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Carla Cordua, Partes sin todo. (pp. 126-129) PENSAR CON LA CABEZA AJENA Parece que lo normal es pensar con su propia cabeza; si se trata de pensar y no de otra cosa, da la impresién de que no tenemos alternativa: o con la propia o con ninguna. Se puede minimizar el pensar, claro est4, como tantas personas hacen sin ni darse cuenta, pero no se puede evitar del todo sin dejar de ser humano. Pero pensar con las facultades de otro suena inverosimil pues parece que hubiera aqui una imposibilidad fisica que lo impide. Esta impresién se debe a que generalmente reservamos el vocablo “pensar” para la actividad mental que se lleva a cabo en el presente. De modo que si me dan la orden: “Piense en lo que le dije” resulta obvio que sélo lo puedo hacer yo misma, que he estado oyendo las palabras enunciadas antes por mi interlocutor. Pero tal aplicacién estrecha de la palabra “pensar” carece de justificacién; pues, en su acepcién corriente significa muchas cosas, a la vez emparentadas entre si y diversas. El término usado en sentido amplisimo, como hacia Descartes en sus Meditaciones metafisicas, por ejemplo, designa todas las operaciones posibles que integran la vida de Dios y la de la mente del hombre. Aunque renunciemos al sentido universal de que se vale el discurso metafisico, y nos valgamos de“ pensar” solamente para referirnos a la mente humana, tendremos muchas acepciones diversas del vocablo, algunas de las cuales son, efectivamente, nada més quella recepcién, las repeticiones, el uso de lo pensado por otros que adoptamos para nosotros. Pensar con la cabeza de otro puede fracasar tal como de hecho a menudo fracasa el intento de pensar con la propia, Pero también puede resultar en ambos casos. Recordemos algunas cosas obvias que todo el mundo sabe y acepta como indiscutibles. Todo lo que aprendemos de otras personas es repetir lo pensado antes por ellas. Aprender de otro es incorporarse a sus pensamientos. Luego podremos variar lo que recibimos, pero nuestros arrestos de originalidad sélo se pueden ejercer sobre lo recibido antes, que se repetira en nosotros en las diversas formas de nuestra vida mental. Esto vale tanto para el aprendizaje de la lengua materna como para el saber del sentido comin y de las técnicas especializadas, para la adquisién de disciplinas cientificas, religiosas, filoséficas, etc. Aprender es aprender a repetir. Repetir lo aprendido es haber recibido los contenidos de la mente ajena. Es llegar, pues, a pensar con las cabezas de otros. Pero ésta no es la tinica manera en que pensamos con cabeza ajena. Algunos moralistas consideran indispensable que, para cumplir con la regla de oro que nos conmina a no hacerles, alos demas aquello que no queremos que nos hagan a nosotros, aprendamos a ponernos en. ellugar de los otros. Se dice que Mozi, el filésofo chino (s. V a. C.), abrumado por los dafios que produce la guerra formulé una pregunta acerca de cémo evitarlas: “;Cual es el camino del amor universal y del beneficio mutuo?” El mismo contesté su pregunta, como suelen hacer los filésofos: “El camino es considerar al pais de los otros como el propio”. Quién que lograra esta modificacién de su perspectiva habitual patrocinarfa una guerra? Lo que importa ver es que Mozi no propone sino un cambio de perspectiva. El pais de mis enemigos, concebido por ellos como el propio suyo e, mediante el giro propuesto, el mio. Pienso como ellos 0 con su cabeza y, si tengo suerte, ellos pensarén con la mia. No habrA guerra entre nosotros, algo espectacular que no depende sino de una conversién de la manera de pensar. 2Cémo es que sigue habiendo guerras? En esto tal ve nos ayude Herdclito, que dijo-“ Aunque la razén es comtin a todos, los mas viven como si tuviesen una inteligencia propia”. Ponerse en el lugar del otro no tiene nada que ver con quitarle el sitio que ocupa en el espacio y sustituirlo alli donde se encontraba. Se trata de entender su punto de vista, su. pensar respecto de s{ mismo, hacerse de sus pensamientos acerca de lo que quiere y espera para si. La regla de oro nos exige pensarlo como él se piensa pue solo asi nos conduciremos moralmente. Aqui el pensar con la cabeza ajena se ha vuelto una obligacién universal, esto es mas que un mero hecho necesario para incorporarse a la sociedad humana mediante el aprendizaje de una lengua y la intimidad con lo que ella cree, desea, juzga, aspira, organiza y acta. Para vivir medianamente bien con los demés hace falta la simpatia con algunos, la compasién hacia otros, la aceptacién de las opiniones expresadas por los amigos, la dopcién de ciertos lugares comunes que se han convertido en el santo y sefia de medio mundo en nuestro vecindario: son todas manera de pensar con la cabeza ajena. También lo son la imitacién de las costumbres y de reglas de conducta, Para seguir con atencién y entrega las explicaciones de cémo se resuelve un problema o, se cura una enfermedad, he de acompafiar mentalmente al que me habla. Pero sobre todo, hablar con los demas y leer a otros entendiendo lo que dicen equivale a instalarse en sus perspectivas y compartir intimamente Jo que piensa, Pensarlo con él, guado por sus pensamientos, y entregado provisoriamente a ellos. Fernando Savater sostiene, con un dejo critico aquneu no condenatorio, que en vez de decir “creo”, “pienso”, la mayoria de las personas deberia decir “repito”. Esta observacién intenta poner en relieve la falta de originalidad de las cosas que creemos y pensamos, yes acertada. Pero como Savater se propone influir sobre sus lectores para que se hagan independientes, criticos y audaces en sus creencias y pensamientos, prefiere no considerar la importancia que la intimidad entre las cabezas de distintas personas posee para las relaciones de los que son miembros de una misma comunidad. Primero es la imitacién y el pensar con la cabeza de los demas y sélo mas tarde algunos de entre nosotros deseardn zafarse de la influencia directa que la comunidad que nos alberga y nos formé ejerce sobre nosotros. Para que el deseo de independencia y originalidad no nos aisle y deje solos, tendremos que aprender el arte de combinar nuestra pertenencia a la sociedad con la préctica de tomar distancia de ella y, a ratos al menos, usar la cabeza propia como si no existiese otra.

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