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21-03-2019 Ejercicios en prosa, por David Villagrán

Cyber Humanitatis Nº 38 (Otoño 2006)

Ejercicios en prosa, por David Villagrán

Cuando llegamos ya donde el rocío


Resiste al sol, por estar en un sitio
Donde, a la sombra, poco se evapora

Ambas manos abiertas en la hierba


Suavemente puso mi maestro;
Y yo, que de su intento me di cuenta,

Volví hacia él mi rostro enlagrimado


Y aquí me descubrió completamente
Aquel color que me escondió el infierno.

Dante.
©Sitio desarrollado por SISIB
Universidad de Chile 2002

Yo no sé qué debo decir; cosa asombrosa,


Yo solo busco lo que no se ha perdido.

Attar.

*
Ella lavó su boca en cuatro rostros distintos olvidando la propia voz
sobre su amado espejo. Sin rostro, él se ocupa de un solo frente,
pone toda su fe en cada efigie de silencio que recibe.

Ella sabe recordar entre sus sueños las aguas escurriendo del aseo,
luego, despierta vuelve hasta encontrarse en la cláusula del brillo,
persistiendo entre su boca y sus besos arruinados en el eco. Su
canto repite incansable su amor cada vez más difunto hasta perder
el blanco.

Su amado es la rabia de una sombra recortada en el vacío. Duele


su raíz de horizonte en todos sus frentes. Canta la estación del
invierno y en el calofrío confunde viento con sábanas o sábanas con
el aire temblando en sus ramas, cerrándose en anillos.

Ella se arrima al temblor de todos esos años que son uno, se


aquieta un momento, y luego sigue persiguiendo su voz yendo
hasta la boca del hombre, siempre inaugurando, siempre reuniendo.

La muerte se contempla. Ellos la oyen juntos desde el jardín, en el


rasgarse de las plantas recostadas y extendidas a besarse par,
como diques del sueño a los pies de la vida, rebasados de saliva
hasta guardarse de la lluvia.
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Recuerda entonces la palabra del amado: Amada de brazos que
son ríos hacia frutos que cosechan hendiduras, pon como toda la
hora del año tus palmas sobre mis cuencas, penetra como la luz las
cosas hasta una superficie. Verde es el roce, azul la mordida. Y en
el acto la savia siempre estalla tras cerrarse la puerta de la casa.

Ellos perdieron. Fueron su través hacia el boscaje entero de los


cuerpos: aire a medio camino y aire herido de arriba; Una puerta
desde abajo y puerta toda, su árbol parte. Ella, madre e infinitivo,
vuelve a comenzar frente un espejo que desconoce. Sube por el
vidrio haciendo cúspide sus aguas al fluir.

No pedimos crecer así, parte, par. Nos tuvimos como un brazo terco
tendría una ventana. Ella recorrió la casa lejos de ella misma y amó
su cuerpo en sueños. Cada una de sus abluciones en cada rincón
del espejo fue una flor, el choque de sus propios recuerdos con el
nuevo espacio vacío.

Su espejo enfrentaba un silencio distinto. Olvidado, desde el jardín


sostenía un río por dentro. Su rostro contemplaba un humo de
perlas, nubes sobre el cuarto de baño..

*
Los amantes se han encontrado en el viento que los despide. Solo
él ha pasado por el sitio donde existieron, ha huido con su
monumento de hojas pero ambas manos en todos los hombres
calzan uno el rostro. La mirada que desea permanecer con voluntad
de sal únicamente.

La distancia sangra. El agua conoce desde siempre el camino que


indica. La vida no es más que la educación de la sed, y los amantes,
van doliéndose la cerviz como el tallo de una larva que habrá de
prosperar.

El viento conduce algo; las estaciones antes y después del sol y


algo no avanza ni se queda, permanece. Padres y Reyes, su flor
tiende aunque la corona pese y las espinas se devuelvan, porque la
voluntad debe ser personal y yo no soy más que toda la distancia
entre dos cuerpos. Mi reino todavía no sabe si acabar o derrumbar
el muro en fundación. El muro que enciende el pecho con ínfulas de
ruina.

¿Pero qué conquistas entraron o pensaron salir de la niebla que hoy


les tuvo? ¿Qué invasores? La letra vino a esparcir nuestras hojas.
Nadie la sintió llegar aunque todos los ciudadanos velaran por algo.
Fue el ladrón de la noche

Con la letra empacamos el sueño y viramos muy fuerte el corazón


industrioso a los mapas. La prosa de los mapas tiene océanos pero
aún pedía abismos. Todos abrimos nuestras lámparas a la letra. Era
un reino más descalzo que una herida. Caminé.

Cerré mis brazos y ella estaba partiendo, siempre partiendo hacia


algún todo de pasillos que llegaban a mi oído. Todo lo que hice
estaba lleno de sus plantas y el aroma también caminó detrás del
humo.

Son las cosas que perdemos en el fuego las que guardan mayor
peso en el baúl que es el reverso del camino; está lleno de papeles
a cuyo derredor la humedad se agolpa resonando: es una puerta,
pero la puerta de algo, un algo de nadie que todos criamos. Una
cúspide.

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Nosotros que en la letra nos conocimos por la letra, más abajo
compartimos la espina de la infancia cuando los amantes sucedían
bellos, con adornos, la salutación de la piedra. La sangre era el
Dios, estaba escrito, y la flor el sacrificio. ¡Qué apremios del
descuido en el camino engañoso de la obligación!.

Solo había cantos en mi boca para la piedra, porque la piedra me


cabía en la boca, y el tesoro que todos los piratas arribados con la
letra buscaban no era sino el silencio. El ruido brusco del trizarse los
dientes, y escupir los universos en la espalda de la amada. Sangre
en pago por la tortura de su propia sangre. El amor del caballero y el
amor de su caballo.

Por eso tuve la sonrisa horrible de los que murieron en diluvio. Tuve
en mi la energía y la desazón del gigante que en auxilio acude a un
monte que le llega a las rodillas. Fui un río. Tuve por eso también el
cansancio de quien corre bajo el agua respirando de los peces.

Entonces la letra se marchó, y el agua se hizo pequeña a la vez que


enterré el fuego en mi vientre. Me encogí sobre la ceniza y no hubo
muerte entonces ni borracho por venir; nadie romperá la tierra
desde adentro porque la piedra se descubría para mi semilla de
cielo aguardando pues no amanecía. La noche está escrita, pensé
en un gemido; la luna es la casa del pájaro que sacude la aurora de
los árboles rompiendo su corteza.

A ella acudimos pues es el centro, adonde van a dar las cenizas.


Saltamos respirando del anhelo, saltamos con las alas de un ciego a
la oscuridad del aire. No hay nada más difícil que ver en el aire
donde acaba el espacio, lo que ama la infancia del sueño. La
cúspide escribe estas líneas y cada letra es un niño que habrá de
dolerse si no aprende a espirar. La infancia es un amor sin
destinatario a todas las alturas y se deja caer en llanto cada tanto.
Los amantes pasaron toda la noche juntos, cada uno escrito y
desnudo uno al lado del otro, pero yo desperté y era el viento quien
iba escribiendo ¿Quién dijo entonces si el verde y la luz sólo dicen
silencio? El rey y la reina han guardado vigilia durmiendo su reino.

*
El sueño es la verdadera prisión con que la aurora se empobrece,
aunque en ella se duerma hasta la muerte, como tal supo acabar
con cada quién. A los animales les bastó para morir la soledad; a las
bestias, el hambre y la impotencia de sus miembros ante el tiempo.
Con sus manos blancas ella dio a los santos una vida tan contraria
como la de besarse trinidad en desconsuelo. A mí me quitaba el
sueño y me daba la noche en medio del día. El agua se estancaba
recta, aplazando su ascensión al sol, dudando del lugar del mar, o
esperando tan denso como solemne un oro que secretaba bocas en
el aire

*
Los elementos contienen leyes puras, inteligencias que nos van pensando
por dentro. He sentido el camino infranqueable del triángulo terrestre. He
intentado asentarme en mi garganta. El canto es mitad aire mitad rastro.
Caminamos.

Las rodillas del agua que llevamos hacen sed de nuestros pasos. Mi
amigo estaba perdiéndose en el fuego, nos dábamos las manos en

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el odio.

Supimos leer nuestro respeto como un humo levantado hacia el


oriente. Eran cartas rectas donde la muerte era besar un par de
ofrendas para el dios vacío. La ética del odio más antiguo y quizás,
tan solo la forma de las cartas con las líneas que vimos en ellas
tocándose en los fines con principios, pura espalda y frente en la
caricia.

Los elementos, escribió mi amigo, nos legaron el deber de hallar


cerezos para confundirlos con ceniza de un perfume. No había letra
afuera única, irrefutablemente corrupta.

¡Si mi amigo hubiérase estrellado en el flanco más cercano! Si se


hubiera sostenido en pie con ayuda de la lanza que lo atravesaba
llevándola al piso por el frente! Pero la espalda de la letra tiene
aprecio por la letra. La ley de la ceniza no fue escrita por la ley del
fuego.

Enarbolamos el pecho la boca entera atravesada y la luz con su


silencio fue la única en sentirnos. Con el oído allí en la lanza de la
ley los elementos piaban por su culto. El rito de la palabra en
cuerpos que van heridos viste de insultos a sus sacerdotes. Una
mujer de túnicas que nos ama corre el riesgo de amarnos las
heridas.

Injurié a aquella mujer con toda mi alma, y ella, mi alma, fue la única
en abandonarme. Se marchó temerosa como la belleza y la verdad
al encontrar sangre en desmesura por el eco de un dolor.

El ausente acude a ordenar los puntos cardinales del hambre en


pena, sacude su fortuna de malentendido, continúa su camino. Hay
un alma que fabricar en el presente, quizá una mujer a los pies,
esperando con la humildad de una aya el reino del abrazo.

*
La tarde es la hora de la derrota. El vía crucis de la luz cubierta y
encerrada tras paños, vidrios y trapos. Hay sangre por la cual
luchamos como la luz, resonando y cubiertos por muros. Sangre
que levantaría la tierra.

Nosotros los ministros presenciamos el paso del sol desde el punto


más alto de nuestro cráneo decaer en frente a la mirada. Los ojos
pierden su órbita cuando observan su propia espalda y el sol, va
tras nosotros abriendo hasta los huesos...

La tarde es un grito que solo se lee en la carne, como la luz. El aire


también se queja cuando el viento se rompe en su columna; las
paredes sacrifican su ejército al paso de la rasgadura del papel. El
gran hombre lleva la sangre adentro solo en recuerdo de su
inauguración. Una ventana, siete, dejan ver en él y observan.

*
¿Existe el hombre del trasfondo? ¿Qué hace el hombre que
contempla algo meditabundo, algo nervioso? Busco una rapidez que
conduzca mis medios en su escucha, porque hay una tardanza y no
es el peso del aire.

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Hay un muro donde vivo y se sienten agresiones, cuando pienso
qué son los ladrillos, cuál es su vínculo con el invierno y la luz de mi
casa, cuando mi casa amanece. Yo sólo soy el que vive, pero la
letra reclamó un lugar, un espacio llano donde comenzar a construir
lanzando cables, nivelando.

Antes la madera se agrupaba para recibir el golpe. Ahora la


impresión se desplaza uniforme, demasiado curva por la baldosa, y
hay un fuego cuyo aroma es arruinado por la brea.
No hay avance estrictamente en sucesión.

Abro mis puertas al día, las puertas que el reloj despeja sólo cuando
estoy a la espera del sueño y entonces, el hombre entra en el
edificio porque huye; Huye en su desesperación de tarde a tumultos
y sólo; Ha aprendido a otorgarse desvíos, pero los pasillos persisten
aún cuando el oído se recoge en la búsqueda de augurios.

Me levanto con la sensación de un accidente que ha sosegado al


cuerpo entre las sábanas. Encuentro una escalera en mi ventana y
salto de riesgo a peldaño porque estoy naciendo a la velocidad.
Aunque una pausa me ha encontrado con el cuerpo en alto; he
despertado todos los ladrillos de mi torre vuelta escombros. Ahora al
lado de mi cuerpo en reposo hay un indicio de la presencia anterior
de aquel hombre. Una pequeña nota canta, y mis ojos no saben que
pensar. Es en los pisos inferiores donde son fabricadas las
máscaras, puedo ver qué hay de óvalos en sus ventanales, adentro,
donde el torno y la faz descansan en el molde todavía, y el obrero
está en ausencia aguardando.

Me gustaría pedir un favor al Maestro, pero no me es permitido; El


ladrillo sostiene la forma; La torre se inclina. Acuden tempraneros
como siempre los flancos de la empalizada. El individuo está
guardando algo para su propio muro, avanzando con el cuerpo
escarpado a través de su columna.

Yo lo observo y sé que no hay forma alguna pues estamos


encerrados, aunque el hombre y su oído prefiguren un templo para
su vigilia, aunque siempre encuentre al mismo conocido algo triste,
algo impertérrito, pensando que se encuentra santo y puro en la
intemperie de su imaginación, sin poder comenzar a vivir, pues la
materia de sus salmos no son las vestiduras, sino la célula feliz en
su arrebato, el silencio de una personalidad.

*
Es tan difícil encontrarte, cuánta arquitectura hay que repetir, cuánto
sol hay que tragar sin un respiro. Mi casa esta rodeada de aridez.
No hay aves mensajeras esperando por ventanas. No hay
tecnología que soporte esta distancia en medio del propio cuerpo.

Hay escombros del porvenir anterior. Hay teléfonos que inútiles nos
secan más que el deseo de sernos cada uno amante de su muerte
propia y separada. Pero sólo el grito rodeado de silencio, ¡Sí!, Sólo
el grito rodeado de silencio y mi silencio en su conquista subalterna.

*
A los amantes no los rige su voluntad, he aquí el punto donde la
tragedia se vuelve salmo y la personalidad persiste. Los amantes
son vehículos de Dios, ellos le aman en su vacío futuro de querer,
en su recurrencia, y en la recurrencia de su distancia, que es la
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única manifestación de su encuentro.
El amor desconoce sus escritos.

*
Nosotros, que vemos la madurez como una caída porque la boca es
el fruto único de nuestra hambre en ascensión, pendemos como
nuestros labios de una distancia inexistente, que bien valdría su
existencia no en el golpe de la mordida, sino en la cicatriz anterior
de su anhelo mismo.

*
Ella ha respirado con premura porque su aire que no está en el aire
le hace falta ahora, no antes, tampoco después de su partida. Estoy
en frente de sus manos recostadas sobre la ropa de su cama, y han
desfallecido algo de piel por fuera. Los huesos estrecharon algo en
medio de la médula, algo se estaba negando desde más allá, en el
átomo de calcio donde una palabra se deshacía en sílabas vocales,
dejando a las consonantes menos que el valor de una promesa
orbitando.

La vida en sus ojos húmedos tiene puertas que no quiero cerrar


aunque el cuerpo en fuga tiene la desconocida torpeza de una
latencia. Es frágil, tan frágil, su corazón frente a esta ganzúa que
fuerza algo para cerrar, un robo de generosidad, de supervivencia
que se vuelve egoísmo. Impune tonsura de condenado que se jacta
de haber sido su propio silenciador en la balacera del respeto.

Hay muertos que le han hecho lo mismo. Tanto adiestramiento de


amenazas y golpes lleva cada árbol de su frente.

Quiero. Necesito un pasillo que contenga la casa vacía de esta


sangre que se ahoga y que respira de nivelaciones en la preliminar
del embaldosado. Hilos extendidos, rectas que vienen y van
ordenando los escombros que habrían de retornar con sus
fotografías a cuestas.

He aquí el recuerdo de mi último humo, tan impropio como el


primero, salvo porque este, el verdadero, tardará más en arder por
dentro de sus párpados. ¿Qué pasa cuando la vida comienza y
acaba tan simétrica en la lucha del dolor con el dolor?

*[1]
Estamos en la medianía de la respiración y el pecho, como un coral
ha convertido en leche lo que antes era su pulso. Un soplo
contenido vino para fecharse pendiente. Era el mar, la bóveda
formada por el hijo con su mirada en alto.

Esperaba ver un momento nuestra luz acudir hasta el agua y su


flanco mas tierno le otorgó la densidad. ¡Nuestro hijo sin pronunciar
palabra cubrió de alas los párpados de la ventisca!. Supimos un
refugio indicado para su reverencia. Le acunamos más adentro de la
carne, y de luna nos sirvió su boca en las mareas. Uno a uno los
barcos fueron recordados al golpear maderos en la asfixia de este
viaje.

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Tu madre escribió la primera letra de la primera línea porque ella se
llamó Comienzo, y tuvo nombres para cada pausa del entierro mío
en hojas de agonía.
Ella dijo "Ancla eres porque sólo el ancla se libera de su peso en la
cubierta de la nave a la que pertenece", y por aquellas palabras mis
miembros persisten rígidos como moluscos en el universo propio de
su hambre. Pero ¿quién conoce el idioma con que el niño expresa
su dolor? ¿Está muerto o respira desde el fondo todavía?

En nuestras manos tenemos la impresión de su imagen solo cuando


el agua da noticia de algún pez en rumbo a nuestras redes, aunque
estos, los ojos con que lo buscamos, no sean saciados con tal
esperanza.
Soñamos con un lecho en la espalda que sostiene esta noche en su
ir y venir, pensando en el compás que deberían nuestros cuerpos
familiares. Pero ¿y si después de la marea nuestra posición se
mantiene en nuestros hombros? Náufragos y pescadores, los
vencidos por la voracidad de un instante, queman sus propias velas,
y hacen lanzas de sus brazos para sus corazones con el rigor de
una ofrenda.

*
Atravieso la hora que afilada es levadura. Tengo hambre de ruinas a
este paso, a este viento en que me llega el claustro y me refresca
todo porque es destrucción.

He visto un perro viviendo su vida por este camino que antes se


enorgullecía en mi por ser un túnel de árboles con sus ramas en
arcada.

El perro estaba quieto como las líneas del pavimento, tenía la


velocidad por fuera y nadie podía distinguirlo uno entre las piedras y
las hojas en reposo. Su lengua se estiraba o era una ilusión; había
caído como un árbol, estoy seguro, y su pelaje, obediente al color
de los escombros, poco a poco, sumaba oscuridad por cada sueño
y por cada ruido que dejaba de alcanzarle.

No sé si estaba muerto o era la hora. El entusiasmo del polvo en el


levante.
(De todas maneras ya era una imagen)

Para el final de la tarde, cuando pueda ver desde aquí mi casa, será
dispuesto el reconocimiento; la arquitectura sabrá de su mordida
póstuma aunque su cuerpo traicione al silencio escribiendo de odio
la piel de su amigo.

Estoy queriendo un poco a este desvío. Después de todo, los


vestidos trabajan su cansancio, lo cultivan, lo adiestran, lo asesinan
hasta hacerlo florecer tan parecido a su ruina desnuda, a su sonrisa.
Pero aquí hay todavía pan de cable a cable. ¡Hay aquí sudor de
árbol a árbol! Y yo voy saludando a saltos a una hambre ordenada
que da otro hogar por el mismo camino. Si mi rostro para marcar su
rumbo, para señalizar negación y respeto, esgrime una mueca
contraria y triste es porque va tatuada.

El camino ha sido abierto como unos labios, y para todo, lo de fuera


está pujando. La hora tiene su prejuicio y su razón; lleva los brazos
mudos y el corazón de sus maestros a destiempo, por eso calla y
habla solo por su tos y con su ruido. Tiene miedo de pronunciar su
retirada. Tiene miedos el camino como pasos y autobuses en que
los escombros de la hora son testigo en cuerpo y sangre de su
cuerpo y de su sangre.

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La velocidad es sincera con ellos, tan durmientes, sin embargo, hay
hojas que penetran a un tiempo su sueño y apuro, e intentan decir
todo de prisa cuando caen a sus torsos lapidados por la inercia.
¡Ay, si es bella esta hora! Una oportunidad para cada piedra y
vagabundo; un sol y cielo abierto, luz que también se rompe entre
los árboles corriendo a su trabajo de sombras como un río de
belleza para la crisma de cada cual, observadores y observados.

*
Mi casa se va quebrando y no hay un mar en medio de su cuerpo.
Mi casa son los trozos de mis ojos, las rasgaduras en las paredes
que escrutan; escombros de la hora que me erige.

De mi casa solo las aguas han quedado intactas, por lo tanto, mi


casa es la imagen del cielo recortado por las ruinas y el hombre que
enmudece en su techumbre.

¡El fuego no la consumió! Ella se ha bebido todo el fuego haciendo


una respiración el sacrificio. Guardando las ventanas ha ahuyentado
a las estrellas, y el fuego aullándome pregunta: ¿De qué trató tu
amor?

Esta casa ha estado aquí antes de la venida de mis párpados y es


como un niño que dibuja un paisaje:
A todas sus alturas hay montañas y verde el horizonte, aún cuando
en su corazón el color no rompa al hombre que va a callar su de
profundis, que va a morir por todo blanco en amarillo.

¡Tardanza su extrañeza de papel!

*
Estoy envejeciendo. Tengo frío de cerrar las puertas y mi ventana;
tengo los bolsillos de mi abrigo llenos de almendras para
mantenerme quieto. Aún así huelo la hierba sobre la cual me tiendo
en las tardes.
¡Imaginación! Qué frugales son las estampas de la desventura. Hay
nieve y solo puedo decirlo igual que hace cinco años; incomodando
a mi mano para indicarla.

Deseo tener más recuerdos de ti donde correr. Deseo legar


toda esa agua de mis pulmones a la mujer quien fuera dueña
del color...; el que contemplo en todo lo que no viví.
Y me pregunto inmóvil como estoy, con las arrugas de la luz
en el mediodía de este rostro, ¿aquel hombre podrá seguir
viendo el sol después de vivir con el en los ojos? Su mirada
estaba tibia...
La hierba me ha cegado y el frío ha corrompido mis vestidos. Mis
nueces se han perdido. Han reventado demasiado fuertes sus dos
pasos, de antes a caída.

Inútil de rabia, con el cuerpo azulado, desnudo ante los golpes de


las hojas, berrincho en frente del hambre que me ha roto y que se
aleja llevándome en su memoria apenas a horcajadas.

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*
No sé que pensar, o si estoy, o dónde, si lo que busco y lo que no,
se mueve fijo comenzando por venida. El día se sabe hermoso
repentinamente y hay viejas edificaciones escurriendo tras una
ventana por momentos.

Levanté unos ojos desde un libro y se estrellaron otros un millón de


veces o tal vez... La calle estaba desierta porque no entendía el
peso de este cielo sobre su pausa, ni las consecuencias de la
tardanza de cada imagen en la impresión.

De negocio a negocio, ¿Cuál más hermoso en su mal traer?, de


vitrinas a puertas ¿Cuál más bellísima con su impenetrable lucidez
de cortinas, carteles, colores y cosas ?
El ruido, su edad familiar, se allegaba a mi pagándome el silencio,
dando forma a mi cuerpo con su precio de vestidos mientras su
tiempo sólido me nutre con dulzura. El hombre no necesita nada
más.

¡El día es hermoso pero le falta una hora! La calle lívida al paso del
aire imaginaba a sus hombres una brisa. Esto que soy es un
pasaje...

*
La isla con su tierra negra, y en ella la hendidura de un cuerpo
entero. Apenas el viento ve pasar ese leve agujero, corre porque
está seguro que no hay en él diferencia entre sus partes. El aire
busca otra cosa.
Mientras el cielo se está quieto, el mar cubre un caballo que bebía
arena.

"Nadie puede oírme desde aquí. El cielo es una mudez completa y


la hora es roja como una rosa cardinal. ¡Quién se encuentre aquí
sabrá del movimiento!"

La isla es toda la sensación de ella; se ha marchado también de


quienes acudían, y la roca enorme que era se fue poniendo hasta
ocultarse tras la última rompiente.

La huella de un hombre ha quedado en las aguas, pero no puede


ser la misma porque es distinto su sonido.

En esta parte del mar la fuerza de la luna construye silencio


elevando gruesas capas de sal.
El viento juega en mis pies con un río de peces que agonizan.
El caballo ha amanecido trayendo la tarde al lucero. El hombre esta
siendo sacado de su boca,
ha manchando con sangre el cielo al otro lado del mar.

*
El huerto de los duraznos ha sido cortado por nuestros
padres. ¡He visto hermanos míos, su tiempo interrumpido!;
Me duele su inmortal memoria por resto y pobreza. El árbol
del rey y de la reina, las ramas de la nobleza, los brotes de los
hombres que trabajan la tierra de su sangre; Todos me han
visto en sueños, cada uno con su armadura rasgada, todos y
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cada uno con el alma como un brazo extendida hacia mi


culpa que se va alejando de la tierra.

Quiero ver el huerto en flor por última vez porque queda en mi


cuerpo un país sin gobierno para las miradas de mis hijos.

¡Quiero ver al huerto despedirse trozos en lugar de pétalos!


Mi tristeza es el único aroma del azahar, y mi alma, la ausencia de
la hierba en espera.
¿Construiré algún día una casa? Puedo construir un huerto de
duraznos, pero no puedo hacerlo florecer. Sólo un árbol; Esta pena
que caló la tierra; Esta pena que sin patria ha esparcido ya mis
hojas.

*
Vivir un día durante un mes; imposible. ¿Necedad? Tengo que
hacerlo simplemente porque la tardanza me condena más que un
hoy, un ayer, o un mañana. No se puede vivir en la pura lejanía del
día que es destino de su antelación, ni en el año de mi muerte como
recuerdo de su porvenir una y otra vez.
Vida es tardanza. ¿Porqué tarda el recuerdo del amigo? ¡Lástima!

Si tu escuchas, la noche te guarda su imagen.

*
Si la muerte fuera como la idea de una enfermedad y su relación
con el cuerpo fuera simplemente lo terrible de un viento, ese viento
aún puede agradar al alma dependiendo de su trato con el ánimo;
Ni ojo, ni oído. La enfermedad; ésta enfermedad mía que comparto
con mi especie, es el recuerdo de un amigo traído por la lluvia.

Los golpes de la piel en los huesos, en los pies, son como gotas
donde se hermana el paso de la sangre. Pienso que esta sensación,
que no es otra que un peso y un desorden en la motricidad de la
inteligencia, fue auténtica, y por eso mismo, otra, cuando estando
muerto imaginaba con tal exactitud, a mi cuerpo aconteciendo en la
pura idea de un rumbo posible junto a la humedad.

Debería, sin embargo, ser un poco más concreto. Recuerdo que


describí esto; el paseo por una de las calles que se hundieron en mi
cuarto.

Como la supremacía del aire, la impresión marcaba un rumbo a mi


blandura desde el límite del rostro y el pecho; un peso comprimido
que los pasos manifestaban de forma involuntaria al elevarse en
puro tiempo.

Todo lo que vi entonces fue enfermo porque respirando soy mi


propio síntoma negado al aire, aún así conducido en cada tramo por
la edificación. Sin embargo, me contuvo un ánimo maravilloso.

El síntoma central es una contradicción: estuvo sorprendido como


un espectador, únicamente para asombrarse y arrojar el humo de
sus más lentas majestades mientras ella, la sangre, pasara a su
alrededor sin mirarle.

Cuando en sus rostros escritos mi espejismo se enfrentó a sus


direcciones, la imagen resolvió silencio simplemente, ni tan sólo
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fragancia. Se pensaría que ambos, los rostros y sus signos, serán
amantes sanos y salvos de sí mismos, pero viviendo en el mismo
antiguo solar de la crisis. Quizás mi cuerpo donde llueve,
o un cuerpo donde cada sensación se agripa de entusiasmo, y
truenan gentes como relámpagos inválidos de catalepsia.

*
Estoy enfermo porque escribo un dios en mi. Lo que en mi discierne
no tiene cuidado con lo que envuelve su oquedad, se hunde en la
luz que no le pertenece, carga con demasiado orgullo a la oscuridad
de su corazón.

He estado en la calle antes del mal tiempo, totalmente solo, y el


espacio era una suma. Vine desde atrás caminando, desde tiendas,
apacible en el frío por la escarcha de una vía.

Intuí que el sol estaba confortable, y mi voz envió otra voz hacia el
frente, la ubicó entre mis dos ojos hasta oír la luz su propio
recuerdo. Intuí que ambos serían iguales, ella y yo.

Las cosas fueron tumulto y claridad, yendo como iban, en un mar de


rocío. Ella, de pie frente a mi en la calle, veía que sus ojos se
habían empañado antes que la nieve del recuerdo le emboscara. Su
imagen se dormirá antes de llegar a la esquina, me digo, ya es un
color olvidado; está despierto en la vida, tengo que estar despierto.
Como una tormenta va agrietando a sus compañeros desde adentro
porque su nave es una cicatriz.

¡Caminemos juntos amiga, que somos la herida del frío! ¡Un cielo en
el hielo más oscuro, una cárcel húmeda en la llama!

Si me preguntaras amiga, qué siento cuando el aguacero me


imprime una sonrisa, te respondería... Pero no es ese mi rostro, ni
míos los gestos, ni esta parábola mezquina; mío es sólo el silencio,
el sueño del Cristo que duerme, suspiro arropado en cóncavas
naves. Yo extiendo mis brazos y es para apartar de mí la
temperatura.

¡Se estrella la órbita densa, no tan sólo la materia! ¡No te cubra el


cuerpo, hacia ti, como un brillo!...

¿Qué da la luz cuando ambos ojos van cubiertos y la nieve es el


miedo? Esto sería silencio, el corazón que no sabe donde mirar,
ruido de engaño con desesperación. Pero al fin, es saludar todo el
amor que llenos o vacíos, sin dudarlo nos quisiera.

No le creo a mi sangre pues voy herido.

*
La noche ha olvidado su entrada; yo estoy en ella, ahora que he
alumbrado al instante... ahora; comedido a extrañar su aislamiento.

Es tan tarde cuando comienzo a escribir que me adelanto de inútil al


golpe; que hiero por el costado la hora de las cosas cuando de ellas
ha huido incluso el alarido que denuncia mi abandono. ¡Cuantas
cosas, cuantas cosas y personas y sueños y deseos he
abandonado, No merezco respeto por eso. La memoria no me
basta, nunca me ha bastado porque hay otra ventana en mis

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21-03-2019 Ejercicios en prosa, por David Villagrán
ventanas; sobre las imágenes que erizan mi piel se yergue otra tan
segura y subrepticia como un camino que aparece solo para
apartarse...

No puedo decir que lo recuerde, no puedo afirmar que recuerdo al


visitante estando vidrio, siendo el marco apresado en cruz, feliz en
el engaño y casi sin un rostro al horizonte...

Es tan tarde ahora para despertar al hombre entre las sábanas de


mármol; aunque la tarde duerma en él pareciera que sólo
corresponde oírlo... Puede quedar en el derramarse agua de unas
flores frescas, quizá en recuerdos cortados brotando de las manos
de sus cuerpos familiares, extendidos, paralelos a un hogar común
bajo la tierra.

He visto despierto en medio de la noche, a ese espacio vacío


marcharse de su único lugar; y no podría hablar de ello, si no
entendiera que sólo me visita por momentos, porque no está muerto
del todo. ¿Y si fuera no más piedra lo que hay hacia abajo?

Cuando ese hombre se marcha lo sabe su sepultura, su amada


lluvia fingida a la cual está atado. En la noche, todas las imágenes
se burlan de cada uno de sus segundos, y mi memoria es una
oquedad inquieta. Doliente por pasajera.

Me callo porque voy a seguir mientras dure este retraso, hablando y


hablándote de mí hasta encontrarme. Soy un cobarde y estoy
seguro porque al fin he sido derrotado. ¿Por qué? ¿Por quién?
¿Y si dentro de la hora estuviera yo de carne y hueso? ¿Y si la hora
tampoco tuviera lugar ni sepultura?

He escrito y he oído, pero ¿cómo ser el oído que oye que oye? Si
he abandonado tantos sueños por verlos, por golpearlos con mi piel
verdadera para que ella se abriera como una semilla, para que mi
amor se extendiera por mis heridas hacia afuera de mi cárcel ¿por
qué esta cicatriz entre yo y lo que contengo?.

Algo me separa de un tesoro. El sol no sabe que la nieve es oscura


ni qué sucede con el tiempo, con su propio tiempo cuando el hielo lo
niega solo para entregarle su reflejo: apenas un brillo opaco, una
vivacidad en el color. !Y el color!, la maldición, todo lo ofrecido fue
entonces un error... sólo... pero la luz...

Puedo decir. El hombre que soy deja las flores húmedas, la mano
enmudecida y frente al espejo el viaje del ciclo en su punto
intermedio final.

Estas palabras que han dolido. No soy Ulises; lo oí pasar enorme en


el mástil de la tempestad cuando mi cuerpo encalló.

No conozco el mar... conozco el azul. Quiero comprender de una


vez esta sal.
Aquí, en la tumba, el vacío es el único que ha resucitado.

*
Estoy solo en esta conversación sin muros. En esta bodega donde
nada permanece con cuidado y mi silencio se pudre. No sé si lo que
puja contra mi voluntad todo este cuarto vacío hasta el grito
sostenido, es el sudor del hombre estúpido que escribe sus
respuestas a golpes de puño.

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¡Cómo van encajándose con ellos los ladrillos! La fuerza del vacío
tiene un silabario en la temperatura por inútil y establecida: el blanco
de la hoja va escrito con cicatrices del vértigo.

¡Pero ni ese vacío puede responder por el cuerpo cubierto de cieno!


¡Por la imposible escultura del cielo aquí enfrente de mis ojos!
¿Dónde ha quedado ese poro de nube?

Mis ojos son las ventanas de un hospital donde toda la dignidad del
enfermo consiste en levantarse de cama a estampar una boca
contra el vidrio... ¡Aquí está! ¡Por fin se muestra un aliento capaz de
sostenerlo entre sus dientes! ¡Por fin una señal de verdadera
pesadumbre, más que las sábanas arrojadas sobre la
fantasmagoría de unos restos!

Hemos roto los párpados que unían nuestra idea de no estar más
frente sobre el frente y con Dios, y si estamos fríos, es porque
resplandecemos hartos ya de oscuro, como la luna. Hasta las
plantas y los árboles con su propio vértigo alimentan su cicatriz de
ahora, y de otra forma ascienden para saber su bosque en el
choque de los unos contra otros. Dijiste: por su encuentro el trueno
es saludable, y el lindero de su fuego conduce hasta el lindero.

Pero ¡Ay!, ¿Cómo podríamos hablar con un espejo hecho de tripas?


¿Cómo puede la carne detenerse en un abrazo si se derrama el
humor sobre la sangre?
No sirven esta vez los golpes para acomodar un lecho sobre un
lecho. No sirve el aliento para soñar los dos el mismo sueño de
tener un bosque, una fuente, e inconsciencia para poder hablar...
...O una muerte propia para amar.

...He digerido completamente la transparencia de los muros, pero


sigo arrojándome -¡Qué nadie me culpe!- hacia el río de la sangre...

...Sigo y he seguido a solas, observando cómo esta conversación no


llega a más que a un comerse los ojos...

...Si voy flagelando ésta, la víspera del hambre, no es porque me


esté martirizando; ¡Es porque tengo aprisionado a este cobarde
desde el cuello para que no me deje solo!

Tenemos un cuerpo y puede que tengamos otro de más para


vestirlo de pura violencia...

Por cada oportunidad que perdemos de fundar nuestro amor, falta


un oído en nuestro vacío, para el llanto del recién nacido.

*[2]
¡Si el vidrio hablara! ¿Qué hay en ese interrogarlo, en esa mirada
que no quiere ser través y se queda, ningún paso atrás, ni uno sólo
adelante?
Sólo tengo fe en que el polvo y las manchas que le pertenecen,
sean parte de toda imagen, ¡Y aún más!, que en ellos exista un frío
y un calor; un viento para impedir las grietas de tiempo y los trozos
de mundo aunado de golpe.

Si todo esto de hombre humano fuera óptica, digámoslo: La luz


permite que el ojo no se espíe. En el fondo del vidrio, en penumbra,
hay una curva sostenida, un ojo que es los párpados de ojos
nuestros.

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Pienso ahora en la pregunta del vidrio que rompiéndose es abierto;
en la esfinge que hay crucificada en todos y cada uno de nuestros
muros:

¿Acaso éste? ¿Acaso el que vendrá mañana?

¡Qué deber de respuesta tiene entonces este marco que llevamos


en la boca!

"Soy la muerte de mi madre y de toda su ascendencia"; "Seré la luz


cuando algún sol haya de alzarse"; "Fui"

Y ahora que se acabaron las preguntas, cada una ejecutada con un


tiro de no haber quien, el párpado nos cierra la cara.

Solo cuando el vidrio calla existe el silencio, todo lo demás sangra


en el través de su reino.

*
Aunque no sea llamado, Dios acude. Mira, así es la luz... como
estos nardos, la tierra sosegada.
Tienes una mano sobre tus ojos ¿Tienes una puerta ante tus
manos? Así no se recoge fruto alguno.
Tu tronco es un angosto pasillo, pero, ¿De dónde vienes? ¿Por
quién has sido llamado?
Aún no llega el tiempo en que el oído distinga luz de oscuridad.
Alcanzar los ojos, eso, es un milagro, pero estar aquí de pie supera
cualquier bendición, por eso el llanto es un huevo.
Así como volaste en su vacío adorando una sustancia dividida, y
siempre semejante a cada una de tus alas, ahora es necesario dejar
tu cielo atrás.

Corres de un lado a otro, plantado en el jardín, y no hay árboles.


Hablas con la boca llena de cabellos, y piensas: soy besado. Indicas
con tus ojos la dirección de tu aliento y piensas: estoy hablando;
Con tus manos amontonas hierbas secas y luego te alejas nunca lo
suficiente para sentir que tu amor es el artesano todavía fuera de la
materia.

Mientras sean tus huellas, los rebaños imaginarios que te


complaces en conducir por la tierra, no habrá camino para tu amor;
no contará la vida tus ojos, ni hablará tu boca pulida por la cáscara
en un brillo.
¿Acaso no es un momento para ser invadido?

Eres conocido y no conoces. Llama ahora a todas las puertas


Convoca a todos los perros que te precedieron y a su descendencia
y haz un discurso: su olfato no habrá muerto si tu alma no se
presenta.
Si es así, tráela de regreso desde la muerte, pues ella han sido cada
una de las espléndidas malezas con que te cubriste: una a una todo
el paraíso inverso de tu calendario.

Puede que el fuego del deseo acabe con tus cabellos; puede que
vuelvas a sentir en la boca lengua. Si el aire reinó miserables
fantasías las del polvo, en tu aliento que se eleve aurora tu alma
anocheciendo.

Ay del juicio de la saliva de los perros. Ay de sus aullidos, cuando


de muerte el huevo te desplace con sus grietas por donde el sueño
observa, desgarrando tus visiones y dejándote la puerta en unos
ojos sin párpados pero sin manos.

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En cualquier momento el mirlo comienza entonces su descenso
directo en ningún lugar del cielo, sino desde los ojos del perro que
supo aguardar, hasta su hocico de impaciencia perpetua, insaciable.
Pero no sólo árboles y aves, no sólo los cuatro elementos ni la
ausencia de un corazón pueden prestar su forma al color perdido
entre el ojo y su naturaleza o vestir al vestido en abandono de su
dote.

¿Y si el llanto viniera de un niño?

A los pies de la ventana yace el fruto del llanto de un llanto como el


eco del hambre, y la cicatriz del silencio. Alguien ha dejado a
propósito un niño en un niño a los pies de la puerta cerrada de su
madre.
El agua es una sola, dicen los dos ojos del niño y lo mismo dice la
cerradura de la puerta. La piel tiene sed porque únicamente la sed
contiene bien.

Las palabras del héroe trágico tienen una voz de animal en el


reverso de la puerta y un temblor en el horizonte del pasillo.
Abotagado por el filo está en su única visión y los pasos son
preguntas.
Su rostro de hombre tácito frente a la luz funda hogares, templos y
ciudades como párpados.
El agua no lavará la oscuridad que lleva consigo su rostro, la isla
apartada emergida de lágrimas.

¿Y si despojo en mi reino el agua del llanto?

Dios está a su lado sin condenarlo. Él, que podría condenarte y sin
embargo bendice tu estirpe.
Dos duraznos han caído de muerte madura; uno reposa, parece que
duerme, el otro ¿despierto?, sufre por un ojo inquieto que escudriña
hacia el carozo. ¡Bienaventurado primer fruto que te entierras en tus
sueños!

Así es como la luz perdona; en el silencio de una decisión del todo


justa. ¡Ay, de quién desee conocer su muerte sin su propia vida y de
quien iluminado rompa el sueño creyendo tener ojos! ¡Sólo a la luz
pertenece el carozo del carozo! Sólo Dios recoge frutos a ambos
vados del sueño.
Ellos, los frutos del sueño, conservan las manos con los ojos
cerrados para auxiliar la ceguera de quienes viven en muerte
creyendo propios los reinos de la luz.

Hay niños que lloran porque desean ser escuchados por la luz, hay
llantos que han caído arrancando la razón de la misericordia ¿Ha
tenido la piel del niño la suficiente sed para sostenerse?

El héroe camina por el filo del cuchillo que ha de cortarlo en dos.


Pregunta, pero la luz de antemano reniega de sus crímenes.
Recuérdalo, ¡ningún crimen has cometido! A Dios le sobran ojos.

Has atravesado el umbral, no porque buscaras la luz, sino porque te


vestiste como un rey, y pudiste imaginar que Dios estaba a tu lado, y
en sus manos la justicia. Fuiste un momento del sueño de Dios y no
eres libre. Desde ahora serás la ventana frente al árbol que deja
caer sus frutos maduros.
Carga tu llanto en tus brazos, la fuerza de Dios eleva la isla entre
tus lágrimas. Eres tú quien permanece. Saca el llanto de ti y déjalo
en la cerradura.

Tú que has avanzado, ¿Has visto que avanzando por el pasillo has
logrado una ventana?
¡Una ventana de frente, qué alegría ver desde fuera como nos guía,
con qué fuerza ocurre la llamada hacia quienes miran desde afuera
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y creen ver, al encontrarse adentro iluminado, que aquel hogar
desconocido por oscuro, guardaba a sus ojos la imagen de una
amada!

¿Pero se puede amar desde el vacío?


¿Se puede amar sin forma, realidad ni camino?

*
El sueño se ha cerrado como el corazón al despedir la sangre.
Tiene un hombre ante su puerta con muchas ganas de saber como
se muere, si hay alguna insignia o sello diciendo "sí" bajo la lengua,
camino al rosario hasta no ver la puerta, su horario entero.

Ahora que la lluvia cicatrizó para estos ojos, los del hombre se han
perdido en la repetición de pórticos distintos.

Una mañana, a punto de mostrase el sol entero, el pórtico de la


aurora se partía volando sus pedazos la vegentadura de la piedra.
Ella había anunciado un viaje pronto hasta la sangre costra; Ella,
que era la herida del sueño y unía en sus mundos, iba a esconderse
en el casco mismo del guardián.

Muerto el secreto hubo el hombre de olvidar aquella ruta desde su


casa al no se dónde de su amada. La olvidaba imaginando por las
noches el recto curso de su giro juntos. El hombre una vez dormido
salía de su casa sin siquiera haberse encontrado dentro.

Un mediodía, con las tumbas del cementerio en fila y marchando


tras el desayuno que los engañaba desde lejos en cada ola del mar,
el hombre visitó a su hijo bajo el pórtico del silencio. Iba tejiéndole
un vestido en la piel con la aguja del consejo y bastaron dos
palabras para cegar sus oídos con el abrigo del desconsuelo,
mientras las tumbas rompían filas y retornaban el cementerio a su
sitio. Ni el hijo ni el hombre en el momento de su encuentro
repararon en ellas, que más lentas y pesadas, contenían ahora
entre todas lo que antes era el mar.

Sumamente despacio el hombre volverá a su casa, solo, tras la


negativa de su hijo de arroparse, merendar y acompañarle, todavía
con el desayuno en lo más alto de la hora.

Cada vez que lo hago venir a mi pórtico le grito al


hombre:
¡La hora es tarde!
¡El sueño se ha cerrado!
¡El mar está dentro de las tumbas!
¡La sangre de la amada tiñe la luz y se parte partiendo!
¡Tu hijo es un ovillo de culpa porque no existe de tanto
agujero a pesar de ser más que un vestido!
Y sin embargo, si el sueño se abriera, no sería más que un vaciarse
de tumbas, un cementerio de olas que no pueden saber si mueren
en contra de una lápida o si lo que en verdad desean es el mar o el
mediodía.
Si el sueño se abriera te daría hijos como consejos y amadas como
horas para olvidar tu propia casa.

Si la lluvia cicatrizó para estos ojos ¿porqué no podría hacerlo para


los tuyos? Tu que tienes tu casa en la intemperie del sueño, abre tu
puerta desde fuera por dentro; sé tu hijo entonces en el silencio y
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ámalo a él y a tu casa, pero excede tu amor para el mar porque no
son las aguas su morada.
Sé como tu padre y entrégate como tu madre.

*
Construyeron su cuerpo con pausa, movimiento e intervalo, y lo
ornaron con gestos de un conjunto de hombres por un río que es el
gesto, sólo para arrojarlo al mar de los miembros y celebrar la letra
escrita en la hebra del árbol, no en la flor seca que dejada en el
índice se volviera cruz para un cementerio. Construyó un cuerpo
sólo para quitarle su aliento en que arde y canta la palabra,
únicamente para bendecirlo con vacío, el vacío que permite su
presencia y la presencia del principio. El vino se vacía en el cuerpo
con distancia interior, por la venida de la sangre al ritmo que tiene el
aire, por la danza de la lengua en su mosaico y la reverencia de
esta cúpula a la tierra.

El tambor cura al oído del oído y el movimiento beatifica su límite y


su distinción, la voz es la que va oyendo y el agua es la que se
prosterna. El tiempo en que se lee es arrebato del espacio, y uno a
uno, perdido el corazón, los ángeles guardan a Dios porque son un
real `nosotros'.

Así nos enseña la repetición. Tenemos un corazón que no tenemos,


muy en lo alto, y una melodía nace de un soplido que podemos
llegar a sostener. Mira al pájaro sobre la techumbre frente a tu
corazón; el ojo no puede entender. Celebramos a un dios que
sentimos con el cuerpo a la vez que el alma, afligida, huye como un
niño ante la muerte. La ronda de cuerpos vacíos oculta una celda de
niños en su centro y la única forma de huir es saltar por encima del
canto. Cada uno acude sobre otro: el niño piedra bajo el niño luz, el
libro a los pies del abrazo extendido de un tercer niño, sobre el cual
un cuarto debería subir, pero que tarda porque espera por el pájaro
de la techumbre. Aquel niño sólo se distingue del pájaro porque uno
canta y el otro escucha embelesado. Hacia abajo el ojo se agrada
con los ramajes en vaivén.

Gestos, gritos; cuerpos vacíos, y mujeres, niños, hombres y


animales, nada... Quien danza es la hora que canta por la boca del
instante y puede mover el cuerpo del día. Todo se ha vaciado, en
todas partes, en cada ángel que aguardaba, el silencio vino como
una raíz cuando el árbol se encumbraba ya maduro. El peso de
cada una de sus hojas es esa raíz que llega tarde sólo porque el
árbol la demora, y pasa que viene el fruto entonces, y como el
amante, contiene la mordida, íntegro.

El ramaje sacude sus pájaros porque el cuarto niño se ha perdido


junto a los otros y ha comenzado el viaje hacia el alma del alma: la
piedra se abrió a la luz, la luz lleno las hojas, la letra se escribió a
los pies de la cruz, y desde los cuatro rincones vino al núcleo del
núcleo a conjugarse en verbo y el verbo fue desbordándose en
aliento por Alá.

Nos enseña la repetición, todo es culminación: el amor es un


segundo que no avanza hasta que no llega el segundo, hasta que
los cuerpos acogen nuevamente a sus almas con juegos de niños
en su atención habiendo ellas vuelto del viaje como amadas. El
tambor recupera su vestido de silencio, cicatriza el golpe y no sabe
si estar triste por perder su bella herida; lo sabe también el oído, lo
lamentan como dos viudas los pies, pues saben que el luto no está
en el camino, sino en los pasos, al igual que se aflige la voz

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21-03-2019 Ejercicios en prosa, por David Villagrán
abrazada a su silencio como dos hermanos que juntos fueran un
padre.

El libro que es cada uno se cierra para permanecer abierto llevado


en brazos de la memoria y la confesión. Los hombres, se miran y se
oyen como afluentes; conjuntos de sonido que levantan las aguas al
paso de la hora, gestos cada vez más solitarios, cerrados sobre la
campiña, cada uno devuelto a su idea del mar, en su circunstancia
de piedras, llanos, y animales dirigidos por un lecho. Duerme el río,
y en su sueño se recorta el cielo como un fondo sangrado, y es sólo
la imagen del cielo ante las aguas, nada más...

[1] Todo cuerpo existe para la mesura del avance.

[2] "tener conciencia de las máscaras es tan terrible como no


tenerlas. soportarlas, sin embargo, es posible sólo cuando hay un
rostro"

Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile ISSN 0717-2869

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