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Horkheimer: razón objetiva y razón

subjetiva
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De la razón objetiva a la razón


subjetiva
En el primer capítulo de la Crítica de la razón instrumental (1947), Max
Horkheimer expone el proceso que ha llevado desde la razón objetiva
a la razón subjetiva, y lo que supone el dominio de ésta última en la
modernidad avanzada.
Horkheimer afirma que la modernidad avanzada significa el triunfo de
la razón subjetiva; la razón como una cualidad del sujeto, un
instrumento de cálculo de medios óptimos adecuados a fines que
vienen dados por una instancia ajena a la razón. Puesto que la razón
no puede determinar ningún fin en sí, las cuestiones morales son
irracionales, son una cuestión de preferencia emocional; no hay cosas
buenas y malas en sí. Las estructuras de vida social se determinan por
otras fuerzas; por intereses en pugna en último término. Y sin
embargo, nada más alejado de las intenciones iniciales de los
protoburgueses ilustrados: los padres intelectuales de la modernidad veían
a la razón como rectora del orden moral.
En aquéllos aún predominaba la idea tradicional, clásica, propia del
pensamiento antiguo y medieval, de la razón como razón objetiva,
como capacidad de percibir el orden del mundo, capaz de determinar
y comprender fines en sí. Sócrates hablaba de razón objetiva, de
capacidad de penetrar en el orden moral objetivo, oponiéndose a la razón
formalista, subjetiva, de los sofistas. La idea de razón objetiva implica el
convencimiento de que existe una estructura racional de la realidad a la
que hay que adaptarse. La realidad es racional, no sólo el sujeto. La
ciencia griega, filosofía griega, quería dar con esa estructura. De ahí su
oposición feroz a la mitología, pues ambas se movían en el ámbito de la
verdad objetiva. Sin embargo, los sofistas, que rechazaban la verdad
objetiva, eran tolerantes con ese tipo de cosas; se movían en un ámbito
de abstención.
En la primera modernidad aún predominaba la idea de razón objetiva,
y por eso ese interés primordial de la modernidad francesa en sustituir el
orden religioso imperante. Están también los racionalistas de los siglos
XVII y XVIII, que veían en la razón la capacidad de penetrar en la
esencia de las cosas, en la naturaleza. Y de la correcta intelección de
ésta se seguía la correcta -racional- conducta (Spinoza). Hay una luz
natural (Descartes) accesible por todos. Los primeros modernos
prescindieron de la gracia, no de Dios, quien quedaba como
personificación del orden (natural y moral) objetivo racional del mundo. De
ahí que la metafísica racionalista chocara más con la teología católica
que el escepticismo empirista, pues su objeto era el mismo: acceder
a la naturaleza objetiva, a la verdad, y los temas también: Dios, creación
(relación entre lo necesario y lo contingente). El empirismo, por el
contrario, iba más en la línea del calvinismo y su Deus
absconditus (un Dios que está más allá de la razón, del que no podemos
conocer nada; escepticismo fideísta); para ambos la metafísica trataba
de pseudoproblemas. Para el catolicismo y el racionalismo no; se la
tomaban muy en serio.
La concepción de la razón del empirismo fue la que acabó triunfando,
pasando lo religioso a dejar de tomarse tan en serio: eran cosas
irrelevantes, asunto privado de cada uno. Y es que la razón subjetiva es
más condescendiente con los intereses dominantes. La idea de
tolerancia va íntimamente ligada a la subjetivización de la razón. Y al
relativismo. No podemos imponer un modo de vida a nadie, pues no
hay un método racional de acceder a valores y fines que sean
legítimamente exigibles a todos.No hay criterio de conducta objetivo. El
reino de los fines es una cosa subjetiva, privada. Se admite que haya
varias confesiones bajo el mismo gobierno, algo impensable
anteriormente. Las ideologías y el oscurantismo son los que sacan
mayor partido del debilitamiento de la razón objetiva, pues la razón
subjetiva se acomoda a todo, sólo se reduce a optimización de
medios para fines dados.
Así pues, la neutralización de la razón, reducida ahora a estatuto de bien
cultural común, contradijo y debilitó la aspiración totalitaria a la verdad
objetiva. El proceso de la modernidad puede describirse como una
autoliquidación de la razón. Todo lo que es descubierto por la razón
es sospechoso de mitología. La razón es una facultad que ya no percibe
realidades sino quimeras, ilusiones (Kant). Fueron Berkeley y Hume los
que, en el terreno del pensamiento, atestaron el ataque final a la razón
clásica con su ataque empirista nominalista radical al concepto de
concepto general. La razón se formaliza, carece de relación con un
contenido. Se convierte en destructora de los conceptos. No hay
sustancias, sólo relaciones entre cualidades.

Individualismo y utilitarismo
Horkheimer sostiene que la naturaleza ya no es fuente de valores
morales. El principio de conducta son los dictados del yo libre, es el
egoísmo. En principio el interés egoísta ya estaba presente en doctrinas
hedonistas clásicas, pero siempre con base en las intelecciones de la
realidad. Es con la modernidad cuando adopta el papel hegemónico de
rector, mostrando la contradicción entre la idea de nación y el egoísmo:
alternativa que se concreta políticamente entre anarquismo y nacionalismo
irracionalista romántico. El egoísmo se convierte en el principio
imperialista espiritual, en el principio básico de la ideología
liberal. Los liberales no sólo no perciben la contradicción de este principio
con la comunidad, sino que ven ésta como su resultado.
La comunidad es una suma de yoes, autónomos e independientes; es el
principio de la mayoría. Si bien los primeros modernos fundaban este
principio en un orden superior (Locke, Rousseau, Thomas Reid), ahora es
mera tautología. Desposeído de su elemento racional, el principio
democrático pasa a depender sólo de los llamados intereses del
pueblo, que en el fondo son funciones de los poderes económicos.
La prueba de esto es que los derechos humanos han sido utilizados por
muchos sistemas de libre mercado para controlar y preservar la paz, pero
cuando han sido un obstáculo no han tenido reparos en suprimidos.
Los hombres del pasado alababan aquellas ideas porque creían en
su verdad, bien porque la ponían en relación con el Logos, Dios o la
Naturaleza. Incluso las ocupaciones e inclinaciones más modestas
dependían de lo objetivamente deseable, de fines con valor intrínseco.
Hoy, la persona que se dedica a un hobby no piensa que guarde alguna
relación con la verdad. Para la razón subjetiva la verdad es un hábito.
Esto se muestra en el arte, que se convierte en piezas de museo. En un
acontecimiento social al que hay que acudir por formar parte de
determinado grupo social, en un esparcimiento. No tiene ningún significado
objetivo, ninguna verdad. La razón subjetiva transmuta las obras de
arte en mercancías culturales y su consumo en una serie de
sentimientos casuales que están separados de nuestras intenciones
y aspiraciones reales.
El criterio de verdad para la razón subjetiva es la satisfacción
subjetiva, es la utilidad. El empirismo escéptico deviene pragmatismo
con Dewey, James y Pierce. La idea es un plan para la acción; la verdad
no es otra cosa que el éxito de la idea. Su significado es un plan o
esquema. Las ideas no son exitosas porque sean verdaderas sino al
revés, son verdaderas porque son exitosas. Pasamos de la verdad a
la probabilidad: expectativa de que el plan pueda cumplirse. El
pensamiento (conocimiento) de un objeto se reduce a los efectos prácticos
que puede producir el objeto, las percepciones que podemos esperar de
él y las reacciones que debemos preparar. Ahí radica el subjetivismo del
pragmatismo: el papel que nuestras prácticas, acciones e interesas jugar
en teoría del conocimiento; la verdad por sí misma no interesa. Lo que
no tiene efectos, reacción, no existe. Toda comprensión es mera
conducta. El pragmatismo, como la tecnocracia, lleva al desprestigio
de la contemplación estática. Así, en las sociedades actuales el
trabajo productivo, la utilidad, es glorificado. Hacer una marcha a pie
para conducir a alguien se ve como idiota, irracional. Es un empleo necio,
destructivo, del tiempo. Sólo sería racional si sirviera a otro objetivo, por
ejemplo a la salud o esparcimiento para poder rendir mejor. La actividad
es un mero medio.
Esto es asumido plenamente por el positivismo, para el que todo
lenguaje que no tenga sentido práctico no tiene significado. El
significado de una palabra son sus efectos empíricos concebibles. Para el
positivismo sólo cuenta una clase de experiencia, la del experimento de
las ciencias naturales. Las proposiciones morales no son verificables. El
positivismo se enorgullece de pensarlo todo al modo del laboratorio. Pero
ese experimentar propio de la ciencia, el experimentar activo, no es
neutro, es una pregunta dirigida para generar respuestas muy concretas,
tal como son planteadas por los intereses de individuos, grupos o la
comunidad. La ciencia no es una actividad al margen de la sociedad.
Referencias:
Horkheimer, M., Crítica de la razón instrumental, Trotta, Madrid, 2002

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