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Si admitimos que explorar el sentido y los significados a partir de los cuales surge la acción
representa un momento analítico, otro momento será aquel durante el cual el investigador se
pregunta cómo se forman y reconstruyen estos contextos sociales de sentido en los cuales los
individuos desarrollan sus vidas, incorporándolos, y al mismo tiempo, modificándolos.
¿Cómo entender los procesos mediante los cuales los individuos se apropian de ciertas ideas,
"patrones culturales", creencias, imágenes y saberes ordinarios de su época en detrimento de
otros? Los procesos de socialización, en sentido amplio, ofrecen respuestas a estas preguntas.
La comprensión de la sociedad a partir de la subjetividad social supone considerar el punto
de vista del individuo en tanto agente activo, pero también la concepción de la realidad social
como una construcción permanente y nunca terminada. Y, desde un punto de vista
metodológico, esto supone revalorizar la interpretación. La narración autobiográfica es un
terreno fértil para ello, pese a la dificultad inherente a la aceptación de este método, dado que
las tradiciones sociológicas legitimadas durante mucho tiempo van en la dirección opuesta.
Entre otros, los prejuicios relacionados con la obtención de la verdad y las fantasías sobre
una realidad objetiva y externa, que en el fondo se sustentan en una idea muy academicista
de la filosofía, olvidando que ésta es, ante todo, algo práctico, un estilo o forma de vida. ¿Es
posible entonces, que las filosofías contemporáneas incluyan en su comprensión de la
filosofía esta dimensión práctica? ¿O sólo queda recurrir a los antiguos y algunos modernos
para ponernos en la ruta de las prácticas filosóficas que cambiarían nuestra forma de vivir?
Desde este terreno de la filosofía como estilo de vida, y de la subjetividad social y la
interpretación como quehacer investigativo, quiero primero analizar los relatos
autobiográficos en su relación con la "acción social" y sus sentidos, es decir, la subjetividad
social. Luego, presento una reflexión sobre la reconstrucción de la experiencia personal
durante el relato, que culmina con la incorporación del mito, como forma de configurar la
narración desde un saber colectivo de gran plasticidad.
Las razones para escribir un relato autobiográfico pueden ser muchas y variadas: hablar de
sí para uno mismo o para los demás, conocerse, entender la propia personalidad, volver sobre
su itinerario personal, testimoniar una experiencia particular, explicarse, explicar sus
opciones vitales, testimoniar eventos importantes, entre otras. Dos ejemplos:
Estoy empezando mi diario, pero hasta ahora solo he pensado en ¿por qué lo hice, por qué
empecé a escribir? ¿Qué me impulsa a llevar un diario? Podría dar muchas respuestas a esta
pregunta. Ante todo, quiero tener un amigo, un amigo que podría ser un diario: a quien sea
posible decirle todo, un amigo según su corazón. (Wanda Przybylska, Diario de Wanda,
Varsovia, 1942-1944).
Que suene la trompeta del juicio final cuando quiera; estaré, con este libro en mi mano,
presentándome ante el juez soberano. Diré en voz alta: Aquí está lo que hice, lo que pensé,
lo que fui. Dije lo bueno y lo malo con la misma franqueza (André Gide, Si el grano no muere,
1955).
Los relatos de vida o autobiografías están arraigados en la experiencia humana, y como tales,
representan una fuente para reconstruir la praxis y la vida ya lograda; no son el "actuar" en
sí mismo, sino una versión que el autor sugiere de su acción en el pasado. Cuando un narrador
cuenta fragmentos de su vida, se accede a un relato sobre ciertos procesos y relaciones
sociales puestos en acción en una vida concreta (Vrancken 1986), relato que invita a una
interpretación que puede hacerse al menos en dos niveles. El primero corresponde a las
interpretaciones que se realizan como interlocutor del relato y basados en el sentido común.
El segundo es lo propio del proceso interpretativo: simultáneamente, se lo interpreta a partir
de las preguntas teóricas que se le plantean al relato.
Una de las características básicas de los relatos autobiográficos es que hablan de experiencias
vividas. El narrador las cuenta, las interpreta y las conecta entre sí, y a través de ellas, los
otros actores que aparecen siempre se presentan desde la experiencia del narrador. De esta
manera, el narrador construye un personaje central, un héroe (Piña 1989).
Otra característica central es el hecho de que se trata de relatos, lo que implica que la persona
que cuenta le imprime una estructura propia a su narración. Una semi-estructuración dada
desde afuera (como, por ejemplo, hecha por el investigador que sugiere o requiere de dicho
relato autobiográfico), sería contraria a la estructura narrativa del autor. Esto solo podría
darse antes del relato, para incitar al narrador a comenzar su construcción personal desde un
espacio o momento de su vida.
El narrador reconstruye el hilo de su historia a través de experiencias vividas que él considera
socialmente significativas y, al mismo tiempo, a través de este hilo, asume una cierta lealtad
consigo mismo. Al elegir y articular los momentos vividos para narrarlos de modo
comprensible para el otro, el narrador no solo explora su memoria, sino que también indaga
sobre el contexto sociocultural en el que estas experiencias adquieren sentido, provocando la
conexión de eventos y situaciones cotidianas. Por lo tanto, la estructura narrativa no podría
ser impuesta desde afuera: no hay una "verdad" que deba surgir en la narrativa autobiográfica,
sino solo experiencias elegidas en la memoria y conectadas entre sí.
Finalmente, se puede identificar un tercer rasgo característico de estos relatos: es el hecho de
que son socialmente significativos. La estructura narrativa hace que la experiencia sea
entendida por el otro. En otras palabras, hay una especie de traducción de la dimensión
íntima1 de las experiencias a formas socialmente compartidas y depositadas en el lenguaje.
El hecho de situar esta experiencia en el lenguaje (entendido como acción, no como
estructura) hace que pierda su dimensión individual y privada, transformándola así en una
expresión singular de lo social. De esta manera, el relato autobiográfico no solo se deriva del
campo de la experiencia, sino que también se vuelve socialmente significativo por el hecho
1
Lo íntimo se refiere al hecho de que "soy el único que sabe lo que sentí", es la experiencia interior. Lo íntimo es esa
experiencia que va más allá de lo que las palabras pueden expresar. De hecho, cuando esta experiencia es nombrada de
alguna manera, lo que se ha sentido pierde su carácter íntimo, se convierte en social precisamente al ser nombrado con una
o más palabras que el otro puede entender. socialmente. Es en este sentido que esta versión de la palabra "íntimo" no tiene
relación alguna con lo que estamos acostumbrados a oponer al sentido de lo público o lo que no se debe decir públicamente.
En este contexto, lo íntimo significa toda la complejidad de la experiencia vivida que no se puede transmitir al otro, y eso
porque la simple transmisión verbal la transforma y la reduce.
de que cualquier experiencia elegida se ha traducido a un contexto sociocultural, a través del
lenguaje, lo que reduce la dimensión de lo vivido, pero permite la comunicación.
Como resultado, estos relatos no se adentran en la dimensión íntima de la vida, sino que
ofrecen un discurso construido en un contexto de sentido socialmente compartido, y sobre la
base de un conjunto de saberes comunes. De acuerdo con esta forma de ver las cosas en los
relatos, el individuo tiene espacio solo como una expresión singular de lo social (Chanfrault-
Duchet, 1988). Incidentalmente, esta interpretación destruye el concepto erróneo de la
posible mentira, que existiría solo a partir de la singularidad de la vida del narrador, pero no
de la singularidad social del relato.
Ahora bien, el relato autobiográfico puede asumir diversas formas literarias, que condicionan
el momento elegido para hablar de sí mismo, la duración y la frecuencia, la elección de la
persona gramatical, los tiempos verbales:
Nací a las cuatro de la mañana del 9 de enero de 1908, en una habitación con muebles lacados
en blanco, que daba al Boulevard Raspail. En las fotos familiares tomadas el verano siguiente,
vemos a jóvenes damas con vestidos largos, sombreros llenos de plumas de avestruz,
caballeros con sombreros de copa y panamás que sonríen a un bebé: ellos son mis padres, mi
abuelo, tíos, tías, y estoy yo. Mi padre tenía treinta años, mi madre veintiuno, y yo era su
primer bebe. (Simone de Beauvoir, Mémoires d'une jeune fille rangée, 1958).
Las formas literarias más frecuentes son: a) La autobiografía que asume la forma de una
narrativa cronológica recorriendo los diferentes períodos de la vida del autor, desde su
nacimiento hasta el momento en que se lanza a su proyecto de escritura; b) el diario (diario
íntimo o diario de viaje) informa día a día los acontecimientos vividos por el autor; por lo
general, especifica la fecha y, a veces, el lugar, y el relato suele ir acompañado de
comentarios; c) las memorias que relatan la vida del autor, pero insistiendo en los
acontecimientos históricos de los que fue testigo o actor; d) la correspondencia que también
revela la existencia de una persona porque relaciona los eventos que vive y expresa sus
sentimientos, emociones, ideas y reacciones. Algunos autores deciden contar su vida
inventando un doble, mezclando sus recuerdos con la ficción; hablaríamos de novela
autobiográfica. En ella la identidad entre autor, narrador y personaje desaparece. Jules Vallès
cuenta la vida de Jacques Vingtras en una trilogía publicada entre 1879 y 1886: El niño, El
soltero, El insurgente. Amélie Nothomb, en Stupeur et tremblements (1999), que describe
como una "novela", se inspira en su propia vida en Japón para imaginar las aventuras del
narrador en una compañía japonesa. También podemos mencionar a El amante de Marguerite
Duras.
Otros tipos de escritos son más o menos similares a la autobiografía: a) La historia de vida,
frecuente en nuestro tiempo: una persona cualquiera, durante una entrevista, cuenta su vida
a un investigador, escritor o periodista, quien le entrega un formato escrito para hacerlo; b)
las entrevistas también pueden tener una dimensión autobiográfica (Así Marguerite
Yourcenar recuerda su infancia, su carrera como escritora, en su tiempo, durante las
entrevistas con el periodista Mathieu Galey, publicado bajo el título Les Yeux ouverts, en
1980); c) El cómic que puede también interesarse en lo autobiográfico (Marjane Satrapi,
Persépolis; Art Spiegelman, Maus; Joann Sfar, Harmonica. En estas historias gráficas, los
autores relatan su propia existencia, sus experiencias -Satrapi, Sfar- o las de sus familiares -
Spiegelman).
Con todas estas perspectivas, es necesario preguntarse acerca de ciertos procesos que entran
en juego en la producción de una autobiografía. Es común que el peso de la objetividad del
sociólogo ligado a la estrategia de aislar los fenómenos, lo empujen a observar el relato en sí
mismo, lo cual es más fácil si se considera como un texto separado del sujeto que lo construyó
y olvidando el contexto de interacción en el cual fue construido. Sin embargo, hay que
analizar en detalle, y sin este "espíritu de aislamiento", los procesos que entran en juego en
esta situación particular que corresponde a un individuo que habla de sí mismo2. Este tipo de
reflexión permitirá evaluar la relevancia metodológica del relato autobiográfico más allá de
los modos; también asegurará de que pueda ubicarse en un nivel que le impida pensar en ello
de acuerdo con ciertas cuestiones como la mentira y la verdad.
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Esta es una condición necesaria porque la experiencia toma la forma (o la falta de forma) de lo experimentado, mientras
que la narrativa adopta una forma lingüística.
experiencia vivida y su narración. Parafraseando a Michel Maffesoli, se podría decir que el
mito se convierte en el "formato" de la biografía contada.
De esta manera, por este conocimiento colectivo, el individuo se convierte en un sujeto
inscrito en la historia. El narrador utiliza el mito inconscientemente como una manera de
reflejar su experiencia en el mundo, ubicándola en un contexto social al que pertenece. En
última instancia, los mitos articulan lo individual a la sociedad.
Si el mito permite organizar la historia de una vida de acuerdo con una historia conocida, al
insistir en ciertos actores, ciertos roles y un futuro, también se debe tener en cuenta que esta
historia está frecuentemente atravesada por lo que algunos autores llaman las "figuras
matriciales" (Chanfrault-Duchet 1995, págs. 12-21), es decir, figuras que marcan la narración
de una biografía repetidamente. Estas son ideas fuerza que el narrador presenta como
rectificaciones de su propia vida (incluso si no lo hace de manera explícita o consciente),
ideas que han guiado al sujeto durante su vida. Estas ideas fuerza pueden entenderse en la
perspectiva schutziana como explicaciones de las motivaciones para el futuro, gracias a las
cuales el sujeto pretende dar sentido a su acción. El investigador solo puede resaltar estas
figuras matriciales aplicando una actitud hermenéutica hacia el texto.
Ejemplos de este recurso son las figuras de "la búsqueda de la diferencia", la "pérdida", el
"triunfo o fracaso personal" o el "deseo de superación personal". Técnicamente, descifrar el
mito y la figura matricial que estructuran una narración, supone encontrar las claves o ejes
de interpretación del texto, incluso si desde un punto de vista metodológico, es descifrar los
contornos del sistema de significado en el que se apoyó el narrador y en el que sus acciones
adquieren sentido. La estructura narrativa invertida por un mito y atravesada por una figura
matricial solo tiene sentido si se interpreta con referencia a los diversos contextos y grupos
sociales a los que se refiere el personaje de la narrativa a lo largo de su vida.
En síntesis, interpretar las historias de vida nos obliga a enfrentar el desafío de descubrir estos
mitos y figuras matriciales que constituyen los mecanismos de construcción de la realidad
social, mecanismos que definen los contornos de los sistemas de significado, valores y
normas y creencias que guían a los sujetos.
En última instancia, uno no puede disociar las representaciones, las prácticas y su discurso,
porque constituyen un todo (Martin y Royer-Rastoll 1990). De esta manera, la narración
autobiográfica es una parte integral de la acción futura y, como tal, es constitutiva de la
realidad social.
Referencias
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Chanfrault-Duchet, M-F. (1988), “Le système interactionnel du récit de vie” en Sociétés.
Paris: mayo, págs. 26-31.
Chanfrault-Duchet, M-F. (1995), “Mitos y estructuras narrativas en la historia de vida: la
expresión de las relaciones sociales en el medio rural”. Historia y Fuente Oral, núm.
9, Barcelona, págs. 12-21.
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