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El relato autobiográfico: narrar la experiencia

como ejercicio de escritura de sí mismo


y construcción social de la realidad

Carlos G. Juliao Vargas, 2019


Mucho de lo que cuento en primera persona
como si se tratara de una autobiografía es pura mentira.
Ahora, que esas mentiras puedan tener una cantidad de verdad dentro,
es otra cosa (R. Montero).

El conocido mito de Narciso, el ser humano cautivo de su propia imagen refleja la


complejidad y el misterio que encierra la representación de sí mismo. Al mirarse en el agua,
Narciso, a quien los dioses habían prohibido hacerlo, establece el primer autorretrato, imagen
que lo lleva a la muerte. La escritura de sí, como el autorretrato (hoy sería la selfie), poseen
su especial, abundante y compleja historia, en la que sobresale el valor de hacer memoria,
construir la propia imagen, desenterrando antiguos y olvidados yos; todo ello de un modo
performativo y concreto, casi como en un ejercicio espiritual, dando cuenta de la propia
existencia. Es claro que dibujar o escribir la imagen de sí mismo, como conjuro y
exhorcización de la realidad cumple, desde sus inicios, una tarea de interpretación
(testimonio) del sujeto, de desvelamiento del sentido, el trascurso y la finitud de la existencia.
Para entender hoy el propósito y los modos de escritura personal – sean de modo individual
o como parte de un proceso formativo o investigativo– creo que es necesario, más allá de
cualquier otra consideración, comprender el fenómeno de la "escritura de sí". Lo fundamental
a abordar es la filosofía grecorromana, como Hadot (2006) y Foucault (2001) la presentan,
insistiendo que cualquier reflexión sobre la escritura de sí debe partir del hecho de que la
filosofía antigua es sobre todo un estilo de vida, y no tanto la construcción de un sistema de
ideas. La filosofía, desde sus orígenes, pero cada vez más con los postsocráticos - cínicos,
epicúreos, estoicos – se había centrado en definir una cierta técnica de vida (tekhne tou biou)
como arte o proceso reflexivo y crítico de la existencia. Foucault precisa, de modo cuidadoso
y de acuerdo con Hadot, que la filosofía cumple una función terapéutica: curar o "cuidar del
alma" (psukhês epimelêteon). Así surge el imperativo del cuidado de sí mismo, expresión
que traduce un concepto griego complejo, pero muy extendido, el de epimeleia heautou (cura
sui en latín), que incluye todo un corpus caracterizado por formas de razonamiento y
ejercicios, voluntarios y personales, inseparables del modo de vida filosófico. Foucault
(2001) lo aclara: "Ninguna técnica, ninguna habilidad profesional puede ser adquirida sin
ejercicio; no podemos aprender el arte de vivir, el biou techne tou sin una askesis que debe
ser entendida como un entrenamiento de sí por sí mismo (...)” (p.1236). Si bien todo esto es
claro en los antiguos, hay que reconocer que muchos otros pensadores (filósofos, artistas,
intelectuales) hay practicado ejercicios de escritura de sí (Montaigne, Rousseau, Nietzsche,
Baudelaire, Goethe, Gómez Dávila, Fernando González, entre muchos otros) queriendo hacer
de la vida una obra de arte, mostrando como la subjetividad invita a configurar este
conocerse, a preocuparse de sí mismo.
Por otra parte, en las últimas décadas, las ciencias sociales han revalorado significativamente
el estudio de los valores, las creencias, las opiniones, el ethos personal y colectivo, así como
el saber de sentido común; y con ello han vuelto a situar, en el campo de la investigación
social, la importancia de las llamadas “técnicas de sí” (relato autobiográfico, confesiones,
diarios, cartas, entre otras). El saber que les corresponde no es sólo de carácter individual, si
bien sus custodios son los individuos, porque permite la construcción social de la realidad y
el mundo. Igualmente permite hacer un bosquejo del campo de la subjetividad social, ángulo
desde el cual también podemos pensar la realidad social. Toda esta reorientación de las
ciencias sociales tiene que ver también con los temas de la complejidad de las sociedades
contemporáneas, con la aparición de nuevas subjetividades y con las formas actuales de
construir los vínculos sociales. De algún modo, todo ello muestra que los actos humanos, la
praxis, no son independientes del pensamiento, ni de la valoración o la imaginación. Por eso,
esta reorientación y desafío que enfrentan hoy las ciencias sociales está asociado a ese interés
metodológico que quiere volver objeto de estudio el vínculo existente entre la acción banal
y cotidiana, y el pensamiento.
Delory-Momberger (2015) plantea la emergencia y desarrollo de lo que llama “condición
biográfica” enmarcada en el contexto actual de individualización y subjetivación:
La acentuación de estas formas de socialización está ligada a las transformaciones societales
que conlleva el pasaje de sociedades nacionales, industriales, centralizadas, a formas de
sociedad cuyos organismos políticos, sociales, económicos, pierden su centralidad, cuyas
instituciones ya no tienen la misma capacidad de integración, y que requieren cada vez más
de individuos que encuentran en sí mismos las fuerzas propulsoras de su acción en el seno
del espacio social (p. XVIII).

Hoy el individuo se ha convertido en la institución central de la sociedad, en una sociedad


mercantilizada, el individuo, convertido en su propio producto, “se compra una vida”
(Bauman 2008), y “debe aprender a considerarse él mismo como un centro de decisiones,
una oficina de organización de su propia existencia” (Beck 2003, p. 291). Delory-
Momberger (2015) lo sintetiza así:
En la sociedad industrializada, la socialización pasaba por la integración del individuo en los
espacios sociales e institucionales (la familia, la escuela, el mundo laboral, etc.). En la
sociedad de la modernidad avanzada, es tarea del individuo integrar en su biografía las esferas
de lo social en un movimiento de apropiación y de construcción personal (…) En
consecuencia, cada uno es reenviado a la construcción reflexiva de su propia existencia, a su
biografía -entendida aquí no como el curso real, efectivo de la vida, sino como la
representación construida que se hacen los actores de ella – y de su capacidad de
biografización de los ambientes sociales (págs. XXVIII-XXIX).

Si admitimos que explorar el sentido y los significados a partir de los cuales surge la acción
representa un momento analítico, otro momento será aquel durante el cual el investigador se
pregunta cómo se forman y reconstruyen estos contextos sociales de sentido en los cuales los
individuos desarrollan sus vidas, incorporándolos, y al mismo tiempo, modificándolos.
¿Cómo entender los procesos mediante los cuales los individuos se apropian de ciertas ideas,
"patrones culturales", creencias, imágenes y saberes ordinarios de su época en detrimento de
otros? Los procesos de socialización, en sentido amplio, ofrecen respuestas a estas preguntas.
La comprensión de la sociedad a partir de la subjetividad social supone considerar el punto
de vista del individuo en tanto agente activo, pero también la concepción de la realidad social
como una construcción permanente y nunca terminada. Y, desde un punto de vista
metodológico, esto supone revalorizar la interpretación. La narración autobiográfica es un
terreno fértil para ello, pese a la dificultad inherente a la aceptación de este método, dado que
las tradiciones sociológicas legitimadas durante mucho tiempo van en la dirección opuesta.
Entre otros, los prejuicios relacionados con la obtención de la verdad y las fantasías sobre
una realidad objetiva y externa, que en el fondo se sustentan en una idea muy academicista
de la filosofía, olvidando que ésta es, ante todo, algo práctico, un estilo o forma de vida. ¿Es
posible entonces, que las filosofías contemporáneas incluyan en su comprensión de la
filosofía esta dimensión práctica? ¿O sólo queda recurrir a los antiguos y algunos modernos
para ponernos en la ruta de las prácticas filosóficas que cambiarían nuestra forma de vivir?
Desde este terreno de la filosofía como estilo de vida, y de la subjetividad social y la
interpretación como quehacer investigativo, quiero primero analizar los relatos
autobiográficos en su relación con la "acción social" y sus sentidos, es decir, la subjetividad
social. Luego, presento una reflexión sobre la reconstrucción de la experiencia personal
durante el relato, que culmina con la incorporación del mito, como forma de configurar la
narración desde un saber colectivo de gran plasticidad.

1. Los relatos autobiográficos

Las razones para escribir un relato autobiográfico pueden ser muchas y variadas: hablar de
sí para uno mismo o para los demás, conocerse, entender la propia personalidad, volver sobre
su itinerario personal, testimoniar una experiencia particular, explicarse, explicar sus
opciones vitales, testimoniar eventos importantes, entre otras. Dos ejemplos:
Estoy empezando mi diario, pero hasta ahora solo he pensado en ¿por qué lo hice, por qué
empecé a escribir? ¿Qué me impulsa a llevar un diario? Podría dar muchas respuestas a esta
pregunta. Ante todo, quiero tener un amigo, un amigo que podría ser un diario: a quien sea
posible decirle todo, un amigo según su corazón. (Wanda Przybylska, Diario de Wanda,
Varsovia, 1942-1944).
Que suene la trompeta del juicio final cuando quiera; estaré, con este libro en mi mano,
presentándome ante el juez soberano. Diré en voz alta: Aquí está lo que hice, lo que pensé,
lo que fui. Dije lo bueno y lo malo con la misma franqueza (André Gide, Si el grano no muere,
1955).
Los relatos de vida o autobiografías están arraigados en la experiencia humana, y como tales,
representan una fuente para reconstruir la praxis y la vida ya lograda; no son el "actuar" en
sí mismo, sino una versión que el autor sugiere de su acción en el pasado. Cuando un narrador
cuenta fragmentos de su vida, se accede a un relato sobre ciertos procesos y relaciones
sociales puestos en acción en una vida concreta (Vrancken 1986), relato que invita a una
interpretación que puede hacerse al menos en dos niveles. El primero corresponde a las
interpretaciones que se realizan como interlocutor del relato y basados en el sentido común.
El segundo es lo propio del proceso interpretativo: simultáneamente, se lo interpreta a partir
de las preguntas teóricas que se le plantean al relato.
Una de las características básicas de los relatos autobiográficos es que hablan de experiencias
vividas. El narrador las cuenta, las interpreta y las conecta entre sí, y a través de ellas, los
otros actores que aparecen siempre se presentan desde la experiencia del narrador. De esta
manera, el narrador construye un personaje central, un héroe (Piña 1989).
Otra característica central es el hecho de que se trata de relatos, lo que implica que la persona
que cuenta le imprime una estructura propia a su narración. Una semi-estructuración dada
desde afuera (como, por ejemplo, hecha por el investigador que sugiere o requiere de dicho
relato autobiográfico), sería contraria a la estructura narrativa del autor. Esto solo podría
darse antes del relato, para incitar al narrador a comenzar su construcción personal desde un
espacio o momento de su vida.
El narrador reconstruye el hilo de su historia a través de experiencias vividas que él considera
socialmente significativas y, al mismo tiempo, a través de este hilo, asume una cierta lealtad
consigo mismo. Al elegir y articular los momentos vividos para narrarlos de modo
comprensible para el otro, el narrador no solo explora su memoria, sino que también indaga
sobre el contexto sociocultural en el que estas experiencias adquieren sentido, provocando la
conexión de eventos y situaciones cotidianas. Por lo tanto, la estructura narrativa no podría
ser impuesta desde afuera: no hay una "verdad" que deba surgir en la narrativa autobiográfica,
sino solo experiencias elegidas en la memoria y conectadas entre sí.
Finalmente, se puede identificar un tercer rasgo característico de estos relatos: es el hecho de
que son socialmente significativos. La estructura narrativa hace que la experiencia sea
entendida por el otro. En otras palabras, hay una especie de traducción de la dimensión
íntima1 de las experiencias a formas socialmente compartidas y depositadas en el lenguaje.
El hecho de situar esta experiencia en el lenguaje (entendido como acción, no como
estructura) hace que pierda su dimensión individual y privada, transformándola así en una
expresión singular de lo social. De esta manera, el relato autobiográfico no solo se deriva del
campo de la experiencia, sino que también se vuelve socialmente significativo por el hecho

1
Lo íntimo se refiere al hecho de que "soy el único que sabe lo que sentí", es la experiencia interior. Lo íntimo es esa
experiencia que va más allá de lo que las palabras pueden expresar. De hecho, cuando esta experiencia es nombrada de
alguna manera, lo que se ha sentido pierde su carácter íntimo, se convierte en social precisamente al ser nombrado con una
o más palabras que el otro puede entender. socialmente. Es en este sentido que esta versión de la palabra "íntimo" no tiene
relación alguna con lo que estamos acostumbrados a oponer al sentido de lo público o lo que no se debe decir públicamente.
En este contexto, lo íntimo significa toda la complejidad de la experiencia vivida que no se puede transmitir al otro, y eso
porque la simple transmisión verbal la transforma y la reduce.
de que cualquier experiencia elegida se ha traducido a un contexto sociocultural, a través del
lenguaje, lo que reduce la dimensión de lo vivido, pero permite la comunicación.
Como resultado, estos relatos no se adentran en la dimensión íntima de la vida, sino que
ofrecen un discurso construido en un contexto de sentido socialmente compartido, y sobre la
base de un conjunto de saberes comunes. De acuerdo con esta forma de ver las cosas en los
relatos, el individuo tiene espacio solo como una expresión singular de lo social (Chanfrault-
Duchet, 1988). Incidentalmente, esta interpretación destruye el concepto erróneo de la
posible mentira, que existiría solo a partir de la singularidad de la vida del narrador, pero no
de la singularidad social del relato.

Ahora bien, el relato autobiográfico puede asumir diversas formas literarias, que condicionan
el momento elegido para hablar de sí mismo, la duración y la frecuencia, la elección de la
persona gramatical, los tiempos verbales:
Nací a las cuatro de la mañana del 9 de enero de 1908, en una habitación con muebles lacados
en blanco, que daba al Boulevard Raspail. En las fotos familiares tomadas el verano siguiente,
vemos a jóvenes damas con vestidos largos, sombreros llenos de plumas de avestruz,
caballeros con sombreros de copa y panamás que sonríen a un bebé: ellos son mis padres, mi
abuelo, tíos, tías, y estoy yo. Mi padre tenía treinta años, mi madre veintiuno, y yo era su
primer bebe. (Simone de Beauvoir, Mémoires d'une jeune fille rangée, 1958).

Las formas literarias más frecuentes son: a) La autobiografía que asume la forma de una
narrativa cronológica recorriendo los diferentes períodos de la vida del autor, desde su
nacimiento hasta el momento en que se lanza a su proyecto de escritura; b) el diario (diario
íntimo o diario de viaje) informa día a día los acontecimientos vividos por el autor; por lo
general, especifica la fecha y, a veces, el lugar, y el relato suele ir acompañado de
comentarios; c) las memorias que relatan la vida del autor, pero insistiendo en los
acontecimientos históricos de los que fue testigo o actor; d) la correspondencia que también
revela la existencia de una persona porque relaciona los eventos que vive y expresa sus
sentimientos, emociones, ideas y reacciones. Algunos autores deciden contar su vida
inventando un doble, mezclando sus recuerdos con la ficción; hablaríamos de novela
autobiográfica. En ella la identidad entre autor, narrador y personaje desaparece. Jules Vallès
cuenta la vida de Jacques Vingtras en una trilogía publicada entre 1879 y 1886: El niño, El
soltero, El insurgente. Amélie Nothomb, en Stupeur et tremblements (1999), que describe
como una "novela", se inspira en su propia vida en Japón para imaginar las aventuras del
narrador en una compañía japonesa. También podemos mencionar a El amante de Marguerite
Duras.
Otros tipos de escritos son más o menos similares a la autobiografía: a) La historia de vida,
frecuente en nuestro tiempo: una persona cualquiera, durante una entrevista, cuenta su vida
a un investigador, escritor o periodista, quien le entrega un formato escrito para hacerlo; b)
las entrevistas también pueden tener una dimensión autobiográfica (Así Marguerite
Yourcenar recuerda su infancia, su carrera como escritora, en su tiempo, durante las
entrevistas con el periodista Mathieu Galey, publicado bajo el título Les Yeux ouverts, en
1980); c) El cómic que puede también interesarse en lo autobiográfico (Marjane Satrapi,
Persépolis; Art Spiegelman, Maus; Joann Sfar, Harmonica. En estas historias gráficas, los
autores relatan su propia existencia, sus experiencias -Satrapi, Sfar- o las de sus familiares -
Spiegelman).
Con todas estas perspectivas, es necesario preguntarse acerca de ciertos procesos que entran
en juego en la producción de una autobiografía. Es común que el peso de la objetividad del
sociólogo ligado a la estrategia de aislar los fenómenos, lo empujen a observar el relato en sí
mismo, lo cual es más fácil si se considera como un texto separado del sujeto que lo construyó
y olvidando el contexto de interacción en el cual fue construido. Sin embargo, hay que
analizar en detalle, y sin este "espíritu de aislamiento", los procesos que entran en juego en
esta situación particular que corresponde a un individuo que habla de sí mismo2. Este tipo de
reflexión permitirá evaluar la relevancia metodológica del relato autobiográfico más allá de
los modos; también asegurará de que pueda ubicarse en un nivel que le impida pensar en ello
de acuerdo con ciertas cuestiones como la mentira y la verdad.

2. La teatralización y los juegos de la memoria en los relatos autobiográficos


La invitación a contar su propia historia o parte de ella provoca en el entrevistado un esquema
lingüístico aprendido desde la infancia, como es el caso del relato; el niño aprende a contar
escuchando historias, cuentos y relatos, pero también contando su propia cotidianidad. Esta
invitación no solo abre el esquema narrativo, sino que también impulsa una motivación
estética (Franzke 1989). Como resultado, las historias de vida también pueden considerarse
productos literarios en los que la ficción se entreteje sobre la base de un criterio estético. Esta
forma de construir la ficción también da cuenta de la realidad social.
Si tomamos en cuenta el montaje estético del relato, no podemos concebir al narrador como
un testigo pasivo de los acontecimientos, como un simple depositario de un saber que se
transmitirá al otro. También es un actor capaz de actuar y de construir un discurso sobre su
sociedad y su propia vida en esta sociedad. Por lo tanto, no podemos considerar al narrador
como una especie de "banco de datos" (Chanfrault 1987) que está abierto y que emite la
información buscada. El narrador realiza un verdadero "montaje" de su texto. Sin embargo,
esto no debe interpretarse como una intención de engañar, de manipular; más bien, debe verse
de esta manera: al relatar su vida, el individuo la replantea; de manera general, podemos decir
que se convierte así en el "sociólogo de su propia biografía" (Vrancken 1986 p. 315), porque
busca establecer conexiones entre los hechos, construye sus propias secuencias de eventos,
seleccionando algunos y excluyendo otros. Él se cuestiona sobre las motivaciones de sus
acciones.
Este acto de repensar la propia historia es un proceso que ocurre en el momento presente,
incluso si es un presente en el que se ha establecido toda una biografía y, lo que es más, que
hace parte de la sociedad. Es un presente que contiene un pasado. Como resultado, el pasado
2
Pienso que Chanfrault-Duchet (1988) es quien ha realizado el análisis más detallado de esto, desde la perspectiva del
sistema interaccional establecido entre el narrador y quien realiza la entrevista (págs. 26-31).
se cuenta con referencias a las condiciones actuales, pero también con relación a patrones o
esquemas incorporados en otros momentos; como resultado, el narrador puede repensar su
biografía en relación con los esquemas cognitivos incorporados posteriormente a los eventos
relatados, pero anteriores al momento presente.
Esto es típico del relato autobiográfico y no hay razón para interpretarlo de manera negativa
o como un defecto de los relatos per se. Por el contrario, es una de sus grandes fecundidades
que nos permite acercarnos a un presente que anticipa el futuro, un presente que conlleva el
movimiento y, por lo tanto, el futuro, es decir, lo que. aún no ha tenido lugar, pero lo que ya
está potencialmente en la narrativa, en lo que se puede "decir": el potencial del relato es, por
lo tanto, que anuncia la forma que podrían adquirir las acciones del futuro próximo, aquellas
que aún no se han ejecutado, pero que ya pueden ser concebidas y nombradas (Zemelman
1997, p.21). Incluso si la narrativa se refiere a acciones pasadas, el recordarlas en el presente,
las reconstruye a través del lenguaje, lo que hace posible anticipar el futuro, las acciones por
venir.
Esta reconstrucción de la acción llevada a cabo por su configuración en el lenguaje puede
interpretarse de acuerdo con varios ejes de análisis que terminan convergiendo. Uno de estos
ejes es la concepción estética del montaje del relato o la teatralización. El segundo está
relacionado con los procesos de la memoria y el tercero es el resultado de los procesos de
socialización. Finalmente, el último viene de la autoconstrucción de sí mismo por el narrador.
Ahora los revisaremos.
Con respecto a los procesos de memoria y recuerdo, las teorías muestran que las situaciones
captadas pasan por transformaciones en el momento de retroceder en la memoria, en el
proceso de almacenamiento, así como en el momento de su reproducción como recuerdos.
Según Cabanes, la memoria no está ausente en la construcción de la realidad: "La memoria
está hecha de un pasado perdido y reencontrado para permitir que el futuro tenga lugar. El
relato está del lado de lo que puede ocurrir” (1996, p.65).
En cuanto a la reconstrucción de la experiencia, producto de una socialización que aún no
tiene fin, la siguiente frase de Norbert Elias es muy elocuente sobre este tema: "Los
individuos nunca están totalmente terminados". A lo largo de nuestras vidas, continuamos
sedimentando experiencias, que representan nuevos conocimientos de sentido común y
pueden tomar la forma de interpretaciones alternativas del mundo. Como resultado, las
interpretaciones que hacemos de un acontecimiento en diferentes momentos de la vida no
son necesariamente idénticas, porque los patrones de interpretación tienden a cambiar
durante cada biografía.
La dinámica de la memorización / recuerdo, pero también de la socialización incompleta,
tiene una esencia temporal. A su vez, las historias de la vida están inscritas en el tiempo,
porque hacen referencia permanente al recuerdo de imágenes y marcas del pasado, para
devolverlas al presente. Como resultado, la reconstrucción de la acción es algo específico del
relato autobiográfico, y antes de eliminar su valor sociológico, debe señalarse que esta
reconstrucción de la acción mediante su traducción al lenguaje demuestra los laberintos de
la construcción social de la realidad.
Estas reconstrucciones de la experiencia también pueden interpretarse con referencia a la
identidad; es decir, como procesos de "armonización retrospectiva" de la historia personal
(Franzke 1989), que se explican por el deseo del narrador de tratar de presentar una identidad
unificada a quien lo escucha. Debido a las contradicciones inherentes de cada biografía, el
narrador se ve a sí mismo en la obligación de presentarse ante el otro como único, sin
contradicciones; esto, por supuesto, solo puede ocurrir en la reconstrucción de la identidad
contada, porque en la experiencia, es difícil para el individuo ser "único" (Kaufmann 1996).
Cada individuo es capaz de construir más de una identidad de sí mismo y éstas siempre se
presentarán de forma monolítica, pero en diversas situaciones. Esto es posible gracias a la
heterogeneidad de cada narrador (heterogeneidad, fruto de la complejidad de los procesos de
socialización o de incorporación del conocimiento ordinario), y le da la posibilidad de
cambiar su identidad e incluso de negociar con sus "otros ".
En síntesis, la reconstrucción de experiencias pasadas en el momento de ser contadas entra
en relación con varios fenómenos:
 La motivación estética que guía al narrador;
 La memorización que reconstruye la experiencia tal como se recuerda;
 El proceso de recuerdo que reconstruye la experiencia guardada en el momento de
recordarla para el relato;
 Los procesos de socialización que ocurren a lo largo de la vida, y siguen
sedimentando experiencias y conocimientos. Como resultado, el individuo cambia
sus referentes para interpretar su pasado y presente a lo largo de su vida. Al repensar
la historia al momento de contarla, puede observar su historia desde una "posición
externa" y cuestionarla a partir de los nuevos referentes que ha incorporado después
de la experiencia en cuestión;
 La armonización retrospectiva mediante la cual el narrador busca presentarse como
único frente a los demás, y que es también otra forma de reconstrucción de la
experiencia narrada;
 El esquema narrativo que impone un orden secuencial y reduce el nivel de caos de la
experiencia; omite eventos, impone un orden consecutivo a los elegidos, incluso si
varios de ellos tuvieron lugar simultáneamente. Este orden secuencial es parte de esa
búsqueda para hacer que la historia sea comprensible;
 El sistema de interacción cara a cara (investigador / narrador) en el cual ocurre la
narración, lleva a que la reconstrucción se asocie con quién es el otro en relación con
el narrador.
De esta manera, para la sociología, las historias de vida no son un método para llegar a la
verdad, sino expresiones singulares de vidas inscritas en la historia, mediante las cuales las
personas, sin saberlo, reconstruyen la realidad a través del lenguaje y su memoria. La historia
de la vida es un invento, es una construcción social permanente, pero se produce en el marco
social de la vida cotidiana y no en el mundo de la fantasía. De ahí su valor como expresión
de un fragmento de lo social y su potencial para dar forma a la acción futura.
3. La narración de la historia contada.
En el punto anterior nos hemos centrado en los procesos que producen la reconstrucción de
la experiencia en la narración actual, es decir, las razones por las cuales la experiencia se
reconstruye durante la narración. Ahora propondremos una interpretación de cómo se
reconstruye la experiencia narrada.
La reconstrucción de la experiencia se lleva a cabo gracias al ejercicio espontáneo y
necesario3 realizado por el narrador para dar una nueva forma a los eventos del pasado,
basándose en los esquemas interpretativos disponibles para él en el presente. Este ejercicio
no planificado es el resultado de la introducción de acontecimientos vividos, experiencias
narradas, en un conocimiento colectivo que reconoce un vínculo significativo con la
experiencia en cuestión. De esta manera, la historia adquiere una estructura, se configura de
acuerdo con este conocimiento colectivo.
Con frecuencia, la introducción de la experiencia pasada en una nueva estructura representa
una especie de fabulación propuesta sin que el narrador lo sepa. La fabulación es el proceso
que sigue espontáneamente el narrador cuando organiza sus experiencias como parte de una
fábula conocida. Las fábulas añaden imaginación a la historia de las prácticas vividas. Pero
esta imaginación es parte de una memoria colectiva, ya que las prácticas son las experiencias
vividas por el narrador. Desde un punto de vista metodológico, la fabulación porta
significados sociales que revelan el contexto social. Toda fabulación habla de un espacio
social, relaciones entre los grupos sociales que lo componen, actores y sus roles, valores y
normas sociales (Vrancken 1986, págs. 315-324). El narrador adopta una fábula específica
que incorpora significados sociales relevantes para comunicar la experiencia que está
contando.
Es en este sentido que la fabulación puede compararse con una forma de mito (Vrancken
1986), que tiene la virtud metodológica de resaltar las claves para la interpretación.
Interpretar las narraciones a partir de estos mitos, que no son visibles a primera vista, implica
asimilarlas a formas estructurantes que contienen significados sociales. A través de los mitos,
el relato inscribe la experiencia individual en el conocimiento compartido al que se reconoce
la capacidad de transmitir una imagen de una parte de lo social. Como resultado, el mito es
analíticamente una mediación entre la memoria colectiva y la experiencia individual
(Chanfrault-Duchet 1995). En este contexto, el mito adopta el papel de una especie de
metáfora colectiva que preserva y perpetúa una memoria común, un pasado colectivo. Enfoca
imágenes y episodios de una comunidad (Vrancken 1986 p. 315). El mito funciona como una
serie de saberes de una comunidad o un grupo social, extendido o pequeño.
Por eso el mito le permite al narrador comunicar su experiencia en términos sociales, es decir,
situarla en el nivel de las representaciones condensadas en el imaginario y en la memoria
colectiva. Como resultado, el mito también desempeña el papel de mediación entre la

3
Esta es una condición necesaria porque la experiencia toma la forma (o la falta de forma) de lo experimentado, mientras
que la narrativa adopta una forma lingüística.
experiencia vivida y su narración. Parafraseando a Michel Maffesoli, se podría decir que el
mito se convierte en el "formato" de la biografía contada.
De esta manera, por este conocimiento colectivo, el individuo se convierte en un sujeto
inscrito en la historia. El narrador utiliza el mito inconscientemente como una manera de
reflejar su experiencia en el mundo, ubicándola en un contexto social al que pertenece. En
última instancia, los mitos articulan lo individual a la sociedad.
Si el mito permite organizar la historia de una vida de acuerdo con una historia conocida, al
insistir en ciertos actores, ciertos roles y un futuro, también se debe tener en cuenta que esta
historia está frecuentemente atravesada por lo que algunos autores llaman las "figuras
matriciales" (Chanfrault-Duchet 1995, págs. 12-21), es decir, figuras que marcan la narración
de una biografía repetidamente. Estas son ideas fuerza que el narrador presenta como
rectificaciones de su propia vida (incluso si no lo hace de manera explícita o consciente),
ideas que han guiado al sujeto durante su vida. Estas ideas fuerza pueden entenderse en la
perspectiva schutziana como explicaciones de las motivaciones para el futuro, gracias a las
cuales el sujeto pretende dar sentido a su acción. El investigador solo puede resaltar estas
figuras matriciales aplicando una actitud hermenéutica hacia el texto.
Ejemplos de este recurso son las figuras de "la búsqueda de la diferencia", la "pérdida", el
"triunfo o fracaso personal" o el "deseo de superación personal". Técnicamente, descifrar el
mito y la figura matricial que estructuran una narración, supone encontrar las claves o ejes
de interpretación del texto, incluso si desde un punto de vista metodológico, es descifrar los
contornos del sistema de significado en el que se apoyó el narrador y en el que sus acciones
adquieren sentido. La estructura narrativa invertida por un mito y atravesada por una figura
matricial solo tiene sentido si se interpreta con referencia a los diversos contextos y grupos
sociales a los que se refiere el personaje de la narrativa a lo largo de su vida.
En síntesis, interpretar las historias de vida nos obliga a enfrentar el desafío de descubrir estos
mitos y figuras matriciales que constituyen los mecanismos de construcción de la realidad
social, mecanismos que definen los contornos de los sistemas de significado, valores y
normas y creencias que guían a los sujetos.
En última instancia, uno no puede disociar las representaciones, las prácticas y su discurso,
porque constituyen un todo (Martin y Royer-Rastoll 1990). De esta manera, la narración
autobiográfica es una parte integral de la acción futura y, como tal, es constitutiva de la
realidad social.

Referencias
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