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18/2/2019 ¿Qué pasó América?

De la “marea rosa” a la venganza de los fachos – La Perra Letra

La Perra Letra

Rincón de reflexiones incendiarias para salvar a la radicalidad de su letargo actual

¿Qué pasó América? De la “marea rosa” a la


venganza de los fachos

JP Neri  Filosofía, Letras, Marxismo, Política 10 diciembre, 2018 21


Minutes
Juan Pablo Neri Pereyra

Este breve texto intenta realizar algunos apuntes que contribuyan a entender la actual crisis
de los gobiernos de la “marea rosa”[1] y el retorno de una política reaccionaria
profundamente abyecta en Latinoamérica. Por lo tanto, parto de una pregunta franca, ¿Qué
pasó? Aunque quizás la pregunta no debería ser ¿qué pasó?, como sugiriendo una serie
eventos que condujeron a un acontecimiento disruptivo y novedoso, sino ¿Qué ha seguido
pasando? En la respuesta a esta cuestión espero distanciarme de aquellas lecturas que
intentan dar cuenta de algún momento o acontecimiento de contradicción cultural/moral
que habría conllevado a un sorpresivo giro en la política. En este caso me interesa
contradecir la idea de una inflexión en la política y, en todo caso, dar cuenta de las
continuidades. Las victorias de derechas abiertamente envilecidas, no sólo en Argentina y
Brasil, sino también en Estados Unidos, nunca son una mera consecuencia de
contradicciones culturales o, en su defecto, morales, en un momento dado. Sin embargo,
estos tópicos continúan siendo priorizados en los múltiples análisis impacientados, que
intentan hallar la clave para explicar el presente auge de la política reaccionaria abyecta.

Ahora bien, no cabe duda que el desgaste de los partidos políticos dominantes, por motivo
de corrupción, expectativas frustradas y crisis de representatividad son motivos que ya
antes conllevaron a virajes en la dirección política y a momentos de ruptura en los países
americanos. Y, el caso de Argentina y Brasil muestran que ese fenómeno tendería a
repetirse cíclicamente, siguiendo una dinámica pendular. Pero no podemos limitarnos a
esta explicación sin correr el riesgo de, cada diez años, repetir lo mismo y no llegar a nada.
La explicación debe buscarse, por lo tanto, en los aspectos estructurales, los cimientos de
este inevitable envilecimiento de la política. Tan sólo a partir de comprender los aspectos
estructurales sería posible problematizar los tópicos de orden social y cultural.

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18/2/2019 ¿Qué pasó América? De la “marea rosa” a la venganza de los fachos – La Perra Letra

El principal aspecto de orden estructural tiene que ver con la tragedia histórica de la región:
la dependencia en los bienes primarios. Si hay una continuidad histórica a lo largo de los
500 años y un poco más de colonialismo, etc., es la dependencia[2]. Por ello es que se trata
de un aspecto estructural, porque es un hecho que ha trascendido los distintos virajes de la
política en la dirección cardinal que fuere. Y, un aspecto que debería ser discutido con
especial énfasis en el momento actual es que la crisis de todos los gobiernos de la “marea
rosa”, en Latinoamérica, es una consecuencia directa de la prosecución de esta
dependencia. De hecho, para entender mejor esto conviene volver un poco más atrás. El
viraje hacia el neoliberalismo, a finales del siglo XX, promovido por Washington, implicó
entre otras cosas, el compromiso de los países de la región, siguiendo una lógica clásica de
ventajas comparativas y la fantasía de la complementariedad comercial, de consolidar su
especialización en la producción y comercialización de bienes primarios. Esta fue una de las
condiciones expresas de las terapias de choque que se aplicaron a lo largo del continente,
además de la privatización de estos sectores estratégicos de cada economía. En muchos
casos, esto significó la interrupción de los intentos de sustitución de importaciones que
fueron impulsados desde los años 60.

Entonces las economías latinoamericanas pasaron a depender nuevamente de grandes


sectores económicos que, sin embargo, no generan riqueza –que no es lo mismo que decir
que no generan excedente–. Esta es quizás la principal contradicción del neoliberalismo, en
el capitalismo tardío en Latinoamérica. Entre las múltiples consecuencias de esta mala
apuesta se pueden señalar como las más perjudiciales para comprender el momento actual
y el porvenir: el auge de economías informales e irregulares, a saber contrabando, comercio
informal, así como sectores vinculados con la extracción paupérrima de recursos; la
terciarización perniciosa de la economía, el auge del sector comercial y del
“emprendedurismo” vinculado con el sector de servicios, además de la multiplicación
híper-numérica de las burocracias, sobre todo durante los gobiernos de la “marea rosa”.

Siguiendo el análisis realizado por John Gledhill[3] para el caso de Brasil, debería resultar
notorio que en la mayoría de los casos, los gobiernos de la “marea rosa” en Latinoamérica
fundaron sus políticas sociales en la dependencia señalada. Es decir, la histórica lógica
rentista, rescatada por Washington a la hora de imponer las terapias de choque del
neoliberalismo fue la base para las políticas sociales y pseudo-sociales de estos gobiernos.
Por lo tanto, en términos estructurales hubo una continuidad perjudicial, que bien podría
sintetizarse en la contradicción de la aparente osadía de Hugo Chávez cuando gritaba
“gringos de mierda”, al tiempo que las ventas de petróleo venezolano a Estados Unidos se
incrementaban. En el caso de Brasil, la dependencia en el petróleo, la minería y el
agronegocio es fundamental para comprender la crisis del PT. La crisis de las políticas
sociales vino de la mano con la crisis de Petrobras, así como las continuas ventajas que le
fueron concedidas al gran agronegocio. Lo mismo aplica en el caso de Venezuela con la
dependencia en el petróleo, que acabó liquidando la base productiva de este país, y en el
caso de Argentina con la dependencia en el agronegocio y los hidrocarburos.

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La ausencia de un desarrollo de la base productiva, es decir de impulso de la


industrialización y de la diversificación de la economía, es el principal error que han
cometido los gobiernos de la “marea rosa”. Esta es una premisa que no sólo corresponde
con la economía política clásica, sino con la crítica de la misma desarrollada por Marx
posteriormente: no existe producción de riqueza sin una transformación de las fuerzas
productivas, el desarrollo del sector secundario y la generación de trabajo. Esta también fue
una de las premisas fundamentales del pensamiento económico latinoamericano de la
segunda mitad del siglo XX, de la mano de la Teoría de la Dependencia –y su versión
norteamericana con la teoría del Sistema Mundo-. La trampa para el desarrollo de la región
latinoamericana ha sido y seguirá siendo la dependencia en los bienes primarios.
Dependencia que se ve acentuada en el presente por el auge de un sector terciario, en gran
medida informal. Y, sin embargo, llama la atención que esta discusión parece haber
quedado cancelada u condenada a un olvido irresponsable, no sólo en los ámbitos
gubernamentales, sino también académicos y activistas. En contrapartida, hay una
peligrosa celebración del emprendedurismo de pequeña y mediana escala, vinculado al
sector primario y terciario, y cuya generación de excedente no impacta positivamente en las
economías.

En términos generales, observables en las políticas económicas concretas de cada país,


ningún gobierno de la “marea rosa” latinoamericana mostró la disposición de tratar “el
elefante en la sala”. Es más, en la mayoría de los casos, por un tema de política con
dirección populista, la decisión fue la de profundizar la especialización en los bienes
primarios y omitir deliberadamente el debate. El caso de Bolivia, por ejemplo, es
paradigmático en lo que respecta a todas estas contradicciones, debido a un despilfarro
arrogante del excedente. Por un lado, los principales sectores de la economía boliviana son
los hidrocarburos, la minería y el agronegocio, en lo que respecta a los sectores que pueden

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ser fiscalizados. La ausencia de políticas económicas que conlleven a la transformación de


las fuerzas productivas con miras a la producción de riqueza conllevó al auge de sectores
informales y desregulados vinculados ya sea con el sector primario (minería cooperativista,
producción de coca y otros), o con el sector terciario (contrabando, comercio informal y
emprendedurismo). Todos, sectores que no generan valor, pero cuya generación de
excedente dio lugar a una bonanza artificial de la que todavía se vale el gobierno boliviano
para legitimarse. Por último, el Estado boliviano continúa arrastrando el colosal y
pernicioso gasto que le implica subvencionar los carburantes, sobre todo considerando que
los sectores más favorecidos por esta política irracional son el agronegocio y el camionaje
para comercio (regular y contrabando).

El excedente producido por los sectores fiscalizados, sobre todo hidrocarburos, fue
canalizado en políticas “sociales” insostenibles: bonos, inversiones significativas en
infraestructura infructuosa, y el subsidio a los carburantes, entre otros varios gastos entre
los que se debe contar también la corrupción. Es decir, el excedente fue invertido en
maquillar la pobreza y la dependencia, sin una lógica de generar beneficios para el Estado.
El excedente producido por estos sectores acaba invertido en consumo suntuario y
acaparado por élites sectoriales. En lo que respecta al ingreso que podría procurarse el
Estado si mejorara su capacidad de recaudación, el historiador Tomás Fernández llama la
atención sobre el hecho que la coca y el maíz, por ejemplo, pasaron de ser bienes que
significaban los principales ingresos para el Estado boliviano, en términos de impuestos, a
bienes que no contribuyen en lo más mínimo. Esta lógica irracionacional fue continuada y
profundizada por el gobierno del MAS, que además de no preocuparse por mejorar la
capacidad de recaudación del Estado, llevó a cabo una política de apoyo y promoción de
actores económicos de carácter “social” (como las cooperativas mineras que se
multiplicaron híper-numéricamente), que generan excedente sin riqueza, y cuya
contribución es mínima. Algo similar puede señalarse en el caso argentino, por ejemplo,
con la fuga colosal de capital del gran agronegocio hacia paraísos fiscales.

La consecuencia de esta mala apuesta en la prosecución de la dependencia es, como lo


demuestran los hechos recientes en América del Sur, el colofón abrupto de la utopía y el
auge de la política abyecta. La dependencia de Brasil en los bienes primarios derivó en la
crisis de las políticas sociales que el PT había impulsado en los tiempos de Lula, que derivó
en la crisis política que resultó en la salida del Dilma del gobierno y, finalmente en el
ascenso de Jair Bolsonaro ¿Por qué Bolsonar en Brasil, o Macri en el caso de Argentina? Por
una cuestión de “saber de sentido común”. La población en general no reflexiona sobre las
problemáticas de fondo, sino sobre lo que le plantea la coyuntura. Y, en este caso la
coyuntura le planteó, sencillamente, políticas públicas mal llevadas a cabo. Por eso es tan
fácil que ese sentido común se sienta interpelado por discursos de orden moralista, que
envilecen la política y a la propia gente. Como bien señala Gledhill en su análisis sobre
Brasil, Bolsonaro no es únicamente una reacción de la élite profundamente racista y clasista
de Brasil, sino también de las clases populares que vieron sus expectativas defraudadas por

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un PT que abrazó una política mucho más tibia en los últimos años e impregnada por la
corrupción. En consecuencia, ambos sectores se vieron interpelados por un discurso vacío
de propuestas, pero repleto de una retórica moralista y negativa. El ascenso de Bolsonaro
en Brasil, como el ascenso de Drumpf en Estado Unidos, es la prueba de lo básico que es el
saber de sentido común a la hora de enfrentar las contradicciones de la realidad económica
y política. En ambos casos, siguiendo a Gledhill, los candidatos se presentaron con
discursos que nunca discutían políticas públicas concretas, sino y únicamente el
compromiso de hacer las cosas con “determinación y mano dura”.

Entonces, la pregunta que se plantea es ¿Cómo podría Latinoamérica salir de la encrucijada


en la que se halla? Que, lógicamente, tiene que ver con la necesidad de superar la
contradicción histórica/estructural de la dependencia. ¿Podría Latinoamérica lograr
finalmente la transformación de sus fuerzas productivas, con miras a generar riqueza? La
respuesta a estas cuestiones es, lamentablemente, por demás complicada. Un primer
ejercicio para intentar resolver esto es situar a la región en perspectiva comparada con el
resto del mundo. En el mismo periodo en que Latinoamérica consentía las terapias de
choque del neoliberalismo, impuestas por Washington, que conllevaron a profundizar esta
perniciosa especialización en los bienes primarios, China en el otro lado del mundo iniciaba
su apertura al mercado global bajo una lógica de estricto control estatal. Esta apertura
consistió, entre otras cosas, en invitar a las corporaciones de países industrializados a
relocalizar sus operaciones al país asiático, con la promesa de una mano de obra intensiva
(explotable), pero con la condición de cuotas aceptables de transferencia de tecnología.
Ambos factores, es decir, la explotación masiva de mano de obra y la transferencia de
tecnología, resultaron en el desarrollo de su base productiva, el crecimiento exponencial de
la economía china y, lógicamente, la generación de riqueza, al punto que en veinte años
China dejó de ser una periferia global.

Todo esto de ninguna manera sugiere que China sea un caso ejemplar, considerando las
innumerables contradicciones que este proceso supuso (explotación, despojo y economía de
alto impacto ambiental). El problema se halla en que el desarrollo exponencial de potencias
como China o India, siguiendo esta lógica, sitúan a Latinoamérica en una posición
desventajosa. Por ejemplo, el desarrollo manufacturero impulsado por tratados de libre
comercio en México, o en países de Centroamérica, que tuvo lugar sin transferencia de
tecnología (solamente se desarrollaron economías maquiladoras), se vio profundamente
afectado por el auge de la productividad asiática. Latinoamérica se halla en la “trampa de
los ingresos intermedios”, su mano de obra no es lo suficientemente competitiva (a saber,
explotable y barata, además de masiva) y sus precios de sus bienes con valor agregado no
son lo suficientemente bajos, ni alcanzan la misma calidad, por lo que no puede competir
con la manufactura china, por ejemplo. Y, a todo esto se debe sumar el interés del gigante
asiático de asegurar la continuación del orden económico global actual, lo cual implica que
Latinoamérica siga siendo una región especializada en bienes primarios, además de un
mercado para los productos terminados de China.

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Estos últimos apuntes me permiten pasar a la discusión sobre los aspectos de orden
cultural, para comprender lo que sucede en la región, en la actualidad. Y, en este caso debo
ser demasiado cuidadoso, sin por ello dejar de lado la honestidad brutal, para no ser
acusado precozmente de reaccionario o pro-capitalista. Aunque me parece importante dejar
en claro que la crítica del capitalismo que planteo no corresponde con las lecturas
románticas y en algunos casos primitivistas de las “alternativas sistémicas” u otros.
¡Cuando hablamos de capitalismo estamos hablando en primera instancia de la
desigualdad material, de la violencia estructural! Y, estas son cuestiones que no se
resuelven invocando ensueños ius naturalistas.

La situación ambigua en la que se halla Latinoamérica, en términos de la dinámica


económica global, también se cimienta en la cuestión de la ideología. No en la noción
simplista y de sentido común de ideología, entendida como una creencia sectorial, sino en
la ideología como el cuerpo de ideas, discursos y prácticas que rigen a la sociedad en su
conjunto. La ideología del capitalismo tardío se funda, entre otras cosas, en la
profundización de la violencia estructural y simbólica, a partir de un discurso que está más
preocupado en “cuidar sensibilidades” que en afrontar las contradicciones sociales
concretas, a saber la desigualdad. En este sentido, simplificando, el multiculturalismo, y sus
múltiples derivas de pretensión “tolerante” y “deconstruccionista”, es la ideología
dominante del capitalismo tardío. Ideología promovida ampliamente por el neoliberalismo,
entendido más allá de las políticas económicas de choque, también como un proyecto
político, social y cultural. Y, paradójicamente, los gobiernos de la “marea rosa” en
Latinoamérica fueron campeones en codificar y promover esta ideología dominante. Estos
gobiernos no sólo continuaron la exigencia neoliberal de la especialización en bienes
primarios, sino que fundaron su legitimidad en una política tan abyecta como la de
Bolsonaro o Macri: en la apología de la pobreza, la dignificación irresponsable del sujeto
“popular”, a saber, los “movimientos sociales”, los indígenas, y un largo etcétera de
colectividades tomadas como inherentemente virtuosas. Pero se trata de una ideología
dominante justamente porque no sólo es promovida desde la institucionalidad estatal, sino
también desde los propios sujetos, incluyendo a las izquierdas que disidieron de estos
gobiernos.

En la mayoría de los casos, pero de manera notable en países como Ecuador y Bolivia, la
política de “izquierda” consistió la exaltación del pobre, popular, tradicional, cultural, etc.
La maldita mierda del “empoderamiento”. La tragedia se halla en que incluso las críticas
desde la izquierda a las políticas de estos gobiernos se estancaron en la misma apología
dignificante del pobre. El razonamiento en este caso se puede sintetizar de la siguiente
manera: no está mal ser pobre, toda vez que se pueda encontrar un sentido trascendental a
esa condición, ya sea a través de la cultura, la tradición o el viejo fetiche de la “clase
trabajadora”. Este razonamiento es, por ejemplo, ampliamente promovido por el gobierno
boliviano, cuando las máximas autoridades del Estado salen a celebrar continuamente al
sujeto “popular”, a través de sus prácticas económicas precarizadas, su identidad ancestral

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continuamente reinventada y folklorizada, y su lealtad política profundamente servil


(h ps://laperraletrablog.wordpress.com/2018/07/13/el-qara-come-qaras-y-las-leyes-de-
indias/). Pero también es promovido por los defensores de indigeneidades imaginadas, de
enclaves populares virtuosos y romantizados, y de una idea añeja del “ser obrero”. Por eso
es que causa una sorpresa tan histérica la manifestación de la abyección de los sujetos
romantizados cuando, por ejemplo, salen a apoyar a la derecha. Y, se pretende encontrar
explicaciones de orden paternalista, intentando identificar a los enemigos externos que
habrían logrado contaminar moralmente al sujeto subalterno.

Otro ejemplo obsceno de esta contradicción es el paternalismo con que se abordó la


tragedia de los miles de migrantes hondureños que cruzaron México, para llegar a Estados
Unidos. Este paternalismo consistió en pretender que se podría dignificar la marcha de los
migrantes, cuando la misma careció de toda dignidad. Entonces, aparecen nociones
novedosas, aparentemente bienintencionadas y con una carga ideológica que debería
resultar evidente para cualquiera que se considere de izquierda o mínimamente crítico.
Nociones como “aporofobia”, una noción vacía que lo único que expresa es la solidaridad
barata y reaccionaria que caracteriza al quehacer de buena parte de la sociedad en el
presente. Solidaridad barata que bien podría ejemplificarse con la visita teatral de los Café
Tacuba, que no tardó en llevar a más de un “comprometido” al paroxismo. La marcha de
los migrantes es una tragedia, y nada más. La única forma de contribuir mínimamente al
abordaje de esta problemática sería reiniciar, con urgencia, las discusiones sobre las causas
estructurales de la misma. Dejar de lado la solidaridad paternalista, las solicitudes
impensadas al Estado de “dejarlos pasar”, o la caridad narcisista. En este sentido, otra
contradicción de las izquierdas en el presente es la compulsión a hacer “algo”, lo que sea,
sin necesariamente razonar sobre las implicaciones de la acción. Una compulsión que es
perfectamente equiparable al acto abyecto de la caridad cristiana: hacer algo aunque no
sirva para nada más que para lavar la consciencia y alimentar el ego. Si la compulsión por
actuar conlleva a acciones que reproducen la violencia estructural y simbólica, la decisión
más ética posible es no hacer nada.

En consecuencia, la trampa en la que se halla Latinoamérica es de una paradoja fascinante.


En muchos casos, somos pobres con un sentido elevado de dignidad y orgullo. Esto, a
priori, no debería ser algo malo. El problema es que nuestra situación carece de dignidad.
Podemos sentirnos dignos, invocando la aparente ancestralidad y profundidad de nuestras
tradiciones e identidades, pero seguimos siendo pobres. Y no hay nada de digno en ello. Si
quisiéramos dejar de ser pobres tendríamos que estar dispuestos a sacrificar todo eso que
nos llena de un orgullo inútil y fetichizado. Tendríamos que estar dispuestos a dejar de ser
esclavos, en el sentido hegeliano del término, y asumir los riesgos de intentar ser amos. Pero
esa es una necesidad histórica que ya no se discute más en el siglo XXI. Las izquierdas se
han convertido en apologetas de la pobreza, impulsoras de los orgullos inútiles a los que
me refiero, obsesionadas con la discusión sobre cuestiones de orden cultural/moral y
deliberadamente distanciadas de la discusión sobre cuestiones de orden estructural, que

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implicarían re-teorizar radicalmente la crítica de la economía política. En otros casos, donde


el sentido de dignidad no logra superar la violencia cotidiana, es más fácil para la
propaganda de la política reaccionaria abyecta, como la que fue llevada a cabo por
Bolsonaro, permear en los sectores populares, que las movilizaciones como #EleNao que, a
pesar de su magnitud y contenido, poco interpelaron a los estratos más bajos de la
sociedad.

La política abyecta reaccionaria que hoy se emplaza en la región consiste en interpelar los
apetitos y nociones más básicas del sentido común de la población, sobre todo en los
estratos más bajos. Sentido común que está determinado por la ideología dominante. Pero
esto mismo hicieron en buena medida los gobiernos de la “marea rosa”, con mayor
intensidad dependiendo del caso. En Bolivia, por ejemplo, parece más improbable que surja
una reacción tan abyecta como la de Bolsonaro –pero el que parezca improbable no quiere
decir que sea imposible– no sólo por las particularidades de la política y la sociedad de
cada país, sino también porque la política abyecta ya es llevada a cabo en gran medida por
el gobierno de Evo Morales. Esto, a partir del continuo uso de un discurso identitario y
apologético de la pobreza, a partir de reivindicar la diferencia.

Este envilecimiento de la política y de la sociedad también se realizó a partir de alianzas


con sectores reaccionarios. Por ejemplo, el acercamiento de Bolsonaro a las iglesias
evangélicas no es un fenómeno que corresponde únicamente a la derecha. La prueba más
infausta de esto es el caso de Brasil, con el giro de los evangélicos de apoyar a Lula, a
apoyar a Bolsonaro. En el caso de Bolivia, el proceso de dominación del MAS también
consistió en acercarse y fortalecer el evangelismo. Lo mismo sucedió en Venezuela durante
el gobierno de Hugo Chávez, y en Argentina durante el gobierno de Néstor Kirchner donde
las iglesias evangélicas ganaron amplio terreno sobre todo en los sectores populares. De
hecho, según un nota de The New York Times[4], en la actualidad el 20% de la población en
América Latina es evangélica. Éste, claramente, no es un dato menospreciable,
considerando la llegada que tienen estas iglesias en las clases subalternas, promoviendo
valores ultraconservadores, y cuyo compromiso político es eminentemente utilitarista.

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En el mismo sentido debería leerse las concesiones que hicieron estos gobiernos a los
sectores económicos dominantes, a los que me refiero al inicio del presente texto. La
expansión de esta otra faceta abyecta de la sociedad latinoamericana (a saber, el
oscurantismo[5]) es también una consecuencia de una política desidiosa de los gobiernos de
la “marea rosa”, consistente en la máxima de “si no puedes con ellos, úneteles”. Pero queda
claro que se trata de alianzas endebles y, a la larga, perniciosas.

En suma, en lo que respecta al aspecto cultural, en el presente asistimos a una contienda


entre políticas abyectas. Por un lado aquella de los gobiernos de la “marea rosa”, que se
preocupó más por promover discursos de empoderamiento vacíos, y descuidó
deliberadamente de abordar las problemáticas estructurales expuestas al inicio del presente
texto. Por otro lado, la reacción de una política conservadora profundamente envilecida,
que también invoca cuestiones de orden cultural/moral para legitimarse, y lo hace con
éxito, como es evidente en los casos de Argentina, Brasil y, de manera prematura, en
Bolivia. Ninguno de estos bandos estuvo ni está dispuesto a abordar la problemática
estructural que nos mantiene pobres como región. Esto lo ha demostrado el retorno de
Macri a las políticas económicas de choque neoliberales, combinadas con perdonazos al
agronegocio (h p://zur.org.uy/content/agronegocio-y-blanqueamiento-la-
legitimaci%C3%B3n-de-riquezas-en-la-argentina-de-macri) y su reciente incursión en la
explotación de gas de Vaca Muerta. Lo mismo sucederá en el caso de Brasil, que ya tuvo
una probada durante la gestión accidentada de Temer, con las propuestas de Bolsonaro de
retornar a un neoliberalismo duro, favoreciendo al agronegocio y la extracción de recursos
naturales. Y esto sucede mientras las izquierdas, en los ámbitos de la sociedad civil, andan
más preocupadas por cuestiones culturales/morales, que no por ello dejan de ser
importantes, pero cuya priorización deja en claro que hay un desorden en la casa.

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A modo de conclusión, tenemos que Latinoamérica es una región que sigue sumida en la
dependencia en los bienes primarios. Es decir, las economías de la región son rentistas y
generan excedente sin generar riqueza. La respuesta social a esta condición y a la necesidad
que la misma impone, es la tercerización y la precarización de la economía, así como el
auge de economías informales que, por más que se las quiera tildar de populares y
disruptivas, son parte del núcleo del problema. Esta contradicción estructural significa una
sola cosa: el estado de la región es el de una precariedad e incertidumbre permanente, que
lógicamente deriva en una mayor desigualdad, en una continua decadencia de los
estándares culturales de la mayor parte de la población y, a la larga, en el envilecimiento de
la política. Envilecimiento que, como he señalado insistentemente, fue impulsado tanto por
los gobiernos de la “marea rosa”, en su preocupación por alimentar rápidamente los
apetitos políticos mal-informados de las clases subalternas, como lo será ahora en la fase de
retorno de la política reaccionaria, con la movilización de discursos moralistas que se
consolidaron en la última década.

Por otra parte, tenemos que la crítica desde la sociedad, frente a este nuevo ciclo de
envilecimiento de la política está estancada en los mismos códigos. ¿Cómo podría superarse
dialécticamente el discurso reaccionario que emerge, si las mismas izquierdas se
preocuparon ampliamente por fetichizar al sujeto subalterno, dignificar la pobreza y
romantizar la cultura y la tradición? En lugar de evaluar el impacto de la continuidad de las
contradicciones estructurales, a saber, el encadenamiento de la dependencia, la
precarización y la lumpenización de la explotación capitalista, los espacios críticos de la
sociedad se limitaron a hacer apología de la tragedia (a partir del desuso del concepto de
resistencia, por ejemplo, a partir de inventar nociones idiotas como “aporofobia”, o a partir
de otras discusiones superfluas). La crítica social en el presente consiste en intentar
demostrar las potencialidades disruptivas de aquello que está estructuralmente mal. Y, al
no plantear una lectura sensata, llegado el momento en que la coyuntura revela la violencia
de la realidad social, estos discursos benevolentes no logran interpelar al sujeto subalterno,
que termina adhiriéndose a la política reaccionaria abyecta.

Entonces ¿Qué hacer? Por supuesto que en este texto no procuro plantear el camino a
seguir, porque sencillamente sería materialmente imposible. Empero, un aspecto que me
interesa apuntar es el siguiente: ante el auge de una política reaccionaria, consecuencia de la
romantización impulsada por la “marea rosa”, la única opción radical es retomar un
enfoque crítico ilustrado. Dejar de lado el lamento decolonial, “deconstruccionista” y
superficial, cuya única virtud es su inutilidad. Necesitamos discutir en términos
propiamente ilustrados, es decir, libres de fetiches ideológicos y de nociones románticas, la
realidad tal cual es: abyecta, desigual y violenta. Dejar de lado la fascinación con el pobre,
que tan sólo revela un pensamiento profundamente conservador. Ésta es la misma
fascinación con la que grupos reaccionarios, como las iglesias evangélicas por ejemplo,
están ganando amplio terreno entre las clases subalternas, a partir de aprovechar la
precariedad que los caracteriza. Necesitamos retornar a discutir públicamente las

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contradicciones estructurales que nos continúan empobreciendo y envileciendo, en lugar de


preocuparnos por las contradicciones cuturales/morales de coyuntura. Y, para eso habrá
que asumir una honestidad brutal que, con seguridad, dañará más de una sensibilidad. Lo
último que necesitamos es continuar sobándonos la conciencia y congratulándonos por
nuestra propia tragedia.

Notas:

[1] Marea Rosa o “Pink Tide” en inglés se refiere al ciclo de gobiernos progresistas en
Sudamérica, y el aparente giro a la izquierda que caracterizó la primera década del siglo
XXI. De hecho, el concepto fue propuesto por primera vez en una nota de Larry Rother,
publicada en The New York Times en 2005, para referirse a la nueva corriente política de la
región, que si bien se proclamaba opuesta a las políticas neoliberales, en la práctica no se
llevaron a cabo políticas que contrariaran realmente los intereses de Wall Street y otros
organismos. En todo caso, prefirieron seguir “las reglas del juego internacional”. Para
ilustrar este proceso, Rother cita a José Mujica, quien cuando presidía el Congreso dijo:
“Hemos cambiado porque el mundo ha cambiado. Vivimos en un mundo unipolar en el
que los intentos de socialismo han fracasado y no hay alternativas. Tenemos que tomar una
línea pragmática”. De esta manera, el autor afirma que “No son tanto una marea roja, más
bien una rosa”.

Ver la nota: h ps://www.nytimes.com/2005/03/01/world/americas/with-new-chief-uruguay-


veers-left-in-a-latin-pa ern.html
(h ps://www.nytimes.com/2005/03/01/world/americas/with-new-chief-uruguay-veers-left-
in-a-latin-pa ern.html)

[2] Cabe aclarar que en esta reflexión la propuesta de retomar el debate sobre la
dependencia no necesariamente coincide ni corresponde con la crítica del “extractivismo”,
cuya veta culturalista ambientalista es parte de lo que también propongo criticar.

[3] Ver: h ps://johngledhill.wordpress.com/2018/10/10/the-brazilian-coups-harvest-of-fear-


and-hate/ (h ps://johngledhill.wordpress.com/2018/10/10/the-brazilian-coups-harvest-of-
fear-and-hate/)

[4] Ver: h ps://www.nytimes.com/es/2018/01/19/opinion-evangelicos-conservadores-


america-latina-corrales/ (h ps://www.nytimes.com/es/2018/01/19/opinion-evangelicos-
conservadores-america-latina-corrales/)

[5] De hecho, la apología de la pobreza debería entenderse como una promoción del
oscurantismo, sobre todo en los estratos populares, ya sea a partir de fortalecer el
evangelismo, o a partir de promover fantasías multiculturales racistas, como la
indigeneidades ancestrales y ahistóricas.

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18/2/2019 ¿Qué pasó América? De la “marea rosa” a la venganza de los fachos – La Perra Letra

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