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Mellado, el informador

Vicente Undurraga 05 Noviembre, 2012

Acaba de publicar una gran novela y un


volumen de cuentos sorpresivos, sus
libros empiezan a ganar lectores en
Argentina, México y España, aunque
también divide aguas, al punto de ser
omitido olímpicamente por Camilo Marks
en su antología de los mejores cuentos
chilenos del siglo XXI. Aquí la voz de
quien, más que escritor, se dice
“informador de actos fallidos”.

En La batalla de Placilla (Ed. Hueders)


se lee que en Chile “todo se habría
desplazado a la razón emprendedora”.
Esta idea me parece que es la madre del
cordero, o de todas las batallas, en la
crítica que se lleva a cabo en tus libros.

—La razón emprendedora es, en la lectura


más elemental, el formato neoliberal
aplicado a la cosa simbólica. Hoy día
incluso los escritores son emprendedores.
Un escritor es alguien que desarrolla
proyectos que van a producir algún efecto
en la economía real. Siempre la razón
política impone jergas, y acá el
liberalismo trajo la de la razón
emprendedora.

¿En los 90, ahora con Piñera?

—En los 90, y continúa. Ya es parte del


sentido común. Piñera es un
emprendimiento. Es parte de su carrera
empresarial tomar el gobierno. El
concepto de “emprendimiento” está
desatado. Y los socialistas asumen con
mucha dulzura todo esto. La razón
emprendedora viene a ser la traducción de
lo que alguna vez tendría que haber sido
la cultura emancipadora.

¿Por qué la “traducción”?

—Más bien, todo lo que no fue cultura


emancipadora hoy es cultura
emprendedora. Esto también tiene sus
bemoles, porque la cosa no es dicotómica,
aunque lo es, pero no lo quiero ver
dicotómicamente, como el demonio,
porque también la razón emancipadora
era bastante perversa, en el sentido de que
era uniformadora. Son ciertas
uniformidades que se imponen al registro
retórico de cierta época.

RAZÓN PATRONAL

Los historiadores son vilipendiados en La


batalla de Placilla. La novela insiste en la
incapacidad de la historiografía para
dar cuenta de los olores de las guerras. Y
se lee: “Los historiadores, al igual que los
poetas, huelen irremediablemente a
mierda”.

—Conozco poco el trabajo de los


historiadores así es que desde el punto de
vista del verosímil eso debe ser una
injusticia contra ellos, pero justo ahora
estoy leyendo un libro de Manuel Vicuña
sobre Benjamín Vicuña Mackenna (Un
juez en los infiernos), y me parece
fascinante la voluntad de Vicuña
Mackenna de hacer historia, de construir
un relato histórico a la altura de las
necesidades de la república. La república
tiene una necesidad de escribirse de cierta
manera. Eso implica rigores documentales
y rigores intelectuales. Y yo creo que en
esta modernidad todos esos rigores, los
“deber ser” profesionales de los
operadores discursivos —el poeta
teóricamente es un operador discursivo, el
historiador igual—, redundan en una no
libertad, una no autonomía o una no
independencia, o sea en la necesidad de
adscribir a un cierto canon, a una cierta
regla, a un cierto sistema regulatorio. En
el fondo, creo que la tesis del libro tiene
que ver con que los historiadores —y lo
dice el mismo Vicuña— son historiadores
del sistema familiar. En Chile el orden del
discurso o el orden político está
determinado por el orden de las familias.
Y yo diría que hoy más que nunca.

¿Tanto?

—Bueno, ahora han surgido los


historiadores de la clase media y los del
pueblo, pero son en el fondo distintos
rendimientos que tiene la academia. La
academia inventa ese tipo de cosas. Esas
historias siempre están bajo la regencia
del discurso patronal, del historiador
patrón, de las familias vinosas.

RAZÓN MINORITARIA

Titular un libro con el nombre del hecho


histórico al que se refiere es una usanza
más propia de la historiografía que de la
literatura, lo que en el caso de La batalla
de Placilla ha propiciado cierta confusión
o falsa expectativa. Porque este nuevo
libro de Mellado no es “la” historia ni
tampoco “una” historia de la batalla en la
que cayó Balmaceda, sino la
reconstrucción precaria y distanciada que
de ella hace Cancino, un profesor amargo
de Valparaíso que empieza a investigarla,
con desgano, para justificar su pega en
una universidad local. Instado por Magda,
una proactiva amiga agudamente perfilada
por el narrador, Cancino se asocia con un
modelista militar, con la comunidad de
Placilla y con un joven computín. Y desde
ese presente amargo pero lúcido se dan
los acercamientos al episodio histórico de
fines del siglo XIX. Mellado toma la
figura del pintor Juan Francisco González
para construir un relato conjetural acerca
de su paseo por el campo de batalla al día
siguiente de la masacre: González no
habría incorporado lo visto a su trabajo
pictórico.

¿Qué hay detrás de esa especulación?

—Torpeza. Lo que pasa es que yo hago


informes, y este es un informe mal hecho.
Lo concreto es que González no trabaja
sobre ese material; no se tiene noticia de
si bosquejó o pintó la batalla, a pesar de
los falsificadores.

¿Qué falsificadores?

—Alguien me comentó que en Valparaíso


funcionaba una famosa empresa
falsificadora de pintura chilena.
Valparaíso es un lugar clave de
falsificación de pintura, una zona de
falsificadores. Y está lleno de modelistas
militares. Es parte de la rutina.
Estuviste hartos años escribiendo La
batalla.

—Varios. Entre medio la dejé, hice otras


cosas, pero fueron como 5 o 6 años.

La recepción crítica ha sido dispar.

—Yo no sé cómo sea el producto


novelesco, y la parte documental es
secundaria. Pero siendo una novela, hay
un giro porque tiende a coquetear con otro
género. Y renuncia a hablar de San
Antonio, que era el eje de mis anteriores
novelas. Es entonces un registro nuevo,
hay que ver cómo funciona.

Patricia Espinosa la puso como


“ejemplo de decadencia literaria” y
escribió que “el sentido satírico se ve
sobrepasado por el peso del registro
discriminador”. Ella misma años atrás
había celebrado ese registro diciendo:
“Me interesa la escritura de Mellado
(…) porque sus textos destilan rabia y
no duda en apalear a sus personajes”.
¿Qué crees que cambió? O más
específicamente, ¿qué piensas de la
impugnación de discriminación?

—En general Chile es un país vaticano,


un país de Karadima todavía. Las críticas
son vaticanas, para no decir canónicas.
Hay ciertos vaticanismos, ya sean de
derecha o de derecha. O de derecha de
izquierda.

¿En qué sentido vaticanas?

—Adscriben a cierta academia o sistemas


académicos o modelos ideológicos
sesgados. Yo creo que está bien esa
crítica. Es solo que yo no me dedico a la
literatura en esos términos, yo hago
informes malos.

¿Qué significa eso?

—Que yo no me dedico a hacer novelas


astutas, inteligentes. Yo trato de
sobrevivir a un cierto registro de lo
escribible y de lo hablable para poder
ocupar un lugar discursivo. Si no estaría
en Santiago haciendo lo que hay que
hacer.
¿Que es qué?

—Tratando de hacer clases, perfilándome,


escribiendo guiones. Siendo astuto. En
Chile, muchos de estos críticos están
preocupados de hacer listas negras.

¿Cómo?

—La lista negra del ajuste de cuentas. La


de los que van o no van a Guadalajara, la
de los que son esto y no son lo otro. Uno
puede aparecer de repente como
homofóbico… Yo soy fóbico, por lo tanto
desprecio a los que se aprovechan de
ciertas minoritariedades. Siempre he
sospechado de lo políticamente correcto.
Entonces no voy a adscribir a una minoría
porque sí. Sobre todo porque vivo en una
zona donde lo minoritario es clientelista.
Ya sea de un hospital, de la
municipalidad. No creo en lo minoritario.
Y los minoritarios no creen en mí.

Dice Cancino en la novela: “Mejor si es


homofóbico porque no hay nada más
facho que la movidas minoritarias”.
—Sí.

Me recordó la idea de Barthes de que el


verdadero fascismo no consiste en
obligar a callar sino en obligar a decir.

-Exactamente. Los minoritarios siempre


te enrostran para que tú te abras de
piernas. Pasa con cierto mapuchismo
anarquistoide, con el feminismo fascista,
con el machismo de los compadritos, con
el fascismo popular y con el fascismo
homosexual, fascismos todos de los
cuales uno siempre ha estado arrancando.
No quiero tener que decir lo que hay que
decir: Oye, estoy de acuerdo con la
diversidad. Yo he vivido siempre en la
diversidad porque la práctica lo impone.
En San Antonio siempre ha habido
respeto por la diversidad, pero son
prácticas endémicas y no un discurso
cuico de escritor. Es como cuando para la
guerra con Argentina todos tenían que
estar con la posición nacional. Eso es
Chile. Pienso que Santiago es Chile, y eso
es terrible. Son críticas de santiaguinos.

¿A qué te refieres?
—Los santiaguinos viven una ficción de
territorio que no es tal, y eso implica
ciertas prácticas académico-teóricas. Es la
santiaguinización de la cultura chilensis.

No te capto bien.

—Cuando la Generación del 50 destruye


toda la literatura chilena para atrás hace
un gesto súper interesante que tiene que
ver con la academia.

¿Cuál gesto?

—En el fondo la literatura pasa a ser un


fenómeno santiaguino, a pesar de que la
producción fundamental de los Coloane o
los Manuel Rojas o lo De Rokha está
descentrada. No hablemos en términos
territoriales referenciales, sino de una
literatura que viajaba, que daba cuenta de
un sujeto emancipado, de un sujeto fuera
del orden. Hasta que se impone este orden
de clase, de las oligarquías, y acá lo
asumen perfectamente. Y la crítica es hija
de eso, la crítica no viaja, es sentada, es
metropolitana. Y yo lo entiendo. A mí no
me ha ido mal con la crítica, pero siento
que hay juicios vaticanos brutales. Y de
repente hay juicio moral, eso me parece
increíble. Está cambiando el régimen de
lo cultural. Volvió el juicio moral.

¿Adónde?

—Al discurso emancipatorio chilenesis. A


la crítica. Se desestructuralizó, ya no son
tan semiólogos los críticos. Raro. Ya no
son tan materialistas. Yo soy marxista, en
un sentido muy concreto.

¿Cuál?

—Trato de ser profundamente


materialista, o sea, no me guío por los
efectos de contenido. Y me parece que
aquí hay crítica contenidista. No soy
marxista en un sentido charcha o
ideológico, sino simplemente en el mismo
sentido en que trato de ser freudiano o
nietzscheano, de la escuela de la
sospecha. Trato de ver cómo está el
registro de lo latente. Y tener sospechas
sobre lo manifiesto. En ese sentido soy
profundamente marxista, mientras estas
críticas son vaticanas porque son de
sacerdote que debajo de su sotana esconde
un trozo de poder importante para
introducir en algún hueco que es
necesario que él llene.

¿A quién te estás refiriendo?


-No es personal este debate, tiene que ver
con un tema de registro. De repente la
crítica se desvanece, es poco barthesiana,
por nombrar un canon al que yo sí
adhiero, el canon barthesiano de respetar
cierta textualidad. Pero bueno. Todos
trabajamos para la derecha en Chile, todos
trabajamos para Karadima o todos fuimos
víctimas de él. De repente también hay
sesgo político, creo que la razón
concertacionista está inscrita acá. La
Concertación debe ser destruida porque la
derecha ya existe, ¿para qué existe
entonces la Concertación?

EL ECONOMISTA ENAMORADO

¿Qué te pareció la columna de Sebastián


Edwards contra la crítica y/o defendiendo
la última novelight de Carla Guelfenbein?
-Esta polémica se echaba de menos. Es
buena para la economía sicológica de la
crítica y de la cultura. Tácticamente uno
está con la Patricia Espinosa, a pesar de
sus errores estratégicos. Obvio que el
resentimiento, el odio y el desprecio (la
ideología en sentido althusseriano) son
claves. Es decir, la lucha de clases,
dimensión que en Chile adquiere una
dinámica casi étnica o al menos de
discriminación por apellidos, vehicula
gran parte de nuestra energía creadora,
patologizándola. Es fascinante el tono
calmo, totémico y distante del economista
enamorado que hace crítica de la crítica.
Se pone en un lugar de ingenua
superioridad que lo convierte en un
personaje despreciablemente encantador
para nosotros los fracasados y mediocres.
Su actitud es, quizás, la que nos convierte
en encapuchados. Él, más que apelar a un
canon, se postula como un Conan
salvífico que rescata a su objeto deseoso
no para poseerlo, sino para exhibir su
musculatura. Pan comido para la histeria
espinosiana (ojo, no digo histeria en
términos peyorativos, sino como un
instrumento fundamental de la crítica, de
esa que desmonta y deconstruye objetos,
ojalá patriarcales). Esta es una buena
polémica que tiene que seguir.

No podemos dejar de contar con ella.


Una cosa es la crítica y otra eso que tú en
alguna parte has llamado el desprecio por
omisión o la omisión por desprecio. Estoy
pensando en el libro

Los mejores cuentos chilenos del siglo


XXI que acaba de publicar Camilo Marks,
donde ostentosamente no te incluye.
¿Cómo te cae eso?
-Me viene súper bien, o sea, yo me
levanto en Chile y me preparo para la
humillación que viene: soy profesor.
Estoy acostumbrado al desprecio y la
humillación sistémica e institucional, y él
representa ese vaticanismo. Incluso más,
si me hubiera pedido un cuento me habría
cagado. Su sistema es blando, blando,
blando. Su comparecencia como
comentador del campo libresco local es
muy blandengue. Tiene fórmulas de
juicios de valor muy poco interesantes.
No lo considero un tipo válido, sino
elemental. Sus criterios no los comparto,
pero lo entiendo perfectamente.

¿Qué?
-Que él haga ese gesto de desprecio por
omisión: “Tú no existes en mi registro”.
Aunque yo ya me acostumbré en Chile, la
omisión es violenta, es muy brutal, de ahí
el “Ódiame por piedad / yo te lo pido”.
Pero es muy chileno, es la vieja de UTP,
es la directora del liceo. A mí me han
echado de liceos. Del de Cartagena, por
ejemplo, probablemente porque uno ha
escrito lo que no hay que escribir o
simplemente porque uno no hace lo que
hay que hacer, por desprecio profundo
nomás. Hay que ser correcto.

RAZÓN MADERERA

Acabas de publicar también un libro de


cuentos, República maderera, del que
sobresale el relato que le da título al libro,
que está situado en el Chiloé de fines del
siglo XIX y que, como bien indica el
contratapista, puede leerse como un
western protagonizado por piratas
chilotes, colonos y enviados ministeriales.
-Ese cuento se me armó a partir de
residuos de información de La batalla. De
pronto, el personaje, un poco como
Vicuña Mackenna, hace república él
mismo, su cuerpo hace república. Él se
mete en un lugar donde no está la
república. En Chile ha sido muy difícil
hacer que esté la república en ciertos
lugares limítrofes. Nosotros no tenemos
políticas de frontera, como la tienen en
Argentina por ejemplo, para instalar
mundo ahí.

¿Y Punta Arenas?
-Pero Punta Arenas se hizo, ellos son
autónomos, no porque el estado chileno
así lo haya querido, sino a contrapelo. El
estado chileno quiso este año reducir a
Punta Arenas y cobrarle duro. Se acabó la
fiesta aquí. Cagárselo, destruirlo. Tienen
que pagarnos los huevones. Pero con el
frío que hace allá tienes que tener
subvención al gas. En el fondo, ese cuento
es una alegoría, trata de la posibilidad de
una república maderera a propósito de
nuestros delirios territoriales con el Óscar
Barrientos en Punta Arenas. Existió un
mundo de grandes madereras en Chiloé.
Y yo invento este cuento porque hay
muchos episodios ocultos en la historia de
Chile.

Está claro.
-El último levantamiento indígena ocurrió
en Chiloé y lo hizo el cacique Huenteo el
año 48. El pirata Ñancupel -que aparece
en el cuento- existió, fue un chilote que
fue fusilado en la escuela de Ancud en
1911. Hacía piratería de orilla. No era tan
difícil pillarlo, pero era un huevón re
malo. Son temas que están y que tienen
que ver con la no instalación del discurso
republicano en esas zonas. Además, ese
cuento es un poco un homenaje a
Coloane.

A quien en la dedicatoria dices haber


conocido allá en 1985.
-Sí, en la fiesta de matrimonio del Gaga
Durán, en el Canal de Chacao, uno de los
matrimonios más hermosos a los que he
ido en mi vida. Ahí estaba Coloane.

¿Qué tal él?


-Entretenido. Hablamos de Zurita, que le
encantaba, lo apreciaba ya en esos años.
El viejo tenía una preocupación por todo,
estaba muy bien, muy lúcido. Tiene cosas
muy buenas.

Y otras no tanto.
-Claro, pero trazó el tema de la aventura,
del navegante. Era uno de esos tipos que
dan cuenta de la impronta territorial.

ZALO REYES

En este libro hay un par de cuentos con la


figura, no ya del escritor, sino del
individuo en fuga, de aquel que abandona
todo, como el jardinero autónomo o el
hombre de los cánidos, que dejan el
mundo y se pierden (en su propio huerto,
en los cerros).
-Yo hubiera querido ser una especie de
sujeto emancipado y vivir de la
agricultura. Pero fracasé, por eso me
dediqué a la cosa libresca, a dar cuenta
del acto fallido. Evacuar informes sobre
actos fallidos, eso en la práctica es lo que
hago. Me interesa ser una especie de
escritor en movimiento más que un
escritor de ciudad instalado en el barrio
Bellas Artes.

Insistes en eso. ¿Qué es un escritor de a


de veras y por qué tú no lo serías?
-Es el que está regido por la razón
académica, la razón editorial y el
esnobismo. Son sus tres razones
fundamentales. Hoy día un escritor se
hace en alianza con cierta razón
académica que lo fundamente.
Antiguamente no era tan claro, pero hoy
tienes que adscribir a algunos de esos
mundos o trabajar en ellos. Y la razón
editorial es lo mismo. Así opera el escritor
de a de veras, escribe bien, es
políticamente correcto, se la juega en esos
términos.

Oferta para una demanda.


-Hace lo que hay que hacer, ya sea en el
registro Isabel Allende o en el registro
Simonetti o el registro Paul Auster, en el
registro que hay que registrar. O en el
registro de la ruptura, que también está
instalado.
¿Y tú no estás en ese registro?
-Quizás, pero yo efectivamente me siento
no escritor. En San Antonio la gente
común me dice profe. Y claro, nadie me
va a decir informante.

Informante tienes malas connotaciones.


-Sí, mejor informador, pero nadie me va a
decir informador de actos fallidos. Como
sea, busco instalar el coitus interruptus
como registro literario.

¿Cómo te las ves, desde esa postura, con


el reconocimiento a tu labor como
escritor: vas a Guadalajara, te publican en
México, te invitan de España, te elogian
Quintin y Patricio Pron en Argentina…?
-Uno tendría que decir que está generando
un registro que no estaba, tal vez.
Pretenciosamente hablando. Como dirían
los economistas, estamos abriendo un
nicho, que podría ser el de las escrituras
territoriales, un ajuste de cuentas de los
que vivimos lejos con el registro
santiaguino.

Vas a Guadalajara. Te han hueviado con


eso, con la contradicción que implicaría
con tu poética, etc.
-Yo adscribo a la razón de estado. Soy de
la república. No puedo corregir a una
comisión, ni soy tan vaticano para decir
“no, esto no es tan representativo”.

Hubo defraudados, gente que esperaba de


ti un no a la invitación.
-Operó, sí, la manipulación minoritaria, la
manipulación moral. El obligarte a decir.
Eso me huele a católico. Claro que hay
momentos en que todos tenemos que estar
contra las grandes injusticias, pero este no
era el caso. Y siempre, como sea, son
sospechosos los que representan la buena
razón o el buen decir. Lo que pasa, tal
vez, es que la distancia que uno tiene con
el mundo puede que le sirva al centro para
decir “miren, aquí está la diferencia”.
Puede ser que a uno a veces lo validen por
ser diferente, por ser otro, por ser el
negrito para llevar a Harvard. Por eso se
defraudan con este viaje. Yo me acuerdo
cuando la tele, como en la dictadura no se
podía hacer nada, tiraba para el lado de la
farándula nocturna y llevaba a Zalo
Reyes. De repente uno es Zalo Reyes.
RAZÓN MUNICIPAL

“Yo -dice Mellado- soy un escritor sucio,


yo trabajo en política de la manera más
brutal. No hay ningún escritor en Chile
que trabaje en política como yo. Yo
participo de una asamblea ciudadana.
Todos los lunes tenemos reunión para
enfrentar el tema de la basura electoral,
para hacer bibliotecas populares, para
interpelar a la gobernación. Y escribo
sobre eso. Incluso pude ser hasta
candidato. Pero no tengo vocación para
esa basura. Soy muy fóbico. Y a veces
también me siento cínico, porque me veo
trabajando para mí mismo, haciendo
literatura”.

En la primera página de tu novela Informe


Tapia se asume como una misma cosa el
“proceso de municipalización del
territorio”, llevado a cabo por
Pinochet, y “la desestatización de la
república”.
-Sí, la destrucción de Chile se hace a
través de la municipalización porque es la
atomización del estado. Se convierte a los
municipios en lugares manejados por la
voluntad economicista, la voluntad de
emprendimiento de grandes empresas que
compran a los municipios. Chile es un
país comprado. Las municipalidades
chicas quedaron a merced de la
invasividad del proyecto neoliberal. Te
compran completo, cambian los planos
reguladores y dan legitimidad a los más
brutales emprendimientos. Entregan
patrimonios chilenos a privados, como
ocurrió donde yo vivo, el decreto 130 no
es nada más que eso. Incluida la ley de
pesca. Y ese complot de la
municipalización se lo comen completo
los chilenos. Nadie habla mucho de esto.

Los estudiantes.
-Bueno, sí, con el tema educacional sí,
pero estructuralmente no, no se cuestiona
el modelo municipal. Una de mis luchas
políticas es contra los municipios, contra
la razón municipal, que es el fascismo
puro porque los alcaldes se han
convertido en señores feudales: tienen
demasiado poder y se convierten en ricos.
Son pequeños feudos, da lo mismo del
partido que sea el huevón de turno. Es
transversal.

¿Y qué te ha parecido esta campaña?


-Los carachos de las palometas me han
llamado la atención, el caracho de Chile.
Da vergüenza Chile, se perdió el decoro.
Y lo otro es la traición del PC al pueblo
chileno. Ellos llaman a votar por la
Concertación, esa es una huevá
indignante.

¿Tienes algún libro en carpeta?


-Un título eventual: La medida de lo
posible.

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