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Ningún evento concreto —a pesar de la abundancia y concatenación de hechos

catastróficos— determinó por sí mismo el fin de la Edad Antigua y el inicio de la Edad


Media: ni los sucesivos saqueos de Roma (por los godosde Alarico I en el 410, por
los vándalos en el 455, por las propias tropas imperiales de Ricimero en 472, por
los ostrogodos en 546), ni la pavorosa irrupción de los hunos de Atila (450-452, con
la batalla de los Campos Cataláunicos y la extraña entrevista con el papa León I el
Magno), ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de
Occidente, por Odoacro el jefe de los hérulos -476-); fueron sucesos que sus
contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época. La culminación a finales
del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación
económica, las invasiones y el asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio
romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años, la Europa
Occidental mantuvo un período de unidad cultural, inusual para este continente, instalada
sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse por
completo, y el asentamiento del cristianismo. Nunca llegó a olvidarse la herencia clásica
grecorromana, y la lengua latina, sometida a transformación (latín medieval), continuó
siendo la lengua de cultura en toda Europa occidental, incluso más allá de la Edad Media.
El derecho romano y múltiples instituciones continuaron vivas, adaptándose de uno u otro
modo. Lo que se operó durante ese amplio periodo de transición (que puede darse por
culminado para el año 800, con la coronación de Carlomagno) fue una suerte de fusión
con las aportaciones de otras civilizaciones y formaciones sociales, en especial la
germánica y la religión cristiana. En los siglos siguientes, aún en la Alta Edad Media, serán
otras aportaciones las que se añadan, destacadamente el islam.
Véanse también: Caída del Imperio romano de Occidente, Invasiones bárbaras y Pueblos
germánicos.

Alta Edad Media (siglos V al X)


Artículo principal: Alta Edad Media

Los reinos germanorromanos (siglos V al VIII)


Artículo principal: Reinos germánicos

¿Bárbaros?
Los bárbaros se desparraman furiosos... y el azote de la peste no causa menos estragos, el tiránico
exactor roba y el soldado saquea las riquezas y las vituallas escondidas en las ciudades; reina un
hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las
madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. Las fieras aficionadas a
los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta a los
hombres más fuertes, y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez más para destrucción
del género humano. De esta suerte, exacerbadas en todo el orbe las cuatro plagas: el hierro, el
hambre, la peste y las fieras, cúmplense las predicciones que hizo el Señor por boca de sus
Profetas. Asoladas las provincias... por el referido encruelecimiento de las plagas, los bárbaros,
resueltos por la misericordia del Señor a hacer la paz, se reparten a suertes las regiones de las
provincias para establecerse en ellas.
Hidacio, Chronicon (hacia 468).15

El texto se refiere concretamente a Hispania y sus provincias, y los bárbaros citados son
específicamente los suevos, vándalos y alanos, que en el 406 habían cruzado
el limes del Rin (inhabitualmente helado) a la altura de Maguncia y en torno al 409 habían
llegado a la península ibérica; pero la imagen es equivalente en otros momentos y lugares
que el mismo autor narra, del periodo entre 379 y 468.
Los pueblos germánicos procedentes de la Europa del Norte y del Este, se encontraban en
un estadio de desarrollo económico, social y cultural obviamente inferior al del Imperio
romano, al que ellos mismos percibían admirativamente. A su vez eran percibidos con una
mezcla de desprecio, temor y esperanza (retrospectivamente plasmados en el influyente
poema Esperando a los bárbaros de Constantino Cavafis),16 e incluso se les atribuyó un
papel justiciero (aunque involuntario) desde un punto de vista providencialista por parte de
los autores cristianos romanos (Orosio, Salviano de Marsella y San Agustín de Hipona).17
La denominación de bárbaros(βάρβαρος) proviene de la onomatopeya bar-bar con la que
los griegos se burlaban de los extranjeros no helénicos, y que los romanos -bárbaros ellos
mismos, aunque helenizados- utilizaron desde su propia perspectiva. La
denominación invasiones bárbaras fue rechazada por los historiadores alemanes del siglo
XIX, momento en el que el término barbarie designaba para las nacientes ciencias sociales
un estadio de desarrollo cultural inferior a la civilización y superior al salvajismo. Prefirieron
acuñar un nuevo término: Völkerwanderung("Migración de Pueblos"),18 menos violento
que invasiones, al sugerir el desplazamiento completo de un pueblo con sus instituciones y
cultura, y más general incluso que invasiones germánicas, al incluir a hunos, eslavos y
otros.
Los germanos, que disponían de instituciones políticas peculiares, en concreto la
asamblea de guerreros libres (thing) y la figura del rey, recibieron la influencia de las
tradiciones institucionales del Imperio y la civilización grecorromana, así como la del
cristianismo (aunque no siempre del cristianismo católico o atanasiano, sino del arriano); y
se fueron adaptando a las circunstancias de su asentamiento en los nuevos territorios,
sobre todo a la alternativa entre imponerse como minoría dirigente sobre una mayoría de
población local o fusionarse con ella.
Los nuevos reinos germánicos conformaron la personalidad de Europa Occidental durante
la Edad Media, evolucionaron en monarquías feudales y monarquías autoritarias, y con el
tiempo, dieron origen a los estados-nación que se fueron construyendo en torno a ellas.
Socialmente, en algunos de estos países (España o Francia), el origen germánico
(godo o franco) pasó a ser un rasgo de honor u orgullo de casta ostentado por
la nobleza como distinción sobre el conjunto de la población.
Las transformaciones del mundo romano

Gala Placidia y sus hijos, Valentiniano III y Justa Grata Honoria.

Véase también: Caída del Imperio romano de Occidente

El Imperio romano había pasado por invasiones externas y guerras civiles terribles en el
pasado, pero a finales del siglo IV, aparentemente, la situación estaba bajo control. Hacía
escaso tiempo que Teodosio había logrado nuevamente unificar bajo un solo centro ambas
mitades del Imperio (392) y establecido una nueva religión de Estado, el Cristianismo
niceno (Edicto de Tesalónica-380), con la consiguiente persecución de los tradicionales
cultos paganos y las heterodoxiascristianas. El clero cristiano, convertido en una jerarquía
de poder, justificaba ideológicamente a un Imperium Romanum Christianum (Imperio
Romano Cristiano) y a la dinastía Teodosiana como había comenzado a hacer ya con
la Constantiniana desde el Edicto de Milán (313).
Se habían encauzado los afanes de protagonismo político de los más ricos e influyentes
senadores romanos y de las provincias occidentales. Además, la dinastía había sabido
encauzar acuerdos con la poderosa aristocracia militar, en la que se enrolaban nobles
germanos que acudían al servicio del Imperio al frente de soldados unidos por lazos de
fidelidad hacia ellos. Al morir en 395, Teodosio confió el gobierno de Occidente y la
protección de su joven heredero Honorio al general Estilicón, primogénito de un noble
oficial vándalo que había contraído matrimonio con Flavia Serena, sobrina del propio
Teodosio. Pero cuando en el 455 murió asesinado Valentiniano III, nieto de Teodosio, una
buena parte de los descendientes de aquellos nobles occidentales (nobilissimus,
clarissimus) que tanto habían confiado en los destinos del Imperio parecieron ya
desconfiar del mismo, sobre todo cuando en el curso de dos decenios se habían podido
dar cuenta de que el gobierno imperial recluido en Rávena era cada vez más presa de los
exclusivos intereses e intrigas de un pequeño grupo de altos oficiales del ejército itálico.
Muchos de estos eran de origen germánico y cada vez confiaban más en las fuerzas de
sus séquitos armados de soldados convencionales y en los pactos y alianzas familiares
que pudieran tener con otros jefes germánicos instalados en suelo imperial junto con sus
propios pueblos, que desarrollaban cada vez más una política autónoma. La necesidad de
acomodarse a la nueva situación quedó evidenciada con el destino de Gala Placidia,
princesa imperial rehén de los propios saqueadores de Roma (el visigodo Alarico I y su
primo Ataúlfo, con quien finalmente se casó); o con el de Honoria, hija de la anterior (en
segundas nupcias con el emperador Constancio III) que optó por ofrecerse como esposa al
propio Atilaenfrentándose a su propio hermano Valentiniano.

Alaricus rex gothorum, sello de Alarico II, rey visigodo.

Necesitados de mantener una posición de predominio social y económico en sus regiones


de origen, reducidos sus patrimonios fundiarios a dimensiones provinciales, y
ambicionando un protagonismo político propio de su linaje y de su cultura,
los honestiores (los más honestos u honrados, los que tienen honor), representantes de
las aristocracias tardorromanas occidentales habrían acabado por aceptar las ventajas de
admitir la legitimidad del gobierno de dichos reyes germánicos, ya muy romanizados,
asentados en sus provincias. Al fin y al cabo, éstos, al frente de sus soldados, podían
ofrecerles bastante mayor seguridad que el ejército de los emperadores de Rávena.
Además, el avituallamiento de dichas tropas resultaba bastante menos gravoso que el de
las imperiales, por basarse en buena medida en séquitos armados dependientes de la
nobleza germánica y alimentados con cargo al patrimonio fundiario provincial de la que
esta ya hacía tiempo se había apropiado. Menos gravoso tanto para los aristócratas
provinciales como también para los grupos de humiliores (los más humildes, los rebajados
en tierra -humus-) que se agrupaban jerárquicamente en torno a dichos aristócratas, y que,
en definitiva, eran los que habían venido soportando el máximo peso de la dura fiscalidad
tardorromana. Las nuevas monarquías, más débiles y descentralizadas que el viejo poder
imperial, estaban también más dispuestas a compartir el poder con las aristocracias
provinciales, máxime cuando el poder de estos monarcas estaba muy limitado en el seno
mismo de sus gentes por una nobleza basada en sus séquitos armados, desde su no muy
lejano origen en las asambleas de guerreros libres, de los que no dejaban de ser primun
inter pares.
Pero esta metamorfosis del Occidente romano en romano-germano, no había sido
consecuencia de una inevitabilidad claramente evidenciada desde un principio; por el
contrario, el camino había sido duro, zigzagueante, con ensayos de otras soluciones, y con
momentos en que parecía que todo podía volver a ser como antes. Así ocurrió durante
todo el siglo V, y en algunas regiones también en el siglo VI como consecuencia, entre
otras cosas, de la llamada Recuperatio Imperii o Reconquista de Justiniano.
Los distintos reinos

Batalla de Vouillé (507), entre francos y visigodos, representada en un manuscrito del siglo XIV.

Las invasiones bárbaras desde el siglo III habían demostrado la permeabilidad


del limes romano en Europa, fijado en el Rin y el Danubio. La división del Imperio en
Oriente y Occidente, y la mayor fortaleza del imperio oriental o bizantino, determinó que
fuera únicamente en la mitad occidental donde se produjo el asentamiento de estos
pueblos y su institucionalización política como reinos.
Fueron los visigodos, primero como Reino de Tolosa y luego como Reino de Toledo, los
primeros en efectuar esa institucionalización, valiéndose de su condición de federados,
con la obtención de un foedus con el Imperio, que les encargó la pacificación de las
provincias de Galia e Hispania, cuyo control estaba perdido en la práctica tras las
invasiones del 410 por suevos, vándalos y alanos. De los tres, solo los suevos lograron el
asentamiento definitivo en una zona: el Reino de Braga, mientras que los vándalos se
establecieron en el norte de África y las islas del Mediterráneo Occidental, pero fueron al
siglo siguiente eliminados por los bizantinos durante la gran expansión territorial
de Justiniano I (campañas de los generales Belisario, del 533 al 544, y Narsés, hasta
el 554). Simultáneamente los ostrogodos consiguieron instalarse en Italia expulsando a
los hérulos, que habían expulsado a su vez de Roma al último emperador de Occidente.
El Reino Ostrogodo desapareció también frente a la presión bizantina de Justiniano I.
Un segundo grupo de pueblos germánicos se instala en Europa Occidental en el siglo VI,
de entre los que destaca el Reino franco de Clodoveo I y sus sucesores merovingios, que
desplaza a los visigodos de las Galias, forzándolos a trasladar su capital
de Tolosa(Toulouse) a Toledo. También derrotaron a burgundios y alamanes, absorbiendo
sus reinos. Algo más tarde los lombardos se establecen en Italia (568-9), pero serán
derrotados a finales del siglo VIII por los mismos francos, que reinstaurarán el Imperio
con Carlomagno (año 800).
En Gran Bretaña se instalarán los anglos, sajones y jutos, que crearán una serie de reinos
rivales que serán unificados por los daneses(un pueblo nórdico) en lo que terminará por
ser el reino de Inglaterra.
Las instituciones

Breviario de Alarico, en un manuscrito del siglo X.

La monarquía germánica era en origen una institución estrictamente temporal, vinculada


estrechamente al prestigio personal del rey, que no pasaba de ser un primus inter
pares (primero entre iguales), que la asamblea de guerreros libres elegía (monarquía
electiva), normalmente para una expedición militar concreta o para una misión específica.
Las migraciones a que se vieron sometidos los pueblos germánicos desde el siglo III hasta
el siglo V (encajonados entre la presión de los hunos al este y la resistencia del limes
romano al sur y oeste) fue fortaleciendo la figura del rey, al tiempo que se entraba en
contacto cada vez mayor con las instituciones políticas romanas, que acostumbraban a la
idea de un poder político mucho más centralizado y concentrado en la persona
del Emperador romano. La monarquía se vinculó a las personas de los reyes de forma
vitalicia, y la tendencia era a hacerse monarquía hereditaria, dado que los reyes (al igual
que habían hecho los emperadores romanos) procuraban asegurarse la elección de su
sucesor, la mayor parte de las veces aún en vida y asociándolos al trono. El que el
candidato fuera el primogénito varón no era una necesidad, pero se terminó imponiendo
como una consecuencia obvia, lo que también era imitado por las demás familias de
guerreros, enriquecidos por la posesión de tierras y convertidos en linajes nobiliarios que
se emparentaban con la antigua nobleza romana, en un proceso que puede
denominarse feudalización. Con el tiempo, la monarquía se patrimonializó, permitiendo
incluso la división del reino entre los hijos del rey.
El respeto a la figura del rey se reforzó mediante la sacralización de su toma de posesión
(unción con los sagrados óleos por parte de las autoridades religiosas y uso de elementos
distintivos como orbe, cetro y corona, en el transcurso de una elaborada ceremonia:
la coronación) y la adición de funciones religiosas (presidencia de concilios nacionales,
como los Concilios de Toledo) y taumatúrgicas(toque real de los reyes de Francia para la
cura de la escrófula). El problema se suscitaba cuando llegaba el momento de justificar la
deposición de un rey y su sustitución por otro que no fuera su sucesor natural. Los
últimos merovingios no gobernaban por sí mismos, sino mediante los cargos de su corte,
entre los que destacaba el mayordomo de palacio. Únicamente tras la victoria contra los
invasores musulmanes en la batalla de Poitiers el mayordomo Carlos Martel se vio
justificado para argumentar que la legitimidad de ejercicio le daba méritos suficientes para
fundar él mismo su propia dinastía: la carolingia. En otras ocasiones se recurría a
soluciones más imaginativas (como forzar la tonsura -corte eclesiástico del pelo- del rey
visigodo Wamba para incapacitarle).
Los problemas de convivencia entre las minorías germanas y las mayorías locales
(hispano-romanas, galo-romanas, etc.) fueron solucionados con más eficacia por los reinos
con más proyección en el tiempo (visigodos y francos) a través de la fusión, permitiendo
los matrimonios mixtos, unificando la legislación y realizando la conversión
al catolicismo frente a la religión originaria, que en muchos casos ya no era
el paganismo tradicional germánico, sino el cristianismo arriano adquirido en su paso por el
Imperio Oriental.
Algunas características propias de las instituciones germanas se conservaron: una de ellas
el predominio del derecho consuetudinariosobre el derecho escrito propio del Derecho
romano. No obstante los reinos germánicos realizaron algunas codificaciones legislativas,
con mayor o menor influencia del derecho romano o de las tradiciones germánicas,
redactadas en latín a partir del siglo V (leyes teodoricianas, edicto de Teodorico, Código de
Eurico, Breviario de Alarico). El primer código escrito en lengua germánica fue el del
rey Ethelberto de Kent, el primero de los anglosajones en convertirse al cristianismo
(comienzos del siglo VI). El visigótico Liber Iudicorum(Recesvinto, 654) y la franca Ley
Sálica (Clodoveo, 507-511) mantuvieron una vigencia muy prolongada por su
consideración como fuentes del derecho en las monarquías medievales y del Antiguo
Régimen.19
Véanse también: Derecho germánico y Derecho visigodo.

La cristiandad latina y los bárbaros

Libro de Kells o Evangeliario de San Columba, arte hiberno-sajón o irlando-sajón.

La expansión del cristianismo entre los bárbaros, el asentamiento de la


autoridad episcopal en las ciudades y del monacato en los ámbitos rurales (sobre todo
desde la regla de San Benito de Nursia -monasterio de Montecassino, 529-), constituyeron
una poderosa fuerza fusionadora de culturas y ayudó a asegurar que muchos rasgos de
la civilización clásica, como el derecho romano y el latín, pervivieran en la mitad occidental
del Imperio, e incluso se expandiera por Europa Central y septentrional. Los francos se
convirtieron al catolicismo durante el reinado de Clodoveo I (496 ó 499) y, a partir de
entonces, expandieron el cristianismo entre los germanos del otro lado del Rin.
Los suevos, que se habían hecho cristianos arrianos con Remismundo(459-469), se
convirtieron al catolicismo con Teodomiro (559-570) por las predicaciones de San Martín
de Dumio. En ese proceso se habían adelantado a los propios visigodos, que habían sido
cristianizados previamente en Oriente en la versión arriana (en el siglo IV), y mantuvieron
durante siglo y medio la diferencia religiosa con los católicos hispano-romanos incluso con
luchas internas dentro de la clase dominante goda, como demostró la rebelión y muerte
de San Hermenegildo (581-585), hijo del rey Leovigildo). La conversión al catolicismo
de Recaredo (589) marcó el comienzo de la fusión de ambas sociedades, y de la
protección regia al clero católico, visualizada en los Concilios de Toledo (presididos por el
propio rey). Los años siguientes vieron un verdadero renacimiento visigodo20 con figuras
de la influencia de san Isidoro de Sevilla (y sus hermanos Leandro, Fulgencio y Florentina,
los cuatro santos de Cartagena), Braulio de Zaragoza o Ildefonso de Toledo, de gran
repercusión en el resto de Europa y en los futuros reinos cristianos de la Reconquista
(véase cristianismo en España, monasterio en España, monasterio hispano y liturgia
hispánica). Los ostrogodos, en cambio, no dispusieron de tiempo suficiente para realizar la
misma evolución en Italia. No obstante, del grado de convivencia con el papado y los
intelectuales católicos fue muestra que los reyes ostrogodos los elevaban a los cargos de
mayor confianza (Boecio y Casiodoro, ambos magister officiorum con Teodorico el
Grande), aunque también de lo vulnerable de su situación (ejecutado el primero -523- y
apartado por los bizantinos el segundo -538-). Sus sucesores en el dominio de Italia, los
también arrianos lombardos, tampoco llegaron a experimentar la integración con la
población católica sometida, y su divisiones internas hicieron que la conversión al
catolicismo del rey Agilulfo (603) no llegara a tener mayores consecuencias.
El cristianismo fue llevado a Irlanda por San Patricio a principios del siglo V, y desde allí se
extendió a Escocia, desde donde un siglo más tarde regresó por la zona norte a una
Inglaterra abandonada por los cristianos britones a los paganos pictos y escotos
(procedentes del norte de Gran Bretaña) y a los también paganos germanos procedentes
del continente (anglos, sajones y jutos). A finales del siglo VI, con el Papa Gregorio Magno,
también Roma envió misioneros a Inglaterra desde el sur, con lo que se consiguió que en
el transcurso de un siglo Inglaterra volviera a ser cristiana.
A su vez, los britones habían iniciado una emigración por vía marítima hacia la península
de Bretaña, llegando incluso hasta lugares tan lejanos como la costa cantábrica entre
Galicia y Asturias, donde fundaron la diócesis de Britonia. Esta tradición cristiana se
distinguía por el uso de la tonsura céltica o escocesa, que rapaba la parte frontal del pelo
en vez de la coronilla.
La supervivencia en Irlanda de una comunidad cristiana aislada de Europa por la barrera
pagana de los anglosajones, provocó una evolución diferente al cristianismo continental, lo
que se ha denominado cristianismo celta. Conservaron mucho de la antigua tradición
latina, que estuvieron en condiciones de compartir con Europa continental apenas la
oleada invasora se hubo calmado temporalmente. Tras su extensión a Inglaterra en el siglo
VI, los irlandeses fundaron en el siglo VII monasterios en Francia, en Suiza (Saint Gall), e
incluso en Italia, destacándose particularmente los nombres de Columba y Columbano.
Las Islas Británicas fueron durante unos tres siglos el vivero de importantes nombres para
la cultura: el historiador Beda el Venerable, el misionero Bonifacio de Alemania, el
educador Alcuino de York, o el teólogo Juan Escoto Erígena, entre otros. Tal influencia
llega hasta la atribución de leyendas como la de Santa Úrsula y las Once Mil Vírgenes,
bretona que habría efectuado un extraordinario viaje entre Britania y Roma para acabar
martirizada en Colonia.21
Otras cristianizaciones medievales

Cirilo y Metodio, los apóstoles de los eslavos, con el alfabeto cirílico en un icono ruso del siglo XVIII
o XIX.

Por su parte, la extensión del cristianismo entre los búlgaros y la mayor parte de
los pueblos eslavos (serbios, moravos y los pueblos de Crimea y
estepas ucranianas y rusas -Vladimiro I de Kiev, año 988-) fue muy posterior, y a cargo del
Imperio bizantino, con lo que se hizo con el credo ortodoxo (predicaciones de Cirilo y
Metodio, siglo IX); mientras que la evangelización de otros pueblos de Europa Oriental (el
resto de los eslavos -polacos, eslovenos y croatas-, bálticosy húngaros -San Esteban I de
Hungría, hacia el año 1000-) y de los pueblos nórdicos (vikingosescandinavos) se hizo por
el cristianismo latino partiendo de Europa Central, en un periodo todavía más tardío (hasta
los siglos XI y XII); permitiendo (especialmente la conversión de Hungría) las
primeras peregrinaciones por vía terrestre a Tierra Santa.22

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