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DIVORCIO

EL DIVORCIO

INTRODUCCIÓN

I. REFLEXIÓN BÍBLICO-TEOLÓGICA SOBRE EL DIVORCIO

II. EL DIVORCIO DESDE LA PRÁCTICA DE JESÚS

III. EL DIVORCIO Y LA IGLESIA METODISTA

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

En el año 1989 la Iglesia Metodista del Perú conformó una


Comisión de Ética integrada por el Rev. Juan Hollemweguer, Hna.
Rebeca Salazar de Luza, Rev. Fernando Santillana y Rev. Jorge
Bravo, para realizar un estudio acerca del Divorcio desde un punto
de vista bíblico-teológico y pastoral, para dar respuesta a una
serie de interrogantes existentes en el seno de la iglesia y en la
sociedad sobre este asunto. El propósito original de este trabajo
era ponerlo a disposición de la feligresía en general para su
estudio y posteriormente ser tratado en una Asamblea General.

El documento en mención fue elaborado y presentado a la Junta


General de Ministerio para que sea difundido en las
congregaciones y luego ser tratado en la Asamblea General
próxima.

Nosotros, integrantes de dicha Comisión y responsables de la


elaboración del Documento, consideramos que asumir la
responsabilidad de dar respuesta a preguntas que inquietan a la
comunidad de fe con respecto al comportamiento de las personas
en una sociedad determinada, es tarea que no puede postergarse
ni soslayarse con respuestas triviales.
La cuestión sobre el divorcio y las preguntas que se hacen sobre
este tema, tales como: ¿es permitido el divorcio desde el punto de
vista bíblico? ¿se permite a una persona divorciada casarse de
nuevo? ¿un pastor de la iglesia, puede divorciarse y volverse a
casar?, es materia de nuestro presente trabajo.

Como Iglesia, sentimos que es urgente dar respuesta a todas


estas preguntas que conturban la vida de la Iglesia, más allá de
todo subjetivismo, para que nos sirva en adelante a ejercer una
Pastoral más eficaz sobre el tema del divorcio. No ignoramos las
diferentes controversias que existen sobre este tema y las
diversas maneras de encararlo.

Quisiéramos aferrarnos a un texto bíblico para tener la solución a


las preguntas ya planteadas, pero no es posible, ya que la práctica
de Jesús trasciende el sentido de cualquier texto bíblico que
pudiéramos citar. Es entonces que, en esa perspectiva de la
práctica o pastoral de Jesús, nos remitimos a ella para hacer
nuestra reflexión. Citaremos algunos ejemplos sobre lo que
estamos afirmando.

a) En una oportunidad Jesús fue confrontado ante una discusión


que dividía a dos grandes escuelas rabínicas; la que sostenía que
el hombre podía divorciarse de su mujer por cualquier causa
(Hillel), y la otra que afirmaba que el divorcio sólo se permitía en
casos de infidelidad (Sammai).

Aquí Jesús tomó una opción apoyando la posición de la escuela


Sammai.

b) Otro caso, cuando a Jesús se le puso entre dos adversarios y


sobre un tema; el asunto del tributo al César, en la cual los
fariseos sostenían que los judíos no debían de pagar impuestos a
Roma, mientras que los herodianos sostenían lo contrario (Mt. 12:
15-21; Mc. 12: 13-17; Lc. 20: 20-26).

Más allá de todo proceso hermeneútico, Jesús decidió a favor de


los herodianos.

c) Un tema candente era sobre la resurrección de los muertos. Los


fariseos y saduceos diferían al respecto. Los saduceos afirmaban
que no había resurrección, mientras que los fariseos afirmaban lo
contrario (Mt. 22: 23-33; Mc. 12: 18-27; Lc. 20: 27-40).
En este asunto, Jesús favoreció a los fariseos.

d) Es curioso ver la actitud que Jesús tomó ante una situación de


adulterio (Jn. 8: 1-11), a la que fue confrontado malamente por los
escribas y fariseos, había que optar por la ley o el amor (objeto de
su práctica).

Jesús se inclinó por el amor.

e) Otra situación se da cuando Jesús se encontraba en el desierto


y era tentado por el diablo. Aquí la tentación giraba entre obedecer
a Satanás, que utilizaba las Escrituras para su beneficio, o
encararlo con las mismas Escrituras, desde una perspectiva de su
señorío y autoridad como Hijo de Dios. (Lc. 4: 1-13; Mt. 4: 1-11).

Jesús se inclinó y optó por esta última posición.

¿Qué nos muestran estas actitudes de Jesús? Consideramos que


dos enseñanzas podemos obtener:

1. Toda situación merece una consideración muy especial a la luz


de la realidad en cual se genera y que la ley no puede ser aplicada,
tan sólo por ser la ley.

2. El amor de Dios es más trascendente que la ley. En la prédica y


práctica de Jesús, este amor pudo hacer muchas maravillas e
infinidad de milagros; redimió al caído, perdonó al pecador,
generó un nuevo proyecto de vida al que estaba muerto en vida;
dio de comer a los hambrientos, sanó a los enfermos, etc. En
resumen, el amor pudo más que la ley.

En lo que respecta a nuestro tema, el divorcio, queremos hacer las


siguientes observaciones:

1. Con respecto a los vocablos griegos:

apoluv (apolúo): Significa soltar, liberar, despedir, despachar,


divorciar, perdonar, indultar. En ningún caso significa repudiar,
que tiene otra connotación.

porneia (porneía): Cuyo significado es inmoralidad sexual;


infidelidad. Es decir, falta de exactitud en cumplir con sus
compromisos; inconsistencia en el cariño; falta de fe. Ausencia de
fidelidad y amor. Según el Diccionario Conciso Griego-Español del
Nuevo Testamento, el término infidelidad corresponde para los
textos bíblicos de Mt. 5: 32; 19: 9, y no inmoralidad sexual.[1]

2. En cuanto al concepto:

· El divorcio sólo es permitido por causa de infidelidad (porneía)


(Mt. 5:32; 19: 9).

· El divorcio disuelve el matrimonio y da derecho a la parte


inocente a volverse a casar (Dt. 24: 1-4).

· El divorcio bíblico significaba la disolución total del matrimonio


con el derecho a volver a contraer nupcias.

· Para los judíos era desconocida la prohibición de volverse a


casar después del divorcio.

· El divorcio no es un problema moderno. Moisés, catorce siglos


antes de Jesucristo, tuvo que legislar sobre el mismo. Jesús
mismo lo encaró como una cuestión moral.

· Buscar el divorcio para resolver cualquier problema leve o como


una salida fácil, no es bueno. El divorcio no es motivo de regocijo,
más bien, de dolor, sufrimiento, reflexión seria sobre nuestra
condición humana delante del Señor.

Hacemos este aporte teológico al pensamiento y a la pastoral de


nuestra Iglesia Metodista, teniendo en cuenta que en oración y en
todo sentido, el Espíritu del Señor nos ha acompañado.

La Comisión

I. REFLEXIÓN BÍBLICO-TEOLÓGICA SOBRE EL DIVORCIO

El libro de Génesis presenta dos relatos de la Creación. En el


primero, Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza, y
como personas sexuales –hombre y mujer. A ellos les ordena ser
fecundos y reproducirse (Gn. 1: 27-28).

En el segundo relato, Dios formó al hombre y le dio su Espíritu


(Gn. 2: 7), colocándolo en un Paraíso –cosa que no sucede en el
primer relato de la Creación. Después Dios le crea una compañera
idónea al hombre (Gn. 2: 18), creando de esta manera a la mujer
(Gn. 2: 22).
El hombre al salir de su letargo y al ver a la nueva criatura de Dios,
él se reconoce en ella, y en las primeras palabras pronunciadas
por el ser humano en la Biblia, declara que se ve reflejado en ella a
través de una identificación total (Gn. 2: 23).

En el segundo relato, no existe una orden de sometimiento de la


creación de Dios, ni de reproducirse; más bien se deja ver un
orden social, donde las personas creadas son vistas como
individuos, que se complementan el uno con el otro en todo
sentido.

Este complemento se realiza a través de una relación: “Ésta sí que


es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn. 2: 23).

Esta unión se basa en una identificación y en la habilidad que el


Creador nos da para amar el hueso y la carne que es “nuestro”.

Esto era al comienzo (en una relación edenista), pero se rompe


con el acto de la ambición personal de querer ser como Dios, lo
que lleva al ser humano a pecar, desobedeciendo la orden divina
(Gn. 3: 4-5).

Debido a esta situación y para ordenar la sociedad, los grupos


humanos tratan de regular las relaciones entre las personas
creando leyes que regulan la unión del hombre con la mujer
(matrimonio), así como la separación de éstos (divorcio).

El libro de Levítico en el capítulo 18 contiene leyes en cuanto a la


unión conyugal y en Deuteronomio 24: 1-4 existen leyes que
regulan el divorcio.

Es interesante notar que el pasaje sobre el divorcio, se halle


dentro de una sección que regula y decreta la protección del débil
y abusado (Dt. 23:16-25: 19).

La prohibición para volverse a casar después de darle libertad a la


mujer (divorcio), era ajena a la cultura hebrea y judía.[2]

No existe ningún indicio bíblico que el matrimonio tiene su origen


o fuese establecido como institución divina, o como sacramento
eclesial o religioso. Es cierto que Jesús participó como invitado a
una boda en el pueblo de Caná de Galilea (Jn. 2: 1-1), pero su
presencia fue meramente social y su acción fue la de proporcionar
el vino, a través de un milagro, a una celebración.

La palabra sacramento significa: recordar lo sagrado.


Reconociendo que Dios es lo único sagrado, podemos decir que
el matrimonio como acto celebratorio humano, nos recuerda
únicamente la presencia del amor en la pareja, que Dios ha
formado, en su creación; identificando en ese amor: “eres hueso
de mis huesos y carne de mi carne”.

En su proyección histórica-social, el matrimonio es regulado por


costumbres y normas culturales, tal como hemos visto. Las leyes
o costumbres que lo rigen no establecen el matrimonio, sino que
socialmente lo reconocen y lo regulan. La Iglesia lo reconoce con
un significado nuevo dentro de lo santificado (apartado para
Dios), mediante ritos que muestran una significación de la fe, que
puede variar de una cultura a otra.

En el Nuevo Testamento vemos que en varias oportunidades, los


fariseos y escribas confrontan a Jesús con la concepción acerca
del divorcio (Mt. 19: 3-12; Mc. 10: 10-12), demandando de él una
respuesta inmediata. Una forma de contestar, rehusando entrar en
el juego del legalismo, fue: (Moisés)...os permitió dejar libre[3] a
vuestra mujer; pero al principio no fue así (Mt. 19: 8).

De esta manera Jesús quiere volver a establecer ese orden inicial


de la creación. Esta posición radical suya (volver a la raíz), lo lleva
a oponerse, -como reflejo de su amor, a una ley que el pueblo
tenía y que era imperfecta, frente a la a realidad de la sociedad, en
especial a la situación de la mujer. La respuesta de Jesús es en
defensa de la mujer.

Según la sociedad judía, la mujer podía ser divorciada por


cualquier causa, especialmente de acuerdo a la escuela del rabí
Hillel. De esta forma, la mujer divorciada, pasaba a ser criatura sin
derechos humanos ni sociales, al no tener marido.

La posición de Jesús sobre el divorcio no era ciega, sino que


respondía al amor y a la dignidad humana más que a la ley.

Es en esa línea que el apóstol Pablo también autoriza el divorcio


cuando el cónyuge no es de la fe cristiana (1Co. 7: 15). Aquí Pablo
determina que la falta de identificación y el buscar “vivir en paz
como nos llama el Señor” justifica el divorcio o la separación de
los cónyuges.
En el Evangelio de San Juan (8: 3-11), también vemos que los
escribas y fariseos ponen a prueba a Jesús, en la disyuntiva de
aplicar la ley, que destrozaba la vida, a pedradas, de una adúltera,
o la acción del amor, que implica perdón y reconciliación.

Nuevamente se repite, en alguna forma, lo sucedido en el Edén.


Los escribas y fariseos quieren ser dioses y tener el control de la
decisión sobre la vida y la muerte, y quieren contaminar a Jesús,
pidiéndole su elección: la ley que Moisés recibió de Dios o el amor
que implica perdón y reconciliación de Yavé. Esta es la respuesta
de Jesús a la mujer y a nosotros: “Tampoco yo te condeno, vete y
en adelante no peques más” (Jn. 8: 11b).

Es el amor hacia el prójimo, especialmente para el que sufre la


opresión de la ley esclavizante, lo que motiva a Jesús a tomar
decisiones; para él, el matrimonio está fundado en el amor que
viene a ser el “núcleo generador de relaciones que de otro modo
no se sostendría”[4] Este amor es la fuerza y la única unión del
matrimonio. Si se disuelve el vínculo del amor; si no existe la
propia identificación en la otra persona –entonces, el vínculo legal
de la ley matrimonial deja de tener todo sentido. La unión del amor
es antes y mayor que la ley civil o el rito religioso, que son la
consecuencia de la expresión de ese amor.

Alan Walker, refiriéndose al divorcio comenta:

“...Jesús repudiaba las respuestas legalistas a todas las


preguntas. Y así lo hizo con el divorcio. Elevó toda la cuestión al
nivel de los grandes principios morales, espirituales y
humanos...A la luz de su comprensión, firmeza y simpatía, ¿cómo
aparecen las actitudes de la Iglesia moderna? No encuentro apoyo
para la ‘línea dura’ adoptada hacia el divorcio y el nuevo
matrimonio por algunas de las grandes iglesias del mundo...”[5]

En un proceso existencial de una sociedad cada día más


compleja, donde las presiones sociales y psicológicas afectan las
relaciones humanas, la Iglesia y los cristianos nos encontramos
como Jesús, frente a disyuntivas críticas: la atadura de la ley
(social o religiosa), o la libertad de Dios en la expresión del amor y
de la reconciliación.

La situación de pecado en que vive la humanidad nos debe llevar


a preguntarnos como iglesia: ¿es cristiano negar la realidad del
divorcio en nuestra sociedad y en la iglesia, imperfectas aún? ¿es
cristiano demandar que las personas vivan en relaciones
quebradas y adulteradas por un “amor” diluido, manteniendo una
relación de apariencia y negando el “vivir en paz como nos llama
el Señor”?

“Una ley de divorcio de por sí no genera permisividad; todo lo


contrario, puede profundizar los lazos del amor cuando es real.
Mantener la indisolubilidad por ley es una coacción externa,
creadora de hipocresía. El amor está en la pareja y no necesita
una presión de afuera para sostenerse. La ley regula otros
aspectos del matrimonio que resultan socialmente de aquella
opción de formar pareja. Con una ley de divorcio habría más
coherencia entre el amor real y su expresión legal. Incluso, la
posibilidad de la disolución del vínculo –que se supone no es por
cualquier motivo- debe suscitar en la pareja una profundización y
no una banalización de sus relaciones de amor.”[6]

El adulterio no resulta como consecuencia del divorcio. El


adulterio puede existir en una matrimonio, cuando la unión está
rota –ya hay pecado. “Puede haber algunos muy puros
sexualmente, y que ya no aman, y entonces la unión está rota”[7]
por lo tanto, también están en pecado de adulterio, aunque vivan
juntos como marido y mujer, cumpliendo con la ley.

El divorcio no es motivo de regocijo. Es momento de reflexión


seria, sobre nuestras vidas y las relaciones humanas. Es tiempo
de oración y de amor, de perdón y reconciliación. El apóstol Pablo
dijo que cuando uno sufre, todo el cuerpo sufre (1 Co. 12:26ª).

En todo divorcio hay personas que necesitan del amor de las


personas que conforman la Iglesia más que la ley bíblica, porque
más puede el amor de Dios.

Lo que Dios unió en amor de identificación mutua, ningún hombre


lo separe. Entonces, podemos decir, que lo que Dios no une más,
-al romperse ese amor de identificación- que lo separe el hombre.

II. EL DIVORCIO DESDE LA PRÁCTICA DE JESÚS

Hemos hecho una reflexión bíblico-teológica sobre el divorcio y


para ello nos hemos remitido a las Escrituras. Sin embargo, en
toda la Escritura hay una experiencia que no podemos dejar de
lado y que fue anunciada desde el comienzo de la Creación, ésta
es la práctica o pastoral de Jesús, en el cumplimiento de su
misión, cuya fuente inagotable es el amor, producto de su
misericordia.

Esta praxis de Jesús es la que nos inspira a tomar una alternativa


con respecto al tema del divorcio.

Tomemos en cuenta tres situaciones, a manera de ejemplo, en las


cuales la pastoral de Jesús se hace más notoria en relación al
asunto de nuestro estudio, el divorcio.

1. Jesús da una nueva ley sobre el divorcio (Mt. 19: 1-12).

Es bueno señalar que antes de producirse la controversia con los


fariseos sobre el divorcio, Jesús sanó a toda una multitud que lo
seguía y había puesto su esperanza en él. Jesús ejerció su poder
por amor y misericordia.

Los fariseos confrontaron a Jesús con una pregunta maliciosa


acerca del divorcio. Jesús les contesta que al principio no fue así
(Mt. 19: 8b), y su respuesta al asunto es una nueva propuesta, es
decir, una nueva ley sobre el divorcio, en la que el sujeto de esa
nueva ley es la mujer. Se trata de una defensa de la mujer, que
según una postura judía, ésta podía ser divorciada por cualquier
causa (Mt. 19: 9).

Ya hemos visto acerca del significado de los vocablos griegos:


apoluv (apolúo) y porneia (porneía). Esto nos da pie para
considerar la única excepción que hace Jesús, “sólo por causa de
infidelidad”, es decir, cuando se produce el deterioro de
relaciones de amor y de fidelidad en la pareja.

2. Jesús y una divorciada (Jn. 4: 1-42).

En este punto tengamos en cuenta el aporte del Dr. Alan Walker:

“El divorcio no es un problema moderno. Moisés siglos antes de


Jesucristo, tuvo que legislar sobre él. Jesús lo encaró como una
cuestión moral. En este pasaje vemos una situación de una mujer
samaritana que ha tenido cinco maridos; no es la moderna
Hollywood, sino la antigua Sicar.

Infortunadamente, el Nuevo Testamento parece poner en boca de


Jesús dos respuestas diferentes: una en Marcos 10: 1-12 y la otra
en Mateo 19: 1-12; basar la actitud de Cristo hacia el divorcio en
Marcos o en Mateo me parece un error. Jesús repudiaba las
respuestas legalistas a todas las preguntas. Y así lo hizo con el
divorcio. Elevó toda la cuestión al nivel de los grandes principios
morales y espirituales -y humanos. En todos los dichos de Jesús
sobre el divorcio, reconoce el divorcio de Moisés con grandes
limitaciones, y que el pecado humano hace que el divorcio sea
casi inevitable.

El divorcio no es un impedimento para que se reciba el don de la


vida eterna que él le ofrece.

A la luz de su comprensión, firmeza y simpatía, ¿cómo aparecen


las actitudes de la Iglesia moderna? No encuentro apoyo para la
‘dura’ adoptada hacia el divorcio y el nuevo matrimonio por
algunas de las grandes iglesias del mundo. Creo que de alguna
manera, Jesús sin debilitar en lo más mínimo la santidad del
matrimonio, ofrecía todavía los ministerios de su gracia en el
servicio del matrimonio y la Santa Comunión a aquellos que ‘por
la dureza sus corazones’ hubieran fallado y pecado. Por
manchados y sucios que estemos, él viene a nosotros
ofreciéndonos su todo”[8]

3. Jesús y la mujer adúltera (Jn. 8: 1-12).

Otra vez nos encontramos con Jesús en plena actividad, se


hallaba enseñando a todo un pueblo y de pronto aparecen en la
escena los escribas y fariseos con una situación muy delicada, y
esperan que Jesús de un traspié ante la pregunta: “tú, pues, qué
dices?” (Jn. 8: 5b).

Hay una actitud de Jesús frente a ellos, -no les hace caso, prefería
seguir enseñando al pueblo- se pone a escribir con el dedo en el
suelo. Los escribas y fariseos insisten sobre el asunto, quieren
saber si Jesús va a permitir que se cumpla la ley -en este caso, la
mujer debe ser apedreada. Lo contrario, sería desobedecer con la
ley y entonces debe ser acusado.

Ante la insistencia de ellos, Jesús los confronta con la acción y


les dice, en otras palabras: “está bien, pueden ejecutar la pena,
pero el primero en hacerlo, será aquel que no ha violado esa
misma ley” -es decir, no haya pecado.

Ya sabemos el resultado, nadie se atrevió a aplicar la pena y


Jesús al ver que no estaban los acusadores y la mujer se
encontraba sola, tal vez esperando la pena, y ante la expectativa
de todo un pueblo que estaba siendo enseñado por él, se permite
hacer una excepción a la ley: “Ni yo te condeno, vete y no peques
más” (Jn. 8: 11). De allí su afirmación válida al final de la historia:
“Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8: 12b).

De esta actitud tomada por Jesús podemos llegar a la siguiente


reflexión:

a) Si a Moisés se le permitió legislar sobre el adulterio y el


divorcio, por la dureza del corazón del hombre, ahora, en vista del
abuso de que se hace de la ley y ha hecho más grave la situación
del ser humano, Jesús da una excepción por causa del amor y la
misericordia de Dios, la ley no se aplicará.

b) Jesús en ningún momento desconoció la ley, al contrario, la


tuvo en cuenta, pero esa misma dureza de corazón la anula y se
reemplaza por una nueva ley: el amor.

Partiendo de esa práctica de Jesús, la Iglesia debe tenerla en


cuenta en toda su pastoral, sea cual sea el problema que tenga
que atender, no solamente el divorcio.

De ahí que este asunto del divorcio lo confrontamos desde la


pastoral de nuestro Maestro, que nos dijo: “Yo soy a luz del
mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida” (Jn. 8: 12b).

III. EL DIVORCIO Y LA IGLESIA METODISTA

La Iglesia Metodista en el Perú fue parte de la Conferencia Central


de la Iglesia Metodista Episcopal de los Estados Unidos y luego
de la Iglesia Metodista Unida hasta el año 1970, año de la
autonomía nacional, estableciéndose desde esa fecha como
Iglesia Metodista del Perú.

Desde 1960, en el Libro de Doctrinas y Disciplina de la Iglesia


Metodista, en su artículo 356 se lee:

“En vista de la seriedad con que las Escrituras y la Iglesia


consideran el divorcio, un ministro puede solemnizar el
matrimonio de una persona divorciada solamente después que un
cuidado asesoramiento pastoral le permita descubrir a
satisfacción que: (a) la persona divorciada tiene suficiente
conciencia de los factores que condujeron al fracaso de su
matrimonio anterior; (b) la persona divorciada está preparándose
sinceramente para hacer del matrimonio proyectado un verdadero
matrimonio cristiano; (c) haya transcurrido suficiente tiempo para
una adecuada preparación y asesoramiento.”

Es obvio que tanto el divorcio como el segundo matrimonio han


sido admitidos y reconocidos por la Iglesia después de ciertos
requisitos.

La Iglesia Evangélica Metodista Argentina, en un documento que


“fue aprobado por unanimidad en el transcurso de la IX Asamblea
general de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina celebrada
entre el 10 y el 13 de Octubre de 1985, en el Colegio Ward, Ramos
Mejía.”[9] Aprobó en su sección Consideraciones sobre la
disposición actual de la Iglesia ante el matrimonio en crisis y con
divorciados:

“2. El mensaje del Evangelio nos enseña que ningún error, pecado
o fracaso nos excluye de la gracia de Dios en Jesucristo, gracia
que significa perdón, transformación de la vida, y poder para una
vida nueva. Por lo tanto:

a) La primera actitud de la Iglesia ante la crisis o fracaso


matrimonial debe ser la palabra liberadora de perdón. No se puede
construir nada sobre la sola base del sentimiento de culpa.

b) El perdón requiere el esfuerzo por restaurar y recrear lo que el


pecado (propio, ajeno o estructural) ha dañado o destruido. Esto
significa poner (la iglesia, el pastor) al servicio de la salud total de
la pareja, buscando su reconciliación o posible restauración.

c) Cuando la situación ha llegado a un punto irreversible, el


Evangelio no ata irremediablemente a la persona a su pasado.
Esto significa la posibilidad de iniciar una vida nueva más allá de
este fracaso...
Los criterios a tener en cuenta para un segundo matrimonio serían
los siguientes:

1. El pastor evaluará la situación a partir del conocimiento más


objetivo posible de los hechos que la han provocado (causas de la
ruptura del primer matrimonio, circunstancias en que organiza la
nueva pareja, personas afectadas por la situación, acciones que
se realizaron en tiempos de la ruptura del primer matrimonio, etc.).

2. Ningún pastor llegará a una decisión respecto a un nuevo


casamiento sin una extendida relación pastoral (según los casos,
con la pareja que se separa, los separados o la pareja que busca
reunirse). El propósito primario es el señalado en los principios ya
mencionados, y eso debe ser claro en la misma relación pastoral”.

Como podemos ver, la Iglesia Evangélica Metodista Argentina


también reconoce y acepta el segundo matrimonio, después de un
divorcio y de cumplirse con ciertos requisitos.

La Iglesia Metodista Unida en su Libro de la Disciplina[10] en el


artículo 65 D, estipula sobre el divorcio:

“Cuando un matrimonio se ha separado más allá de la


reconciliación, aun después de la debida consideración y consejo,
el divorcio es una alternativa lamentable en medio del
quebrantamiento. Se recomienda que se usen métodos de
mediación para disminuir la naturaleza adversa y culpabilidad que
frecuentemente es parte del proceso judicial contemporáneo.

Aunque el divorcio declara públicamente que el matrimonio ya no


existe, otras relaciones de pacto siguen existiendo como
resultado del matrimonio, tales como cuidado, crianza y sostén de
los hijos y los lazos familiares extendidos. Instamos a las
negociaciones respetuosas al decidir el custodio de los niños
menores, y apoyamos la consideración de uno o ambos padres
para dicha responsabilidad, y que la custodia no sea reducida a
sostén financiero, control, manipulación o acciones vengativas.
La consideración más importante debe ser el bienestar de cada
niño.

El Divorcio no resta la posibilidad de un nuevo matrimonio.


Favorecemos un compromiso intencional de la iglesia y la
sociedad para que ministren compasivamente a aquéllos que
están en proceso de divorcio, así como a los miembros de familias
divorciadas y reenlazadas en una comunidad de fe donde la gracia
de Dios es compartida por toda persona”.

Hasta hoy, la Iglesia Metodista del Perú no tiene ninguna posición


oficial sobre el tema del divorcio en su Constitución y Reglamento
General. Este esfuerzo de tomar en cuenta la posición de otras
iglesias metodistas hermanas, nos dan pautas y lineamientos para
tomar también nosotros, una posición sobre este tema.

CONCLUSIONES

Después de una reflexión bíblico-teológica y análisis de la práctica


pastoral de Jesús, llegamos a las siguientes conclusiones sobre
el divorcio:

1. Siguiendo la doctrina metodista, confirmamos que el


matrimonio no es, ni tiene carácter sacramental. Creemos que el
vínculo del matrimonio es parte del proyecto de Dios, total y
permanente, creando una nueva realidad y vida en la pareja.
Referencia: Artículo XVI de la Doctrina y Reglas Generales de la
Iglesia Metodista.

2. En todo matrimonio hay momentos de crisis; por lo tanto, la


Iglesia debe ofrecer elementos pastorales para la reconstrucción y
la restauración de las relaciones matrimoniales, mediante una
Pastoral Familiar. Se tiene que enfatizar que la fe y el amor deben
ser la base y sostén de toda relación matrimonial.

Referencia: La crisis matrimonial de Juan Wesley, un varón de


Dios, que resultó en la separación permanente de su esposa.[11]

3. El divorcio no es aceptado fácilmente ni livianamente por la


Iglesia, pero ésta también reconoce que cuando en un matrimonio
se pierde la fidelidad, es decir, ya no hay amor y entendimiento del
uno para con el otro, y si después de una seria consejería
pastoral, la pareja decide separarse; la Iglesia acepta, con dolor,
esa decisión.

Referencia: Situaciones adoptadas por Orígenes, San Agustín,


Lutero, Melanchton.[12]

4. En los Evangelios vemos que ningún error, pecado o fracaso,


nos excluye de la Gracia de Dios en Jesucristo. Esta Gracia
significa perdón, transformación de vida y poder para una vida
nueva. La actitud de la Iglesia, ante la crisis o el fracaso
matrimonial, debe ser de comprensión y acompañamiento a partir
de la palabra liberadora del perdón.

5. Creemos que por la Gracia Preveniente de Dios, ninguna


persona está atada a una situación definitiva y cerrada por su
pecado; por eso, entendemos que la Iglesia no debe descartar la
posibilidad de un nuevo matrimonio y el reinicio del proyecto de
vida de Dios.[13]
Referencia: Artículo 65 D, en el Libro de la Disciplina de la Iglesia
Metodista Unida; Matrimonio y Divorcio: Una perspectiva
Metodista, documento de la Iglesia Evangélica Metodista
Argentina.

6. Si una persona divorciada desea contraer un segundo


matrimonio, se debe seguir una extendida consejería pastoral y en
base a estos diálogos pastorales, el Presbítero(a) podrá decidir si
puede casarlos o no; teniendo en consideración si el nuevo
matrimonio es una expresión de la Gracia y el perdón divino, a lo
que la Iglesia no puede negarse ni oponerse.

Referencia: Ver Item 5.

7. En situaciones de Presbíteros(as) separados(as), vueltos a


casar o en pareja con una persona divorciada, debe seguirse los
lineamientos antes mencionados. Dadas las circunstancias de ser
miembro(a) del Cuerpo Presbiteral y su rol en la comunidad de fe,
la Junta General de Ministerio debe decidir acerca de su
ordenación, tomando en cuenta cada situación muy en particular.

BIBLIOGRAFIA

Libros y Revistas

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Cardenal, Ernesto. “Jesús habla del matrimonio”, en El Evangelio


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[1] Sociedades Bíblicas Unidas, p. 148; Ver también H. Thayer,
Thayer’s Greek-English Lexico of the New Testament, p. 532.

[2] Phillip & Hanna Goodman, Jewish Marriage Anthology, p. 294.

[3] La palabra usada en el griego es apolusai (apolúsai), que nos


es repudiar, sino dejar ir, dejar salir, indultar, liberar, perdonar,
divorciar.

[4] J. Severino Croatto, Ricardo Pietrantonio, Matrimonio, Familia


y Divorcio, Cuaderno de Teología, ISEDET Vol. III, N° 4, p. 307.

[5] Alan Walker, Jesús y los conflictos humanos, pp. 17-26.

[6] J. Severino Croatto, op. cit, p. 308.

[7] Ernesto Cardenal, El Evangelio en Solentiname, p. 93.

[8] Alan Walker, op. cit., pp. 17-26.

[9] Introducción al Matrimonio y Divorcio: Una perspectiva


Metodista, Iglesia Evangélica Metodista Argentina, en Cuadernos
de teología, Vol. VII N° 4, p. 317-323.

[10] Casa Metodista Unida de Publicaciones, El Libro de la


Disciplina de la Iglesia Metodista Unida, p. 94.

[11] W. McDonald, El Wesley del Pueblo, pp. 46-51.

[12] Se recomienda leer G. W. H. Lampe (Ed) Patristic Greek


Lexicon, Vol. IV, p. 1121.

[13] Con referencia a la Gracia Preveniente se recomienda leer el


artículo “Los Medios de Gracia”, en Obras de Wesley, pp. 315-341.

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