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CAPÍTULO 1

Introducción

TENSIONES DE LA VIDA CRISTIANA

1. Conservar y renovar. Nuestro mundo se encuentra


en un proceso de evolución. La Iglesia no puede
mantenerse al margen de este proceso evolutivo si no
quiere perder el contacto con el mundo al que ha sido
enviada. ¿Hasta dónde puede la Iglesia someterse a
este proceso evolutivo sin ser infiel a su esencia y sin
renunciar a su misión en el mundo? Ante este mismo
problema se encuentra el pastor de almas que habla en
la segunda carta de Pedro. A las comunidades
creyentes ha llegado el proceso de refundición de la
gnosis. ¿Qué camino seguirá para que no se falsee el
depósito recibido de la fe ni se dejen de lado las
exigencias que comienzan a surgir?

Se hacen concesiones a lo nuevo. Se introduce toda


una serie de palabras que sólo raras veces, o nunca,
aparecen en el lenguaje bíblico. Proceden del mundo
ideológico y representativo helénico, del anhelo
religioso de los hombres a los que hay que dirigirse. En
lugar de hablar de fe se habla de conocimiento
(gnosis); la plenitud de la vida cristiana al final de los
tiempos se llama ahora participación en la naturaleza
divina; la actitud moral que corresponde a la voluntad
de Dios no se llama justicia, sino virtud.

Con esto no se toca la esencia del mensaje cristiano.


La profesión de fe es la norma de juicio. El precepto
santo, transmitido por los apóstoles, no puede recibir
menoscabo; no se puede quitar nada a la verdad
recibida. Esta verdad es la palabra de Cristo, que está
en el centro de la revelación; ha sido proclamada por
los profetas y transmitida por los apóstoles a las
comunidades. Las expresiones nuevas no son más que
un nuevo recipiente de la verdad transmitida.
2. Biblia y exégesis bíblica. En la adaptación espiritual
de la Iglesia al proceso evolutivo del mundo la Sagrada
Escritura tiene un significado especial. No sólo contiene
la revelación de Dios, sino que es ella misma palabra
revelada; es la primera fuente de fe, aunque no la
única. Para el hombre que está tras la segunda carta
de Pedro, la Biblia es el libro del que toma sus
enseñanzas, sus refutaciones y sus exhortaciones. De
él saca el fundamento de las pruebas de las verdades
de fe que son atacadas (1,16-21; 3,5-8), toma los
hechos de la historia de la salvación que deben hacer
reflexionar (2,4-9), coge los motivos de sus
exhortaciones. La Biblia es para él palabra inspirada de
Dios (1,21) y contiene sabiduría divina (3,15). Su
canon de la Sagrada Escritura no contiene sólo los
escritos del Antiguo Testamento, sino también los
Evangelios y las cartas paulinas.

También de la Escritura saca el error sus pruebas. La


Escritura sola no basta; hay que explicarla e
interpretarla. Las reglas fundamentales de la exégesis
bíblica son las siguientes: la Biblia hay que
interpretarla a partir del acontecimiento Cristo, del que
los apóstoles fueron testigos oculares y auriculares.
Sólo quien tiene el Espíritu Santo la interpreta
rectamente (1,21). Pero sólo quien profesa la doctrina
católica recibida posee con certeza el Espíritu (cf. IJn
4,2). La exégesis debe coincidir con la doctrina
recibida; los que no la conocen ni están anclados en
ella corren peligra de falsear el sentido de la Biblia
(3,16).

3. Mito y revelación. ¿Puede aún el hombre moderno,


que se ha introducido en el pensamiento científico,
creer en la Biblia y, por tanto, ser creyente? Por deseo
pastoral de salvar la Biblia para el hombre actual se ha
aconsejado «desmitologizar» la Biblia, quitar el mito de
la Biblia. ¿Cuáles son los mitos en la Biblia? ¿La imagen
del mundo en tres pisos (el cielo como habitación de
Dios, la tierra como morada del hombre y los abismos
como residencia de los muertos), la intervención de
Dios en el mundo con el milagro y la profecía, la
encarnación, la resurrección, la ascensión, el retorno
de Cristo? ¿Qué queda del cristianismo? ¿Sólo palabra
dirigida a los hombres, interpelación desde fuera,
conciencia del hombre de su no proceder de sí mismo?
¿Dónde está la frontera entre verdad y mito?

La carta debe entendérselas con gente que explica el


retorno de Cristo como una invención y una fábula
humanas, como un «mito», usando sus palabras. Para
ello, invocan la experiencia, piensan «científicamente».
¿Y la refutación? Ante todo, el pastor de almas, en la
segunda carta de Pedro, sale ampliamente al encuentro
de las concepciones «científicas»; explica como ellos el
fin del mundo por una conflagración cósmica, y el
surgir del mundo del agua, pero da también a entender
que los problemas científicos son para él de segundo
orden. Lo decisivo para el ser y para el perecer del
mundo es la palabra de Dios, que llama el mundo a la
existencia, lo aniquila y lo construye de nuevo. El dique
contra la desmitologización es la historicidad de los
acontecimientos, de la que hay testigos oculares y
auriculares. Cristo vendrá con poder y gloria. Esta
afirmación es creíble, porque el acontecimiento
histórico de la transfiguración muestra que Cristo
posee poder y gloria. Con la historia en la mano se
debe decidir lo que no es más que forma de expresarse
de la Biblia, condicionada por la época, y lo que es
verdad perenne.

4. Ley y libertad. ¿Cómo se compagina la libertad de


los hijos de Dios, tal como Pablo la proclama, con la
sumisión a la ley y a los numerosos decretos de la
Iglesia? De la vida religiosa no espera el hombre
nuevos lazos, sino liberación. La segunda carta de
Pedro se encuentra ante un deseo semejante: los
espíritus liberales, con los que tiene que entendérselas,
están convencidos de que tienen el Espíritu divino, son
hijos de Dios y han alcanzado la plenitud por la
redención. ¿Para qué, pues, los preceptos?

El problema toca cuestiones profundas de la existencia


cristiana. El cristiano ha recibido ya el gran don de la
redención, pero debe aún esforzarse por alcanzar la
meta final. Es libre, pero necesita aún «el precepto
santo». Por el bautismo ha escapado ya al placer, pero
debe seguir escapando continuamente mediante el
esfuerzo ascético. La ley que liga a los cristianos es «la
verdad», en último término Jesucristo, el Señor y
Salvador, y el conocimiento del Señor. Conocer es
entender y amar. El que conoce y ama al Señor ya no
necesita precepto, pues cumple lo que el Señor le hace
conocer. Pero el conocimiento pleno del Señor es un
bien escatológico.

La vida cristiana se realiza entre la venida de Jesús en


debilidad y sencillez, y su venida en poder y gloria. El
cristiano vive en el tiempo final y por ello participa ya
en la gloria del tiempo final; pero la gloria no se ha
manifestado aún por entero. Por eso necesita aún la luz
de la Sagrada Escritura, por eso su caminar es un
tantear en las tinieblas y su vida moral es esfuerzo y
lucha contra las tentaciones importunas. La vida
cristiana sólo puede entenderse teniendo en cuenta la
tensión entre la primera y la segunda venida de Cristo.
Por eso nuestra libertad necesita aún ser guiada por los
preceptos.

ENCABEZAMIENTO (1/1-2)

La fórmula de encabezamiento encierra en dos frases


el remitente y el destinatario (1,1), y una bendición
(1,2) 2. En cada una de estas frases aparece el don
fundamental que se da al cristiano: fe, conocimiento.
Con la fe comienza la tarea salvadora, que debemos a
nuestro Dios y Salvador, Jesucristo; con el
conocimiento llega a la plenitud.

1. FE PRECIOSA (1,1)

1 Simeón, Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a


los que han obtenido una fe tan preciosa como la
nuestra por la justicia de nuestro Dios y Salvador
Jesucristo.

Simeón 3 Pedro es el apóstol a quien Jesús ha


distinguido sobre todos, le ha puesto como fundamento
de la Iglesia y le ha dado las llaves de ella. Se le
nombra, solemnemente, con su doble nombre. Simón
es su nombre propio; Pedro (piedra) es el nombre
ministerial que Jesús le ha puesto (Jn 1,42). A través
del autor de la carta, Pedro nos habla con todo el peso
de su cargo.

Pedro es siervo y apóstol de Jesucristo. No se


pertenece ni actúa por sí mismo. El siervo está
totalmente subordinado a su señor; el apóstol no dice
lo que quiere, sino lo que le ha confiado el que le ha
enviado. A través del siervo y apóstol se ve y se oye a
Jesucristo. El ministro de Jesús no quiere ser un muro
opaco que impida la visión del Señor, quiere facilitarla.

Ser apóstol lo debe Simón Pedro a la fe. La fe es la


doctrina que procede de Jesús, que proclaman los
apóstoles y que hace cristianos; es el tesoro precioso.
En esta fe coincide Pedro con aquéllos a quienes
escribe. Por la fe están los fieles unidos al apóstol.
Ambos la aprecian y estiman igualmente. Con ella la
vida cristiana se adentra en las latitudes del reino
eterno. Cuando la fe está amenazada deja de aparecer
como algo natural; sólo entonces se cae plenamente en
la cuenta de cuán preciosa es, de cuál es su valor.

El cristianismo, que reposa en la fe, no es resultado del


trabajo, de la sabiduría ni del esfuerzo del hombre,
sino un regalo. La fe toca en suerte, como un premio
en un sorteo. Es don de Dios, que da él
voluntariamente. Puesto que la fe descansa en la
espontánea benevolencia de Dios, todo lo que sobre
ella se construye es también don y gracia. La fe se nos
da por la justicia de Jesucristo. ¿Qué significa esta
expresión? Incluye todo lo que Jesús ha hecho por
nuestra salvación. Fue algo justo, en el sentido más
profundo de la palabra, porque cumplió plenamente la
voluntad del Padre celestial, sobre todo al dar su vida
muriendo en la cruz. Después de pasar la prueba,
obrando según justicia, Jesús fue elevado a «Dios y
Salvador». El que ya era Dios y descendió a la bajeza
de la vida humana se convirtió en Salvador de todos
los hombres. Su poder divino lo aprovecha ahora para
traer la salvación y la redención a los que han venido a
la fe. Por la obediencia de uno estamos salvados...
...............
2. El estilo es grave, solemne, sacral, de introducción en un ámbito
que exige respeto. En pocas lineas aparece Cristo tres veces,
adornado con los títulos más excelsos: «Jesucristo, nuestro Dios y
Salvador», «Jesucristo», «Jesús, nuestro Señor». Jesús es el
Cristo, el Señor. Dios y Redentor.
3. El texto de la epístola da el nombre en su forma semítica:
Simeón.
...............

2. CONOCIMIENTO (1,2).

2 Que abunden en vosotros la gracia y la paz


mediante el conocimiento de Dios y de Jesús,
nuestro Señor.

Gracia y paz resumen los bienes salvíficos que se dan


al cristiano. Se nos desea gracia: la benevolencia de
Dios y la consecución de esa benevolencia, que nos
hace agradables a Dios. Con la paz se reconstruirá el
orden que el hombre había perdido con el pecado. La
paz estaba también presente en la alianza de Dios con
Israel. Ahora Cristo nos concede, con nueva gloria, que
haya orden en nuestro interior y que todos los hombres
puedan vivir en una comunidad ordenada por el amor
de Dios...

Ambos dones deben multiplicarse; en la tierra no son


más que un comienzo de los dones mayores de
salvación que nos aguardan. Se multiplican al
aumentar nuestro conocimiento del señor Jesucristo.
Este conocimiento no se reduce a una percepción
fugaz; es más, mucho más: un reconocer en la fe, una
afirmación decidida y un empaparse de toda la vida en
la convicción de que Jesús es el Señor. Y, ante todo,
una experiencia de Cristo que se desarrolla mediante el
trato continuo con él. Cristo sale a nuestro encuentro
todos los días, en su santo evangelio, en el sacramento
del altar, en los hermanos que están a nuestro lado. En
todas estas cosas debemos conocerle, con amor y cada
vez con mayor profundidad, hasta que vivamos en él,
en la fe y en la paz.
TEXTO DE LA CARTA (1,3-3,16)

La segunda carta de Pedro está escrita contra los falsos


maestros (2,1) que, aunque no han abandonado la
unidad de la Iglesia (2,13), viven según ideas opuestas
a la doctrina recibida. Se burlan de los que siguen aún
los caminos antiguos (3,3). Su lema es «libertad»
(2,19) y, por tanto, no se preocupan por los preceptos
morales y dejan libre curso a sus apetitos y pasiones
(2,10.14.18). Los vicios paganos que habían
abandonado en el bautismo, o que debían haber
abandonado, se enseñorean de nuevo de ellos (2,18s).
Son libertinos; piensan que el conocimiento los ha
hecho perfectos.

No tienen ningún respeto por el «santo precepto»


(2,21) de la doctrina recibida; la rechazan o la
interpretan según su arbitrio.

Elemento esencial de la doctrina de fe es la verdad de


la parusía de Cristo, del juicio futuro y de la salvación
escatológica. Niegan esta verdad y recurren a la
experiencia: hace ya muchos años que los cristianos
esperan estos acontecimientos y piensan que están
próximos, pero no ha sucedido aún nada. Su
conocimiento les dice claramente que esos
acontecimientos ya se han producido y que no hay
nada más que esperar.

La carta se define contra la doctrina falsa de la libertad


moral (libertinaje) y contra la negación de los
acontecimientos escatológicos. Lo hace en dos partes.
Exhorta primero a mantenerse firmes en la doctrina
transmitida (1,3-21) y refuta después las ideas falsas
(2,1-3,16).

Parte primera

MANTENEOS FIRMES EN LA DOCTRINA TRANSMITIDA


(1,3-21a)

I. ESFUERZO MORAL (1,3-11).


Los dones recibidos de Dios en el bautismo ofrecen el
comienzo de la salvación, pero no representan aún la
posesión plena de ésta (1,3-4). Exigen esfuerzo moral
(1,5-7) para alcanzar la plenitud de la salvación (1,8-
11).

1. LA SALVACIÓN Y EL CAMINO DE LA SALVACIÓN


(1/3-4) 4.

3 Su divino poder nos ha concedido


graciosamente todo lo referente a la vida y a la
piedad, mediante el conocimiento del que nos
llamó por su propia gloria y virtud.

El poder divino de Jesucristo, Dios y Señor, nos ha


concedido todo lo referente a la salvación: fe, remisión
de los pecados, gracia, fuerza divina, comunión con
Dios, el Espíritu Santo. Cristo nos ha dado y sellado, en
el bautismo, este poderoso don. Lo que entonces nos
ha dado no nos lo quita, en cuanto depende de él. No
ha hecho algo incompleto; nos lo ha dado todo, de
forma que no nos falte nada.

Con referencia a nuestra salvación habla de vida y de


piedad. La vida que Jesús da se manifiesta en piedad,
en respeto a Dios, en ofrecimiento de la vida a Dios, en
cumplimiento de su voluntad y en actos de culto. La
vida que ya tenemos lleva en sí la promesa del futuro,
pues esperamos «la misericordia de nuestro señor
Jesucristo para la vida eterna» (Jds 21).

Llegamos a la salvación mediante el conocimiento de


aquél que nos ha llamado. Mirando desde nosotros, al
comienzo del camino de la salvación está la fe, el
conocimiento de Jesucristo. Sin este conocimiento de fe
nadie puede alcanzar la salvación. Pero mirando desde
Dios, que obra por Jesucristo, somos llamados. Sólo
cuando Él llama se nos abre el camino al conocimiento.
Dios produce también aquello a lo que nos llama...

Jesús nos llama por su gloria y virtud. Cristo posee la


gloria de Dios, el esplendor divino y el poder divino.
Tiene también virtud, porque cumple en todo la
voluntad de Dios. «¿Amas la justicia? Las virtudes son
el fruto de sus esfuerzos; enseña templanza y
prudencia, justicia y valor, y no hay en la vida nada
más útil a los hombres» (Sab 8,7). Jesús nos llama y
nos hace partícipes de su gloria y de su virtud.

Lo que acabamos de llamar vida y piedad se llama


ahora gloria y virtud. La salvación que Cristo realiza en
nosotros se nos presenta en visiones diversas. Tanto
en una como en otra ocupa el primer lugar la palabra
que pone en primer plano el don divino: vida y gloria
de Dios.

¿Quién no ve que ambas cosas no son sino un puro


don? La otra palabra atiende más a la actividad
humana: piedad y virtud. Ambas realidades actúan
unidas: el don de Dios y el esfuerzo humano. Pero
quien, en último término, lo hace todo en todos es el
Dios viviente.
...............
4. En pocas palabras hay un contenido muy denso. La elección de
las palabras, la unión de las frases y la hermosa distribución de la
perícopa (abcba) son fruto de reflexión. Ya en esta distribución se
muestra la tensión entre el principio actual de la salvación y la
plenitud futura; aparece igualmente que esta sólo puede
conseguirse con esfuerzo moral. El principio y el fin están en
oposición (a-a): todo se da para vida, pero nosotros debemos
escapar a la perdición. Los tres miembros centrales (bcb)
muestran el punto de partida, el camino y la meta. En el centro (c)
se halla el fundamento mas profundo de la necesidad del esfuerzo
moral incansable: la promesa divina.
...............

4 Por ellas nos hizo merced de preciosas y


magníficas promesas, para haceros participantes
de la naturaleza divina, y para que huyáis de la
corrupción existente en el mundo por la
concupiscencia.

Todo lo que nos ha sido ya dado tiende a la salvación


definitiva. Con todo lo que se nos ha dado en el
bautismo y constituye el sello de nuestra vida cristiana
hemos recibido además las preciosas y magníficas
promesas. Lo que Dios ha comenzado, lo llevará a su
plenitud. La vida que Cristo nos da contiene ya una
promesa de algo mayor y más valioso que nos
aguarda.

Consiste esto en participar en la naturaleza divina.


¡Dios quiere hacernos participantes de su gloria divina!
La revelación neotestamentaria intenta describir lo
indecible que aguarda a los que alcancen la salvación
definitiva con toda una serie de expresiones e
imágenes. La segunda carta de Pedro usa una
expresión familiar a la filosofía griega. Es tal vez menos
expresiva, pero refleja lo esencial: participación en la
esencia divina y, por tanto, participación en la vida
propia de Dios. Es más de lo que podemos pensar;
nuestras ansias más profundas por el todo, la plenitud,
la felicidad, quedan apaciguadas. ¡Quién puede
imaginar lo que esto significa!

Quien no ha escapado a la corrupción existente en el


mundo, quien vive en concupiscencia, no alcanzará la
promesa. La participación futura en la naturaleza divina
se opone a la corrupción, como la vida eterna a la
muerte eterna, que es la corrupción. Quien quiera
participar en la vida divina, debe evitar la corrupción.
¿Cómo? A la corrupción llega quien sigue sus apetitos.
Es el «mundo» quien excita los apetitos. Éste es, en el
Nuevo Testamento y también aquí, el mundo del mal,
del pecado, que se opone a Dios. Así puede decir Juan
de este mundo: «Todo lo que hay en el mundo: la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los
ojos y la soberbia de la vida, no proviene del Padre,
sino que procede del mundo» (lJn 2,16). Excita el
instinto sexual, la codicia y el orgullo del hombre, que
quiere bastarse a sí mismo y ser independiente de
Dios. Quien sigue siempre sus apetitos y nunca se
prohíbe nada de lo que éstos le proponen, transgredirá
la voluntad de Dios, incurrirá en el pecado y marchará
hacia la perdición. «La amistad del mundo es enemiga
de Dios» (Sant 4,4).

Dios ha puesto los comienzos de nuestra salvación,


pero la plenitud no ha llegado aún. La tensión entre lo
que ya poseemos y lo que aún no poseemos exige
imperiosamente pasar la prueba moral. Es necesaria
para adquirir la plenitud de la salvación. Dios quiere
que nos esforcemos; sólo si lo hacemos pasa lo ya
recibido a ser posesión duradera. Esta tensión nos sirve
también de aliento, porque lo que tenemos que realizar
nos lo ha dado ya Cristo de antemano con su poder
divino. Nuestra «piedad» brota de la vida que él nos
da, nuestra «virtud», de la gloria divina que nos
comunica. Así, la esperanza bienaventurada, que es la
estrella de nuestra vida, nos mantiene despiertos y nos
espolea.

2. REALIZACIÓN DE LA VIDA MORAL (1/5-7).

El hombre, con su obrar, debe dar una respuesta a la


actividad divina. Siguiendo una forma literaria entonces
en boga se expone una «cadena de virtudes». Una
virtud tiene su raíz en otra, como un anillo de la
cadena pende del anterior. La fe y la caridad forman el
marco de esta cadena de virtudes. Además de éstas,
se nombran otras seis. Se las puede agrupar de dos en
dos: virtud y conocimiento, templanza y constancia,
piedad y amor fraterno. El primer par da impulso a
nuestro esfuerzo personal, el segundo supera los
impedimentos del obrar moral, el tercero pone orden
en nuestras relaciones con Dios y con los hombres. Así,
entre la fe y la caridad, nuestra vida puede estar
ordenada en todos sus aspectos, en «paz» con Dios,
con los hombres y consigo misma.

5 Por esto poned todo vuestro esfuerzo en unir a


vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, 6
al conocimiento la templanza, a la templanza la
constancia, a la constancia la piedad, 7 a la
piedad el amor fraterno, y al amor fraterno la
caridad.

«Poned todo vuestro esfuerzo en unir.» La frase bíblica


quiere decir «desembolsando» algo vuestro, procuraos,
en la fe, la virtud. En la ciudad antigua se reunían los
ciudadanos para grandes manifestaciones de tipo
militar, artístico y deportivo. Cada uno debía contribuir
con lo suyo, y con no poco. También el cristiano tiene
que «desembolsar» algo por la salvación. Cristo en su
predicación ha manifestado bien claro que la entrada
en el reino de los cielos exige un esfuerzo sumo, con
todas las fuerzas.

Al principio de la cadena está la fe, al final, la caridad.


El comienzo es la fe, la meta, la caridad. Sobre el
fundamento de la fe debe brotar la caridad y elevarse,
como un árbol se eleva desde las raíces. Nuestra fe
produce continuamente nuevas ramas, hojas y
botones, para que puedan madurar los frutos de la
caridad. Al final está la fe totalmente impregnada y
saturada por la caridad. O, usando la metáfora de un
puente: la fe y la caridad son los pilares que lo
soportan en medio de la corriente. Gracias a ellas todo
el edificio de las demás virtudes es auténticamente
cristiano. Todo individuo debe partir de esta base y
tender a este objetivo. La fe y la caridad son las
piedras angulares que soportan todo el edificio de las
virtudes. Ni la fe sin caridad ni la caridad sin fe
agradan a Dios.

A la fe la virtud. La fe es la raíz de la vida cristiana. De


ella brota la virtud. Para nosotros es ésta una palabra
pálida, que nos hace pensar en una moral sutil y en
una probidad insulsa. En el texto está llena de fuerza:
virtuoso es, según el Nuevo Testamento, quien cumple
en todo la voluntad de Dios. La fe plena es, pues,
entrega a la palabra y a la voluntad de Dios. Quien
crea que la fe no consiste más que en el asentimiento
del entendimiento a las verdades reveladas, apenas
podrá entender esto. Quien, al contrario, entiende la fe
en sentido bíblico, viendo en ella el asentimiento a la
verdad y la entrega a Dios que se revela, la ha
entendido bien.

A la virtud el conocimiento. Ya vimos que el


conocimiento no es sólo un aprehender intelectual, sino
un sumergirse amoroso. El esfuerzo moral engendra
una sensibilidad especial para percibir lo que Dios es y
lo que quiere de nosotros. «Que vuestra caridad
aumente cada vez más en conocimiento perfecto y en
sensibilidad» (Flp 1,9s). Obrando rectamente, aumenta
siempre nuestro conocimiento. A la luz de Dios vemos
en forma diversa las cosas que nos rodean, nuestro
trabajo y los demás hombres. Esta luz nos iluminará
para que lleguemos a entender cada vez con mayor
claridad nuestra realidad cotidiana.

Al conocimiento la templanza. Quien avanza por el


camino del conocimiento aprende a dominarse cada
vez más, porque sabe cuáles son los verdaderos
bienes, de qué se trata en primer lugar; sabe, sobre
todo, en cuántas cosas sin importancia gastamos
nuestro tiempo. El que se contiene, sabe dominar sus
pasiones y apetitos, es señor de sí mismo. Esta virtud
no es debilidad, sino fuerza contenida, porque nuestras
tendencias y pasiones salen a flote fácilmente. Se
menciona también la templanza junto a la justicia (Act
24,25), porque es necesaria para poder cumplir la
voluntad de Dios. La necesitan todos los que quieren
alcanzar la salvación.

A la templanza la constancia. Quien ha aprendido a


dominarse es también capaz de resistir; sabe que los
grandes bienes sólo se ganan en batallas costosas y
duraderas. Experimentamos la constancia como una
capacidad de aguantar, que fortalece y anima. Quien
puede dominar sus apetitos y tiene poder sobre ellos
puede también resistir en las dificultades y trabajos
que proceden de fuera. Quien está acostumbrado a
satisfacer todos sus apetitos no tendrá fuerza para
resistir en los momentos duros. Estas dos virtudes,
templanza y constancia, ocupan el centro de la cadena,
entre la fe y la caridad. Para que la fe llegue a la
plenitud del amor, para avanzar desde los comienzos
de la salvación hasta la plenitud de ésta, se requiere
dominio de sí mismo y constancia, porque nuestra vida
está siempre amenazada por todas partes 6. «Os es
necesaria la constancia, para que, habiendo cumplido
la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido» (Heb
10,36). «Así pues, también nosotros... corramos con
constancia la carrera que se nos propone» (Heb 12,1).
A la constancia la piedad. Sólo quien resiste en la
batalla contra la concupiscencia indómita y contra los
poderes hostiles a Dios puede honrar realmente a Dios.
Su culto ya no será una mera confesión oral, un
discurso vacío, sino una piedad probada, depurada. Ha
asumido en sí toda la vida: las experiencias y las
pruebas, la alegría y el dolor; ha crecido como el árbol,
bajo la luz del sol y el chaparrón de la tormenta.

A la piedad el amor fraterno. El respeto auténtico a


Dios se manifestará siempre en amor activo, ésta es su
medida y su meta. Se refiere, en primer lugar, al
brotar del amor en el seno de la comunidad, al
preocuparse unos por otros, al ayudarse
personalmente, al cuidado por los hermanos y
hermanas que están en apuros. «La religión pura y sin
mancha ante Dios... es ésta: visitar huérfanos y viudas
en su tribulación» (Sant 1,27). «Si alguno dice: "yo
amo a Dios" y odia a su hermano, es mentiroso» (lJn
4,20). Ver y amar a Dios en los hombres es prueba de
respeto a Dios, porque Dios ha creado los hombres a
imagen suya. Lo que hemos hecho o dejado de hacer al
más pequeño de nuestros hermanos se lo hemos hecho
o negado a Jesús 7.

Al amor fraterno la caridad. Si amamos a los hermanos


con el espíritu de Cristo, este amor brota de aquel
amor supraterreno (ágape) que Dios comunica y que
es la última realización del amor que Dios tiene. El
amor fraterno cristiano no es un mero sentimiento
humanitario, como el que se expresa en las palabras
de Schiller: «recibid, gentes, este beso de todo el
mundo», sino expresión del amor que se da por entero,
del existir para otro. Es imagen de aquél de quien Juan
dice: «Dios es amor» (IJn 4,16). La ágape es el
coronamiento del edificio de las virtudes, el último
anillo de la cadena. Quien tiene caridad cumple la ley y
los profetas 8. Todo está subordinado a ella y ella lo
reúne todo: es el «vínculo de la perfección» (Col 3,14).
¡Esforcémonos por esta caridad en todos nuestros
pensamientos y obras!
...............
5. Cf. Rm 5,3; St 1,2s; Sb 6,17-19.
6. Cf. Lc 8,15; 21,19.
7. Cf. Mt 25,35-46.
8. Cf. Rm 13,9; Ga 5,14.
...............
3. VIRTUD Y PLENITUD (1/8-11).

Sólo el cultivo de las virtudes conduce al conocimiento


de Cristo (1,8-9) Y prepara la entrada en el reino de
Cristo (1,10-11). A esta meta está destinado el
cristiano y con vistas a ella debe vivir.

a) Conocimiento de Cristo (1,8-9).

8 Estas virtudes, si se encuentran y abundan


entre vosotros, no os dejarán sin obra ni sin fruto
en el conocimiento de nuestro señor Jesucristo. 9
Quien de ellas carece es ciego y miope que echa
en olvido la purificación de sus antiguos pecados.

La meta de la vida cristiana es el conocimiento de


nuestro señor Jesucristo, el conocimiento perfecto de
Cristo y la comunión duradera con él. «Y la vida eterna
consiste en conocerte a ti, único Dios verdadero y a
Jesucristo, a quien tú enviaste» (Jn 1 7,3). Esta meta
sólo se alcanza si la vida no queda sin obra y sin fruto.
El conocimiento de Cristo, la participación en su gloria
divina, dependen de la vida que llevemos; son fruto de
ella. Hemos de desarrollar todas las posibilidades que
Dios ha puesto en nosotros. Dios ha sembrado la
semilla en nuestros corazones; a nosotros nos toca,
como al labrador, contribuir con nuestro esfuerzo para
dar fruto. A pesar de todo, sigue siendo cierto que el
crecer y el desarrollarse no está en nuestra mano...

El que no se esfuerza por alcanzar la virtud demuestra


ser ciego y miope, pues no ve lo que Jesucristo espera
de su vida. Le falta luz en los ojos; no tiene la vista
sana y no cae en la cuenta de cuál es la verdadera
meta de la vida. Ha olvidado que en el bautismo fue
purificado de los pecados que había cometido en su
vida pagana. El recuerdo de aquella purificación debía
hacerle ver que se espera de él una vida sin pecado. La
vida cristiana es vida entre el bautismo y la plenitud de
la salvación. Construimos sobre una base que Dios ha
puesto. Dios completará el edificio, pero no sin
nosotros. En los sacramentos Dios produce lo que los
sacramentos significan; el baño purificador del
bautismo produce la purificación de los pecados. Pero
el que ha recibido el sacramento debe acordarse de
esta purificación; no puede ser ciego ni miope frente a
lo que ha sucedido. Debemos traer a menudo ante
nuestros ojos la idea de lo que somos realmente y de
cuál es el fundamento de nuestra vida.

b) Entrada en el reino de Cristo (1,10-11).

10 Por eso, hermanos, esforzaos todavía en


consolidar vuestra vocación y elección; obrando
así, jamás tropezaréis.

La vocación y la elección de Dios constituyen el


comienzo de la salvación. Ambas son anteriores al
bautismo 9. Sin ser llamado y elegido, nadie puede
entrar en el reino eterno. Pero hay que consolidar la
elección, hacerla vida, definitiva. Lo hacemos con
nuestro esfuerzo. Dios ha puesto el fundamento de la
salvación sin nosotros, ha dirigido hacia nosotros su
amor electivo, pero la salud eterna quiere dárnosla sólo
con nuestra colaboración. Quien se esfuerza no perderá
la salvación. Pero también para los llamados y elegidos
a la gracia hay posibilidad de perdición eterna. Para
entrar en el reino de Dios hay que cumplir las
condiciones de admisión. Jesús las expone en las ocho
bienaventuranzas 10; la segunda carta de Pedro cita
ocho virtudes como condiciones para ser admitido en el
reino de Cristo. La bienaventuranza eterna a que
estamos llamados no se nos dará, a los adultos, si no
cumplimos realmente la voluntad de Dios.
...............
9. Cf. Rom 8,29s.
10. Mt 5,3-10.
...............

11 Y se os concederá amplia entrada en el reino


eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo».

Si ponemos empeño, Dios nos permitirá entrar en el


reino eterno. Pide obras 11. También la salvación
definitiva es don de Dios, pero sólo la concede si
hacemos obras que le sean agradables. La da
ampliamente 12. Lo que da supera con mucho aquello
que el hombre puede hacer; sus dones rebosan
riqueza.

Dios concede la entrada en el reino eterno de nuestro


Señor y Salvador Jesucristo. Jesús predica el reino y el
poder de Dios; la segunda carta de Pedro, el reino y el
poder de Cristo, Señor y Salvador. Dios ha dado su
poder al Hijo y por medio de él quiere darnos su reino
divino, si reconocemos a Cristo como Señor y ponemos
nuestra esperanza en su acción salvadora.
Conocimiento pleno de Cristo y reino de Cristo
designan la misma salvación gloriosa que Dios quiere
darnos por medio de su Hijo. La primera expresión
atiende más a la bienaventuranza del individuo, la
segunda, a la salvación de la comunidad. Jesucristo,
nuestro Señor y Salvador, es la plenitud de lo que
esperamos. En él quiere Dios darnos toda su riqueza...

Al final de esta perícopa ya sabemos por qué la fe es


preciosa (1,1). Todo lo que nos trae es grande:
participación en la naturaleza divina, vocación y
elección, rico fruto, el conocimiento de Cristo y el reino
de Cristo, gloria y poder. Todo lo «referente a la vida»
(1,3). Si no la aceptamos ni vivimos conforme a su ley,
se apodera de nosotros la ceguera y vamos a la
perdición.
...............
11. Cf. Mt 7,21; Rm 2,13; 1Jn 3,7; St 1,22.25.
12. Cf. Rom 10,12; 11,33; Ef 1,7
................

II. FE EN LA PARUSIA DE CRISTO (1,12-21).

Los mismos falsos maestros que niegan que a los


bautizados les sea necesario el esfuerzo moral, no
quieren tampoco admitir la doctrina recibida relativa a
la parusía de Jesús. Después de exponer brevemente
los motivos que le impulsan a escribir (1,12-15),
proclama la certeza de la parusía de Cristo; está
revelada en las palabras dichas por Dios en el
momento de la transfiguración de Cristo (1,16-18) y en
las profecías del Antiguo Testamento que deben
cumplirse (1,19-21) 13.
...............
13. La palabra parusia (1.16; 3,4-12) la introduce Pablo en el
cristianismo primitivo para designar la venida de Cristo en su
gloria mesiánica (1Co 1,8; 15,23; 1Ts 2,19; 3,13; 4,15; 5,23; 2Ts
2,1; 2,8). Puesto que en el medio ambiente que rodeaba al
cristianismo primitivo se usaba esta palabra para designar la visita
de los dioses y en la época imperial romana se usaba para designar
la visita del rey dios, dignidad con que se honraba al emperador,
fue fácil aplicar esta palabra a la venida del Kyrios Jesús (Rey y
Dios). Todo el Nuevo Testamento esta impregnado de la conciencia
de que Cristo vendrá. Igualmente existe en el Nuevo Testamento la
convicción de que Cristo ha venido ya en Jesús de Nazaret y de que
con su venida ha empezado ya el fin de los tiempos. La escatología
neotestamentaria es unánime en afirmar que los acontecimientos
escatológicos esperados han sido ya puestos en marcha y caminan
hacia nosotros por la obra de Cristo. El Nuevo Testamento no habla
de «retorno» de Cristo. Esta palabra pertenece a un periodo
posterior (siglo II), aunque ya en las cartas pastorales (2Tim 1,10)
y en la carta a los Hebreos (9,28: «por segunda vez se manifestará
[Cristo], sin pecado, a los que le esperan para salvarlos») se
encuentra un fundamento.
...............

I . CELO POR LAS ALMAS (1/12-15).

Tras la segunda carta de Pedro está un hombre


hondamente preocupado por la salvación de los
hombres. Como pastor, se siente responsable de la
salvación de los fieles (1,12), tanto más cuanto que
sabe que su muerte está próxima (1,13s); la carta que
escribe quiere ser un testamento (1,15).

a) Quiero traeros a la memoria (1,12).

12 Por eso quiero traeros siempre a la memoria


estas cosas, aunque ya las sabéis y estáis
afianzados en la verdad que al presente poseéis.

Su actividad pastoral quiere traer a la memoria, hacer


actual la verdad. Así actúa también la preocupación
pastoral de los profetas: «Acordaos y reflexionad;
volved a vosotros, renegados; acordaos de los siglos
antiguos, porque yo soy Dios y no hay otro Dios ni
nadie que a mí sea semejante» (Is 46,8s) 14.

En el libro del Deuteronomio se alude con harta


frecuencia a este continuo traer a la memoria y
recordar. La exhortación a ser fieles a la ley se funda
en el recuerdo de las acciones salvadoras obradas por
Dios en favor de su pueblo: «recuerda que también tú
fuiste esclavo en Egipto y que el Señor, tu Dios, te sacó
de allí con mano poderosa y brazo levantado. Por eso
el Señor, tu Dios, te ha ordenado guardar el día de
sábado» (Dt 5,15)15.

La predicación neotestamentaria es un recuerdo de las


palabras y obras de Jesús. El Espíritu Santo trae a la
memoria todo lo que Jesús ha dicho (Jn 14,26).
Conserva, confirma y explica la palabra y la obra de
Cristo: la mantiene viva en el mundo y convence de su
verdad 16. Recuerdo es también el culto de la Iglesia.
La eucaristía constituye el centro, y es memorial y
recuerdo. La antigua fiesta pascual, cuya plenitud es la
eucaristía, tenía carácter conmemorativo: «Hizo un
memorial de sus portentos» (Sal 111,4). Cuando
comemos el pan eucarístico y bebemos el cáliz
realizamos activamente el memorial de la muerte del
Señor (lCor 11,26).

El pastor de almas está convencido de que los fieles


suben lo que les dice, pero sabe también que hay que
repetirles continuamente la verdad. La verdad es el
evangelio y éste es virtud de Dios 17. ¡En él está
presente el poder de Dios! Por eso, recordar no
significa sólo traer a la memoria lo que sucedió en la
historia. La fuerza que está encadenada dentro de las
palabras debe desencadenarse y dirigirse a la Iglesia
actual.

Si el pastor de almas o el confesor nos recuerda qué es


lo que importa, lo hace preocupado por nuestra
salvación. Olvidamos fácilmente y es necesario
despertarnos y sacudirnos, aunque el que nos exhorte
nos parezca cargante. También los padres deben
recordárselo a los hijos, cada cristiano a sus hermanos
dormidos.
...............
14. Cf. Mi 6,5; Is 43,36; 44,2; 46,8s; Ecl 7,16.28; 14,12; 18,24s y
passim.
15. Cf. Dt 7,18; 8,2.18; 9,7; 15,15; 16,3.12; 24,18.20.22; 32,7.
16. Cf. Jn 16,5ss. La predicación apostólica es un traer a la
memoria. Timoteo recibe el encargo de recordar a las comunidades
los principios fundamentales, tal como Pablo los enseña (ICor
4,17). El recuerdo de las palabras de Jesús guía las decisiones de
la Iglesia (Hch 11,16). La base de los escritos eclesiásticos, con su
preocupación pastoral, la constituye el recuerdo de las palabras y
de los hechos de Cristo (2P 3,1; Lc 1,1-3). Cuando se trata de los
falsos maestros y los herejes es cuando conviene, sobre todo,
acudir a este recuerdo, pues es necesario comparar su doctrina con
la doctrina recibida (Judas 5,17; 2Tm 2,14; Tt 3,1.
17. Cf. Rm 1,16.
...............

b) Una obligación urgente (1/13-14).

13 Considera justo, mientras vivo en esta tienda,


teneros alerta con el recuerdo, 14 sabiendo que
está cercano el desmoronamiento de mi tienda,
según me lo ha dado a conocer nuestro Señor
Jesucristo.

Dios ha encargado al pastor de almas tener alerta a los


fieles con el recuerdo. Velar es la actitud que Jesús ha
puesto en relación con el anuncio de los
acontecimientos escatológicos 18. El recuerdo de los
acontecimientos últimos, sobre todo de la parusía de
Cristo, debe ayudarnos a estar continuamente en vela.
Sólo teniendo en cuenta esos acontecimientos
podemos juzgar con exactitud todo lo que nos sucede
en la vida. Queda ya poco tiempo disponible para llevar
a cabo la tarea. La vida humana se parece a la vida de
los nómadas, que no se establecen en ningún lugar.
Apenas han instalado su tienda cuando deben
deshacerla. La muerte es el desmoronamiento de la
tienda; la vida es estar en la tienda terrena del cuerpo.
«El alma vive en una tienda mortal» 19. Debemos
obrar mientras estamos en la vida. Jesús dice:
«Mientras es de día, tenemos que trabajar en las obras
de aquel que me ha enviado; llegará la noche, cuando
nadie puede trabajar» (Jn 9,4). Los «últimos
acontecimientos» del individuo, vistos cristianamente,
no deben acobardar, sino empujar a la acción. A base
de esperar la venida de Cristo nuestra vista se ha
dirigido excesivamente al destino del individuo, a la
muerte, al juicio personal, a la bienaventuranza o
condenación eternas. Cuando hablamos de los últimos
acontecimientos pensamos sobre todo en esto. Pero a
todo hombre se le guarda para los acontecimientos
finales, que afectan a toda la humanidad y al mundo.

Pedro conoce el momento de su muerte. Jesucristo le


ha dicho que en su ancianidad sufrirá el martirio (Jn
21, 18s). Probablemente la segunda carta de Pedro
conoce una tradición según la cual Pedro tuvo una
revelación sobre el momento exacto de su muerte 20.
Vemos aquí claramente que la conciencia de la
proximidad de la muerte no debe acobardar, debe
mover todas las fuerzas para hacer lo que es justo
delante de Dios.
...............
18. Cf. Mt 24,42s; 25,1-12; Mc 13,34s; Lc 12,35-38.
19. Carta a Diogneto 6,8.
20. Las Actas apócrifas de Pedro (35) hablan de esto.
...............

c) También después de la muerte (1,15).

15 Y me esforzaré en que, en todo tiempo,


después de mi partida, recordéis estas cosas.

El comienzo de la salvación, la elección y la vocación


no son dones en los que podamos descansar. Exigen
esfuerzo hasta llegar a la meta 21. Al apóstol no le
basta haber predicado una vez el mensaje de la
salvación. Incluso cuando a la predicación ha seguido
la fe, la conversión y el bautismo, queda en él el
anhelo constante de mantener vivo el recuerdo de los
hechos salvadores. La imagen del pastor de almas que
se esfuerza es conmovedora: su esfuerzo perdura por
encima de la muerte. EL celo de tal pastor de almas,
¿no debe ser un estímulo para aquél por quien se
esfuerza?

¿Cómo quiere Pedro mantener vivo el recuerdo? ¿Qué


quiere dejar detrás de sí para que aún después de su
muerte el recuerdo permanezca vivo en los fieles?
Piensa ante todo en la carta que leemos, en la que nos
deja un testamento de su celo por la salvación de todos
22. Lo que aparece como última voluntad lleva un
carácter de urgencia, de importancia, de
responsabilidad. ¿Quién quiere ser un charlatán en su
última hora? Mediante un documento escrito la voz del
apóstol será audible incluso después de su muerte. La
palabra es fugaz; lo escrito es duradero y conserva
algo. El apóstol quiere que su palabra sea escuchada
siempre.
...............
21. ESFUERZO: «Esforzaos» es una expresión que gusta al autor
de nuestra carta (1,10.15; 3,14).
22. La carta está en la línea de los testamentos de los padres; cf.
por ejemplo, los testamentos de los doce patriarcas.
..............

2. TRANSFIGURACIÓN Y PARUSIA DE CRISTO (1/16-


18).

Los fieles conocen la doctrina de la parusía de Cristo,


pero no debe parecerles mal que se les recuerde de
nuevo esta verdad. La preocupación urge. La parusía
de Cristo en gloria no es una verdad inventada por el
ingenio humano, sino fundada en la revelación de la
gloria de Cristo en la transfiguración (1,16). La palabra
de Dios definió allí a Jesús como Mesías y portador de
salvación. Si lo es, vendrá con poder y con gloria y
erigirá el reino eterno (1,17s).

a) El fundamento que garantiza (1,16).

16 No os dimos a conocer el poder y la parusía de


nuestro Señor Jesucristo siguiendo ingeniosas
fábulas, sino porque fuimos testigos de la
majestad suya.

Os hemos dado a conocer el poder y la parusía de


nuestro Señor. La parusía de nuestro Señor con poder
es un elemento esencial de la predicación cristiana.
Cristo vendrá. Su venida se llevará a cabo con gran
poder y gloria (Mc 13,27). Según la imagen de la
predicación escatológica, estará rodeado de ángeles y
aparecerá sobre las nubes del cielo (Mc 13,26). Será
vencedor de todos los poderes que se le oponen (2Tes
2,8). Su aparición llena de poder conmoverá el mundo
(Mc 13,25s). Esta predicación de los apóstoles no se
funda en fábulas ingeniosas (mitos). Los que niegan la
parusía de Cristo califican la predicación de la parusía
de «sofisma», invención conscientemente fraudulenta.
La llaman, despectivamente, narración mítica, fábula.
En esto se distinguen de los que niegan modernamente
la parusía, aunque también ellos llaman «mito» a tal
doctrina. Los falsos maestros de la segunda carta de
Pedro acusan a los predicadores de la parusía de
fraude consciente; los que la niegan modernamente
consideran esta doctrina como un producto del anhelo
humano, al que no corresponde nada en la realidad.

Los apóstoles no son inventores de fábulas. Hablan


como testigos oculares del poder y de la gloria de
Cristo. Es cierto que ninguno de los apóstoles pudo ver
la parusía de Cristo, pero, por un momento, Dios les
mostró lo que sucedería en el futuro: la aparición de
Cristo con poder y gloria. Los apóstoles -Pedro se
incluye con los demás- fueron testigos oculares de la
gloria de Cristo en la transfiguración. Según los
evangelios, tres apóstoles fueron elegidos como
testigos: Pedro, Juan y Santiago (Mt 17,1-8). Todo el
peso radica en que estos tres fueron testigos oculares;
no han, pues, inventado nada; han informado de lo que
han visto. Las afirmación es sobre Cristo se fundan en
su vida histórica.

b) La explicación divina (1,17-18).

17 Él recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando


de la sublime gloria se le dirigió aquella voz que
decía «Éste es mi Hijo amado, en el cual me he
complacido.»

La gloria de Dios circunda a Jesús. El signo visible de


ella es la luz. «Sus vestidos se han vuelto
extraordinariamente resplandecientes por su blancura,
como nadie en el mundo podría blanquearlos así» (Mc
9,3). «Su rostro se puso resplandeciente como el sol, y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt
17,2). El honor que Jesús recibe es un honor divino.

La voz que habló sobre Jesús provenía de la gloria


sublime, que es Dios. La voz de Dios sobre el
transfigurado revela el fundamento de su gloria y de su
poder. Es el Hijo de Dios, el amado, el unigénito en
quien Dios se complace. A Dios se le llama Padre. Así
se explican y fundamentan los títulos que Jesús tiene:
Dios y Salvador (1,1), Dios y Señor (1,2). Sólo ahora
entendemos esto exactamente: ¡La gloria de Dios es
también la gloria de Jesús! En ella está incluido el
poder con que esperamos que Cristo venga en su
parusía. Dios le ha revestido de poder. Sólo gracias a
las palabras del Padre pudieron entender los discípulos
en el monte el misterioso acontecimiento. Fue la llave
que les abrió su sentido. Son muchas las cosas, del
sentido de la historia y del de nuestra propia vida, que
sólo entendemos gracias a la palabra de Dios. La
palabra reveladora pone de manifiesto qué es lo que se
quiere decir y de qué se trata.

18 Y nosotros oímos esta voz dirigida del cielo,


cuando estábamos con él en el monte santo.

Los apóstoles son también testigos auriculares. Oyeron


la voz de Dios. El monte en que esto aconteció es un
monte santo, pues fue testigo de la manifestación
gloriosa de Dios en Cristo. Ver y oír son las dos formas
en que los discípulos conocen experimentalmente a su
Señor. «Dichosos vuestros ojos, porque ven, y
vuestros oídos, porque oyen» (Mt 13,16). Creemos
este doble testimonio con certeza también doble. Es
cierto que nosotros ya no vemos ni oímos
inmediatamente, pero en lo que Dios nos permite ver y
oír experimentamos mediatamente su presencia y su
poder. En la palabra del evangelio que la Iglesia nos
predica, oímos su palabra poderosa. En los actos del
culto, en la comunidad de la Iglesia, en el rostro de
cada hermano vemos algo de su gloria. Hay que aguzar
los sentidos...

La transfiguración es la primicia de la parusía gloriosa


del Señor, una anticipación de la parusía. Su
historicidad garantiza la realidad de la parusía gloriosa
de Jesús. Habiéndose producido la primera glorificación
de Cristo se producirá también la segunda. El amor que
Dios tiene a su Hijo le dará la glorificación final, hacia
la que nosotros, fieles servidores, tendemos nuestra
vista.

3. PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO Y PARUSIA


(1/19-21).

Dos tipos de pruebas se aducen en pro de la parusía de


Cristo: la transfiguración como acontecimiento salvador
prefigurativo y la palabra profética (1,19). Dios habla
por los acontecimientos de la historia y con su palabra.
Es mucho más seguro que posea la palabra profética
quien, como los apóstoles, fue testigo ocular de la
transfiguración de Jesús, que los falsos maestros. La
tradición de los testigos oculares apostólicos tiene más
motivos de autenticidad que la opinión de un falso
maestro que no fue testigo ocular. Sólo a la luz de la
redención llevada a cabo por Cristo se puede
interpretar rectamente la Escritura del Antiguo
Testamento. La palabra profética necesita una
interpretación competente para que no conduzca al
error (1,20s).

a) El testimonio de la palabra profética (1,19).

19 Y tenemos algo más firme, la palabra


profética, a la que hacéis bien en prestar
atención, como a lámpara que brilla en lugar
oscuro hasta que amanezca el día y se levante el
lucero de la mañana en vuestros corazones.

La palabra profética, conservada en la Sagrada


Escritura, habla a menudo del «día del Señor», en el
que el Señor viene para celebrar el juicio. Todos los
profetas han anunciado el día de la restauración
definitiva de todas las cosas (Hch 3,20s). No permiten
dudar de la parusía gloriosa del Señor. Toda la
revelación de la Biblia se proyecta, en último termino,
hacia la revelación total de la gloria de Dios al fin de los
tiempos. La Sagrada Escritura semeja una lámpara que
brilla en lugar oscuro. Este lugar es el mundo en que
vivimos. Para que nos orientemos, para que no
salgamos del camino querido por Dios, no tropecemos
ni caigamos, la palabra de Dios de la Biblia nos da luz.
Necesitamos esa luz de la palabra profética para que
amanezca el día y se levante el lucero de la mañana en
los corazones. El alborear del día (Rom 13,12) y el
despuntar del lucero de la mañana es la parusía de
Cristo. Cuando llegue el Señor, la gloria de Cristo
penetrará hasta lo más íntimo de nuestro ser; su gloria
luminosa nos iluminará y transfigurará 23. Entonces
será el fin de las tinieblas; no habrá ya error ni caída.
Cuando la luz que está encendida en la Sagrada
Escritura brille con todo su esplendor, ya no será
necesaria la Sagrada Escritura, pero, ¿hasta
entonces...?

b) La recta interpretación de la palabra profética (1,20-


21).

20 Ante todo habéis de saber que nadie puede


interpretar por sí mismo ninguna profecía de la
Escritura.

También los falsos maestros invocan la palabra


profética de la Sagrada Escritura (3,16). Quien quiera
entender rectamente la Escritura debe pensar ante
todo que las profecías de un escrito no pueden
interpretarse siguiendo el propio arbitrio. Un escrito
que contiene una profecía es siempre enigmático.
También la Sagrada Escritura, con sus profecías,
encierra enigmas que piden una solución. Lo
advertimos claramente cuando leemos el Antiguo
Testamento e intentamos entenderlo solos. ¡Qué difícil
es a menudo! Con cuánto agradecimiento utilizamos
pequeñas ayudas, explicaciones, que nos muestren el
camino. Y cuán a menudo no hemos entendido nada o
hemos caído en error. Poder desentrañar la Escritura
es un don especial de Dios.
...............
23. Cf. Ap 21,23; 22,5; I Co 13,22.
...............

21 Pues nunca fue proferida profecía alguna por


voluntad humana, sino que, impulsados por el
Espíritu Santo hablaron los hombres de parte de
Dios.
BI/INTERPRETACION:¿Quién da la solución y la recta
interpretación del sentido de la Escritura? El principio
fundamental de la búsqueda del sentido de la Escritura
suena así: las profecías de la Escritura no pueden
interpretarse según el propio arbitrio. Así interpretan
los falsos maestros la Escritura (3,16) y corrompen su
sentido. La profecía no es producto de la voluntad
humana, sino obra del Espíritu Santo. Los hombres que
profetizaron obraban impulsados y dirigidos por él. Él
les inspiró lo que habían de decir y escribir. «La
Escritura está inspirada por Dios» 24.

Los verdaderos profetas hablaron impulsados por Dios.


Los falsos profetas «anuncian las visiones de su
corazón, no lo que ha dicho el Señor» (Jr 23,16).
Aquellos profetas no hablaron por invención propia,
sino movidos por Dios. Son santos porque Dios los ha
tomado a su servicio y habla por medio de ellos.
Veamos la repercusión que esto tiene en la exégesis y,
por tanto, en la misma Sagrada Escritura: puesto que
la Sagrada Escritura no es invención ni producto del
espíritu humano, su interpretación e inteligencia no hay
que esperarla sólo del hombre, sino de Dios y de los
hombres que Dios ha tomado a su servicio y ha
capacitado para ello. La interpretación de la Escritura
debe correr pareja con el origen de ésta.

¿Quiénes son estos hombres que pueden interpretar


rectamente la Escritura? No hay duda de que no puede
hacerlo todo aquél que lee la Escritura, sino sólo
aquéllos a quienes Dios ha capacitado e iluminado
mediante su Santo Espíritu. El Espíritu Santo puede
descender sobre muchos que no tienen «cargo» en la
Iglesia e inspirarles la interpretación recta. Así ha
sucedido a menudo en la historia de la Iglesia. Pero
sólo podemos estar seguros de tal interpretación si
esos hombres «iluminados» están de acuerdo con toda
la doctrina tradicional y se someten, en obediencia, a la
autoridad de la Iglesia. Nuestra carta piensa
especialmente en los ministros que Dios ha constituido
y a quienes, junto con la gracia propia de su cargo, se
les ha concedido el don de interpretar rectamente. Así,
la Escritura sirve al «hombre de Dios» en la labor
pastoral de la Iglesia (2Tim 3,17). El hombre de Dios
es responsable de la Iglesia. Dios guía a los
responsables de la Iglesia para que entiendan el
sentido exacto de la Sagrada Escritura. Así llegamos a
la certeza de lo que buscábamos, en medio de la
maraña de opiniones e interpretaciones.
...............
24. 2Tm 3,13ss; cf. Mc 12,36; Hch 3,21: Za 7,12.

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