problema. Profetas y cantores no tienen una
convivencia fácil y tienden a «excomulgarse». El profeta piensa que los cantores son
«tontos felices», el cantor piensa que los profetas son «tontos tristes». Pese a esto, se
necesitan mutuamente.
Si en una pareja solo hubiera cantores, sería una pareja conformista, sin tensión
hacia el futuro, sin proyecto. Necesitamos algo más que guitarras para construir un
proyecto de pareja. Porque a base de oír cantar nos puede dar una jaqueca francamente
seria. Se hace necesario también otro tipo de persona en la pareja.

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Ser rey
Para que una pareja avance hacia el futuro es preciso que alguien «siente juntos» a
profetas y a cantores. Rey es ese varón, esa mujer, que es capaz de salvar a lo profético y
a lo cantor de anularse mutuamente. Las palabras mágicas del rey son «caminamos
juntos».
Sin profetas no hay camino, sin cantores no hay descanso. Sin reyes, no hay misión
ni vida verdaderamente compartidas. Sin reyes, las energías de profetas y de cantores se
pierden y neutralizan. La pareja se divide. Uno empieza a correr y otro se queda parado.
Por si fuera poco, sin reyes en la pareja pueden surgir falsos profetas y pseudocantores.

A lo largo de la vida en común, es preciso ejercer el servicio de la autoridad. Se


hace necesario animarse, confirmarse, «mandarse». En las dudas, en las encrucijadas,
puede que uno de los miembros de la pareja tenga que llevar la iniciativa. Pero los reyes
también tienen su peligro. No es sano ni bueno que siempre sea la misma persona quien
lleve la iniciativa. La tentación constante de los reyes es la de decidir por los otros, ya
que es difícil ponerlos de acuerdo. El peligro de los reyes consiste en tener las respuestas
antes de que las preguntas sean formuladas, o, peor aún, pensar que solo ellos tienen las
respuestas.
Pero existe un cuarto tipo de persona necesario en toda pareja y en todo grupo
humano. En mi opinión, es el tipo de persona más escaso, pero el más necesario en este
momento que nos toca vivir. Porque en todo grupo humano, en toda comunidad, en toda
pareja, que recibe el pasado, celebra el presente y se proyecta al futuro, hay enfermos.
Enfermos de muchas cosas, especialmente del corazón y del alma. Y la persona que está
sufriendo lo que menos necesita es quien le culpabilice, quien le diga «alegra esa cara,
que no es para tanto», o quien intente coordinarle «justo ahora». Quien está enfermo
necesita un médico.

Ser médico
Hay momentos en la vida que necesitaremos ser médicos de nuestra pareja. Es decir,
saber acercarnos silenciosamente a la persona amada y tratar de curarla con grandes
dosis de cariño y confianza. Si nos faltan los médicos, la marcha hacia adelante irá

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dejando mucha vida en la cuneta. Puede ocurrir que los médicos no sean clarividentes,
que no nos alegren la vida, que sean un desastre a la hora de coordinar. Pero, mal camino
lleva la pareja en la que sus miembros no saben ser médicos el uno para el otro.

En palabras de José Antonio García: «Todos conocemos ese tipo de hombre o de


mujer cuya aportación fundamental al grupo consiste en saberse acercar silenciosamente
a cada sujeto, intuir sin muchas preguntas dónde está su herida y tratar de curarlo
devolviéndole grandes dosis de confianza en sí mismo (...). Su presencia es
absolutamente necesaria y preciosa dentro de un grupo comunitario en una época como
la nuestra, en la que una civilización perfecta produce menos heridas exteriores (esas son
fáciles de curar), pero tiende a multiplicar las ocultas».
Profetas, cantores, reyes y médicos. Todos hacen falta en la pareja, en la familia...
Ahora bien, si estos tipos de personas, si estos carismas, pierden de vista su vocación, su
pasado, su presente y su futuro; si pierden de vista su sueño, su razón de ser, su «amor
primero»; si no entendemos que son un don recibido para los demás, para nuestra
pareja...; probablemente nos encontraremos con que en lugar de profetas seremos
agoreros; en lugar de cantores, cantamañanas; en lugar de reyes, tiranos; y en lugar de
médicos, matasanos. Y, verdaderamente, para ese viaje no necesitaríamos alforjas.

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Qué papel (profeta, cantor, médico o rey) crees que ejerces mejor en tu
familia? ¿Cuál es el papel que mejor ejerce tu pareja? ¿Crees que os
«turnáis» lo suficiente como para que estos papeles «mejores» no sean
rígidos?

2. ¿Puedes pensar en tu alrededor, en tu familia extensa, tu grupo de


amigos, tu comunidad, personas que están cerca de vuestra pareja
ayudándoos como profetas, cantores, reyes o médicos cuando vosotros
no podéis? ¿Recuerdas alguna persona en tu historia que te ayude
especialmente a entender ese rol y ese don para la pareja?

3. ¿Hay alguna herida en nuestra vida que necesite especialmente ser


atendida o curada en este momento? ¿Hay alguna herida en la vida de
los que me rodean que podría acercarme a curar?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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5.
El Reloj de la Familia.
Construir un proyecto de familia.
FERNANDO VIDAL FERNÁNDEZ

Querida pareja:

El Reloj de la Familia es un método práctico para fortalecer el proyecto de pareja y


familia y sigue el estilo que propone el papa Francisco.

La alegría del amor que ha escrito el papa Francisco es un gran texto de sabiduría,
lleno de bondad y verdades útiles para la vida de pareja y familia. Quien lea esta
exhortación apostólica con el corazón abierto se replanteará muchas cosas en su vida
práctica de familia. El Reloj de la Familia se identifica plenamente con La alegría del
amor y ofrece una herramienta práctica para ayudar en muchas de las necesidades que
nos plantea.
El Reloj de la Familia está hecho tejiendo la experiencia de cientos de familias, que
lo hemos ido creando y practicando en diversos países del mundo. Primero, un centenar
de familias de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX) pensó qué es lo que más había
ayudado de su espiritualidad ignaciana a su vida de pareja y familia. ¿No podía ayudar
esa tradición ignaciana a otras parejas y familias de parientes y amigos nuestros, fueran
creyentes o no? Después, un equipo modeló un método que permite un itinerario para
experimentar esas claves. En el libro, el lector podrá notar que detrás de cada idea está la
experiencia viva de cientos de familias a las que la tradición ignaciana ya ha ayudado a

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crecer y darse más. El Reloj de la Familia es una metodología muy realista, basada en la
mutua escucha. Ahora lo están practicando cientos de familias por todo el mundo.

Un método para un proyecto familiar


Un proyecto de familia es el modo en que un grupo familiar quiere vivir. Tener ese
proyecto de familia es muy útil para la convivencia, para superar dificultades y mejorar
continuamente. Pero, una y otra vez, comprobamos que no es fácil encontrar un tiempo
para hacerlo. Y, cuando se tiene, no se sabe muy bien de qué forma hacerlo. Aunque
siempre hay un anhelo profundo por alcanzar mayor unidad, no sabemos bien cómo
hacerlo, no sacamos tiempo, ni tenemos dónde poder hacerlo o quien nos ayude. El Reloj
de la Familia proporciona a parejas y familias un cómo, un cuándo y un dónde.
El Reloj de la Familia es un proceso en ocho pasos para mejorar las capacidades de
la familia para su vida común. Es un método práctico, que consiste principalmente en
ejercicios concretos que hace cada unidad familiar. Es un proceso en el que hacemos una
serie de experiencias sobre sentimientos y aspectos esenciales de la vida y el proyecto de
la familia: la gratitud, la libertad, la toma de decisiones, el fracaso, el perdón y el
avanzar. No son conferencias ni charlas, sino ejercicios prácticos. No es un proceso
terapéutico, sino una oportunidad para dialogar y crear en familia. No invade la
intimidad de cada pareja, aunque da lugar a que podamos compartir lo esencial.
Muchas familias han hecho ya la experiencia del Reloj de la Familia y las
valoraciones son extremadamente positivas. Nos confirman en que, muchas veces, los
cambios solo necesitan que seamos capaces de mirarnos de nuevo a los ojos y dedicarnos
tiempo para crear juntos otra vez.
Cuando escuchamos la expresión «Reloj de la Familia» en muchos se suscita la
imagen de un reloj en su hogar: en el salón, en la cocina, en las mesillas de noche o en
sus teléfonos móviles. En ocasiones, en el hogar el reloj de cada uno va a un ritmo
distinto: unos adelantan y otros atrasan, puede que haya uno parado, e incluso otro cuyas
agujas se mueven, pero vayan al revés. Por supuesto que una familia sabe combinar a
personas con ritmos vitales diferentes. Con frecuencia hay miembros en fases distintas
de su vida y cada etapa tiene su propio ritmo. Pero, de un modo u otro, somos familia si

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estamos sincronizados: si a uno le toca la hora del dolor o el desasosiego, el resto de la
familia sabe lo que les toca hacer. SI llega la hora de las alegrías, toda la familia lo
acompaña. Cuando una familia vive desincronizada, lo que toca es parar y poner
nuestros relojes en hora.
Aunque todos damos por supuesto a la familia, y pareciera ser algo que funciona
siempre de un modo natural, bien sabemos que un proyecto familiar feliz requiere
atención y ser cuidado. El Reloj de la Familia es, sobre todo, una herramienta que da
capacidades a la familia. Hace que esta fortalezca sus vínculos, entrene habilidades,
comparta una visión, ejercite la gratitud, dé ocasión a la reconciliación y se prepare para
poder decidir mejor y más juntos cada cosa. Descubrir y redescubrirnos son dos
palabras que resumen bien lo que ocurre en esta experiencia. Nos insiste en que estamos
a tiempo, si nos damos un tiempo para conversar y repensarnos.
El Reloj de la Familia puede ser practicado por cualquier persona que viva en
familia. Puede ser realizado por grupos familiares, de dos en dos e incluso por personas
solas que quieran revisar su vida en familia. Aunque no haya graves problemas, el
proyecto de cada familia necesita actualizarse debido a los cambios de ciclo, la edad, las
circunstancias o la evolución de las personas que forman parte. Quizá los lenguajes se
nos agotan cada cierto tiempo y es preciso comprendernos de nuevo. Especialmente
importante es el comienzo de la vida en pareja; sobre todo cuando se quiere formar
juntos un nuevo hogar. Ese es momento de pensar y elegir nuestro proyecto común. El
Reloj de la Familia es una herramienta práctica y universal para poder hacerlo.

Un ciclo de ocho pasos


El Reloj es una herramienta muy sencilla: revisa ocho cuestiones centrales en la realidad
de cada pareja o familia. Cada familia recorre su pasado, presente y futuro mediante
ocho horas o pasos. Son las notas que componen la música de la familia: disponibilidad,
gratitud, proyecto, libertades, deliberación, sabiduría del fracaso, reconciliación y
reformulación. Termina con una celebración.
Cada uno de esos ocho tiempos tiene autonomía, aunque forman una secuencia que
va desde el agradecimiento a la reconciliación y la reconstrucción del proyecto familiar.

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El Reloj de la Familia invita a darle la vuelta al proyecto familiar recorriendo ese ciclo
de ocho pasos.
• Disponibilidad. El primer tiempo busca animar para que las personas comiencen con
muy buena disposición. Al comienzo presenta el método para que los participantes
se hagan una idea general del proceso. También las familias describen qué les
preocupa del contexto en que se mueven, y así se crea el marco del que partimos.
• Gratitud. Tenemos la experiencia de que todo lo bueno comienza o recomienza
siempre por la gratitud. En este momento se identifican los núcleos más sanos desde
los que las personas pueden sacar fuerzas para mejorar. La gratitud les conecta con
la vida, descubre acuíferos de esperanza, les hace contemplar la belleza que hay en
su familia y hace aflorar los mejores sentimientos. En el ejercicio práctico, cada
unidad familiar recorrerá su historia reflexionándola en clave de agradecimiento.
• Proyecto de Familia. Cada unidad describe cuál ha sido hasta ese momento el
proyecto familiar que ha funcionado. Para formular ese proyecto, el método
proporciona una técnica que toma como imagen una casa y en ella se van
respondiendo un conjunto de preguntas. Luego se hace síntesis hasta alcanzar una
fórmula que con un solo lema y una imagen muestra la esencia de dicho proyecto.
• Libertades. Se revisa el desarrollo de cada miembro dentro de la familia, cómo esta
ayuda al desarrollo de cada uno y cómo cada uno contribuye al desarrollo de los
otros. Se ve cómo ese compromiso por la libertad de cada uno es clave para crear la
unidad familiar.

• Decisiones. Este tiempo es una larga reflexión sobre cómo la familia discierne las
cosas, cómo descubre los engaños del corazón, cómo deliberan cuando tienen que
decidir o saber qué está pasando. Además de reflexionar, proporciona reglas para
ser capaz de descubrir las trampas y descubrir juntos el camino correcto.
• Sabiduría del fracaso. Sabemos que muchas veces fallamos, pero nuestro enfoque no
solo quiere que tomemos conciencia de las heridas que ocasionamos al otro, sino
que sean oportunidades para aprender.
• Perdón. Perdonar es el primer paso para la llegar a la reconciliación. Algo que
tenemos que aprender a hacer continuamente cada persona, en pareja y también

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como familia. Exige un sentido de intensa entrega al otro que trascienda las
miserias cotidianas y los orgullos interiores. El Reloj da la oportunidad de sanar las
heridas y aprender a ser mejores y, sobre todo, a ser juntos.

• Reformulación y celebración. El proyecto de familia original ha sido revisado a la luz


de las libertades, con el fortalecimiento de los modos de decidir, los aprendizajes de
los fracasos y la entrega en el perdón y la reconciliación. Es hora de que, siempre
cimentados en la gratitud, reformulemos el proyecto y lo celebremos. Esa
celebración da fin al ciclo del Reloj de la Familia.

Inspiración cristiana
El Reloj de la Familia está inspirado en valores cristianos, pero está dirigido a cualquier
persona y cualquiera puede practicarlo. Tenemos experiencia de que sea una dinámica
compartida por creyentes y no creyentes. El Reloj está diseñado de modo que pueda ser
aplicado como una herramienta pastoral cristiana o se adapte a un grupo diverso en
cuanto a creencias religiosas. Eso permite que participen parejas mixtas formadas por
una persona creyente y otra no, personas de distintas confesiones o parejas no creyentes.
Hemos comprobado que con frecuencia el problema de las parejas y de las familias
procede de no encontrar la oportunidad adecuada para poder hablar las cosas de verdad.
Las ocupaciones, las prisas y los cansancios nos dejan sin tiempo para lo esencial. Por
eso, cada cierto tiempo, necesitamos renovar nuestro proyecto.

Es algo que se puede hacer de forma espontánea y natural. Quizá una serie de
conversaciones importantes durante un verano o en un largo viaje en el que da tiempo a
hablar de todo. Pero sería bueno que hubiera herramientas prácticas que nos ayudaran. Y
sería muy enriquecedor poder compartir la experiencia con otras parejas y familias, pues
nos podríamos ayudar mutuamente en cosas que la mayor parte de las veces son muy
comunes.
El libro que hemos escrito, El Reloj de la Familia (Ediciones Mensajero) es, como
también recoge el título una Guía práctica para proyectos de familias. Es una
herramienta para impulsar el proyecto de cada familia, en cualquier circunstancia en la
que se encuentre. Si lo lee y lo hace en su casa, le será muy útil. Pero, si busca un grupo

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con el que llevarlo a cabo, se convertirá en una experiencia que puede mejorar
cualitativamente su familia.
¡Ánimo!

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Creo que mi pareja y mi familia tienen detrás un proyecto? ¿Podría dar


cuenta con facilidad de las características básicas de ese proyecto?
¿Crees que si tu pareja y tú contestarais a esta pregunta por separado
contestaríais lo mismo?

2. ¿Te resulta fácil encontrar en casa el tiempo, el modo y la motivación


para hablar de quiénes sois y qué queréis como familia? ¿Encontráis
familias alrededor con las que hablar de estas cuestiones? ¿Quiénes son
nuestras familias «de referencia» en este sentido?

3. ¿Crees que tu pareja está en la actualidad estancada, necesitada de


reencontrar orientación o hacer cambios para seguir creciendo? De los
ocho tiempos del reloj de la familia (disponibilidad, gratitud, proyecto,
libertades, decisiones, sabiduría, perdón, redefinición y celebración),
¿cuál crees que sería el que tu familia está más necesitada en el
momento actual?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

49
6.
Acompañar con ternura
a las parejas de hecho.
JAVIER DE LA TORRE

Querida pareja:

No es fácil observar lo positivo en lo que no es ideal. Muchos, instalados en las teorías,


doctrinas e ideales, ajenos a la realidad, son incapaces de percibir lo que va creciendo
hacia el ideal. Pero la Relatio synodi del Sínodo Extraordinario de los Obispos afirmó
con claridad: «Una sensibilidad nueva de la pastoral actual consiste en captar los
elementos positivos presentes en los matrimonios civiles y, con las debidas diferencias,
en las convivencias. Es preciso que, en la propuesta cristiana, aun afirmando con
claridad el mensaje cristiano, señalemos también elementos constructivos en aquellas
situaciones que no se corresponden aún o ya con él». ¿Qué supone una mirada así?

1. Reconocer una variedad de situaciones. El Instrumentum laboris del Sínodo de


obispos sobre la familia reconoce que en «algunas zonas de América Latina, la
convivencia es más bien una costumbre rural... En África se practica el matrimonio por
etapas... En el contexto europeo, las situaciones de convivencia son muy diversas» (n.
81).
2. Una realidad frecuente. En Europa (2008), hay muchos países donde las parejas
de hecho son más del 20%. En España las parejas de hecho suponen el 14,5% de las
parejas (2011).
3. Una decisión y una esperanza. Muchas parejas «deciden» irse a vivir juntos
llevados de algo más que un sentimiento pasajero. Compartir la vida bajo un mismo

50
techo supone ya una decisión que, muchas veces, se vive dentro de un horizonte de
esperanza. Difícilmente una pareja llena de dudas de futuro se anima a irse a convivir
juntos. Compartir el pago del alquiler de un piso, ponerse de acuerdo en la decoración,
poner los nombres juntos en el buzón de la casa, compartir un baño, repartir las tareas
del hogar, encienden muchas ilusiones de futuro. El 34% de las parejas que se han
casado después de una convivencia de hecho dicen que cohabitaron porque querían
fortalecer la relación o hacerla más segura; el 21% que el paso estaba conectado con la
decisión de tener hijos. Por tanto, en bastantes ocasiones, la decisión es vivida como un
paso de profundización en la relación o en la constitución de una familia.

4. La pareja de hecho es hoy en occidente una institución social. Hay un profundo


simbolismo en lo que supone la cohabitación: es comenzar a construir un nuevo hogar;
es una ruptura, una salida de la vida de la propia familia o de la soltería para entrar en
una vida en común. No es de extrañar que el derecho haya sabido en parte integrar
ciertas demandas de las parejas de hecho.
5. Muchas de estas parejas se van a vivir juntos desde una base firme de afecto,
amor y compromiso. Algunas de ellas ya han vivido las tensiones de la vida en pareja y
han sabido superarlas. No entran en una convivencia desde un romanticismo ajeno a la
realidad del otro, de las familias, de los trabajos de cada uno. Muchas de ellas ya han
vivido y superado la tensión entre los infantilismos y la madurez de cada uno, la difícil
compatibilidad entre trabajo y hogar, cansancios y descansos, entre la pareja y las
familias de cada uno, la sexualidad y el amor, etc.

6. La mayoría desea pareja e hijos. Más de dos tercios de las personas contraen
matrimonio y crean una familia. No parece que vayamos hacia una sociedad de solteros.
Otra cuestión es que la secuencia temporal de los vínculos de pareja sea la de otros
tiempos y el tipo de vinculación sea el mismo. La mayoría desea una relación afectiva.
Junto con el elevado número de divorcios y el mayor número de hogares
monoparentales, hay que recordar el elevado número de segundos matrimonios y la
elevada cifra de solteros que consideran su situación como transitoria. En nuestras
sociedades todavía son pocos los que constituyen su proyecto de vida desvinculados de
relaciones afectivas.

51
7. Las parejas de hecho tienen ciertos valores (Relatio post disceptationem, n. 38).
Estas parejas rechazan todo tipo de desigualdad en la relación. Se busca una unión en
que se participe y se compartan los bienes y deberes de modo igualitario. Hay un 50%
más de varones en las parejas de hecho que colaboran regularmente en las tareas
domésticas en España. Las mujeres que cohabitan son más sensibles que las casadas a
los comportamientos vejatorios de sus parejas y son más conscientes de ser objeto de
maltrato. Hay un rechazo claro de todo machismo y toda violencia autoritaria. Otro valor
es la libertad. Frente a un matrimonio planteado en el pasado como «un seguro de estatus
social», se busca una vinculación menos dependiente. Cuando no hay un proyecto
familiar inmediato y se otorga importancia a la carrera laboral, la mujer suele tender a
cohabitar. Finalmente, otro valor es la intimidad. Frente a un matrimonio lleno de
presiones familiares y sociales, se busca una unión o un vínculo profundo en la
intimidad, en el cara a cara, más allá de coacciones y convencionalismos.
8. Puede darse una cierta sacramentalidad natural en estas parejas. Para muchos
teólogos hay que recuperar hoy la dimensión latente de sacramentalidad del matrimonio.
Silvio Botero afirma «una cierta sacramentalidad natural inserta en esta realidad
cuando... se realiza un mínimo de valores humanos (amor, unidad, fidelidad, capacidad
de donación) que no son otra cosa que manifestaciones del proyecto que Dios quiere
realizar con el hombre (varón-mujer) a favor de la humanidad. En virtud de estos valores
y otros valores, la pareja humana podrá realizar “el acercamiento al modelo de familia”,
podrá llevar a cabo “la actuación progresiva de los valores”» (FC n. 65).

9. Tolerancia histórica hacia el concubinato. Lo central era combatir la poligamia y


por eso se posibilita la institucionalización del concubinato. El primer concilio de Toledo
(400), en su canon 17, afirma claramente: «Otra cosa es quien no está casado y, en vez
de esposa, tiene una concubina, este tal no está excomulgado, pero conténtese con tener
una sola esposa o una concubina, como a él le guste». En el Decreto de Graciano
encontramos un texto que afirma: «Al cristiano no le es lícito tener, no diré muchas
esposas, pero ni siquiera dos simultáneamente, sino una sola: o esposa, o si esta falta, en
lugar suyo una concubina».
10. Reconocer que por unas estructuras socioeconómicas injustas muchos jóvenes
no pueden casarse. El precio de la vivienda, la inestabilidad del trabajo o los bajos
salarios hacen que no puedan estabilizar su situación.

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Este camino puede romperse y, en ese caso, cristianamente hay que proteger ante la
ruptura. La ruptura de estas relaciones, como el divorcio matrimonial, puede ser sentida
como un fracaso profundo y puede desencadenar profundas crisis personales, angustias y
perplejidades. Acompañar crecimientos y fracasos es lo cristiano.

Un abrazo.

53

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Iniciaste tu vida de pareja o la mantienes en la actualidad sin haber


contraído matrimonio? ¿Cuál es el sentido que tiene o tenía esa
situación para ti o para las parejas que viven de ese modo a tu
alrededor? ¿Puedes descubrir los puntos de valor y las posibles
fragilidades de esa situación?

2. ¿Cuáles han sido para ti los motivos para contraer matrimonio


canónico, en tu caso (o para no contraerlo)? ¿Qué crees que diferencia
y aporta el matrimonio canónico a la vida de pareja? ¿Crees que esa
diferencia se hace realidad en el día a día de tu vida de pareja?

3. Frente a las parejas de hecho a tu alrededor ¿cuál es tu actitud? ¿De


indiferencia? ¿De juicio? ¿De escucha? ¿Crees que hay algo especial
que puedas aportar en el acompañamiento de estas parejas?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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7.
Rehacer la vida.
Sanarse y reconstruir
tras una ruptura.
CARMEN PEÑA GARCÍA

Querida pareja:

«¿Has rehecho tu vida?». Una expresión que es frecuente dirigir a personas que han
pasado por una ruptura conyugal o utilizar en el contexto del periodo posterior a una
separación o divorcio conyugal, y que expresa una intuición muy profunda y realista, si
bien no necesariamente en el sentido que generalmente se le da.

Toda ruptura conyugal –incluso la voluntariamente elegida, mucho más la impuesta


unilateralmente− es de suyo la quiebra de un proyecto de vida en común. En este
sentido, encierra siempre un cierto fracaso vital y, muy frecuentemente, dependiendo de
las circunstancias, puede ser vivida también como una quiebra profunda de la propia
persona, de sus expectativas, de su proyecto vital, de uno mismo.
Ante una ruptura impuesta, ante el abandono –igual, o a veces peor, que ante la
muerte del ser querido− algo se rompe por dentro, se abre un periodo de duelo y un lento
proceso de aceptación, que deberá ser vivido por la persona y acompañado por su familia
y, en su caso, por la comunidad cristiana. Un proceso largo, de reajuste interior, afectivo
y espiritual, que justifica y hace perfectamente adecuada la pregunta –o el deseo− de
«rehacer la vida».

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¡Qué alegría cuando las personas que han pasado por esa dura experiencia de la
ruptura conyugal pueden decir de verdad que «han rehecho su vida», que han vuelto a
encontrar el equilibrio, que siguen adelante, con dolor quizá, pero con serenidad, con
paz, sin rencor ni odio en su corazón!
«Rehacer la vida» no es, como se entiende en ocasiones con notable frivolidad,
lanzarse rápidamente a iniciar una nueva relación y, menos aún, a la vivencia escéptica y
desencantada de relaciones afectivas o de encuentros sexuales de «usar y tirar», típicos
de la «cultura del descarte» tan presente en las reflexiones del papa Francisco.
«Rehacer la vida» no depende de otra persona, de tener una nueva pareja. Es labor
de uno mismo, aunque los demás –familia, amigos, comunidad, acompañantes
espirituales− jueguen indudablemente un papel relevante en este proceso. Solo una vez
que la persona ha sido capaz de «rehacer su vida», de volver a recolocar su mundo,
estará realmente preparado para seguir adelante y, en su caso, para poder abrirse de
modo sano –no egoísta, manipulador ni dependiente− a una nueva relación afectiva.
Y en esta labor sanadora, restauradora de la persona, sobre todo si esta es creyente,
puede en ocasiones ayudar, junto con otros elementos, la palabra de la Iglesia Madre
sobre el matrimonio roto. Con cierta frecuencia, las rupturas conyugales responden o
tienen su origen último en déficits psicológicos de alguno de los contrayentes, o en serias
incompatibilidades presentes ya al tiempo de contraer matrimonio; o bien en el hecho de
que la misma decisión de casarse fuera tomada sin la debida reflexión y ponderación,
con una grave inmadurez o sin la necesaria libertad; o bien radican en planteamientos u
opciones voluntarias de los novios que resultan profundamente incompatibles con las
exigencias y la naturaleza misma del matrimonio; o bien alguno de los novios padece un
error relevante sobre la persona o las cualidades del otro...
Esta es la realidad que se ve a diario en las parroquias, en los centros de orientación
familiar, en los servicios de asesoramiento y también en los mismos tribunales
eclesiásticos, a los que se acercan personas, fieles concretos, a presentar su vida, su
matrimonio pasado, ante la Iglesia, esperando una respuesta autorizada de la misma
sobre la propia situación matrimonial.
Sin dejar de lado su finalidad principal –valorar si el matrimonio anterior fue
objetivamente válido o nulo− en los procesos canónicos de nulidad «se trabaja» con

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casos verdaderamente dolorosos, con vivencias reales que muestran en ocasiones la
inmadurez, egoísmo o la incapacidad de alguno de los esposos para ser cónyuges, para
constituir la íntima comunidad de vida y amor que es el matrimonio, o bien con
planteamientos inadecuados a la hora de decidir contraer matrimonio.
Aunque sea duro mirar al pasado y remover dentro de uno mismo, la experiencia
nos muestra cuántas veces, en el proceso de preparación, planteamiento, desarrollo y
resolución de la causa canónica de nulidad, las personas salen reconfortadas tras sus
declaraciones ante el organismo eclesial, en paz, conociéndose mejor a sí mismas y
afrontando mejor su pasado.

Hoy, más que nunca, tras la renovación que ha supuesto el Sínodo de la Familia y
las orientaciones de la exhortación apostólica Amoris laetitia, sigue siendo un reto de
primer orden lograr que las soluciones eclesiales ante el fracaso conyugal –y de modo
muy especial, las causas de nulidad matrimonial− se conviertan en un remedio
verdaderamente sanador de la persona, ayudando a esta a reconciliarse no solo con la
Iglesia, sino también con su pasado, consigo mismo y sus propias limitaciones y, en la
medida de lo posible, también con la persona del otro cónyuge.
Tanto en Amoris laetitia como, anteriormente, en Evangelii gaudium, Francisco
invita a todos –pastores, párrocos, agentes de pastoral, fieles− a salir, con actitud
misionera, al encuentro de las personas que han pasado por esa experiencia de la ruptura
conyugal, a los que el papa incluye entre los «pobres». Es la llamada a ser una «Iglesia
en salida», que busque a las personas en sus concretas situaciones y periferias
existenciales, en sus concretas situaciones de dolor y desesperanza, y que aparezca y
actúe como un «hospital de campaña» donde se cure a los heridos y sufrientes.
¡Ojalá los procesos canónicos de nulidad, recientemente reformados por el papa
Francisco, puedan ser de verdad un remedio que contribuya a lograr una verdadera
sanación de la persona, a hacer que el fiel sienta verdaderamente que su vida ha quedado
rehecha!

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cuál es mi actitud frente a los matrimonios rotos que hay a mi


alrededor? ¿De frivolidad? ¿De juicio? ¿De escucha? ¿Cómo es mi
actitud ante mis propias rupturas, en su caso?

2. ¿Reconocemos a nuestro alrededor, o en nosotros mismos, a personas


cuyas heridas siguen abiertas y otras que han conseguido rehacer su
vida? ¿Cuáles son los signos de una vida «rehecha» en esos casos?

3. ¿Cómo podemos acompañar a las personas de nuestro entorno cuyos


matrimonios se han roto a sanar sus heridas interiores? ¿En qué medida
podemos estar disponibles como «hospital de campaña» para familias
en situaciones de ruptura y duelo?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

58
Segunda parte:
Mensajes para los padres

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1.
Creernos padres, creer en los hijos.
Recuperar la confianza
en la tarea de ser padres.
VIRGINIA CAGIGAL DE GREGORIO

Queridos padres y madres:

En el diálogo con los padres, nos encontramos con frecuencia que, a pesar de querer a
sus hijos profundamente, muchos sienten impotencia para ayudarles a encarrilar su vida.
Es frecuente encontrar padres desanimados en su tarea de educar, con poca confianza en
su capacidad para ayudar a los hijos a aprender a vivir, a sacar lo mejor de sí mismos y
ofrecerlo a los demás.
Parece como si educar a los hijos hubiera sido algo natural durante siglos y ahora se
hubiera convertido en una tarea casi imposible. Desde los colegios y otros estamentos
(médicos, psicólogos, servicios sociales...) también se contribuye a este «caldo de
cultivo», haciendo hincapié en su poca capacidad para poner límites o acentuando las
deficiencias en sus habilidades parentales.
La sociedad postmoderna no facilita la tarea a los progenitores, entretejida como
está por «relaciones líquidas», con una organización del tiempo vertiginosa que no
acompaña a los tiempos de la persona, vertebrada por la inmediatez de las nuevas
tecnologías y el poder de los medios de comunicación. Todo ello introduce en la vida
familiar estrés, obligaciones, demandas excesivas. Además, nos encontramos en un
entorno social occidental cada vez más individualista, donde es fácil que impere el «yo a
lo mío», haciendo más difícil crear contextos de comunidad y de compartir.

60
Pero los padres siguen siendo padres. Y los adultos son referencia y guía para los
hijos, que se miran en ellos.
Hay dos creencias de los padres que pueden obstaculizar el proceso de ser
referencia para sus hijos: no creernos capaces de ser educadores y creer que tenemos un
hijo muy difícil de educar. Sus consecuencias suelen ser: pérdida de paciencia,
agotamiento y «tirar la toalla».

La creencia en que uno no es capaz de educar a los hijos se apoya en ciertas expectativas
o atribuciones erróneas:

• Esperar que el hijo nos comprenda al educarle. La familia ha evolucionado muy en


positivo, siendo mucho más comunicativa con los hijos y explicando el porqué de
las decisiones o las normas. Sin embargo, no cabe esperar que el hijo entienda la
norma cuando los padres la determinan; y mucho menos que lo entienda para que lo
tenga que cumplir (no esperamos que un niño de 8 meses entienda que no puede
meter el dedo en el enchufe para que no lo meta y tampoco podemos esperar que un
niño de 15 años entienda por qué tiene que estar en casa a las nueve para que lo
cumpla).
La explicación de los padres es vital, porque contribuye a la formación de una
moral autónoma, en la que el individuo toma sus decisiones éticas y morales con
una sólida base, pero no es útil para que el niño entienda la norma en el momento
en que se le propone.

• Apoyar la confianza en uno mismo como padre/madre en la comprensión del hijo. El


adulto es la figura sólida, el hijo la frágil. El adulto tiene criterio y el hijo está en
situación de aprender. Por tanto, difícilmente va a comprender el criterio de sus
padres. Por eso el padre no debe apoyarse en el hijo para creer en sí mismo, ni
tampoco en los resultados inmediatos que obtiene como educador. Porque el
proceso de aprendizaje del hijo es progresivo.
No son los hijos los que tienen que «certificar» la calidad de la educación de
sus padres. Cuando los padres necesitan confianza en sí mismos deben buscarla en
otros adultos, como la pareja, amigos, familiares..., o en grupos más técnicos, como
escuelas de padres o profesionales a los que pedir orientación o asesoramiento. Solo

61
cuando llega la madurez podemos ser capaces de reconocer la valía de nuestros
padres y transmitírselo con agradecimiento.

La otra creencia errónea consiste en pensar que tenemos un hijo muy difícil de educar.
Hay ciertas ideas que pueden llevarnos en esta dirección:
• El valor determinante de lo genético. La carga genética tiene su importancia en el
desarrollo de la persona, pero las investigaciones confirman que la genética supone
una «tendencia a», no un «desarrollo seguro de». Es como un interruptor que unas
personas tienen y otras no, pero que solo se pone en marcha si se activa.

Por ello, lo genético tiene su importancia, pero tendrá mucho más peso el
entorno que favorece o no el desarrollo de ciertas características personales. Existe
un margen de acción muy amplio para la educación.
• La intencionalidad del niño. A veces hay padres que identifican en su hijo la
intención de molestarles o dañarles. Esto casi nunca es así, y en cuanto el hijo tiene
oportunidad de agradar a sus mayores, se siente feliz. Sin embargo, nos resulta más
sencillo pensar que el niño «es malo» que pensar que «se porta mal». Porque si
«es», poco hay que hacer; pero si «se porta», es cuestión de educación y, por tanto,
el adulto ha de plantearse cambios en su modo de actuar.
• Para que cambie, hay que decir al niño lo que no funciona, sobre lo que funciona no
hay mucho que decir pues es lo normal. Frecuentemente estamos convencidos de
que tenemos que señalar lo que no va bien para mejorar y cambiar. Ciertamente,
podemos cambiar cuando alguien nos ayuda a ver lo que no hacemos bien. Pero
olvidamos que si alguien nos indica lo que hacemos bien nos anima mucho para
seguir mejorando. Por tanto, el niño necesita que se señale y corrija lo que no va
bien, pero también que se realce lo que hace bien para ganar confianza en sí mismo.
• Tienen más peso para los hijos lo de fuera (amigos, medios de comunicación, etc.)
que lo que vive en casa. A ciertas edades es esperable y deseable que lo de fuera de
la familia cobre importancia para los hijos y que busquen esas referencias externas,
fundamentales para el desarrollo de su identidad. Pero, si en casa hay cariño que se
expresa, claridad de criterios y diálogo respetuoso, la educación recibida en casa no

62
solamente no pierde fuerza, sino que se convierte en plataforma de seguridad para
crecer y salir al mundo.

Por tanto, creer en uno mismo como educador se sustenta sobre la confianza en uno
mismo, entendiendo que para que los hijos se desarrollen como personas hace falta
tiempo y constancia en la tarea de educar. Cuando los hijos perciben a sus padres con
confianza en sí mismos, se sienten más seguros en la relación con ellos y evolucionan
con mayor estabilidad emocional, mayor autoestima y confianza. Unos padres que creen
en sí mismos como personas y como educadores son base firme para que los hijos vivan
sintiéndose queridos y sabiendo que sus padres creen en ellos.

Un abrazo.

63

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cómo andas de confianzas en tu tarea educativa? ¿Confías en ti


mismo? ¿Confías en tu pareja? ¿Confías en tus hijos? ¿Confías en que
encontrarás los apoyos para acertar? ¿Crees que podrías ir sobrado o
falto de seguridad en estas funciones?

2. ¿Crees que eres un buen padre o una buena madre? ¿Cuáles crees que
son tus fortalezas como padres o madre? ¿Puedes recordar algún
ejemplo reciente en el que se haya puesto de manifiesto esa fortaleza?
¿En quién te apoyas para confiar en ti mismo en tu tarea educadora?

3. Si tienes más de un hijo ¿cuál te resulta más difícil?; si solo tienes uno
¿qué es lo que te resulta más difícil de él o ella? ¿De dónde crees que
viene esa dificultad? ¿Podrías estar dando excesivo peso a lo genético,
la intención o el rol del afuera en esa dificultad? ¿Cuándo ha sido la
última vez que le dijiste a cada uno de tus hijos algo que te gustaba de
él o algo que había hecho bien?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

64
2.
Volver a la escuela:
Aprender a ser padres y madres.
PEDRO Mª MENDOZA BUSTO, SJ

Queridos padres y madres:

En 2015 se cumplió el segundo centenario de la primera semilla que fue germinando


hasta convertirse en lo que hoy conocemos como Escuelas de Padres.
Como se ha dicho en muchas ocasiones, cuando los hijos nacen no vienen con
libros de instrucciones que ayuden a los padres a darles lo mejor y, mucho menos,
cuando van creciendo y las demandas se hacen cada vez más complejas. Por el contrario,
la tarea de educar a los hijos lleva consigo un proceso de aprendizaje parental y familiar
donde se mezcla a partes iguales la maravilla de ser testigos de su desarrollo, con la
inquietud y la inseguridad que todo crecimiento comporta.

Por esto, la necesidad de aprender a ser padres y madres no es algo nuevo. Desde
siempre ha existido el interés por aprovechar las experiencias de otros padres, por
solicitar los consejos de los más sabios del lugar, abuelos y abuelas, e incluso recurrir a
la tradición escrita, a través de refranes, dichos populares y cuentos infantiles para
disponer de un buen depósito donde encontrar las mejores soluciones ante los problemas
que surgen en la familia.
Es decir, no es nuevo que los padres busquen apoyos, en sus entornos o fuera de
ellos, para ir solucionando las dificultades que aparecen en la tarea de educar a sus hijos.
Esta casi obligación de trasmitir y practicar consejos que faciliten la vida en familia y
reviertan en el buen desarrollo de los más pequeños, llevó a un grupo de madres en

65
Estados Unidos a constituirse en la primera Asociación de Madres de Familia. Era el año
1815, una fecha que puede considerarse como el embrión de las actuales Escuelas de
Padres.

A la luz de esta iniciativa materna tan pionera, se edita en 1832 la primera revista
dedicada a la educación familiar con el nombre de Mothers Magazine. Con la misma
temática irán apareciendo otras publicaciones como Parents Magazine que, desde 1840 y
con distintos formatos, se sigue imprimiendo en Estados Unidos. En 1897 se celebrará
también en el país norteamericano el Primer Congreso Nacional de Padres y Maestros y,
pocos años más tarde, la Fundación Rockefeller apoyó la creación de centros de
investigación para formar especialistas en educación familiar y facilitó la creación del
Consejo Nacional para la Educación de los Padres.
Este dinamismo novedoso llega al Viejo Continente y será en Europa y más en
concreto en París, donde se origina la que es considerada en sentido estricto la primera
Escuela de Padres del mundo. Fue una mujer, Marguerite Lebrun-Vérine (1883-1959),
quien en 1928 presenta esta iniciativa a través de una conferencia que ella misma
pronunció en una sala del Tribunal Supremo de Francia sobre el tema de la educación
sexual de los niños. Esta «mujer de letras», como se define a sí misma, usando como
emblema «unirse, instruirse y servir», defendió la «necesidad de devolver la confianza a
los padres en lo que respecta a su posibilidad de desempeñar debidamente su función
educativa». Menciona también en su discurso la importancia «de tener un mejor
conocimiento del niño», así como el principio que moverá toda su vida como educadora:
«la necesidad de una formación continua de los padres».
A partir de esta fecha comienzan a impartirse en Francia de una manera regular y
sistemática los primeros Cursos para Educadores Familiares. En 1942 la Facultad de
Medicina de La Sorbona participará en este tipo de formación para padres y lo integrará
formalmente en sus actividades, de tal modo que crea su famosa Cátedra de
Neuropsiquiatría Infantil.
Entre los años 50 y 60 se celebran congresos y se crean organismos a nivel
internacional como la Federación Internacional de Escuelas de Padres (FIEP) que
colabora con la UNESCO, la ONU y UNICEF.

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Como vemos, Estados Unidos y Francia fueron los que iniciaron casi
simultáneamente y de un modo más metódico la organización de las Escuelas de Padres.
Las primeras surgieron en el ámbito escolar y se dirigieron a familias con bajos recursos
económicos y socioculturales, con el objetivo de mejorar las dificultades y desventajas
que suponía para los niños un ambiente familiar sociocultural bajo. Aunque se iniciaron
en el ámbito escolar, poco a poco se fueron extendiendo a otros espacios como los
servicios sociales, sanitarios y los servicios que se ofrecían en las asociaciones vecinales
y de barrio.
En España, las Escuelas de Padres comenzaron a funcionar a través de las
asociaciones de padres y madres de los centros educativos, institutos pedagógicos y de
algunos organismos públicos. El primer precursor fue la revista Diálogo Familia-
Colegio a finales de los años 60 y comienzos de los 70, en Granada. En 1972, la
publicación Padres y Maestros de La Coruña inició un programa para organizar una
Escuela de Padres en torno a ocho bloques de temas, que recogían las diversas
problemáticas e inquietudes con las que se encontraban las familias en la educación de
sus hijos. Otro gran pionero fue Radio ECCA que crea en 1973 la Escuela de Padres
ECCA y que tuvo la intuición de hacer llegar a una gran población un método sencillo,
pero muy eficaz, de pedagogía familiar («enseñar a las familias a educar a los hijos para
que aprendan a vivir en sociedad») a través de un medio tan importante como es la radio.
Todos estos iniciadores de las Escuelas de Padres en España llevan el sello de la
Compañía de Jesús.

Con el paso del tiempo proliferaron en abundancia por todo el país, sobre todo en
centros educativos y, aunque en menor número, también en centros sociales de
asociaciones vecinales, barrios o ayuntamientos.
Cuando celebramos 200 años de las Escuelas de Padres es bueno hacer una
retrospectiva y hacer presente las motivaciones que dinamizaron a los primeros
adelantados de su época (en este caso adelantadas). Algunas de esas motivaciones las
sentimos hoy más vivas que nunca en la organización de estas escuelas, sea cual sea la
denominación que tengan, en educación y también en pastoral familiar:
• Cuando nos reunimos con otros padres y familias y podemos compartir nuestras
experiencias y escuchar otras, siempre revierte en positivo en nuestros hijos y en

67
nuestra familia.
• Cuando estas reuniones se producen, se genera aquello de lo que hablaba Marguerite
Lebrun-Vérine y que hoy es tan necesario en algunos sectores: «devolver la
confianza a los padres en el desempeño de su función como educadores».
• Estos encuentros no solo tienen la función de establecer uniones entre familias a
través de la experiencia, sino reflexionar y formarse juntos con la ayuda de buenos
profesionales, en beneficio de la vida en familia.

Unirse, instruirse y servir, aquel lema que la Sra. Vérine tomó como referencia para
las Escuelas de Padres y Madres.

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Crees que la paternidad o la maternidad es algo que se da de manera


natural o algo que se puede aprender y mejorar? ¿En qué sentido?
¿Cuáles son las dimensiones de la paternidad que te plantean mayores
dudas o en las que te sientes más limitado?

2. ¿Cuáles son tus mejores apoyos en tu tarea de ser padre o madre? ¿Con
quién consultas tus dudas o reflexionas sobre tus inquietudes? ¿Cuál ha
sido la última vez que has pedido consejo o apoyo con respecto a tus
hijos o tu paternidad y a quién? ¿Has encontrado el apoyo que
necesitabas?

3. ¿Has tenido alguna vez la experiencia de acudir a una escuela de


padres? ¿Crees que podría ser de utilidad en tu papel? ¿Cuáles son los
mayores obstáculos a la hora de asistir con regularidad a escuelas o
iniciativas de formación de familias?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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3.
Elogio del hombre volante.
Aprender del adolescente.
FERNANDO VIDAL FERNÁNDEZ

Queridos padres y madres:

La adolescencia está estigmatizada. En cuanto dices que eres padre de adolescentes,


enseguida se solidarizan contigo, como si estuvieras siendo atacado por un virus. La
visión que hay sobre la adolescencia es demasiado negativa, está patologizada, y esos
prejuicios hacen a su vez más difícil la adolescencia. La sociedad actual penaliza todo lo
relacionado con la adolescencia. Se critica la sociedad adolescente, se critica a los
adultos que no quieren crecer como «adultescentes» y, erróneamente, se entiende que un
adolescente es etimológicamente alguien que «adolece de algo». ¿No está la
adolescencia demasiado negativizada? ¿No contribuye eso a convertirla en un problema?

Mi experiencia es que aprendo muchísimo de mis hijos adolescentes. Nunca me


habían enseñado tanto. Y no solo cariño, sino grandes lecciones para vivir. Quizá
tenemos que reconocer de otra forma la adolescencia. No es algo que, como una
enfermedad, hay que tratar de pasar lo más rápido posible. Quizá esa patologización de
la adolescencia sea una forma que usa la cultura para no verse desafiada a cambiar.
Quizá no necesitemos minimizar la adolescencia, sino aprender mucho más de ella y
dejarnos poner más en estado de adolescencia.
Básicamente, lo que ocurre en la adolescencia es que el cuerpo de la persona crece
y puede hacer muchas más funciones. Sin embargo, la identidad de la persona continúa
en el papel de niño. Ambas realidades sufren una separación simbólica: el cuerpo sigue

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andando el camino ya crecido y la identidad queda suspendida en el aire. Como el
Hombre Volante de Avicena, el adolescente se encuentra en un cuerpo que no era el
suyo: más grande y fuerte, con otra voz, volúmenes, pelo, olor, capaz de reproducirse, de
trabajar, más alto que sus padres a quienes mirará desde otra altura. Más potencia, puede
hacer casi todo lo que hace un adulto. Le caen encima muchas responsabilidades,
incluidas las contraídas por la edad penal. Sin embargo, en muchas cosas sigue siendo
tratado como un niño... ¿Dónde está mi cuerpo?, se pregunta, ¿quién soy yo?
Suspendido en el aire al extrañarse de su cuerpo, la adolescencia es el viaje que tiene que
hacer para integrarse de nuevo con su cuerpo y actuar plenamente como joven ya adulto.

Ese viaje de refundación que es la adolescencia ha estado institucionalizado y


ritualizado de muy diversas maneras en la historia de todas las culturas. Lo característico
de nuestra sociedad no es que permanezca en la adolescencia, sino que no la
experimenta, no hace ese recorrido hacia la integración de las potencias y
responsabilidades adultas. Peter Pan no quiere ser siempre adolescente, sino que no
quiere vivir plenamente la adolescencia, prefiere seguir aniñado en un mundo que nunca
existe jamás.
Necesitamos reinstitucionalizar la adolescencia, volver a vivirla con mayor
plenitud. El rito de la formación del héroe o el caballero es el modo como se constituyó
en nuestras culturas occidentales, generalmente en seis momentos: (1) ilegitimidad y
«ninguneo» del joven; (2) recibe una llamada y se pone en camino, es formado por un
mago/sabio/santo; (3) se adelanta vanidosamente y fracasa enfrentándose a su peor
monstruo; (4) nuevamente se forma con mayor hondura; (5) se enfrenta nuevamente y
vence con humildad y paz a lo peor; y (6) finalmente es reconocido por un rito de paso.
Incluso el sacramento cristiano de la confirmación tiene una estructura similar. El
problema no es que la gente viva en la adolescencia, sino que se le priva de poder hacer
este proceso de paso. El problema no es que haya muchos adolescentes, sino que hay
poca adolescencia. Les tenemos hiperprotegidos y les impedimos aventurarse, que
escuchen llamadas que consideramos desafiantes o arriesgadas (como la que recibieron
Jasón, Abel, Telémaco, Samuel o Luke Skywalker) y, sobre todo, tenemos miedo a que
fracasen y se lo tratamos de evitar. Pero saber fracasar es quizá la mayor lección: saber
que hay cosas que solo se pueden hacer con amor, con no-poder. La adolescencia no es
una experiencia solo de empoderamiento, sino, sobre todo, de enamoramiento.

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La adolescencia es una experiencia humana que no se da solo durante unos años
concretos, sino siempre que hay un distanciamiento entre lo que uno puede hacer y lo
que cree que puede. ¿Acaso no es eso lo que nos ocurre a la humanidad en este siglo
veintiuno? Nuestros cuerpos, máquinas y sociedades pueden mucho más de lo que
somos capaces de asumir. Las tecnologías han llevado nuestro «cuerpo social» a ser
mucho más potente, pero nuestra mentalidad sigue siendo infantil. Nuestro cuerpo
económico puede hacer quebrar todo o puede llevar la riqueza a donde se necesite.
Podemos modificar el ADN, poblar otros astros, hacer explotar el planeta, comunicar
con todo el mundo, cambiar el clima... Somos un niño jugando con una máquina,
situados ante dos botones: el rojo puede explosionarlo como un infierno y el verde puede
hacer que florezca como un paraíso.
La necesidad es que esa sociedad deje de ser infantil y sea responsable de su poder,
de su cuerpo cambiado, con tantos nuevos poderes. A fin de cuentas, en los cómics todo
villano es un potencial superhéroe que aún no se ha hecho cargo moral de sus poderes.
El adolescente tiene que hacer un viaje de riesgo y esperanza, y en ese momento la
persona recibe una crecida de pasión y deseos de amor, pierde miedos, asume riesgos y
anhela aventura; es apremiado por un impaciente sentido de la urgencia; es sensible a
todo con muchísima mayor intensidad; se siente vulnerable y busca abrazos; una
mordiente inquietud de búsqueda le revuelve por dentro; está abierto a descubrirlo todo,
abierto a lo nuevo; experimenta lo más oscuro de sí mismo y doma a sus miedos como
san Francisco al lobo de Gubbio.

¿Acaso no necesitamos esas virtudes y potencias de la adolescencia; su valentía y


generosidad, salir de las puerilidades y arriesgarnos a buscar? ¿No necesitamos sentirnos
en ese estado para poder asumir los nuevos poderes de la humanidad? Por favor,
adolescentes, enseñadnos a buscar quiénes debemos ser. Vosotros lo estáis haciendo
ahora, sois los expertos: ayudadnos a vivir.

Un abrazo.

72

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Caigo en la tentación de criticar al adolescente por adolescente? ¿Me


asusto de los adolescentes o de la llegada de mis hijos o nietos a la
adolescencia? ¿Cómo crees que se sienten los adolescentes cuando los
que tienen que darles seguridad los enfrentan con miedo o
desesperanza?

2. ¿Cuáles son mis adolescencias? ¿En qué soy todavía un niño con
cuerpo de adulto? ¿En qué aspectos de la vida choco con la distancia
entre lo que creo que puedo hacer y lo que en realidad puedo hacer?
¿Cómo me ayuda esa conciencia a entender a los adolescentes que
tengo alrededor?

3. ¿Qué virtudes de la adolescencia necesitamos en nuestra familia?


¿Valentía, generosidad, deseo de crecer? ¿Cuál es el don único que
aportan nuestros adolescentes, si los tenemos?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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4.
Existencialmente,
¿dónde están nuestros hijos?
Repensar la paternidad
para permitir crecer.
MARÍA CAROLINA SÁNCHEZ SILVA

Queridos padres y madres:

Si alguien observara a nuestra familia desde afuera, diría cosas muy diferentes a lo que
diariamente vivimos desde dentro. Desde el exterior puede parecer perfecta e ideal. Sin
embargo, desde el interior sabemos que siempre estamos afrontando ambigüedades,
conflictos y retos relacionales, que surgen de la confluencia de las dinámicas y los
distintos momentos de vida de cada uno de sus integrantes.
Cuando nuestros hijos son pequeños nos hacemos cargo de todo por ellos. En
nuestra misión como padres y madres, estamos siempre muy pendientes de su cuidado:
alimentación, vestido, formación académica, recreación, salud, relación con sus pares,
seguridad, etc. Nos exige mucho trabajo, empezando por el esfuerzo físico y siguiendo
por el emocional, para tratar, en lo posible, de que todas sus necesidades estén bien
satisfechas.
A medida que nuestros hijos van creciendo, empezamos a soltarlos, a confiar en
ellos, a acompañarlos desde una mayor distancia, dejándolos, cada vez más, ser
protagonistas de su vida. Ese cuidado por su bienestar físico va dejando de ser nuestra
responsabilidad, pues ellos ya lo han asumido cada vez un poco más. Ahora tienen su

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propia vida, en la que, además, sus pares y amigos, tienen el lugar central que antes
ocupábamos nosotros.
Nos puede pasar que, aunque no seamos muy conscientes, actuemos con estos
jóvenes como si todavía fueran niños pequeños y queramos seguir ocupándonos de
cuestiones de las que ellos se pueden ocupar por sí mismos. Incluso nos puede pasar que
queramos ejercer un control sobre ellos, ya que todavía no viven fuera de casa y siguen
necesitando de nosotros.
¿Los controlamos? ¿Les imponemos lo que pensamos? ¿Los chantajeamos? ¿Nos
disgustamos con ellos si no piensan o hacen lo que a nosotros nos parece? ¿Les
lanzamos frases negativas sobre sus amigos, gustos o las actividades en las que invierten
su tiempo? Y es que el hecho de que los hijos se alejen nos desacomoda, nos desplaza de
un lugar central en donde alguna vez fuimos sus héroes y nos deja con una energía
sobrante que nos sabemos muy bien en dónde reinvertir.
Sin darnos cuenta, siempre hay una parte de nosotros como padres en la que
deseamos que ellos se amolden a nuestro ideal de las personas que queremos que sean,
en vez de amar y querer nosotros su realidad siempre única, cambiante y diferente. El
papa Francisco, en su exhortación Amoris laetitia, nos insiste en que no debemos
controlar a nuestros hijos obsesivamente. Porque ya en ese proceso de individuación que
va con el crecimiento «la cuestión no es dónde está tu hijo físicamente, sino dónde está
en un sentido existencial» (Amoris laetitia, n. 261).
¡Maravillosa pregunta! ¿Sabemos dónde están nuestros hijos en un sentido
existencial?
Si bien ya no podemos acompañar a nuestros hijos a las fiestas con sus amigos,
tampoco los podemos mirar desde lejos; no podemos escoger sus amigos u obligarlos a
escoger las prioridades que son las de nuestros gustos; sí podemos tratar de percibir su
mundo, no solo desde lo funcional, sino desde lo emocional y espiritual. Y esto se hace
acercándonos a su mundo, aprovechando esos pocos momentos de encuentro que
tenemos con ellos.
Al contemplar diariamente a nuestros hijos, nos surgen algunas preguntas: ¿cómo es
su mundo? ¿Cómo ve el mundo? ¿Qué está necesitando? ¿Qué siente? ¿Qué será lo
mejor que puedo darle? ¿Cómo me relaciono con él o ella para gozar de un vínculo

75
sólido, cercano y fundado en la confianza? ¿Cómo lo acompaño en su crecimiento? Los
encuentros con nuestros hijos jóvenes se vuelven una oportunidad única que hay que
aprovechar para fortalecer la unión profunda de una relación que sigue siendo para toda
la vida. Es la posibilidad de seguir creando un espacio en la relación en donde ellos
encuentren lo que mejor les podemos brindar ahora: todo nuestro ser, escuchándolos
desde la razón, pasando por el cuerpo, el corazón y la intuición hasta llegar a la
trascendencia.
Suele suceder, en esta época en la que vivimos, que tenemos tantas cuestiones que
atender, tantas cuestiones en que pensar, que, aunque estemos físicamente con nuestros
hijos o en familia, estamos presentes, pero ausentes. Medio presentes de cuerpo y
totalmente ausentes de emoción y espíritu.
Quizá, al volver a revisar estos pequeños encuentros que tenemos con nuestros
jóvenes, podamos mirar si estuvimos presentes: presentes para nosotros mismos, para los
otros. Volver a mirar, para dejarnos sentir sobre lo vivido, procesarlo como un alimento
que se saborea y volver a la pregunta... ¿Dónde está mi hijo en un sentido existencial? Y,
¿dónde estoy yo en un sentido existencial frente a mi hijo y frente a mí mismo?
Tal vez el sentido existencial tenga que ver con las preguntas y diálogos internos en
los que andamos en ese momento de nuestra vida. Tal vez tenga que ver con lo que en
ese momento de la vida estamos buscando. Tal vez sea el momento para sanar una
herida, una pérdida importante, o tal vez tenga que ver con el deseo de ser querido y
quererse a sí mismo. Tal vez tenga que ver con la búsqueda de la mejor forma en que
puedo ocupar un lugar en el mundo en donde pueda dar lo mejor de mí o, simplemente,
puede ser un momento de mucha confusión y rabia.
Independientemente de cuál sea cada uno de esos estados de existenciales en los
que nos vamos acompañando a nivel familiar, intentar entrar en una conexión más
profunda y trascendente, une corazones. Abrir perspectivas y conocer el contexto de los
otros, nos oxigena y nos hace salir de nuestras ideas ya hechas sobre ellos y sus
reacciones. Nos saca de nuestro pequeño mundo y nos lleva a escoger lo mejor para
todos.
Al dejar a un lado nuestras actitudes de imposición, control y chantaje, damos paso
a escuchar-nos, a buscar la cercanía corporal, a reencontrar nuestras miradas, a abrazar-

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nos, a expresar nuestros sentimientos y a plantear nuestra opinión personal con
convicción dentro de varias posibles.
Preguntarse por el lugar existencial del otro y especialmente por el de nuestros
hijos, nos lleva a comprender que las cuestiones más cotidianas y pequeñas de la vida
familiar tienen un contexto y una lucha que se da al interior de cada uno por buscar el
sentido más profundo de la vida. Cuidando y buscando encuentros de calidad en familia,
les hacemos saber a nuestros hijos que no están solos, que seguimos estando ahí a su
lado de forma renovada, para crecer juntos con la intención de buscar responder y vivir
plenamente nuestros propios y distintos momentos de vida.

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cómo te sientes ante la idea de que tus hijos vayan creciendo? ¿Qué
sentimientos despierta en ti la idea de perder importancia o control
sobre sus vidas? ¿Qué sueles hacer cuándo sientes que tu hijo se aleja
de lo que tú querrías o crees que debe ser su vida?

2. ¿Dónde están mis hijos a un nivel existencial? ¿Qué cosas les importa,
qué cosas ocupan su corazón y su tiempo? ¿Qué les ilusiona y qué les
hace sentir mal? ¿Hablamos de lo que es más importante para cada
uno?

3. ¿Qué diferencias creo que hay entre mis hijos y yo? ¿Qué crees que es
importante para ellos que para mí no lo es tanto y qué cosas
importantes para mí no son relevantes para ellos? ¿Hay algo que me
preocupe especialmente de su modo de estar en el mundo? ¿Y algo que
me moleste?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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5.
Lejos del árbol.
Educar en situaciones
de diversidad.
ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO

Queridos padres y madres:

Los Reyes, que me conocen bien, me trajeron un libro que me va a ayudar a pensar
mucho. Se llama Lejos del Árbol: historias de padres e hijos que han aprendido a
quererse, y lo escribe Andrew Solomon, un reputado profesor de psiquiatría
estadounidense.
En este ensayo, Solomon se adentra en qué significa para los padres querer a hijos
diferentes a ellos. Y para ello, entrevista y nos presenta las historias de familias cuyos
hijos tienen diversas condiciones: sordera, enanismo, autismo... que comportan una
característica de identidad diferencial y no compartida con sus progenitores. Desde el
primer momento me ha resultado enormemente interesante este ejercicio de entender la
paternidad como «el amor al diferente».
En muchos textos nos encontraremos la idea de querer al hijo como trascendencia
del yo, como una nueva oportunidad para el yo, como una prolongación del yo. Sin
embargo, ser padres, ser buenos padres y, especialmente, ser padres cristianos, tiene más
que ver, bajo mi punto de vista, con querer al que es distinto de mí, al que se diferencia y
se distancia de mí; y, por lo tanto, no debe ser entendido tanto como un ejercicio de
desarrollo personal y autorrealización como un salto de entrega y donación a un otro
verdaderamente otro.

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Uno puede situarse frente a la tarea de la paternidad y la maternidad poniendo por
delante la imagen del hijo soñado e intentar modelar a su hijo, a base de castigos,
recompensas, expectativas y decepciones, a imagen y semejanza de lo esperado: de lo
que el padre o la madre esperaban y de lo que resulta esperable en el entorno de la
persona. Según cuentan las abuelas, antes se soñaba en que el hijo sería el mejor en no sé
qué cosa, que llegaría donde sus mayores nunca llegaron, o que cambiaría el mundo en
el que le había tocado vivir. Hoy, escuchando a los padres que esperan un hijo, dos
palabras encarnan las esperanzas de la familia: que sea feliz y que sea normal. Y así, de
alguna manera, la normalidad se destaca como una condición sine qua non de la
felicidad.
En el polo opuesto, unos padres pueden renunciar a la normalidad del hijo,
renunciar a lo esperable o a lo propio, ponerse a su escucha y tratar de entender su
mundo desde su perspectiva: sus sueños, ideales, intereses y dificultades. La experiencia
de paternidad y maternidad se convierte así en una experiencia de apertura a la vida, pero
a la vida como se nos da, como es, no como nosotros la hubiéramos decidido o deseado.
Y, como en nuestro mundo ser feliz solo parece posible si se es normal, el padre
dispuesto a aceptar la diferencia tiene que estar abierto al sufrimiento: a vivir el propio
sufrimiento, a acompañar el sufrimiento de su hijo, pero también a confiar en que ese
sufrimiento puede ser el germen de una felicidad más honda. Ser padres es, así, una
experiencia de apertura al dolor y a la limitación: el hijo enferma, fracasa, sufre, se
equivoca y es diferente.

Desde este punto de vista, los padres que crían hijos que son distintos de ellos,
distintos de lo que se espera, distintos de lo que esperaban, pueden ser un verdadero
modelo de paternidad y maternidad. En el trabajo cotidiano en el Instituto Universitario
de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas hemos conocido algunos de estos
padres que nos pueden ayudar a entender lo que nos convierte en padres e hijos.
• Pueden ser un modelo los padres adoptantes y acogedores que hemos conocido en
nuestras investigaciones e iniciativas de formación. La persona que adopta y, muy
especialmente, la que acoge, acepta criar, educar y hacer de padre o madre de
alguien que no proviene de ella y que es diferente de ella.

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Los grados de libertad de esta diferencia han aumentado mucho en las últimas
décadas en las que la crianza incluye diferencias no solo genéticas, sino también de
nacionalidad, etnia y cultura. Y a los padres se les exige, para obtener la idoneidad,
estar abiertos a aceptar y comunicar esta diferencia a sus hijos. Algunos lo aceptan
a regañadientes, como condición impuesta para la paternidad, otros descubren en
esta actitud una relación más profunda y, finalmente, verdaderamente paternal con
sus hijos.
• Lo son, desde luego, los padres que tienen hijos con discapacidades intelectuales que
llegan a la universidad a cursar los programas DEMOS (www.upcomillas.es/fyd).
En la actualidad, el nacimiento de un bebé con discapacidad intelectual o su
diagnóstico en el curso del desarrollo puede ser un momento de crisis personal muy
importante. Con frecuencia, se sigue de un importante esfuerzo por minimizar el
impacto de la discapacidad en el niño, a través del trabajo cotidiano con
especialistas y terapeutas, en parte en el deseo de «curar», al menos en la medida de
las posibilidades, la discapacidad del hijo.
Sin embargo, no es menos cierto que, a veces, al tiempo que este movimiento
«en contra» de la discapacidad, va surgiendo en los padres, si todo va bien, un amor
al hijo, a veces a pesar y otras a través de la discapacidad. La mayoría de los padres
de adultos no cambiarían a su hijo por nada del mundo. Han aprendido el lenguaje
de la discapacidad y modos suficientemente efectivos de comunicarse y quererse
con sus hijos con lo que, a pesar de su diferencia, sus hijos dicen de sí mismos que
son felices.
• Lo son, finalmente, los padres y madres, muchas de ellas inmigrantes, que deciden
seguir nuestro programa «Primera Alianza» (www.primeraalianza.es). Los padres
que renuncian a los modos de entender la educación procedentes de sus tradiciones
y familias de origen y buscan formarse como mejores padres, que quieren cortar
con la transmisión transgeneracional de la exclusión, quieren aprender a escuchar
los mensajes de sus hijos y convertirse en padres más aceptadores de lo que lo
fueron los suyos. Estos padres me merecen especial admiración porque es suyo el
movimiento en favor de la diferencia.

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La paternidad y maternidad, así entendidas, exigen una vigilancia constante de
nuestra aceptación de la diferencia y la diversidad. Cada hijo es diferente, va a ser
diferente de mí, e incluso, en algunas cuestiones para mí esenciales, puede pensar y vivir
de forma muy distinta a la mía. Es clave respetar su individualidad y sus opciones,
aunque difieran de las mías, y aceptarle como es. Naturalmente, la aceptación y el
respeto no significan despreocupación o falta de atención: las diferencias deben hablarse,
contrastarse y discutirse, deben tratar de entenderse para poder aceptarse; pero, en último
término, aceptarlas es siempre un acto de confianza y de amor.
Como sugiere el subtítulo del libro que te recomiendo Historias de padres e hijos
que han aprendido a quererse, el amor no es algo que venga dado, sino algo en proceso,
que se aprende, se recibe y se da en este baile de diferencias y pertenencias que es
convertirse en padres e hijos. Solo entendiendo la profundidad de este «salir del propio
querer e interés» se puede entender la profundidad de tener un Dios que es Padre.

Un abrazo.

82

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Conozco a alguna familia acogedora o adoptiva? ¿Qué puedo aprender


de su experiencia para ser un mejor padre o madre de mis hijos? Y si
soy familia adoptiva ¿qué creo que puedo aportar a las demás familias
para entender con mayor profundidad el significado de la paternidad?

2. ¿Conozco a alguna familia que tenga un hijo con discapacidad,


especialmente discapacidad intelectual? ¿Qué puedo aprender de su
experiencia para ser un mejor padre o madre de mis hijos? Y si yo
tengo un hijo o hija con discapacidad ¿qué creo que puedo aportar a las
demás familias para entender con mayor profundidad el significado de
la paternidad?

3. ¿Conozco a alguna familia que proviene de otra cultura de cuidado


diferente? ¿Qué puedo aprender de su experiencia para ser un mejor
padre o madre de mis hijos? Y, si soy una familia que proviene de otra
cultura de cuidado adoptiva, ¿qué creo que puedo aportar a las demás
familias para entender con mayor profundidad el significado de la
paternidad?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta? ¿Qué


le dirías?

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6.
Árboles a la intemperie.
Aceptar el dolor
para abrazar la vida.
ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO

Queridos padres y madres:


«Los árboles que crecen en lugares sombreados y libres de vientos se hacen blandos y fangosos; los
árboles que están a la intemperie, golpeados por los vientos, se hacen más robustos que el hierro»
San Juan Crisóstomo

Hace unos días tuvimos un acto especial en Comillas en memoria de Belén, una
alumna del programa DEMOS para jóvenes con discapacidad intelectual, que falleció a
principio de curso de camino a clase, donde había alcanzado su sueño: estudiar en una
universidad como sus hermanos. En este acto nos reunimos sus familiares, sus profesores
y sus compañeros para recordarla, plantando un pequeño árbol en su honor en el campus.
Durante el acto, los padres de Belu, que así la llamaban, compartieron con nosotros
un testimonio tremendamente doloroso, pero increíblemente bello y valiente. Nos
contaron cómo, al saber que su hija tenía una cromosomopatía que cursaba con
discapacidad intelectual y serios riesgos cardiacos, tuvieron que tomar una difícil
decisión entre proteger a Belén, para que no sufriera, para que no tuviera riesgos, para
que nada le doliera, y meterla, como ellos expresaban, en una urnita para el resto de su
vida, o bien acompañarla en el vivir: con sus alegrías y sus penas, con sus oportunidades,
con sus dolores, con sus riesgos. Y eligieron la vida.

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Plantar un árbol y plantarlo a la intemperie, sin invernaderos ni alcorques, se
convirtió así en una metáfora viva de algo muy real que había pasado en esa familia:
aceptar el riesgo para elegir la vida. Y así, nos encontramos ante la paradoja de ir a
recordar una muerte y salir celebrando una vida, entendiendo que la vida humana no está
hecha de sortear la adversidad, sino de enfrentarla, de afrontarla y, por el camino,
también gozar, y crecer y aprender y establecer lazos con otros. Y Belu había sido una
joven increíblemente viva.
¿Cómo poder vivir una vida buena cuando uno tiene una discapacidad o una
enfermedad? ¿Cómo seguir viviendo tras la muerte de un hijo? ¿Cómo seguir adelante
cuando la vida viene cargada de dificultades? La psicología ha empezado a estudiar estos
fenómenos usando el término resiliencia. La resiliencia en física hace referencia a la
energía de deformación que puede ser recuperada de un cuerpo deformado, cuando cesa
el esfuerzo que causa la deformación, es decir, la capacidad de volver a la forma original
tras sufrir una gran presión. Sirviéndose de este símil, las ciencias humanas y sociales
han usado el termino resiliencia para referirse a la capacidad del ser humano para hacer
frente a las adversidades de la vida y superarlas. Incluso algunos autores dan un paso
más allá e incluyen la posibilidad de ser transformado positivamente por la propia
experiencia de adversidad.
Es mucho lo que se ha escrito y son diversos los enfoques que se han dirigido a
entender la resiliencia, desde la perspectiva de la psiquiatría americana, iniciada por
Rutter, a los enfoques narrativos y de crecimiento de Boris Cyrulnik. Pero, si hay un
aspecto en el que la mayoría de los enfoques coinciden es en la importancia de la
familia, o de los vínculos de tipo familiar, como cimiento, motor y raíz de los procesos
de resiliencia.
Partiendo del convencimiento de la importancia de la familia para el desarrollo de
la resiliencia de sus miembros, Fromma Walsh desarrolló su Teoría de la Resiliencia
Familiar, que intenta entender qué hace que las familias, como grupo, sobrevivan a la
adversidad y sean, a su vez, raíces fuertes sobre las que sostener a sus miembros en la
dificultad, como lo había sido la familia de Belén.
En primer lugar, destaca la importancia de saber organizarse, es decir, de ser un
grupo al tiempo cohesionado y flexible, que fomenta la pertenencia y tiene claras unas

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pocas normas al tiempo que es capaz de estar abierto y vinculado a otros, lo que también
les permite movilizar apoyos en la dificultad.
En segundo lugar, sería imprescindible saber comunicarse. Las familias en las que
se pueden hablar las cosas buenas y las no tan buenas; en las que se pueden expresar y se
pueden escuchar las emociones, los enfados, los disensos; en las que se puede ser sincero
y empático al tiempo; y en las que se buscan soluciones en conjunto a los problemas,
tienen más probabilidades de salir más unidas de las crisis.
Pero no se queda ahí la cosa, hay una tercera dimensión que se destaca y que se
refiere a las creencias. Lo que uno cree, lo que uno espera, de quién se fía, son procesos
clave para salir adelante en la adversidad. Así, la propia familia debe estar bien arraigada
en sus creencias para poder sostener a los suyos.
Por un lado, están las creencias en un sentido cognitivo: ser capaz de dotar de
sentido a la adversidad, es decir, entender el reto que se presenta a la familia y elegir un
camino, una dirección por la que transitarlo.
Por otro lado, adoptar una perspectiva positiva sobre la situación, que no quiere
decir alegrarse por la dificultad ni ser masoquista, ni tampoco adoptar un talante rápida y
superficialmente positivo, como de mensaje motivador de whatsapp, sino estar abierto a
descubrir el lado bueno de las cosas, de las personas y de las circunstancias, sin negar el
dolor que también comportan.
Por último, la dimensión de las creencias se corona por la capacidad de vivir la vida
desde un enfoque trascendente o espiritual. La religiosidad, en un sentido hondo, es un
factor favorecedor de la resiliencia, no porque solo los creyentes la podamos desarrollar,
sino porque esta trascendencia es capaz de sostener y promover, con especial
dinamismo, todo el resto de los procesos.
La familia cristiana no debe esperar que si Dios está de su parte la vida no le traiga
dificultades ni adversidad, más bien al contrario, el plan cristiano incluye vivir a la
intemperie, «como los lirios del campo», como el árbol robusto de Juan Crisóstomo.
Pero sí puede esperar que su fe le ayude a vivir la adversidad bien enraizado. Así, la
capacidad de vivir el dolor o la dificultad en clave de Resurrección, es decir, en la
esperanza de que la muerte no tiene la última palabra, y el agradecimiento de saberse
acompañado y sostenido por el que lo da todo por mí, es un motor privilegiado para

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atravesar la adversidad y para acompañar a otros en esa travesía. Así, para la familia
creyente, la adversidad de la vida no es solo inevitable, sino que, en ocasiones, puede
convertirse en un espacio para crecer, también en la fe.

Ahora, cada mañana, desde la ventana de mi despacho, miro por mi ventana el bosquejo
del árbol y recuerdo a Belén y a su familia; y le doy gracias a Dios, y le pido resiliencia
para mí y para mi familia: le pido el valor, la esperanza y la fe de elegir la vida, cada día,
hasta las últimas consecuencias.

Un abrazo.

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Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Te consideras un padre sobreprotector? ¿Sientes que meterías a tus


hijos en una urna de cristal si pudieras? Recuerda la última vez que
viste a tus hijos sufrir o la vez que han sufrido con mayor intensidad
¿qué sentimientos recuerdas? ¿Qué cosas crees que puedes hacer para
ayudar a tus hijos a afrontar el sufrimiento?

2. ¿Cuáles han sido los momentos clave de adversidad y dolor de tu


familia? ¿Crees que tu familia ha podido quedarse en cierto modo
estancada en el sufrimiento? ¿Qué crees que ha sido lo que más os ha
ayudado a salir adelante? ¿Crees que eres una familia resiliente?

3. ¿Qué lugar ha ocupado la fe en tu manera de afrontar las dificultades de


la vida? ¿Crees que Dios te daba la espalda o la mano frente a la
adversidad? ¿Has compartido estos sentimientos con tus hijos y tu
pareja?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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Tercera parte:
Mensajes para la familia en el mundo

89
1.
No viváis agobiados.
La cuestión del tiempo
y la vida familiar.
ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO

Querida familia:

Seguro que coincidís conmigo en que una de las características de la vida moderna es
que vivimos apresuradamente, corriendo y con permanente prisa. Tal aceleración se
debe, en parte, a los problemas de conciliación; aunque generalmente se ve agravada por
el tipo de vida de las sociedades urbanas y digitales. Unas veces vivimos desconectados,
con el piloto automático puesto, «alienados». Otras, vivimos corriendo de un lado para
otro, de demanda en demanda, sin prestar atención y sin llegar a estar en ningún sitio. En
este ritmo acelerado tenemos la vida cotidiana milimétricamente controlada, sin dejar
espacio para la reflexión, la experiencia, la relación profunda con el otro que precisan la
pareja y la familia.
Necesitamos una nueva comprensión del tiempo.
Para cuidar la familia y para vivir en pareja, para recuperarnos a nosotros mismos,
es imprescindible volver a ser «dueños de nuestro tiempo» y no «esclavos del tiempo».
Ojalá tuviera la respuesta a cómo hacer esto realidad, pero, mientras yo misma lo
intento, ofrezco algunas claves que me ayudan a reflexionar.

Recuperar las 24 horas del reloj. Con cierta frecuencia escuchamos, o nosotros
mismos decimos, que no tenemos tiempo, sin caer en la cuenta de que tenemos el mismo

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tiempo que todos los demás, 24 horas al día. Cómo y en qué lo ocupemos es una
cuestión de elección y jerarquías. En definitiva, estamos tan ocupados como cualquier
otro, ya que ocupamos la misma cantidad de tiempo que cualquiera. La cuestión,
entonces, es en qué andamos ocupados. Cierto es que una vez tomadas algunas
decisiones no hay marcha atrás: por ejemplo, cuando he decidido tener hijos ya no «me
es dado a elegir» si cuidarlos o no, si quererlos o no, pero esto se refiere a pocas cosas.
Todas las demás pueden someterse al principio del «tanto en cuanto».
Para poder elegir hay que saber decir que no, por supuesto, y apartar todas las
necesidades creadas que no nos ayuden y nos traigan vida. No podemos quedarnos atrás
por miedo a decidir, acumulando actividades sin fin y sin criterio y robándole tiempo al
descanso. Así acabaremos enfermando o haciendo enfermar a los demás. Pienso, por
ejemplo, en la decisión sobre las extraescolares que deben hacer mis hijos (música y
deporte y pintura y otra lengua y para que no se quede atrás chino y equitación); y en la
imposibilidad, por miedo a elegir y a perder el tiempo y el control, de dejar a los niños
gestionar parte de su tiempo, de dejar que el aburrimiento y el ocio «no provechoso»
descubran su enseñanza.
Pero, igual que hay que saber decir que no, hay que aprender a decir que sí. Si
hemos decidido decir que sí, deberíamos vivir nuestra elección como algo abrazado y
deseado y no como una carga que me quita tiempo personal porque ¿qué hay más
personal que aquello a lo que he decidido entregar mi tiempo?

Un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. Mi abuela Ana repetía mucho,
mientras intentaba hacerme alguien de provecho, «un sitio para cada cosa y cada cosa en
su sitio». Pues lo mismo podríamos decir del tiempo. Una vez elegidas qué cosas son
más importantes en nuestra vida y en la vida de nuestra familia, hay que asegurar que
tienen reservado un tiempo acorde con la importancia de esa elección y con la propia
naturaleza de esa prioridad. No necesita el mismo tiempo mantenerse en forma que
cuidar la relación con una persona dependiente y, sin embargo, muchas veces nos cuesta
menos reservar los momentos para lo primero que para lo segundo.
Una vez nos hemos asegurado de que tenemos un tiempo para cada cosa
importante, será clave asegurarnos que hacemos cada cosa a su tiempo, es decir, que

91
sabemos estar dedicados a aquello que nos ocupa en un momento determinado. Cuando
contesto mails del trabajo a la hora de bañar a mi hijo, o mantengo un chat con los
amigos mientras intento tomar una decisión en pareja, estoy incumpliendo este principio
y siendo infiel a mi elección. El móvil es un arma de doble filo porque, al permitirnos
estar en los espacios físico y virtual al mismo tiempo, y al demandar inmediatez, nos
empuja a veces a no estar en ninguno de los dos.
Esta cuestión nos lleva también a discutir la manida diferenciación entre el tiempo
de cantidad y el tiempo de calidad. Las cosas importantes y especialmente las relaciones
requieren tiempo en cantidad, como ya hemos dicho, en una cantidad acorde a la
naturaleza de la relación y su importancia. A las cosas importantes hay que echarles
tiempo y no debemos refugiarnos en que el poco que dedicamos es «de calidad» para
evitar tomar decisiones. Por supuesto, el tiempo en su cantidad no rinde si no es, además,
tiempo dedicado con calidad, con cariño y con disponibilidad emocional y atención para
poder «estar de verdad».

No quedarnos anclados en el pasado. Una de las frases que resultan duras del
Evangelio, algunas de ellas dedicadas a las esclavitudes familiares, es la que Jesús dirige
a un futuro discípulo cuando le dice que deje que los muertos entierren a los muertos (Lc
9,59-60). Este dicho de Jesús nos recuerda la importancia de no quedarnos anclados en el
pasado y la sabiduría de dejarlo atrás. Una de las actitudes más paralizantes y que
generan más malestar y, a veces, enfermedad, emerge en las familias que se quedan
«paralizadas», como si el reloj se hubiera detenido en un momento o una etapa concreta
de sus vidas. A veces un duelo no resuelto o una herida relacional que no se ha podido
perdonar, generan estos «agujeros negros» que consumen el tiempo hacia adentro en
lugar de hacia adelante, impidiendo el crecimiento de la pareja, de la familia y de cada
uno de sus miembros.
Es más frecuente, sin embargo, que las familias continúen creciendo, pero que se
instale en ellas un cierto sentimiento de que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Y, así,
cuando tienes un bebé echas de menos la vida de pareja sin hijos, cuando los hijos crecen
echas de menos a los bebés, cuando se hacen adolescentes añoras la etapa escolar, y
cuando se van de casa soñarías con volver a tener tumbado en el sillón al adolescente. Al

92
final, viven en una permanente insatisfacción y enviando un mensaje de insatisfacción a
su alrededor: «ya no me gustas como antes».
Ser dueño del tiempo es, en parte, mirar al pasado con misericordia y con
agradecimiento, pero, sobre todo, con perspectiva, es decir, desde lejos, porque se ha
permitido a la familia crecer, cambiar, avanzar. En esta línea, aprender a envejecer
también sería adueñarse del tiempo.

Ser dueños de nuestro presente y no esclavos del futuro. La familia es una estructura
humana que busca proporcionar seguridad moral y material a sus miembros y, por lo
tanto, siempre trata de generar una seguridad objetiva suficiente. Sin embargo, la
obsesión por la seguridad en el mañana, como puede ser encontrar un trabajo cómodo y
seguro, tener una casa en propiedad o ahorrar para el día de mañana, supone, en cierto
modo, «hipotecarla vida» y poner en riesgo la capacidad de generar seguridad en el
presente. Parece que tal actitud no se acomoda bien con la fe de un cristiano. ¿Acaso el
Señor solo cuida a los lirios del campo mientras están solteros? Porque, cuando se
emparejan, bien que se buscan ellos un invernadero, en propiedad hipotecada, en el que
crecer y multiplicarse. En este sentido, a veces temo que al igual que ha estallado la
burbuja inmobiliaria estallará la burbuja de aparente seguridad en la que nos confiamos y
a la que muchas familias entregan su vida, ya que vivir en esa burbuja nos está costando
más de lo que vale y más de lo que en realidad nos puede proporcionar.

Cada cosa tiene su tiempo bajo el sol. Qué importante es poder vivir el tiempo en familia
con paz, sin agobio, eligiendo, acompasando la necesidad de organización con los
espacios para la espontaneidad, dedicando tiempo de cantidad y tiempo de calidad,
enraizados en la historia, situados en el presente y proyectados hacia el futuro. Qué
importante y qué difícil, pero qué bien estar siempre a tiempo para volver a intentarlo.

Un abrazo.

93

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cómo se vive el tiempo en tu familia? ¿Sientes que vivís agobiados,


estancados, acelerados? ¿Cuándo ha sido la última vez que has sentido
estar «a tiempo»?

2. ¿A qué cosas has dicho que sí en tu familia? ¿Tienes reservado tiempo
–en cantidad y de calidad– para dedicarle a las cosas que son
verdaderamente importantes para vosotros? ¿A qué crees que deberías
decir que no para poder ser más dueño de vuestro tiempo?

3. ¿Recuerdas algún momento de tu vida en el que te hayas sentido


estancado? ¿Qué generaba esa parálisis? ¿Qué te hizo o crees que te
podría hacer salir de ella? ¿En qué medida crees que puedes estar
«hipotecando» tu presente en aras de la seguridad futura? ¿Crees que
esas «apuestas de futuro» te permiten ser dueño de tu tiempo actual?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

94
2.
Capturas de pantalla.
Nuevas tecnologías y familia.
FERNANDO VIDAL FERNÁNDEZ

Querida familia:

En el teclado de cualquier ordenador de cualquier hogar hay tres teclas en las que pone
«captura de pantalla», «bloqueo» y «pausa». Suelen estar encima de las flechas con que
decidimos la dirección que queremos seguir.
El primer botón manda que lo que aparece en la pantalla sea capturado y podamos
manejarlo como imagen. Pero viendo la situación en muchos hogares cabe preguntarse si
acaso no son las pantallas las que nos han capturado a nosotros. Miremos los datos.
Proceden de un estudio que desde el Instituto Universitario de la Familia (Universidad
Pontificia Comillas) hicimos para el Informe España 2016.

Captura de pantalla
El 42% piensa que el móvil es el aparato que más ha transformado la vida diaria de su
familia. El 55% piensa que el uso de nuevas tecnologías aísla más a cada miembro de su
propia familia y el 49% que nos hace más perezosos. Los jóvenes de 18-24 años son los
que lo piensan en mayor medida: 54%. También es una mayoría, el 56,3%, la que cree
que las TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación) hacen que la gente de su
familia desaproveche o desperdicie más su tiempo. El 68% piensa que las TIC han hecho

95
disminuir la comunicación entre padres e hijos, el 52% cree que ha empeorado la
comunicación en la pareja y el 52% que provocan más conflictos familiares.
Pero el uso de nuevas tecnologías no cesa de crecer y, sobre todo, de integrarlo todo
en un único sistema. En el 95% de los hogares los hijos pueden usar aparatos de TIC. El
teléfono móvil lidera los medios para conectarse a la Red: lo usa el 93% de los
internautas. Todo el mundo es móvil. El 56% de jóvenes de 18-24 años usa el teléfono
móvil continuamente. Cuanto más joven se es, más necesario se considera el teléfono
móvil para la vida cotidiana.
El uso de medios digitales en el hogar no tiene fines educativos. Solo lo usa
formativamente el 17%. El 43% lo usa para coordinar la actividad de la familia y para el
35% es una fuente de ocio. Es también muy útil para comunicarse con los parientes que
no viven en el hogar: dos tercios usa mensajería instantánea con ese fin. El 58% de los
encuestados sostiene que la mensajería instantánea ha intensificado la comunicación con
sus familias e incluso el 53% afirma que le ha permitido recuperar relaciones familiares
que estaban orilladas. Entre los jóvenes de 14-19 años, asciende al 84% el porcentaje que
agradece a Internet poder tomar parte en eventos de la familia. Los móviles nos unen con
la gran familia. ¿Pero separa a la pequeña familia doméstica?
El 83% considera que es inevitable la influencia de las TIC en los hijos y solamente
un 6% cree que hay alguna alternativa. El 69% cree que las TIC tienen más influencia en
los hijos que los propios padres (y lo piensa también el 68% de los jóvenes). El 52%
entre los jóvenes de 14-19 años cree que abusa demasiado de la mensajería instantánea.
Un tercio de los adolescentes pasa más tres horas diarias ante pantallas y dos tercios no
miden cuánto tiempo están. El 86,5% de los españoles piensan que los jóvenes tienen
dependencia de las nuevas tecnologías y es un problema para la educación en la familia.
Entre los jóvenes de 25-34 años ese porcentaje supera el 90%.
Tras la introducción masiva de actividad digital en nuestras vidas, es urgente iniciar
una racionalización de su uso. El 57% de la población ya ha tomado medidas para evitar
que la Red sea una distracción.

Bloqueo

96
Los padres están alarmados respecto a las TIC: el 69% de los padres cree que hay riesgo
de que sus hijos sufran abusos, el 62% de los padres sostiene que sus hijos corren riesgo
de sufrir amenazas, el 58% de los padres declaran que hay riesgo de que sus hijos
accedan a pornografía por Internet y el 33% de los padres sospecha que hay riesgo de
que sus hijos insulten o amenacen a otros por Internet.
Al valorar la utilidad educativa de Internet, los padres estamos hechos un lío. El
90% de los padres consideran que Internet es útil para que los hijos realicen los
popularmente conocidos como «deberes» o tareas escolares. Sin embargo, hay un 56%
de padres que cree que Internet solamente es útil si se sabe buscar y que sus hijos
realmente no saben buscar. El 57% de los padres cree que no les compensa que sus hijos
usen Internet. No creen que las TIC hagan a sus hijos más sociables ni curiosos ni
críticos ni participativos ni globales. Las promesas digitales parecen no funcionar para
sus hijos. Y sin embargo el uso de TIC no deja de crecer. La gente cree que los hijos no
deberían comenzar a usar al móvil antes de los 14 años y, sin embargo, se piensa que
realidad comienzan a los 9, cinco años antes. Los más críticos con esto son los propios
jóvenes.
A muchos padres les han tocado la tecla del bloqueo. Los hijos usan sus móviles,
tabletas, videojuegos y ordenadores masivamente y no pueden controlarlo. El 13% se
siente impotente. Los chicos pasan tiempo viendo contenidos de todo tipo y es difícil
controlar si acceden a contenidos inapropiados para su edad. El «vamping» crece: es el
hecho de que los chicos pasen la noche viendo videos o chateando en el móvil.

Lo que parece claro es que bloquear no es la solución porque el mundo se ha hecho


digital y es el medio en que nos movemos en gran parte de la vida.
Creo que el papa Francisco también estaba pensando en estos problemas de las
pantallas cuando escribió en La alegría del amor sobre la educación de los hijos. Nos
dice que no podemos pretender controlar minuciosamente todo lo que hacen nuestros
hijos todo el tiempo. Por mucho que nos esforcemos, ese hipercontrol 24 horas y 365
días al año ya es imposible y puede que sea incluso nocivo. El papa nos anima a que
sobre todo pongamos sabiduría en educar la conciencia de nuestros hijos, su centro
existencial, sus capacidades de criterio y discernimiento, su gusto por el bien y el buen
gusto. Evidentemente hay que limitar, guiar, ser conscientes de lo que hacen nuestros

97
hijos en Internet. Pero lo más seguro no es sustituir su conciencia, sino educarla. Darle
una y otra vez a la tecla de Control no va a ser la mejor solución.

Pausa
Mejor démosle a la tercera tecla: Pausa. Paremos y discernamos. Lo primero es no ser
catastrófico. No le demos a la tecla masiva del «Suprimir». Tampoco podemos darle a la
tecla del «Retroceder». Tenemos que ir discerniendo y usar sabiamente las teclas de las
flechas. Saber orientarnos. No reaccionemos, elijamos. Allí donde haya duda, miedo o
conflicto con lo digital, pongamos libertad. El asunto de las pantallas es una excelente
oportunidad para aprender a discernir en familia. Insisto: todos juntos.
Es importante reflexionar sobre las pantallas en la familia, juntos. Hablemos con los
hijos. La mitad de los padres ya lo han hecho, ¿somos de esa mitad? Pongámonos reglas,
límites. Tengamos amplios momentos de desconexión: en la mesa, mientras salimos
juntos, cuando estamos con otra gente. Recuperemos también el resto de actividades que
se han visto perjudicadas: sentémonos en el salón tan solamente para charlar,
disfrutemos mucho de juegos de mesa, hagamos deporte, hagamos juntos las tareas
domésticas, aprendamos juntos a tocar instrumentos musicales y, por favor, leamos
masivamente. Los libros son buenos compañeros de camino para la familia. «Toma,
léete estas páginas. Me he acordado de ti», puedes decirle a tu hijo. Recemos juntos,
claro, o meditemos en familia. Mindfulness, si queremos estar a la moda.

Y hagamos un uso creativo de las pantallas. Busquemos materiales formativos y de


entretenimiento de calidad. Venga, dediquemos un fin de semana a buscar los mejores
contenidos y compartámoslos con ellos. ¿Saben cuál es el factor que más protege a los
hijos de las TIC y que les hace aprovechar mejor sus ventajas? Que los padres las usen
bien en sus propias vidas y estén comprometidos con ellos para usarlas juntos bien.
Pausa. No nos bloqueemos. Hay muchas alternativas. No nos dejemos capturar por
las pantallas. El teclado es para que nosotros manejemos las máquinas, no al revés.
¿Discernimos? Enter.

Un abrazo.

98

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿En qué cosas te sientes bloqueado con respecto a la educación de tus


hijos frente a las nuevas tecnologías? ¿En qué te gustaría retroceder?

2. ¿Has hablado en tu casa sobre las nuevas tecnologías? ¿De qué manera
crees que podríais convertir su uso en una oportunidad para el
discernimiento? ¿Hay alguna regla en tu casa sobre su uso? ¿A quiénes
se aplica?

3. ¿Cómo es tu uso de las nuevas tecnologías? ¿Te sientes libre o atrapado


en el uso diario del móvil? ¿En qué medida es una herramienta de
comunicación o una fuente de conflicto o de evasión en tus relaciones
familiares?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

99
3.
Haciendo malabares.
Asumir el reto de conciliar
la vida familiar y laboral.
ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO

Querida familia:

Si tuviera que elegir cuál ha sido el mayor reto de todos los cambios sociales que ha
vivido la familia en nuestro entorno en los últimos 50 años, por la extensión de las
familias a las que alcanza, por la complejidad de las transformaciones que exige y por la
profundidad de los efectos que genera, este sería la incorporación masiva de la mujer al
mercado de trabajo y la emergencia de las dificultades para la conciliación de la vida
familiar y laboral en el seno de la pareja y en el centro de las relación padres-hijos.
Por supuesto, no es mi intención decir que todo debería ser como antes. Que la
mayoría de las mujeres trabajen ha supuesto una mayor libertad, una mayor simetría de
poder, una «purificación» de las motivaciones de la pareja y una democratización de las
relaciones familiares, así como aportaciones muy significativas y valiosas en el mundo
de la empresa, la administración, la política y la investigación. Si las mujeres no se
hubieran incorporado masivamente al mundo profesional, nuestra sociedad sería hoy, a
ciencia cierta, mucho peor. La conquista femenina del «afuera» de la familia ha
permitido también que los padres puedan ir, progresivamente, asumiendo un papel
mucho más activo y central en las relaciones familiares, disfrutando de un rol mucho
más cercano a sus hijos y corresponsabilizándose de las tareas del «adentro».

100
Sin embargo, la sociedad, especialmente en los ámbitos empresariales y públicos,
pero también en la dimensión de las identidades y las relaciones, no ha avanzado lo
suficiente como para que estos cambios se produzcan de forma acompasada, de manera
que casi cualquier pareja a la que se le pregunte qué genera más discusiones o
frustraciones en el día a día, hablaría en algún momento del reparto de tareas en casa y
de las dificultades para acompasar el tiempo entre la casa y el trabajo. Cuando les
preguntamos a los niños, muchos de ellos destacan la importancia de que los padres
trabajen menos, pasen más tiempo con ellos o estén menos ocupados.

El mundo de nuestros mayores era más restringido (tú el trabajo y yo la familia, tú el


afuera y yo el adentro), pero también era mucho más seguro. Todo el mundo sabía qué
tenía que hacer y había sido educado desde pequeño para hacerlo de manera exitosa.
Ahora, hay que multiplicar cada día el número de decisiones (quién lleva al peque al
cole, quién pone la lavadora, quien pospone un compromiso laboral cuando hay alguien
enfermo en casa, a qué hora llegas tú y a qué hora llego yo, cómo se gasta el dinero y un
largo etcétera) con el esperable aumento de la conflictividad y con resultados inciertos.
Además, estamos menos preparados que antes para ejercer la diversidad de tareas que
nos toca desarrollar. Las mujeres seguimos siendo educadas en roles más pasivos y de
cuidado y los varones en actitudes más activas y productivas, pero luego a todos se nos
pide de todo.
Es imposible y negativo dar marcha atrás y, en el camino hacia adelante no hay
fórmulas rígidas que encajen con todos, por lo que cada pareja y cada familia tendrán
que encontrar el modo de construir y equilibrar su relación y la relación de su familia
con el trabajo. Además, no debería pedirse todo el esfuerzo a uno solo. Ni a las mujeres
y hacer del tema de la conciliación una cuestión de «doble jornada» ni, mucho menos, a
los niños y dependientes para que sean «cargas familiares ligeras». La pareja debe ser
corresponsable, buscar la colaboración de toda la familia y también promover los
cambios (o las elecciones) del mundo del trabajo y de la política para posibilitar la
conciliación. Algunos consejos que pueden ayudar a la hora de encontrar el camino son
los siguientes:

101
Hacer de las decisiones en pareja un arte cotidiano. No podemos dejar que las cosas
se decidan por sí solas, ni en el mundo del trabajo ni en el de la familia. Además, puede
ayudar intentar comprender el punto de vista de la pareja, sus angustias, dolores y
esperanzas. Ponerse en su lugar y escucharle de corazón reduce mucho la agresividad y
ayuda a solucionar los inevitables conflictos. También hay que dar la oportunidad al otro
para comprendernos, darle nuestro punto de vista, mostrarle nuestras necesidades y
dificultades, y hablar, hablar y hablar. Finalmente, es de justicia interesarse, valorar y
agradecer lo que el otro hace desde el trabajo y en el hogar y no dar por hecho el
esfuerzo del otro, porque es su aportación al proyecto común. Muchas veces llevamos
una cuenta exacta de lo que el otro no aporta, pero no sabemos agradecer todo lo que
hace.

Rescatar los valores del cuidado en familia. A la hora de estar en familia puede
ayudarnos recordar que la casa no es un segundo trabajo o, como se ha llamado, una
segunda jornada. En este ámbito es importante primar la presencia y la comunión sobre
la productividad y la cooperación. La familia ha de ser una fuente de realización
personal, por lo que debemos dar valor a las tareas de cuidado del hogar como tareas de
cuidado de las personas, y no solo de «gestión» (de tiempo, de las tareas, de los hijos).
En esta línea, es hora de desterrar la idea de «cargas familiares» referido a nuestros
dependientes. Hay tareas cansadas y engorrosas en la familia, pero los otros no pueden
ser definidos como cargas. Al mismo tiempo, es imprescindible valorar y reconocer
adecuadamente, moral y materialmente, a los que nos ayudan con estas tareas como son
los abuelos, los vecinos o los empleados del hogar. Finalmente, para que aquellos a
quienes cuidamos entiendan nuestros malabarismos, es imprescindible hacer partícipes a
nuestros hijos o a nuestros mayores de nuestro trabajo, explicarles el valor concreto de
nuestro trabajo hacia dentro y hacia fuera de la familia, para que sepan que cuando no
estamos también los cuidamos y cuidamos el mundo en el que les toca vivir. Como dice
Natalia Ginzburg en su libro Las pequeñas virtudes, «esta es la única posibilidad real
que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación: tener una
vocación nosotros mismos: conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la
vida engendra amor a la vida».

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Cambiar la cultura del trabajo: Con respecto al mundo del trabajo, no hay que dejar
de incidir para cambiar las culturas profesionales hacia una mejor gestión del tiempo y
del respeto al tiempo de los otros: primar la productividad sobre la presencia al evaluar
nuestro trabajo y el de otros, cuidar y respetar el descanso y caminar hacia una mayor
flexibilidad en la empresa, tanto en los horarios (jornada intensiva, horarios a la carta,
entrada y salida libre) como en los espacios (trabajo desde casa). Una política
empresarial de salarios dignos que permitan el sostenimiento de una familia es también
un soporte imprescindible para la conciliación de la vida familiar y profesional. En
último término, sería interesante participar a un nivel político para fomentar el desarrollo
de políticas de familia y cuidado, y no solo de igualdad, y promover otros cambios
sociales como la coordinación de los horarios laborales, escolares, comerciales y de ocio
(cines, televisión).
La complejidad y la importancia de esta tarea nos invita a no dejarnos arrastrar por
la cotidianeidad sin pararnos a reflexionar sobre qué estamos haciendo: qué relación de
pareja estamos creando, qué sostiene nuestra relación con nuestros hijos, qué relación
hemos establecido con el trabajo y qué tal estamos haciendo nuestro trabajo.
En último lugar, se nos invita a celebrar, a agradecer, a no instalarnos en la queja
sobre las sobrecargas que implica la familia o lo cargados que estamos de trabajo y ser
testimonio de la alegría del amor, del amor al trabajo y del amor a la familia, como signo
de nuestra participación en el plan creador de Dios.

Un abrazo.

103

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Qué tal crees que os repartís tu pareja y tú las tareas de la familia?


¿Crees que habéis llegado a un equilibrio que os permite crecer? ¿Qué
crees que aporta tu pareja a la vida familia y como lo valoras? ¿Qué te
gustaría hacer de más o de menos en tu vida familiar?

2. ¿En quién os apoyáis tu pareja y tú para poder haceros cargo de las


necesidades de la familia? ¿Cómo valoráis y agradecéis su aportación?
¿Crees que has llegado a vivir tu familia como una carga? ¿Qué podría
aliviar ese sentimiento?

3. ¿Qué necesitarías que cambiara en tu organización laboral para facilitar


tu vida familiar? ¿Crees que puedes hacer algo para mejorar tu
situación en ese sentido? ¿En el caso de que seas responsable del
trabajo de otros ¿en qué medida tienes en cuenta sus necesidades
familiares?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

104
4.
Familia y escuela.
Construir puentes de colaboración.
ARANTXA GARAY-GORDOVIL

Querida familia:

Los dos contextos de desarrollo más importantes para un niño son la familia y la
escuela. Sus padres y sus maestros. Escuché hace poco a un conocido cineasta español,
David Trueba, decir que son los dos sistemas desde los que hay que plantear la
revolución. Revolución que nos ayude a trasformar esta sociedad que, en palabras del
papa Francisco, necesita una fuerte inyección familiar.
A pesar de esto, vivimos tiempos de lejanía entre la escuela y la familia. Parecen
dos contextos enfrentados, cuando lo imprescindible es que sean espacios
complementarios. Espacios continuos, convergentes en un único fin, el desarrollo pleno
de los niños que en ambos habitan y que esperan que nosotros, los adultos, seamos
capaces de construirles un mundo seguro donde crecer y al que poder aportar.
Oigo a mi alrededor a padres sorprendidos porque en los colegios de sus hijos los
profesores siempre andan a la defensiva; porque no hay espacio para estar y participar;
porque no se les escuchan sus preocupaciones o indicaciones sobre sus hijos. Escucho a
profesores cansados de familias que no parecen valorar ni respetar sus esfuerzos y su
trabajo; maestros que piden ayuda a los padres, pero no encuentran respuesta;
sentimientos de sobreexigencia, pues creen que se les está delegando el 100% la
educación de los hijos de otros.

105
Aunque puede haber otras, presento a continuación algunas de las claves que
considero más importantes para ayudar en la relación escuela y familia.

Contextos de colaboración
La transición que vive el niño cuando comienza la escuela es un momento importante,
lleno de riquezas, incertidumbres, reconocido y cuidado por los maestros de infantil con
el período de adaptación. Pero es difícil reconocer que ese momento sea complejo
también para los padres que ven como «su» hijo se convierte en un niño de la lista de la
clase, pasando de ser protagonista a ser uno más.
Esa perspectiva tan diferente desde la que un profesor o un padre contempla al
mismo niño se repite en múltiples ocasiones a lo largo de la vida escolar, no únicamente
en el comienzo, y produce una distancia entre ambos contextos.
Solamente desde la confianza podremos salvar la distancia. Maestros y padres
queremos lo mejor para ese niño, pero ambos de formas distintas, con herramientas
diferentes. Por eso debemos aliarnos:
• Con las palabras: para los padres sería bueno contar con unas palabras de
tranquilidad: «Sé que es “tu” hijo, pero, tranquilo, conmigo va a estar bien», para
los maestros con unas palabras de agradecimiento «Gracias por acoger a mi hijo y
preocuparte por él».

• Con las acciones: respetarnos ambos como expertos, yo soy experto en mi hijo, yo
soy experto en educación, asociémonos para ayudarle.

La participación de la escuela en la familia y de esta en la escuela es


imprescindible. No podemos permitirnos la división: esto se trabaja en la escuela, esto es
un tema de la familia. Los niños para aprender, para desarrollarse integralmente,
necesitan continuidad. Las típicas preguntas de rigor: «¿Qué tal el cole? ¿Tienes
deberes? ¿Qué has comido?» pueden hacerse con más concentración, con más riqueza:
«¿Qué ha sido lo más bonito que has aprendido hoy? ¿Quién te lo ha enseñado? ¿Qué te
ha costado más? ¿Quién te ayudo ¿A quién ayudaste?». Encontrar tiempo y ganas para

106
hacer alguna de las tareas que mandan (disfraces, proyectos, buscar información...) sin
resoplar y refunfuñar «¡Por qué no lo harán en clase!».

Pero también abrir las aulas a los padres, no solamente en infantil, sino en primaria,
secundaria y bachillerato. No en la jornada de puertas abiertas, en las actividades
extraescolares, la semana de..., o en la escuela de familias. O, por lo menos, no
solamente en eso, sino en el día a día y, más concretamente, en el día a día de sus hijos.
No tener miedo a que los padres entren, participen, pregunten, enseñen. Trasformar la
escuela en comunidad de aprendizaje, de tal forma que de verdad la tribu entera eduque.
Contar con ellos para resolver problemas de recursos y tiempos. Aprovechar su
experiencia y conocimiento.

Contextos de comunicación
A veces las barreras no se rompen por prejuicios y sesgos. «Si los padres entran en el
aula, ya verás... Imagínate a fulanito, no va a parar de criticar», «Mejor no darles la
mano, que se toman el pie», «Esto no lo contamos, que ya verás cómo se van a poner»,
«Menudo follón doscientos padres por aquí...». Y, por el otro lado: «Es mejor no decir
nada al profesor, ya sabes cómo son, en seguida le cogen manía, como a mi hermano
cuándo era pequeño», «Siempre estamos igual, este profesor es como...», «Cualquiera lo
plantea, si ya nos contaron que el año pasado...».

Gracias a Dios, la mayoría de los padres, la mayoría de los profesores, son buenos,
son gente normal, que saben ser prudentes, que saben entrar, participar y luego salir, que
no necesitan controlarlo todo, que no cogen manía irracionalmente a nadie, que escuchan
las propuestas, que siempre tratan de hacerlo bien. No podemos dejar que el sesgo de la
minoría nos lleva a realizar generalizaciones que nos bloqueen la relación. Siempre hay
un padre, siempre hay un profesor, más complicado, más dañino. No permitamos que
eso se extienda como el chapapote, tiñendo y haciendo denso algo que no lo es y no tiene
por qué serlo. Ambos, padres y maestros, ejercen su labor de la mejor manera que saben
y pueden.

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La comunicación directa es también fundamental, tengamos lo que tengamos que
decirnos, tenemos que decírnoslo entre adultos, nunca usando al niño como vehículo de
comunicación. Tendrían que empezar las reuniones del inicio del curso expresando:
«Ocurra lo que ocurra busquemos el espacio para hablarlo y aclararlo, para no quebrar el
clima de confianza». O, «Si necesitas hablar de mi hijo, si necesitas que te ayude, no
dudes en llamarme».
Tanto padres como maestros deben preguntar por los motivos de una actuación, por
las razones de una tarea, de todas esas situaciones de discrepancia o malestar que a lo
largo del curso pueden producirse y que es bueno y necesario aclarar siempre con la
persona o personas implicadas y desde la comunicación honesta y sincera, evitando
culpas y culpables, buscando soluciones. Una comunicación en la que padres y maestros
se sitúan como iguales en colaboración de un proceso de cambio de sus hijos-alumnos.
Y, desde luego, la comunicación positiva. Digamos también lo que va bien, lo que
nos ha gustado, lo que funciona, lo que nos ayuda a sentirnos bien. Una comunicación
efectiva es una comunicación que expresa más veces lo que nos une, lo que sabemos
hacer, lo que es posible.
Familia y escuela estamos llamados a hacer la revolución de un mundo mejor, más
justo, más sostenible, más vivible. No dejemos que nos separen, unámonos en este
proyecto de cambio social, inyectemos dosis de familia, de comunidad, a una sociedad
que busca comunión frente al individualismo. Familia y escuela deben y pueden
cooperar para que los niños crezcan seguros de poder construir un mundo bueno en el
que habitar.

Un abrazo.

108

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. Si tienes hijos en edad escolar, ¿crees que eres un padre con el que se
puede establecer una relación de colaboración? ¿En ocasiones te has
visto a ti mismo en actitudes negativas que han dificultado esa
comunicación?

2. ¿Cuál ha sido el profesor de tus hijos con el que has establecido una
relación más enriquecedora? ¿Qué ponía él de su parte? ¿Qué poníais
vosotros? ¿Qué era lo que funcionaba mejor?

3. ¿Qué revolución te gustaría hacer desde la colaboración con los


educadores de tus hijos? Si tuvieras que elegir un objetivo común de
cambio social a través de la educación, ¿cuál escogerías? ¿Cómo crees
que padres y maestros podrían cambiar el mundo?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

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5.
Te he llamado por tu nombre.
Conocer a los que nos necesitan.
BLANCA GÓMEZ-BENGOECHEA

Querida familia:

En los últimos años la pobreza infantil ha sido un tema del que se ha oído hablar con
frecuencia en los medios de comunicación por sus elevadas cifras, que han sido
recogidas en diversos estudios de distintas entidades y ONG.
Uno de los indicadores empleados para medir el riesgo de pobreza y de exclusión
extrema en la Unión Europea es el AROPE (At Risk Of Poverty and Exclusion), un
indicador específico, armonizado en toda Europa, que permite la comparación de la
situación en los distintos países. Este indicador tiene en cuenta la medición de la pobreza
basada en lo monetario, pero la complementa con algunos aspectos que tienen que ver
con la exclusión
Combina factores de renta (pobreza relativa), privación material severa y baja
intensidad del trabajo, de manera que una persona en riesgo de pobreza y exclusión
social es aquella cuyo nivel de renta se encuentra por debajo del umbral de la pobreza
y/o sufre privación material severa y/o reside en hogares con baja intensidad de empleo.
En el caso del AROPE de la infancia, esta tasa mide la población menor de 18 años que
vive en hogares que están en pobreza relativa, privación material o alto desempleo.
Este indicador muestra un importante deterioro en España en los últimos años, ya
que se ha incrementado en 2,6 puntos entre 2009 y 2013, último año del que se tienen
datos. La privación material severa se ha elevado más moderadamente y la tasa de

110
pobreza se ha mantenido prácticamente sin variaciones, aunque el umbral de pobreza ha
descendido, debido a la reducción general de los ingresos.
Además de confirmar la grave situación general, los datos indican que los niños se
encuentran en una situación peor que el resto de la población respecto al riesgo de
pobreza: sufren un riesgo superior al de los demás, pero también los niños pobres son
más pobres que el conjunto de la población pobre española. Los niños son el grupo de
edad con el riesgo de pobreza más alto, por encima de los mayores de 64 años, que
anteriormente ocupaban esta posición.
De modo que, de acuerdo con las estadísticas europeas, uno de cada tres niños de
nuestro país (2,7 millones) viven en la pobreza o en riesgo de exclusión. Unicef calcula
que los niveles de pobreza infantil han crecido un 28% entre 2008 y 2012. Y, según
datos de la ONG Save the Children, en el año 2014 el 30,5% de los niños españoles vivía
bajo el umbral de la pobreza relativa (con una renta inferior al 60% de la renta mediana);
el 15,7 % vivía en hogares en situación de pobreza severa (menos del 40 de la renta
mediana); el 35,8% en riesgo de pobreza o exclusión social; y el 9,5% sufrían privación
material severa, entendiendo que esta existe en los hogares en los que no pueden
permitirse, al menos, cuatro de los siguientes nueve conceptos (Encuesta Europea de
Ingresos y Condiciones de Vida, EU‐SILC):
Pagar el alquiler, una hipoteca o facturas corrientes.
Tener la casa a una temperatura adecuada durante los meses de invierno.
Poder afrontar gastos imprevistos.
Una comida de carne, pollo o pescado (o sus equivalentes vegetarianos) al menos
tres veces por semana.
Irse de vacaciones al menos una semana al año.
Tener un coche.
Tener una lavadora.
Tener un televisor en color.
Tener un teléfono (fijo o móvil).

Hasta aquí los datos, a los que se puede acceder fácilmente. Pero, ¿qué ocurre
cuando las cifras pasan a tener cara y nombre? ¿Qué pasa cuando se conoce

111
personalmente a alguno de estos niños? ¿Cuándo se comparten con ellos tiempo, juegos,
esfuerzos y se asiste, impotente, a las dificultades a las que tienen que hacer frente?
Lo que ocurre es que empiezas a buscar recursos donde no los hay para tratar de
solucionar sus problemas; que te esfuerzas para catapultarles hacia un futuro diferente;
que te empeñas en recuperar para ellos la infancia como espacio de recuerdos felices, en
vez de un tiempo lleno de miedos y preocupaciones. Empiezas a mirar la vida a través de
sus ojos y sus necesidades, y te encuentras peleando y luchando por cosas que siempre te
parecieron injustas y te preocuparon de una forma más o menos abstracta, pero por las
que nunca te llegaste a «mojar».

Probablemente todos hemos experimentado algo parecido en relación con otras


situaciones: una enfermedad, una adicción, la muerte de un ser querido, el desempleo o
una crisis familiar. Cada una de ellas cobra una dimensión diferente en el momento en el
que afecta a personas a las que conocemos y a las que queremos.
Por eso, creo que en el deseo o la intención de ayudar y apoyar a quienes pasan por
situaciones de dificultad, especialmente en el caso de aquellos a los que llamamos
«pobres», y muy especialmente a los niños, el encuentro personal es la clave y el vínculo
afectivo la llave que conduce, inevitablemente, a la acción. Porque, cuando esas
dificultades, de las que a menudo oímos hablar en la televisión o en los periódicos,
tienen para nosotros nombre y rostro concretos, no cabe duda que nuestra implicación
cambia.
Salgamos a su encuentro, a compartir la vida con ellos, a conocerles personalmente,
a ellos, sus esfuerzos y sus dificultades. Porque esto hará, sin duda, que vivamos los
nuestros de otra manera y nos impliquemos en la solución de las suyas de un modo muy
distinto.
Como decía el padre Arrupe, conocerlos, «enamorarse» de ellos, determinará lo que
nos haga levantar por las mañanas, lo que hagamos con nuestros atardeceres, cómo
pasemos nuestros fines de semana, lo que leamos, a quién conozcamos, lo que nos
rompa el corazón y lo que nos llene de asombro con alegría y agradecimiento.
Enamorarse y permanecer enamorado es lo que decide todo.

Un abrazo.

112

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿En qué medida eres consciente, en tu vida cotidiana, de las situaciones


de pobreza que atraviesan otras familias y, en especial, los niños?
¿Cuánto se habla en tu casa –con tus hijos, con tu pareja– de la
pobreza?

2. ¿Conoces personalmente a familias o a niños que viven en situación de


pobreza material, o tú mismo la estás atravesando? ¿Puedes recordar
sus nombres, sus rostros, sus situaciones? ¿Cómo crees que la pobreza
impacta en la vida de esos niños y familias?

3. ¿Qué crees que puedes hacer, junto a tu familia, para encontrarte con
familias en situación de pobreza? ¿De qué modo crees que podrías
compartir lo que sois y tenéis con alguna de estas familias?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

113
6.
No te cierres a tu propia carne.
Crear familias hospitalarias.
ANA BERÁSTEGUI PEDRO-VIEJO

Querida familia:

En mi inconfesa pero semanal visita a la prensa amarilla, el domingo pasado el Hola


me sorprendió con una noticia nueva para mí. Un reportaje en el que Emma Thompson
contaba la historia de su familia y de cómo Tindyewa Agaba, un joven ruandés de 16
años, entró a formar parte de ella después de una traumática historia de orfandad, guerra,
refugio y sinhogarismo.
Vaya usted a saber cómo es cada historia por dentro, pero, desde luego, por fuera se
presenta como la otra cara de la moneda de esas adopciones internacionales del famoseo
patrio, contadas a bombo y platillo de cara a la galería. En esta historia, lo que más llama
la atención es la capacidad de acogida al otro, al diferente, al sufriente, y también la
espera y la esperanza de poder ser acogidos por él.
Nuestra sociedad lleva siglos intentando organizar la atención a los que no pueden
procurarse cuidado a sí mismos y no lo encuentran en su propia familia o entorno:
centros de menores y orfanatos, residencias y asilos, albergues e internados, han sido
parte de estas soluciones.
En la historia de estos tipos de centros se ha ido encontrando cómo el cuidado
institucional, a pesar de llegar a cubrir la mayoría de las necesidades que
tradicionalmente se han considerado básicas en el ser humano, como la alimentación, el
techo o el cuidado de la salud, acaban generando daños y síntomas en muchos de los que

114
viven en ellas. Especialmente graves son los daños que se generan en los niños que
crecen en estas instituciones, pero sus efectos también se hacen notar en personas con
discapacidad, personas con enfermedad mental o personas mayores internadas en
instituciones. ¿Qué es lo que falta a estas instituciones para poder lograr su objetivo de
bienestar y calidad de vida en aquellos a los que cuidan?
En realidad, para vivir, para crecer, para estar sanos, todos, en mayor o menor
grado, necesitamos lazos de apego: una familia o una pequeña comunidad, un hogar, en
el que desarrollarnos. Así, para organizar el cuidado de nuestros dependientes: niños,
mayores, personas con enfermedad o discapacidad, nuestras sociedades necesitan a las
familias. Necesitamos apoyarlas para que cumplan sus funciones, reforzando las
políticas de familia, qué duda cabe, pero ¿cómo hacer cuando la persona dependiente no
tiene una familia, la ha perdido, o la que tiene es negligente, maltratadora o a su vez
dependiente del cuidado externo? ¿Se pueden organizar familias simuladas y
profesionales? Parece que no, o al menos no con la eficacia y la profundidad con la que
funcionan las estructuras naturales o informales.
Este es uno de los puntos en los que el Estado no puede valerse solo y necesita de la
sociedad civil. Necesita familias capaces de integrar en su seno a miembros «de fuera».
Sin ir más lejos, en el verano de 2015 se aprobó una ley en la que se trata de evitar a toda
costa la institucionalización de los menores de 3 años en protección y se desaconseja
para los menores de 6 años, obligando a las administraciones a encontrar soluciones
familiares para ellos. Se necesitan familias, porque los niños tienen derecho a tener una
familia, pero ninguna administración puede procurársela por sí misma.
Nuestra sociedad, nuestros niños, necesitan familias abiertas, capaces de acoger no
solo a los que son y sienten como «propios», como los nietos o los sobrinos que se
quedan desprotegidos, sino también a los ajenos, a los que vienen de fuera, a los
diferentes. Se necesitan familias abiertas a la existencia de otra familia en la vida de los
niños a los que cuido; o familias abiertas a cuidar niños con necesidades especiales; o
familias dispuestas a cuidar bebés mientras se encuentra una solución definitiva para
ellos. Se necesitan familias que puedan acoger niños más mayores, o grupos de
hermanos. Se necesitan familias que quieran convertir a los niños en hijos y otras que
sean capaces de cuidar de ellos sin adoptarlos.

115
Se necesitan familias jóvenes y familias experimentadas; familias para siempre y
familias para un rato; familias para pasar los fines de semana y familias para el día a día,
familias capaces de curar y reparar y también familias capaces de acoger la enfermedad
o la dificultad; familias nucleares y también familias extensas, capaces de sostener la
fragilidad de los que cuidan.
Se necesitan familias capaces de acoger a las personas con su historia, muchas
veces cargada de sufrimientos, de necesidades insatisfechas, de rupturas y de dolor
relacional, sin tratar de resetearla, sin exigirle un borrado rápido como condición de
acceso a la nueva vida. Familias capaces, no tanto de asimilar al que llega, sino de
adaptarse a sus ritmos, a sus necesidades, a sus significados, dispuestas a cambiar para
recibir al que llega de fuera.
«No te cierres a tu propia carne», dice el profeta (Is 58,7) como parte del ayuno que
es grato a Dios. No te cierres a los tuyos. No cierres las puertas de tu casa ni de tu
corazón al extraño, piensa en la posibilidad de compartir la cotidianidad de la vida con
aquellos que no tienen con quién hacerlo, habla de ello, conoce a alguien que lo haya
hecho, infórmate, deja crecer en ti el deseo de acoger en tu familia, de una u otra manera:
al niño sin familia, al joven sin hogar, a la madre sola y sin abuelos, al anciano sin hijos,
a la persona con discapacidad sin hermanos o sin comunidad, al inmigrante sin patria.
Quién sabe si hay una llamada esperándote desde el fondo de estas palabras.
En estos días en los que la palabra hospitalidad está ganando tanto espacio en
nuestro imaginario, necesitamos destacar cómo la familiaridad es una de las condiciones
de posibilidad de las comunidades de hospitalidad, y cómo las familias alcanzan la
plenitud de su vocación cuando se vuelven hospitalarias.
Es muy probable que acoger sea complicarse la vida, complicarse mucho la vida,
complicar la vida de todos. Sin embargo, las únicas declaraciones de Emma Thompson
en el reportaje que os cuento son «Me siento muy agradecida, muchas veces creo que, si
no hubiera sido por Agaba, mi vida habría sido inconmensurablemente más pequeña».

Un abrazo.

116

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. Todos necesitamos una familia, una comunidad o un hogar ¿cómo crees


que sería para ti vivir sin tu familia? ¿Cómo hubiera sido tu vida sin tu
familia de origen? ¿Cómo sería tu presente sin tu familia elegida?

2. ¿De qué modo tu familia es acogedora u hospitalaria? ¿Crees que las


puertas de tu familia están abiertas para el que lo necesita? ¿Cuál ha
sido la última experiencia de acogida del «de fuera» en tu familia?

3. ¿Conoces a alguna persona que haya acogido en su hogar a alguien


«que no es de su propia carne»? ¿Qué te llama de su experiencia? ¿Qué
crees que ha aportado esa realidad en esa familia?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

117
7.
Dejarse incordiar.
Mirar a las familias pobres
a nuestro alrededor.
BLANCA GÓMEZ-BENGOECHEA

Querida familia:

Durante estos años de crisis, se ha hablado con frecuencia de las muchas familias que
se han encontrado en una situación de necesidad sobrevenida, principalmente por el alto
porcentaje de desempleo. Padres y madres que han perdido sus trabajos y se han visto
obligados a acudir a recursos que nunca les habían hecho falta o que, incluso, nunca
pensaron necesitar.
Sin embargo, junto a estas familias, hay otras para las que esta situación de pobreza
no es sobrevenida ni coyuntural, y tampoco es exclusivamente económica.

Realizar una investigación sobre infancia en situación de pobreza extrema en


Madrid me ha permitido conocer de primera mano a algunas de estas familias, sus
circunstancias, sus inquietudes y sus ganas de cambiar esa estructura en la que, sobre
todo los niños, se sienten atrapados.
Nuestro trabajo se centró en el análisis de las condiciones de vida de los casi 300
niños y niñas gitanos rumanos vecinos del poblado de El Gallinero, situado junto a la
Cañada Real Galiana, rodeado de autopistas y pegado a la vía de servicio de la A3, a
solo 12 Kilómetros del centro de Madrid. Se trata de un estudio fundamentalmente
cualitativo, en el que un grupo importante de estos menores nos contó, de diversas
formas, cómo es su día a día, qué cosas les agradan de su vida, cómo se la imaginan en el

118
futuro y qué les gustaría cambiar de su realidad actual. En definitiva, cuál es su
percepción de la situación de pobreza extrema y discriminación en la que viven, y cómo
está afectando a su desarrollo.

La investigación nos permitió compartir con ellos, a lo largo de algo más de un


curso académico, tiempo, juegos, entrevistas y grupos de discusión. Y con ello, también
miedos, esperanzas, alegrías y frustraciones.
Estos niños, pobres entre los pobres en nuestro primer mundo, viven en un lugar en
el que no hay agua corriente, con una sola fuente para todos, a la que tienen que ir a
buscar el agua con grandes bidones que arrastran hasta sus casas para lavarse, cocinar y
beber. Un sitio en el que no hay un solo retrete o letrina, donde la luz eléctrica llega a
través de un precario y peligroso sistema a unas chabolas de madera en las que se
hacinan, compartiendo cama, sus numerosas familias. Un lugar a más de 30 minutos
andando de un parque, un médico o una zona comercial, de donde todas las mañanas
salen más de 100 niños rumbo a la escuela, y donde por las tardes hacen los deberes en
un pequeño y destartalado módulo prefabricado. Un poblado que existe desde hace más
de ocho años y que, a pesar de reunir condiciones propias de un país del tercer mundo, es
parte de una de las grandes capitales europeas.
Después de conocer el lugar en el que viven y de conocerlos a ellos, hemos podido
saber que una de sus grandes alegrías, además de ir a perseguir conejos, bailar y jugar al
fútbol, es salir del poblado para ir al colegio. Y es que estos niños son unos pequeños
héroes de lo cotidiano; son capaces de levantarse por la mañana temprano, lavarse la cara
y las manos con agua de un cubo o de una taza y marcharse a la escuela, a través del
barro y los charcos, para cambiar el destino que les persigue desde hace siglos por toda
Europa: la marginación, la discriminación y el cambio frecuente de lugar de residencia
debido a las presiones, en algunos casos incluso persecuciones, con las que se
encuentran allí donde se instalan.
Sabemos también que les dan miedo las serpientes y las ratas que a veces se cuelan
en sus casas por la noche, y que les asusta la policía, porque viene a tirar sus chabolas.
Que no les gustan la suciedad ni la basura. Y que, si pudieran, pondrían un cubo para
echarla en cada casa, y unos baños «normales». Y que dicen no entender por qué ellos
viven así y los demás de otra manera.

119
Sus aspiraciones nos hablan de una vida normalizada, con una familia y una casa
como la que tienen los demás; establecidos en Madrid, yendo primero al colegio, incluso
a la universidad, para estudiar, y a trabajar después. Estos deseos son el reflejo de un
gran esfuerzo dirigido a romper con la transmisión intergeneracional de la pobreza,
encaminado a salir de una rueda en la que llevan muchos años atrapados y para la que
parece no haber salida.
Sin embargo, con frecuencia obviamos sus deseos y sus esfuerzos. Solemos verlos
como los hijos de unos padres despreocupados, que no quieren trabajar, que nos
incordian en los semáforos, nos piden dinero por la calle vete tú a saber para qué, o, en
algunos casos, como quienes comparten clase con nuestros hijos «retrasando» su ritmo
de aprendizaje. Como personas que «quieren vivir así», con los que es imposible trabajar
y de los que no se pueden obtener cambios positivos.
Hace tiempo leí una frase de la que me acuerdo con frecuencia: «Dejarse incordiar
por los pobres es compartir las inquietudes de Dios». Mientras participaba en este
estudio y después me he acordado mucho de ella.
Dejarnos incordiar no significa en este caso sobrellevar con paciencia estas
pequeñas intromisiones en nuestra vida diaria. No se trata de aguantar con paciencia al
que nos pide o nos limpia el cristal del coche sin que se lo hayamos pedido,
aprovechando la pausa que le brinda el tráfico.
Dejarse incordiar supone permitir que estas realidades nos «desacomoden» de
alguna manera. Que nos moleste su existencia, hasta tal punto que decidamos hacer algo
por conocer lo que tienen detrás y remediar sus causas últimas.
Reclamar para ellos, como ha dicho el papa Francisco, tierra, techo y trabajo, y
hacer realidad ese vínculo inseparable que debe existir entre nuestra fe y los pobres, a los
que nunca debemos dejar solos. Aunque eso signifique «un incordio» para nuestras
vidas.

Un abrazo.

120

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Puedes reconocerte en alguno de los prejuicios con los que, con


frecuencia, miramos a las personas en exclusión social (que son
imposibles, que no quieren cambiar, que quieren hacernos daño...)?
¿Crees que podrías estas transmitiendo esos prejuicios a los que te
rodean? ¿Tratas de refutar esos prejuicios cuando se hacen presentes en
las conversaciones cotidianas?

2. ¿A veces caes en la tentación de pensar que tienes la vida que te


mereces, sin reconocer y agradecer el impacto de las ventajas de
partida que has tenido con respecto a otros? ¿Cuáles han sido esas
ventajas? ¿Puedes reconocer algunas desventajas en tu historia?
¿Cómo ha sido el proceso de superarlas, si es que has podido?

3. ¿Sientes que has podido perder sensibilidad hacia las situaciones de


exclusión y desventaja a tu alrededor? ¿A qué pobrezas te has ido
acostumbrando? ¿Qué situaciones de injusticia te siguen incordiando
hasta el punto de hacerte actuar? ¿Cómo acompañas la mirada de los
tuyos hacia esas realidades?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

121
Cuarta parte:
Mensajes para la familia en la Iglesia

122
1.
La familia en el evangelio.
Contemplaré la familia
con los ojos de Jesús.
FRANCISCO JAVIER DE LA TORRE DÍAZ

Querida pequeña iglesia:

Nos acercaremos a la familia desde los evangelios, corazón de lo que debe ser la
familia cristiana, describiendo diez rasgos para meditar y orar. Recojo brevemente lo
expuesto en Jesús de Nazaret y la familia (Editorial San Pablo).
1. Jesús aparece en sus primeros años de vida profundamente inserto en el núcleo
familiar. Aparece unido a sus parientes con naturalidad en las bodas de Caná: «Después
bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos, pero no se quedaron allí muchos días»
(Jn 2,12). Jesús es identificado como miembro de su familia: «¿No es este el hijo del
carpintero?» (Mt 13,55-56). Jesús nace, crece y pasa la mayor parte de su vida en un
contexto familiar. Además, sus padres prácticamente no salen de ese ambiente familiar.
Esto significa que realizan su salvación, el plan de Dios sobre ellos, en su vida familiar
ordinaria, vulgar, aldeana.
2. Jesús utiliza las situaciones familiares para explicar su mensaje y habla de Dios
como Abba. Jesús habla de un modelo ejemplar de padre que pone a disposición de sus
hijos todo lo que tiene (Lc 15,31-32), un Padre que perdona al hijo que se va de la casa y
tira la fortuna (Lc 15,20-32), un Dios que es padre de todos (Mt 5,16.45.48) y que hace
que todos los hombres sean hermanos (Mt 23,8-9). Jesús en sus parábolas y enseñanzas

123
habla de situaciones familiares: fiestas de bodas, mujeres encintas, dolores de parto (Mt
22,2-3; Lc 14,16-24).
3. Jesús acoge con cariño muchas situaciones familiares, sobre todo de dolor,
sufrimiento y muerte. Acoge a padres preocupados por sus hijos enfermos: muchacho
epiléptico (Mc 9,17-24), la mujer cananea (Mc 7,25-30), la hija de Jairo (Mc 5,22ss), el
funcionario real (Jn 4,46-53). Consuela a padres que lloran a sus hijos muertos: viuda de
Naim (Lc 7,11-15). Acoge a Marta y María que lloran a su hermano fallecido (Jn
11,1ss). Escucha a los padres que hablan de su hijo ciego de nacimiento (Jn 9,18-23).
Cura a la suegra de Pedro (Mc 1,30-31), etc.

4. La predicación de Jesús se mueve en un ambiente familiar. En los evangelios


aparecen la familia de Pedro (Mc 1,28-31), su padre y su suegra. Jesús se siente amigo
de la familia de Marta, María y Lázaro. Se muestra cercano a su propia familia en las
bodas de Caná. Jesús envía a los discípulos a las casas y las familias (Mc 6,10). Algunos
de sus seguidores más cercanos no abandonan a sus familias para seguirle. Después de
haber dejado las redes, Pedro va con él a su casa (Mc 1,29), también Leví (Mc 2,15) y tal
vez Santiago y Juan.
5. Jesús opina, decide, censura y toma partido sobre situaciones familiares:
matrimonio y divorcio (Mc 10,2-12), adulterio (Mt 5,27-28), relaciones entre hermanos
(Mt 5,21-24), herencia (Lc 12,13), convivencia no conyugal (Jn 4,17-18), etc. Jesús es
consciente de los problemas de las familias de su tiempo (económicos, impuestos,
hambre, desempleo, emigración) y de cómo otras familias nadan en la riqueza.

6. Jesús habla de abandonar la familia y de confrontaciones con la familia. La


familia no es un absoluto. Exige abandonar la familia a muchos que le siguen (Mt 8,22).
Quien abandone su familia recibirá el céntuplo (Mt 19,27-29). Le dice a un discípulo:
«Deja que los muertos entierren a los muertos» (Mt 8,21-22). Jesús es consciente de
cómo su mensaje puede traer conflicto en la familia: «Porque desde ahora habrá cinco en
una casa y estarán divididos...» (Lc 12,51-53.16-17). Jesús antepone la relación de
seguimiento por la fe a la de parentesco: «El que cumple la voluntad de Dios, ese es
hermano mío y hermana y madre» (Mt 12,46-50). Además, su familia (Mc 3,21) y sus
paisanos rechazan su actividad, se escandalizan de su enseñanza y sus milagros: «Solo

124
en su tierra, entre sus parientes y en su casa, desprecian a un profeta» (Mc 6,4). Jesús
alude a la falta de fe que encuentra en su ambiente (Mc 6, 6).
7. Seguir a Jesús es lo fundamental y conlleva un estilo de vida y unos valores. El
motivo fundamental de los conflictos con la familia fue el seguimiento de Jesús, lo cual
conlleva un estilo de vida que escandalizaba a sus contemporáneos: vida itinerante (Mc
1,14-39), comidas con publicanos y pecadores (Mc 2,15-17), actitud irrespetuosa con
respecto a algunas prácticas religiosas como el ayuno (Mc 2,18-20) o el sábado (Mc
2,23-28), no tener mujer ni hijos (Mt 19,12). Este modo de vida implicó el rechazo en su
pueblo natal y la oposición de sus parientes. Pero Jesús vive así porque ha llegado el
reinado de Dios. Su vida itinerante expresaba la dependencia de Dios, sus curaciones
eran signo de que el reino comenzaba a llegar a los enfermos-pecadores (Mc 2,23-27),
sus comidas con publicanos y pecadores reflejaban que el reino de Dios no estaba
reservado a unos pocos, sino que era para todos (Mc 2,17).
8. Jesús es consciente de que la familia también trasmite, a veces, valores no
evangélicos. Jesús habla de hermanos que no se llevan bien (Lc 15,28) y censura a los
hijos que se desentienden de sus padres (Mc 7,10-13). La familia puede transmitir
clasismo, racismo, violencia, frivolidad, comodidad, individualismo, etc. Jesús es
consciente de que la adhesión a la cruz no se fomenta normalmente por la familia. Ese
«cargar con la cruz y seguirle» es un elemento central del discípulo. La familia suele
fomentar la preocupación por el dinero, la propiedad, por subir en la escala social y
muchas veces olvida la importancia del compromiso, la solidaridad, la generosidad.

9. A veces hay tensiones entre el seguimiento de Jesús y los valores no evangélicos


de las familias. El seguimiento de Jesús implica renunciar a tener solo para sí por
compartir solidariamente con los más pobres, renunciar a la pasión por dominar y
mandar para construir una autentica fraternidad y renunciar a la pretensión por sobresalir
y brillar por servir. Esto hacía que los creyentes tuvieran dificultades a veces en sus
familias para seguir a Jesús. Cuando toda la familia acogía el mensaje de Jesús no se
producían divisiones.
10. La familia cristiana es Nazaret, Cafarnaún y Jerusalén. La familia integra al
recién nacido en una cultura, le transmite tradiciones y raíces, le proporciona un
desarrollo sano, una atención y un amor personalizados. Es un marco de maduración

125
indispensable. Pero no hay que olvidar que Jesús lo abandona por el reino, que el camino
de Jesús no termina en Nazaret sino en Jerusalén. La función de la familia es también
«lanzar hacia fuera» en un progresivo proceso de maduración. La familia no puede ser
nunca un recinto cerrado sino una educación para el reino. Las exigencias más radicales
del evangelio son también para el núcleo familiar. Jesús quiere familias que opten por
los pobres, que integren la cruz, que oren, que vivan la mesa compartida, la palabra
profética, la curación de los lisiados, la compasión. Esa es la familia cristiana.

Un abrazo.

126

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Crees que se puede ser un verdadero seguidor de Jesús sin abandonar a


la familia? ¿Crees que se puede hacer realidad el plan de salvación
desde la vida familiar?

2. ¿Cuál ha sido la última vez en la que has sentido cierto conflicto entre
el cuidado de tu familia y el deseo de ser una familia cristiana? ¿Cómo
has resuelto ese conflicto? ¿Crees que puede haber valores de tu
familia que choquen con el seguimiento de Jesús?

3. ¿En qué medida crees que tu familia es un lugar de educación en el


Reino para todos sus miembros? ¿En qué medida en tu familia se vive
la oración, la mesa compartida, la integración de la cruz o la opción
por los pobres? ¿En quién te apoyas para crecer en el seguimiento de
Jesús como familia?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

127
2.
Caminar con el tiempo.
Recuperar la educación religiosa
de nuestros hijos.
PEDRO Mª MENDOZA BUSTO, SJ

Querida pequeña iglesia:


«Delegando en otros la educación de los hijos, los padres pierden la mejor ocasión para mantenerse
jóvenes y caminar con el tiempo».

Comienzo con esta frase de Wim Saris, un gran especialista en catequesis, que, aunque
da una respuesta temprana al título del artículo, resume en cierto modo lo que voy a
decir y me da pie para comenzar con una anécdota que me sucedió hace ya algún tiempo.
Acababa de terminar mi trabajo y, mientras cerraba mi despacho, se oían los
comentarios de un grupo de personas que salían de una reunión. Eran padres y madres de
un colegio que se estaban preparando para la primera comunión de sus hijos. Esperaba al
ascensor cuando escuché algo que me dejó un tanto perplejo. Parece ser que la persona
que reunía a los padres y organizaba los encuentros les dijo algo tan obvio como que en
el proceso de preparación de sus hijos era muy importante que fueran ellos mismos los
que les ayudaran a rezar en casa. Es evidente que si un niño no ve a sus padres rezar
difícilmente aprenderá él a rezar.
Pues bien, la reacción de alguno de ellos al terminar la reunión fue algo parecida a
esta: «con las cosas que llevo encima como para estar ahora con los niños en esto; lo de
ayudar a rezar a mi hija tiene que ser un asunto de los curas o del colegio, no mío».

128
Sé que de ningún modo esto es generalizable, gracias a Dios; pero tampoco tengo la
seguridad de que sea tan solo un comentario aislado, y me niego a ser como esos curas
que en la homilía amonestan continuamente a los fieles que van a misa, enfadado por las
cosas que no hacen bien los ausentes.
Es de todos bien conocido que la familia actual, como en toda época y a pesar de
tantos profetas de calamidades, reúne las mejores condiciones para ser un espacio
privilegiado y auténtico de educación cristiana y un lugar especial de transmisión de la
fe.
No hay ningún grupo humano que pueda competir con la familia a la hora de poder
ofrecer al niño un suelo religioso y de valores en un verdadero clima de afecto. Este
espacio de confianza básica es lo que configura la experiencia religiosa, la cuna donde
nacen los primeros sentimientos religiosos. Sigo creyendo que la persona que accede por
primera vez a la fe debe hacerlo a través de una experiencia positiva de lo religioso y que
es la familia la que, en condiciones normales, puede ofrecer ese sustrato donde
experimentar lo positivo, lo gozoso, lo bello, lo bueno y lo entrañable de la vida y, desde
ahí, expandirse hacia lo religioso. Como dice el P. Adolfo Nicolás, hasta hace poco
General de la Compañía de Jesús, «la familia es lugar donde nace un conocimiento
interno, real y no teórico de Cristo». Es el lugar privilegiado de socialización de la fe.
Por eso, cuando escuché esta conversación se me plantearon algunos interrogantes:
¿por qué se produce esa despreocupación en algunos padres en algo tan importante como
es la educación religiosa de sus hijos? Cuando hablo de despreocupación, me refiero a
esa tendencia a delegar completamente en otros el cuidado religioso y de valores que
requiere la fe. ¿Quizá no se sienten preparados o motivados? ¿O quizá aún no hemos
sabido integrar completamente la fe en la vida cotidiana y viceversa, y no hemos sabido
avanzar más allá de una época donde la educación religiosa era un asunto que
únicamente incumbía a las parroquias o a los colegios religiosos y donde la preparación
para los sacramentos se concebía solo como un espacio para adquirir conocimientos,
ajeno a experiencias de sentido?
No es este el lugar para dar respuestas a estas perplejidades de ayer y también de
hoy, pero creo que tenemos por delante un estimulante reto para los que trabajamos en
pastoral familiar y que comienza por «empoderar» a los padres para proporcionarles

129
herramientas, seguridad y motivos para que sean ellos los primeros educadores de la fe
de sus hijos. Y hacerlo desde una perspectiva optimista, propositiva, de reconocimiento
de los valores y potencias que tiene la familia, tal y como nos lo recuerda el papa
Francisco en Amoris laetitia, alejándose de las apreciaciones más atentas a dificultades y
peligros, a lo que falta y a los problemas que hay que enfrentar.
A este respecto conviene recordar que la pastoral con las familias sitúa su labor en
la familia como objeto, pero sobre todo como sujeto de evangelización. La familia no
solo es un objeto pasivo a convertir, sino también un sujeto activo que posee un
dinamismo evangelizador; este dinamismo se expresa en el interior de la familia y
también hacia fuera, cumpliendo la misión que le es propia y liberándola de un peligroso
ensimismamiento.
Hay experiencias que nos muestran que esto es posible; experiencias donde familia,
colegio e Iglesia- parroquia-comunidad de fe se unen. Son experiencias donde los
propios padres descubren que lo que se pone en juego, quizá más que la religiosidad de
sus hijos, es la suya propia, su propia fe, su propia identidad humana y cristiana, la
conciencia de los valores en los que creen y que quieren entregar como herencia a otros,
y la calidad humana y creyente de su grupo familiar. Para esto es importante acompañar
y apoyar a las familias para que no se sientan solas, para que perciban que la labor de la
educación religiosa incumbe a todos.
Es muy interesante a este respecto la labor de las redes familiares o encuentros de
familias al estilo Open de Familia o jornadas de agentes que trabajan en pastoral
familiar, espacios donde poder compartir dudas, inquietudes, experiencias, donde poder
celebrar juntos y ofrecer acompañamiento y formación.
Nuestra labor en la pastoral familiar parte de este convencimiento con el que
comenzábamos: que los padres, y todos los que formamos parte de la comunidad
creyente, perdemos la mejor ocasión de mantenernos jóvenes y caminar con el tiempo
cuando delegamos completamente en otros la educación de los hijos.

Un abrazo.

130

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. De tu experiencia de fe ¿qué crees que recibiste en tu familia? ¿Quién


ha sido la persona de tu familia que más te ha servido como guía o
como modelo en tu experiencia de fe? ¿Cuál es el mayor tesoro que
has recibido de tus mayores en este sentido y que te gustaría poder
transmitir?

2. ¿Tienes o has tenido un papel activo en la educación religiosa de tus


hijos y nietos? ¿Qué crees que puedes transmitirles sobre la fe que va a
ser difícil que aprendan en otro sitio?

3. ¿Qué ayudas necesitarías para acertar mejor en tu tarea de transmitir la


fe a tus hijos y nietos? ¿Sientes que encuentras apoyo y compañía en la
tarea de transmitir la fe en tu familia? ¿Dónde crees que podrías
encontrar esas ayudas?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

131
3.
Acompañar a familias heridas.
Un ministerio de atención y cuidado.
PABLO GUERRERO RODRÍGUEZ, SJ

Querida pequeña iglesia:

¿Qué elementos deberían estar presentes en un itinerario eclesial que busque atender,
cuidar y acompañar a tantas familias que tienen sed de compañía, respeto, dulzura y
esperanza?

En primer lugar, la presencia. Hay que estar en el camino para poder ver. El
acompañamiento pastoral, como las cosas importantes de la vida, no funciona con
«mando a distancia». Necesitamos hacernos presentes en los lugares −físicos, virtuales,
vitales− y en la realidad que habitan las personas a las que queremos acompañar.
Evidentemente, no se trata de mera presencia física (importante, qué duda cabe), sino
también, y puede que, sobre todo, afectiva.
Quien quiera ayudar a una familia (herida o no), debe amarla, admirar lo que
significa, conocer sus potencialidades y su belleza; y debe tener entrañas de misericordia
para estar presente sin colonizar, cercano sin juzgar, disponible sin agobiar, para ayudar
sin crear dependencia. Un tipo de presencia que supone paciencia, disposición para
aprender, capacidad de sorpresa, voluntad y también recta intención...
Una presencia discreta, pero también nítida; respetuosa, pero interpelante; una
presencia más afectiva que ideológica. Esta presencia, más pastoral que doctrinal, nos

132
facilitará una experiencia de encuentro. Encuentro que, a su vez, precisa de un bien cada
vez más escaso: tiempo.

En segundo lugar, diálogo. Decía Paulo Freire que el diálogo es el encuentro entre seres
humanos para transformar el mundo.
A través de la palabra (día-logos) conocer la vida, los gozos y las esperanzas de
estas familias, porque son también los nuestros. Dialogar es ponerse al mismo nivel,
querer pronunciar una palabra verdadera, dar y recibir confianza, ser capaces de ponerse
en el lugar del otro. El diálogo es horizontal por vocación. Consiste en compartir y
escuchar respetando los valores de los demás. El diálogo auténtico provoca una radical
apertura a la vida del otro y a su punto de vista.
Para un cristiano hay una realidad que nos ayuda a entender lo que es el diálogo en
plenitud: la Encarnación. En ella Dios se pone a nuestro nivel, su Palabra se hace nuestra
palabra y, gracias a ella, se hace posible la experiencia profunda de encuentro. Y en ese
encuentro Dios no solo nos revela cómo es él, sino que también nos revela lo que
estamos llamados a ser. No podremos ayudar a las familias heridas si no establecemos
con ellas un encuentro que se asemeje, lo más posible, al encuentro que se da en
Jesucristo entre el ser humano y Dios.

Un tercer elemento, importante desde el comienzo, lo constituye el hecho de ser


conscientes de que Dios ya está habitando esa familia en sus circunstancias concretas.
Dios nos precede siempre, y ya está trabajando y dándose a esa familia. Dios ya es
misericordia cordial para los heridos antes de que nosotros lleguemos. Por eso, un
objetivo básico en nuestra tarea de atención pastoral es no querer adelantar a Dios,
nosotros vamos detrás.
Nuestra tarea pastoral conlleva, también, ayudar a los miembros de esa familia
concreta a descubrir que puede que ellos se hayan alejado de la Iglesia o que hayan
sentido que la Iglesia se ha alejado de ellos, pero que quien nunca se ha ido, quien ha
permanecido siempre ahí es el Dios de la misericordia, el Dios de Jesucristo, el Dios
Padre-Madre que nos sigue sosteniendo, día a día, por amor. «¿Puede una madre

133
olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se
olvide, yo no te olvidaré» (Is 49,15).

En el proceso de acompañamiento y cuidado de las familias heridas es preciso hacer


nuestros sus problemas, sus heridas, sus dudas... Comprender su búsqueda, sus miedos y
necesidades. En definitiva, dejarnos afectar. Percibir desde el interior, intentar
comprender en profundidad, desde la comunión. Para ello será necesario desprendernos
de «lastres» (cada uno sabe qué pesos le impiden caminar junto a otros, qué pre-
comprensiones y qué prejuicios le acompañan). Evidentemente, comprender no significa
renunciar a lo que creemos, ni comulgar con ruedas de molino, ni ser quienes no somos.
Comprender significa percibir, penetrar, alcanzar, simpatizar y, ojalá, hermanarse.
Esa comprensión cordial, nos ayudará a caminar juntos hacia una solución, hacia
una respuesta que ayude a esa familia concreta en su camino. Para ello será preciso
escuchar, ver, trabajar, testimoniar. Somos muy amigos de comenzar por la «solución».
Somos muy amigos de decir a los demás lo que tienen que hacer para solucionar sus
problemas. Sin embargo, el camino de regreso a casa, de sanación, de conversión, solo
es posible cuando se han dado los pasos anteriores. Ese es el camino al que la Iglesia, a
través de la Amoris laetitia, nos invita. En ese camino juntos, en ese acompañamiento
verdadero, será posible que las familias heridas, los agentes de pastoral familiar y toda la
comunidad eclesial puedan vivir, crecer y sanar.
Cuando las familias concretas experimenten problemas concretos en sus vidas y en
sus relaciones, deben poder contar con la ayuda y el acompañamiento de la Iglesia. Así
toda la comunidad eclesial debe involucrarse para que se sientan en casa. Toda la
comunidad eclesial deberá trabajar para que quienes atraviesan problemas (sean cuales
sean) se sientan integrados en la vida diaria de la Iglesia y esto significa que se sientan
integrados en nuestras homilías, en las intervenciones públicas de los miembros de la
Iglesia, en los medios de comunicación eclesiales, en las instituciones educativas,
sociales y pastorales... y un largo etcétera.
La comunidad eclesial debe usar su ternura y su creatividad para que se les dé cauce
para poder perdonar y perdonarse, para trabajar y asumir el caudal de sentimientos, en
ocasiones abrumadores, que experimentan. También debemos ayudarles, en caso de ser

134
necesario, a reconocer errores y a asumir responsabilidades. La comunidad eclesial debe
sentirse vocacionada para ayudarles en sus tareas de reconciliación y de aceptación
personal, para ayudarles a reconstruir autoestima y humanidad allá donde haya sido
dañada. La comunidad eclesial debe también darles la posibilidad de disfrutar de tiempo
libre y de reducir su estrés, de sentirse acompañados, de sentirse familia grande. Y
también debemos honrar y acompañar el dolor que sienten, dándoles siempre una nueva
oportunidad de sentirse capaces de amar y ser amados.
Todos somos responsables en el camino que les conduzca a participar realmente en
la vida eclesial. Todos somos responsables de ayudar a esos hijos e hijas de Dios
concretos a recuperar la confianza y la esperanza usando grandes dosis de ternura. Nadie
busca la herida, incluso aunque podamos tener responsabilidad en ella por acción o por
omisión. Por eso, la familia herida lo que necesita de nosotros es que le mostremos el
rostro verdadero de Dios que siempre libera porque siempre ama.
En resumen, nuestra primera e ineludible tarea será acercarnos a esa familia
concreta y, como Jesús hizo con María Magdalena, preguntar con ternura: «Mujer, ¿por
qué lloras?».

Un abrazo.

135

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿De qué forma puedes ser cauce de acogida y sanación para las familias
heridas que hay a tu alrededor? ¿Cómo puedes testimoniar la presencia
de Jesús y de la Iglesia al lado de las familias que sufren?

2. ¿Cuáles son los lastres, los obstáculos que te impiden escuchar,


dialogar, acoger o comprender a las familias heridas? ¿En qué medida
te has sentido solo, juzgado o poco acompañado cuando ha sido tu
familia la que ha atravesado una situación de dificultad?

3. Trae a la memoria alguna familia cercana a ti que esté pasando una


situación que la mantiene lejos de la Iglesia. ¿Crees que Dios está
cerca de esa familia, independientemente de la situación que estén
atravesando? ¿Cómo crees que les mira Jesús? ¿Qué crees que sueña
para ellos?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

136
4.
A vueltas con las nulidades
matrimoniales canónicas.
Convertir las estructuras eclesiásticas
desde un enfoque pastoral.
CARMEN PEÑA GARCÍA

Querida pequeña iglesia:

Las declaraciones canónicas de nulidad matrimonial, sus costes, sus retrasos, la


existencia misma de los tribunales eclesiásticos... son continuamente objeto de polémica,
de incomprensión, cuando no de escándalo. Y, sin embargo, con todas sus limitaciones y
sus aspectos a mejorar, son un instrumento que sigue siendo válido y que puede jugar un
papel muy importante en la pastoral de los divorciados vueltos a casar.
Así se puso de manifiesto en la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos
sobre la Familia celebrada en octubre de 2014, en la que, sin perjuicio de explorar otras
vías pastorales complementarias, se continuó valorando la declaración canónica de la
nulidad del matrimonio como un remedio que puede dar respuesta adecuada a un gran
número de fieles; de ahí, precisamente, la preocupación sinodal por mejorar estos
procesos para hacerlos más rápidos, accesibles y eficaces.
El mismo papa Francisco ha vuelto reiteradamente sobre esta cuestión, insistiendo
en la necesidad de reducir los tiempos de tramitación de las causas de nulidad y los
costes de las mismos, pero recordando también el sentido pastoral de estos procesos y de
la actuación de los tribunales eclesiásticos, y animando «a una conversión pastoral de las

137
estructuras eclesiásticas», pues la misión de los tribunales mira, como todas las
realidades eclesiales, a contribuir al logro de la salvación de las personas.
Al hilo de esta oportuna «llamada a la conversión» realizada por el papa, no resulta
ocioso recordar tanto la intrínseca dimensión pastoral del proceso y del mismo tribunal
eclesiástico, como la conveniencia de una mayor vinculación e implicación del tribunal
en la pastoral familiar diocesana. El tribunal eclesiástico no es una adherencia secular
ajena a la estructura eclesial diocesana y a su finalidad pastoral; al contrario, es el órgano
eclesial a través del cual el obispo, mediante personas especializadas, nombradas y
seleccionadas por él, puede abrazar y dar respuesta a las necesidades de los fieles,
acogiendo la vida de esas personas cuyo matrimonio ha fracasado.
En los tribunales eclesiásticos, se conoce de primera mano el sufrimiento de
muchos núcleos familiares rotos, y se realiza, en palabras de Francisco, «un trabajo
pastoral para el bien de muchas parejas y de muchos hijos, con frecuencia víctimas de
estas situaciones». La conciencia del carácter profundamente eclesial y pastoral de esta
misión debe imprimir al tribunal, y a todos sus miembros, a todos sus colaboradores, a
todas sus actuaciones, un determinado estilo, acogedor, personalista y sanador, alejado
del formalismo juridicista que mata.
Esto no quiere decir que el tribunal renuncie a su condición judicial o el proceso a
su esencial estructura jurídica, muy valiosa. El derecho –y más aún un derecho tan
especial como el canónico– no se opone a caridad, a misericordia o a pastoral; el derecho
se opone a arbitrariedad, a inseguridad jurídica y a injusticia. El proceso judicial es un
instrumento que busca garantizar los derechos de todas las partes y un adecuado
descubrimiento de la verdad, por eso sigue siendo necesario. Pero será siempre una
justicia eclesial, imbuida de misericordia y de acogida pastoral de la persona, nunca
hecha desde presupuestos de poder, de modo inquisitorial o con actitudes de condena o
desprecio hacia los fieles.
Además de imprimir un determinado estilo a la actuación judicial, esta conciencia
de la dimensión profundamente pastoral de los procesos canónicos debería fomentar la
diligencia y dedicación de todos los que intervienen en estos procesos. El bien de las
personas y las familias, y el logro efectivo de la justicia, pasa por dar rápida respuesta a
las legítimas peticiones de quienes se dirigen al tribunal. La celeridad en la tramitación y

138
resolución de los procesos no es un lujo ni una utopía irrealizable, sino un derecho de los
fieles y un requisito exigible en la administración de justicia eclesial. No puede olvidarse
nunca que lo que se tiene entre manos no son meros expedientes, es la vida de personas
que pueden estar sufriendo en conciencia o esperando preocupadas la resolución de la
Iglesia sobre su situación, y esto es una grave responsabilidad.
En los últimos años, se observa una preocupación eclesial por facilitar el acceso de
todos los fieles interesados al tribunal; con este fin, se han establecido en la mayoría de
las diócesis españolas servicios de orientación jurídica, accesibles y gratuitos, al que
pueden dirigirse las personas interesadas en la nulidad.

Hay también una clara conciencia de la necesidad de agilizar la tramitación de estos


procesos, de modo que puedan cumplirse los plazos previstos en el Código –un año en
primera instancia y 6 meses en segunda– si bien esto resulta más difícil de lograr, en
muchas ocasiones debido a la insuficiencia de medios materiales o humanos de los
tribunales. No obstante, desde una actitud de autocrítica constructiva y carente de
temores infundados, debe reconocerse, y así se ha hecho en el Sínodo, que hay aún un
amplio margen de mejora, también a nivel normativo, que permita la agilización de estos
procesos. Deben hacerse todos los esfuerzos para que las causas puedan concluir en un
plazo razonable, para garantizar el acceso de todos los fieles interesados a los tribunales,
y, más hondamente, para lograr que las causas de nulidad puedan ser realmente un
proceso curativo, sanador, que ayude al crecimiento de la persona.
Ciertamente, hay muchas cosas que funcionan y se hacen bien en los procesos
canónicos de nulidad, que no merecen la mala prensa que con frecuencia tienen. No
obstante, la Iglesia, lejos de toda autocomplacencia y de todo conformismo temeroso de
novedades, debe seguir intentando mejorarlos para que sean un verdadero remedio a
tantas situaciones dolorosas. Esto exigirá la participación de todos: del legislador,
valorando qué reformas introducir para mejorar el proceso sin desatender ninguno de los
valores dignos de protección; de los obispos, cuidando el nombramiento de personas
adecuadas para formar parte del tribunal; de los miembros del tribunal y todos los
colaboradores, cumpliendo sus deberes con diligencia y dedicación, conscientes de la
importancia de lo que tienen entre manos y del carácter eminentemente pastoral de su
misión; etc.

139
En conclusión, el Sínodo ha vuelto a poner el foco sobre la familia y sobre la
pastoral familiar. Y, en esta tarea, también los tribunales eclesiásticos, conscientes de su
esencial y constitutiva dimensión pastoral, tienen un papel que desempeñar, haciendo
todos los esfuerzos por facilitar el acceso de todos los fieles interesados y por dar una
respuesta –rápida y ajustada a la verdad– a los casos planteados. El adecuado desarrollo
de su misión por parte de los tribunales, unido a una mayor vinculación con la pastoral
familiar diocesana y a un mejor conocimiento y difusión de su actividad podría ayudar a
dar una respuesta integra a tantas situaciones dolorosas de fieles divorciados vueltos a
casar.

Un abrazo.

140

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Para qué crees que puede servir un proceso de nulidad canónica frente
a un matrimonio roto? ¿Crees que tiene sentido para un creyente iniciar
un proceso de este tipo tras un fracaso matrimonial? ¿Qué idea tienes
de los procesos de nulidad canónica?

2. ¿Crees que un proceso de separación requiere de un proceso de


sanación, de reconciliación, de reconstrucción personal? Frente a las
personas separadas que hay a tu alrededor, o en tú caso ¿cómo crees
que podría ayudar un proceso de nulidad? Y, en el caso de que tenga
sentido, ¿animarías a la persona a ponerlo en marcha?

3. ¿Cómo crees que podrías acompañar o apoyar a una familia en proceso


de nulidad canónica? ¿Qué crees que te ayudaría a ti si te encontraras
en ese proceso?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

141
5.
Amoris laetitia.
Escuchar la doctrina moral de la Iglesia.
JOSÉ MANUEL CAAMAÑO LÓPEZ

Querida pequeña iglesia:

Hace ya meses que el papa Francisco publicó la exhortación pastoral Amoris laetitia
(AL) que, como ya todos sabemos, es uno de los frutos de los dos Sínodos de los
Obispos sobre la familia.
Desde entonces las reacciones a este documento han sido abrumadoras. Y, aunque
en general su recepción ha sido muy positiva, también se han producido críticas e
interrogantes en el seno mismo de la Iglesia Católica, dado que, para algunos, el papa
pone en cuestión determinados aspectos de la moral oficial que, con raíces en la
Escritura y en la Tradición, aparece formulada en algunos textos del Magisterio reciente,
como en la exhortación Familiaris consortio de 1981 y en la encíclica Veritatis splendor
de 1993, ambas del papa san Juan Pablo II.
En este sentido conviene tener presentes dos elementos de carácter general del
reciente documento magisterial. El primero de ellos es el tema central de AL, que no es
sino el amor en la familia. Este es el leitmotiv de los Sínodos y de la exhortación, desde
la convicción de que la familia sigue siendo un anhelo del ser humano sobre el cual el
cristianismo tiene una buena noticia que seguir aportando en medio de todos los posibles
fracasos familiares y de su variada diversidad de expresiones en las distintas tradiciones
y culturas.

142
Y el segundo es el carácter pastoral de la exhortación. Dicho de otra manera: el
papa ni cuestiona ni cambia la doctrina de la Iglesia, sino que simplemente nos sitúa en
la dinámica de un «discernimiento pastoral» ante situaciones problemáticas –y en
muchos casos dolorosas– que afectan a las familias, dado que «ninguna familia es una
realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre».
De ahí que el papa diga que, sin perder el ideal al que debemos aspirar, tampoco
podemos ser ajenos a las vidas concretas de tantas personas y familias que deseando
vivir en comunión plena con la Iglesia, sin embargo, la realidad les sitúa en situaciones
que no podemos dejar al margen.

De hecho, la exhortación se publicó en pleno Año Jubilar de la Misericordia, que ya


ha finalizado, pero cuyas puertas siguen abiertas y nos llaman a seguir siendo esa Iglesia
en salida y misericordiosa sobre la que tanto insiste el papa Francisco.
Ahora bien, a nadie se le oculta algo que tanto el cuestionario previo al Sínodo
extraordinario como el Instrumentum laboris pusieron de manifiesto de una forma
bastante clara, a saber: la distancia existente entre la doctrina moral de la Iglesia
reflejada en sus múltiples documentos y la práctica concreta de muchas personas y
familias cristianas. Sobre todo entre la gente joven y, de forma especial, en temas
relacionados con la moral personal como, por ejemplo, la convivencia y las relaciones
prematrimoniales o el recurso a métodos anticonceptivos llamados artificiales.
Problemas que, sin embargo, apenas tuvieron tratamiento en los frutos sinodales.
Probablemente debido también a la preponderancia que se les dio a los problemas
pastorales derivados de las conocidas como situaciones irregulares, como la de los
divorciados vueltos a casar.
En cualquier caso, hay que decir que semejante desproporción y distancia entre la
doctrina y la vida de los fieles en algunos aspectos sigue siendo una realidad eclesial que
ni el Sínodo ni la exhortación del papa consiguieron solucionar. Y, sin embargo, es aquí
en donde Amoris laetitia sí propone algo que, en mi opinión, es significativo, aunque
para ello no se produzcan cambios doctrinales.
Se trata de la apuesta por una teología moral más espiritual y más pastoral. Es decir,
anclada en el Dios misericordioso que nos llama al bien y la verdad, y situada en la
dinámica de una conversión pastoral que sin menospreciar el carácter normativo de la

143
moral ni la radicalidad de sus exigencias, sin embargo, más que en el fracaso y en el
pecado, se centra en el crecimiento personal, en el acompañamiento, y en el proceso de
discernimiento por el cual siempre podemos aspirar a «más» y a superarnos en nuestro
acercamiento a los ideales que conforman la vida humana y cristiana.
No en vano, la ley de la gradualidad se convierte también en una realidad que tiene
en cuenta el carácter dinámico de nuestro proyecto de realización personal y es una
llamada a seguir madurando y creciendo en nuestro acercamiento al bien y la verdad.
Porque, como dice el papa: «Estamos llamados a formar conciencias, pero sin pretender
sustituirlas».

Con ello el papa no cuestiona ni cambia la doctrina moral de la Iglesia. Sus palabras
son una expresión de la necesaria «conversión pastoral» a la que todos estamos
llamados, y en donde el foco de atención, dando por supuesto la integridad de la
enseñanza moral eclesial, se dirige a formar conciencias para un discernimiento
adecuado. Por eso afirma que no podemos limitarnos a una mera teología moral de
escritorio, basada únicamente en leyes y normas, sino sobre todo en ofrecer criterios que
ayuden al discernimiento moral en la búsqueda de caminos de respuesta a Dios y de
crecimiento personal, y en donde la ley debe ocupar su lugar adecuado en ese proceso.
Porque en el fondo, y como bien nos alertaba el Concilio, la teología moral tiene
que «explicar la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que
tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad» (Decreto Optatam
totius, n. 16).

En último término, la teología moral, sin perder su carácter normativo para la vida
de los fieles, no puede ser impasible a las distintas etapas de crecimiento, pero tampoco
al fracaso y a la oferta del perdón que Dios siempre ofrece cuando existe
arrepentimiento, sentido de la justicia y deseo de mejorar. Y, en ese sentido, la lógica de
la misericordia divina desborda y desarma la lógica legal humana.
En el fondo, las palabras del papa y su visión moral son la consecuencia de una
visión de Dios como amor y misericordia, más que como legislador y juez. Por eso,
leyendo esta magnífica exhortación, recordaba el final de los primeros consejos que don
Quijote le da a Sancho Panza para gobernar la ínsula Barataria: «Aunque los atributos de

144
Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que
el de la justicia».

Un abrazo.

145

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿En qué dimensiones de tu vida familiar sientes que te alejas del ideal
moral de la Iglesia? ¿Por qué crees que hay esa distancia en tu vida?

2. ¿Cuáles son los criterios que deben primar, a tu juicio, para tomar
decisiones morales en la vida de la familia cristiana? Si tuvieras que
elegir los «top five», ¿cuáles serían los cinco valores clave?

3. ¿En qué dimensiones crees que tu vida personal y tu vida familiar podría
acercarse más al ideal cristiano? ¿En qué aspectos de tu vida familiar
necesitas cambiar y en cuáles ser mirado con misericordia?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

146
6.
Cartas de agua.
Transmitir un mensaje
a las familias que nos rodean.
FERNANDO VIDAL FERNÁNDEZ

Querida pequeña iglesia:

Con las cartas se comunica. Con el agua se bendice. ¿Por qué no aprovechar las cartas
con ocasión de celebraciones para bendecir y para transmitir aquella sabiduría cristiana
que pueda ayudar a las familias cercanas?

Usted, lector, igual que nosotros, seguramente tiene a su alrededor un abanico de


familias a las que está íntimamente unido. Son familias de sus hermanos, hijos,
parientes, amigos, vecinos o compañeros en trabajo, grupos o asociaciones... Si las
contempla con atención, verá una gran diversidad entre ellas. La belleza de cómo se
aman esas familias nos enseña y nos anima. Los caminos de la familia no son fáciles,
porque tocan la más honda intimidad humana; exigen superar pruebas que a veces se nos
hacen cuesta arriba. Además, algunas de esas familias se encontrarán ante adversidades o
problemas realmente graves, rupturas matrimoniales o incertidumbres que incluso a
nosotros nos crean muchas dudas. A todas ellas, uno quisiera ayudarles. Y nuestra propia
familia quisiera ser acompañada y ayudada también por ellas.
Pero no es fácil ayudar, porque las cosas han cambiado. Hay una nueva realidad en
las familias. Por un lado, la imagen social de familia todavía tiene que asumir mayor
igualdad y papel de la mujer, una educación más creativa y participativa de los hijos y la

147
convivencia más prolongada con los mayores debida al aumento de esperanza de vida.
Al no estar tan controlada institucionalmente, la familia puede ser una fuente de
ciudadanía aún más libre y una comunidad muy activa y transformadora desde la
sociedad civil. Hay que adoptar cambios en nuestra imagen y dinámicas de familia para
aprovechar esas oportunidades.
Por otra parte, las cosas están más complicadas para hacer una familia sostenible. El
individualismo hace más frágiles los vínculos, el consumismo descentra la vida de pareja
y familia, los sentimientos tardan más en madurar, el trabajo hace difícil la atención a los
hijos y pareja... Ya no se pueden decir las cosas como antes: la gente siente que se hiere
su libertad. Y la diversidad es tan grande que las generalidades no sirven. Si no estás en
la piel de esas familias, es muy probable que te equivoques aun queriendo ayudar.

Nuevos caminos pastorales


¿Cómo ayudar? La propia Iglesia siente que es necesario mejorar al dar guía y soporte a
las familias. La Iglesia universal –impulsada por el papa Francisco– está reflexionando y
buscando un renovado modo de ayudar a las familias, entre las cuales están incluidas
todas las familias que hay a nuestro alrededor y también la nuestra propia. Es enorme el
interés suscitado en amplias capas de la población que antes no oían el mensaje de la
Iglesia, y eso es una razón para la esperanza. Si se emplean los lenguajes del corazón, se
puede llegar a gente que antes nos parecía inalcanzable.

Hemos escuchado que hubo diversos debates sobre algunos aspectos puntuales,
pero en lo que destacó el acuerdo entre todos los obispos y laicos que participaron en los
Sínodos sobre la familia, fue en «la necesidad de una renovación radical de la praxis
pastoral a la luz del evangelio de la familia» (Sínodo de los Obispos, 18 de octubre de
2014, Relatio synodi, n. 37). Según los padres sinodales, hay gran urgencia de nuevos
caminos pastorales que partan de la realidad de las personas y familias en el nuevo
contexto y experiencias que vivimos y descubrimos (Mons. Péter Erdö, 13 de octubre de
2014, Relatio post disceptationem, n. 40).
Esos sínodos serán un éxito si nos ayudan a que las familias cristianas normales y
corrientes podamos ayudar al grupo de familias que tenemos cotidianamente alrededor.

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Toda esta conversión que vive la Iglesia para cumplir mejor la misión de Cristo con las
familias, presupone una cultura del corazón, requiere el arte del acompañamiento y nos
enraíza más profundamente en el evangelio de la familia. Ese el camino de Jesús porque,
como dijo san Juan Pablo II, «Todos los caminos de la Iglesia conducen al hombre» (4
de marzo de 1979, Carta encíclica Redemptor hominis, n. 14).

Herramientas innovadoras
La Iglesia está buscando herramientas innovadoras que ayuden en las nuevas
circunstancias. Queremos proponer, como ejemplo, una muy sencilla, que podemos
practicar usted y yo. Con ocasión de distintas celebraciones o aniversarios, solemos
felicitar a parejas o familias. La navidad, el aniversario de boda, los cumpleaños de los
hijos o nietos, o quizá incluso los funerales, son momentos en los que escribimos un
mensaje para hacernos presentes.
Le animo a darle mayor fuerza a esos mensajes. Quizá deberíamos sentarnos y
pensar más qué palabra puede ayudar a vivir mejor ese momento. No se trata de lanzar
mensajes huecos o citas pesadas, sino de dejar fluir la sabiduría del lenguaje del corazón.
Quizá nos pueda ayudar el recuerdo de nuestra propia experiencia. Quizá podamos leer
algo que sea una cita inspiradora o referir a algún libro, canción o película que pueda ser
útil. Es posible que haya una anécdota o una buena historia que sea oportuno traer al
caso. Incluso podría haber un pasaje o una frase de la Biblia que pudiera ayudar.

Escriba a mano y en papel el mensaje para enviarlo por correo ordinario: llegará
mucho más. Se guardará con mayor estima, valorando el esfuerzo y la personalización.
Pienso en una pareja de abuelos que escribe a su nieto y su pareja. Pienso en unos padres
que escriben a su hija con motivo de su primer hijo. Pienso en una amiga que escribe a
otra amiga soltera que ha adoptado a una niña. Pienso en un joven que escribe a unos
amigos gais que tratan de compartir hogar. ¿Qué decir? ¿Cómo hablar explícitamente de
Jesús, fuente de todo amor?
Escribir nos da tiempo y distancia para comunicar. Posiblemente sea usted capaz de
decir con ternura a esa familia cosas que cara a cara no hay tiempo o da apuro. Mientras
uno escribe esas cartas de bendición, entonces sí resulta muy significativo el renovado

149
enfoque que quiere dar la Iglesia a la pastoral de familia, caracterizado por principios
como: acompañamiento, realismo, positividad, humanizar, gratitud, apertura, sentir con
el otro, comprensión, la ciencia de la caricia, cercanía, ternura, hospitalidad, cuidar,
confiar, respetar... ¿Somos capaces de escribir cartas que usen el alfabeto del amor? A
fin de cuentas, como decía san Juan Pablo II, lo único que puede sostener, cuidar,
iluminar y hacer profundizar la vida de pareja y familia es el propio amor: «el amor
puede ser profundizado y custodiado solamente por el amor» (Juan Pablo II, 2 de febrero
de 1994, 1994, Año de la Familia: carta a las familias, n. 7).
Las familias agradecerían las cartas de agua: cartas que traen una bendición cuando
llegan. Son una oportunidad para vincularnos más, transmitir la sabiduría viva, celebrar
y pensar la vida, «dialogar la vida (como dijo el papa Benedicto XVI) corazón a corazón,
“Cor ad Cor”». Como proclama a todo el planeta el papa Francisco, «el amor es la
mayor fuerza de transformación de la realidad, capaz de convertir la piedra en ternura, la
periferia en centro, la herida en fuente» (17 de junio de 2013, Discurso a los
participantes en la asamblea diocesana de Roma).

Un abrazo.

150

Preguntas para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cuándo ha sido la última vez que alguien me ha escrito una carta o


una nota con motivo de una ocasión importante? ¿Qué significaron
esas palabras para mí?

2. ¿Quién, a mi alrededor, está necesitado de una palabra más honda y


más pausada que la que le puedo regalar en el día a día? ¿Qué palabra
necesita o le podría ayudar?

3. ¿De qué vergüenzas, obstáculos o barreras necesitaría liberarme para


poder escribir cartas desde el corazón, usando el alfabeto del amor a
las personas que quiero? ¿Qué me impide mandar mensajes positivos,
alentadores o cariñosos a la gente que de verdad me importa?

4. Después de esta reflexión, ¿a quién te gustaría escribirle una carta?


¿Qué le dirías?

151
Libros recomendados

F. J. DE LA TORRE, Jesús de Nazaret y la familia, San Pablo, Madrid 2014.

Papa FRANCISCO, La alegría del amor. Edición de trabajo preparada por Pablo
Guerrero, SJ., Mensajero, Bilbao 2016.

R. GAILLARDETZ, Una promesa atrevida: espiritualidad del matrimonio cristiano. PPC,


Boadilla del Monte 2014.

J. A. GARCÍA RODRÍGUEZ, SJ, Hogar y Taller. Seguimiento de Jesús y comunidad religiosa.


Sal Terrae, Santander 19872.

N. GINZBURG, Las pequeñas virtudes, El Acantilado, Barcelona 2002.

P. GUERRERO, SJ, Mucho más que dos. Acercamiento pastoral a la pareja y a la familia,
Sal Terrae, Santander 20162.

A. SOLOMON, Lejos del Árbol: historias de padres e hijos que han aprendido a quererse,
Debate, Barcelona 2014.

F. VIDAL, El reloj de la familia. Guía práctica para proyectos de familias, Mensajero,


Bilbao 20152.

F. VIDAL, Luke, examina tus sentimientos. Aprender a discernir en familia, PPC, Boadilla
del Monte 2017.

152
Índice
Portada 2
Créditos 4
Índice 5
Presentación: La revolución de la conversación 8
Introducción 11
Mensajes para la pareja 15
Mensajes para los padres 17
Mensajes para las familias en el mundo 19
Mensajes para la familia en la Iglesia 21
Primera parte: Mensajes para la pareja 23
1. Amar en tiempos revueltos. Las dificultades del amor en el mundo
24
contemporáneo. José Manuel Caamaño López
2. ¿Desde dónde florece el amor? Cuidar la intimidad y la comunicación en la
29
familia. María Carolina Sánchez Silva
3. Árboles de invierno. Caminar en pareja a través de las estaciones de la vida.
34
Virginia Cagigal de Gregorio
4. Vivir y crecer juntos. Construir una pareja en camino. Pablo Guerrero
38
Rodríguez, sj
Ser profeta 38
Ser cantor 39
Ser rey 40
Ser médico 40
5. El Reloj de la Familia. Construir un proyecto de familia. Fernando Vidal
43
Fernández
Un método para un proyecto familiar 44
Un ciclo de ocho pasos 45
Inspiración cristiana 47
6. Acompañar con ternura a las parejas de hecho. Javier de la Torre 50
7. Rehacer la vida. Sanarse y reconstruir tras una ruptura. Carmen Peña García 55
Segunda parte: Mensajes para los padres 59
1. Creernos padres, creer en los hijos. Recuperar la confianza en la tarea de ser
60
padres. Virginia Cagigal de Gregorio
2. Volver a la escuela: Aprender a ser padres y madres. Pedro Mª Mendoza

153
Busto, sj
3. Elogio del hombre volante. Aprender del adolescente. Fernando Vidal
70
Fernández
4. Existencialmente, ¿dónde están nuestros hijos? Repensar la paternidad para
74
permitir crecer. María Carolina Sánchez Silva
5. Lejos del árbol. Educar en situaciones de diversidad. Ana Berástegui Pedro-
79
Viejo
6. Árboles a la intemperie. Aceptar el dolor para abrazar la vida. Ana Berástegui
84
Pedro-Viejo
Tercera parte: Mensajes para la familia en el mundo 89
1. No viváis agobiados. La cuestión del tiempo y la vida familiar. Ana
90
Berástegui Pedro-Viejo
2. Capturas de pantalla. Nuevas tecnologías y familia. Fernando Vidal
95
Fernández
Captura de pantalla 95
Bloqueo 96
Pausa 98
3. Haciendo malabares. Asumir el reto de conciliar la vida familiar y laboral.
100
Ana Berástegui Pedro-Viejo
4. Familia y escuela. Construir puentes de colaboración. Arantxa Garay-
105
Gordovil
Contextos de colaboración 106
Contextos de comunicación 107
5. Te he llamado por tu nombre. Conocer a los que nos necesitan. Blanca
110
Gómez-Bengoechea
6. No te cierres a tu propia carne. Crear familias hospitalarias. Ana Berástegui
114
Pedro-Viejo
7. Dejarse incordiar. Mirar a las familias pobres a nuestro alrededor. Blanca
118
Gómez-Bengoechea
Cuarta parte: Mensajes para la familia en la Iglesia 122
1. La familia en el evangelio. Contemplaré la familia con los ojos de Jesús.
123
Francisco Javier de la Torre Díaz
2. Caminar con el tiempo. Recuperar la educación religiosa de nuestros hijos.
128
Pedro Mª Mendoza Busto, sj
3. Acompañar a familias heridas. Un ministerio de atención y cuidado. Pablo
132
Guerrero Rodríguez, sj
4. A vueltas con las nulidades matrimoniales canónicas. Convertir las estructuras 137
eclesiásticas desde un enfoque pastoral. Carmen Peña García

154
eclesiásticas desde un enfoque pastoral. Carmen Peña García 137
5. Amoris laetitia. Escuchar la doctrina moral de la Iglesia. José Manuel
142
Caamaño López
6. Cartas de agua. Transmitir un mensaje a las familias que nos rodean.
147
Fernando Vidal Fernández
Nuevos caminos pastorales 148
Herramientas innovadoras 149
Libros recomendados 152

155

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