You are on page 1of 8

ABANDONO EMOCIONAL Y MADUREZ PERSONAL

Acabamos de realizar en Mentálitas una conferencia Nathalie Metge, mi psicóloga favorita,


y yo, que me presentaba como cuenta-cuentos, con la ayuda y comprensión de las
personas que tuvieron a bien asistir. Mientras íbamos desarrollando el tema fui dándome
cuenta de varias cosas:
Como si se tratara de un bautismo de agua helada, la primera experiencia de abandono o
decepción experimentada por un niño es ciertamente necesaria para que la confianza
ciega que hasta entonces tenía depositada en el mundo de los adultos caiga para dar lugar
a una mirada más real. Sin embargo, esta caída puede resultar intolerable dependiendo
del momento y circunstancias en que ocurrió. Cada niño puede experimentar de maneras
muy distintas el abandono y sus consecuencias posteriores. Un mismo acontecimiento –el
abandono, en este caso- es vivido de formas distintas según el niño. Con ello quiero decir
que cada persona registra las experiencias de un modo muy particular y de acuerdo al
guión en el que se sustenta su vida. Los hechos concretos actúan no tanto como causa
sino como detonante de contenidos emocionales que necesitan ser vividos. Sin embargo,
si esta experiencia ha resultado insoportable y continua interfiriendo en la vida emocional
de una persona, puede dificultar una visión clara de las demandas espirituales contenidas
en este guión, a la vez que perpetúa y da poder a las circunstancias externas -
escudriñando la actitud de los demás o buscando la media naranja en la que confiar ciega
e irracionalmente, por poner unos ejemplos-.
Así, pues, una persona que se haya sentido abandonada y no le esté resultando posible
captar el sentido espiritual que ello tiene, atraerá experiencias en las que se sentirá
abandonada.

El abandono puede ser tomado como una experiencia iniciática tan impactante como la del
propio nacimiento. De hecho, una elaboración del trauma posibilitará un nuevo nacimiento.

El sentimiento de abandono nos lo encontramos en la sociedad de mil y una maneras


como, por ejemplo, ahora, con la crisis financiera, el alto nivel de paro y los casos de
corrupción que nos asaltan. Lo que hasta ahora parecía honorable, estable y seguro se
nos muestra como el nido de cocodrilos que en realidad ya era. Así, pues, el sentimiento
de abandono y decepción es necesario para la madurez personal y colectiva.

EL ABANDONO PATOLÓGICO

Si se ha cronificado y convertido en patológico, el abandono puede erosionar la confianza


en los demás, a la vez que idealiza el amor hasta el punto de estar atrayendo nuevas
experiencias dolorosas. La patología del abandono puede provocar en las personas dos
tipos de actitudes sintomáticas:
a.- gran preocupación por los demás y generosidad compulsiva orientada a personas que
no la necesitan ni la pueden aprovechar.
o bien
b.- avaricia, celos, desconfianza, ostracismo y demás conductas antisociales.
El anhelo de pertenencia herido es el factor común a estas actitudes. Según su magnitud,
puede generar un pánico de exclusión que puede dar lugar a un exilio emocional incluso
habiendo apoyo emocional explícito por parte de los demás.
Personas muy independientes y emocionalmente desapegadas pueden haber sido niños
que se han sentido abandonados. Su reacción ha sido el ostracismo, experimentado ahora
como dificultad para comprometerse en relaciones íntimas bajo la excusa de preservar la
libertad. Derivadas de esta actitud son la confusión, el donjuanismo –femenino y
masculino-, la promiscuidad sexual o lealtad hacia relaciones que hace tiempo no existen –
fidelidad a relaciones fantasma-.

ABANDONO EMOCIONAL Y DESCUIDOS COTIDIANOS

En el escenario de la vida cotidiana podemos encontrar muestras de hasta qué punto un


sentimiento de abandono no superado puede estar interfiriendo en nuestras rutinas, el
manejo de las cuales puede convertirse en un oráculo de nuestra psique y estado
emocional. La ley de atracción actúa de tal manera que aquellos nudos no desatados –el
abandono, por ejemplo- pasan a ser un modo más de la personalidad que contamina lo
que es genuino en el individuo provocando nuevos abandonos tanto por activa como por
pasiva.

Una persona que se siente abandonada puede ser presa de ira, depresión, tristeza, miedo
o pereza. Si, no se extrañen: la pereza es una forma sutil de autodefensa. Modernamente
se la ha venido a llamar procrastinación: el arte de abandonar o postergar asuntos, tareas,
relaciones, afectos y potenciales. Cualquiera de nosotros podría hacer un abandonómetro
o procrastinómetro hecho a base de las siguientes preguntas: ¿cuántas excusas pone uno
para no clarificar una situación confusa o atascada? ¿cuántas tareas relacionadas con el
hogar o con la atención familiar están pendientes de ejecutarse? ¿cuántas excusas se
pone uno para no reconciliarse con una persona querida? ¿cuántas cosas perjudiciales
para la salud uno permite a sabiendas? ¿hasta qué punto puede traicionarse el propio
potencial, la creatividad y lo auténtico en nombre de la seguridad, la comodidad o el
miedo? ¿hasta qué punto puede soportarse una relación insatisfactoria? ¿hasta qué punto
se puede estar negando la atracción que se experimenta por otra persona? Etcétera. La
inseguridad a la hora de asumir decisiones arriesgadas puede ser una resonancia de esa
vieja herida relacionada con el abandono y que se manifiesta como un temor que quedarse
sólo si uno contradice los deseos de los demás.

UNA VARIANTE SUTIL: LA SOBREPROTECCION

Aunque pueda tratarse como asunto independiente, una forma de abandono encubierta es
la sobreprotección que algunos niños experimentan y que en la vida de adultos se
manifestará con señales muy parecidas a las del abandono. Un adulto que de niño fue
sobreprotegido puede ser tan aprensivo, temeroso y desconfiado como otro que fue
abandonado. No obstante, y puesto que a un niño no se le puede sobreproteger sin
aniquilar su libertad, el sentimiento y sus consecuencias son idénticas a las del abandono.
En realidad, la sobreprotección es una máscara del abandono: es un secuestro en toda
regla.
Así, pues, tanto si el niño ha sido abandonado o sobreprotegido, el dolor, la minusvalía y la
falta de desenvoltura afectiva pueden ser calcadas.

EL MIEDO A LA LIBERTAD

Dar de comer a este dolor impide experimentar el verdadero miedo de fondo: el miedo a la
libertad. Al hacer del sentimiento de abandono un culto y colocar el anhelo protector de los
demás como prioritario, acabamos reclamándoles irracionalmente un reconocimiento y nos
convertimos en sus esclavos (síndrome de Estocolmo). De este modo acabamos actuando
en detrimento de la propia dignidad y libertad.
El abandono que no se olvida
:: Rosemeire Zago ::

Traducción de Teresa - teresa_0001@hotmail.com

¿Cuántas veces, aun estando en presencia de alguien, tenemos la nítida sensación de que en
cualquier momento podemos ser abandonados? ¿Cuántas veces, ante un retraso, sentimos
verdadero pánico? ¿Cuántas veces nos desesperamos ante la posibilidad de que la persona
amada pueda dejarnos?

Quien ha vivido el abandono durante la infancia puede sentir un miedo incontrolable a que le
dejen, procurando evitar a toda costa ser abandonado nuevamente. Cuando hablamos de
abandono, éste no lo es solamente en casos en que un crío es literalmente abandonado por sus
padres, por quienes esperaba ser amado y cuidado, sino aquellos que son abandonados a
través de la negligencia de sus necesidades básicas, de la falta de respeto por sus sentimientos,
del control excesivo, de la manipulación por la culpa, aunque ocultos, durante la infancia. Las
criaturas abandonadas, psicológica o realmente, entran en la vida adulta con una noción
profunda de que el mundo es un lugar peligroso y amenazador, no confiando en nadie porque
en realidad no han desarrollado mecanismos para confiar en sí mismas.

El abandono está directamente relacionado con situaciones de rechazo registradas en la


infancia y puede intensificarse a lo largo de toda la vida, principalmente cuando se vivencian
otras situaciones de rechazo y/o abandono. Cada vez que vivenciamos situaciones de pérdida
es como si estuviésemos reviviendo la situación original de abandono, que difícilmente se
olvida. Podemos, sí, reprimir, huir de esos sentimientos, pero raramente conseguimos lidiar sin
sufrimiento con cualquier posibilidad de pérdida y/o rechazo. Cuando somos rechazados en
nuestro modo de mirar, expresar, hablar, comer, sentir, existir, no obteniendo el
reconocimiento de nuestro valor, principalmente cuando somos niños, es inevitable que esto se
registre como abandono, pues de alguna manera, aunque sea inconsciente, nos abandonamos
a nosotros mismos para convertirnos en quienes se espera que seamos. Se siente abandonado
quien no se ha sentido por encima de todo amado y eso puede sentirse antes incluso de nacer,
aún en el útero materno. Padres que rechazan a sus hijos durante la gestación pueden dejar
muchas secuelas, en nosotros, adultos. Todo crío está aterrorizado ante la perspectiva del
abandono. Para el niño, el abandono por parte de los padres equivale a la muerte, pues
además de sentirse abandonado, él mismo aprende a abandonarse.

Según percibimos, consciente o inconscientemente, y aún de muy pequeños, que la manera en


cómo procedemos no agrada a nuestros padres, vamos intentando adecuarnos o adaptar
nuestra forma de ser y, poco a poco, distanciándonos de quienes somos de verdad,
procediendo de manera a ser aceptados. Es cuando se empieza a desarrollar lo que llamamos
un falso self, se pasa a un estado de incomunicación con uno mismo, generando una sensación
de vacío. El falso self es un mecanismo de defensa, pero que dificulta el encuentro con el self
verdadero. Es muy común que niños que nacieron en familias con algún desequilibrio
proveniente de alcoholismo, agresividad, malos tratos, o cualquier otro tipo de abuso, hayan
sufrido la negación de su verdadero yo. Niños que han sufrido en silencio y sin llorar, o como
relatan algunos: llorando por dentro, pueden aprender a reprimir sus sentimientos, pues una
criatura solo puede demostrar lo que siente cuando hay alguien allí que pueda aceptarla
completamente, escuchando, comprendiendo y dándole apoyo, lo cual en estos casos,
raramente sucede. Puede pasar que ese crío se desarrolle de modo a revelar solamente lo que
es esperado de él, difícilmente sospechando cuánto existe de sí mismo por detrás de las
máscaras que ha tenido que crear para sobrevivir.

Algunos padres, inconscientemente, en una tentativa de encubrir su falta de amor – lo cual es


muy común, por más asustador que sea para algunos – declaran muchas veces su amor por los
hijos de una forma repetitiva y mecánica, como si necesitasen demostrarse a sí mismos su
amor, en la cual los críos sienten que sus palabras no se corresponden con sus verdaderos
sentimientos, pudiendo generar una búsqueda desesperada de ese amor, que puede
extenderse durante toda la vida. Quedarse solos para esas personas puede ser una defensa
para evitar nuevamente el abandono, generando un conflicto constante entre la necesidad de
ser cuidados y el medio a ser abandonados.
Es muy común que el niño se sienta abandonado en familias muy numerosas, donde hay
muchos hermanos y los padres no son capaces de dar atención a todos. O cuando los padres
constantemente están ausentes por los más diferentes motivos, sea en función del trabajo
excesivo, viajes, enfermedades, internamientos constantes, o incluso por la dificultad para
cuidar de un crío, no logrando hacer que éste se sienta amado ni deseado en aquella familia.

La sensación de ser valorado es esencial para la salud mental. Esa certidumbre debe ser
obtenida en la infancia. Por eso la calidad del tiempo que los padres dedican a sus hijos indica a
éstos el grado en que sus padres les valoran. Por otra parte, el niño que es verdaderamente
amado, sintiéndose valorado cuando crío, aprenderá a cuidar de sí mismo de todas las maneras
que fueren necesarias, no abandonándose cuando adulto. Al igual que los niños que pasaron la
mayor parte de su tiempo con personas que eran pagadas para cuidar de ellos, en colegio
interno, distante de sus padres, sin recibir amor verdadero, aun teniendo todo lo que el dinero
puede comprar, podrán ser unos adultos semejantes a cualquier otro que de niño haya tenido
un hogar caótico y disfuncional, crecido con el sentimiento de ser poco valioso, no merecedor
del cuidado de nadie, pudiendo tener mucha dificultad para cuidar de sí mismo. O sea, la
manera en cómo nos cuidamos cuando adultos, muchas veces refleja la manera en cómo
fuimos cuidados de niños.

Tenemos que llegar al punto de perdonar a aquellos que de alguna forma nos han abandonado
o causado un dolor profundo. Para algunos, esa es una tarea fácil, pero hay que admitir que
para otros puede ser prácticamente imposible. ¿Cómo perdonar a un padre bruto, que le hacía
trabajar desde muy pequeño, o pedir dinero, que consumía después en el juego y la bebida?
¿Cómo perdonar a un padre que abusó sexualmente de la hija, o psicológicamente del hijo?
¿Cómo perdonar a una madre que encerraba a los hijos en el armario o en la habitación de al
lado, mientras se encontraba con otro hombre dentro de la casa, o cuando dejaba a los hijos
solos en casa diciendo que iba a trabajar, cuando verdaderamente iba a divertirse? ¿Cómo
perdonar a unos padres que siempre han ocultado la verdad, insistiendo en la mentira? ¿Cómo
perdonar a un hermano que abusó sexualmente de la hermana? ¿Cómo perdonar a un padre
que pegaba constantemente a la madre en presencia de los hijos? ¿Cómo perdonar a aquellos
que robaron la infancia y la inocencia de muchos críos? ¿Cómo perdonar a aquellos que te
dejaron, que te abandonaron? No es posible perdonar si el perdón se entiende como negación
del hecho, pues es preciso sentir el dolor que ha quedado reprimido en nuestra alma. Perdonar
no significa aceptar, sino permitirnos sentir y expresar toda la rabia y dolor reprimidos y
encontrar caminos saludables que puedan transformar esos sentimientos en experiencia y
aprendizaje.

Al hacernos más conscientes de nuestras heridas, entre ellas las generadas por el abandono,
podemos actuar sobre aquello que hemos vivenciado, aprendiendo a respetar nuestros
sentimientos más profundos, asumiendo la responsabilidad por los cambios que podemos
permitirnos vivenciar en el momento presente. No se trata de regreso al hogar, porque muchas
veces ese hogar nunca ha existido. Es el descubrimiento de un nuevo hogar, el que cada uno
de nosotros puede construir, sin abandonarse más.

bandono, abandonar, abandonarse. Palabras, conjugaciones “casi inocentes” en el


mundo de los adultos. “Me abandono”, “No lo puedo abandonar”, “Me he abandonado”,
“¿Cómo soportar el abandono?”, “¿Qué hacer cuando te
abandonan”.
Infinidades oraciones y expresiones gramaticales. Y la mayoría
de las veces, la misma sensación en el alma: un vacío
existencial; un agujero en el corazón por el cuál no se cola el
sol. ¿Qué hacer? ¿Qué no hacer? ¿Cuándo se quita el dolor del
abandono? ¿Cómo superarlo? ¿Cómo enterrarlo en el olvido?
¿Por qué todos me abandonan?
El abandono en sí mismo implica acción y efecto de
“abandonar o abandonarse”, es decir requiere de un sujeto
agente de la acción y otro en el que recaiga la acción, aunque
puede ser uno mismo el que acciona y recibe. Pensemos en esto un segundo; “aunque sea yo
quién abandone algo” en algún punto “también me estoy abandonando” pues “lo que hoy
abandono es algo que había elegido en el pasado, algo que era importante para mí, algo que
me hacía sentido”. Abandonar es de alguna u otra forma intricada, abandonarse. Y
abandonarse implica “retirada, dejar sin amparo, apartarse, descuidarse, etc. Cuando
estamos en pareja y el otro nos “abandona”, se rinde; deja de entregarse a la relación, ya no
confía en que esto que teníamos sea lo que quiere para su vida, decide no apoyar la
relación, presta desinterés por lo “nuestro”. Sin embargo en el “abandonado” la versión de
la historia es diferente. Sentimos que “nos dejan de lado a
nosotras, que no somos importantes, que nos desprecian, que no
cuelgan como unos botines viejos, que nos dejan a lo último,
olvidados, con indiferencia, desdén, apatía”.
Sufrimos porque ese otro “nos relega” a un pasado maravilloso
que sólo existe en el recuerdo, y nos “coarta” los sueños del
futuro. ¿Qué haremos ahora? ¿Qué hicimos mal para que nos
abandonen otra vez? ¿Para qué nos dejen como un trapo, como
un perro de nadie – como diría Sabina?
Nos llenamos de dolor, de ira, de resentimiento, soñamos con vengarnos o dar lástima,
manipular la situación, renunciar al amor para siempre; paralizar las emociones, y recordar
por siempre el abandono.
Vivimos injustamente la desidia de ese que se cree “más que nosotras”, ¿Cómo se atreve a
abandonarnos? ¿Quién es? ¿Qué le pasa?
Y permanecemos atadas al evento todo el tiempo que sea necesario y requerido por nuestro
corazón herido.

Al cabo de algunos moretones emocionales preguntamos, ¿cómo superar el abandono?


Y la respuesta está en tus manos.

Superar el abandono:
En principio deberíamos retroalimentar nuestra mente con
mensajes y conversaciones que nos den poder personal en lugar
de restarlo. ¿Qué quiero decir? Que debemos dejar de pensar
en el abandono como una posibilidad para nosotras. Y
entender al abandono en si mismo o posibles de sujetos de él,
cuando estemos en situaciones de indefensión. ¿Entiendes?
 Te abandona quién te atropella en la calle y huye.

 Te abandona quién debe darte una medicina que tú no puedes proveerte sola.
 Te abandona quién no te da primeros auxilios.
 Te abandona quién en una situación extrema no te da de comer…
Es decir, debemos empezar a ver al abandono en relación a un contexto
deindefensión.
Eso quiere decir que debes dejar de sentirte
“abandonada” porque tu marido o novio no quiera estar
más contigo. O porque tu marido se fue con una mujer
menor. Esta discriminación es fundamental. Porque ya
no somos niñas. No necesitamos realmente de nadie más
allá de nosotras mismas para vivir. En un tiempo inicial
necesitábamos de verdad de nuestros padres para vivir,
ellos nos proveían los alimentos, la vestimenta, la
recreación. Si ellos no actuaban si nos abandonaban en
nuestras necesidades, urgencias que NO podíamos cubrir
por nosotros mismos. Pero ahora no requieres de eso; contigo misma es más que suficiente,
que elijamos vivir y compartir con otros no implica que no podamos hacerlo solas.
Cuando empieces a aceptar que nadie en una situación de no indefensión te abandona, que
las relaciones tienen fecha de caducidad, que todo es relativo, aprenderás a vivir sin el
apego que te vuelve vulnerable a los cambios.
Sólo te abandonas tú, cuando no confías en
ti,cuando crees que si el otro no te ama tú no tienes sentido;
cuando “crees necesitar de los demás” para ser feliz, cuando
no te das cuenta que tienes una vida que te pertenece,
cuando sólo tú eres responsable de tu vida.
Esa sensación inexacta de abandono es una conversación
interna que cierra posibilidades para tu vida de adulto.
Muchas mujeres la tienen pero quienes están reclamando ese
abandono no son ellas de adultas, sino sus niñas heridas. Si
de pequeñas no fueron satisfechas tus necesidades de
amparo, contención y amor; de grande tu niña hará los
berrinches pertinentes. Exigirá un amor desmedido, una
cuota de atención extrema.

Pero lo que no se cubrió en la infancia no lo podrás cubrir en el presente. Pero si puedes


comunicarte con tu niña interior, y hacerle saber que tu mujer adulta se hará cargo de ella.
Que tú como adulta podrás satisfacerla en amor, porque ambas se tienen, y pertenecen.

Suelta el pasado, revela tus carencias, hazte consciente de lo que requieres. Ve por ello.
Si tienes una pareja que se termina, si dejan de amarte como mujer, si ya no existe el
atractivo físico, no te azotes creyendo “tú eres la culpable”, “que siempre será así”, piensa
que mientras duró fue bello, piensa que él ha sido un maestro en tu vida. Se terminó una
relación. Pero nadie más que tú misma termina contigo. ¿Entiendes?
Autor: Chuchi González.
El abandono que no se olvida - Parte III
Acesse o conteúdoEl abandono que no se olvida - Parte III
Acesse o conteúdo completo em: http://www.stum.com.br/conteudo/c.asp?id=13882&onde=1
completo em: http://www.stum.com.br/conteudo/c.asp?id=13882&onde=1

El sufrimiento del abandono


Una de las cosas que más nos hace sufrir cuando una relación se rompe es esa necesidad de
la mente de encontrar una explicación.

El ser humano, como el resto de los mamíferos con quienes comparte el sistema límbico, tiene
una fase de su vida en la que es completamente vulnerable y dependiente de que otro, un
adulto, le cuide. Esta fase de nuestra vida es especialmente importante porque en el caso de
ser abandonados moriríamos (o eso siente un niño que no sabe nada de servicios sociales,
etc.). ¿Y qué nos asegura que no seremos abandonados? El Amor. El cariño de nuestros
padres es la garantía de que nos cuidarán y, por tanto, sobreviviremos en este mundo que nos
desborda.

Cuando se producen conflictos en la percepción de este amor la sensación que acompaña a


dicha carencia deja una huella de peligro grabada en nuestro sistema límbico que nos influirá
toda la vida, ya hemos comentado otras veces que la emoción decide y la razón justifica, que
las estructuras de sistema límbico reaccionan unos instantes antes de que la información llegue
a la parte racional. Esta situación provocará con mucha probabilidad un conflicto emocional
situado en una parte de nuestro cerebro muy inconsciente y de difícil acceso racional. Y lo
importante, repito, no es haber recibido amor sino haberlo sentido seguro, por mucho amor que
nos hayan dado si no hemos sido conscientes, no lo hemos percibido como seguro o no se nos
dió de la manera en que necesitábamos entonces es como si no existiera.

Todos hemos sido en algún momento dependientes, y hasta cierto punto lo seguimos siendo, y
si no hemos transitado con seguridad esa etapa, cada vez que en nuestra vida tengamos la
posibilidad de un abandono emocional nuestro sistema límbico disparará la señal de peligro
grabada cuando éramos niños, es decir una señal de peligro vital, y nuestra mente racional
tratará de buscar desesperadamente una solución. Esta solución puede venir por varios
caminos, una es tratar por todos los medios que el otro no nos abandone (como niños
indefensos que se mueren sin el adulto que les cuide), otra es encontrar una explicación que
por lo menos nos de la seguridad de que somos dignos de ese amor que perdemos y que
seremos merecedor de él en el futuro (pero volvemos a depender de que otro nos quiera para
sentirnos seguros).

Por eso en una ruptura le damos tantas vueltas a lo que el otro ha hecho, a por qué nos ha
dejado y, sobre todo, tratamos de buscar una explicación que nos dé cierto poder sobre lo que
ha pasado para poder controlarlo. El problema es que la mayoría de las veces las razones de
una ruptura amorosa son inexplicables racionalmente, en ocasiones aunque todo vaya bien hay
algo que no funciona a nivel emocional, la pasión, el deseo, la conexión o la magia se han ido.
Otras veces el problema es exclusivamente de la otra persona que puede tener miedo al
compromiso, no desea lo mismo que nosotros o no siente las cosas de la misma manera. O
incluso que a veces las cosas, simplemente no son.

Así nos encontramos en un callejón sin salida, si nos culpamos a nosotros tenemos más
control pero nos llenamos de la inseguridad de no sentirnos validos y eso, si tenemos un
conflicto, es un peligro vital. Si le echamos la culpa al otro quizá nos sintamos más seguros
pero perdemos el control de la situación, depende del otro, y también saltan las alarmas. Por
eso las rupturas emocionales son tan dolorosas y los estudios dicen que incluso se sufre (de
sufri-miento) más cuando pierdes a la pareja por un abandono que cuando se muere (que
provocaría más dolor).

Quizá la única salida a este embrollo sea construir una relación con nosotros mismos que nos
permita llenar de ese amor que no percibimos a ese niño que un día fuimos, a esa parte de
nosotros que sufrió carencias y arrastra la inseguridad. Quizá por eso tanta gente opina que
para querer a otro de una manera sana primero tengamos quequerernos a nosotros
mismos. Mientras busquemos esa seguridad fuera siempre nos sentiremos en peligro y
necesitaremos al otro para sentirnos seguros. Y la necesidad siempre ahoga al Amor,
porque el Amor por definición siempre es libre

You might also like