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Introducción
ste trabajo procurará revisar algunos de los términos en base a los cuales sue-
len enfocarse los estudios sobre el movimiento de protesta social y radicaliza-
ción política desarrollado en Argentina durante los años sesenta y setenta, en
el contexto de insurgencia vigente en diversos países latinoamericanos.
En primer lugar, se expondrá un punto de vista sobre la emergencia, desarrollo y
derrota de la nueva izquierda argentina y se revisarán algunos de los conceptos utili-
zados en el campo de las disciplinas socio-históricas para dar cuenta de ese tramo de
la historia reciente. Luego, se llamará la atención sobre el influjo que, en dicho cam-
po, ejerce cierta línea de estudios sobre la memoria. Finalmente, y de manera muy
provisional, se intentará mostrar que, siendo múltiples los factores que contribuyen a
su explicación, la nueva izquierda argentina no puede ser entendida si no se toma en
cuenta que ella incluyó como uno de sus ingredientes principales el fenómeno de la
radicalización del populismo.
1 Una primera versión de este trabajo fue presentada en I Seminario Historia Social Brasil-Argentina,
FCRB, Río de Janeiro, 19 y 20 de agosto de 2013.
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2 John W. Cooke fue el mayor representante de dicha reelaboración teórico-política (Cooke, 2011).
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3 Otros autores prefieren utilizar el concepto de “izquierda revolucionaria” para referirse exclusivamen-
te a las organizaciones que practicaron la lucha armada (Ollier, 1986; Calveiro, 2006; Vezzetti, 2009).
En cambio, la definición de nueva izquierda que aquí se propone incluye en el movimiento contesta-
tario a las expresiones de la protesta social, los proyectos contrahegemónicos en el campo cultura y
también a las organizaciones políticas revolucionarias –tanto las que adoptaron el método de la lucha
armada como las que no lo hicieron.
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desafío planteado por la cercanía/ lejanía de procesos cuyo fortísimo impacto político
está lejos de haberse extinguido y de ser pasado, en tanto se trata de episodios cuyos
efectos perduran en la vida social y política y en los debates relativos a la construc-
ción de la memoria.
En tal sentido, la búsqueda de explicaciones está siempre ante el riesgo de un
exceso de empatía con los protagonistas –sus ideas, ideales y proyectos– o ante un
déficit de comprensión respecto de las condiciones históricas en las que actuaron. Por
otra parte, dado que el investigador no puede eludir el conocimiento del curso segui-
do por los acontecimientos, es grande la tentación de ver en cada hecho el anuncio
del trágico final. Para evitarlo, resultan muy adecuadas las indicaciones de Pierre Ro-
sanvallon (2002), quien ha advertido sobre la necesidad de captar la historia cuando
ésta aún es “posibilidad”, es decir cuando diversos cursos de acción aún son posibles.
Y también las palabras de Juan Carlos Torre (Pastoriza, 2011) respecto de que una
buena historia política debe poder restituir en el relato del pasado “la incertidumbre
del futuro”, aunque el autor ya conozca el final.
En este caso, se trataría de captar la experiencia y la racionalidad de quienes,
envueltos en los dilemas de su época, optaron por resolverlos provocando rupturas
e intentando torcer la historia. Pero en tal caso, ha de tenerse en cuenta que si de esa
manera se evita caer en un simple contextualismo, introducir elementos que hacen a
las opciones y decisiones de los protagonistas obliga a registrar errores y a no disi-
mular responsabilidades.
El conocimiento y la distancia con una historia que ya fue pueden volver visi-
bles aspectos entonces inadvertidos –o minimizados– por los actores, ponderar de
otra manera la importancia de algunos acontecimientos espectaculares –como el alza-
miento producido en la ciudad de Córdoba en 1969– y también mostrar el callejón sin
salida al que condujeron ciertas opciones políticas. Pero esto implica la necesidad –el
desafío– de alejarse tanto del espíritu apologético como de la cerrada condena, y so-
bre todo, resistirse a la tentación de proyectar sobre aquel mundo alternativas que hoy
son apreciadas pero que no formaban parte de aquel pasado. Y a la inversa, resistirse
también a la tentación de sustituir el análisis por la voz de los actores, justificando sus
acciones a partir de los objetivos por ellos invocados.
En tal sentido, cuando se revisa la producción de los últimos años en el campo
de la historia reciente en Argentina se advierte la fuerte presencia adquirida por los
estudios sobre la última dictadura militar y sobre las condiciones que hicieron posi-
ble el desencadenamiento de semejante violencia represiva sobre la sociedad. Con
frecuencia, desde allí se disparan reflexiones sobre de la responsabilidad que cabría
asignar a los grupos de la nueva izquierda en la gestación del clima de violencia po-
lítica que precedió a la última dictadura, y se derivan disputas acerca de los objetivos
que deberían guiar la construcción una memoria social capaz de evitar la repetición
de tales sucesos.
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4 Según este autor, la regla que regía el funcionamiento del sistema político era la que prescribía que el
peronismo no podía participar en elecciones, y que si lo hacía, no podía ganar. Esta viciada dinámica
fue caracterizada por O’Donnell con la figura del “juego imposible”, juego del cual los militares eran
los principales custodios.
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En casi todos los casos, esos procesos llevaron a la ruptura de los partidos, y a la
creación de nuevas organizaciones. Uno de los primeros grupos de esa nueva izquier-
da, nacido de la entrañas mismas del más tradicional y antiperonista de los partidos
de la izquierda argentina, el Partido Socialista Argentino de Vanguardia, expuso de
manera muy gráfica la nueva orientación cuando, en su congreso inaugural, proclamó
que el nuevo partido no se resignaba “a permanecer marginado de la realidad de las
masas que se expresan en el peronismo”. A partir de entonces se lanzó a la tarea de
construir una nueva fuerza política en la cual la fusión entre el peronismo combativo
y la izquierda renovada, funcionara como dirección del Frente de Liberación Nacio-
nal (Tortti, 2008).5
En este marco de búsquedas, la Revolución Cubana brindaba un nuevo hori-
zonte para las expectativas de cambio rápido y radical, a la vez que derribaba ciertas
certezas relativas a las “etapas” y “vías” de la revolución, tal y como las expresaba el
Partido Comunista.6 Precisamente en este partido, el más importante de la izquierda
argentina de entonces, se produjo un sostenido proceso de desgranamiento que invo-
lucró, sobre todo, a la militancia joven y ligada al campo cultural y universitario. A
la manera de una verdadera migración, esos grupos, además de nutrir a las nuevas
organizaciones, encararon un proceso de revisión y renovación teórico-política de los
supuestos de la izquierda tradicional.7
Sin abandonar la perspectiva que vinculaba clase obrera y socialismo, estos
nuevos grupos se esforzaron por desentrañar las razones por las cuales los traba-
jadores argentinos –y los de algunos otros países dependientes– habían adherido a
5 El Partido Socialista, tenaz opositor del régimen peronista, apoyó el golpe militar que lo derrocó
en 1955, y se asoció a sus políticas de “desperonización”, tanto en el ámbito político como en el
universitario y en el sindical. Este compromiso del PS con la “Revolución Libertadora”, generó un
movimiento renovador liderado por la fracción de izquierda, predominantemente juvenil. La conflicti-
va situación interna provocó, a partir de 1958, una serie de divisiones que culminarían en 1961con la
emergencia del Partido Socialista Argentino de Vanguardia –orientado hacia el peronismo y profunda-
mente influenciado por la Revolución Cubana. Los “vanguardistas” se expresaron durante 1960-1961,
a través de las revistas Situación y Che.
6 El PC sostenía que, en los países dependientes, la revolución debía atravesar “necesariamente” dos
etapas –“nacional democrática” y “socialista”– tal como lo había establecido en su momento la III In-
ternacional. Para la realización de la primera sería necesario construir un “frente” en el cual deberían
estar representados los sectores “progresistas” de la burguesía nacional. Este tema, como el relativo a
las “vías” de la revolución, cobró centralidad a partir sobre todo del triunfo de la Revolución Cubana.
Y casi inmediatamente se vería potenciado a raíz del conflicto chino-soviético (Tortti, 2000).
7 Entre los grupos que se desprendieron del PC en esta etapa pueden mencionarse a los que editaron las
revistas Pasado y Presente (1963-1965- Primera época) o La Rosa Blindada (1964-1966), y a quienes
dieron origen a pequeños y efímeros partidos políticos, como es el caso de Vanguardia Revolucionaria
(González Canosa, 2012).
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11 El presidente Arturo Frondizi fue elegido presidente en 1958 en elecciones en las cuales el peronis-
mo estaba proscripto. Sin embargo fue votado por el peronismo, en virtud de un pacto secretamente
celebrado con Perón. Por esta razón, Frondizi fue sistemáticamente sometido a presiones por parte de
las Fuerzas Armadas. Al mismo tiempo era hostigado por el peronismo, que se consideraba “traicio-
nado” por las características de su política económica y sindical y por no haber reestablecida su plena
legalidad. Sin embargo, en 1962, un candidato peronista fue autorizado a presentarse a elecciones en
la provincia de Buenos Aires: a raíz del triunfo de ese candidato, las Fuerzas Armadas desplazaron a
Frondizi. Pese a la denegación de su triunfo, el peronismo no produjo ninguna masiva reacción.
12 En la ocasión, las Fuerzas Armadas obligaron al presidente Frondizi a anular las elecciones, y luego
lo obligaron a renunciar.
13 Algunos de los sectores que consideraban que la tarea principal debía desarrollarse en la clase obrera,
apostaban a la construcción de una alternativa política “independiente” del populismo, tal el caso de
Vanguardia Comunista.
14 El Ejército Guerrillero del Pueblo se instaló en la provincia de Salta en 1963, conducido por Jorge
Ricardo Masetti, y era parte de los planes de Ernesto Guevara para el Cono Sur. Fue desbaratado a
principios de 1964. Vanguardia Revolucionaria y el grupo que editaba Pasado y Presente se contaron
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entre quienes brindaron apoyo logístico a la experiencia guerrillera. En cambio desde otros ámbitos
de la nueva izquierda, por ejemplo en el Partido Socialista Argentino de Vanguardia y en Vanguardia
Comunista, surgieron críticas al “guerrillerismo”, tal como puede leerse en los periódicos Socialismo
de Vanguardia y No Transar.
15 Tal el caso, pero no el único, de las guevaristas Fuerzas Armadas Revolucionarias (González Canosa
en este mismo volumen).
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no sólo como injusto, sino también como anacrónico. A partir de entonces, discursos
que habían sido patrimonio de los pequeños grupos de la nueva izquierda comenza-
ron a circular de manera más amplia, proporcionando un nuevo horizonte político
a la protesta popular. Y en 1969, uno de los acontecimientos más espectaculares, el
Cordobazo, abrió las compuertas a una movilización que, para alarma de las Fuerzas
Armadas y los sectores dominantes, se extendió por todo el país a lo largo de cuatro
o cinco años en una sucesión de insurrecciones urbanas, huelgas obreras e intensa
agitación universitaria.
La situación se volvió particularmente amenazante cuando, en medio del auge
de la protesta, en el mundo obrero surgieron conducciones clasistas que lograban
disputar posiciones a la burocratizada dirigencia sindical peronista.16 Sumado a esto,
ya comenzaba a hacerse sentir la presencia de las organizaciones político-militares y
su desafío a la capacidad del estado para monopolizar el uso de la violencia.17
A esta altura, a los cambios que ya se habían producido en la izquierda, se suma-
ban ahora los que provenían de la crisis de otra importante familia ideológica, la del
mundo católico. Allí, grupos ligados al movimiento post–conciliar y al progresismo
católico latinoamericano, habían introducido ideas y prácticas que alteraron su ima-
ginario tradicional y produjeron el impactante vuelco de muchos de sus jóvenes hacia
la acción política, generalmente a través de su incorporación al peronismo. A un año
del Cordobazo, la organización Montoneros –nacida de ese mundo–hacía su presen-
tación mediante un hecho espectacular: el asesinato del General Pedro E. Aramburu,
símbolo del golpe de estado que derribó a Perón en 1955 y de la represión que le
siguió. Además del enorme impacto político producido por ese hecho, el ingreso
de estos nuevos contingentes juveniles de clase media, y radicalizados, generó una
importante complejización social y política del peronismo y ahondó la contradicción
entre izquierda y derecha en su interior. Al compás del clima de época, el mismo
Perón se vio impulsado a remozar su discurso en términos de “socialismo nacional”,
y a alentar a los grupos armados que lo reconocían como líder y clamaban por el fin
de su exilio (Gillespie, 1987).
16 Las direcciones clasistas se desarrollaron sobre todo en el interior del país, particularmente en la
ciudad de Córdoba. Dentro de ellas pueden incluirse tanto las corrientes lideradas por Agustín Tosco,
René Salamanca ó Atilio López, como a los radicalizados sindicatos de la empresa Fiat. Sin embargo
no debe perderse de vista que la tradicional dirigencia sindical peronista logró mantener el control de
la mayor parte del movimiento obrero.
17 Hacia 1969 existían organizaciones político-militares tales como las Fuerzas Armadas Peronistas y las
Fuerzas Armadas de Liberación. En 1970 harían su presentación las mayores organizaciones armadas:
el izquierdista Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-
ERP), los católicos (y peronistas) Montoneros, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) –que
luego se fusionarían con Montoneros.
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Sin embargo, al mismo tiempo que esto ocurría, desde otras tradiciones políti-
cas se hacían aportes al campo de la nueva izquierda. Uno de los más notorios fue
el caso del Partido Revolucionario de los Trabajadores: con orígenes vinculados al
trotskismo, y con significativo arraigo en el interior del país, decidió lanzar su Ejér-
cito Revolucionario del Pueblo como parte de su estrategia de “guerra popular y
prolongada” (Carnovale, 2011). Por otra parte, el Partido Comunista Revolucionario,
surgido de la fractura del Partido Comunista, desplegaba intensa actividad en los
ambientes universitarios y también sindicales –particularmente dentro del combativo
movimiento obrero cordobés.
Si bien todas las organizaciones de la nueva izquierda –armadas y no armadas–
se sentían hermanadas en la lucha contra la dictadura y por la “liberación nacional y
social”, mantenían algunas apreciables diferencias políticas –ya presentes en la etapa
anterior. Una de ellas era la referida al papel atribuible a Perón y al peronismo en el
proceso revolucionario: mientras para algunas el primero tenía la talla de un líder
revolucionario del Tercer Mundo, otros –como Vanguardia Comunista, el Partido
Comunista Revolucionario ó el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército
Revolucionario del Pueblo, se mantenían críticos respecto de su papel pues lo consi-
deraban un “líder burgués”. Pero además de ese tema –que dividía aguas– el campo
de la nueva izquierda estaba cruzado por otra discusión igualmente importante: la
que colocaba de un lado a quienes optaban por trabajar en el seno de la clase obrera
–para generar desde allí una alternativa política independiente–y aquéllos que daban
prioridad a la lucha armada.18
18 Entre quienes optaron por dirigirse a la clase obrera: Vanguardia Comunista (Celentano en este mismo
volumen) y el Partido Comunista Revolucionario –derivados, respectivamente, de las rupturas del PS
y del PC– y el llamado Peronismo de Base.
19 La situación fue calificada como de “crisis de hegemonía” ó “crisis de dominación social” (Portantie-
ro, 1977; O’ Donnell, 1982).
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20 El 20 de junio de 1973, cuando una multitud se preparaba para recibir a Perón en el aeropuerto de
Ezeiza, se produjeron graves enfrentamientos entre la derecha y la izquierda peronista. En el discurso
pronunciado al día siguiente, Perón comenzó a tomar distancia de la izquierda: optó por reafirmar la
clásica doctrina de su movimiento, criticó a quienes pretendían “deformarla”, y exaltó a los “viejos
peronistas” validando así a la ortodoxa dirigencia sindical. Poco después, Cámpora renunció a la pre-
sidencia, siendo reemplazado interinamente por el presidente de la Cámara de Diputados –personaje
ligado a la derecha del movimiento.
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los votos, Perón produjo definiciones políticas y económicas que contrariaban deci-
didamente las posturas del ala radical de su Movimiento.21 La situación se deterioró
definitivamente cuando condenó enérgicamente a la izquierda de su movimiento lla-
mando “infiltrados” a sus dirigentes y militantes, e inició un ajuste de cuentas que
incluyó a gobernadores y funcionarios ligados a la Tendencia Revolucionaria. Pero
además de las acciones destinadas a disciplinar a su movimiento, el por tercera vez
presidente Perón, avanzó desde el estado con medidas tendientes a poner fin a las
acciones de todos aquellos que, desde una posición de izquierda, cuestionaran a su
gobierno.22
A esta altura de los acontecimientos, la decisión de las organizaciones armadas
de continuar con sus acciones bajo un gobierno constitucional, o de reiniciarlas en
el caso de Montoneros, fue haciéndoles perder buena parte de la simpatía que antes,
durante la dictadura de la Revolución Argentina, habían concitado en la población.23
Esa pérdida fue particularmente grave en el caso de Montoneros dado que, en buena
medida, su legitimidad había sido construida sobre la base del reconocimiento del
liderazgo de Perón, a quien ahora enfrentaban.
De modo que el cambio en las relaciones de fuerza dentro del peronismo, y el fin
de la política pendular de Perón, fueron configurando un primer cierre político del ci-
clo de movilización. Llegaban a su fin ciertos equívocos que habían acompañado a la
relación entre el líder populista y la juventud radicalizada, y entre ésta y los sectores
populares. El primero, habiendo logrado su objetivo de relegitimación política, aban-
donó la ambigüedad hasta entonces presente en su discurso; por su parte, la juventud,
que en gran medida había adoptado la identidad peronista como forma de ligarse con
el pueblo y avanzar hacia el socialismo, se encontró no sólo con el rechazo de Perón
sino también con un considerable distanciamiento por parte de quienes no entendían,
ó no aceptaban, el enfrentamiento con él.24
En medio de tan confusa situación, el gobierno fue acondicionando su instru-
mental legal y represivo e inició la deriva hacia un verdadero estado de excepción,
21 Entre ellas, la defensa de un Pacto Social entre empresarios y sindicalistas, la sanción de una Ley
Sindical que otorgaba más poder a la cúpula sindical y una reforma del Código Penal que endurecía
sensiblemente las penas aplicables a los delitos políticos. A su vez, a sólo dos días de que Perón fuera
consagrado nuevamente presidente, la organización Montoneros asesinó al máximo dirigente de la
Confederación Nacional del Trabajo –figura central en el proyecto de Perón.
22 Las medidas alcanzaron a una importante cantidad de militantes sindicales y políticos, peronistas y de
izquierda, además de las organizaciones armadas.
23 El PRT-ERP nunca había suspendido sus acciones, aunque al asumir Cámpora anunció que no las
dirigiría contra el gobierno. Montoneros, en cambio, las había interrumpido al asumir Cámpora.
24 Sobre las dificultades surgidas con los sectores populares, ver Robles, 2011. Sobre los problemas
dentro de la misma “Tendencia”, ver Pozzoni, 2013.
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25 La intervención de las Fuerzas Armadas para “aniquilar a la subversión”, fue dispuesta por la presi-
denta María Estela Martínez de Perón en 1975.
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