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“Sexualidad y madurez”

la página de Malegría recogemos las siguientes palabras: “La


sexualidad en la madurez es un hecho en muchas ocasiones
invisibilizado por el modelo imperante de sexualidad en nuestra
sociedad. Este es un modelo eminentemente juvenil, centrado en la
genitalidad y el coito y accesible sólo a cuerpos imposibles para la
mayoría de la sociedad. A ello se une que la sexualidad sigue siendo
un tema tabú especialmente silenciado en aquellas etapas de la vida
o circunstancias que restringen la capacidad reproductiva como es
la vejez o la discapacidad. La sexualidad efectivamente tiene una
vertiente reproductiva, pero también tiene otras dos funciones: la
recreativa y la relacional, no menos importantes y especialmente
relevantes para el bienestar psicosocial. La sexualidad es una
cualidad humana que nos acompaña durante toda la vida, variando
únicamente cómo se expresa y qué nos reporta en cada momento. La
ponencia Las “Sexualidad y madurez”
posibilidades de la sexualidad en la madurez trata de visibilizar este aspecto de la vida
desde un planteamiento en positivo acercándonos a las posibilidades que nos ofrece de
manera que el resultado sea una sexualidad satisfactoria en el otoño de la vida.” El
despertar sexual comienza en la pubertad, el cuerpo humano se transforma en la
adolescencia y genera dudas, confusiones y conflictos internos, no hay una edad específica,
cada uno tendrá su vivencia personal; muchos padres prefieren evitar los temas de
sexualidad con sus hijos, dejándolos a la deriva, para que descubran por experiencia propia,
a través de un amigo, una persona extraña, una película, internet y tantas otras fuentes
externas disponibles el significado de la palabra sexo, desconociendo que las mejores
condiciones para el sexo implican plena madurez física y emocional.
La madurez sexual es un proceso que ocurre entre los 9 y 18 años, con ritmos distintos
entre varones y hembras, en la pubertad desde el punto de vista biológico se desarrollan los
órganos genitales, pero no hay que confundir la madurez física o biológica con la madurez
para tener relaciones sexuales, el sexo implica responsabilidades y posibles consecuencias
negativas como enfermedades de transmisión sexual, infecciones, embarazo, maternidad y
paternidad precoz, dependencias afectivas y posibles desengaños amorosos.

El psicólogo Javier Urra destaca que debe haber una serie de


condiciones que deberían tomarse en cuenta antes de vivir la
experiencia de la primera relación sexual, siendo necesaria la
madurez física y emocional para iniciarse en la sexualidad de una
manera responsable y libre, en sus palabras comenta lo siguiente,
“No es solo la parte mecánica, el joven tiene que aprender antes a
profundizar en la empatía, en el respeto y en la ternura. Debe entender
lo que son los preámbulos y el después para no quedarse en un

La sexualidad
hecho tan simple y puntual como es el acto”.

en las diferentes etapas de la vida y en


situaciones especiales

En la edad madura
Cumplidos los 60 años, la sexualidad sigue desempeñando un papel importante en la vida,
pese a la falta de oportunidades para ejercerla y la marginación que sufre la población
mayor en la sociedad. Si todo lo concerniente a la sexualidad humana está muy
condicionado por una serie de mitos, éstos son especialmente asumidos en nuestra sociedad
cuando nos referimos a los mayores y su vida sexual. El filósofo M. Huhn incluso los ha
enumerado:

Mitos sobre sexualidad en ancianos (M. Kuhn)

 El sexo no es importante en la edad avanzada, se supone que los últimos años de la


vida son asexuales.
 El interés por el sexo es un hecho anormal en la gente de edad.
 Los viejos no tienen capacidad fisiológica que les permita tener conductas sexuales.
 La sexualidad se debilita en la menopausia y desaparece en la tercera edad.
 La sexualidad ha de ser productiva.
 Puede ser aceptable la pareja de hombre mayor y mujer joven pero es ridícula la
pareja de una mujer mayor y un hombre joven.

Frente a esto, las investigaciones indican que mientras se conserve un buen estado de salud
no hay motivo alguno para que el interés y las prácticas sexuales desaparezcan. Es, por lo
tanto, importante ubicar la vida sexual de las personas de edad dentro de su contexto
psicológico y de comportamiento. De esta manera, se observa que la forma de ejercer la
sexualidad durante la vejez está determinada por la actitud que el sujeto ha tenido ante el
sexo durante toda su vida. Quienes viven mal la sexualidad en su etapa de la madurez son
las personas que se han quedado limitadas a un modelo juvenil, o incluso adolescente, de
las relaciones amorosas y sexuales.

Mientras se conserve un buen estado de salud no hay motivo para que el interés y las
prácticas sexuales desaparezcan

La sexualidad en la madurez ofrece experimentadas la riqueza de haber profundizado en


todos los aspectos y posibilidades del encanto amoroso. Se conocen hasta en los detalles
más mínimos, propios y de la pareja, cada uno tiene una experiencia completa del cuerpo
del otro, sabe exactamente cómo darle placer. Basta con un gesto, una mirada, una sonrisa
para desencadenar la magia que lleva al máximo gozo.

La desinformación y la creencia de que la práctica de la sexualidad es exclusiva de la


población joven y que desaparece en la senectud (asexuación del mayor) influyen de modo
significativo en la conducta sexual de las personas maduras. Otros factores que también
dificultan llevar adelante una buena sexualidad son la falta de pareja sexual, la historia
sexual previa, las dificultades económicas y sociales, y las condiciones físicas, sin
menospreciar los factores de actitudes y las creencias personales.

Sin embargo, los avances médicos y la mayor esperanza de vida, junto con la instauración
de la creencia de que la sexualidad y la afectividad son connaturales en la persona y sólo
deben finalizar con la muerte, confirman que ni el interés ni la actividad sexual desaparecen
en las personas mayores. Sí es cierto que la sexualidad se transforma con la edad, pero
según los estudios, más del 85% de las personas mayores de 60 años disfrutan de sus
actividades sexuales.

Los problemas de vivir la sexualidad en la edad madura

Los problemas más frecuentes que se encuentran y que limitan o impiden un desarrollo
completo de la vida sexual de las personas maduras son:

 La falta de pareja: la mayoría de las personas de 75 o más años de edad son viudos o
viudas.
 La carencia de privacidad: la mayoría viven en residencias o con familiares.
 La limitación de su autonomía.
 La dependencia del entorno.
 La dificultad física para mantener relaciones sexuales.

Los cambios que produce la edad en relación a la respuestas sexual no hay por qué verlos
desde una perspectiva negativa y sin solución

Con la edad hay cambios generales en la respuesta sexual humana, pero no todos han de
considerarse negativos y sin solución. Lo que sucede es que la desinformación y la
ignorancia sobre la propia sexualidad son más comunes de lo que se cree. Y no sólo en esta
etapa de la vida, aunque es en ésta donde se hace más necesario cambiar de actitud y
rescatar la bondad de la sexualidad de los mayores y reivindicarla como un derecho que
mejora calidad de vida. Para ello, tenemos que favorecer una serie de transformaciones en
el plano social y personal.

Desde la perspectiva social es necesario:

 Desterrar los mitos que convierten la sexualidad en la edad madura como algo
inexistente, imposible o reprobable.
 Aceptar unas actitudes positivas que llevan a ver la sexualidad como algo inherente
al ser humano.
 Fomentar que los profesionales y las instituciones desarrollen programas
específicos, organismos públicos y privados que aborden la sexualidad de los
mayores.
 Desde la perspectiva individual hay que asumir que se producen cambios a nivel
físico y psicológico, pero que hay que trasformar la vivencia de la sexualidad.

Las maneras de hacerlo son:

 Primar la calidad a cantidad.


 Valorar la extensión y variabilidad de la expresión sexual más allá del coito. - Hacer
menos hincapié en metas o resultados y dar más importancia al placer, las caricias y
las sensaciones.
 Utilizar estímulos adecuados, la práctica y frecuencia que cada situación requiera.
 Convencerse de que no se debe apagar el deseo de vivir y de que se puede disfrutar
con el mismo entusiasmo que antes.
 Reivindicar el clítoris como un componente importante para la excitación y el
orgasmo.
 Saber que el control eyaculatorio mejorado del hombre de edad permite una relación
más prolongada, antes del orgasmo, lo que puede aumentar el placer de la mujer.
 Conocer que el hombre de edad requiere de un contacto genital directo mayor para
la excitación o el orgasmo

images
Es frecuente considerar que en la vejez queda suprimida la sexualidad, bien por
enfermedades invalidantes bien por el deterioro físico y la pérdida de interés de los mayores
por esta dimensión de la personalidad.

Lo cierto es que en buena medida, y al margen de enfermedades que directamente pueden


actuar sobre la sexualidad, son sobre todo constructos sociales los que llevan a aquella
conclusión, perdiendo de vista que aun en edades avanzadas puede haber interés sexual,
con sus propias manifestaciones y formas de expresión.

I. ASPECTOS PSICOLÓGICOS Y RELACIONALES DE LA SEXUALIDAD EN LA


VEJEZ.

Para saber cómo llega una persona a la etapa de la vejez tendríamos que analizar cuál ha
sido su modo de vida; sus rutinas, su actividad física, su nivel cultural, sus relaciones, y
puesto que tratamos el tema del sexo, qué relaciones ha mantenido, con qué frecuencia, y si
éstas han sido satisfactorias.

No es que con ello tengamos una certeza de cómo será su vejez, pero esta información
puede indicarnos ciertos rasgos de salud y estabilidad psicológica y física durante esta
nueva etapa.

Cuanto más se cuida una persona en su juventud (menos fuma, bebe y más ejercicio físico
ha efectuado) más posibilidades tiene de vivir sin problemas importantes y, por otro lado, el
haber tenido un ejercicio gozoso, frecuente e intenso del erotismo, permite llegar a la vejez
sin inconvenientes funcionales en el área genito-sexual.

Supuestamente, ésta es una etapa de la vida en la que existe mayor experiencia sexual,
mayor conocimiento de sí mismo y, en su caso, mayor entendimiento en la interacción con
la pareja, mayor ternura y sabiduría, lo que permitiría un intercambio más pleno y
satisfactorio con la otra persona.

Por otra parte, como en esta época se agudiza el criterio de la realidad, se toma conciencia
de lo que puede y no puede hacerse con el sexo, el erotismo está vigorizado en
comparación con el acto sexual propiamente dicho, con una mayor consolidación de la
pareja. Al desaparecer los intereses o las preocupaciones reproductivas, en el caso de
parejas heterosexuales, la sexualidad en esta etapa de la vida tiene como único fin el dar y
recibir placer.

I.1. Aspectos sociales de la sexualidad en la vejez.

Estudios actuales han demostrado que la actividad sexual en la vejez está influida por
diversos factores que pueden mermar la calidad y cantidad de relaciones sexuales e incluso
hacer que desaparezcan, y cuyo conocimiento es necesario:

1) Pérdida de la pareja: ésta suele ser una de las primeras causas de abstinencia sexual,
especialmente en mujeres, ya que en mayor porcentaje son las que llegan viudas a la edad
tardía.

A pesar de lo mucho que han cambiado los criterios sociales, todavía se ve con extrañeza, o
incluso con sorna, que un anciano –o anciana especialmente- trate de buscar una nueva
pareja.

2) Deterioro de la relación matrimonial: Es éste uno de los motivos que más pueden
detectarse en las consultas como causa de trastornos sexuales en la ancianidad e influye,
entre otros, en la monotonía de la relación sexual y en los problemas de comunicación.

A partir de cierta edad, aun habiendo hijos, la pareja retoma la relación tú-yo que
establecieron hace años, cuando aún no tenían familia, estatus… y si ésta era una relación
conflictiva, inmadura o precipitada, en la vejez resurge de nuevo.

3) Jubilación: Es un momento crítico, ya que el cambio de estilo de vida es radical en


mayor o menor medida. La persona ha de estar preparada para asimilar este nuevo estatus,
debe replantearse qué hacer con todo el tiempo que le resta, su nuevo sueldo, sus relaciones
de pareja, familiares y amistades, sus hábitos, etc. Si no lo ha asimilado previamente, le
puede suponer una crisis que afecte a todos los aspectos de su vida, y por supuesto al
sexual.
4) Salud: durante esta fase de la vida, la salud toma una especial importancia, ya que al
declive físico que se experimenta, hay que ir añadiendo secuelas y enfermedades propias de
la edad o que se agravan con ella, tanto físicas como psicológicas, e incluso ambas
simultáneamente. Como se ha examinado en el epígrafe anterior, muchos cuadros crónicos,
que durante la edad adulta se sobrellevan sin grandes complicaciones, pueden acentuar su
influencia en edades avanzadas, interfiriendo en la vida sexual.

Por otra parte, no es extraño que, bien por factores exógenos, bien endógenos, surjan
trastornos psicológicos como la depresión, la ansiedad, trastornos cognitivos u otros que
van reduciendo las capacidades motoras paulatinamente, así como las relacionales.

5) Convivencia familiar: a pesar de que cada vez se tiende más a llevar a los ancianos a
residencias o centros, todavía una mayoría de familias, porque no pueden o porque no
quieren, mantienen a sus padres en casa, especialmente en caso de viudedad.

En ocasiones, la vivienda no cuenta con el espacio necesario para garantizar la intimidad,


por lo que la familia opta por hacer que la persona mayor comparta habitación con nietos o
nietas.

No es extraño entonces que en la misma casa se puedan encontrar varias generaciones y


que ninguno de estos miembros tenga en cuenta la necesidad de intimidad de los mayores.

6) Falsas creencias sobre la vejez: esperemos que con las generaciones venideras este factor
merme su influencia negativa, pero aún hoy existen una serie de pautas sobre la vejez que
continúan afectando a la calidad de vida de estos individuos, especialmente aquéllas que
definen las conductas como aceptables o inaceptables en una persona mayor. Estas
creencias condicionan negativamente las posibilidades de que estas personas vivan de
forma adecuada y libre su sexualidad. Algunas de ellas son las siguientes:

- La capacidad fisiológica en la tercera edad no permite tener conductas sexuales.


- Las personas mayores no tienen intereses sexuales.

- Los que se interesan son unos pervertidos o “viejos verdes”.

- Las ancianas a las que les interesa el sexo han sido ninfómanas en su juventud.

- En la vejez es más frecuente el exhibicionismo y los abusos a menores.

- El sexo es malo para la salud y más cuando eres viejo.

- El sexo debilita.

- La masturbación desaparece en la adultez y si reaparece en la vejez es por un trastorno


importante.

- Después de la menopausia la satisfacción es menor.

- A las mujeres mayores no les interesa el sexo, pero a los hombres sí

- Los viejos enfermos no tienen deseo.

- Las personas mayores no son deseables.

I.2. Relaciones afectivas y de pareja en la vejez.


Con la prolongación de la edad media de vida, es frecuente que muchas parejas alcancen la
vejez manteniendo su convivencia. Sin embargo, más allá de la convivencia, cabe
preguntarse cómo son sus relaciones, si son felices, si hay entre ellos unión y entendimiento
o se mantienen juntos por costumbre, inercia, o incluso presión social o para evitar la
soledad a edades avanzadas.

Según estudios realizados, las parejas de más de 60 años que todavía están juntas tienen
mayor probabilidad que las parejas de edad intermedia de considerar su relación como
satisfactoria. Muchas dicen que su relación ha mejorado con los años.

Por lo general, la decisión de una ruptura llega temprano en la pareja, por lo que las que
deciden permanecer juntas pese a las crisis y son capaces de superar sus diferencias y de
llegar a una relación mutuamente satisfactoria, la consolidan con la edad.

Otra posible razón, por la que la calidad de la relación mejora es que su satisfacción puede
surgir de factores externos a la propia pareja, como son el trabajo realizado durante su vida,
el fin de la crianza de los hijos, o una buena pensión o ahorros que alejan los problemas y
las angustias de tipo económico.

Además, el estar enamorado es importante, y también el compañerismo, la expresión


abierta de los sentimientos, el respeto y los intereses comunes. Si estos aspectos se han
cultivado durante la relación, a edades avanzadas le dan mayor solidez.

Sin embargo, puede suceder que en este momento en el que se retoma la relación de ambos
(sin la presión de los hijos o el trabajo), cada uno se vuelca más hacia el interés por el otro,
hacia sus necesidades, gustos, manías….

Esta capacidad para manejar altibajos durante esta etapa con relativa serenidad puede
resultar de su mutuo apoyo.
En resumen, quien llega en estas condiciones a la edad tardía obtiene tres beneficios
importantes en la pareja: intimidad (sexual y emocional), interdependencia (compartir
tareas y recursos) y sentido de complicidad y de poder contar con la otra persona.

Pero hay también muchas personas que no han llegado a consolidar una pareja estable
durante su etapa adulta, o no la han tenido nunca, por lo que es preciso referirse también a
la edad avanzada en estas situaciones. Entre otras, destacamos:

1) Viudedad o soltería: Comúnmente las mujeres que hoy tienen edades elevadas se casaron
en su día con hombres mayores que ellas. Este factor, junto a la mayor expectativa de vida
de las mujeres, hace que al llegar a edades avanzadas encontremos más mujeres solas que
hombres.

Cuando la persona pierde a su pareja, y cae en un período de inactividad sexual casi


absoluto, puede suceder que, si en etapas posteriores desea iniciar relaciones con otra
pareja, se presenten mayores dificultades para lograrlo, sobre todo en el hombre, por
disfunciones de la erección (síndrome de la viudedad).

Algunos sexólogos recomiendan la práctica masturbatoria durante este período de soledad,


si no existen impedimentos psicológicos o culturales. Esta recomendación, aunque parezca
chocante para algunos, puede contribuir a mantener tanto en el hombre como en la mujer,
los mecanismos fisiológicos sexuales en actividad relativa y no en inacción absoluta. No en
vano, como se ha expuesto anteriormente, ya desde los primeros estudios de los años
sesenta del pasado siglo sobre la respuesta sexual humana, se observó que ésta mejoraba
con la práctica frecuente, del tipo que fuera.

2) Homosexualidad: Si llegar a la vejez es complicado, hacerlo siendo homosexual lo es


aún más. En España pueden empezar ahora a conocerse casos de personas que en su edad
tardía deciden explicitar –en algún caso, tras asumirla ante sí mismos- su homosexualidad.
Muchas de ellas, sin embargo, han estado casadas e incluso tienen hijos, por lo que esta
decisión puede suponer un verdadero shock para su entorno social.

Para ellas mismas, por un lado puede tener consecuencias catastróficas, en la medida en que
su entorno próximo y sus parientes puedan rechazarlas. Por el otro, puede significar una
liberación de una tremenda carga que han arrastrado durante buena parte de su vida.
Finalmente, tampoco cabe despreciar el hecho de que a edades avanzadas puede relajarse el
control social, y algunas personas mayores, sobre todo si no son dependientes económica ni
afectivamente de otras, dan menos importancia a su imagen social o, en una palabra, al
“qué dirán”.

En España todavía no existe un grupo excesivamente numeroso de mayores que hayan


manifestado su homosexualidad, pero por información de otros países, se ha comprobado
que estas personas viven su vejez de una manera más autónoma y madura que muchos
heterosexuales. La causa, según parece, puede deberse a que han sufrido y superado los
prejuicios sociales desde la adolescencia, aprendiendo a la fuerza a seguir su propio
camino.

Estos mayores han desarrollado toda una red de amigos y contactos afines a su estilo de
vida e incluso se observa que viven la vejez de una manera más autónoma, pero con los
mismos procesos en los casos de pérdida de la pareja.

I.3. Estilos de vida.

Tanto para el individuo que alcanza la vejez sin pareja, como para el que lo hace
manteniendo la que formó en su época joven o adulta, el entrar en edades avanzadas supone
un cambio cualitativo, más allá de sus condiciones físicas y mentales, que requiere cierta
preparación. Por ello, cabe hablar en esta etapa de la importancia que asumen los estilos de
vida, máxime cuando los cambios sociales de los últimos años van ofreciendo nuevas
oportunidades a las personas mayores que eran impensables hace unas décadas.

I.3.1. La jubilación.

El cese de la vida laboral al alcanzar la jubilación constituye un problema psicológico y


social para muchas personas. En buena medida, por el modelo de sociedad, que prima el
utilitarismo económico de la persona productiva, pero que no evita que un cambio de estas
dimensiones requiera de planificación.
La vida activa en la vejez será posible siempre y cuando la persona haya planeado su retiro
desde el punto de vista financiero, a fin de que no le sorprendan las estrecheces
económicas. Condición esencial además es que se disfrute de una razonable salud física y
mental, como ya hemos comentado. Las muertes rápidas después del retiro son frecuentes,
pero es más frecuente que la mala salud precedaal retiro y no que lo siga. Hay individuos
que se retiran a una edad temprana, tan pronto como sus ingresos se lo permiten, para así
abandonar el trabajo como dominio principal de ocupación personal y poder dedicarse a
actividades que les resultan más satisfactorias (aficiones, viajes y calidad de vida) y, en la
medida en que tengan pareja, para dedicarle más tiempo, lo que se traduce en una mejora en
la calidad de la relación entre ambos.

Si el retiro es voluntario y además se da en una edad temprana (60 años,


aproximadamente), se puede decir que la pareja puede vivir esta etapa como una segunda
oportunidad de crecer, gozar con la familia y disfrutar de la relación, experimentando una
nueva dimensión de la intimidad, de acuerdo con las características del momento. En tal
caso, es obvio que también su relación sexual puede ser más satisfactoria, al disminuir la
presión externa a la pareja provocada por los horarios, las preocupaciones laborales y
económicas, etc.

El retiro positivo y exitoso empieza con un estado mental, con el reconocimiento de que es
una oportunidad para comenzar una nueva vida en muchos sentidos y puede verse como
una liberación de las exigencias sociales.

Por el contrario, quien alcanza la jubilación sin haberla prácticamente planificado, puede
registrar consecuencias bastante indeseables. Una persona que se ve obligada a retirarse a
una edad en que todavía tiene suficientes recursos físicos y mentales para desempeñar
tareas significativas, es muy probable que, al menos durante un tiempo, sufra una
importante crisis psicológica o, en el peor de los casos, un colapso total. Educada desde
joven en la mentalidad de una sociedad productiva, en que incluso el éxito se mide
generalmente por el estatus social y económico, abandonar de repente toda actividad
laboral puede interiorizarse como inutilidad personal y social, como una falta de sentido de
la existencia y un sentimiento de que ya se es irrelevante.

Estas personas que rehúyen tenazmente esta situación, perciben el retiro como una
admisión de derrota, de dejar de ser, de cesar en sus funciones sociales y personales y, si
seguimos en esa línea de pensamiento, podríamos afirmar que casi irremediablemente, la
persona tenderá a perder su autoestima, llenándose de pensamientos negativos sobre sí
misma. En tales condiciones, difícilmente pueden mantenerse relaciones satisfactorias con
los demás, y mucho menos relaciones íntimas e intercambios sexuales adecuados. Sobre
todo, cuando en esta etapa quizás comienzan a primar más los aspectos sentimentales que
los puramente físicos.

Otro factor que cabe tener en cuenta –si se vive en pareja- es que si ambos integrantes
trabajan fuera de casa, no siempre se jubilan al mismo tiempo ni con diferencia de meses,
sino que pueden pasar años desde el retiro de uno hasta el del otro. Siendo casi siempre el
hombre el que lo hace primero. Ello puede provocar discrepancias, bien porque el miembro
jubilado no asume el horario y la dedicación laboral del otro, bien porque el primero
dispone de un tiempo libre y de deseos de llenarlo que el otro no puede atender. Además,
mientras se mantenga la diferencia de dedicación a las tareas domésticas, puede haber
agravios para la mujer, dado que los hombres en edad de retiro prestan menos de 8 horas a
la semana de promedio a dichas tareas, mientras que las mujeres invierten unas 20 horas.
Ello puede crear un clima de desavenencia que dificulta la aproximación y la actividad
sexual compartida.

La jubilación, al igual que el matrimonio, es un gran paso acerca del que se ha de


reflexionar pausadamente. La primera pregunta que toda persona debería hacerse es: ¿qué
voy a hacer ahora?.

No cabe la menor duda de que quien ha vivido satisfactoriamente sus etapas previas, en su
trabajo, familia, etc, probablemente lo viva como algo completamente natural y esperado,
incluso como una oportunidad de cambiar de rutinas y hacer nuevas cosas. Sea como fuere,
es conveniente que la persona jubilada esté preparada para hacer todo ello desde el primer
momento de su jubilación y no posponerlo, pues se arriesga a no llevarlo a la práctica.

Si accede a esta etapa de su vida en pareja, habría de plantearse y plantear a la otra persona
el momento que se acerca, reflexionando sobre cómo va a influir esta situación en sus
relaciones. Unas sugerencias adecuadas, según la gerontología, serían la preparación
equilibrada de actividades para ambos (individualmente o en pareja) y que incluyeran:

- Una actividad individual y otra colectiva.

- Una actividad al aire libre y otra en interior.


- Un desgaste físico y una distracción que relaje.

De esta forma se podría evitar la inactividad, el aburrimiento y el sobrecontacto con la


pareja.

En resumen, la actividad es un atributo de la persona mentalmente saludable. Para que la


vida tenga propósito, dirección y sentido, se requiere que el individuo defina un plan de
acción que tienda a conservar las capacidades cognitivas, físicas, psicosociales y que le
permitan seguir siendo parte de un grupo social y familiar como miembro con plenas
facultades. Este plan ha de ser del interés de la persona y, si es posible, del de su pareja,
para así garantizar la estabilidad emocional tan necesaria en esta última etapa de la vida.

La pasividad deteriora y estanca. Los propósitos que lleven a la persona hacia la realización
de actividades que le produzcan placer sirven como remedio contra el deterioro, evitando
preocupaciones enfermizas.

I.3.2. Familia.

Normalmente, cuando los padres se jubilan, puede ser para sus hijos un autentico alivio,
siempre y cuando los problemas de salud no sean demasiado graves.

Podemos ver en los parques de nuestras ciudades bastantes abuelos y abuelas cuidando de
los nietos mientras sus hijos trabajan, desempeñando un nuevo rol de vital importancia,
especialmente en las grandes ciudades.

Afectivamente, este rol tiene unos beneficios muy positivos en los mayores, ya que
disfrutan de los nietos y se sienten parte activa de la familia, e incluso mantienen su utilidad
social. Pero ¿qué ocurre cuando se quedan solos?.
Cuando la pareja se mantiene, también puede ocurrir que los conflictos camuflados en
períodos anteriores se pongan de manifiesto ahora irremediablemente, haciendo
especialmente difícil la convivencia y minando los deseos de intercambio sexual.

Por otro lado, ya hemos visto que el traslado a casa de un familiar suele significar la
pérdida de independencia y de espacio propio, y lo mismo sucede en algunas residencias
geriátricas, donde se da esta circunstancia por motivos económicos. Parece que a partir de
ese momento se da por hecho que los mayores no volverán a tener relaciones de pareja
nunca más, relegándoles a un papel de padre-abuelo o madre-abuela. Los hijos tienden a
negar la sexualidad de sus padres, quizás porque ellos mismos han sido educados en la
erotofobia (miedo o rechazo a las manifestaciones sexuales). Se reproduce así un patrón de
conducta estable entre padres e hijos.

Cuando se llega a este momento de dependencia, los mayores pueden crear vínculos de
apego con sus hijos, porque son ellos los que cumplen con estas funciones, dependerá de lo
que los hijos ofrezcan y de cuál sea la necesidad del mayor. De alguna manera, es como si
el apego del niño al adulto se reconvirtiera ahora en el sentido contrario. En el caso de que
la pareja se conserve, este apego se establece entre ellos, lo que puede aportar gran
serenidad y seguridad hasta el final.

I.3.3. Contexto social y económico.

La generación que ahora tiene 65-70 años nació en la década de los 40. Esto significa que
sus integrantes provienen de una educación y una actitud hacia el sexo que nada tienen que
ver con las actuales. Su infancia fue en un contexto de miseria y hasta de hambre, bajo una
dictadura en que la familia y la doctrina católica más ortodoxa eran el eje moral del país,
siendo admitido el sexo únicamente como medio de procrear y en el seno del matrimonio.
No recibieron ninguna información sexual, y todo lo relacionado con ella era castigado y
condicionado para sentir culpa. Ello determina un gran lastre del que sólo con ardua
introspección es posible liberarse, lo que, evidentemente, sólo ha estado al alcance de una
minoría.

Pero, a pesar de ello y gracias a la capacidad de adaptación del ser humano, muchos han
conseguido aprender a disfrutar de la sexualidad, en su matrimonio o de manera encubierta.
Las experiencias sexuales pasadas (su cantidad y calidad) no pueden indicar cómo serán
las relaciones en la vejez. Al preguntar a mayores sobre estas experiencias, muchos han
confesado que cuentan con una historia sexual pobre o nula antes del matrimonio.

Sobre la calidad, al carecer de información, las prácticas sexuales se focalizaban casi


exclusivamente en el coito y especialmente en el hecho de que fuera el hombre el que
imponía su patrón sexual a la mujer.

Entre esa generación, alrededor del 88% de los hombres dicen no haber tenido nunca
amantes y en el caso de las mujeres, la cifra asciende al 97 %, cantidad que aumenta en el
caso de personas católicas practicantes. La cifra de ancianos independientes era bastante
reducida, compartiendo hogar familiar en la mayoría de los casos.

La situación económica en general hacía o puede hacer que se arrastren multitud de factores
que influyen en la actividad sexual. Si el hogar es caliente, si hay dinero en el
banco…nuestros mayores descienden en su mayoría de este entorno, así que no es raro que,
a pesar de haber mejorado su calidad de vida, todavía tengan temores y preocupaciones
relativas a la escasez…

A veces son fantasía, pero otras veces son realidad, habiendo muchas personas mayores que
llegan a estas edades con una pensión ridícula o que habitan pisos que no están
acondicionados, lo que se ha agravado con la crisis de los últimos años, introduciendo
nuevas preocupaciones poco propicias para que el deseo y el erotismo hallen un entorno
agradable y propicio.

II. PAUTAS Y TERAPIAS.-

Los mayores tienen la misma necesidad de intimidad que otras personas más jóvenes, y
aunque tienen más dificultades de tipo social para conseguirla, también, en muchos casos,
cuentan con mejores recursos personales para resolverlo (capacidad comunicativa, ternura,
afecto…)

Tendríamos que plantearnos un cambio de mentalidad para, a su vez, conseguir una mejor
salud psicológica de nuestros mayores, reeducando tanto a mayores como a sus hijos
respecto a este tipo de prejuicios. Esta podría ser la forma de convertirnos en una sociedad
cada vez más tolerante.

Aprovechando que actualmente hay una preocupación e inversión en el ámbito social hacia
estas edades, no estaría de más que asociaciones, centros de día y residencias invirtieran
determinado tiempo en la reeducación y apoyo a personas que experimentan este momento
vital y a sus familiares.

Entre otras actuaciones, CLEMENTE CARRIÓN menciona las siguientes, dirigidas a los
factores que integran la inteligencia emocional:

“Favorecer con el enfermo, o simplemente como estrategia habitual de prevención de las


enfermedades mentales de la persona de edad avanzada, aquellos tipos de actividades que
sigan manteniendo la iniciativa del propio yo, como pueden ser la autonomía personal en
los hábitos de limpieza, y en todas las actividades que el interesado pueda realizar por sí
mismo, aunque pueda presentar dificultades aceptables.

Creación de un ambiente en donde la persona mayor pueda manifestar su iniciativa, así


como reforzar su propio protagonismo en aquellas actividades que todavía pueda realizar
por sí mismo, y no suplirlo por lo tanto en ninguna de las actividades o responsabilidades
de las que pueda ocuparse todavía.

Manifestar de manera asidua una escucha atenta de sus opiniones con el refuerzo positivo
de sus aportaciones, de forma que se siga sintiendo miembro activo de la comunidad
familiar, o de la comunidad social de acogida en donde se encuentre.

Favorecer todo tipo de manifestaciones emocionales de afecto, tanto en sentido receptor


como en sentido emisor, con las personas con las que pueda tener una relación familiar,
como con amigos o conocidos dispuestos a seguir manteniendo una relación personal.

Uno de los más graves problemas de la mayoría de las instituciones públicas o privadas que
tienen por objeto el dar soporte a las familias en el trato y cuidado de las personas mayores,
es la indiferencia con que se los acoge, y la falta de comunicación personal en la que se ven
inmersos a pesar de encontrarse con múltiples personas en la misma situación que ellos.

Determinadas actividades institucionalizadas mediante la ayuda de un monitor (juegos de


azar, lectura comentada, dedicación a actividades de canto, dramatización, músicoterpia, o
simple favorecimiento de la actividad física sistemática, etc…) pueden favorecer el
mantenimiento de su propia actividad vital o mental” (CLEMENTE, 2006).

Los psicólogos y profesionales de la salud pueden contribuir de forma eficaz a la


eliminación de tabúes y prejuicios sobre la sexualidad en la vejez, mejorando la calidad de
vida de las personas mayores y logrando al menos que estén en condiciones de :

- Asumir la sexualidad de una manera enriquecedora, placentera y responsable.

- Desarrollar una autoimagen positiva para sustentar su autoestima y autonomía,


asumiéndose en la originalidad de su identidad de género y de su orientación sexual.

- Poder vivir su sexualidad con placer, desligada de la función reproductiva.

-Desarrollar la capacidad de sentir, gozar, amar y ser amado

En el terreno más terapéutico, podrían experimentarse estos problemas a través del role-
playing, discusión y puesta en común de las dificultades que surgen en la vida diaria y
hablando con especialistas sobre el tema.

En buena medida, y puesto que la vejez es una etapa que involucra todos los aspectos de la
vida del individuo, las pautas y terapias no pueden descuidar –si es necesario- ciertos
refuerzos que combatan la posible pérdida de autoestima que sufre quien llega a edad
avanzada sin una preparación psicológica adecuada.
A partir de los 50 años se va haciendo más evidente el desgaste físico, la perdida de
frescura y de cualidades, y ya entrados los 70, y con los cambios que hemos ido
mencionando en este trabajo, se entra en una fase de “duelo”, en la que merman la fuerza,
el vigor, las capacidades. En cambio, se va ganando en experiencia, capacidad de
adaptación y madurez. A pesar de ello, sobre todo si se pierde la pareja, es bastante común
encontrar personas cuya autoestima se ve afectada

Desde un punto de vista psicológico, sería recomendable trabajar y promover diferente


terapias para promover la salud de manera integral, es decir, abarcando el plano cognitivo,
afectivo y social.

En cuanto a una intervención específica en lo sexual, se propondrían actividades en las que


:

- poder adquirir una visión de la sexualidad no centrada en el coito.

- aceptar la figura corporal y los cambios que supone ser mayor.

- conocer las dificultades psicosociales que se pueden tener, así como los recursos y ayudas
para no sufrirlas.

- conocer cambios respecto a la salud y tipos de ayudas.

- adquirir y mantener hábitos de higiene, alimentarios, y actividad física de acuerdo con su


edad y estado de salud.

- concienciar al mayor de su derecho a la vida privada y al uso de sus libertades de acuerdo


con su estado.
- enriquecer su red social.

- adquirir actitudes de tolerancia hacia personas que vivan su sexualidad de una forma
diferente, evitando críticas y presiones.

III. CONCLUSIONES.-

Ya en los años sesenta del pasado siglo, los estudios de KINSEY, MASTERS y
JOHNSON, y otros, aun centrados en las relaciones sexuales directas, achacaron la posible
disminución de la conducta sexual, en frecuencia, duración o intensidad, a factores
ambientales y mentales más que a los fisiológicos. Citaban, entre otros factores involutivos,
la monotonía, los excesos en la comida o en la bebida, la fatiga mental y física, problemas
emotivos, económicos o laborales, y, en el caso del varón, el “temor al desempeño”, en
buena medida asociado o como resultante de algunos de los anteriores.

Los estudios posteriores han confirmado la conclusión central entonces formulada,


observando que el comportamiento sexual no desaparece en absoluto con los cambios
hormonales y fisiológicos, ni siquiera bajo su forma interpersonal de relación coital. Por el
contrario, la frecuencia en la práctica del coito sólo empieza a disminuir por encima de los
setenta años en ambos sexos, es decir, bastantes años después de aquellos cambios
(RATHUS y otros, 2005). E igualmente observan los estudios actuales –como ya hicieron
los de hace cinco décadas- que tal disminución es más lenta para los que han mantenido una
mayor frecuencia sexual.

Por ello, incluso en el caso del varón, donde puede constatarse más fácilmente su
imposibilidad orgánica para el coito, aunque se observe una disminución de su respuesta
sexual respecto a edades menos avanzadas, no es de manera brusca ni llega a incapacitar
sexualmente. Según los datos de LÓPEZ y OLAZÁBAL (ed. de 1998), las reacciones de
impotencia del varón no comienzan a aumentar hasta pasados los 65 años, tras los cuales
puede llegar a afectar a un 25 por 100 de los observados, sólo casi el doble de entre el 13 ó
15 por 100 que se registra en la edad adulta. Tras los 75 años, ya asciende a un 55 por 100,
y se incrementa a un 75 por 100 cuando se superan los 80 años.
A este respecto, cabe subrayar que la misma experiencia sexual, del tipo que sea, cuando se
llega al orgasmo, es beneficiosa para el organismo, incluso en el estricto terreno fisiológico,
y ello puede coadyuvar a que una práctica sostenida retrase la edad en que empieza
disminuir su frecuencia. Por un lado, porque provoca y libera endorfinas, que inducen al
sueño y mejoran, por consiguiente, cuadros de posible insomnio, favoreciendo la
recuperación física y neurológica durante el descanso. Por otro lado, para las mujeres, es un
factor que retrasa la pérdida de elasticidad de los genitales y la consiguiente atrofia
vulvovaginal, posponiendo así las sensaciones dolorosas, o molestas, que pueden
registrarse. Finalmente, para el varón, conlleva una descongestión de la próstata, evitando
así las secuelas orgánicas y funcionales asociadas a las dificultades de este órgano
masculino.

En cambio, la ausencia de prácticas sexuales, por problemas de salud, de soledad, de


rechazo por el entorno o la familia, o de otro tipo, a los que se ha ido haciendo referencia en
los correspondientes epígrafes, pueden acelerar el deterioro sexual. Como también lo hacen
ciertos fármacos, de frecuente consumo a esas edades, que incluso pueden llegar a inhibir la
líbido. Así, los medicamentos psicótropos y antidepresivos reducen el deseo en ambos
sexos, como también los diuréticos y cardiovasculares, que además afectan a la potencia en
el varón, y ocasionan trastornos neuronales en la mujer. Teniendo también influencia sobre
la potencia y la eyaculación del varón los analgésicos y antiinflamatorios, que, en cambio,
parecen menos agresivos para las mujeres, al igual que las benzodiazepinas, que no parecen
provocar alteraciones significativas.

Aun así, en edades en torno a los ochenta años, y pese a las disminuciones en la
frecuencia, duración o intensidad de la actividad sexual, es llamativo observar, en contra de
los tópicos y las percepciones sociales tradicionales, que el grado de satisfacción sexual de
los individuos no decrece respecto a sus años anteriores, y que incluso buena parte de los
sujetos afirma que ha mejorado en comparación con la que sentían durante su etapa adulta.
Concretamente, un 74 por 100 de los hombres y un 80 por 100 de las mujeres que han
llegado a esa edad declaran sentirse igual o más satisfechos que en sus etapas más jóvenes
(RATHUS y otros, 2005).

Probablemente, y dado que es una realidad la disminución de la actividad sexual directa por
encima de los setenta o setenta y cinco años, cabría entender que la sexualidad adopta
nuevas formas y expresiones a partir de esas edades avanzadas, que no son por ello menos
satisfactorias. En el caso de relaciones interpersonales, ya no perseguiría siempre el coito
como único modo de satisfacción, y ni siquiera quizás la experiencia del orgasmo tal y
como se entiende para la etapa juvenil o adulta. En edades avanzadas, el contenido de la
sexualidad puede dar más valor al intercambio afectivo, a las caricias, a formas de expresar
la ternura (LÓPEZ SÁNCHEZ, 2006), que al fenómeno coital y a la explosión física que
con él se produce.
Por eso, y aun teniendo en cuenta las limitaciones físicas o fisiológicas que puedan
darse en unos y otros individuos, parece posible concluir que son más los factores
psicosociales imperantes los que determinan un deterioro de la sexualidad de los ancianos.
Probablemente, cuando las generaciones hoy jóvenes alcancen la vejez puedan registrarse
pautas sexuales muy diferentes a las actuales, al haber partido ya desde su infancia y
juventud de una aceptación explícita de la sexualidad, habiéndola podido vivir sin culpas,
presiones sociales ni factores tan inhibidores como los que han padecido nuestros ancianos
de hoy.

La importancia del ejercicio físico y de una dieta y unos hábitos de vida saludables, cada
vez más reclamados por los clínicos y los gerontólogos, pero también por la conciencia
social dominante, seguramente variarán las condiciones psicofísicas en que se alcance la
vejez (CZUBAJ, 2006).

Pero, sobre todo, la admisión social del sexo como necesidad personal e interpersonal, la
adecuada educación sexual en edades preadolescentes, la mayor comunicación
intergeneracional respecto a estas cuestiones, y, en una palabra, la caída del sexo como tabú
oculto e innombrable, generará por fuerza nuevas actitudes en torno al mismo cuando se
entre en edades avanzadas. Se evitaría así la actual situación, en la que “quizás la mera
represión con que normalmente juzgamos cualquier manifestación de afecto entre personas
mayores, precisamente cuando más lo necesitan y menos contraindicaciones tienen para
ellas, pueda ser la clave del rápido deterioro, tanto emocional como mental y biológico, en
el que caen muchos de nuestros mayores cuando se encuentran de golpe en un campo
totalmente negativo o poco favorecedor de la actividad biológica, mental o emocional”
(CLEMENTE.CARRIÓN, 2006)

Asimismo, la habitualidad con que ya empiezan a verse los centros, viajes y actividades en
que la tercera edad comparte y se comunica inquietudes y distracciones, facilita la
aceptación social y familiar de que los viejos –incluso cuando están sin pareja estable-
busquen compartir sus sentimientos, sus aficiones y –por qué no- sus impulsos y deseos
sexuales, quizás no reducidos ni limitados al mero intercambio carnal. Ejemplos pueden
registrarse ya, por parte de quienes mantienen contacto frecuente con ancianos, de que éstos
encuentran plena satisfacción en poder mantener tertulias, conversaciones, bailes, y otras
actividades, compartidas con personas del otro sexo. Y que aun sin intercambio sexual
explícito, encuentran en ello una proyección de su sexualidad, incluso mejorando su
autoestima y estimulando su cuidado interno y externo, su acicalamiento y, en suma, su
dimensión erótica y afectiva, redundando en una mejora de su salud y de su estado de
ánimo.
En la exploración y el disfrute de esas otras dimensiones de la sexualidad podría residir, en
buena medida, el mantenimiento de una actividad sexual satisfactoria durante toda la vida
lúcida de la persona.
En la mayoría de las sociedades el promedio de edad actual para la primera relación
sexual está entre 16 y 17 años, la impulsividad en la etapa juvenil acompañada de una
incansable energía corporal y un deseo sexual acelerado, unido a un ritmo de vida donde las
telecomunicaciones y la información por redes inunda de datos sobre sexualidad a los niños
y a los adolescentes.

El proceso para llegar a la madurez física y emocional es un período complicado, en la


pubertad ocurren cambios físicos y psicológicos, se presentan las primeras señales de
enamoramientos y la necesidad de compartir en la intimidad. El psicólogo Javier Urra
también señala lo siguiente, “Se habla de los riesgos de embarazo y de contagio de
enfermedades de transmisión sexual, pero poco de los riesgos emocionales. Las relaciones
sexuales tienen un componente emocional que desborda en mucho al hecho físico. En
general, esta madurez no se alcanza antes de los 18 años, si bien podría darse algún caso a
partir de los 16”.

Los padres son pieza fundamental y siempre deben estar atentos a los cambios físicos y
emocionales de sus hijos, manteniendo con ellos una comunicación fluida, atendiendo cada
señal de las etapas del despertar sexual de su hijo, brindarles información sobre métodos
anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual, en cada período los padres deben
suministrar la información necesaria, siempre respetando el derecho a su propia
intimidad

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