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Aspectos centrales de la Filosofía Primera

Expondremos la temática de la Metafísica de Aristóteles en relación a los siguientes aspectos: los


grados del saber, los tipos o clases de ciencias, la metafísica como ciencia de lo ente, los principios del cambio
y el motor inmóvil.

Los grados del saber


La Metafísica comienza diciendo que “todos los hombres desean por naturaleza conocer” y
Aristóteles dedica los dos primeros capítulos del libro Alfa al análisis de cómo se pueda conocer algo en
general. Existe un conocimiento elemental, primario, que se obtiene por los sentidos y que no es privativo del
hombre, puesto que los animales también lo poseen. Ciertos animales, al igual que el hombre, poseen la
memoria, que unida a las sensaciones obtenidas por los sentidos engendra la experiencia.
Este segundo “grado” de conocimiento es de lo singular, no puede generalizarse y por ende tampoco
enseñarse o transmitirse; se refiere siempre a realidades individuales y contingentes, puesto que dichas
realidades son de una determinada manera, pero encierran también la posibilidad de ser de otra manera.
Cierta necesariedad, quiere decir, que las cosas sean de determinada forma y no de otra, y se
efectivamente en los “grados” del saber que se ubican por encima de la experiencia, a saber: la técnica o arte,
la ciencia, y la sabiduría o filosofía. Estos grados del saber conocen cierto tipo de causas y esto hace que sean
conocimientos generales que se pueden transmitir y enseñar, por oposición a la experiencia que “no se puede
transmitir”.
Aristóteles llamó técnica al conocimiento de aquellas causas que hacen al orden de los objetos
artificiales, creados por el hombre, a diferencia de los objetos naturales, a cuyo conocimiento está destinada la
ciencia. La técnica, también llamada arte, persigue ante todo cierta utilidad. La mentalidad moderna operará
un cambio fundamental en la comprensión de la ciencia. Cuando Aristóteles habla de ciencia se refiere
fundamentalmente a la Física tal como había sido esbozada en el pensamiento antiguo, como una mera
especulación sobre la naturaleza, sobre el devenir, y los principios del movimiento. La Matemática es otro
ejemplo de ciencia.
Un árbol estudiado por la Física puede engendrar otro árbol, porque el principio del movimiento reside
en él en cuanto objeto de la naturaleza, pero una mesa no puede engendrar otra mesa, ya que el principio del
movimiento está fuera de ella: en el carpintero o artesano que la fabricó. Esta frontera entre técnica y ciencia
es fundamental para entender la cosmovisión antigua y medieval. Para el mundo antiguo y medieval, el
universo es una realidad puesta en movimiento por obra de una Inteligencia ordenadora que actúa como causa
final.
Aristóteles coloca la sabiduría en el último escalón del conocimiento humano. Tampoco persigue
utilidad alguna, al igual que la ciencia, pero se diferencia de esta última en razón de las causas y principios que
conoce. El amor por la sabiduría hace que toda la realidad sea objeto de estudio de la filosofía, pero no como
puede estudiarla un físico, un matemático, biólogo, economista o sociólogo, sino a la luz de los primeros
principios o causas últimas.
“El conocimiento de todas las cosas pertenece necesariamente a quien posee la ciencia de lo universal,
porque éste conoce, de alguna manera, los casos particulares que el universal abraza”. Este conocimiento, el
más universal para el hombre, es también el más difícil de alcanzar por hallarse más alejado de las sensaciones.
Es también el más riguroso. También el saber más instructivo puesto que enseña más, al mostrar las causas de
cada cosa de la realidad. Es el saber más deseado. Es el saber dominante y superior a los demás, porque a
través de los primeros principios y a partir de ellos se conoce todo lo demás, lo que le permite suministrar a
cada ciencia el fin en virtud del cual ha de hacerse cada cosa.
Así como el hombre libre es aquel que busca su fin por sí mismo y no a instancias de otro hombre
(como ocurre con el esclavo), también la sabiduría es propiamente la única ciencia libre, puesto que es la única
que tiene su propio fin. Es un saber ciertamente divino, ya que al ser Dios principio de la realidad
necesariamente tiene que vérselas con él. La sabiduría es la filosofía primera o metafísica.

La clasificación de las ciencias o saberes


Ciencia es todo conocimiento cierto o necesario por las causas. La Física y la Matemática no son las
únicas ciencias posibles. Aristóteles emprende la tarea de clasificar las diferentes ciencias con el objeto de

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poner un cierto orden en el universo epistemológico de su tiempo, refleja un estado de cosas en cierto modo
“eterno”.
Ciencias Teóricas Metafísica
Matemática
Física
Ciencias Prácticas Política
Ética
Economía
Ciencias Poiéticas o productivas Todas las artes y técnicas: arquitectura, escultura,
pintura, etc.

Aristóteles considera que la póiesis o producción de un objeto artificial está sometida a ciertos
principios y causas que justifican hablar de una “ciencia arquitectónica”. El principio de toda ciencia
productora se encuentra no en el objeto producido sino en el agente que lo produjo. Las ciencias poiéticas
reciben su determinación exclusivamente del ingenio, del arte, la creación, el talento o cualquier otra
disposición productiva del hombre.
En el caso de las ciencias prácticas el principio de su operación también procede del agente, pero con
una diferencia: aquí no hay un objeto exterior al hombre que resulte de su obrar. El obrar del hombre recae
sobre el propio hombre. “En el caso de la actividad práctica, la elección se encuentra en el agente, pues ente
el objeto de la acción y el de la elección existe identidad”. La conducta humana es el objeto propio de las
ciencias prácticas, y como la conducta humana se realiza con discernimiento, intención y libertad, las ciencias
prácticas tienen que ver fundamentalmente con el BIEN, fin último de toda la elección humana.
La Política, tanto como la Ética y la Economía, estudian la conducta humana para determinar cuál es
la elección correcta y el modo de llevarla a cabo en miras a las diversas dimensiones de lo bueno. La Economía
es la ciencia práctica que estudia la recta administración del patrimonio, no con el único objeto de aumentar o
conservar las riquezas sino con el objeto de lograr la “vida buena”, expresión que designa la plenitud moral de
la persona. La Ética estudia “la recta ordenación de los actos humanos en vistas a los supremos fines
establecidos por la razón”. Se trata de un estudio o reflexión sistemática en torno a la conducta o acción
humana, de sus elementos constitutivos e impeditivos, de las virtudes y de los vicios, del modo de alcanzar los
fines propuestos por la razón y del fin último de la existencia humana que subjetivamente es buscado como
felicidad y objetivamente reside en el Bien Moral. Finalmente, la Política constituye la perfección y el
acabamiento de la filosofía de las cosas humanas. Para Aristóteles, la Ética alcanza su sentido pleno en la
Política, y en ella lo que se busca es la constitución mejor, aquella forma de gobierno que haga posible la vida
buena y feliz en la ciudad. Esto supone analizar todas las constituciones existentes en la realidad y ver de qué
manera se ordenan a la mejor constitución posible.
En las Ciencias Teóricas, el principio no se encuentra en el hombre ni viene de él, sino de la naturaleza
de las cosas. En toda ciencia teórica el hombre se limita a contemplar cómo las cosas son en sí mismas, sin
añadirles ni agregarles nada como resultado de la actividad cognoscitiva. Esto se refleja muy bien en la
terminología que los medievales usaron para volcar al latín el término griego theoréin, de donde procede en
general “teoría” y sus derivados. La escolástica medieval tradujo el verbo griego theoréin como contemplare
y el adjetivo theoretiké (referido al sustantivo epistéme) como speculativa. En el primer caso se indica una
actividad que consiste en “templar”, “forjar” el intelecto “con” la cosa que es conocida (cum–templare),
adecuando ambos en un proceso que es la base de la verdad (adaequatio intellectus et rei), pero donde la “cosa
en sí” es determinante y constituye la medida de toda verdad. En el segundo caso se pone más claramente de
manifiesto este aspecto, puesto que el intelecto está visto como un mero “espejo” (speculum) de la realidad,
que no hace más que reflejarla tal como ella es en sí misma.
Las ciencias teóricas, según Aristóteles, son tres, que se diferencian entre sí en función de los objetos
estudiados por ellas. Para determinar estos objetos Aristóteles se vale de dos pares de propiedades o atributos
opuestos: el ser inmóvil, opuesto al ser móvil, y el ser por sí, opuesto al ser por otro. El primero de los pares
opuestos se refiere a que los entes estén o no afectados por el movimiento o cambio. El segundo de los pares
opuestos, se trata de una noción simple que se capta por intuición, se refiere fundamentalmente al carácter
sustancial o accidental de los entes: el ser por sí es la sustancia, es decir, aquello que no depende de otra cosa
para existir, y el ser por otro es el accidente, que depende ontológicamente de la sustancia.

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En el casillero 1 tenemos los entes que son por sí e inmóviles, es decir, no sujetos al cambio: son los
entes que estudia la Metafísica. La sustancia separada e inmóvil por eminencia es Dios, a quien Aristóteles
designa también como Motor Inmóvil. En el casillero 2 encontramos los entes que son por otro pero que no
están sujetos al cambio: se trata de los entes estudiados por la Matemática, tales entes no existen por sí,
separados de la mente humana que los concibe como tales, pero ello no obsta a que tales entes no estén
afectados por el devenir: de ahí que sean inmóviles, es decir, no sujetos al cambio.
En el casillero 3 encontramos los entes que son por sí, puesto que no dependen de otro para existir,
pero sujetos al devenir, al cambio; se trata de los entes estudiados por la Física: los entes corpóreos de nuestro
mundo que están afectados de cuatro tipos de cambio en general: el cambio cuantitativo, cualitativo, sustancial
y local, como veremos más adelante. Aristóteles distingue en general tres tipos de sustancias6: en primer lugar,
la sustancia sensible y corruptible, que percibimos por nuestros sentidos y que está afectada por el cambio
sustancial (generación y corrupción), como es el caso de las plantas y los animales; en segundo lugar, la
sustancia sensible y eterna, que percibimos también por nuestros sentidos pero que no está sujeta a la
generación ni a la corrupción, sino únicamente al cambio de lugar: se trata de los planetas que giran desde toda
la eternidad, según Aristóteles, en un movimiento circular infinito. Ambos tipos de sustancias son por sí y
móviles, de ahí que las estudie la Fisica. El tercer tipo de sustancia es la inmóvil y separada, que ya no
percibimos por los sentidos, y que es estudiada por la Filosofía Primera (se refiere al Motor Inmóvil, como ya
hemos dicho). Por último, en el casillero 4 encontramos los entes que son por otro y móviles. No hay ciencia
posible, están sujetos al cambio y no tienen “separatidad” ontológica. Se refiere principalmente a la materia
primordial o materia prima (no existe en forma separada y está sujeta a un permanente devenir).
Georg F. W. Hegel, en la primera mitad del siglo XIX, reformuló completamente la sistematización
de las ciencias, partiendo de una Lógica completamente distinta que responde a los presupuestos generales del
idealismo alemán.
En el apartado que sigue veremos qué estudia concretamente la Metafísica y qué problemas debe
resolver en forma previa.

La Metafísica como ciencia de lo ente

Existe un problema latente en la cuestión de qué es metafísica que el propio Aristóteles advierte y en
cierta medida nunca resuelve. Es la cuestión central de la Filosofía. ¿Tenemos hoy una respuesta a la pregunta
que interroga por lo que queremos decir propiamente con la palabra “ente”? La cuestión previa: qué es el ente.
La metafísica se ocupa de los primeros principios o causas últimas de la realidad. Pero, ¿qué es lo primero de
toda realidad? El ser, contestan a una todos los filósofos. ¿Y qué es el ser?, pregunta la razón inquieta y deseosa
de saber. Si decimos que el ser es lo que se opone a la nada, no estamos diciendo gran cosa. Toda la filosofía
anterior a Sócrates procuró identificar el ser con algún principio material subyacente a toda la realidad (el
fuego, el agua, el aire, la tierra, o la suma o combinación de todos ellos, por ejemplo). Otros, como los
pitagóricos, lo asociaron a un principio formal de la realidad: el número. Para Pitágoras todo es en el fondo
una determinación cuantitativa que surge de un par primordial de contrarios: el Uno y la Díada, o lo Uno y lo
Múltiple. Hubo otros, como Anaxágoras, que se atrevieron a decir que el ser es una emanción de una
Inteligencia Ordenadora del Cosmos a la que llamó Noûs,
Parménides sostuvo que todo es ser, y el ser es uno, idéntico, eterno, inmutable. El hecho de que los
sentidos nos muestren una pluralidad de cosas: minerales, plantas, animales, hombres, planetas, astros, etc., no
es sino un engaño, puesto que en el fondo todo es uno e idéntico en sí mismo: lo único distinto al ser es la
nada, pero la nada precisamente no es, no “existe”; luego, no puede dividir ni descomponer “el todo que es”,
el ser8. En términos amplios, la cuestión quedó estancada en este callejón sin salida: de la nada no procede el
ser, porque la nada “no es”; si algo “es”, existe desde siempre y para siempre, no cambia; toda alteración o
“cambio” es aparente.

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Platón trató de solucionarlo. Según él la “Idea” –realidad puramente inteligible- es el verdadero ser,
de ella puede predicarse la unidad e inmutabilidad y las cosas sensibles participan de las ideas, “toman parte”
de su perfección, pero no “son” propiamente, con lo cual pretende explicar el problema de la unidad y de la
multiplicidad. Aristóteles, rechazó rotundamente la Teoría de las Ideas de su maestro, y elaboró una metafísica
bastante compleja que debemos analizar para comprender el verdadero alcance de la Filosofía Primera.
El problema central es determinar qué es el ser. La traducción española de ens (ente) más correcta es
“lo que está siendo” o “lo que es”. La metafísica es el estudio de lo que es, de lo que propiamente es. ¿Y qué
es eso?
Aristóteles designa ousía a la “sustancia”. Sustancia es una noción metafísica que constituye
verdaderamente la piedra de escándalo de la filosofía en la modernidad. La crítica de Immanuel Kant (1724-
1804) niega la posibilidad de conocerla aunque acepta su “valor” como idea reguladora en la esfera práctica.
Aristóteles atribuye en resumidas cuentas tres propiedades a la sustancia: ser “separado” (horismós),
ser “un algo” (tò de tí) y ser sujeto de toda predicación (hypokéimenon)9. El primero de los atributos indica
que la sustancia “existe por sí”, es decir, separadamente, a diferencia del accidente que existe en otro o por
otro. El segundo de los atributos indica un cierto “principio de inteligibilidad”, es decir, la presencia de una
forma o conjunto de propiedades que hace que una cosa sea tal cosa y no tal otra. A este atributo de la sustancia
los medievales lo llamaron esencia (essentia). El tercer atributo indica que la sustancia es el sujeto de todos
los predicados, pero ella no es predicado de nada ni de nadie. La sustancia funciona sintácticamente SIEMPRE
como sujeto, nunca como predicado. La forma “actualiza” la materia y la hace “ser un esto”, pero el soporte o
sustrato de la forma es la materia. En definitiva, la sustancia es un compuesto indisoluble de materia y forma.
La Metafísica hace del compuesto de materia y forma o unidad sustancial el punto de partida de sus
reflexiones.
Aristóteles da un giro implícitamente en la cuestión central de la metafísica. Al comienzo del Libro
Cuarto de la Metafísica aborda la cuestión del ser y sostiene que “ser” es una palabra análoga (ni unívoca ni
equívoca), es decir, que se predica de distintas realidades. Dice en efecto que el “ser se predica de diversas
maneras”: ser como sustancia, ser como cualquiera de las restantes nueve categorías (cantidad, cualidad,
relación, hábito, acción, pasión, posición, tiempo y lugar), ser como verdadero o falso, y ser como acto o
potencia. Dice que todos ellos “se dicen en relación a uno”: la sustancia, con lo cual da a entender que el ser
se predica con toda propiedad de la sustancia. He aquí la razón de por qué la metafísica debe estudiar ante todo
la sustancia.
Heidegger sostiene que Aristóteles es un engranaje más en la “historia de un olvido”: el olvido del ser
que Occidente habría experimentado desde el comienzo de la filosofía primera o metafísica que tuvo lugar
primeramente en Platón. Heidegger se manifiesta desconcertado por esta desconexión sin sentido entre los
múltilples sentidos del ser aristotélico. Aristóteles logra dar una solución satisfactoria a la aporía planteada por
Parménides (si de la nada no procede nada, sólo el ser es, y en el fondo todo es ser, uno e idéntico). Esta
solución se encuentra en la explicación del cambio sustancial.

Los principios del cambio sustancial

Aristóteles adhería a un modelo de Universo plasmado unos siglos más tarde por el astrónomo y
matemático Ptolomeo que sostenía que la tierra se hallaba en el centro del sistema solar y que los planetas y el
sol orbitaban a su alrededor. El cambio o movimiento circular es la única especie de movimiento que escapa,
por decirlo de algún modo, a la contingencia que afecta a todo cambio. Es un “movimiento perfecto”, dado
que no solamente describe en el espacio la más perfecta de las figuras geométricas (el círculo), sino que además
no tiene un comienzo ni un fin, cosa que ocurre con cualquier otra clase de movimiento.
El cambio o movimiento es, para Aristóteles, el pasaje de un estado o modo de ser denominado
potencia, a otro modo o estado del ser que denomina acto. Este pasaje supone un término a quo (desde el cual
procede el cambio) y un término ad quem (en el cual finaliza). En los principios metafísicos del cambio o
movimiento, todo movimiento es un pasaje del estado de potencia al acto. Potencia (dýnamis) y acto
(entelékheia) son dos nociones metafísicas descubiertas por el genio de Aristóteles: “… Se llama potencia al
principio del movimiento o del cambio [que está] en otra cosa o en la misma cosa en cuanto otra. (…) Se
llamará potente [capaz], a lo que tiene el principio de movimiento o de cambio en otra cosa, o en sí mismo en
cuanto otro. En segundo lugar, potente se llama aquello sobre lo cual otra cosa ejerce esa potencia; en tercer

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lugar, lo que tiene potencia de cambio en cualquier sentido, sea hacia lo peor, sea hacia lo mejor…”
(Metafísica V, 1019 a 15 – 35)
La potencia es por un lado el sujeto mismo sobre el cual se opera el cambio, y en este sentido
Aristóteles asimila la potencia a la materia, porque precisamente ella es el sujeto último que recibe todas las
formas, y en la que se opera el pasaje de un estado a otro. En segundo lugar, potencia es un “estado de reposo”,
por así decir, un principio del movimiento, en que se da una cierta “indeterminación” o posibilidad de cambio.
Potencia es también la privación o ausencia total o parcial de una determinada forma. El acto es lo
opuesto a la potencia, lo opuesto a la materia, es decir, la forma, porque ella es la plenitud o finalización,
consumación del movimiento. La posesión plena y perfecta de una forma es el acto mismo, y en ese sentido,
acto es también principio de toda actividad. De aquí surge la necesidad de que lo que está en potencia se mueva
en virtud de algo distinto a ella que esté en acto: el agente del cambio.
El cambio sustancial, por el cual una sustancia determinada se genera (pasa del no ser al ser) o se
corrompe (pasa del ser al no ser), supone la existencia de un subiectum o sujeto primordial que yace por debajo
de todos los cambios: la materia prima. Esta materia es eterna, no creada, y ciertamente es (existe) pero no es
propiamente un algo sin la forma que la actualiza.

El motor inmóvil y la causa del movimiento


Aristóteles justifica la necesidad metafísica de que exista una causa absolutamente última. Aristóteles
razona del siguiente modo: no puede existir una serie infinita de causas que se remonte hacia atrás en el tiempo
o en la generación de las sustancias, pues en un conjunto de causas intermedias, una causa que se encuentre
antes que las demás será causa de todas las que le sigan. Pero si la serie de causas es infinita –es decir, se
remonta hacia atrás sin término alguno- todos los miembros terminan siendo intermedios, con lo cual ninguno
es propiamente causa.
Si la explicación de un determinado fenómeno apela a un número infinito de causas, en el fondo no
explica nada. Causa, en el sentido metafísico del término, es aquello que da razón de un determinado fenómeno,
que da una razón última a la razón misma para que su búsqueda no sea vana (por interminable). Así lo da a
entender Aristóteles cuando dice: … En suma, no existe infinito alguno, como tampoco la esencia de infinito
es infinita. Si las especies de causas fueran infinitas en número, no sería posible conocer nada. Pues sólo
creemos saber cuando conocemos las causas.
Es fácil constatar que “todo lo que se mueve es movido por otro”, ya que moverse es pasar del estado
de potencia al acto, lo cual procede en virtud de lo que está en acto: como una cosa que está en potencia no
puede simultáneamente estar en acto respecto de lo mismo, es necesario que otra cosa que esté en acto sea la
causa de su movimiento. Una serie infinita de motores y móviles supone un espacio infinito entre el primero
y el último de la serie y un espacio infinito requiría de un tiempo infinito para ser recorrido; el movimiento
nunca llegaría hasta nosotros, cosa evidentemente falsa, puesto que constatamos un movimiento que llega y
finaliza en nosotros. Esa causa última es lo que Aristóteles denomina Theós (Dios). Aristóteles advierte que
este Dios mueve el universe sin “ser movido”. ¿Cómo puede mover algo sin que él mismo sienta o padezca la
acción del movimiento? Si admitimos la posibilidad de que la causa última sea absolutamente última, ella debe
estar en un estado de Pura Actualidad, sin posibilidad de potencia alguna. El ser Acto Puro, sin mezcla de
potencia alguna, sólo puede acontecerle a una realidad puramente inmaterial (puesto que como vimos antes la
materia es pura potencia), que consista en una actividad continua que nunca cesa.
Aristóteles sostiene que tal es la nóesis noéseoos (pensamiento de pensamiento), es decir, una actividad
de pura intelección que se piensa continuamente a sí misma. No puede pensar nada que esté fuera de sí, puesto
que esto la llevaría a “incorporar” una forma ajena a su ser. En consecuencia, como actividad puramente
inteligente e inteligible, ella encierra todas la Formas y es el Acto puro de todas la Formas. Esto implica que,
en términos más simples, ese Dios no tiene ningún punto de contacto con la realidad material ni espiritual que
existe fuera de Él. ¿Cómo mueve entonces el universo? No al modo de una causa eficente, por cierto, sino “al
modo de una atracción amorosa”. Es el modo propio de la Causa Final, que ejerce una atracción sobre todo el
Universo, ya que siendo éste material o teniendo alguna imperfección cualquiera, desea, anhela y aspira a la
Perfección Pura de las Formas que residen en el Motor Inmóvil, y este deseo pone en movimiento el mundo
sin que Dios mismo tenga que moverse. Con Aristóteles, como esperamos haber puesto de manifiesto a lo
largo de estas páginas, la metafísica alcanzó su más alto vuelo especulativo y su más rigurosa comprensión de
la realidad.

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