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Laus, Ivonne
Resumen
Michel Foucault introduce por primera vez la noción de biopolítica en 1976, en el curso
del College de France denominado Defender la Sociedad y publicado por Fondo de Cultura
Económica; también en 1976, se publica La Voluntad del Saber, el primer tomo de Historia
de la Sexualidad, donde el sentido que adquiere la categoría “biopolítica” es el de una
política de la vida o, más precisamente, de la entrada de la vida al orden político. Pero la
conjunción de esos dos términos, política y vida, como reflexiona Espósito (2003) “debe
interpretarse como un juego más complejo que incluye un tercer término y depende de este:
solo en la dimensión del cuerpo se presta la vida a ser conservada como tal por la
inmunización política” (160). Ya se trate del cuerpo individual o el cuerpo social, es decir, la
población.
Habría que hablar de “biopolítica” para designar lo que hace entrar a la vida y sus
mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder saber en un
agente de transformación de la vida humana; esto no significa que la vida haya sido
exhaustivamente integrada a técnicas que la dominen o administren; escapa a ellas
sin cesar. (Foucault, 2005, 173)
Uno de los datos más sobresalientes que introduce la biopolítica como tecnología de
gobierno es que empieza a predominar la norma en lugar de la ley y el sistema jurídico. “No
quiero decir que la ley se borre ni que las instituciones de justicia tiendan a desaparecer;
sino que la ley funciona siempre más como una norma.” (Foucault, 2005,174)
Como destaca Phillipe Ariès, a partir de su célebre recorrido histórico por la infancia,
fundamentalmente a través del arte, la misma, hasta los siglos X y XI carece de interés y
hasta de realidad. Y si bien el autor refiere que a partir del siglo XIII aparecen varios tipos de
niños en la pintura algo más cercanos al sentimiento moderno, desde el siglo XIV -y hasta el
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“La inmunidad es una condición de particularidad: ya se refiera a un individuo o a un colectivo,
siempre es propia, en el sentido específico de perteneciente a alguien y, por ende, de no común.”
(Espósito, 2003, 15)
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XIX- la infancia no encontrará una descripción exclusiva sino, en todo caso, compartirá el
mundo de los adultos, separándose de él sólo hacia el siglo XVII, hallándose para entonces
en el centro de la composición artística. Situación que anuncia lo que el autor denomina “el
descubrimiento de la infancia”, a partir del siglo XVIII.
Por primera vez en la historia, sin duda, lo biológico se refleja en lo político; el hecho
de vivir (…) pasa en parte al campo del control de saber y de intervención del poder.
Éste ya no tiene que vérselas sólo con sujetos de derecho, sobre los cuales el último
poder del poder es la muerte, sino con seres vivos y el dominio que pueda ejercer
sobre ellos deberá colocarse en el nivel de la vida misma. Haber tomado a cargo a la
vida (…) dio al poder su acceso al cuerpo. (Foucault, 2005, 172-173).
Es este recorrido precisamente el que realiza Michel Foucault al trazar una historia de
la sexualidad, que inicia bajo el título de “La voluntad del saber”; cuyo régimen de verdad
establece las condiciones que permiten la focalización del cuerpo como soporte fundamental
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de la existencia. Antes del siglo XVII, según argumenta el autor, sólo teníamos una carne.
Contamos con un cuerpo, con un organismo, a partir de la aparición de una ciencia sexualis.
Y al tomar o anexar esa carne –organizada por la pastoral cristiana- como objeto, la
medicina hace pie por primera vez en el orden de la sexualidad. No porque ampliara sus
saberes respecto de las enfermedades de carácter sexual, sino porque durante ese siglo
XVIII la medicina misma se convierte –sin impedimentos de parte de la Iglesia- en control
higiénico y con pretensiones científicas de la sexualidad. (Foucault, 1999).
El cuerpo del niño es el nudo, el foco o la coartada que hará posible todo ese traspaso
que permite sustituir discretamente “esa especie de teología compleja y un poco irreal de la
carne por la observación precisa de la sexualidad en su desenvolvimiento puntual y real.”
(Foucault, 1999, 213). Así la medicina se desplaza por los siglos XVIII y XIX como lógica
oficial del pensamiento político, arquitectónico, educativo y social de la sexualidad,
materializando en el espacio concreto de la escuela, del convento, de los seminarios, etc.
(en el detalle de la altura de las puertas, en la disposición de los bancos escolares, en el
grosor de los tabiques que separan los dormitorios…) la ubicación específica que distribuye
y ordena la proximidad peligrosa de los cuerpos de los niños, del placer y del deseo.
Pero también al interior de la familia el sexo –como advierte Michel Foucault (2005),
está siempre presente; su arquitectura lo evidencia: la separación de adultos y niños, de
varones y muchachas; la distancia entre los dormitorios, etc. lejos de acallar la sexualidad
de los siglos XVIII y XIX, la pone de relieve.
La campaña contra la masturbación de los adolescentes y los niños, que perdura con
similares características y preocupaciones durante todo un siglo, constituye una región
común y también específica, donde se ausentan tanto el placer y el deseo sexual –
problemática propia de la carne que queda atrás- como la patologización de esos placeres y
deseos; psicopatologización que sólo advendrá posteriormente.
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decir, como codificación etiológica de todas las enfermedades posibles -incluso los alienistas
la hallarán en el origen de la locura- y 3) la masturbación como organización –principalmente
médica- de una especie de temática hipocondríaca, con efectos en el discurso, la existencia,
las sensaciones y el cuerpo mismo del enfermo.
Estos procesos históricos de somatización a través del cuerpo del niño, logran asignar
así a la infancia la responsabilidad patológica de la masturbación. Pero la causa de la
masturbación se encuentra, en cambio, en el deseo de los adultos. Se trata de aquellos que
componen la casa pero que precisamente no forman parte del núcleo familiar central: la
gobernanta, el criado, el tío, el preceptor…
Los vicios del niño y la culpa de los padres llaman a la medicina a medicalizar el
problema de la masturbación, de la sexualidad del niño, de su cuerpo en general. Un
engranaje médico familiar organiza un campo a la vez ético y patológico (…) En
resumen, la instancia de la familia medicalizada funciona como principio de
normalización. (Foucault, 1999, 240).
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nacimientos y sobrevivencias; el sexo y su fecundidad requieren una gerencia.”
(Foucault, 2005,143).
Ya desde entonces los discursos que delinean la figura del niño parecen erigirse sobre
un individuo, producto de un poder normalizador. Un individuo que lejos de constituirse
como un sujeto abstracto, con derechos individuales, sobre los cuales se ejerce la soberanía
política; sólo puede existir en el soporte viviente del cuerpo, anatómico o de especie.
En todo caso, la normalización que rige los derechos, ordena ese cuerpo-especie,
radicalmente gubernamentalizado, donde el sexo y la sexualidad se erigen como
dispositivos políticos a partir del cual “la burguesía desde mediados del siglo XVIII se
empeña en (…) constituirse a partir de ella [la sexualidad] un cuerpo específico, un cuerpo
de clase, dotado de una salud, una higiene, una descendencia, una raza: encarnación del
sexo en el propio cuerpo, endogamia de sexo y cuerpo”. (Foucault, 2005, 151).
Será ya bien entrado el siglo XIX y por diversas razones políticas, económicas,
epidemiológicas, demográficas, etc. que la familia proletaria urbana quede fijada localmente
mediante la constitución del matrimonio. Es toda la problemática del instinto, ligada por la
psiquiatría, ya no estrictamente a la sexualidad sino, esta vez, al engranaje judicial, lo que
constituye el eje principal por el cual escalar en su configuración familiar nuclear.
No porque el régimen psiquiátrico –en pleno auge- localice allí, en la familia popular,
algo así como el niño loco o la locura infantil, sino porque se interesa en atrapar en el adulto
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el niño que él fue. Es en su engranaje con el discurso judicial, que toda disciplina psi se
enfocará en la autobiografía, en la ascendencia, en la historia personal, en el tipo de familia
y comportamiento familiar que hubo en torno del niño. Se produce de este modo, una
fijación en la infancia de la condición misma de la locura del adulto, que ya no será
enfermedad, sino instinto, anormalidad.
Si la locura criminal propia de principios de siglo XIX, con sus crímenes monstruosos,
desaparece del interés psiquiátrico y judicial a mediados del mismo siglo; lo que se erige en
su lugar es el concepto de peligrosidad asociado a su portador.
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Hoy el Estado, a través de sus actualizaciones legislativas -auxiliares y no sustitutas
de la normalización médica y de la generalización biopolítica de la psiquiatría- desde otra
economía de la asistencia, habilita más que nunca al sujeto el derecho a hablar de sí mismo,
a la vez que autentifica esa enunciación vinculándolo íntimamente a la verdad que dice. La
materialización, nuevo Código Civil mediante, del derecho a ser oído que recae en las niñas
y niños argentinos; en consonancia con las normas jurídicas internaciones, opera
plegándose al sentido que Michel Foucault (2014) encuentra a la función de la confesión en
la justicia.
El Ministerio de Desarrollo Social y UNICEF (2012, 39) consideran que “es preciso
distinguir que institucionalizar no es necesariamente sinónimo de modelo tutelar”. A lo que el
Informe 2013, presentado por el Observatorio de la niñez y la adolescencia de la provincia
de Santa Fe, agrega
Si bien las leyes nacional y provincial de Protección Integral de los Derechos de niñas,
niños y adolescentes establecen que la institucionalización debe ser la última de una
serie de medidas anteriores que prioricen el vínculo familiar y comunitario, no debe
desestimarse la importancia que estos dispositivos tienen en determinadas
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situaciones. Por lo mismo, se torna prioritario que el Estado dispense los recursos
materiales, humanos, de capacitación y de control adecuados para que los mismos
logren los objetivos de protección, acompañamiento y fortalecimiento hacia las niñas,
niños y adolescentes que los requieran. (p. 122)
No hace falta prolongar la comisión de notables de los siglos XIX y XX bajo la nueva
figura del equipo técnico o similar, para determinar la vida de los niños carentes de cuidados
parentales según las necesidades momentáneas del Estado y sus políticas demográficas y
económicas. Es necesario destituir prácticas para desinstitucionalizar espacios y ponerlos
en movimiento.
Aquella sociedad en torno al menor que legó esta herencia, requería la constitución de
un ser nacional en medio de la masiva inmigración de finales del siglo XIX y principios del
siglo XX. ¿De qué infancia, entonces, tendrá necesidad la sociedad actual?
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Pero cuando el Estado limita su responsabilidad exclusivamente a las tareas de
observación, intervención, evaluación y vigilancia –con financiación económica o sin ella-
hacia los sectores sociales más vulnerables y precarizados; sin poner en interrogación sus
propias prácticas ni las lógicas históricas que las sostienen más que mediante un acto
renegatorio de lo existente ¿sostiene la capacidad de participar en la transformación de las
instituciones vigentes? ¿Sostiene, por lo tanto, la posibilidad de una verdadera
desinstiucionalización? El Estado, aún desde el denominado nuevo paradigma en materia
de derechos de la niñez, todavía propicia tornos, en lugar de puentes.
“Toda una actividad legislativa permanente y ruidosa no deben engañarnos: son las
formas que tornan aceptable un poder esencialmente normalizador”, advertía ya en los años
setenta Michel Foucault (2007, 175). La legislación vigente en materia de infancia, no
escapa a la racionalidad gubernamental que hace aceptable, mediante las formas de
disciplinamiento que aportó el siglo XIX, nuevos modos de sujeción.
Esta noción de peligrosidad, remite a una especie de virtualidad que constituiría una
propiedad intrínseca al individuo; es decir, la probabilidad de que un individuo sea peligroso
“está asociada así a los motivos que, en ciertas infancias, constituirían una especie de vía
regia hacia una diversidad de funciones delictivas” (Laus, 2015, 39). La noción de peligro
adquiere prontamente para el discurso jurídico estatuto de enfermedad y erige al mismo
tiempo la posibilidad de la configuración de la medicina mental.
El lazo que traza el círculo histórico de la infancia tiene -incipiente pero claramente-
uno de sus extremos en el siglo XVIII. Su otro extremo, es la hilacha del presente. Los
corpus legislativos, con sus conjuntos de normas y sus políticas progresistas, transitan
planos que raramente se cruzan con las políticas de la vida; las cuales tienden a fijar en el
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raso de la comunidad, y esencialmente en sus márgenes, varias infancias con una
existencia mínima.
Referencias bibliográficas
Foucault, M.:
(2014) Obrar mal, decir la verdad. La función de la confesión en la justicia. Bs. As.,
Siglo XXI Editores.
Laus, I.
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(2015) Los soldaditos del narcotráfico en Rosario. Construcciones discursivas y
prácticas de gobierno. Revista de psicología UARICHA. Volumen 12, Nº 27,
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Facultad de Psicología, México,
ISSN impreso1870- 2104. ISSN electrónico 2007- 7343. pp. 32-44.
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