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El hedonismo

(del griego ἡδονή hēdonḗ 'placer' e -ismo)1 es una doctrina moral que establece la
satisfacción como fin superior y fundamento de la vida. Su principal objetivo consiste en la
búsqueda del placer que pueda asociarse con el bien.

El hedonismo no consiste en afirmar que el placer es un bien, ya que dicha afirmación ha


sido admitida por otras muchas doctrinas éticas muy alejadas del hedonismo, sino en
considerar que el placer es el único y supremo bien.

El término «hedonismo» puede tomarse en dos sentidos, lato y estricto. En el primero, el


hedonismo sería una teoría ética de gran amplitud en la que la palabra placer tendría un
significado muy extenso, que abarcaría tanto el placer como la utilidad; en este sentido, el
utilitarismo se encuadraría dentro del hedonismo. En un sentido más restringido, el
hedonismo se diferencia del utilitarismo, fundamentalmente, porque el primero cifra el bien
en el placer individual, mientras que el segundo afirma como bien sumo el placer, el
bienestar y la utilidad social. El hedonismo tiene un carácter individualista, el utilitarismo
es de índole social y sostiene el punto de vista de que la satisfacción humana se encuentra
en la búsqueda y posesión del placer material y físico.

Dentro del hedonismo en sentido estricto se pueden distinguir dos formas del mismo, de
acuerdo con los dos significados que tiene el término placer. Este designa al placer sensible,
o inferior, y al placer espiritual, o superior. En consecuencia, habrá dos formas de
hedonismo llamadas hedonismo absoluto y hedonismo mitigado, o eudemonismo.

El hedonismo radical sostiene que todos los placeres físicos deben ser satisfechos sin
ninguna restricción, mientras que el hedonismo moderado afirma que las actividades
placenteras deben ser moderadas, para que así aumente el placer. En ambos casos el placer
es la principal motivación del comportamiento.

Por lo que se refiere al hedonismo psicológico, son varias las doctrinas existentes según la
determinación temporal del placer. La teoría del placer de los fines, o «hedonismo
psicológico del futuro», sostiene que el placer personal es el fin último y único de una
persona.
El utilitarismo

es una teoría ética fundada a fines del siglo XVIII por Jeremy Bentham, que establece que
moralmente la mejor acción es la que produce la mayor utilidad para el mayor número de
individuos involucrados, la que maximiza la utilidad.

Parte del supuesto psicológico de que todo ser humano actúa siempre, sea a nivel
individual, colectivo, privado, público, como en la legislación política, según el principio
de la mayor felicidad, en vistas al beneficio de la mayor cantidad de individuos.

La "utilidad" se define de varias maneras, generalmente en términos del bienestar de los


seres humanos. Bentham la describió como la suma de todo placer que resulta de una
acción, menos el sufrimiento de cualquier persona involucrada en dicha acción. En la
economía neoclásica, se llama utilidad a la satisfacción de preferencias mientras que en
filosofía moral, es sinónimo de felicidad, sea cual sea el modo en el que esta se entienda.
Esta doctrina ética a veces es resumida como "el máximo bienestar para el máximo
número".

Es una versión del consecuencialismo, al considerar que sólo las consecuencias de una
acción son un críterio a observar para definir moralmente si esta es buena o mala. A
diferencia de otras formas de consecuencialismo, como el egoísmo, considera todos los
intereses por igual.

No señala únicamente cómo proceder ante un dilema moral, sino también sobre qué
problemas pensar, dado que los problemas que considera van más allá de las consecuencias
a un futuro a corto plazo, atendiendo a los efectos de decisiones tomadas para personas que
todavía no existen, ya que nuestras acciones tendrian un impacto potencial en estas.1

El estoicismo

es una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en el 301 a. C. Su doctrina filosófica
estaba basada en el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida,
valiéndose de la valentía y la razón del carácter personal. Su objetivo era alcanzar la
felicidad y la sabiduría prescindiendo de los bienes materiales.1

Durante el período helenístico adquirió mayor importancia y difusión, ganando gran


popularidad por todo el mundo grecorromano, especialmente entre las élites romanas. Su
período de preeminencia va del siglo III a. C. hasta finales del siglo II d. C. Tras esto, dio
signos de agotamiento que coincidieron con la descomposición social del alto Imperio
romano y el auge del cristianismo. El estoicismo fue fundado por Zenón de Citio (aprox.
333-262 a. C.) —a veces llamado Zenón el Estoico para distinguirlo de Zenón de Elea—,
de origen chipriota y posiblemente de ascendencia mixta, griega y oriental.2 Se trasladó a
Atenas en el 311 a. C. después de una vida agitada. Por aquel entonces Atenas era el centro
cultural del mundo griego, donde se congregaban las principales escuelas de filosofía.
Durante su estancia, tomó contacto con la filosofía socrática, en especial la de la escuela
cínica, y la megárica. Según Diógenes Laercio, inicialmente se inclinó por el cinismo,
siendo alguien especialmente cercano a Crates, pero pronto abandonó esta escuela al
rechazar las numerosas «exageraciones» en que estos incurrían, porque no podían ofrecerle
ningún programa de vida válido. Tras este abandono del cinismo, estudió con otros
filósofos de las escuelas platónica, aristotélica y megárica pero, insatisfecho con ellas,
acabó creando su propia escuela, en la que combinaba múltiples aspectos cínicos con los de
otros filósofos como Heráclito.3 Desde la antigüedad, se estudió la posible influencia sobre
Zenón de doctrinas semíticas tales como el judaísmo o las filosofías del Oriente Medio; el
considerable parecido entre el estoicismo y el cristianismo en algunas doctrinas, sobre todo
en la ética y en la cosmología, sugirieron a panegiristas cristianos como Quintiliano y
Tertuliano que Zenón estaba familiarizado, por su origen semita, con el judaísmo.

El altruismo

(del francés antiguo altrui, «de los otros») se puede entender como:
 Ayudar o servir constructivamente a los otros para vivir una positiva experiencia de
empatía, conducta relacionada con la filantropía.
 Sacrificio o abnegación personal en beneficio de otros.1

De acuerdo a la Real Academia Española, el altruismo proviene del francés altruisme y


designa la «diligencia en procurar el bien ajeno aún a costa del propio».

El término altruismo se refiere a la conducta humana y es definido como la preocupación o


atención desinteresada por el otro o los otros, al contrario del egoísmo. Suelen existir
diferentes puntos de vista sobre el significado y alcance del altruismo o cuidar de los demás
desinteresadamente, sin beneficio alguno. En línea con los estudios de Daniel Batson, Elena
Gaviria afirma que "existe una cantidad considerable de evidencia empírica que sugiere que, por lo
menos, tenemos la capacidad de comportarnos movidos por sentimientos no puramente egoístas.
El que manifestemos o no esa capacidad depende probablemente de muchos factores, pero la
tenemos, y eso ya es algo".2 El altruismo en sí mismo no es observable, ya que requiere inferencias
sobre intenciones y motivos, así que los estudios de la psicología social se han consagrado
empíricamente a la observación de la conducta de ayuda. Así pues, los elementos involucrados son
el donante de ayuda o benefactor y los factores situacionales envueltos en el ofrecimiento o
negación de la misma, y solo después se analizan los determinantes motivacionales de la
conducta.3 Según la Enciclopedia Blackwell de Psicología social (1995) se incluye dentro de las
conductas prosociales consideradas beneficiosas para otras personas y para el sistema social: la
ayuda (cualquier acción que tiene por consecuencia un beneficio a otra persona), el altruismo
(conducta que supone más beneficios al receptor que a aquel que la realiza) y la cooperación
(conducta que supone un beneficio común y en la cual son todos las que la cursan benefactores y
receptores). Las dos primeras son más bien de carácter interpersonal, la última de carácter más
bien grupal.

El positivismo

es un pensamiento científico que afirma que el conocimiento auténtico es el conocimiento


científico y que tal conocimiento solamente puede surgir de la afirmación de las hipótesis a
través del método científico. El positivismo se deriva de la epistemología que surge en
Francia a inicios del siglo XIX de la mano del pensador francés Saint-Simon, de Auguste
Comte, y del británico John Stuart Mill y se extiende y desarrolla por el resto de Europa en
la segunda mitad del siglo XIX. Se tiene en cuenta que también tiene cierto parentesco con
el Empirismo. Uno de sus principales precursores en los siglos XVI y XVII fue el filósofo,
político, abogado, escritor y canciller de Inglaterra Francis Bacon.

Esta epistemología surge como manera de legitimar el estudio científico naturalista del ser
humano, tanto individual como colectivamente. Según distintas versiones, la necesidad de
estudiar científicamente al ser humano nace debido a la experiencia sin parangón que fue la
Revolución francesa, que obligó por primera vez a ver a la sociedad y al individuo como
objetos Estas corrientes tienen como características diferenciadoras la defensa de un monismo
metodológico (teoría que afirma que hay un solo método aplicable en todas las ciencias). La
explicación científica ha de tener la misma forma en cualquier ciencia si se aspira a ser ciencia,
específicamente el método de estudio de las ciencias físico-naturales. A su vez, el objetivo del
conocimiento para el positivismo es explicar causalmente los fenómenos por medio de leyes
generales y universales, lo que le lleva a considerar a la razón como medio para otros fines (razón
instrumental). La forma que tiene de conocer es inductiva, despreciando la creación de teorías a
partir de principios que no han sido percibidos objetivamente. En metodología histórica, el
positivismo prima fundamentalmente las pruebas documentadas, minusvalorando las
interpretaciones generales, por lo que los trabajos de esta naturaleza suelen tener excesiva
acumulación documental y escasa síntesis interpretativa.

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