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Pragmática: el lenguaje en acción

Ficha de cátedra sobre nociones de lingüística y análisis del discurso

Autores: Lucas Lagré y Clara Mari


Análisis del Texto Teatral I. Cátedra: Liliana López
Departamento de Artes Dramáticas - Universidad Nacional de las Artes.

1. Funciones del lenguaje


Bibliografía:
- Jakobson, R. (1975). Ensayos de lingüística general. Barcelona: Seix Barral. (La
primera edición se publicó en 1963, es una recopilación de artículos escritos en
Estados Unidos, posteriores a 1950).
- Kerbrat Orecchioni, C. (1997). La enunciación de la subjetividad en el lenguaje.
Buenos Aires: Edicial.

Para investigar el lenguaje en toda la variedad de sus funciones (y, en especial, para
ahondar en la función poética del lenguaje), el lingüista ruso Roman Jakobson (1896- 1982)
parte de los factores que constituyen todo hecho discursivo, a saber: el destinador manda
un mensaje al destinatario; para que sea operante, se requiere un contexto de referencia -
que el destinatario pueda captar-, un código común y un canal físico que haga posible la
transmisión.
En todo acto comunicativo, el emisor produce su mensaje con una determinada
intención y, al hacerlo, enfatiza alguno de estos seis factores. Cada factor determina una
función diferente del lenguaje:

La función que alude al contexto es la "referencial". Es la primera función del


lenguaje y es la más evidente: se utiliza el lenguaje para hablar de algo. Las palabras
remiten a cierto contexto, a cierta realidad.
En segundo lugar, la función centrada en el destinador es llamada "función emotiva"
y se caracteriza por apuntar a una expresión directa de la actitud del hablante ante aquello
de lo que está hablando. Pretende manifestar la presencia y la posición del emisor con
relación a su mensaje. La manera como el emisor expresa una información referida a un
asunto exterior da información sobre el hablante en tanto individuo del mundo. Algunos
ejemplos son el uso de interjecciones, adverbios de modo, matices de opinión, recursos
irónicos, palabras o frases peyorativas o laudatorias.
Aquella orientación que apela al destinatario se denomina "función conativa". Va
dirigida al receptor y encuentra su expresión más pura en el vocativo y el imperativo; es
decir, en la interpelación a quienes se dirige. En “¿Cerrás la ventana, Juan?” encontramos
un predominio de la función conativa.
La "función fática" está orientada hacia el canal; es utilizada para cerciorarse de que
este funciona (“¿Me escuchás?”) o para llamar la atención sobre el contacto con el
interlocutor (“¿Estás ahí?”). Cuando alguien dice “Te escucho” al otro lado del teléfono, lo
que está diciendo es “estoy preparado para la comunicación, el canal es correcto”.
Cuando los participantes quieren confirmar que se comprenden, que están usando el
mismo código, utilizan el lenguaje de acuerdo a la "función metalingüística" (“¿Hablás
francés?” / “¿Me entendés?”). Todo cuanto concierne a la definición de una palabra o a la
explicación de un desarrollo, toda frase sobre el lenguaje, todo metalenguaje, reenvía a la
función metalingüística. De parte del receptor también se refleja en frases como “¿Qué
querés decir?” o “¿Qué significa eso?”.
Por último, la orientación hacia el mensaje como tal es la "función poética", la cual
aborda el lenguaje en su dimensión estética. La función poética no es la única función del
arte verbal, sino solo su función dominante, determinante, mientras que en todas las demás
actividades verbales actúa como accesorio. Los juegos con la sonoridad de las palabras, las
repeticiones, las aliteraciones, asonancias, los efectos de ritmo responden a esta función.
Se la puede encontrar en los poemas, en las canciones, en los titulares de diarios, en los
discursos oratorios, en los eslóganes publicitarios o políticos, pero también en el lenguaje
corriente.
Se considera que todo texto tiene una función predominante; pero que no se reduce
casi nunca a una sola función, sino que combina varias.

Críticas a la teoría de Jakobson

Kerbrat Orecchioni señala los límites del modelo lingüístico de Jakobson y plantea la
necesidad de formular una teoría que contemple un mayor refinamiento teórico aplicado a
las relaciones entre código y mensaje, lo lingüístico y lo extralingüístico, la noción
problemática y cargada de matices de sujeto y ciertos aspectos del lenguaje relativos a lo
performático. Critica el esquema de la comunicación esbozado por Jakobson dado que en
este el “habla” (el código en funcionamiento) aparece como una conversación ideal entre
dos individuos libres y conscientes, que poseen el mismo código. Contempla el error de
pensar la comunicación como transparente y lograda, y propone un esquema de la
comunicación más complejo.
El código no puede pensarse como homogéneo ya que es inexacto que los dos
participantes de la comunicación hablen exactamente la misma “lengua”: no se pueden
dejar de lado las ambigüedades, las dudas, los fracasos de la comunicación. Sigue a
Bourdieu (1975) en la idea de que la noción de “lengua común” desempeña un papel
ideológico: sirve para enmascarar bajo la apariencia de una armonía imaginaria la
existencia de tensiones, enfrentamientos y opresiones muy reales. En el intercambio verbal
se juegan relaciones de poder y muy a menudo es el más fuerte quien impone al más débil
su propio idiolecto. La comunicación se funda sobre la existencia, no de un código, sino de
dos ideolectos; por consiguiente, el mensaje mismo se desdobla, al menos en lo que
concierne a su significado. En consecuencia, el mensaje sufre avatares en el intervalo entre
su emisión y su recepción y, por ende, propone multiplicar por dos el código: uno en la
esfera del emisor y otro en la del receptor. Incluye también la noción de “competencia de un
sujeto” para referirse a la suma de todas sus posibilidades lingüísticas, al espectro completo
de lo que emisor y receptor son susceptibles de producir y de interpretar.
En su teoría, parte de que hablar no es intercambiar libremente informaciones que
“fluyen” armoniosamente, indiferentes a las condiciones concretas de la situación de habla y
a las propiedades específicas de los miembros del intercambio verbal. Las nuevas
orientaciones lingüísticas deberían más bien enfatizar el hecho de que “decir” es al mismo
tiempo “hacer” (ver apartado 2) y, por ende, es necesario asimilar el lenguaje a una práctica,
una praxis.

Ejercitación:
1. Reconozca qué función del lenguaje prevalece en los siguientes enunciados
presentes en El padre de August Strindberg:
a) Ordenanza: ¡Ordene, mi capitán!
b) Capitán: ¡Fuera! [...] ¡No quiero volver a verte en la cocina, canalla!
c) Pastor: [...] ¿De qué estábamos hablando cuando esta bendita historia se nos metió
en el medio?
d) Pastor: Tienes demasiadas mujeres mandando en tu casa.
e) Capitán: Yo no quiero ser alcahuete de mi hija y educarla solo para el matrimonio
porque si se queda soltera va a vivir días amargos.
f) Laura: ¿Usted no cree lo que le estoy diciendo?
g) Laura: Usted no me tiene ninguna confianza, doctor, y yo estoy aquí confesándole
las intimidades de la familia.
h) Laura: ¡Sí, entiendo! ¡Sí, sí!
i) Nodriza: (lee a media voz).
Triste y miserable cosa
es la vida y se termina pronto.
El ángel de la muerte se cierne alrededor
y grita sobre el mundo:
¡vanidad, vanidad! [...]

2. Complete el siguiente cuadro sin repetir funciones del lenguaje:

Función Ejemplo

Fática

Apaguen los celulares, por favor.

Metalingüística

Emotiva

Esperando a Godot fue publicada en 1952 por Éditions de Minuit.

Poética

2. La noción de Acto de habla y la Teoría de los infortunios


John Austin y el “giro performativo”.
Bibliografía: Austin, J. [1962] (1980). Cómo hacer cosas con palabras. Buenos Aires:
Paidós.
En 1962, el filósofo del lenguaje John Austin brinda una serie de 12 conferencias en
las que plantea lo que luego se conocerá como la “Teoría de los Actas de Habla”. Estas
exposiciones fueron publicadas en un libro denominado Cómo hacer cosas con palabras,
título que alude a la hipótesis principal del autor; esta es, que el lenguaje no es un mero
instrumento que permite representar la realidad, sino un modo de intervenir sobre ella. Esta
idea, que tal vez hoy resulte un tanto obvia, fue verdaderamente revolucionaria en su
contexto de producción, ya que se oponía a una fuerte tradición que sostenía, en el campo
de la lingüística, que la función del lenguaje era la de describir la realidad y que, por lo tanto,
todos los enunciados podían ser evaluados en términos de verdad o falsedad. En contraste,
Austin llama la atención sobre una serie de expresiones (por ejemplo, “Lo declaro culpable”)
que no admiten ser sometidas a las condiciones de verdad, ya que no representan un
estado de cosas anterior, sino que, con su enunciación, modifican el estatuto de lo real
(“hacen cosas”). Así, el autor distingue entre los “enunciados constatativos”, aquellos que
describen el mundo, y los “enunciados realizativos o performativos”, aquellos que
intervienen el mundo. Dentro de este último grupo, por su parte, Austin propone diferenciar
entre los “performativos explícitos” y los “performativos implícitos”: mientras que en los
primeros la acción vehiculizada por el enunciado aparece dicha (por ejemplo, “Te prometo
que mañana voy a tu casa”), en los segundos aparece elidida (por ejemplo, “Mañana voy a
tu casa” = promesa).
Ahora bien, el autor nota que, en el caso de los enunciados performativos, la
realización de acto no requiere solamente que se pronuncien las palabras, sino que,
además, deben concretarse una serie de condiciones (denominadas por él “Condiciones de
felicidad”). Por ejemplo, para que se produzca una condena no solo hace falta que alguien
pronuncie la frase “Lo declaro culpable”, sino que esa persona debe ser un juez, el contexto
en el que se enuncie esa expresión debe ser un juzgado, el individuo que recibe el veredicto
debe efectivamente ser el acusado, etc. Si cualquier ciudadano detiene a un transeúnte en
una esquina y le dice “Te declaro culpable”, el acto -por supuesto- no quedará hecho. El
análisis de este tipo de casos lleva a Austin a formular lo que se conoció como la “Teoría de
los infortunios”, una suerte de sistema de reglas que velan por la efectiva concreción del
acto y garantizan su “felicidad”. Así, para que un enunciado genere efectivamente la acción
que predica deben cumplirse las siguientes condiciones:
● Debe existir un procedimiento convencional que regule el acto. En otras palabras, la
forma lingüística empleada debe estar tipificada y ser socialmente conocida para
garantizar que el acto sea reconocido en tanto tal. Por ejemplo, la expresión “Te
insulto” no genera la acción de insultar, ya que esta fórmula no está
convencionalizada en la lengua.
● Las personas y las circunstancias deben ser las adecuadas.
● Todos los participantes deben actuar de la forma requerida. En efecto, si no se
respeta la totalidad y el orden de las distintas instancias que generan el acto, este no
queda realizado. Por ejemplo, si en el casamiento católico el sacerdote pronuncia
“Los declaro marido y mujer” antes de que los novios afirmen su intención de
casarse, el acto de matrimonio no se produce.
● Las personas deben tener los pensamientos y sentimientos requeridos.
Mediante este sistema de reglas, Austin propone un modelo de estudio de la
producción de enunciados, aspecto del uso del lenguaje jamás estudiado hasta el momento,
ya que era considerado, desde Saussure en adelante, una dimensión que no admitía un
análisis científico.
Sin embargo, en una instancia posterior de su propuesta, Austin da un paso más:
nota que la distinción entre enunciados constatativos y performativos no es del todo válida,
ya que incluso las expresiones que parece que solo describen, también están generando
una acción sobre el mundo. En efecto, un enunciado como “Llueve”, si se estudia en su
contexto de uso (por ejemplo, una pareja había decidido salir de paseo y uno de ellos mira
por la ventana y dice “Llueve”), no estaría constatando el estado meteorológico, sino,
básicamente, funcionando como una fórmula para cancelar el plan acordado.
De esta forma, Austin reformula su propuesta anterior y afirma que todo enunciado
posee un aspecto performativo y que cada vez que se hace uso del lenguaje se está,
simultáneamente, realizando un acto que denomina acto de habla (AH). Cada una de estas
unidades, por su parte, implica la realización de tres acciones en simultáneo:
● Acto locutivo. Acto de decir. Cada vez que hablamos estamos realizando, en
principio, una acción que es la de poner en funcionamiento nuestro aparato fonatorio
(“hablar”). Además, en la medida que estamos utilizando el sistema de la lengua
para producir enunciados, en términos actanciales, estamos “construyendo sentido”.
● Acto ilocutivo: Acto al decir. Acción convencional (esto es, tipificada, compartida,
cristalizada en la lengua) que se genera al enunciar determinadas palabras. Por
ejemplo: decir “Mañana voy a tu casa” implica generar un acto ilocutivo de promesa.
La realización de esta acción - y aquí está el punto importante - no depende del
contexto, sino que está inscripta en las convenciones de uso del lenguaje.
● Acto perlocutivo. Acto por decir. Acción generada por el destinatario como
respuesta. Al respecto, Austin menciona que este tipo de acto no es convencional,
sino casual. Si bien todo AH está orientado a generar una (re)acción en el
destinatario, esta última no puede preverse.
Las ideas de Austin, hoy aceptadas ampliamente en los estudios lingüísticos, fueron
de una novedad tal en su contexto de producción que incidieron profundamente en muchos
campos del saber, dando lugar a lo que se conoció como el “giro performativo”. En efecto,
muchas disciplinas comenzaron a pensar, desde la década de 1960, cómo los diversos
códigos que estudiaban intervenían y modificaban la realidad.
En particular, la Teoría de los actos de habla es muy productiva para el análisis del
texto dramático: para los actores y directores, una de las tareas principales a la hora de
abordar el estudio de una pieza es la de identificar las distintas acciones vehiculizadas por
los enunciados de los personajes. Si bien Austin es el primero en llamar la atención sobre
esta cuestión, sos sus seguidores (Searle y Grice) quienes construirán herramientas
efectivas que permitan recuperar con precisión esta dimensión en los textos.

Ejercitación:
1. Caracterice los AH (en sus tres dimensiones) que se generarían en la pronunciación
efectiva de las siguientes oraciones. Describa, según el modelo de Austin, las
condiciones que deben cumplirse para que el acto sea “feliz”.
a) Te juro que yo no lo robé.
b) ¡Fuego!
c) Estás despedido.
d) Habíamos quedado en encontrarnos a las cinco.
e) Todos los hombres son mortales.
f) Me divorcio.

3. Actos de habla indirectos


La revisión de John Searle de la Teoría de los actos de habla.
Bibliografía:
- Searle, J. [1969] (1975). Actos de habla. Madrid: Cátedra.
- Searle, J. (1975). “Indirect Speech Acts". En Cole, P. & Morgan, J.L. (Eds.). Syntax
and Semantics. Vol. 3: Speech Acts, 59-82.

J. Searle es un discípulo de Austin que, si bien continúa con las líneas principales de
su maestro, introduce modificaciones significativas en su teoría. En principio, la
caracterización que propone de los AH descarta los Actos perlocutivos: en la medida en que
estos no pueden ser previstos (por su carácter no convencional) no deben, según Searle,
formar parte de la descripción del sentido. Además, intenta reincorporar en la definición de
AH las condiciones de verdad. Para Searle, los AH están compuestos por 3 actos: un acto
de emisión (la acción de producir lenguaje), un acto proposicional (la acción de referirse al
mundo y predicar algo sobre él) y un acto ilocucionario (modo en que debe comprenderse lo
dicho). Así, todo enunciado tiene para el autor un contenido objetivo plausible de ser
evaluado en términos de verdad o falsedad (el contenido proposicional) y un aspecto
subjetivo (que llama fuerza ilocucionaria) que establece una serie de instrucciones a
propósito de cómo debe interpretarse ese enunciado. Searle entiende que el lenguaje es un
sistema sometido a un conjunto de reglas que denomina “constitutivas” y que siguen la
siguiente lógica: “X cuenta como Y en el contexto Z”, donde X es el contenido proposicional
(la representación del mundo que crea el enunciado que puede ser evaluada como
verdadera o falsa), Y es el acto ilocucionario (la acción vehiculizada convencionalmente por
el enunciado) y Z es el contexto en el que se desarrolla el intercambio. Por ejemplo:
“¡Fuego!” cuenta como advertencia en el contexto de un incendio.
Dejando de lado estas modificaciones que Searle realiza sobre la teoría de Austin,
uno de los aspectos más importantes de su pensamiento para el análisis del texto dramático
se encuentra en el hallazgo de lo que él denominó “Actos de habla indirectos” (AHI). El
filósofo norteamericano descubrió que, en algunos contextos, un enunciado no vehiculiza
solo un AH, sino dos que, según el autor, se dan en simultáneo. Así, expresiones como
“¿Podrías pasarme la sal?” constituyen, desde esta perspectiva, AHI, ya que el acto de
pregunta (acto primario) involucrado en la producción del enunciado genera un acto de
pedido (acto secundario). Los llama “indirectos”, justamente, porque el acto principal (el
pedido en el ejemplo) no se produce explícitamente, sino que se apela a otro tipo de
estructura para generarlo. El motivo de esta indirección es, para el autor, esencialmente,
una cuestión de cortesía: en nuestro ejemplo, el pedido se presenta como una pregunta
para mitigar la fuerza de imposición del AH. Sin embargo, debemos aclarar que estos actos
están fuertemente convencionalizados en la lengua. En ese sentido, su producción e
interpretación no dependen del contexto. En cuanto a sus mecanismos de formación, Searle
propone una compleja lista de reglas involucradas en la producción de este tipo de
fenómenos. Para simplificar la exposición, diremos simplemente que, en general, se
construyen de la siguiente forma:
● Preguntando por el deseo del oyente: “¿Querés ir al cine mañana?” Pregunta >
Invitación.
● Afirmando el deseo del hablante: “Me gustaría que vayamos al cine mañana”.
Afirmación > Invitación.
● Preguntando por las posibilidades del hablante/oyente: “¿Podrías ir al cine
mañana?” Pregunta > Invitación // “Podría ir al cine mañana” Afirmación de
posibilidad > Aceptación de invitación.
● Preguntando por las razones para realizar el acto: “¿Por qué no vamos al cine
mañana?” Pregunta > Invitación.
A los efectos de evitar dañar la imagen social de los demás (y de recibir daños en la
propia), constantemente utilizamos estrategias de cortesía. Entre ellas, los AHI son uno de
los procedimientos más frecuentes y su reconocimiento es fundamental para el análisis del
texto dramático, sobre todo, para evitar caer en el equívoco de interpretar solamente el acto
primario involucrado en estos enunciados.

Ejercitación:
1. Analice los siguientes AHI y determine cuáles son los dos actos ilocucionarios
presentes:
a) ¿Por qué no te callás?
b) Te dije que no quería volver a verte.
c) ¿Tenés hora?
d) ¿Podrías cerrar la ventana?
e) Podés retirarte.
f) Podrías retirarte.
g) Quisiera que mañana llegues temprano.
h) ¿Vas a terminar el desayuno?

2. Analice la Escena II del Acto III de El padre de A. Strindberg, identifique los AHI
producidos por los personajes y describa su funcionamiento.

4. Lo expuesto, lo presupuesto y lo sobreentendido


Niveles de análisis semántico
Bibliografía: Ducrot, O. y Todorov, T. (2011). Diccionario enciclopédico de las
ciencias del lenguaje. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

Uno de los rasgos característicos de la comunicación humana es que se rige por el


principio de economía discursiva: en pos de garantizar la velocidad y eficacia del
intercambio, los hablantes apuestan a una serie de estrategias para evitar repetir
información que ya fue dicha o que puede reponerse del contexto de enunciación. En
efecto, esta particularidad del funcionamiento del lenguaje permite distinguir varios niveles
de sentido que operan en paralelo en todo enunciado. Al respecto, el linguística francés
Oswald Ducrot propone diferenciar entre el plano de lo expuesto, el de lo presupuesto y el
de lo sobreentendido. En el primero se incluyen todos aquellos contenidos explícitos,
aquellos que son afirmados por el enunciado y que constituyen el objeto declarado de la
enunciación. En el segundo, en cambio, se incorporan una serie de ideas y
representaciones de lo real de carácter implícito, esto es, que aparecen como obvias,
consensuadas o ya conocidas. Estos contenidos, si bien están inscriptos en el enunciado
(dependen del significado convencional de las palabras), no forman parte de aquello que la
expresión afirma. Finalmente, el plano de lo sobreentendido incluye una serie de sentidos
que se generan solo en determinadas circunstancias y, para actualizarlas, es necesario
reponer información del contexto. Así, en el enunciado “Pedró dejó de fumar”, podemos
distinguir los siguientes niveles de sentido:
● Expuesto: “Pedro ahora no fuma”.
● Presupuesto: “Pedro antes fumaba”.
● Sobreentendido: “Vos también podrías dejar de fumar” (En el caso de que, por
ejemplo, una madre le diga este enunciado a su hijo fumador).
En cuanto al nivel de lo presupuesto, nótese que es la construcción “dejar de” la que
activa este sentido. Es por eso que se dice que los presupuestos dependen del significado
convencional, ya que, en todo contexto, la expresión “dejar de fumar” genera la
presuposición de que el individuo en cuestión antes fumaba. En contraste, el sentido que se
construye en términos de sobreentendido es específico de esa situación de enunciación, ya
que las mismas palabras pueden decirse en cualquier otro contexto sin que se active ese
contenido implícito.
Finalmente, otra característica distintiva de los presupuestos es que se presentan
siempre como algo ya conocido, inobjetable o indudable. En ese sentido, su funcionamiento
es altamente productivo en términos argumentativos, ya que, al no mostrarse como
información nueva, en general, no admiten ser objeto de debate. Así, frente al enunciado
“María no va más al gimnasio” sería esperable que, en caso de polémica, el interlocutor
niegue lo expuesto (“No, María sigue yendo al gimnasio”). Sin embargo, sería altamente
conflictivo (en términos comunicativos) que lo presupuesto sea negado con un enunciado
del tipo: “No, no va al gimnasio. De hecho, nunca fue”.

Ejercitación:
1. Describa los contenidos expuestos, presupuestos y sobreentendidos de los
siguientes enunciados. Detalle el contexto de enunciación cuando lo considere
necesario:

a) Juan se arrepiente de haber ido a esa fiesta.


b) El rey de Francia es calvo.
c) Sofía se olvidó de traer los apuntes.
d) Laura empezó a correr todas las mañanas.
e) Facundo acusó a su hermano frente a toda la familia.

5. Inferencias
Hacia un estudio de los contenidos implícitos
Bibliografía: Ducrot, O. y Todorov, T. (2011). Diccionario enciclopédico de las
ciencias del lenguaje. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

Las teorías de Austin y Searle descriptas en los apartados anteriores son


especialmente productivas para analizar el nivel de lo expuesto: las fuerzas ilocucionarias
de los enunciados, que -según Searle- son instrucciones sobre cómo debe interpretarse la
proposición, siempre forman parte de lo explícito. Sin embargo, tal como mencionamos en
(4), existen otro tipo de contenidos que, desde el plano de lo implícito, cumplen un rol
fundamental en la construcción del sentido. Para referirnos a ellos, hablaremos de
“inferencias”.
Este término se utiliza en la lingüística para referirse a los significados no dichos que
el destinatario debe recuperar al momento de interpretar un enunciado (ya sean
presupuestos o sobreentendidos). Existen varias clasificaciones de inferencias. Una de ellas
atiende a la naturaleza de este tipo de contenidos. En función de este criterio, se distingue
entre:
● Implicación lógica: inferencia propia de la lógica formal. Por ejemplo: frente a los
enunciados “Todos los hombres son mortales” y “Pedro es hombre” puede inferirse
que “Pedro es mortal”.
● Presuposición: inferencia desencadenada por el significado convencional de las
palabras. En ese sentido, se activarán siempre más allá del contexto particular en el
que se desarrolle el intercambio. Por ejemplo: “dejar de X”, tal como mencionamos
más arriba, siempre genera la presuposición “antes X” (dejar de fumar > antes
fumar).
● Implicatura conversacional: inferencia que depende del contexto de uso, en
particular, del respeto o violación de las reglas que regulan la conversación (Ver
punto 6).
Por otro lado, otra clasificación de las inferencias es aquella que pone el foco en el
mecanismo que utiliza el oyente para actualizar el contenido implícito. Así, puede hablarse
de:
● Inferencia contextual: aquella que se produce cuando el oyente utiliza los
enunciados que rodean a un texto para inferir su contenido. Los paratextos (títulos
de notas, prólogos, copetes) funcionan en este sentido.
● Inferencia situacional: aquella que se activa a partir de información del contexto de
enunciación. Por ejemplo: del enunciado “¡Cuánta gente!” podría inferirse que el
hablante se está quejando de la alta concurrencia a un evento o festejando la
asistencia del público. En efecto, la situación en la que la expresión aparezca
definirá la orientación del enunciado entre una u otra posibilidad.
● Inferencia interdiscursiva: aquella que se activa a partir del reconocimiento, por parte
del oyente, de algún enunciado previo que forma parte del “interdiscurso” (esto es, el
conjunto de discursos que constituyen y definen una comunidad de habla). Así,
frente al enunciado “Macri lo hizo”, un interpretante con el conocimiento suficiente de
la memoria discursiva puede inferir que el hablante está diciendo que “Macri es
similar a Menem”, ya que recupera el discurso “Menem lo hizo”, eslogan de
campaña del ex presidente en la década de 1990.

6. Implicaturas y máximas conversacionales


J.P. Grice y el significado no natural.
Bibliografía: Grice, H.P. [1975] (1995). "Lógica y conversación". En Valdés
Villanueva, L. (Ed.) La búsqueda del significado. Lecturas de filosofía del lenguaje,
pp. 511-530. Madrid: Tecnos.

J.P Grice es un lingüista representante de lo que se ha dado en llamar “pragmática


anglosajona” (junto con Austin y Searle). Como su nombre lo indica, esta escuela teórica se
ocupa de estudiar el lenguaje en uso (o en acción). En particular, Grice se enfoca en el
análisis de la conversación ordinaria desde una perspectiva científica. Según el autor,
existen una serie de reglas de carácter universal que regulan los intercambios
comunicativos. Para él, todo diálogo requiere, en primer término, de un “principio de
cooperación”, esto es, el deseo de los individuos de querer comunicar algo y sostener la
conversación hasta que ese contenido haya sido efectivamente transferido de un sujeto al
otro. Este principio, además, se compone de cuatro reglas o máximas que garantizan la
eficacia del intercambio:
● Máxima de calidad: la contribución debe ser verdadera. El hablante no debe decir
aquello que considera falso o aquello de lo que no tiene evidencia suficiente.
● Máxima de cantidad: el hablante debe dar la cantidad de información justa para que
se comprenda el mensaje.
● Máxima de relevancia: la contribución debe ser pertinente.
● Máxima de modo: el hablante debe expresarse de la forma más clara y directa que
pueda.
Si bien esta propuesta puede parecer un tanto idealista, un análisis detallado de la
conversación cotidiana muestra que, efectivamente, los hablantes tienden a comportarse de
acuerdo a estas reglas. Además, y en este punto radica uno de los hallazgos más
importantes de la teoría, Grice descubre que el respeto o la violación ostensible de estas
máximas produce un tipo particular de contenido implícito que denomina “implicatura
conversacional”. Este tipo de inferencias, que operan en el nivel de lo sobreentendido y, por
lo tanto, se activan solo en algunos contextos, tienen la propiedad de ser fácilmente
cancelables. En otras palabras, el hablante puede rápidamente desentenderse del implícito
y no quedar identificado con él. En ese sentido, su uso es altamente productivo, ya que
permite decir sin decir. A continuación, detallamos cada subtipo:
● Implicaturas por respecto u observación de máximas:
a) Por respecto de la máxima de calidad: como el oyente entiende que el hablante está
siendo honesto, infiere que lo que dice es verdad. Si “Pedro tiene un perro” > “Pedro
tiene que tener, al menos, un perro”.
b) Por respecto de la máxima de calidad: el oyente interpreta que el hablante está
dando toda la información requerida. Si “Pedro tiene tres hijos” > “Pedro tiene solo
tres hijos y no más”. Nótese que, si Pedro tuviera cuatro hijos, el enunciado no sería
en sí mismo falso, sin embargo, en la conversación ordinaria el oyente tildaría de
deshonesto a su interlocutor.
c) Por respeto de la máxima de relevancia: el oyente entiende que el hablante está
siendo pertinente. Si “¿Me podés pasar la sal?” > El hablante quiere que le pase la
sal ahora.
d) Por respeto de la máxima de modo: el oyente entiende que el hablante se está
expresando de forma clara. Por ejemplo, no inferimos lo mismo de “María fue al
balcón y saltó” que de “María saltó y fue al balcón”. Como puede constatarse, el
orden de los constituyentes desencadena contenidos implícitos distintos y, por lo
tanto, el enunciado construye una representación diferente del mundo.

● Por violación ostensible de las máximas:


a) Por violación de la máxima de calidad: el hablante muestra explícitamente que no
está siendo verdadero. Ejemplos: metáforas, sinécdoques, ironías.
b) Por violación de la máxima de cantidad: el hablante muestra explícitamente que no
está dando la información requerida para comprender. Ejemplos: tautologías del tipo
“La guerra es la guerra”.
c) Por violación de la máxima de relevancia: el hablante muestra explícitamente que no
está siendo relevante. Por ejemplo: Juan y Pedro están criticando a Manuel en su
ausencia. Juan lo ve venir y cambia abruptamente de tema (deja de ser relevante).
Así, la violación marcada de la máxima le indica a Pedro que Manuel se está
acercando (Pedro infiere este contenido no dicho).
d) Por violación de la máxima de modo: el hablante muestra explícitamente que no está
siendo claro. Por ejemplo: María le pregunta a Fernando cómo le fue en el examen y
Fernando dice “Había estudiado poco y llegué tarde. Era muy difícil. Había
consignas que no se entendían bien” dando a entender que no cree que apruebe
(sin embargo, esto nunca está dicho expresamente).
Vale la pena aclarar que para que estas últimas implicaturas se generen, la violación
de la máxima debe ser ostensible, esto es, debe estar indicada al interlocutor. De lo
contrario, el hablante estaría incurriendo en un engaño, ya que no se desencadenaría el
contenido implícito. Por ejemplo: si deja de ser verdadero pero no lo muestra, produce una
falacia.

Ejercitación:
1. Identifique las implicaturas conversacionales que podrían actualizarse en los
siguientes fragmentos de El padre. Indique qué máximas se estarían respetando o
violando y determine la productividad que tiene para los personajes usar este tipo de
recursos.

a) Nojd: Sí, entonces Emma dijo que fuéramos al granero.


Capitán: Ah, sí. ¿Entonces fue Emma la que te sedujo?
Nojd: No… sí. Yo no quiero decir eso, pero no estuvo lejos. Y una cosa quiero decir:
si la muchacha no quiere, entonces no pasa nada.

b) Nodriza: ¡Ay, señor Adolf!, usted piensa mal de todo el mundo, y eso es porque no
tiene la fe verdadera. Sí, es por eso.
Capitán: Pero tú y los baptistas sí encontraron la fe verdadera. ¡Tú encontraste la
felicidad!
Nodriza: ¡Por lo menos no soy tan infeliz como usted, señor Adolf! Humille su
corazón y verá que Dios le dará la felicidad en el amor al prójimo.

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