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Trigésimo Septima edición octubre-diciembre 2018

SIMULACIÓN
2ª Edición actualizada
HÉCTOR GONZÁLEZ ORDI
Universidad Complutense de Madrid

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro acreditado


de las Divisiones de Psicología Clínica y de la Salud, Psicología
Educativa, Psicología de Intervención Social, Psicología del Trabajo,
Organizaciones y Recursos Humanos, Psicología Jurídica y
Psicoterapia

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Simulación

FICHA 1 ........................................................................................................... 30
Caso Clínico 1

FICHA 2 ................................................................................................................................. 31
Caso Clínico 2
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Simulación
La simulación es el intento deliberado de mentir o engañar acerca de una enfermedad o discapacidad, exagerando
la sintomatología, con el fin de obtener un beneficio personal, que generalmente suele ser de tipo económico o impli-
ca la eximencia de deberes y obligaciones (Kropp y Rogers, 1993). No en vano, simular proviene etimológicamente
del Latín Simulare, y significa representar algo, fingiendo o imitando lo que no es (Real Academia Española, 2014). En
este sentido, los mecanismos comúnmente aceptados para la producción de la simulación son (Resnick, 1997): (1) la
invención completa de la sintomatología (simulación total); (2) la exageración de la sintomatología preexistente en in-
tensidad, frecuencia y duración (simulación parcial); (3) la afirmación de que la sintomatología y la discapacidad aso-
ciada se mantienen a pesar de que terapéuticamente se hayan reducido significativamente o incluso desaparecido; y,
(4) la sintomatología es falsamente atribuida a un acontecimiento traumático (v.g. estrés postraumático por falsos abu-
sos sexuales en la infancia, acusaciones falsas de violencia y maltrato, etc).
La simulación se incorpora como entidad clínica en la tercera edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales editado por la Asociación Americana de Psiquiatría en 1980, el DSM-III; actualmente, en el
DSM-5 (American Psychiatric Association, 2013), se incluye dentro de la sección dedicada a “Falta de adherencia al
tratamiento médico V65.2 (Z76.5)”. Así, se entiende por simulación la producción intencional de síntomas físicos y/o
psicológicos falsos o exagerados motivados por incentivos externos.
Adicionalmente, el DSM sugiere que debe sospecharse de simulación si existe alguna de las combinaciones presen-
tes:
1) presentación en un contexto medicolegal;
2) discrepancia acusada entre el estrés o la alteración explicados por la persona y los datos objetivos de la explora-
ción médica;
3) falta de cooperación durante la valoración diagnóstica e incumplimiento del régimen de tratamiento prescrito y
4) presencia de trastorno antisocial de la personalidad.
Los esfuerzos por operativizar el concepto de simulación por parte del DSM contribuyeron clarificar que la simula-
ción no podía considerarse un trastorno mental per se, zanjando un viejo debate nosológico (Widows y Smith, 2005).
No obstante, los criterios diagnósticos para considerar sospecha de simulación propuestos resultaban demasiado limi-
tados en su definición para ser considerados suficientemente fiables (Gerson, 2002). De hecho, la investigación empí-
rica sobre simulación a lo largo de las últimas décadas, desde su aparición en el DSM-III, ha ido evidenciado que
existen serios inconvenientes para utilizar los criterios DSM como única fuente para la determinación de la simula-
ción, debido a que:
1. Al igual que otros muchos diagnósticos de trastornos mentales en el DSM, la simulación se presenta como un cons-
tructo categorial (presencia versus ausencia de criterios de sospecha); mientras que, la evidencia más reciente seña-
la que la simulación como estilo de respuesta es más bien dimensional (Greene, 2008; Walters, Rogers, Berry,
Miller, Duncan, McCusker, Payne y Granacher, 2008; Walters, Berry, Rogers, Payne y Granacher, 2009; Walters,
Berry, Lanyon y Murphy, 2009) y su diagnóstico debe realizarse más en términos de grados de certeza diagnóstica
que en términos dicotómicos de presencia o ausencia (Slick, Sherman y Iverson, 1999; Bianchini, Greve y Glynn,
2005).
2. Aunque el primer criterio de sospecha reduce la simulación al contexto médicolegal, la evidencia acumulada sobre
su incidencia muestra que puede producirse en otros contextos: servicios de atención primaria, servicios hospitala-
rios, clínicas privadas, contexto policial y militar, organizaciones, ámbito penitenciario, contextos forenses-pericia-
les, etc; si bien es cierto que el contexto médicolegal es uno de los ámbitos donde su incidencia es mayor y
representa un problema de mayor calado socioeconómico (mantenimiento de bajas laborales en base al dinero pú-
blico, determinación del grado de discapacidad y los beneficios sociosanitarios correspondientes, etc), el DSM no
debería restar importancia a otros contextos como los que hemos mencionado, ya que en todos ellos, la simulación

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no detectada implica actuaciones fraudulentas por parte de los individuos con importantes costes económicos, la-
borales, organizacionales, legales y sociales para las entidades públicas y/o privadas que son objeto de la simula-
ción. La prevalencia estimada de detección de simulación en un estudio con neuropsicólogos de diversos países
europeos indicaba que en contextos forenses en entidades públicas es de un 20% y un 10% en la práctica privada,
pero también que dicha prevalencia en contexto clínicos, aunque menor, es relevante, 10% en entidades públicas
y un 3% en práctica privada (Merten, Dandachi-FitzGerald, Hall, Schmand, Santamaría y González Ordi, 2013).
3. Los criterios de sospecha referidos a discrepancia acusada entre el estrés o la alteración explicados por la persona y
los datos objetivos de la exploración médica y falta de cooperación durante la valoración diagnóstica e incumpli-
miento del régimen de tratamiento prescrito implican un alto grado de subjetividad por parte del profesional de la
salud que debe valorar la existencia o no de simulación, y el DSM no ofrece pautas o herramientas precisas para
objetivar esta evidencia.
4. En este mismo sentido, la atribución de “intencionalidad” de una conducta implica un alto grado de inferencia por
parte del profesional de la salud que debe valorar dicho aspecto, y existen pocas situaciones y procedimientos que
nos permitan objetivarla con certeza (v.g. observación conductual del paciente en ambientes naturales versus ob-
servación conductual del paciente durante la evaluación). Como insisten Berry y Nelson (2010), puede resultar más
fructífero centrarse en la obtención de la evidencia empírica de la inconsistencia entre la discapacidad argumenta-
da por el paciente y las pruebas objetivables de dicha discapacidad, especialmente si existen incentivos externos
significativos.
5. El criterio de sospecha referido a la presencia de trastorno de personalidad antisocial como indicador potencial o
incluso predictor de simulación, no ha recibido suficiente apoyo empírico hasta el momento (Kucharski, Duncan,
Egan y Falkenbach, 2006; Lilienfeld y Fowler, 2006; Vitacco, 2008; Young, Jacobson, Einzig y Gudjonsson, 2016).
6. La combinación criterios de sospecha propuestos por el DSM presentan escasa validez predictiva. En un estudio ya
clásico, Rogers (1990) utilizando un diseño de doble ciego, pidió a dos investigadores experimentados que clasifi-
caran 137 casos forenses archivados (113 pacientes honestos y 24 simuladores probables) utilizando los criterios
DSM y considerando “simulación” ante la presencia de dos o más de cualquiera de las cuatro combinaciones antes
mencionadas. Los resultados fueron decepcionantes al obtener una tasa de verdaderos positivos (éxito) que osciló
entre un 13,6% y un 20,1% y una tasa de falsos positivos (errores) de entre un 79,9% y un 86,4%. En otras pala-
bras, el empleo exclusivo de los criterios DSM conllevó imprecisiones en la identificación de simuladores potencia-
les en cuatro de cada cinco veces.
Este estado de cosas ha llevado en las últimas décadas a ir abandonando progresivamente los criterios unidimensionales
(categoriales) DSM a favor de criterios multidimensionales y multifacéticos más sofisticados, que posteriormente aborda-
remos. En este sentido, y de acuerdo con Berry y Nelson (2010), el DSM-5 renuncia a la actualización de los criterios pa-
ra la determinación de la simulación, ignorando más de 30 años de desarrollo teórico y empírico en este campo.
Igualmente, la CIE-10 (OMS, 1992) ya había señalado que la simulación, entendida como la producción intencional
o el fingimiento de síntomas o incapacidades somáticas o psicológicas motivadas por incentivos o estrés externos, de-
bía ser codificada de acuerdo con los epígrafes Z76.5, enfermos fingidos (simuladores conscientes), dentro del aparta-
do de “personas que entran en contacto con los servicios de salud en otras circunstancias” (Z76), incluido en el
capítulo XXI: factores que influyen en el estado de salud y el contacto con los servicios de salud (código Z), y no en el
capítulo V: trastornos mentales y del comportamiento (código F). Hasta el momento de la finalización de este manus-
crito, no tenemos noticias de que se vayan a producir cambios notables en la caracterización de la simulación en la
nueva edición de la CIE-11, prevista para mediados de 2018.
En definitiva, la simulación no aparece codificada como trastorno mental en los grandes sistemas clasificatorios al
uso (DSM y CIE), por lo que los profesionales de la salud deberían evitar referirse al diagnóstico de la simulación co-
mo un trastorno mental o del comportamiento, sino más bien a la detección (evaluación) de un estilo de conducta
fraudulento centrado en el engaño sobre la enfermedad y la discapacidad (González Ordi, Santamaría Fernández y
Capilla Ramírez, 2012a; González Ordi, 2017; Rogers 2008a; Rogers y Bender, 2018).

CONCEPTUALIZACIÓN MULTIDIMENSIONAL DE LA SIMULACIÓN


Como respuesta a las limitaciones de los criterios unidimensionales, valorativos y subjetivistas del DSM y la CIE en
la evaluación de la simulación, se han propuesto modelos alternativos que enfatizan específicamente el examen deta-
llado de los datos de las pruebas y la concurrencia de la información antecedente disponible (Slick, Sherman y Iver-

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son, 1999; Bianchini, Greve y Glynn, 2005). La simulación es un fenómeno multideterminado y multidimensional por
lo que requiere de más que una estrategia unidimensional para su detección (González Ordi y Gancedo Rojí, 1999;
Hutchinson, 2001; Capilla Ramírez y González Ordi, 2009).
La determinación de la simulación exige una evaluación compleja multifacética centrada en la selección de ámbito
de la simulación (clínico, medicolegal o forense), la administración de medidas empíricamente validadas que evalúen
sistemáticamente estrategias de detección y la investigación cuidadosa de las motivaciones subyacentes a la simula-
ción (Gillard y Rogers, 2010).
Un principio fundamental en la detección de simulación es que cuantas más inconsistencias presente un paciente a
lo largo de la realización de diferentes pruebas relativamente independientes y en diferentes dimensiones, más plausi-
ble resultará pensar que su rendimiento refleja un esfuerzo deliberado por dar una imagen falsa de sus capacidades o
sintomatología (Bianchini, Greve y Glynn, 2005). De ahí que la convergencia de datos provenientes de diferentes
fuentes de información sea crucial para asegurar el diagnóstico de simulación.
La detección y diagnóstico de la simulación se fundamenta en la idea central de la convergencia de los datos que
provienen de distintas fuentes de información: entrevista, historia clínica, pruebas médicas, pruebas neuropsicológi-
cas, pruebas psicológicas, evaluación conductual, etc. La mejor práctica clínica implica el uso de criterios diagnósti-
cos múltiples en oposición a la utilización de un único test (Slick, Sherman y Iverson, 1999), así como la utilización
de enfoques evaluativos que incluyan la combinación de tests especializados e indicadores de validez (Iverson, 2003)
y la integración de diversas fuentes de información (Berry y Nelson, 2010; Capilla Ramírez y González Ordi, 2009;
Kane, 2010).
Los dos sistemas operativos para el diagnóstico multidimensional de la simulación más ampliamente utilizados tanto
en la investigación como en la práctica clínica, con el fin de evaluar trastornos psicológicos, neuropsicológicos, y en-
fermedades médicas en distintos contextos, son los desarrollados por Slick, Sherman y Iverson (1999) y Bianchini,
Greve y Glynn (2005).
Ambas propuestas se basan en la evidencia empírica de la información convergente obtenida a través de distintas
fuentes de información para determinar distintos grados de precisión en la clasificación de los sujetos evaluados: si-
mulación definitiva, simulación probable y simulación posible.
Ambas propuestas coinciden en tres aspectos fundamentales para considerar simulación: (1) presencia de incentivos
externos significativos; (2) los criterios mencionados no se explican mejor por factores psicopatológicos, neurológicos
o evolutivos (diagnóstico diferencial); y (3) frente a una concepción categorial del fenómeno (presencia-ausencia), am-
bos sistemas presentan centran la conducta de simulación dimensionalmente, en términos de probabilidad de ocu-
rrencia (simulación definitiva, posible o probable, en función de la evidencia empírica disponible).
Sin embargo, difieren en las fuentes de información a considerar para el diagnóstico de simulación; mientras que la
propuesta de Slick et al. (1999) está más orientada a la evaluación de la simulación del deficit neurocognitivo (Vilar-
López, 2009) y tiene en cuenta la evidencia proce-
dente de la evaluación neuropsicológica y de la FIGURA 1
DETERMINACIÓN MULTIDIMENSIONAL DE LA SITUACIÓN
evaluación mediante autoinforme; la propuesta de
Bianchini et al. (2005), está más orientada a la de-
tección de la simulación del dolor crónico (Gonzá-
lez Ordi, Capilla Ramírez y Matalobos Veiga, 2008;
Capilla Ramírez y González Ordi, 2009), incluyen-
do las anteriores y añadiendo la información proce-
dente de la evaluación física/médica (Figura 1).
Los criterios diagnósticos multidimensionales pro-
puestos por Slick, Sherman y Iverson (1999) para la
detección del engaño en síntomas neurocognitivos
son los siguientes:
Criterio A. Presencia de incentivos externos sus-
tanciales en el momento de la evaluación (estatus
de litigancia, pensión por incapacidad, acusación
criminal, etc).

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Criterio B. Evidencia de exageración o fabricación del deterioro neurocognitivo en pruebas de evaluación neuropsi-
cológica, demostrada por al menos uno de los subcriterios siguientes: (1) sesgo de respuesta negativo definitivo: ejecu-
ción por debajo del azar (p<.05) en una o más medidas de función cognitiva de elección forzosa; (2) sesgo de
respuesta probable: las respuestas en uno o más test o indicadores psicométricos empíricamente bien validados, dise-
ñados para evaluar exageración o fabricación de déficits cognitivos, es consistente con el engaño; (3) discrepancia en-
tre los datos de los tests y los patrones de funcionamiento cerebral; (4) discrepancia entre los datos de uno o más tests
neuropsicológicos que evalúan un mismo dominio y la conducta observada; (5) discrepancia entre los tests neuropsi-
cológicos de un dominio y los informes colaterales fiables; y (6) discrepancia entre los tests neuropsicológicos y la his-
toria clínica documentada.
Criterio C. Evidencia procedente del autoinforme. Los siguientes criterios son indicadores de posible simulación de
déficits cognitivos, aunque no son suficientes para establecer el diagnóstico. Sin embargo, la presencia de uno o más
de estos criterios aporta evidencia adicional para apoyar el diagnóstico de simulación. Dichos criterios implican in-
consistencias y discrepancias significativas en los síntomas autoinformados por el paciente que sugieren un intento
deliberado por exagerar o fabricar déficits cognitivos: (1) la historia referida por el paciente es discrepante con la his-
toria documentada; (2) Los síntomas referidos son discrepantes con los patrones conocidos de funcionamiento cere-
bral; (3) los síntomas referidos son discrepantes con la observación conductual; (4) los síntomas referidos son
discrepantes con la información obtenida de informadores colaterales y (5) evidencia de exageración o fabricación de
alteraciones (disfunción) psicológicas a través de índices o escalas de autoinforme empíricamente validadas que eva-
lúan ajuste psicológico (v.g. MMPI-2).
Criterio D. Los criterios mencionados no se explican mejor por factores psicopatológicos, neurológicos o evolutivos.
Slick et al. (1999) clasifican la simulación de la disfunción neurocognitiva en función de los siguientes niveles de
certeza diagnóstica: (1) simulación definitiva: presencia de criterio A + B1 + D; simulación probable: confirmación de
los criterios A + dos o más criterios entre B2 y B6, o bien, un criterio entre B2 y B6 y uno o más criterios entre C1 y
C5 + criterio D; y simulación posible: confirmación de criterio A + uno o más criterios entre C1 y C5 + criterio D; o
bien, puede ocurrir que se confirmen los criterios de simulación definitiva o probable pero no se pueda determinar el
criterio D, en cuyo caso, deberán explorarse hipótesis alternativas a la simulación.
Los criterios diagnósticos multidimensionales propuestos Bianchini, Greve y Glynn (2005) para la detección del en-
gaño de síntomas somáticos o físicos se detallan de la siguiente manera:
Criterio A. Evidencia de incentivos externos significativos contingentes con un patrón de exageración o fabricación
de síntomas (estatus de litigancia, pensión por discapacidad, indemnizaciones por parte de aseguradoras, prolonga-
ción de bajas laborales, obtención de más medicación psicoactiva, etc).
Criterio B. Evidencia procedente de la evaluación física. Evidencia de que las habilidades, capacidades y/o limitacio-
nes demostradas a lo largo de una evaluación física formal son consistentes con la exageración de las quejas y sínto-
mas somáticos y la disminución exagerada de la capacidad física. Este aspecto puede operativizarse mediante la
detección de: (1) sesgos en el rendimiento físico: realización de pruebas de rendimiento que evidencian la existencia
de una disminución de la capacidad física que no resulta concordante con la patología diagnosticada; (2) discrepan-
cia entre la valoración subjetiva de dolor (v.g. EVA) y la reactividad psicofisiológica concomitante; (3) los síntomas o
las quejas informadas por el paciente son sustancialmente divergentes con la evidencia patofisiológica existente; y (4)
discrepancia entre la actividad física mostrada por el paciente durante la evaluación formal con la actividad física de-
mostrada cuando el individuo no sabe que está siendo evaluado.
Criterio C. Evidencia procedente de la evaluación neuropsicológica. Evidencia de que los déficits neurocognitivos
(v.g. capacidad de concentración, percepción, memoria, etc) demostrados a lo largo de una evaluación formal son
consistentes con la exageración o el falseamiento de la discapacidad cognitiva. Este criterio se operativiza en: (1) ren-
dimiento por debajo del azar en pruebas de elección forzada que evalúan funciones cognitivas o perceptivas; (2) ren-
dimiento consistente con la exageración de la discapacidad en pruebas que evalúan funcionamiento cognitivo o
perceptivo; (3) discrepancias entre los resultados de las pruebas neuropsicológicas y el conocimiento existente del
funcionamiento cerebral; (4) discrepancias entre los resultados de las pruebas neuropsicológicas y la conducta obser-
vable y objetivable del paciente.
Criterio D. Evidencia procedente de la evaluación mediante autoinforme. Evidencia que los síntomas, quejas y limi-
taciones autoinformadas por el paciente son consistentes con un patrón de exageración de síntomas y discapacidad a
nivel físico, cognitivo y/o emocional. Este criterio puede operativizarse a través de: (1) la discrepancia de la conducta

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del paciente cuando es formalmente evaluado versus cuando no sabe que está siendo evaluado, (2) las quejas autoin-
formadas no son consistentes con la evolución de la historia clínica del paciente; (3) los síntomas autoinformados por
el paciente son discrepantes con los patrones conocidos de funcionamiento fisiológico y neurológico del dolor y la
discapacidad referida a la patología en cuestión; (4) los síntomas autoinformados por el paciente son discrepantes con
la conducta observable y objetivable; (5) presentación de un patrón de exageración de síntomas en pruebas de perso-
nalidad de amplio espectro y pruebas de screening de simulación de síntomas.
Criterio E. Los criterios mencionados no se explican mejor por factores psicopatológicos, neurológicos o evolutivos.
En función de la evidencia obtenida, podemos proceder a clasificar la simulación de la discapacidad relacionada
con el dolor en función de los siguientes niveles de certeza diagnóstica: (1) simulación definitiva: confirmación de la
mayoría de los criterios y subcriterios A, B, C, D y E; simulación probable: confirmación criterios A y E + dos o más
subcriterios de B, C y/o D; y simulación posible: confirmación de criterio A + un subcriterio de B, C y/o D. No es ne-
cesario confirmación de E.
Aunque ambos sistemas diagnósticos son perfectamente compatibles y pueden utilizarse combinadamente para refi-
nar el diagnóstico de simulación (Greve, Ord, Bianchini y Curtis, 2009), a nuestro juicio, los criterios de Slick, Sher-
man y Iverson (1999) infraestiman la incidencia de simulación al estar sesgados hacia la evaluación de la simulación
de los déficits neurocognitivos (objetivo original de dichos criterios), mientras que los criterios de Bianchini et al.
(2005) permiten abordar tanto la simulación en disfunción neurocognitiva como la simulación psicológica y física,
particularmente en el dolor crónico, que como veremos posteriormente, presenta una alta incidencia de simulación.
De hecho, si la simulación de patología no presentara exageración de síntomas centrados en déficits neurocognitivos,
los criterios de Slick et al. (1999) no podrían aplicarse, mientras que sí podrían utilizarse los de Bianchini y colabora-
dores (Greve et al., 2009). Al mismo tiempo, estos últimos criterios podrían también emplearse en casos centrados en
exageración del deterioro neurocognitivo, ya que permiten tener en cuenta la evaluación procedente de las pruebas
neuropsicológicas.
En definitiva, los criterios propuestos por Slick, Sherman y Iverson en 1999 supusieron el cambio significativo, un gi-
ro copernicano, en la forma de concebir la detección de la simulación: desde la perspectiva unidimensional del DSM
o la CIE hacia la evaluación más multidimensional y la convergencia de los datos empíricos. De hecho, dichos crite-
rios se han ido consolidando con el tiempo en el campo de la neuropsicología forense y la detección de la simulación
de los déficits neurocognitivos (Morgan y Sweet, 2009). Sin embargo, tras una década de investigación, la evidencia
empírica exige que la evaluación multidimensional aborde cada vez más facetas de la conducta de exageración de
síntomas y más precisión predictiva a la hora de evaluar patologías simuladas en diversos contextos, no sólo los rela-
cionados con el daño cerebral. En este sentido, los criterios de Bianchini, Greve y Glynn (2005) representan a nuestro
juicio la evolución natural de un campo que va implementando gradualmente su capacidad de precisión de la detec-
ción de la simulación.

INCIDENCIA DE LA SIMULACIÓN
Debido a que la simulación no es una condición que se admita fácilmente por los pacientes, las estrategias usuales
que se emplean para estimar la incidencia de simulación en diversos contextos suelen ser: (a) la consulta a jueces ex-
pertos, es decir, profesionales cualificados de la salud que habitualmente se encuentran con esta problemática su de-
sempeño profesional, utilizando encuestas estructuradas y (b) la revisión de historias clínicas archivadas de individuos
a los que se ha evaluado su competencia para ser juzgados.
Diversos estudios han tratado de determinar la incidencia de la simulación, aunque ciertamente resulta difícil pro-
porcionar datos precisos debido a que existe una gran variabilidad en función del campo de estudio o la patología
que se aborda en cuestión.
De acuerdo con Rogers (2008b), la literatura científica se ha centrado principalmente en el estudio de la simulación
de trastornos psicopatológicos, el deterioro neurocognitivo y el dolor y la discapacidad asociada a diversas dolencias
médicas. En este sentido, se estima que la incidencia de simulación de trastornos psicopatológicos en ámbito forense
oscila en un rango entre el 15% y el 17% (Rogers, Sewell y Goldstein, 1994; Rogers, Sewell, Morey y Ustad, 1996;
Rogers, Salekin, Sewell, Goldstein y Leonard, 1998), la simulación de trastornos neuropsicológicos, como el trastorno
craneoencefálico, oscila entre un 11% y un 40% (Martens, Donders y Millis, 2001; Larrabee, 2003a), la simulación en
lesiones corporales entre un 20% y un 30% (Less-Haley, 1997; Green, Rohling, Lees-Haley y Allen, 2001; Langelud-
decke y Lucas, 2003) y la simulación del dolor crónico y la discapacidad entre un 20% y un 50%, dependiendo de la

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patología considerada (Fisbain, Cutler, Rosomoff y Rosomoff, 1999; Leavitt y Sweet, 1986; Kay y Morris-Jones, 1998;
Greve, Ord, Bianchini y Curtis, 2009).
En el ámbito forense, Rogers, Sewell y Goldstein (1994) y Rogers, Sewell, Morey y Ustad (1996), tras consultar a más
de 500 expertos forenses estimaron la prevalencia de la simulación en un rango que oscilaba entre un 15% y un 17%
de los casos forenses estudiados. Por patologías, Rogers, Salekin, Sewell, Goldstein y Leonard (1998) pidieron a 221
profesionales expertos con amplia experiencia forense que determinaran cuáles eran los casos de simulación prototí-
picos; la mayoría de los casos, un 53,4%, se centraron en simulación de trastornos mentales y en mucha menor medi-
da en la simulación del deterioro neurocognitivo - 19,5% -, de patología física - 15,8% -, o en la combinación de los
tres anteriores - 11,2%-.
En el campo médico-legal, uno de los estudios de referencia para la obtención de tasas base de simulación es el que
realizaron Mittenberg, Patton, Canyock y Condit (2002). Encuestando a un total de 131 especialistas de la American
Board of Clinical Neuropsychology, estos autores encontraron las siguientes tasas de incidencia de simulación para
los diferentes ámbitos de actuación estudiados: (1) lesiones personales un 29%; (2) discapacidad o indemnización la-
boral un 30%; (c) casos criminales un 19%; y (d) casos procedentes de la medicina general o psiquiatría un 8%.
Como puede apreciarse, el ámbito de actuación médico-legal, vinculado a la valoración de la discapacidad y a los
posibles beneficios laborales y socioeconómicos derivados de la misma, es el que registra una mayor tasa de inciden-
cia de simulación, sin contar con que muchos de los casos procedentes de otros ámbitos pueden implicar posterior-
mente bajas laborales, procesos de rehabilitación prolongados y valoración de discapacidad con implicaciones
económicas.
Por patologías, Mittenberg et al. (2002) informan de las siguientes tasas de incidencias: traumatismo craneoencefáli-
co (TCE) leve un 38,5%, fibromialgia o fatiga crónica un 34,7%, dolor o trastornos somatoformes alrededor de un
31,4%, trastornos neurotóxicos un 26,5%, lesión por accidente con electricidad un 21,9%, trastornos por depresión
un 14,9%, trastornos de ansiedad 13,5%, trastornos disociativos un 10,5%, trastorno con base epiléptica un 9,3%,
TCE moderado o severo un 8,8% y demencia vascular un 2,4%.
Como puede observarse, los trastornos asociados al dolor crónico (fibromialgia, fatiga crónica, dolor o trastornos so-
matoformes) se encuentran a la cabeza de los índices de incidencia y representan en total más de la mitad de la inci-
dencia de simulación por patologías, entorno al 66%; sin contar con que, a menudo, los TCE cursan también con
cervicalgia y omalgia. De hecho, otros estudios sugieren que la incidencia de simulación de dolor es significativamen-
te alta, estimándose los rangos de prevalencia entre un 25% y un 30% tanto para fibromialgia (Gervais, Russell, Green
et al., 2001) como para dolor crónico en general (Gervais, Green, Allen et al., 2001). Hamilton y Feldman (2001) in-
cluyen además la cervicalgia y el esguince cervical entre las patologías dolorosas más simuladas y, de hecho, Sch-
mand, Lindeboom, Schagen, Heijt, Koene y Hamburger (1998) informa de prevalencias de simulación en esguince
cervical de hasta un 61%.
Santamaría Fernández, Capilla Ramírez y González Ordi (2013) realizaron una encuesta similar a la de Mittenberg
et al. (2002) con una muestra incidental de 161 médicos (56% mujeres) procedentes de 26 provincias distintas, con
edades comprendidas entre los 30 y los 59 años (M = 43.6, DT = 6.5) y con un promedio de 17 años de ejercicio pro-
fesional (DT = 6.3). De los 161 médicos participantes, 100 lo eran de mutuas, que en la actualidad llevan a cabo la
valoración tanto las solicitudes de incapacidad de patología de contingencia común como de accidente de trabajo y
enfermedad profesional, 46 pertenecían a los Equipos de Valoración de Incapacidades (EVI) del Instituto Nacional de
la Seguridad Social (INSS), 5 eran médicos forenses del Juzgado de lo Social y 10 médicos de Atención Primaria del
Sistema Público de Salud.
Mediante un breve cuestionario se les pidió que indicaran qué patologías eran más simuladas, cuál creían que era el
porcentaje de simulación en las mismas, cuál era el perfil sociodemográfico (edad, nivel de ingresos, profesión, etc.) y
qué datos consideraban indicativos de sospecha.
En relación con las patologías con mayor tasa de simulación, los resultados muestran una mayor percepción de si-
mulación de las patologías más asociadas a dolor crónico y trastornos emocionales: esguince cervical, fibromialgia,
cervicalgia crónica, lumbalgia crónica, depresión y ansiedad, todas ellas con porcentajes estimados de simulación
cercanos o superiores al 50%.
Estos valores se encuentran en el rango superior presente en la literatura científica, que habitualmente oscila entre el
20% y el 50% (Fishbain et al., 1999; Gervais et al., 2001; Greve et al., 2009; Kay y Morris-Jones, 1998; Leavitt y Swe-
et, 1986; Mittenberg et al., 2002; van der Werf, Prins, Jongen, van der Meer y Bleijenberg, 2000), si bien concuerdan

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con diversos estudios que obtienen tasas comprendidas entre el 40 y el 60% (Chafetz, 2008; Merten, Friedel y Ste-
vens, 2006; Miller, Boyd, Cohn, Wilson y McFarland, 2006; Plohmann, 2013; Schmand et al., 1998; Stevens et al.,
2008), particularmente en trabajos que evalúan la prevalencia de simulación en personas solicitantes de discapacidad
en sistemas públicos de salud.
Las patologías más simuladas parecen caracterizarse por su carácter crónico y perdurable en el tiempo, algo relevan-
te desde el punto de visto del simulador, su marcada subjetividad, con una limitada evidencia objetiva de las patolo-
gías, y su mayor prevalencia clínica, lo que hace que sea probable que tengan experiencia de las mismas, de sus
síntomas y curso (por su propia experiencia o la de familiares o amigos cercanos).
El perfil sociodemográfico prototípico era el de personas de mediana edad (46-55 años), con trabajos poco estimu-
lantes y bajos o moderados ingresos, que comienzan sufriendo originalmente algún tipo de lesión o trastorno y deci-
den prolongarlo en el tiempo para mantener los beneficios obtenidos.
De hecho, los principales datos de sospecha clínica que suelen tener en cuenta los profesionales son:
4 Ausencia de datos o evidencia médicamente objetivable.
4 Dramatización o magnificación de síntomas.
4 Presencia de beneficios colaterales a la baja laboral.
4 Ausencia de respuesta al tratamiento.
4 Situación laboral conflictiva o poco motivante.
4 Ausencia de colaboración o adherencia al tratamiento.
4 Descripción de síntomas y mecanismos de producción inconsistentes.
En definitiva, del estudio de Santamaría, Capilla Ramírez y González Ordi (2013) parece deducirse que:
4 Simulan más aquellos sujetos con peores condiciones económicas y laborales (menor nivel de ingresos, profesiones
de menor cualificación y menos vocacionales o satisfactorias, mediana edad), más motivados a considerar alternati-
vas al trabajo para conseguir ingresos o unas mejores condiciones personales.
4 Simulan aquellas patologías más prevalentes en la población y que, por tanto, es más probable que hayan experi-
mentado y que estén dentro de su universo de repertorio conductual, aquellas de carácter más crónico y más difíci-
les de objetivar mediante pruebas médicas: esguince cervical, fibromialgia, lumbalgia crónica, cervicalgia crónica,
ansiedad y depresión.
4 Simulan como una posible alternativa para obtener beneficios externos a partir de una patología real que o bien
mantienen en el tiempo artificialmente o exageran (simulación parcial, perpetuación de los síntomas y con benefi-
cios externos).
En general, los datos indican que en el contexto médico-legal los patrones de simulación están más relacionados
con la exageración de síntomas, como el dolor, y la discapacidad relacionada con trastornos y enfermedades físicas
con la posibilidad de obtener incentivos económicos; mientras que, la simulación de sintomatología psicopatológica
sería más prevalente en contextos forense o criminales, con el fin de reducir o evitar el pago de indemnizaciones,
condenas y encarcelamientos (McDermott y Feldman, 2007).

PROTOCOLOS DE EVALUACIÓN DE LA SIMULACIÓN


El empleo de protocolos sistemáticos de evaluación de la simulación puede resultar muy útil para compensar tanto
los efectos del sesgo de veracidad (“los pacientes son honestos por definición”) como del sesgo de falsedad (“los pa-
cientes mienten”). En otras palabras, en aquellos contextos donde la determinación de la simulación resulte relevante,
la inclusión de protocolos de evaluación debería ayudar tanto a facilitar la detección del paciente simulador como a
asegurar la determinación de que el paciente honesto realmente lo es y no es tratado como un falso positivo. Tanto la
confirmación (presencia) como refutación (ausencia) de la existencia de conductas fraudulentas de exageración de
síntomas y discapacidad son objetivos igualmente importantes a la hora de implementar un protocolo de evaluación.
A nuestro juicio cualquier protocolo de evaluación de la simulación debería pivotar entorno a cuatro ejes principales:
4 Determinación de la existencia de incentivo externo o de la producción intencional de los síntomas.
4 Presencia de inconsistencias clínicamente relevantes entre las quejas sintomatológicas y la discapacidad subsecuen-
te atribuidas por el paciente, frente a la evidencia física, psicológica y psicosocial objetivamente contrastable.
4 La detección de la existencia o no de simulación se facilitaría mediante la evaluación multimétodo-multisistema,
utilizando diversas estrategias, instrumentos y procedimientos de evaluación, a nivel físico (médico), psicológico,
neuropsicológico y psicosocial, y con un carácter eminentemente multidisciplinar.

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4 No existen hasta el momento pruebas diagnósticas de simulación per se. La determinación de la existencia o no de
simulación se fundamenta en la convergencia de datos de diferentes fuentes, profesionales y pruebas psicológicas,
neuropsicológicas, médicas, etc.

INCENTIVO EXTERNO
Si algo tiene en común todos los criterios diagnósticos existentes, tanto unidimensionales como multidimensio-
nales, es que para considerar el diagnóstico de simulación es necesario la presencia de incentivos externos signi-
ficativos. Uno de los incentivos externos más ampliamente estudiados son los relacionados con incentivos
económicos como la obtención de indemnizaciones y compensaciones económicas, mantenimiento de bajas la-
borales y, general, la obtención de un beneficio a través del litigio. Esto no es extraño, ya que la evidencia empí-
rica apunta a que los pacientes que reciben compensaciones por su enfermedad o se encuentran en litigios,
presentan un empeoramiento a largo plazo. Es más, existe un relación temporal consistente y significativa entre
compensación económica y demora en la recuperación de una lesión física (Cameron y Gabbe, 2009). Rohling,
Binder y Langhinrichsen-Rohling (1995), en una revisión meta-analítica de los estudios empíricos existentes, de-
mostraron que la presencia y magnitud de la compensación económica estaba relacionada significativamente con
el incremento en la severidad del dolor autoinformada por los pacientes y con el empeoramiento de la eficacia
terapéutica de los tratamientos empleados. Más aún, diversos estudios reflejan que los pacientes litigantes presen-
tan mayor tendencia a exagerar sus síntomas que los pacientes no litigantes (Granacher y Berry, 2008; Iverson y
McCraken, 1997; Iverson, King, Scott y Adams, 2001; Larrabbe, 2003b; Rogers y Payne, 2006). No obstante, que
un paciente se vea inmerso en litigios o esté a la espera de compensaciones económicas no implica necesaria-
mente que simule. Aunque parece haber evidencia suficiente para pensar que el estatus de litigancia per se pro-
duce efectos iatrogénicos en la recuperación de la enfermedad, los estudios recientes con diseños de grupos
conocidos, comparando las condiciones de pacientes sin incentivos económicos, pacientes con incentivos econó-
micos, simuladores comprobados mediante criterios diagnósticos multidimensionales y simuladores análogos, re-
flejan que los simuladores comprobados presentan significativa y consistentemente mayores puntuaciones en
escalas de exageración de síntomas y discapacidad que los pacientes con incentivos económicos pero que no
presentan criterios compatibles con simulación, aunque ciertamente los pacientes con incentivos económicos
puntúan también más alto que aquellos que no los tienen (Aguerrevere, Greve, Bianchini y Meyers, 2008; Bian-
chini, Etherton, Greve, Heinly, Meyers, 2008; Greve, Bianchini, Black, Heinly, Love, Swift y Ciota, 2006).
El estatus de litigancia no es necesariamente asimilable al estatus de simulación; o de otro modo, la existencia de in-
centivos o compensaciones económicas pueden resultar un factor potencial para la simulación pero no el único.
Sin pretender ser exhaustivos, en la tabla 1 proponemos algunos objetivos (beneficios) que pueden motivar a los pa-
cientes a simular.

TABLA 1 INCONSISTENCIAS
OBJETIVOS DE LA SIMULACIÓN Identificar y determinar la existencia o no de si-
(González Ordi, Santamaría Fernández y Capilla Ramírez, 2012b) mulación es el punto final de un largo proceso de
Contexto Objetivos de la simulación evaluación y diagnóstico que se inicia con la “sos-
Médico legal Mantenimiento de bajas laborales.
pecha clínica” por parte de los profesionales de la
Obtención de pensiones por discapacidad. salud implicados en el tratamiento y rehabilitación
Cobro de indemnizaciones y seguros.
del paciente. En buena medida, las sospechas clíni-
Forense Evitación de condenas más severas. cas de simulación están fundamentadas en las dis-
Obtención de beneficios penitenciarios.
Derivación al sistema sanitario.
crepancias e inconsistencias entre el diagnóstico
Obtención de la custodia de menores. previo y la evolución del paciente, en comparación
Obtención de beneficios económicos y materiales
con la evolución habitual de los pacientes en rela-
mediante falsas acusaciones de maltrato y violencia.
ción a la patología diagnosticada. Así mismo, la
Clínico Mantenimiento del rol de enfermo. sospecha clínica de simulación se establece de for-
Evitación de deberes y obligaciones.
Refuerzo y apoyo social. ma contextual, atendiendo otros aspectos de carác-
Obtención de informes médicos y/o psicológicos en donde se ter motivacional, sintomatológico, personal y
presente un mayor deterioro físico y/o mental.
Obtención de más medicación. conductual.

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Samuel y Mittenberg (2006) destacan aquellos aspectos que contribuyen a la sospecha de presencia de simulación
en el contexto médico-legal:
1. Motivación y circunstancias: incentivos económicos, solución a problemas socioeconómicos, conducta antisocial,
insatisfacción profesional, conflictos laborales, situación cercana a la jubilación e historia previa de engaño, simu-
lación o actos deshonestos.
2. Sintomatología: presencia de síntomas atípicos o inusuales, exageración de la sintomatología, resultados en los tests
psicológicos y sintomatología incongruente con el curso normal de la enfermedad.
3. Presentación ante la entrevista: falta de cooperación con el evaluador y con la divulgación de la información y dis-
crepancias entre los datos de la entrevista y la historia clínica o la documentación preexistente.
4. Actividad/conducta fuera de la entrevista: actividad laboral durante el período de reclamación, realización de acti-
vidades lúdicas, no relacionadas con el trabajo, buen funcionamiento excepto en aquello relacionado con el de-
sempeño de la actividad laboral, falta de compromiso con el tratamiento y estar bajo vigilancia.

EVALUACIÓN MULTIMÉTODO-MULTISISTEMA-MULTIDISCIPLINAR
El objetivo principal de la evaluación de la simulación es obtener la mayor cantidad de evidencia empírica disponi-
ble de la inconsistencia y discrepancia entre la discapacidad argumentada por el paciente y las pruebas objetivables
de dicha discapacidad, especialmente si existen incentivos externos significativos (Berry y Nelson, 2010).
Se entiende comúnmente que la conducta humana se expresa mediante tres modalidades distintas o sistemas (Fer-
nández-Ballesteros, 2011): conducta cognitiva (supone todo aquello que el sujeto piensa, siente o experimenta), con-
ducta psicofisiológica (que tiene que ver con las distintas actividades de distintos sistemas orgánicos) y conducta
motora (toda aquella manifestación externa que implica actividades eferenciales externamente observables).
De manera similar, la conducta o el comportamiento del simulador puede evaluarse siguiendo estos parámetros. Pa-
ra cada una de las modalidades o sistemas, existen métodos empíricamente validados que permiten obtener informa-
ción precisa y detallada de los aspectos cognitivo-subjetivo, somático-fisiológico y motor-conductual (entrevista,
autoinformes, pruebas neuropsicológicas, técnicas objetivas de instrumentación, técnicas de observación, etc) y, en
buena medida, la implementación de dichos métodos y técnicas exige la participación de distintos profesionales de la
salud especializados (psicólogos, médicos, fisioterapeutas, etc).
Es por ello que la evaluación de la conducta de simulación debe realizarse siguiendo una aproximación multiméto-
do-multisistema-multidisciplinar, incluyendo los siguientes modelos de evaluación (ver figura 2).

Evaluación Médica (física)


En la mayoría de los casos de simulación, especialmente en el contexto médicolegal, es el profesional médico que
realiza el seguimiento del paciente simulador el
que primero advierte las inconsistencias y discre- FIGURA 2
pancias entre las quejas autoinformadas y la evi- PROTOCOLO DE EVALUACIÓN DE LA SIMULACIÓN
(Capilla Ramírez y González Ordi, 2009)
dencia fisiopatológica subyacente. Además, la falta
de convergencia entre la sintomatología referida y
los signos clínicos dificulta el diagnóstico de certe-
za, siendo necesario en la práctica clínica diaria re-
alizar pruebas complementarias con el fin de
realizar un correcto diagnóstico diferencial con en-
tidades nosológicas poco frecuentes antes de plan-
tearse la existencia de exageración de síntomas o
simulación. Existen una gran diversidad de méto-
dos, técnicas y procedimientos complementarios
que ayudan al profesional a refinar su diagnóstico
inicial realizado durante la exploración médica, in-
cluyendo: analíticas, pruebas de imagen (Rx, EEG,
TAC y Resonancia Magnética), pruebas de función
(Resonancia Magnética Funcional, EMG y poten-
ciales evocados) y pruebas biomecánicas (posturo-

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grafía dinámica, inclinometría, electrogoniometría, dinamometría isocinética, plataformas de fuerza, presión plantar y
cinemática. Una descripción detallada de dichas pruebas y su aplicación en la detección de la simulación puede ver-
se en García de las Heras (2012) y Forriol Campos (2012).
La historia clínica, la exploración médica y las pruebas complementarias ayudarán coadyuvantemente a:
1. Obtener evidencia fisiopatológica que explique adecuadamente las quejas autoinformadas del paciente, por lo que
puede existir exageración de síntomas pero no necesariamente simulación.
2. Determinar la ausencia de base médica para las quejas del paciente.
3. Recabar pruebas de inconsistencia entre los mecanismos de producción de la lesión y las quejas autoinformadas
del paciente.

Evaluación mediante autoinforme


Considerando que la evaluación mediante autoinforme incluye los datos obtenidos a través de entrevista, cuestiona-
rios, escalas e inventarios, el profesional de la salud especializado (psicólogos expertos en evaluación de simulación),
las técnicas y procedimientos que hasta el momento presentan mayor fiabilidad y validez en la detección de la simu-
lación son:
4 Entrevista: probablemente la Structured Interview of Reported Symptoms – SIRS-2 (Rogers, Sewell y Gilliard, 2010)
sea el formato de entrevista estructurada que mayor validación empírica internacional ha recibido hasta el momen-
to para la detección de simulación de síntomas, aunque actualmente no existe adaptación al castellano adecuada-
mente validada.
4 Autoinformes multiescalares: entre los instrumentos multiescalares de evaluación objetiva de la personalidad adap-
tados al castellano, que presentan índices de validez que han demostrado ser útiles en la detección de la simula-
ción, destacamos el Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota 2 - MMPI-2, el Inventario Multifásico de
Personalidad de Minnesota 2 Reestructurado - MMPI-2-RF y el Inventario de Evaluación de la Persolidad - PAI, que
se verán en detalle posteriormente. En su mayoría, estos instrumentos pretenden detectar con mayor o menor preci-
sión patrones de “mala imagen” o estilos de respuesta sobredimensionados, o bien patrones sintomatológicos infre-
cuentes o excepcionales, improbables y bizarros; en otras palabras, detectar la tendencia del sujeto a crear la
impresión deliberada de sufrir alguna alteración o deterioro mediante la exageración o fabricación de síntomas y
problemas, maximizando las características negativas de sí mismo (Baer, Rinaldo y Berry, 2003).
4 Pruebas de screening: aunque existen internacionalmente diversos instrumentos de screening de exageración de sín-
tomas (ver Smith, 2008), el único disponible adaptado al castellano hasta el momento es el Inventario Estructurado
de Simulación de Síntomas – SIMS. Más adelante se presentará descripción más detallada de este instrumento. El
SIMS puede servir como prueba de cribaje o despistaje inicial de bajo coste y tiempo de administración y, si resulta
positiva, indicar la necesidad de realizar de una evaluación más pormenorizada de la conducta de engaño; o bien,
puede actuar como una medida concurrente adicional a otras pruebas de autoinforme, neuropsicológicas, psicofi-
siológicas u observacionales.
En general, los simuladores parecen responder a la entrevista psicológica ad hoc informando de una alta proporción
de síntomas inusuales, extraños o bizarros frente a los no simuladores, afirmar presentar combinaciones entre sínto-
mas improbables o absurdas, presentan síntomas de los que rara vez informarían los pacientes genuinos, los síntomas
suelen ser extraordinariamente intensos, frecuentes y duraderos, presentan una gran cantidad de síntomas de forma in-
discriminada. Tienden igualmente a presentar más síntomas obvios que la población clínica honesta y en ocasiones
siguen los estereotipos patológicos más disponibles en internet y otras fuentes generales de acceso a la información
(Rogers, Sewell y Gilliard, 2010).
Por otro lado, empleo de los autoinformes y las pruebas de screening está dirigido a la detección del engaño en sen-
tido estricto, ya que la determinación o diagnóstico de la simulación es preceptivo del profesional de la salud, una
vez que tiene todas las fuentes de información posible en su mano, especialmente aquellas referidas a la existencia o
no de recompensa externa. En este sentido, el simulador suele presentar un patrón de exageración de síntomas con el
fin de reflejar “su peor imagen posible”, mucho más deteriorada que los individuos que presentan una patología simi-
lar pero que responden honestamente, siguiendo el principio de “cuanto más, mejor” (Rogers, Gillis y Bagby, 1990),
caracterizado por:
1. Distorsiones en las escalas de validez: los pacientes simuladores presentan sistemáticamente distorsiones de res-
puesta relacionada con una mayor magnitud en la exageración de los síntomas que los pacientes honestos y los

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controles, en aquellas escalas de validez diseñadas a tal efecto; tanto en el MMPI-2, como en el MMPI-2-RF, como
en el PAI.
2. Perfiles clínicos sobredimensionados: debido a lo anterior, los simuladores suelen puntuar en las pruebas de autoin-
forme presentando un mayor deterioro psicopatológico que los pacientes honestos que manifiestan la misma pato-
logía y que los sujetos controles, tanto en los cuestionarios multiescalares de personalidad, como en pruebas de
screening como el SIMS. Los perfiles clínicos de los simuladores, aunque similares, suelen estar ostentosamente
más elevados que los perfiles de los sujetos clínicos honestos y los controles. Dicho de otro modo y siguiendo la
conocida aserción clínica, “el simulador ve menos que un ciego, oye menos que un sordo y está más lisiado que
un paralítico” (Jones y Llewellyn, 1917, pág. 80).
3. Concurrencia de resultados interpruebas: a menudo el empleo conjunto de diferentes pruebas de autoinforme, co-
mo por ejemplo el MMPI-2 y el SIMS, puede aportar datos adicionales sobre la consistencia de la exageración de
síntomas, al confirmarse la existencia de similares patrones de respuesta entre tests diferentes. Cuantas más pruebas
independientes entre sí evidencien un patrón similar de exageración de síntomas, mayor certeza tendrá el evalua-
dor a la hora de expresar sus conclusiones.
Finalmente, el objetivo de esta modalidad de evaluación es determinar la existencia de un patrón consistente de exa-
geración de síntomas, característico de la simulación o un patrón consistente de respuesta honesta, por lo que sería
más probable descartar la existencia de simulación.

Evaluación neuropsicológica
El rendimiento neurocognitivo en pruebas de evaluación neuropsicológica de los sujetos simuladores se caracteriza,
entre otros patrones de ejecución, por presentar un menor porcentaje de respuestas correctas en los ítems fáciles o
simples que en los ítems medios o difíciles (rendimiento subóptimo), por debajo del nivel esperado por azar (compro-
bación de validez de síntomas o SVT), y significativamente menor que los sujetos comprometidos honestamente con
la realización de la prueba, presentado además un nivel de deterioro más severo que los pacientes con deterioro neu-
ropsicológico genuino moderado o grave (Frederick, 2003).

Evaluación psicofisiológica
Aunque la investigación psicofisiológica vinculada a la simulación es relativamente escasa, creemos que puede re-
sultar una prometedora fuente de información de cara a la convergencia de datos que faciliten el diagnóstico de simu-
lación. Así, en casos de pacientes que presentan determinada patología muscular, fatiga, tono muscular inconsistente
asociado a cefalea, migraña, síndrome túnel carpiano, puede resultar interesante realizar una evaluación electromio-
gráfica de superficie o de inserción de aguja (García de la Heras, 2012). Igualmente, y ante la posibilidad de simula-
ción en estrés postraumático (TEPT), puede ser relevante explorar mediante conductancia electrodérmica, medidas
cardiovasculares (tasa cardiaca, presión sanguínea) o respuesta de sobresalto (parpadeo) la ausencia o presencia de re-
actividad psicofisiológica contingente con estímulos relacionados con el trauma y la respuesta de sobresalto, caracte-
rística en los casos genuinos de TEPT (González Ordi, Capilla Ramírez y Casado Morales, 2012).

Evaluación observacional
Durante la entrevista, puede resultar útil observar conductas que añada información sobre la posibilidad de que el
paciente esté actuando de forma engañosa. Resnick (2002) señala algunas de las conductas observables generales aso-
ciadas a la simulación:
4 Pacientes distantes, suspicaces, resentidos, no colaboradores, reservados y poco amistosos, suelen echar la culpa de
sus problemas a los otros.
4 Tratan de evitar las situaciones de evaluación/exploración a menos que sean necesarias para poder obtener un be-
neficio económico.
4 Tiende a rechazar más que otros pacientes oportunidades laborales.
4 Tienden a dar detalles muy específicos del accidente o lesión y sus secuelas, enfatizando los aspectos negativos y
discapacitantes de las mismas.
Adicionalmente y aunque no existen criterios patognomónicos de la mentira, puede resultar útil tener en cuenta al-
gunos indicadores no verbales que adaptados al contexto de la entrevista clínica con el paciente, pueden sugerirnos la
existencia de un relato engañoso.

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Ante la conducta de engaño (De Paulo et al., 2003; Strömwall, Granhag y Hartwig, 2004):
4 El tono de voz es más elevado
4 Se realizan menos movimientos expresivos de brazos, manos y dedos.
4 Se realizan menos movimientos de piernas y pies.
4 El mentiroso emplea menos ilustraciones o ilustra excesivamente.
4 Se realizan más pausas en el discurso.
4 Puede producirse mayor actividad neurovegetativa.
4 Desincronía en los patrones faciales de la emoción simulada versus la expresión emocional veraz.
4 Desincronía entre la emoción manifestada verbalmente por el paciente y la expresión facial asociada a esa emo-
ción.
Además de la observación conductual durante la entrevista clínica, debemos tener en cuenta algunas otras fuentes
de observación que aportan información valiosa para el diagnóstico de simulación:
4 Pruebas y observación conductual que puedan facilitar evidencia de la consistencia o inconsistencia con el meca-
nismo de producción de una lesión o de la clínica asociada al diagnóstico de una determina psicopatología. Algu-
nos ejemplos de la práctica clínica diaria pueden ser los siguientes: un paciente que le duele intensamente la
espalda y está recostado, con las piernas cruzadas en la sala de espera, sin expresión facial de dolor manifiesta; pa-
ciente que expresa dolor exageradamente y de forma indiscriminada cuando se exploran zonas corporales relacio-
nadas con el daño o lesión o no; paciente con intenso dolor en el hombro que se quita una camiseta o una
americana sin dificultad ninguna para la exploración, o bien, paciente mujer que se desabrocha el sujetador sin di-
ficultad; paciente que no puede mover la espalda pero que se agacha sin dificultad a atarse los zapatos tras explo-
rarle o a recoger algo que se ha caído “accidentalmente”; paciente que refiere depresión, con un insistente discurso
centrado en “no tengo ganas de hacer nada” y que sin embargo, presenta un aspecto cuidado (maquillaje, buen
aseo personal, peinado de peluquería, uñas correctamente pintadas, etc); paciente diagnosticado de agorafobia que
acude solo a consulta; paciente diagnosticado de cervicalgia que acude a consulta con el casco de la moto en la
mano; paciente que refiere dolor lumbar severo y se mantiene sentado, sin moverse ni realizar posturas de correc-
ción, durante un largo período de tiempo; paciente con lumbalgia o dorsalgia aguda que se sube y baja de la cami-
lla sin ayuda.
4 Observación interprofesionales. La comunicación multidisciplinar e interprofesional es muy deseable en la detec-
ción de la simulación, ya que el paciente simulador puede comportarse de “maneras diferentes” según que profe-
sional de la salud “tenga en frente”. Unos profesionales pueden inhibir las conductas engañosas más que otros; el
simulador cree erróneamente que el médico puede darse cuenta de su engaño pero no así el fisioterapeuta; si un
profesional es advertido por otro de la posibilidad de simulación, cuidará mucho más los contenidos de su discurso
de cara al simulador. De hecho, como comentábamos en el apartado de sospecha clínica, un criterio a tener en
cuenta es que, al menos, un profesional de la salud implicado en el diagnóstico y tratamiento sospeche de la posi-
bilidad de simulación.
4 Observación mediante video en contextos evaluativos y en ambientes naturales. Uno de los retos más complejos
para un presunto simulador es mantener la conducta de engaño veinticuatro horas al día. Aunque no siempre es po-
sible ni pertinente hacerlo, la documentación audiovisual y la contrastación de la conducta del simulador frente la
profesional de la salud y en ambientes naturales o no formalmente evaluativos (v.g. estancia prolongada suficiente-
mente significativa en un hospital), resultaría definitiva para el diagnóstico de simulación.
En definitiva, la observación conductual facilita la detección de Inconsistencias entre la conducta durante la evalua-
ción y la conducta en ambientes naturales (no evaluativos) y las discrepancias entre las quejas del paciente y la expre-
sión de las emociones (facial y postural) asociadas a las mismas.

La convergencia de datos
Parafraseando a DeClue (2002), “ninguna puntuación aislada o combinación de puntuaciones en un test” puede de-
terminar por sí misma la presencia de simulación” (p.724); es la exploración e investigación clínica cuidadosa, la de-
tección de inconsistencias del paciente en diversas pruebas psicológicas, neuropsicológicas y físicas, o de la
observación de su conducta en distintos ámbitos médico, psicológico, fisioterapéutico y rehabilitador y la convergen-
cia de los datos disponibles, lo que al final contribuye a la determinación de simulación.

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En cualquier caso, dicha determinación será generalmente realizada en términos de certeza diagnóstica de simula-
ción posible, simulación probable y simulación confirmada tal y como se ha planteado en el apartado de determina-
ción multidimensional de la simulación.

INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN MEDIANTE AUTOINFORME


Dentro de la evaluación multimétodo-multisistema-multidisciplinar los instrumentos de evaluación mediante autoin-
forme, acaparando una importante parte de la investigación realizada en simulación y situando su capacidad predicti-
va como una cuestión esencial a nivel científico y jurídico (Farkas, Rosenfeld, Robbins, & van Gorp, 2006).
Tal y como afirma Iverson (2010), se puede considerar que la exageración de síntomas es un aspecto central de la si-
mulación pero no es sinónimo de ésta. Esto es, la simulación requiere la existencia de exageración de síntomas, pero
puede haber exageración de síntomas sin que pueda calificarse de simulación (v.g. el rol de enfermo).
En cualquier caso, cualquier prueba o cuestionario que pretenda detectar simulación, deberá mostrar una buena ca-
pacidad predictiva y exactitud (área bajo la curva), clasificando correctamente al mayor porcentaje de clínico-simula-
dores posible (sensibilidad) y, en especial, excluyendo correctamente al mayor porcentaje de clínico-honestos posible
(especificidad), con el fin de reducir en lo posible el porcentaje de falsos positivos.
En su mayoría, estos instrumentos pretenden detectar con mayor o menor precisión patrones de “mala imagen” o es-
tilos de respuesta sobredimensionados, o bien patrones sintomatológicos infrecuentes o excepcionales, improbables y
bizarros; en otras palabras, detectar la tendencia del sujeto a crear la impresión deliberada de sufrir alguna alteración
o deterioro mediante la exageración o fabricación de síntomas y problemas, maximizando las características negativas
de sí mismo (Baer, Rinaldo y Berry, 2003).
Con el objetivo de detectar este patrón de respuesta, se han ido desarrollando estrategias de detección dentro de los
autoinformes que buscan identificar aquellos casos en los que el sujeto sistemáticamente se presenta de forma poco
favorable, exagerando o sobredimensionando deliberadamente sus síntomas psicopatológicos. Entre las estrategias
más utilizadas se encuentran:
4 Síntomas infrecuentes: se pregunta por síntomas psicopatológicos que son muy infrecuentes en poblaciones clíni-
cas, incidencia de menor al 5% (estrategia utilizada en la escala Fp del MMPI-2, Fp-r del MMPI-2-RF o en la escala
de Impresión Negativa del PAI). Por ejemplo: “Siento tanto dolor en mi cuerpo que parece como si tuviera bichos
andando bajo mi piel”,
4 Síntomas improbables: que es una variante extrema de la estrategia de los síntomas infrecuentes, ya que describe
síntomas fantásticos que por sus características es prácticamente imposible que sean auténticos (esta estrategia se
utiliza en las distintas escalas del SIMS). Por ejemplo: “A veces cuando escribo un número de teléfono, me doy
cuenta de que los números salen al revés aunque yo no lo intente.”),
4 Severidad de los síntomas: tiene en cuenta el grado de severidad de los síntomas para diferenciar entre exageración
de síntomas y pacientes clínicos genuinos o también preguntan directamente por síntomas que se presenta con la
mayor severidad posible (estrategia utilizada en el SIMS). Por ejemplo: “Rara vez me río”
4 Combinación de síntomas: pares de síntomas y otros indicadores de psicopatología que pueden darse de modo ais-
lado pero muy raramente se presentan simultáneamente. Esta estrategia es sofisticada y suele funcionar incluso en
sujetos que han sido entrenados para evitar ser detectados como simuladores (estrategia utilizada en el SIMS). Por
ejemplo: “Tengo dolor de cabeza y mareos justo cuando olvido algo”.
Entre los instrumentos de autoinforme avalados nacional e internacionalmente para la detección de simulación se
encuentran el SIMS, como instrumento de screening, y el MMPI-2, MMPI-2-RF y PAI, como instrumentos de evalua-
ción de la personalidad de amplio espectro. El Inventario Clínico Multiaxial de Millon MCMI-III, si bien es otra de las
pruebas usadas con cierta frecuencia en la práctica clínica y forense, dispone de escasos estudios que hayan explora-
do su capacidad para detectar simulación y, aquellos que lo han hecho, en general han reflejado una escasa capaci-
dad predictiva, por lo que no es una prueba recomendable en este sentido (Daubert & Metzler, 2000; Kane &
Dvoskin, 2011; Schoenberg, Dorr, Morgan, & Burke, 2004; Sellbom & Bagby, 2008).

EVALUACIÓN MEDIANTE PRUEBAS DE SCREENING: INVENTARIO ESTRUCTURADO DE SIMULACIÓN DE


SÍNTOMAS – SIMS (Widows y Smith, 2005; González Ordi y Santamaría Fernández, 2009)
El Inventario Estructurado de Simulación de Síntomas - SIMS es un instrumento de evaluación que consta de 75
ítems con un formato de respuesta dicotómico verdadero-falso que puede ser aplicado en aproximadamente 10-15
minutos. Su objetivo es la detección de síntomas simulados de carácter psicopatológico y neuropsicológico y puede

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resultar útil aplicado como medida de screening aislada o formando parte de una batería de evaluación más completa
y pormenorizada en un amplio rango de contextos (p. ej., evaluaciones forenses, neuropsicológicas y médico-legales)
y condiciones (ambulatorias, ingreso, instituciones psiquiátricas o penitenciarias, etc.). En sí mismo, el SIMS no es una
prueba diagnóstica de simulación, es una prueba que permite identificar fácil y rápidamente si existen o no patrones
de exageración de síntomas y si merece la pena o no realizar una evaluación posterior más pormenorizada multimé-
todo-multisistema-multidisciplinar.
Una de las características más interesantes del SIMS es que, aparte de la puntuación Total, ofrece puntuaciones
en cinco escalas específicas. En la práctica profesional resulta difícil predecir qué dominios de funcionamiento
puede fingir el sujeto evaluado como alterados o afectados. Por este motivo, siempre es recomendable cubrir las
distintas áreas posibles en una primera evaluación. Así, las escalas específicas del SIMS permiten un amplio barrido
de síntomas de las distintas áreas de simulación: aspectos físicos (escala Deterioro neurológico), cognitivos (escala
Baja inteligencia y Trastornos amnésicos) y psicopatológicos (escala Psicosis y Trastornos afectivos). Los resultados
obtenidos permitirán determinar el grado de sospecha de simulación y las áreas donde se presenta para poder pos-
teriormente profundizar en la evaluación de las mismas si se considera oportuno. Las escalas específicas del SIMS
son las siguientes:
1) Psicosis (Ps): evalúa el grado en que el sujeto presenta síntomas psicóticos inusuales o extravagantes que no son tí-
picos de la patología psicótica real;
2) Deterioro Neurológico (Dn): evalúa el grado en que el sujeto presenta síntomas de tipo neurológico ilógicos o muy
atípicos;
3) Trastornos Amnésicos (Am): evalúa el grado en que el sujeto presenta síntomas relacionados con trastornos de me-
moria que son inconsistentes con los patrones de deterioro producidos por disfunción o daño cerebral real;
4) Baja Inteligencia (Bi): evalúa el grado en que el sujeto exagera su déficit intelectual al fallar preguntas sencillas de
conocimiento general; y
5) Trastornos Afectivos (Af): evalúa el grado en que el sujeto informa de síntomas atípicos de depresión y ansiedad.
Son numerosas las investigaciones que se han realizado con el SIMS, incluyendo tanto estudios análogos - sujetos
entrenados para simular una determinada patología - (Edens, Otto y Dwyer, 1999; Merckelbach y Smith, 2003; The-
ron et al., 2001), como estudios con grupos diagnósticos en muy distintos contextos como prisiones (Edens, Poythress
y Watkins-Clay, 2007; Laffoon, 2009; Poythress, Edens y Watkins, 2001), el ámbito judicial y la imputabilidad (Hein-
ze y Purisch, 2001; Lewis, Simcox y Berry, 2002; Vitacco, Rogers, Gabel y Munizza, 2006), el contexto civil y las re-
clamaciones por discapacidad o indemnizaciones (Alwes, Clark, Berry y Granacher, 2008; Clegg, Fremouw y Mogge,
2009) o el área médico-legal (van Beilen, Griffioen, Gross y Leenders, 2009; González Ordi, Santamaría Fernández y
Fernández Marín, 2010; Wisdom, Callahan y Shaw, 2010).
También se han realizado estudios específicos para ahondar en su capacidad para detectar la simulación de proble-
mas cognitivos (Carter, Tharshini-Chandra y Holden, 2009), trastorno mixto ansioso-depresivo y adaptativo (Blasco
Saiz y Pallardó Durá, 2013), estrés postraumático (Merten, Thies, Schneider y Stevens, 2009), amnesia tras un crimen
(Cima, Merckelbach, Hollnack y Knauer, 2003), psicosis (Jelicic, Hessels y Merckelbach, 2006), fibromialgia (Capilla
Ramírez, González Ordi, Santamaría Fernández, Pérez Nieto y Casado Morales, 2013), lumbalgia crónica (González
Ordi, Capilla Ramírez, Santamaría Fernández y Casado Morales, 2012), cervicalgia/esguince cervical (Capilla Ramírez
y González Ordi, 2012; Capilla Ramírez, González Ordi, Santamaría Fernández y Casado Morales, 2014); incluso se
ha evaluado su resistencia al entrenamiento de simuladores en psicopatología o trastornos cognitivos (Jelicic et al.,
2006; Jelicic, Merckelbach, Candel, & Geraerts, 2007; Jelicic, Peters, Leckie, & Merckelbach, 2007) y su valor añadi-
do cuando se aplicaba conjuntamente en la evaluación de exageración de síntomas a pruebas establecidas en el cam-
po como el PAI (Laffoon, 2009).
Los resultados obtenidos han mostrado una excelente fiabilidad de su adaptación española (coeficiente alfa de cron-
bach de la puntuación total de 0,94) y una satisfactoria validez predictiva: con el punto de corte para la escala total
>16 (el más utilizado en la literatura científica internacional), los valores de sensibilidad han oscilado entre 0,94 y
1,00; y los valores de especificidad han variado de 0,51 y 0,98. Así mismo, los datos de validez concurrente presen-
tan correlaciones con las escalas de exageración de síntomas del MMPI-2-RF y el PAI, pruebas que veremos posterior-
mente. Para una revisión más detallada el lector puede consultar González Ordi y Santamaría Fernández (2009) y
Santamaría Fernández y González Ordi (2012).

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Van Impelen, Merckelbach, Jelicic & Merten (2014) han realizado una revisión sistemática y meta-analítica de todos
los estudios existentes hasta la fecha sobre el SIMS y presentan una serie de recomendaciones para su empleo en con-
textos forenses, que implica considerar distintos puntos de corte en función del tipo de sujetos evaluados y el objetivo
de la evaluación. Las recomendaciones pueden verse en la tabla 2.

INVENTARIO DE PERSONALIDAD DE MINNESOTA 2 - MMPI-2 (Butcher, Dahlstrom, Graham, Tellegen, &


Kaemmer, 1989)
El MMPI-2 es uno de los cuestionarios más ampliamente utilizados para evaluar alteraciones psicopatológicas en el
ámbito clínico en general (Lubin, Larsen y Matarazzo, 1984), en contextos médicolegales (Arbisi y Butcher, 2004; But-
cher y Ben-Porath, 2004) y forenses (Bartol y Bartol, 2004). Muñíz y Fernández-Hermida (2010) señalan que el MMPI
se encuentra entre los cinco tests más empleados por los psicólogos españoles y es una de las pruebas más utilizadas
a nivel mundial en psicología clínica, psicología forense y neuropsicología (Camara, Nathan y Puente, 2000; Greene,
2008). De hecho, el MMPI-2 es el instrumento multiescalar de amplio espectro mejor validado para explorar estilos
de respuesta aleatorios, simulación de psicopatología y defensividad (Gilliard y Rogers, 2010; Greene, 2008; Rogers y
Bender, 2003).
De forma resumida revisaremos a continuación las escalas de validez del MMPI-2 que se utilizan para la detección
de exageración de síntomas. Si el lector desea una información más detallada puede consultar Santamaría Fernández
y González Ordi (2012).
Las escalas de infrecuencia F y Fb han demostrado su utilidad para identificar eficazmente individuos que pretenden
presentarse de forma poco favorable (mala imagen), simulando o sobredimensionando deliberadamente síntomas psi-
copatológicos. De hecho, estas escalas contienen ítems seleccionados para detectar estilos de respuestas atípicos o
inusuales, ya que el contenido de sus ítems está centrado en síntomas extravagantes o inusuales de psicopatología se-
vera – psicosis - para el caso de la escala F (cuyos ítems aparecen entre los primeros 370 del cuestionario), y síntomas
extravagantes o inusuales de trastornos afectivos para la escala Fb (cuyos ítems aparecen en la parte final del cuestio-
nario, a partir del ítem 280). Como acertadamente indica Greene (2008), las puntuaciones altas en estas escalas pue-
den deberse a la existencia de estilos de respuesta inconsistente, a la presencia de psicopatología real severa, o bien a
un patrón de simulación de respuestas, lo que en definitiva, sobredimensionará las puntuaciones de las escalas clíni-
cas básicas del MMPI-2; mientras que las puntuaciones bajas suelen asociarse a la ausencia de psicopatología real, o
bien a patrones de defensividad, infradimensionando las puntuaciones obtenidas en las escalas clínicas básicas del
MMPI-2. El uso de estas escalas en la detección de exageración de síntomas ha sido respaldado sistemáticamente por
distintas investigaciones y los principales meta-análisis realizados sobre el MMPI-2 (Berry, Baer, & Harris, 1991; Ro-
gers, Sewell, & Salekin, 1994; Rogers, Sewell, Mar-
tin y Vitacco, 2003) y es habitualmente el punto de TABLA 2
comienzo para valorar la presencia de exageración RECOMENDACIONES FORENSES PARA LA INTERPRETACIÓN DEL SIMS
de síntomas por la mayoría de los profesionales. Se (Van Impelen, Merckelbach, Jelicic & Merten, 2014)
consideran puntuaciones elevadas aquellas supe- Punto de corte Recomendación
riores a 90 en puntuaciones T, si bien aquellas Escala Total

comprendidas entre 80 y 90 también pueden ser > 16 Cuando el SIMS se utiliza como exploración (screening) de posible
objeto de análisis (Nichols, 2001). En el caso de pa- psicopatología engañosa.
cientes que presenten sospecha clínica de simula-
> 19 Cuando el SIMS forma parte de una batería de tests utilizada para
ción de dolor crónico, se sugiere considerar como la evaluación concluyente de psicopatología engañosa.
puntuaciones T elevadas aquellas superiores a 75 Se reduce la sensibilidad y se incrementa la especificidad,
reduciendo el riesgo de Falsos Positivos.
(Bianchini, Etherton, Greve, Heinly, & Meyers,
2008). > 17 - > 19 Rango para determinar simulación posible.
El Índice F-K (Gough, 1950). Índice F-K se obtiene
> 24 Cuando el SIMS forma parte de una batería de tests utilizada para
substrayéndole a la puntuación directa de la escala la evaluación concluyente en poblaciones especiales donde las
F la puntuación directa de la escala K (F menos K). puntuaciones del SIMS suelen ser elevadas debido a su patología:
Esquizofrenia, Discapacidad Intelectual, etc.
Si el índice es positivo a partir de un determinado
punto de corte, el sujeto evidenciaría una tenden- General Altas puntuaciones en el SIMS pueden deberse también a fatiga,
cia a la exageración deliberada de síntomas; si el frustración, indiferencia, desafío y dificultades en la comprensión
de los ítems.
índice es negativo a partir de un determinado punto

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de corte, el individuo mostraría una tendencia a la negación o encubrimiento de síntomas (disimulación). El valor de
+16 coincide con las recomendaciones para considerar indicios de exageración de síntomas y una puntuación igual o
superior a +25 como claro indicador de exageración de síntomas que evita falsos positivos (Kane, 2010).
La escala F Psicopatológica o F(p) (Arbisi & Ben-Porath, 1995) fue creada como una medida de validez adicional pa-
ra explicar más específicamente las elevaciones encontradas en la escala F de validez del MMPI-2. De hecho, Arbisi y
Ben-Porath (1995) sugieren que cuando F y F(p) presentan puntuaciones elevadas, es más probable atribuir con mayor
seguridad dichas elevaciones a un patrón de simulación de respuestas que a la existencia de psicopatología real seve-
ra, especialmente si las escalas VRIN y TRIN no están elevadas significativamente. En este sentido, considerar conjun-
tamente las escalas F y F(p) resultaría más eficaz para discriminar entre grupos con psicopatología genuina de grupos
de simuladores que la escala F por sí sola (Bury y Bagby, 2002; Rothke, Friedman, Jaffe, Greene, Wetter, Cole y Baker,
2000; Storm y Graham, 2000; Strong, Greene y Schinka, 2000). Esta escala parece especialmente indicada en contex-
tos con alta prevalencia de problemas psicopatológicos severos, como los contextos psiquiátricos o penitenciarios.
Los resultados obtenidos hasta el momento parecen indicar que es una escala notablemente menos recomendable y
útil en contextos de dolor crónico (Bianchini et al., 2008) o de reclamaciones por daños psicológicos tras accidentes
(Crawford, Greene, Dupart, Bongar, & Childs, 2006).
La escala FBS (Less-Haley, English & Glenn, 1991), también denominada escala de validez de síntomas, se diseñó
específicamente con el fin de ayudar a identificar aquellos patrones de síntomas no creíbles en sujetos evaluados im-
plicados en juicios en los que reclamaban compensaciones por lesiones sufridas o solicitudes de incapacidad. Incluye
ítems referidos a síntomas somáticos, alteración del sueño, síntomas relacionados con tensión y estrés, falta de energía
o anedonia, etc. Al analizar racionalmente el contenido de los ítems seleccionados, los autores advirtieron que los si-
muladores realizaban una doble estrategia: a) la exageración del malestar emocional causado por la lesión y b) la mi-
nimización de problemas previos al incidente o lesión. Hay por lo tanto un elemento simultáneo de exageración y
disimulación, aparentemente contradictorio, pero que en realidad está orientado a un objetivo muy común en los
contextos civiles médico-legales: dar la impresión de que el sujeto estaba idealmente ajustado en el pasado, que era
un sujeto ejemplar para la sociedad, pero que ahora está muy alterado y con un alto malestar emocional debido al in-
cidente o lesión acaecido.
Aunque ha sido una escala que ha generado cierto debate en torno a su validez para detección de exageración de
síntomas durante la década de los noventa, los resultados obtenidos en dos recientes meta-análisis (Nelson, Sweet, &
Demakis, 2006; Nelson, Hoelzle, Sweet, Arbisi, & Demakis, 2010) han respaldado el uso de la escala FBS para la de-
tección de exageración de síntomas cognitivos, emocionales y somáticos, particularmente en el contexto de reclama-
ciones por lesiones. De hecho, distintos investigadores consideran que es la escala del MMPI-2 mejor validada para la
detección de exageración de síntomas somáticos (Granacher & Berry, 2008) o de exageración del malestar psicológi-
co debido a una supuesta lesión física (Crawford et al., 2006). Se han recomendado como indicadores de exageración
las puntuaciones directas 24 para varones, y 26 para mujeres (Dionysus, Denney, & Halfaker, 2011).
Aguerrevere, Greve, Bianchini y Meyers (2008) han informado de un índice discriminante, Índice Abreviado de Me-
yers, IAM, para la detección de simulación basado en la combinación de pesos específicos en función de las puntua-
ciones obtenidas en las escalas de validez del MMPI-2 F, Fp, F-K, FBS, DsR, O-S y la escala suplementaria del
MMPI-2 Es (Fuerza del Yo). Basado en estudios anteriores con dichas escalas del MMPI-2 (Meyers, Millis y Volkert,
2002), el IAM presenta un número más reducido de escalas (F-K, F, FBS, Fp y Es), más fáciles de computar para el eva-
luador, pero manteniendo su capacidad predictiva para discriminar entre simuladores y no simuladores. El Índice
Abreviado de Meyers presenta una buena precisión predictiva para discriminar entre pacientes simuladores y no simu-
ladores en patologías relacionadas con el dolor crónico y el trastorno craneoencefálico (Aguerrevere et al., 2008).

INVENTARIO MULTIFÁSICO DE PERSONALIDAD DE MINNESOTA 2 REESTRUCTURADO – MMPI-2-RF


(Ben-Porath y Tellegen, 2008; Santamaría Fernández, 2009).
El Inventario Multifásico de Personalidad de Minnesota-2 Reestructurado - MMPI-2-RF es una nueva versión del
MMPI compuesta por 338 ítems, seleccionados de entre los 567 ítems originales del MMPI-2. Su objetivo era desarro-
llar un conjunto sustantivo de escalas que capturaran las variables clínicas subyacentes a los ítems del MMPI de forma
que permitieran una evaluación más eficiente, centrada en el contenido, coherente en su estructura y organización y
con mejores propiedades psicométricas de fiabilidad y validez.

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Diversos estudios han aportado información sobre el funcionamiento de la prueba en múltiples campos de actua-
ción, en relación con diversas variables psicológicas y clínicas (ver González Ordi, 2011 y Santamaría y González
Ordi, 2012): trastornos afectivos, conducta antisocial, dolor crónico, problemas cognitivos, abuso de sustancias, estrés
postraumático, quejas somáticas, epilepsia, maquiavelismo, trastornos de personalidad, evaluación en guardia y cus-
todia de hijos, aspectos cross-culturales o su convergencia con diversos criterios externos en población universitaria.
A nuestro juicio, el MMPI-2-RF aporta a la práctica profesional una serie de ventajas con respecto al MMPI-2, que
pueden resumirse en (González Ordi, 2011):
4 El MMPI-2-RF recoge la tradición del MMPI-2, ya que la prueba está basada en la validez empírica de los ítems,
que cuentan con más de 60 años de investigación.
4 Tiempo de administración más reducido (35-50 mins.)
4 Mayor precisión en la valoración de la validez del protocolo, ya que incorpora los resultados de la investigación del
MMPI-2 en simulación y disimulación obtenidos durante la última década.
4 Interpretación directa, centrada en el contenido de las escalas.
4 Mayor especificidad en la interpretación de las escalas, ya que los ítems presentan menor heterogeneidad.
4 Reducción de la redundancia interpretativa.
4 Reducción de las incoherencias interpretativas.
4 Menor complejidad interpretativa que el MMPI-2, lo que favorecerá su empleo entre los clínicos, especialmente
aquellos que no tengan amplia experiencia en el MMPI-2.
4 Adaptación a las modernas concepciones sobre la personalidad clínica.
4 Contiene ocho escalas de validez que permiten detectar eficazmente las principales amenazas a la interpretación
del protocolo: dos escalas que exploran la consistencia o inconsistencia en la respuesta al contenido de los ítems
(VRIN-r y TRIN-r); cinco escalas creadas para la detección de patrones de exageración de síntomas (F-r, Fp-r, Fs,
FBS-r y RBS) y dos escalas para la detección de patrones de minimización de síntomas (L-r y K-r). Ver tabla 3.
De las cuatro escalas de exageración de síntomas, tres de ellas (F-r, Fp-r y FBS-r) son versiones revisadas de sus origi-
nales del MMPI-2. Durante el proceso de elaboración del MMPI-2-RF, estas tres escalas fueron rediseñadas con el ob-
jetivo de igualar o mejorar su sensibilidad a la exageración de síntomas de tipo psicopatológico, somático y cognitivo.
A este conjunto de tres escalas se le añadió la escala Fs (Quejas somáticas infrecuentes), diseñada para identificar es-
pecíficamente aquellos síntomas somáticos que eran raramente indicados por pacientes en tratamiento médico y que,
por lo tanto, eran posibles indicadores de exageración de síntomas somáticos. Y la escala RBS (Sesgo de Respuesta),
creada con la intención de identificar a aquellos sujetos que eran detectados como simuladores de problema de me-
moria en pruebas específicas (Gervais, Ben-Porath, Wygant y Green, 2007). Mediante diferentes análisis de regresión
múltiple se seleccionaron aquellos ítems que mejor predecían las puntuaciones en los tests neuropsicológicos de si-
mulación de deterioro cognitivo como el TOMM (Test de simulación de problemas de memoria), el WMT (Word Me-
mory Test) o el CARB (Computerized Assessment of Response Bias). RBS se ha mostrado como el mejor predictor del
MMPI-2 de exageración de síntomas cognitivos en diferentes estudios realizados (Dionysus et al., 2011; Gervais et al.,

TABLA 3
ESCALAS DE CONSISTENCIA Y VALIDEZ DEL MMPI-2-RF

Escala Nombre Descripción

VRIN-r Inconsistencia de las respuestas variables Patrón de respuesta aleatorio


TRIN-r Inconsistencia de las respuestas verdadero Patrón de respuestas fijo (aquiescencia)
F-r Infrecuencia Respuestas infrecuentes en la población general
Fp-r Psicopatología infrecuente Respuestas infrecuentes en la población psiquiátrica
Fs Quejas somáticas infrecuentes Quejas somáticas infrecuentes en pacientes en tratamiento médico
FBS-r Validez de los síntomas Exageración de quejas somáticas y cognitivas
RBS Sesgo de Respuesta Exageración de problemas de concentración y memoria
L-r Virtudes inusuales Atributos o acciones morales poco habituales
K-r Validez de ajuste De buen ajuste psicológico a disimulación/defensividad

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2010; Rogers, Gillard, Berry y Granacher, 2011). Además, las investigaciones disponibles parecen indicar que la exis-
tencia de déficits reales de memoria no produce elevaciones en esta escala (Gervais et al., 2010).
Dada su complementariedad, este conjunto de cinco escalas (F-r, Fp-r, Fs, FBS-r y RBS) permite cubrir adecuada-
mente las tres posibles áreas de exageración de síntomas: psicopatológica, cognitiva y somática. Esto permite una eva-
luación comprehensiva de la presencia de exageración de síntomas (Wygant et al., 2009). Según el contexto de
evaluación, podrá resultar más relevante la información proporcionada por una u otra escala.
El lector puede encontrar información detallada sobre el cálculo, interpretación y puntos de corte recomendados so-
bre estas escalas en Santamaría Fernández y González Ordi (2012). También pueden consultarse puntos de corte re-
comendados para las escalas del MMPI-2-RF en relación a la simulación de trastorno mental, simulación del daño
cognitivo y simulación de quejas somáticas en el reciente meta-analisis realizado por Sharf, Rogers, Williams y Henry
(2017).

INVENTARIO DE EVALUACIÓN DE LA PERSONALIDAD – PAI (Morey, 1991, 2007; Ortíz-Tallo Alarcón,


Santamaría Fernández, Cardenal y Sánchez, 2011)
El Inventario de Personalidad de Morey es otro de los instrumentos multiescalares más utilizados para la detección
de simulación mediante autoinforme. Consta de 344 ítems que proporcionan 4 escalas de validez, 11 escalas clínicas,
5 escalas consideraciones para el tratamiento y 2 escalas relaciones interpersonales.
Entre las ventajas potenciales del PAI suelen destacarse las siguientes:
a) menor tiempo de aplicación;
b) requiere un menor nivel de comprensión lectora;
c) ausencia de solape de ítems entre escalas;
d) uso de escala likert de 4 puntos;
e) escalas coherentes con la actual terminología diagnóstica;
f) facilidad de interpretación.
El PAI incluye también varias escalas e índices específicos para la evaluación de respuestas inconsistentes, de mini-
mización y de exageración de síntomas. En la tabla 4 aparece una breve descripción de cada uno de ellos. Los índices
INF e INC alertan de patrones de respuestas incoherentes; los índices IMN, SIM y FDR de la presencia de exageración
de síntomas y finalmente los índices IMP, FDC y DEF de minimización de síntomas (disimulación y/o defensividad).
El PAI ha demostrado tener una buena capacidad predictiva en la detección de simulación de psicopatología en
contextos forense (Kucharski, Toomey, Fila & Duncan, 2007), penitenciario (Edens, Poythress y Watkins-Clay, 2007),
militar (García Silgo y Robles Sánchez, 2010), simulación de estrés postraumático y depresión (Lange, Sullivan y Scott,
2010) y psicopatología general (Sullivan y King, 2010) con diseños análogos.

TABLA 4
ESCALAS DE CONSISTENCIA Y VALIDEZ DEL PAI

Escala Descripción

Inconsistencia (INC) Indica si el evaluado responde de forma consistente a lo largo de la prueba. Para ello tiene en cuenta su respuesta a
pares de ítems altamente relacionados entre sí.

Infrecuencia (INF) Indica si el evaluado ha respondido poco cuidadosamente, al azar o de una forma muy peculiar. Los ítems son
neutrales con respecto a psicopatología y tienen tasas de respuesta muy extremas.

Impresión negativa (IMN) Indica si el evaluado está presentando una imagen de sí mismo extremadamente desfavorable que pueda sugerir
exageración de síntomas.

Índice de simulación (SIM) Indica si el evaluado presenta ocho características del perfil que suelen observarse más frecuentemente en muestras de
simuladores.

Función discriminante de Rogers (FDR) Índice resultado de la función discriminante calculada para maximizar la diferencia entre sujetos instruidos para
responder simulando síntomas frente a pacientes clínicos genuinos.

Impresión positiva (IMP) Indica si el evaluado está presentando una imagen de sí mismo muy favorable y si evita admitir pequeños defectos.

Índice de defensividad (DEF) Indica si el evaluado presenta ocho características del perfil que suelen observarse más frecuentemente en muestras de
disimuladores.

Función discriminante de Cashel (FDC) Índice resultado de la función discriminante calculada para maximizar la diferencia entre sujetos instruidos para
presentarse idealmente frente a sujetos que respondían honestamente a la prueba.

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La escala IMN (Impresión negativa) suele ser la escala inicial para valorar la presencia de exageración de síntomas.
IMN está compuesta por nueve ítems con un contenido altamente improbable, atípico, psicótico, disfórico y orgánico
que son raramente respondidos en la dirección de la escala tanto por muestra normal como por muestra clínica. De
acuerdo a las indicaciones del manual del PAI, puntuaciones T inferiores a 73 suelen indicar ausencia de exageración
de síntomas; elevaciones moderadas entre 73 y 84 sugieren un elemento de exageración de síntomas que recomiendan
precaución en la interpretación de las escalas clínicas; puntuaciones en el rango de 84 a 92 aumentan la probabilidad
de que haya una distorsión en las respuestas y puntuaciones superiores a 92 reflejan que el sujeto está presentando una
imagen de sí mismo extremadamente negativa, probablemente asociada con exageración de síntomas.
Tanto el índice de simulación (SIM) como la Función Discriminante de Rogers (FDR) tienen dos características desta-
cadas: su independencia del nivel de psicopatología expresado por el paciente y su sofisticación, en forma de algorit-
mo, que dificulta notablemente el entrenamiento para evitar ser detectado por ellas. La escala SIM está compuesta por
ocho características del perfil que suelen observarse más frecuentemente en simuladores de trastornos mentales (espe-
cialmente de trastornos graves) que en pacientes honestos con dicha patología. La FDR fue creada para distinguir per-
files del PAI entre pacientes clínicos genuinos y sujetos a los que se les había instruido para simular distintos
trastornos psiquiátricos. Para ello calcula una puntuación basada en la ponderación de 20 escalas del PAI. Se ponde-
ran negativamente ocho escalas del PAI que suelen ser más altas en pacientes genuinos que en simuladores; por el
contrario, se ponderan positivamente otras doce escalas que suelen ser más altas en muestras de simuladores que en
pacientes clínicos genuinos.
El lector puede encontrar información detallada sobre el cálculo, interpretación y puntos de corte recomendados so-
bre estas escalas en Santamaría Fernández y González Ordi (2012).

EVALUACIÓN NEUROPSICOLÓGICA
El rendimiento neurocognitivo en pruebas de evaluación neuropsicológica de los sujetos simuladores se caracteriza,
entre otros patrones de ejecución, por presentar un menor porcentaje de respuestas correctas en los ítems fáciles o
simples que en los ítems medios o difíciles (rendimiento subóptimo), por debajo del nivel esperado por azar (compro-
bación de validez de síntomas o SVT), y significativamente menor que los sujetos comprometidos honestamente con
la realización de la prueba, presentado además un nivel de deterioro más severo que los pacientes con deterioro neu-
ropsicológico genuino moderado o grave (Frederick, 2003).
Así mismo, existen diversas estrategias para detectar el engaño en pruebas neuropsicológicas (ver Bender y Rogers,
2004):
1. Deterioro excesivo
4 Efecto suelo: fallos excesivos en ítems muy simples.
4 Validación de síntomas: fallos por debajo del azar en ítems de elección forzada entre dos alternativas de respuesta.
4 Elección forzada: Identificación de un rendimiento inferior al esperable en base a criterios normativos.
2. Patrones inesperados
4 Curva de rendimiento: rendimiento similar en ítems fáciles y difíciles.
4 Magnitud del error: respuestas inesperadas en tareas de elección forzada.
4 Presentación atípica: Estudio de patrones de respuesta que raramente se presentan cuando existe daño neurológi-
co genuino.
En una encuesta realizada a neuropsicólogos expertos en evaluación de la simulación en el contexto médicolegal,
Slick, Tan, Strauss y Hultsch (2004) encontraron que, aunque eran partidarios de usar baterias neuropsicológicas de
forma flexible, los instrumentos específicos más comúnmente utilizados para detectar rendimiento subóptimo eran el
Test of Memory Malingering – TOMM (Tombaugh, 1996; Vilar-López, Pérez García y Puente, 2011) y el test de los 15
items de Rey (Lezak, 1995; Lezak, Howieson y Loring, 2004). Otros instrumentos que se han utilizado eficazmente en
la detección de simulación de deterioro neurocognitivo son el Dot Counting Test, el Portland Digit Recognition Test,
el 21-Item Memory Test, el Victoria Symptom Validity Test, el Word Memory Test, Índice de Memoria de Trabajo del
WAIS-III, el Test of Cognitive Abilities, entre los más destacados (Slick, et al. 2004). Una revisión más detallada de las
estrategias, procedimientos e instrumentos de detección del engaño neurocognitivo y su aplicación al campo de la
neuropsicología forense pueden verse en González Ordi, Fernández Guinea y Delgado Bueno, 2013; Ruíz Sánchez
de León y González Marqués, 2012; Vilar-López, 2009 y 2012).

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Uno de los instrumentos neuropsicológicos más refrendados en el ámbito de la detección de la simulación es el Test
of Memory Malingering-TOMM, que es una prueba basada en un formato de elección forzada, diseñada específica-
mente para detección de simulación neurocognitiva y consta de dos series o ensayos con 50 dibujos/estímulos más 50
paneles de reconocimiento donde el sujeto debe identificar visualmente (no nombrar) los dibujos previamente presen-
tados versus un dibujo distractor. Quince minutos después se administran 50 paneles de reconocimiento sobre los di-
bujos presentados previamente (ensayo de retención). Los simuladores presentan un porcentaje de identificación
correcta de dibujos significativamente menor en la segunda serie/ensayo y en el ensayo de retención que los sujetos
controles y los pacientes con deterioro cerebral genuino (Rees, 1996; Rees y Tombaugh, 1996); igualmente los pa-
cientes litigantes con deterioro cerebral traumático presentan un peor rendimiento, por debajo del azar, que los pa-
cientes no litigantes (Gansler, Tombaugh, Moczynski y Rees, 1995). El TOMM ha resultado así mismo ser eficaz en la
clasificación correcta de pacientes con dolor crónico que exageran deliberadamente déficits neurocognitivos (Ether-
ton, Bianchini, Greve y Ciota, 2005; Greiffenstein, Greve, Bianchini y Baker, 2008). Y en nuestro país, el TOMM se ha
mostrado eficaz en la detección del rendimiento subóptimo con pacientes con traumatismo craneoencefálico (Vilar-
López y Santiago-Ramajo, Gómez-Río, Verdejo-García, Llamas y Pérez-García, 2007).
El TOMM es un instrumento que tiene la ventaja de ser insensible a factores como la edad, el nivel educativo, la
existencia de daño cerebral traumático, demencia, trastornos psicopatológicos severos, ansiedad, depresión, o dolor
inducido experimentalmente, los efectos del entrenamiento proporcionado por el evaluador, del entrenamiento reali-
zado por los propios sujetos evaluados y del conocimiento previo de los efectos del traumatismo. El TOMM establece
un punto de corte en 45, que se corresponde con el 90% de respuestas correctas, por debajo del cual se debe sospe-
char un esfuerzo subóptimo. Presenta excelentes resultados de validez predictiva primando la especificidad frente a la
sensibilidad, en estudios con sujetos análogos (sujetos entrenados para simular), pacientes litigantes, pacientes que
buscan compensación económica, pacientes diagnosticados de trastorno craneoencefálico, amnesia, depresión ma-
yor, trastornos psicóticos con o sin problemas de concentración (Vilar-López, Pérez García y Puente, 2011; Vilar-Ló-
pez, 2012).

REFERENCIAS
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Ficha 1.
Caso Clínico 1
Fuente: Capilla Ramírez, P. y González Ordi, H. (2009). Protocolo para la detección de la simulación del dolor en la
práctica clínica: estudio de casos. Trauma Fundación MAPFRE, 20, 255-263.

Historia Clínica: Se trata de una paciente mujer, 73 años. Es remitida a consulta para manejo del dolor crónico tras ci-
rugía de columna lumbar (artrodesis y extracción de material de osteosínteis, hueso cerámico L2-L4). No ha tolerado
opíaceos y no obtiene mejoría con analgesia (pregabalina), rehabilitación, neuroestimulador, infiltraciones locales ni
epidurales.

Comorbilidad: Presenta además diagnóstico de cuadro ansioso depresivo en tratamiento por psiquiatría con benzodia-
cepinas (alprazolam) y antidepresivos (sertralina), así como la siguiente sintomatología asociada: gastralgia inespecífi-
ca, cervicalgia y dorsalgia, anorexia, dolores en miembros superiores e insomnio.

Exploración física: Se trata de una paciente de 73 años, bien hidratada y perfundida, con un índice de masa corporal
de 23, niega pérdida de peso (pese a la anorexia y la poca ingesta de alimento y bebida que refiere).Movilidad de co-
lumna lumbar correcta, con rangos articulares normales a excepción de los últimos grados que coincide con la cirugía
previa. La columna cervical y dorsal son normales en la exploración.

Pruebas físicas: Aporta radiografías y resonancia magnética de columna lumbar con buenos reuntados de la cirugía en
la imagen. Radiografía y resonancias magnéticas de columna cervical y dorsal normales para la edad de la paciente y
gastroscopia y ecografía abdominal normales.

Pruebas de screening de simulación: Ante la inconsistencia de los síntomas/signos se evalúa mediante SIMS: Obtene-
mos puntuaciones totales de 32 y en las escalas de Deterioro Neurológico de 10, y trastornos afectivos de 10, datos
que superan los puntos de corte para considerar la existencia de sospecha de simulación.

Evaluación mediante autoinforme: 1) Dolor: Refiere EVA de 9, En el cuestionario de Mc Gill abreviado la paciente
describe el dolor como “terrible” y dibuja todas las áreas corporales como afectas por ese dolor. Nada mejora el do-
lor. 2) Discapacidad: a) Registro de Actividades de la vida diaria (AVD), la paciente informa que acude semanalmente
a la peluquería, semanalmente sale con las amigas, diariamente pasea entre una y dos horas, hace la comida, sale a la
compra…, estos datos son inconsistentes con un cuadro depresivo y con una EVA de 9.b) Índice de discapacidad de
Oswestry: puntúa 62% de incapacidad, encontrándonos en los ítems marcados inconsistencias claras en el tiempo
que refiere que puede caminar, o estar sentado, al contrastarlo con la observación conductual y el registro de AVD. c)
PAI, test multiescalar de personalidad: encontramos puntuaciones elevadas en Inconsistencia (escala de validez).

Observación conductual: La paciente se muestra muy reticente a la posibilidad de mejoría, en la exploración clínica
presenta 4/5 de los signos de Waddel, se mantiene sentada la hora de consulta sin precisar cambio postural. Al movi-
miento no hay expresiones de dolor, se sube y baja de la camilla sin ayuda, sube y baja las escaleras.

Como conclusión: todas las inconsistencias desde diferentes métodos de evaluación convergen para el diagnóstico
de simulación. Sin embargo, llamó la atención la avanzada edad de la paciente y la ausencia de un objetivo externo
identificable aparente, por lo que se interrogó específicamente sobre ello encontrando que estaba pendiente de obte-
ner una minusvalía.

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Ficha 2.
Caso Clínico 2
Fuente: Capilla Ramírez, P. y González Ordi, H. (2009). Protocolo para la detección de la simulación del dolor en la
práctica clínica: estudio de casos. Trauma Fundación MAPFRE, 20, 255-263.

Historia clínica: Paciente mujer, de 46 años de edad. Víctima de los atentados del 11-M, fue accidente laboral. Las le-
siones físicas que presentó entonces fueron hipertensión ocular, alteraciones auditivas, presión torácica y dolores
musculares en hemicuerpo izquierdo. Presentó también un cuadro de ansiedad. En la actualidad se mantienen los do-
lores musculares y la ansiedad y está diagnosticada de fibromialgia vs dolores musculares inespecíficos, síndrome de
fatiga crónica, ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático.
Está en tratamiento con cloracepato, paroxetina, pregabalina y tramadol clorhidrato sin mejoría.

Pruebas físicas: todas las pruebas de imagen y función aportadas eran normales, si bien llama la atención que no se
pudo realizar RMN abierta por referir claustrofobia.

Pruebas de screening: Ante lo abigarrado del cuadro y la ausencia de datos objetivos se plantea SIMS, obteniendo las
siguiente puntuaciones: Puntuación total: 27, Escala de deterioro neurológico:9, Escala de trastornos amnésicos:8, y
Escala de Baja inteligencia: 4. Estas puntuaciones superan los puntos de corte establecidos y nos indican la existencia
de un patrón de exageración de síntomas/ simulación.

Evaluación mediante autoinforme: 1) Dolor: a) En el Cuestionario de Mc Gill abreviado, la paciente informe de su do-
lor como cruel, terrible y mortificante, marcando todas las zonas corporales incluso faciales como zonas de dolor. b)
EVA: puntúa en 7,5 en reposo y 10 con actividad. 2)Evaluación de la discapacidad y el impacto de enfermedad. a) Fi-
bromyalgia Impact Questionnaire (FIQ): puntúa 69/100, (siendo 0 la mejor calidad de vida y la mayor capacidad fun-
cional) b) Escala de Intensidad de Fatiga: Puntúa 7/7, es decir la máxima puntuación. c) SF-36: los datos obtenidos
son:
Salud Física (SOBRE 100 LO MEJOR): Función Física 20, Rol físico: 0, Dolor Corporal: 32, Salud General: 30. Salud
Mental: Vitalidad: 10, Función social: 22,5, Rol Emocional: 0, Salud Mental: 36. Transición de Salud: 25 y Puntuación
global: 19,58. Observamos que SF-36 y FIQ no correlacionan y que las puntuaciones serían las correspondientes a
una paciente con una severa incapacidad física y psicológica lo cual es inconsistente con el estilo de vida de la pa-
ciente, las AVD y la observación conductual. 3) Evaluación para estrés postraumático. Utilizamos la Escala de Trauma
de Davison, con los siguientes resultados: Puntuación Total:126/136, Frecuencia:65/68 y Gravedad:59/68, es decir, la
paciente presenta casi todos los síntomas posibles con una frecuencia prácticamente constante y una intensidad muy
elevada. 4) Estudio de la personalidad: a) SCL-90-R: PDSI: pc 85, lo cual indica que la paciente maximiza respuestas,
otro dato convergente para el diagnóstico de simulación. b) MMPI-2: puntuaciones que superan los puntos de corte
para determinar la existencia de sospecha de simulación. F = T77, Fb= T73,K = T47,Índice F-K = +6,Es = T19, Índice
abreviado de Meyers: 6.
Como objetivo externo esta paciente estaba en situación de Incapacidad transitoria 18 meses y en espera de paso
por el Equipo de Valoración de Incapacidades (EVI) para la obtención de una Incapacidad Total.
Las diferentes fuentes de información, desde un estudio multimétodo, multisistema y multidisciplinar convergen para
el diagnóstico de simulación de síntomas

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