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LA CURIOSIDAD Y EL GATO
Guillermo Boido
4 Digámoslo de una buena vez: los sagrados preceptos del viejo humanismo no
satisfacen el hambre; la agricultura, sí. Los dueños históricos de la ética, que no
han sido nunca científicos, técnicos o artesanos, han predicado en demasía la
necesidad de una vida virtuosa a quienes, en razón de las condiciones de su
existencia social, difícilmente puedan considerarse a sí mismos como seres
razonablemente vivos. Ninguna exhortación desde un púlpito impedirá que los
señores de la guerra hagan su cotidiana movida de ajedrez en un tablero macabro.
La política necrofílica de nuestro tiempo ignora a la vez las necesidades materiales
y afectivas del hombre concreto y las monsergas de una ética concebida para un
mundo que no existe. El nuestro ha sido modelado por revoluciones industriales,
pero aún creemos que podemos eximir de juicio ético y político a los productores de
la ciencia y de la técnica que les presta fundamento. Al amparo de este
malentendido, algunos de ellos aún pretenden vivir en el espléndido aislamiento del
pasado, y para ellos la prédica de hombres como Russell, Einstein o Pauling sigue
girando en el vacío, por indiferencia, por complicidad, por temor a malquistarse con
el amo. Y también se dicen: zapatero a tus zapatos.
6 Somos lo uno y añoramos lo otro: tal es nuestra alteridad, la condición del amor,
de la fraternidad, del arte. Nada podrá sustituir al Quijote o a la Misa en si menor
de Bach. Pero sus valores, y aquellos emergentes de la ciencia y de la tecnología,
deben ser hoy reformulados en términos de una renovada concepción del
humanismo. Hemos comprendido que el soneto y el botón son, ambos, cara y cruz
de una misma y milenaria búsqueda fundacional de la libertad humana.
Entendemos al humanismo como un quehacer ético incesante, autocorrectivo y
militante. Exigimos que sus normas morales sean propuestas a modo de técnicas
de convivencia social, factibles de análisis crítico, capaces de garantizar la
integridad personal del hombre y de preservarla de toda coacción, externa o
interna. En esta tarea, el papel de las ciencias naturales y sociales, y de sus
tecnologías, es definitorio e irreemplazable. El viejo humanismo, desdeñoso de
ellas, mostró ser inoperante; el actual desarrollo técnico sin presencia humana
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puede ser suicida. Si esto es así, ¿por qué el científico y el técnico han de sentirse
intimidados ante un solemne panorama de ideas inertes y valores perimidos? La
ciencia es un bien cultural en sí misma, fuente de goce cognoscitivo y estético. La
elección de las metas a las que han de adecuarse las normas de un neohumanismo
supone, no menos que sensibilidad social, conocimiento físico, biológico,
psicológico, antropológico. En materia de cursos de acción, una gran variedad de
metodologías originadas en la ciencia (las que derivan, por ejemplo, de la teoría de
la decisión) pueden ser aplicadas al análisis crítico de la práctica política y social.
Para el científico y el técnico neohumanistas la tarea es dura: involucra el
compromiso, la intransferible responsabilidad del acto, riesgos, el abandono de su
espléndido aislamiento. Pero a la vez esta empresa los volverá ciudadanos plenos
de su país y del mundo, y podrán desempeñar el papel protagónico que hoy el
periodismo y la opinión pública les niega, y que, reiterémoslo, nunca han querido o
logrado asumir en su total integridad.
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