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Ossip Mandelshtam, “Piotr Chaadáev”1

[…]
IV
Hay un gran sueño eslavo sobre el fin de la historia en el sentido occidental de la palabra, como
la comprendía Chaadáev. Es un sueño sobre un desarme espiritual universal tras el cual llega cierto
estado de cosas que se llama “paz” (мир). El sueño del desarme espiritual dominó a tal punto nuestro
horizonte doméstico, que un intelectual ruso ordinario no se representa el fin último del progreso, sino
bajo la forma de esta “paz” ahistórica. Hace todavía no mucho, el mismo Tolstói hizo un llamado a la
humanidad para que terminara con la falsa e innecesaria comedia de la historia y adoptara una vida
“simple”. En la “simplicidad” está la seducción de la idea de la “paz”:

pobre el hombre…
¿Qué quiere?... El cielo es claro,
Bajo el cielo hay amplio lugar para todos. [M. Iu. Lérmontov]

Para siempre se anulan, por innecesarias, las jerarquías terrenales y celestiales. La iglesia, el
Estado, el derecho desaparecen de la conciencia como absurdas quimeras con las cuales el hombre por
no tener nada que hacer, por estupidez, pobló el mundo (мир) “simple”, “de Dios” y finalmente se
quedan ambos a solas, sin intermediarios fastidiosos, el hombre y el universo:

Contra el cielo, en la tierra


Vivía un viejo en una aldea…
[P.P. Ershov (Atribuido a Pushkin entre 1915 y mediados del ’30)]

El pensamiento de Chaadáev es un severo contrapeso al tradicional pensamiento ruso. Evitaba


como a la peste ese paraíso informe.
Algunos historiadores vieron en la colonización, en el afán de asentarse con la mayor libertad
posible en la mayor cantidad de espacios, una tendencia de la historia rusa.
En el poderoso afán de poblar el mundo externo con ideas, valores y representaciones, en el afán
que ya hace tantos siglos constituye el sufrimiento y la felicidad de Occidente y que arrojó a sus pueblos
al laberinto de la historia, donde yerran hasta el día de hoy, se puede ver un paralelo de esta colonización
externa.
En el bosque de la Iglesia social, donde la hojarasca gótica no deja pasar más luz que la luz de la
idea, se ocultó y maduró el pensamiento principal de Chaadáev, su pensamiento mudo sobre Rusia.
El Occidente de Chaadáev no se parece en nada a los caminos desmalezados de la civilización.
Chaadáev, en todo el sentido de la palabra, descubrió su propio Occidente. En verdad, el pie del hombre
todavía no había penetrado estas espesuras de la cultura.

1
Título original: Петр Чаадаев. En О. Мандельштам (2014) Египетская Марка. СП: Издателская группа «Лениздат».
[Título original: Piotr Chaadáev. En O. Mandelshtam (2014) La estampilla egipcia. San Petersburgo: Grupo editorial
“Lenizdan”].

1
V
El pensamiento de Chaadáev, nacional en sus fuentes, también es nacional cuando desemboca en
Roma. Sólo un ruso podía descubrir este Occidente, más espeso, más concreto que el mismo Occidente
histórico. Chaadáev, precisamente con el derecho del hombre ruso, incursionó en el terreno sagrado de
una tradición con la que no estaba ligado por herencia. Allí donde todo es necesidad, donde cada piedra,
cubierta por la pátina del tiempo, dormita amurada en la bóveda, Chaadáev llevó la libertad moral, el
don de la tierra rusa, la mejor flor por ella cultivada. Esta libertad vale la grandeza petrificada en las
formas arquitectónicas, vale todo lo creado por Occidente en la esfera de la cultura material, y yo veo
cómo el Papa, “ese anciano de triple corona llevado en su palanquín bajo el baldaquino” se incorporó
para saludarla.
Lo mejor es caracterizar el pensamiento de Chaadáev como nacional-sintético. La idiosincrasia
sintética no inclina la cabeza ante el hecho de la conciencia nacional, sino que se eleva sobre ella con
personalidad soberana, original y, por lo tanto, nacional.
A sus contemporáneos les asombraba el orgullo de Chaadáev, y él mismo creía en su calidad de
elegido. Sobre ella descansaba una solemnidad hierática e incluso los niños sentían la importancia de su
presencia, por más que él en nada transgredía los usos aceptados. Se sentía elegido y vehículo de una
verdadera nacionalidad [народность], ¡pero el pueblo ya no era su juez!
¡Qué diferencia tajante con el nacionalismo, esa mendicidad de espíritu que apela
constantemente al juicio monstruoso de la muchedumbre!
[…]
Cuando Borís Godunov, anticipando la idea de Pedro, envió jóvenes al exterior, no volvió ni uno.
No volvieron por la simple razón de que no hay camino de retorno desde la existencia a la inexistencia,
de que en el sofocante Moscú se ahogarían las primaveras con gusto a eternidad de la inmortal Roma.
Pero también las primeras palomas no regresaron al arca. Chaadáev fue el primer ruso que
residió en efecto idealmente en Occidente y que halló el camino de vuelta. Sus contemporáneos lo
sintieron instintivamente y valoraron enormemente la presencia entre ellos de Chaadáev.
¡Y cuántos de nosotros no hemos emigrado espiritualmente a Occidente! ¡Cuántos de nosotros no
vivimos un desdoblamiento inconsciente, con el cuerpo aquí, y el alma que se quedó allá!
Chaadáev resume en sí una comprensión nueva y profunda de lo nacional como florecimiento
superior de la personalidad… y de Rusia como fuente de una libertad moral absoluta.
[…]

Traducción de E. López Arriazu

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