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Eduardo Basualdo
RESUMEN
Introducción
Este nuevo patrón de acumulación implantó el predominio del capital sobre el trabajo, el
cual se ve en la regresividad de la distribución del ingreso y la creciente exclusión social.
Se dio un salto cualitativo en la explotación de los trabajadores, con una expulsión de
mano de obra que generaba aún más desocupación y subocupación.
Este contexto era propicio para los sectores dominantes, por lo que buscaron la manera
de mantener estas condiciones una vez acabada la dictadura y durante los períodos
constitucionales.
En el texto, Basualdo analiza las formas en las que se consolidó la valorización financiera,
garantizando el control político y social sobre la sociedad, cuando está basado en la
concentración de capitales y la exclusión social.
Gramsci plantea una teoría política sobre Italia que bien podría aplicarse para Argentina,
salvando ciertas diferencias. Ésta presenta una situación de transformismo, donde los
sectores dominantes excluyen a las clases subalternas, al mismo tiempo que siguen
dominándolos sobre una base de integración de las conducciones políticas. Según esta
perspectiva, el consenso se genera sobre la superestructura mientras que la estructura se
mantiene en la misma posición, gracias a la hegemonía de los intelectuales orgánicos.
Para Gramsci, existen dos tipos de situaciones duraderas de dirección política. La primera
es la hegemonía, donde la sociedad civil dirige a la política y utiliza un bloque ideológico
para conseguir su poder. En cambio, la dominación implica que la sociedad política
intenta neutralizar al resto de las clases y no se apoya en ninguna base social extensa.
La teoría gramsciana se aplica para Argentina de la siguiente manera.
Los sectores dominantes nunca lograron imponer un partido político propio y,
únicamente, llegaban al poder mediante golpes de Estado y a través de sus intelectuales
orgánicos. En ausencia de un partido orgánico y con una fuerte ideología, resulta fácil
cooptar al partido que está en el gobierno. El control se realiza por parte de grupos
económicos y conglomerados, los cuales son propietarios de múltiples firmas localizadas
en diversas actividades. En otras palabras, ante la ausencia de un partido de derecha, la
fracción dominante se encarga de moldear el transformismo argentino.
En este país, el sujeto que impulsa la constitución de un sistema político no solo forma
parte de un sector dominante sino que también opera desde la falta de mediación. De esta
manera, se dice que se apoyan en una base material, donde radican las ventajas relativas.
No obstante, Gramsci presenta un carácter dualista en su análisis, lo que impide el
tratamiento adecuado de las coacciones económicas, entre otras, el miedo al desempleo
que produce ciudadanos silenciosos y obedientes. También, escapa a Gramsci un factor
material, la corrupción, que es el consentimiento por la compra, sin ningún tipo de atadura
ideológica.
Los factores que hacen posible la dominación en Argentina son: la concentración del
ingreso y la consolidación de la valorización financiera, junto con una distribución
regresiva del ingreso, lo que genera la reducción del salario real y la expulsión de
trabajadores del mercado laboral. Éstos colaboran en el deterioro de las condiciones de
vida. Asimismo, las hiperinflaciones adoptan un carácter disciplinario, dado que
desemboca en la desocupación y la desindustrialización. Las mismas llevaron a la
conformación de un ejército industrial de reserva.
La causa mayor de esto son los negocios efectuados entre los políticos y los empresarios,
que devienen en un factor organico ya instalado, la corrupción. Éste es un fenómeno
estructural e intrínseco al nuevo patrón de acumulación. La corrupción logra la cohesión
del bloque de poder, evitando las deserciones y la disgregación del mismo.
En resumen, la incidencia de los sectores dominantes sobre la política, sus negocios y la
integración ideológica de las conducciones de los sectores populares consolidan la
valorización financiera mediante el transformismo.
No obstante, hay que incorporar un elemento material más: los elevados salarios relativos
de los cuadros orgánicos. Se le asignan recursos económicos para asegurar las altas
remuneraciones relativas de los que se integran a los nuevos cuadros dominantes. Esto
provoca la integración de la política con los sectores dominantes y el descabezamiento de
los sectores populares al igual que la incorporación de intelectuales independientes,
desligados del sistema político.
Las tres etapas de la evolución argentina en los últimos 25 años son: la dictadura militar,
período en el cual se instauró el nuevo patrón de acumulación, mediante el aniquilamiento
de los sectores populares; el primer período constitucional, donde la profundización
gravita en torno a la integración molecular; y los dos períodos de gobierno peronista y el
primero de la Alianza, en los cuales se profundiza el mercado financiero mediante la
incorporación de fuerzas políticas enteras.
Cabe destacar que el origen del capital transferido al exterior está en la redistribución del
ingreso en contra de los asalariados. La otra cara son los beneficiarios, es decir, un
conjunto de grupos económicos locales, un conglomerado de empresas extranjeras y la
banca local y acreedora.
Los intelectuales orgánicos provienen del establishment económico y social pero no son
la única ofensiva con la que cuenta el sector dominante. El mismo forma cuadros propios
que le garanticen la implementación de transformaciones necesarias para la valorización
financiera.
Por un lado, se trataba de fuerzas represoras con un alto grado de corrupción, en base a la
apropiación de recursos estatales, bienes materiales y personas. Por otro lado, se diluyó
la verticalidad del mando, adoptando un comportamiento deliberativo. A partir de esto,
se abre una feroz competencia entre el ejército y la marina, orientada a definir la
conducción del partido.
Esto era así porque la deuda era una variable que afectaba al sector externo sin provocar
modificaciones en la economía interna. En otras palabras, seguía vigente estructuralmente
la sustitución de importaciones pero con un notorio agravamiento de la situación de la
balanza de pagos debido al endeudamiento externo.
Las políticas económicas encabezadas pro Grinspun estaban orientadas a lograr una
renegociación con los organismos internacionales y los acreedores externos que
disminuyeran el pago de los intereses ya que la deuda era impagable. Sobre esa base, se
intentaba generar la redistribución del ingreso a favor de los asalariados para reactivar la
producción interna, controlar la inflación y redefinir el poder sindical.
Ante su fracaso, asumió Sourrouille, quien mantiene el diagnóstico estructural, pero
plantea la superación de la deuda basándose en el despliegue de un modelo exportador y
en la reactivación de la inversión. Se conforma el Plan Austral, el cual sostiene que
mediante las exportaciones permiten el pago de los intereses de la deuda y el aumento de
las importaciones posibilita el crecimiento económico mientras que la inversión hace
efectivo ese crecimiento. El crecimiento del ahorro, a su vez, es compatible con el
consumo.
En efecto, a partir de la valorización, el ahorro interno es insuficiente para posibilitar
niveles de inversión que garanticen un crecimiento significativo, debido al nivel de
consumo de los sectores altos y por la significativa fuga de capitales.
Uno de los factores que condicionan la viabilidad de la estrategia planteada es la fuga de
capitales. Argentina se ha convertido en un país exportador de capitales privados, que
buscan un mayor refugio en monedas fuertes. Este drenaje se agrega al pago de los
intereses de la deuda.
La deuda externa ilegitima se entiende como la obtenida por los sectores privados.
La convergencia entre las organizaciones empresarias de diferentes actividades
económicas fue un factor que desgastó al primer gobierno constitucional. Estos acuerdos
se desplegaron en un contexto heterogéneo, producto de la concentración económica, ya
que agrandaba su presencia en las diversas organizaciones empresariales.
Existió, de esta misma forma, una estrecha relación entre los principales referentes de los
grupos económicos locales y los conglomerados extranjeros, con un conjunto de
funcionarios importantes del gobierno. Si bien las negociaciones de los mismos estaban
centradas en aspectos económicos, existieron aspectos políticos de trascendencia, por
ejemplo, la reformulación del formato estructural estatal y la reelección presidencial.
Ambas instancias plantearon exigencias mediante los acuerdos entre las organizaciones
empresariales y negociaron directamente con el partido de gobierno sus intereses
específicos. Así fue posible que la economía influyera en la política porque mantuvieron
las prebendas obtenidas durante la dictadura y porque le agregaron otras vinculadas a la
nueva etapa.
De esta manera, la consolidación económica de los sectores que fueron la base social de
la dictadura, avanzó mediante la influencia de dos procesos. El primero fue la
imposibilidad de la política gubernamental para constituir una alianza social que
permitiera modificar el patrón de acumulación. El otro, es la estrategia de la fracción local
de los sectores dominantes, que enfrentaba la política gubernamental asociada con otras
fracciones empresarias y negociaba y subordinaba la acción del gobierno mediante
tratativas directas con el partido de gobierno.
Se inicia, así, la etapa de absorción gradual pero continua de los intelectuales orgánicos,
es decir, de la decapitación de los sectores subalternos como forma de inmovilizarlos.
Cabe destacar que también se afianzan las relaciones del sistema político con empresarios
locales.
Asimismo, comienzan a crecer los operadores políticos, caracterizados por su
pragmatismo y falta de ideología, lo que esconde su ruptura con las concepciones y la
historia de los grupos sociales. Son depositarios de los negocios políticos y económicos
por lo que se ubican en posiciones decisivas.
Según Max Weber, el boss es un empresario político de tipo capitalista, que por su cuenta,
proporciona votos ya que da los medios. Es el receptor directo de las sumas de dinero de
los grandes magnates de las finanzas. Busca exclusivamente poder, como fuente de dinero
pero también por el poder mismo. Carece por completo de ideología y de principios.
En 1987, el diagnóstico oficial cambia y presenta la crisis del modelo populista y facilista,
centralizado y estatista. La salida consistía en reestructurar al Estado, mediante la
privatización y la apertura importadora. Entonces, en 1988, se lanza un plan de
privatización, rechazado por la oposición peronista.
Una primera alternativa era que las políticas fueran impulsadas por los grupos
económicos y los conglomerados extranjeros, pero era poco plausible ya que eran los
principales beneficiarios del aparato estatal ineficiente. En cambio, los acreedores
externos sufrían las postergaciones económicas y el incumplimiento de las reformas por
lo que proponían que los países latinoamericanos pagaran los intereses y el capital
endeudado por más que fuera evidente que su pago fuera imposible. De allí, surgió el Plan
Baker, el cual imponía los programas de conversión que consistía en el rescate de los
bonos de la deuda externa a cambio de activos físicos. Este es el origen de la privatización
de empresas, ya que los principales activos eran las empresas públicas.
A través de los organismos internacionales de crédito, los acreedores externos podían
determinar las características globales de la política económica pero las condiciones
específicas que adoptaban las mismas eran modeladas por los intereses particulares del
capital concentrado interno. Esto hizo que tuvieran una participación relativa secundaria
en la redistribución del excedente interno cuando Argentina asume una moratoria externa
al suspender los pagos de las obligaciones vinculadas a su endeudamiento con el exterior.
La crisis tenía como objetivo eliminar las restricciones estructurales que impedían el
desarrollo y la consolidación del patrón financiero.
El primer problema que tenían los sectores dominantes era que el Estado relegaba a los
acreedores externos. De allí, el nuevo formato y funcionamiento del aparato estatal se
conforma de transferencias de recursos originados anteriormente con otros nuevos,
surgidos a partir de la valorización financiera. Por otra parte, surge la transferencia de la
deuda externa privada al sector público y la licuación de los pasivos internos. Éstas
potencian la expansión de los grupos económicos. Por ende, la fracción excluida
considera que se necesita una reestructuración para poder cobrar lo adeudado y garantizar
beneficios futuros.
El segundo problema es la distribución del ingreso y la relación entre el capital y el
trabajo.
Al igual que la remoción de las trabas al capital financiero, era necesaria la redefinición
de la naturaleza del sistema político, ya que impedía la convalidación de formas
estructurales y la profundización del proceso en marcha. En la primera gestión
constitucional se ve un claro desfasaje entre el avance de la valorización financiera y el
funcionamiento del sistema político.
Según Guillermo O´Donnell existen diversos tipos de crisis. En primer lugar, se encuentra
la crisis de gobierno, en la cual hay una inestabilidad política y sus funcionarios dejan sus
cargos; luego, está la de régimen, que consta de grupos expulsándose al igual que de la
pretensión de instaurar criterios de representación y canales de acceso distintos a los
existentes. En tercer lugar, en la crisis de expansión donde los grupos, partidos,
movimientos y personal gubernamental realizan interpelaciones a sectores sociales para
establecer identidades colectivas conflictivas. La misma genera preocupación en la clase
dominante ya que cuestiona su dominación. Además, existe la crisis de acumulación,
resultante de acciones de clases subordinadas, las cuales son vistas por los dominantes
como obstáculos en el funcionamiento de la economía y de las tasas regulares de
acumulación del capital. Por último, la de dominación celular o social, es una crisis de las
relaciones sociales que constituyen a las clases y sus formas de articulación.
En 1989, existía una crisis de gobierno, que provocó la salida anticipada de la primera
gestión constitucional y de régimen dado que las fracciones dominantes pretendían
reemplazar los criterios de representación establecidos. Igualmente se trata de una crisis
de acumulación porque se intenta remover los obstáculos que le otorgan un papel
secundario e impulsar el desarrollo del capital financiero.
El nuevo gobierno establece relaciones con los grupos económicos locales, demostrando
la relación entre los empresarios y el sistema político. Como resultado, la primera gestión
económica es ejercida por integrantes de la firma Bunge y Born. El enfrentamiento con
los acreedores se institucionaliza mediante medidas como intentar estabilizar las cuentas
públicas y la situación del sector externo, sin prever la implementación de reformas
estructurales.
Sin embargo, debido a las presiones de los acreedores, tienen lugar reformas a favor de
éstos. Primeramente, la Ley de Emergencia Económica, destinada a eliminar los subsidios
y reintegros impositivos mientras que la Ley de Reforma del Estado dispuso la
intervención de las empresas estatales. También acompañó la reforma tributaria, que
generalizaba la aplicación del impuesto al valor agregado, gravando patrimonios y
reduciendo alícuotas del impuesto a las ganancias.
La crisis hizo que el capital concentrado interno coincidiera con los acreedores externos
porque así accedería a la propiedad de activos de enorme magnitud con elevada
rentabilidad. El sistema político impulsa la privatización de empresas, preservando
monopolios con garantías de internacionalización de rentas extraordinarias, la
transferencia de activos de un poder decisivo en los precios y la concentración del capital.
Las discrepancias entre los sectores dominantes giraban en torno a las transferencias
estatales y al grado de exposición externa de las producciones locales.
El avance de los sectores dominantes fue posible debido a la consolidación del
transformismo como sistema de dominación. La autonomía relativa de la política
desaparece. No solo los intelectuales orgánicos sustentan la valorización financiera, sino
también la transformación del sistema del partido de gobierno y la incorporación del
sistema bipartidista en el cual los partidos pierden su identidad específica. Los dos
partidos centrales se incorporan a la órbita de los sectores dominantes, descabezando a
los sectores sociales e inhibiendo su reacción.
Ambas modificaciones superan las barreras estructurales que obstaculizaban el desarrollo
de la valorización al mismo tiempo que revierten la inorganicidad del sistema político,
estableciendo una sincronía entre el plano estructural y el superestructural.
La modificación más trascendente del sistema político es la pérdida de identidad social
histórica, garantizando su desvinculación orgánica con los sectores que expresaba. Como
consecuencia del vaciamiento ideológico y social, desaparece la discusión político-
ideológica. Simultáneamente, se registra la disolución de la militancia, la cual es repelida.
El principal aporte del transformismo es dotar a los partidos de formato empresario.
Ahora, se trata de instituciones con una organización vertical regida por las relciones
contractuales, donde los operadores definen las decisiones partidarias y manejan los
recursos que disponen los partidos.
Las relaciones contractuales reemplazan a los lazos ideológicos y políticos. Los salarios
derivados de las funciones estatales tienen una importancia para la cohesión y
funcionamiento vertical del partido y del que ejerce la función de oposición porque es
una cohabitación partidaria en la administración estatal.
Se genera una dualidad en la estructura ocupacional del sector público entre la planta
permanente y los contratados. El financiamiento para implementar proyectos específicos
potencia el crecimiento de los contratos. Asimismo, la triangulación con otros organismos
internacionales o nacionales canalizan los fondos estatales para realizar contratos de
personal. Los contratados cuentan con los salarios más altos, permitiéndole financiar a
sus cuadros, lograr nuevas adhesiones y acallar a los críticos reales.
Finalmente, la tercera forma de ingresos percibidos por el sistema político son los
sobornos que le pagan a los sectores dominantes y que adopta una gama de modalidades
y se verifica en los diferentes niveles institucionales. La corrupción se trata de una
característica estructural y permanente del sistema de dominación.
De esta manera, la consolidación del transformismo modela a la política en torno a los
sectores dominantes, abandonando su identidad histórica y adquiriendo un formato y una
dinámica empresarial. Así, el sistema político se desvincula de los sectores sociales, que
se ven impedidos de enfrentar su explotación y exclusión social porque sus intelectuales
orgánicos se integraron a los sectores dominantes pero siguen apareciendo como
supuestas conducciones. A medida que se profundiza el sistema de dominación se hace
cada vez más nítida la existencia de un partido político principal (peronismo) y de otro
auxiliar (radicalismo). Su diferenciación se encuentra en el papel e incidencia orgánica
que asumen cada uno de ellos.
El proceso se dio en un período muy breve lo cual permitió que los adjudicatarios
capitalizaran la valorización de las firmas luego de su privatización y facilitó la
aprobación de marcos regulatorios precarios o inexistentes. Asimismo, tiene vastos
alcances en el cual el Estado transfiere hasta sus espacios de apropiación de renta, como
el petróleo, al capital privado. Finalmente, tiene una proporción alta de capitalización de
bonos de la deuda externa y una participación escasa de oferentes en las principales
licitaciones originada en un conjunto de restricciones que allanaron el camino a los
grandes grupos económicos y empresas extranjeras.
Los sobornos fueron de tal magnitud que le permitieron al Estado concretar una
acumulación originaria que sería complementada con nuevos elementos, conformando la
acumulación ampliada. Los “retornos” están vinculados al: a) precio fijado para los
activos y los montos posibles de capitalización de deuda; b) el endeudamiento externo de
las empresas durante el proceso de privatización acelerada; c) la adjudicación de las
licitaciones o concesiones propiamente dichas; d) el contenido de los marcos regulatorios
iniciales.
Asimismo, existe otra vía de ingresos que consiste en los retornos derivados del gasto y
las inversiones realizadas por el Estado.
La capacidad de ahorro sienta las bases materiales para la mayor autonomía relativa del
sistema político y el desarrollo de contradicciones con las fracciones del sector
dominante. La forma de inversión que garantice una reproducción ampliada de los
recursos es un desafío para el Estado. No obstante, el primero radica en el blanqueamiento
de los mismos provenientes de actividades ilegales, para lo que es necesario implementar
un circuito financiero que lo hiciese posible. Éste se implementa en el comienzo de la
nueva administración peronista.
El contar con la estructura financiera que permitiera el lavado de los recursos mediante
su fuga al exterior no agotaba el problema porque quedaba la maximización de la
rentabilidad. Se debía tener en cuenta la tasa de interés en el mercado internacional, que
era más reducida que la interna, que el sistema no tenía incidencia directa en la generación
de los nuevos negocios y en la regulación. Ambos factores, como aseguraban una parte
significativa de los recursos, debían ser repatriados.
Los recursos no solo estuvieron destinados a controlar la propiedad de un conjunto de
empresas estatales privatizadas sino también se diversificaron hacia otras actividades con
alta rentabilidad garantizadas desde el Estado.
Sobre estas bases, se firma el Pacto de Olivos, el cual permitía la reelección de Menem,
quien reforma la Corte Suprema al tiempo que ubica al peronismo como el partido de
mayor jerarquía orgánica y al radicalismo como su rueda auxiliar.
Por otra parte, se vuelve a diluir la comunidad de negocios dado que se cristalizan
asimetrías en los precios internos entre los bienes y servicios no transables con el exterior
y los transables protegidos y, por otro, los transables. Esa asimetría está vinculada al
tamaño de las firmas y los procesos de privatización. Tienen lugar transferencias que
aumentan la facturación de empresas locales y conglomerados extranjeros, en detrimento
de los demás tipos de propiedad. Apenas iniciada la fase declinante del proceso
privatizador se reaviva la salida del capital local al exterior, basándose en la elevada
rentabilidad de las grandes empresas.
De esta manera, los grupos mantienen su poder económico, en tanto se registra una
disminución relativa en la importancia de los activos fijos y un aumento sustancial en la
incidencia de los activos financieros. La nueva estrategia productiva consiste en
concentrar su capital fijo en las actividades que exhiben ventajas comparativas naturales.
Por el contrario, el capital extranjero exhibe una evolución opuesta porque son los
principales compradores de los activos que enajena el resto del espectro empresario. El
avance de los extranjeros se origina en la incorporación de nuevas empresas y la
adquisición de empresas ya instaladas.
La otra contradicción es la acentuada simbiosis del sistema político con una de las
fracciones dominantes y la relativa lejanía con las otras. Debido a la imposición del sector
local, los acreedores extranjeros no tuvieron demasiada influencia.
Una característica del gran capital autóctono es su gran capacidad de lobby o de influencia
sobre las políticas estatales alta con respecto al menor poderío económico de las
fracciones extranjeras.
En este contexto, existe, entonces, una diferenciación entre los capitales de origen
europeo y norteamericano. Mientras que los primeros participan activamente en la
conformación del nuevo sistema político, los otros tienen que avanzar mediante la
imposición de políticas, que de todas formas, los dejan marginados de algunos espacios
más redituables. Las mismas exhiben una creciente inorganicidad para facilitar una mayor
incidencia de estos capitales en la economía interna.
La Alianza
Por otra parte, la dolarización prevé la inserción internacional del país a través del ALCA,
subordinando al Mercosur como espacio de integración. Se trata de una propuesta de
subordinación dado el alcance y profundidad de las propuestas que contiene.
De esta manera, los sectores dominantes intentan usufructuar en su favor la importancia
que conserva en la identidad popular la alianza policlasista, ocultando que poco tienen
que ver con una burguesía nacional ya que están atados a la valorización financiera y
cuentan con recursos del exterior. Diseñan un conjunto de protecciones (mayor control
aduanero) y subsidios (fiscales y crediticios) articulados con un proceso devaluatorio
controlado.
Esto les permitiría una mayor acumulación de capital ya que se agregaría a sus notables
colocaciones financieras en el exterior. El crecimiento se vincula con una salida
exportadora, mientras que la desocupación y la pobreza quedan subordinadas al mismo.
Tiene escaso impacto en la mano de obra y consolida bajos salarios.
Dentro del Mercosur, Brasil constituye un destino de la producción local, y le da cierta
autonomía respecto a la potencia hegemónica. Se revitalizaría el mercado ampliado a
partir de la modificación del tipo de cambio y, además, debido a que las producciones son
potencialmente exportables a los países limítrofes. Este pseudo plan nacional, en tanto
apela al crecimiento económico, destacando los sectores productivos, se dirige a
conformar un frente social compuesto por instituciones tradicionales.
Esta perspectiva plantea consolidar el transformismo para neutralizar a los sectores
populares. Cabe recordar que la supuesta burguesía nacional que la impulsa es la misma
que sostuvo la dictadura militar y se expandió sobre la valorización financiera, la
desindustrialización, la concentración del ingreso y la fuga de excedente al exterior.
La dolarización reivindica la necesidad de replantear el transformismo y lucha contra la
pobreza para incrementar la incidencia política y asegurar la viabilidad de la dominación.
Por su parte, la devaluación enarbola la necesidad de reactivar la producción y desconocer
la deuda externa para poder ampliar su esfera de influencia. Ninguna de las propuestas
dominantes incorpora algún elemento que indique la voluntad de profundizar el proceso
democrático mediante la participación popular y la redistribución progresiva de los
ingresos.
Debido a la fuerza de la valorización financiera, el Estado abandona el desafío de impulsar
y planificar el desarrollo económico al igual que el de garantizar el crecimiento o la
conducción mínima del proceso económico, en tanto transfiere su capacidad regulatoria
al capital oligopólico. La función que cumple es la de garantizar los flujos financieros
para lograr una fluida y abundante entrada de capitales y plantear las condiciones para
una igualmente fluida salida de capitales locales al exterior. El endeudamiento externo
también depende de la necesidad de constituir las reservas de divisas que respaldan a la
Convertibilidad y garantizar las divisas que hacen posible la fuga de capitales locales y
financiar el déficit de la balanza comercial. Este achicamiento de las funciones del Estado
genera, consecuentemente, la ausencia absoluta de un pensamiento estratégico orientado
a la conformación de una Nación. De allí que los proyectos estratégicos para nuestro país
que se originen en el establishment y tengan un carácter faccioso.
El gobierno intenta avanzar otorgándole concesiones a las dos fracciones dominantes en
pugna, sin definir el rumbo de una salida a la crisis actual. Esto hizo que el gobierno de
la Alianza acentúe la concentración del ingreso y profundice la recesión. Desde esta
perspectiva, el reajuste de la economía traería aparejada una deflación general de los
precios que funcionaría como una devaluación del tipo de cambio. Esto reactivaría las
exportaciones, reactivando la inversión interna y externa. De esta manera, se tendería a
reducir el desempleo y provocaría una sustancial mejora en las cuentas públicas.
Sin embargo, no produjo ninguna de las consecuencias declamadas porque su enfoque
estaba destinado a proteger los intereses de los sectores dominantes y no guardaba
ninguna relación con la realidad económica y social.
La gestión de Machinea estuvo permeada por los intereses de la fracción local del poder
económico por la participación en su gabinete de varios funcionarios vinculados a ese
conglomerado y a otros grupos económicos locales.