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EN PORTADA:
Tesoro de Boscoreale procedente de una villa romana situada en las laderas del Vesubio. Copa de plata dorada (10,4 cm).
Principios del siglo I d. C. Musée du Louvre (Paris). Bj 1923
(Fotografía de Raúl González Salinero).
EN CONTRAPORTADA:
Mosaico con esqueleto e inscripción griega (185 x 180 cm).
Roma, Via Appia (siglo I d. C.). Museo Nazionale Romano.
El contenido de este libro no puede ser reproducido ni plagiado, en todo o en parte, conforme a lo
dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, ni ser transmitido con fines fraudulentos o de
lucro por ningún medio.
Gonzalo Bravo
¿Muertes virtuales? La manipulación de la muerte
en la primera historiografía cristiana������������������������������������������������������������������95
Morir luchando…
Mauricio Pastor Muñoz y Héctor F. Pastor Andrés
Muerte en la arena. Formas de morir de los gladiadores����������������������������������203
8
Índice
La muerte de cristianos
Raúl González Salinero
Los primeros cristianos y la damnatio ad bestias:
una visión crítica�����������������������������������������������������������������������������������������������355
Santiago Castellanos
Asesinato de un emperador: la muerte de Petronio Máximo����������������������������385
9
Índice
Comunicaciones
Crispín Atiénzar Requena
Matar con la venia de los dioses. Los ritos religiosos de la guerra
en Roma durante la Monarquía y la República primitiva���������������������������������397
10
Índice
11
Juegos funerarios: los munera gladiatoria de
Escipión en Carthago Nova, una fórmula de
interacción con los pueblos hispanos*
*
El presente trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto: «Comunidades cívicas en la Hispania central,
de Augusto a Diocleciano» (HAR 2011-27719).
G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Formas de morir y formas de matar en la antigüedad romana,
Signifer Libros, Madrid, 2013 [ISBN: 978-84-938991-9-6], pp. 439-458.
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
genas. Mientras, él se dirigió a Carthago Nova, con el objeto de cumplir sus votos con
los dioses y celebrar juegos funerarios en honor de su padre y de su tío. Según el relato
de Tito Livio, principal informante del acontecimiento1, los gladiadores que tomaron
parte en esos combates no procedían de las categorías habituales de individuos que
los organizadores de estos eventos acostumbraban procurar. Así, en lugar de esclavos
comprados al efecto u hombres libres que ponían precio a su sangre, el escritor latino
afirma que, en esta ocasión, los luchadores participaron voluntariamente y sin recibir a
cambio compensación alguna. Describiendo los motivos que les condujeron allí, señala
que algunos fueron enviados por los régulos hispanos para que demostrasen el innato
valor de sus comunidades; otros deseaban combatir como homenaje a su general; en
otros casos, las rivalidades y el deseo de competir les llevaron a retarse, o bien, una vez
desafiados, a no rehusar el duelo. También se presentaron individuos que, no habiendo
deseado o conseguido dirimir sus diferencias pacíficamente, tras acordar que lo dispu-
tado correspondería al vencedor, deseaban zanjar sus asuntos con las armas. Entre los
participantes, hubo también hombres de linajes distinguidos e ilustres, entre quienes se
encontraban Corbis y Orsua, dos primos hermanos que competían por la primacía de una
ciudad llamada Ibe2. Siendo Corbis el de mayor edad, el padre de Orsua había detentado
su jefatura en los últimos tiempos, tras heredarla de su hermano mayor. Cuando Escipión
intentó solventar la disputa discutiéndola y aplacando sus iras, ambos declararon haber
rechazado ya a esos mismos ruegos de sus parientes, afirmando que no aceptarían como
juez a ningún hombre ni dios que no fuera Marte. Mientras que el mayor confiaba en
su fuerza, el menor lo hacía en el vigor de su juventud, prefiriendo cada uno de ellos el
morir en la lucha que vivir subyugado a la autoridad del otro. El historiador paduano
señala que, al negarse ambos a renunciar a su empeño, ofrecieron al ejército un insigne
espectáculo, demostrando lo calamitoso que para los mortales resulta la ambición de
poder. En cuanto al desenlace de la lucha, el de mayor edad, valiéndose de su superior
manejo de las armas y de la astucia, se impuso fácilmente sobre la fuerza bruta del más
joven. Para terminar, Tito Livio añade que, junto con el espectáculo gladiatorio, también
se celebraron unos juegos funerarios de la medida en que lo permitieron los recursos
de la provincia y los equipos del campamento3. De la manera descrita, en una fecha tan
1
Aunque el testimonio de Tito Livio es el más extenso y detallado, este episodio también está presente en Zon.
IX, 10, 3; Val. Max. IX, 11, ext. 2; Sil. It. XVI, 277-591.
2
La localización de la ciudad de «Ibe» o «Ide» resulta completamente desconocida, siendo ésta la única ocasión
en la que aparece mencionada en los textos antiguos (A. Schulten, Fontes Hispaniae antiquae. Fasc. III, Las guerras de
237-154 a. de J. C., Barcelona, 1935, p. 148).
3
Liv. XXVIII, 21: [...] Scipio Carthaginem ad vota solvenda deis munusque gladiatorium, quod mortis causa patris
patruique paraverat, edendum rediit. Gladiatorum spectaculum fuit non ex eo genere hominum ex quo lanistis comparare
mos est, servorum de catasta ac liberorum qui venalem sanguinem habent: voluntaria omnis et gratuita opera pugnantium
fuit. Nam alii missi ab regulis sunt ad specimen insitae genti virtutis ostendendum, alii ipsi professi se pugnaturos in
gratiam ducis, alios aemulatio et certamen, ut provocarent provocative haud abnuerent traxit; quidam quas disceptando
controversias finire nequierant aut noluerant pacto inter se ut victorem res sequeretur, ferro decreverunt. Neque obscuri
generis homines sed clari inlustresque, Corbis et Orsua, patrueles fratres, de principatu civitatis quam Ibem vocabant
ambigentes, ferro se certaturos professi sunt. Corbis maior erat aetate; Orsuae pater princeps proxime fuerat, a fratre
niaiore post mortem eius principatu accepto. Cum verbis disceptare Scipio vellet ac sedare iras, negatum id ambo dicere
cognatis communibus, nec alium deorum hominumve quam Martem se iudicem habituros esse. Robore maior, minor flore
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Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
temprana como el 206 a. C., habrían tenido lugar los primeros combates de gladiadores
en Hispania bajo ámbito romano.
Casi con total seguridad, los romanos adoptaron la práctica de incluir combates rituales
en sus funerales a partir de sus contactos con los etruscos y las poblaciones itálicas del
sur de Campania4. Esta costumbre tendría sus raíces en ceremonias religiosas en las que
se honraría a los difuntos con sacrificios humanos, destinados al apaciguamiento de sus
manes, mediante el derramamiento de sangre de las víctimas5. La primera noticia escrita
sobre la celebración en Roma de unos munera gladiatoria se sitúa en el año 264 a. C.,
con motivo de los funerales de Junio Bruto Pera6. Los juegos organizados por Publio
Cornelio Escipión en Carthago Nova en el 206 a. C. constituyen, por tanto, uno de los
testimonios más antiguos de la celebración de este tipo de rituales, así como el primero
de su ejecución fuera de Italia. Destaca, además, la elevada atención que Tito Livio les
concede en su relato histórico, dedicándoles una descripción tan minuciosa y detallada.
Como en el presente caso, los oferentes u organizadores de los munera solían ser
los sucesores y herederos del difunto. Su ejecución, por sí misma, no sólo suponía una
manifestación de continuidad en el linaje familiar, sino también un despliegue de su poder
económico ante los miembros de la comunidad, que participaban como espectadores.
Por estos motivos, la celebración habría ido adquiriendo un inherente peso político en la
sociedad romana, tan sujeta a la confrontación de intereses entre sus distintas facciones
internas. Tradicionalmente, los estudiosos han destacado el valor propagandístico de los
munera gladiatoria a finales de la República, especialmente en el marco de las luchas
por el poder personal7. A la par, el componente religioso de los combates, ligado a la
aetatis ferox, mortem in certamine quam ut alter alterius imperio subiceretur praeoptantes, cum dirimi ab tanta rabie
nequirent, insigne spectaculum exercitui praebuere documentumque quantum cupiditas imperii malum inter mortales
esset. Maior usu armorum et astu facile stolidas vires minoris superavit. Huic gladiatorum spectaculo ludi funebres additi
pro copia provinciali et castrensi apparatu.
4
Sobre los orígenes itálicos de los munera gladiatoria y su adopción por los romanos: G. Ville, La gladiature
en Occident: des origines à la mort de Domitien. Rome, 1981, pp. 1-51; A. Futrell, Blood in the Arena: the Spectacle of
Roman Power. Austin, 1997, pp. 11-19; Idem, The Roman Games: a Sourcebook, Malden, 2006, pp. 4-6.
5
G. Ville, op. cit., pp. 9-15; J. M. Blázquez Martínez y S. Montero Herrero, «Ritual funerario y status social: los
combates gladiatorios prerromanos en la Península Ibérica», Veleia, 10, 1993, pp. 72-73; R. Auguet, Cruelty and Civiliza-
tion: The Roman Games. London/New York, 1994, pp. 21-23; P. Plass, The Game of Death in Ancient Rome: Arena Sport
and Political Suicide, Madison, 1995, pp. 29-30; A. D., Kyle, Spectacles of Death in Ancient Rome. London/New York,
2001, pp. 43-46; M. Pastor Muñoz, «Munera gladiatorium: aspectos sociales», en S. Crespo Ortiz de Zarate y A. Alonso
Ávila (eds.), Scripta antiqua: in honorem Ángel Montenegro Duque et José María Blázquez Martínez, Valladolid, 2002,
p. 486; A. Futrell, Blood in the…, pp. 23-24; Idem, The Roman Games..., pp. 6 y 205-210. Este autor destaca, además,
el carácter propiciatorio de la ceremonia, resaltando que los primeros combates gladiatorios tuvieran lugar durante los
conflictos contra los cartagineses, es decir, en momentos de crisis para la comunidad.
6
En estos combates, organizados por sus dos hijos y celebrados en el Foro Boario, habrían participado tres parejas
de gladiadores (Liv. Epit. 16; Val. Max. II, 4, 7).
7
En esos contextos se advertirse claramente el funcionamiento de ciertos espectáculos públicos como auténticas
asambleas políticas (A. Futrell, Blood in the…, pp. 29-33; Idem, The Roman Games..., pp. 6 y 11).
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Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
La narración de Tito Livio sobre los munera gladiatoria escipiónicos, en los que la
participación indígena aparece tan destacada, ha suscitado distintas lecturas e interpre-
taciones. Así, en opinión de A. Schulten, los hispanos habrían emprendido los combates
entre sí simplemente como una forma más de deleitar a los extranjeros, haciendo patente
además su amor por la guerra y salvajismo13. G. Ville, por su parte, opina que los juegos
8
G. Ville, op. cit., pp. 15-17; R. Auguet, op. cit., pp. 23-25; M. Pastor Muñoz, loc. cit., pp. 486-487; A. Ceballos
Hornero y D. Ceballos Hornero, «Los espectáculos del anfiteatro en Hispania», Iberia, 6, 2003, pp. 57-70.
9
P. Plass, op. cit., p. 30; A. Futrell, The Roman Games..., pp. 6-8.
10
A. D. Kyle, op. cit., pp. 47-49.
11
En este sentido, A. Futrell, Blood in the…, pp. 22-23, ha señalado como Marco, hijo de Emilio Lépido, y organiza-
dor, junto a sus dos hermanos, de los munera en honor de su padre en el 216 a. C. (Liv. XXIII, 30, 15), se habría presentado
fallidamente ese mismo año a las elecciones al consulado (Liv. XXII, 35, 2-3). A pesar del fracaso de la iniciativa, este
episodio puede ser considerado como la primera asociación entre un proceso electoral político y unos juegos gladiatorios.
12
A este respecto, en su descripción de los funerales de los estadistas romanos, Polibio (VI, 53, 1-3) señala que,
mediante la evocación en discursos de las virtudes y gestas de los difuntos, la conmoción traspasaba del ámbito familiar
a la comunidad cívica en pleno.
13
A. Schulten, loc. cit., p. 148.
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Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
14
En este sentido, G. Ville, op. cit., pp. 49-50, destaca el hecho de que, si bien los luchadores fueron hispanos, el
organizador era romano. A su parecer, el acontecimiento habría suscitado imitaciones locales.
15
Así, A. Futrell, op. cit., p. 47, relaciona los munera con el aniquilamiento de las poblaciones de Iliturgi (Liv.
XXVIII, 19; 20, 1-7) y Astapa (Liv. XXVIII, 22; 23, 1-5), que enmarcan la descripción de los primeros en la obra del
historiador paduano.
16
A. Blanco Freijeiro, «Las esculturas de Porcuna II. Hierofantes y cazadores», Boletín de la Real Academia de
la Historia, 185, 1, 1988, pp. 15-16; J. Mª. Blázquez Martínez, «Posibles precedentes prerromanos de los combates de
gladiadores romanos en la Península Ibérica», en J. M. Álvarez y J. J. Enríquez (eds.), El anfiteatro en la Hispania romana.
Coloquio Internacional, Mérida, 1995, pp. 31-32; J. M. Blázquez Martínez y S. Montero Herrero, loc. cit., pp. 71-73;
J. M. Blázquez Martínez y M. P. García Gelabert, «Rituales funerarios de Campania, de los samnitas y de los iberos»,
Palaeohispánica, 5, 2005, pp. 393-406; J. L. Gómez-Pantoja, «Entre Italia e Hispania: los gladiadores», en A. Sartori y
A. Valvo (eds.), Hiberia-Italia, Italia-Hiberia. Convegno Internazionale di Epigrafia e Storia Antica di Gargnano-Bresci,
Milano, 2002, pp. 168-169.
17
App. VI, 75: Οὐρίατθον μὲν δὴ λαμπρότατα κοσμήσαντες ἐπὶ ὑψηλοτάτης πυρᾶς ἔκαιον, ἱερεῖά τε πολλὰ
ἐπέσφαττον αὐτῷ, καὶ κατὰ ἴλας οἵ τε πεζοὶ καὶ οἱ ἱππεῖς ἐν κύκλῳ περιθέοντες αὐτὸν ἔνοπλοι βαρβαρικῶς ἐπῄνουν,
μέχρι τε σβεσθῆναι τὸ πῦρ παρεκάθηντο πάντες ἀμφ᾿ αὐτό. καὶ τῆς ταφῆς ἐκτελεσθείσης, ἀγῶνα μονομάχων ἀνδρῶν
ἤγαγον ἐπὶ τοῦ τάφου […].
18
D. S. 33, 21: Ὅτι τὸ σῶμα τοῦ Ὑριάτθου ταφῆς παραδόξου καὶ μεγαλοπρεποῦς ἠξίωσαν καὶ διακοσίοις ζεύγεσι
μονομάχων ἀγῶνα πρὸς τῷ τάφῳ συνετέλεσαν, τιμῶντες αὐτοῦ τὴν διαβεβοημένην ἀνδρείαν [...].
19
Sobre el monumento de Porcuna, las escenas de combatientes representadas y la agrupación de las mismas: J.
González Navarrete, Escultura Ibérica del Cerrillo Blanco, Porcuna, Jaén, Jaén, 1987, pp. 47-95; A. Blanco Freijeiro,
«Las esculturas de Porcuna I. Estatuas de guerreros», Boletín de la Real Academia de la Historia, 184, 1987, pp. 405-445;
I. Negueruela Martínez, Los monumentos escultóricos ibéricos del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén), Madrid, 1990,
pp. 49-86; M. Almagro Gorbea, «Ritos y cultos funerarios en el mundo ibérico», Anales de Prehistoria y Arqueología,
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Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
9-10, 1993-94, p. 118; P. León Alonso, La sculpture des Ibères. Paris, 1998, pp. 88-93; R. Olmos Romera, «Los grupos
escultóricos del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén). Un ensayo de lectura iconográfica convergente», Archivo Español de
Arqueología, 75, 2002, pp. 107-122; R. Olmos Romera, «Los príncipes esculpidos de Porcuna (Jaén): una aproximación
de la naturaleza y de la historia», Boletín del Instituto de Estudios Gienenses, 189, 2004, pp. 19-43; M. Bendala Galán,
«Arte ibérico en el ámbito andaluz. Notas sobre la escultura», en L. Abad Casal y J. A. Soler Díaz (eds.) Arte Ibérico en la
España Mediterránea (Actas del Congreso), Alicante, 2005, pp. 26-31; T. Chapa Brunet y S. Zofio Fernández, «Enterrar
el pasado: la destrucción del conjunto escultórico del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén)», Verdolay: Revista del Museo
Arqueológico de Murcia, 9, 2005, pp. 95-120. Una relación entre este conjunto arqueológico y la descripción de Tito
Livio sobre los munera de Escipión, también es señalada por J. M. Blázquez Martínez, op. cit, pp. 31-32 y M. Bendala
Galán, op. cit., pp. 31-35.
20
A. Ruiz Rodríguez y M. Molinos Molinos, Los iberos. Análisis arqueológico de un proceso histórico, Barcelona,
1993, p. 258.
21
J. F. Torrecillas González, La Necrópolis de época tartésica del «Cerrillo Blanco» (Porcuna, Jaén). Jaén, 1985;
I. Negueruela Martínez, op. cit., pp. 24-28.
22
R. Olmos Romera, «Tiempo de la Naturaleza y tiempo de la Historia: una lectura ibérica en una perspectiva
mediterránea», en D. Segarra Crespo (coord.), Transcurrir y recorrer: la categoría espacio-temporal en las religiones
del mundo clásico, Madrid, 2003, pp. 19-44.
23
En este sentido, ya A. Blanco Frejeiro, op. cit., p. 445, señaló la dificultad de distinguir bandos entre los com-
batientes ante la ausencia de diferencias en indumentarias y pertrechos. A pesar de ello, I. Negueruela Martínez, «Las
esculturas del Cerrillo Blanco de Porcuna», en VV. AA., Los iberos: príncipes de Occidente. Catálogo de la Exposición.
Barcelona, 1998, p. 170; Idem, Los monumentos..., p. 205, interpreta las escenas como una representación agonística de
un conflicto en el que una facción, en rápido ataque, sorprendió a otra completamente desprevenida, dándole muerte. El
autor se basa en el hecho de que los abatidos aparecen parcial o completamente desarmados y/o descalzos.
24
M. Bendala Galán, «Expresiones y formas del poder en la Hispania ibérica y púnica en la coyuntura helenística»,
Pallas, 70, 2006, p. 194-195.
25
Sobre los fragmentos escultóricos (cuerpo sosteniendo una falcata, mano con escudo en altorrelieve, fragmento de
pierna con greba y torso de guerrero con pectoral) que podrían formar parte de esta representación: P. Ibarra y Ruiz, «Nouvelle
découverte à Elche», Bulletin Hispanique, 1, 1899, pp. 20-21; E. Llobregat Conesa, Contestania Ibérica, Alicante, 1972, pp.
152-155; A. García y Bellido, Arte ibérico en España, Madrid, 1980, pp. 43-45, figs. 52-55; E. Ruano Ruiz, La escultura
humana en piedra en el mundo ibérico. Madrid, 1987, pp. 350-352; R. Ramos Fernández, «La escultura antropomorfa de
Elche», en J. A. García Castro (coord.), Escultura Ibérica, Madrid, 1988, pp. 94-105; R. Olmos Romera et. al., La sociedad
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Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
ibérica a través de la imagen. Madrid, 1992, pp. 151-152; M. Almagro-Gorbea, El Rey Lobo de La Alcudia de Elche,
Alicante, 1999, p. 15.
26
En este caso, la lucha parece tener cierto valor simbólico, pues el antagonista es un lobo. M. Molinos Molinos
et al., «El santuario heroico de El Pajarillo de Huelma (Jaén, España)», Saguntum, Extra-1, 1998, p. 162, vinculan la
figura del guerrero con el prótome de la fiera, atendiendo al hecho de que el individuo no presenta indumentaria militar.
En nuestra opinión, el héroe que, al igual que en los anteriores ejemplos, porta una falcata, representaría al linaje que
lideraba el oppidum de Úbeda la Vieja y su hinterland. Además de la carga ideológica y legitimadora que presentan las
imágenes, el monumento, a través de su ubicación, asume cierto valor como delimitador territorial.
27
Sus materiales fueron reutilizados en una muralla de época pompeyana. Sobre este conjunto: J. A. Pachón
Romero y M. Pastor Muñoz, «La Necrópolis ibérica de Osuna: Puntualizaciones cronológicas», Florentia Iliberritana,
1, 1990, pp. 333-340; J. M. Blázquez Martínez, loc. cit., p. 34; J. Mª. Blázquez Martínez y S. Montero Herrero, loc. cit.,
p. 77; T. Chapa Brunet, «Los conjuntos escultóricos de Osuna», en VV. AA., op. cit., pp. 228-229; J. Salas Álvarez y J.
Beltrán Fortes, «Los relieves de Osuna», en F. Chaves Tristán (coord.), Urso: a la búsqueda de su pasado, Osuna, 2002,
pp. 235-272; J. M. Blázquez Martínez y M. P. García Gelabert, loc. cit., pp. 400-401; J. I. Ruiz Cecilia y J. A. Pachón
Romero, «La muralla Engel/Paris y la necrópolis protohistórica de Osuna», Florentia Iliberritana, 16, 2005, pp. 383-423.
28
M. Bendala Galán, «Forma y función de la escultura ibérica en el marco de las civilizaciones mediterráneas»,
en J. Blánquez Pérez et alii, ¿Hombres o Dioses? Una nueva mirada a la escultura del Mundo ibérico, Madrid, 2011, p.
59.
29
R. Olmos Romera, «En la flor de la Edad. Un ideal de representación heroico iberohelenístico», Cuadernos de
Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, 28-29, 2002-2003, p. 269.
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Fragmentos con posibles representaciones de combates rituales se han recuperado en La Alcudia (Elche, Alican-
te), en Asso (Estrecho de la Encarnación, Murcia), y en el Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel). En un fragmento, hallado
La Monravana (Liria, Valencia), la indumentaria de los luchadores que se resalta son sus cascos con cimera. El único
individuo que no lo porta, se encuentra atravesado por una lanza (L. Pericot García, Cerámica ibérica. Barcelona, 1979,
p. 180, fig. 272b; E. Maestro Zaldívar, Cerámica ibérica decorada con figura humana, Zaragoza, 1989, p. 88). En otro
vaso, procedente del Cabezo del Tío Pío (Archena, Murcia), los jinetes se intercalan con guerreros a pie, mientras los
caídos son representados a los pies de los combatientes (E. Maestro Zaldívar, op. cit., p. 304, fig. 109).
31
Lebes del combate de guerreros con coraza (H. Bonet Rosado, El Tossal de Sant Miquel de Llíria. La antigua
Edeta y su territorio. Valencia, 1995., p. 88, fig. 25); Vaso del combate de los flautistas (Ibid., p. 84 , fig. 23 ); Gran lebes
de los guerreros desmontados (Ibid., p. 99, fig. 34); Vaso de la rueda o de La lucha (Ibid., p. 171 , fig. 82); Vaso de los
letreros (Ibid., p. 156 , fig. 73); ); Vaso de los cabezotas (Ibid., p. 227, fig. 110); fragmentos cerámicos de los departamentos
20 y 31 (Ibid., pp. 137 y 155). C. Aranegui Gascó, «La decoración figurada en la cerámica de Llíria», en C. Aranegui
Gascó et alii, Damas y caballeros en la ciudad ibérica, Madrid, 1997, pp. 67-71, interpreta estas imágenes como desfiles
o competiciones agonísticas de la clase guerrera.
32
En ocasiones, signos de escritura enfatizan el carácter aristocrático de las escenas, individualizando a los pro-
tagonistas de las acciones, sus lugares o acontecimientos concretos. Nos hablan, a su vez, de la presencia de una clase
ilustrada en la ciudad ibérica (I. Izquierdo Peraile y H. Bonet Rosado, «Vasos ibéricos singulares de época helenística en
el área valenciana», en R. Olmos Romera y P. Rouillard (coords.), La vajilla ibérica en época helenística: siglos IV-III
al cambio de era, Madrid, p. 83).
33
H. Bonet Rosado, op. cit., pp. 175 (fig. 85) y 176.
34
La metopa, separada del friso, individualiza la escena del jinete, heroizado tras su muerte. El caballo desmonta-
do, puede representar la montura del difunto al que se evoca, como ocurre en el vaso denominado «del Campesino» en
la Alcudia (Elche, Alicante) o, haciendo un paralelo con lo que narra Virg. Aen. XI, 89-90: Post bellator equus positis
insignibus Aethon / it lacrimans guttisque umectat grandibus ora.
35
Liv. XXV, 17, 4-5: [...] alii ab Hannibale -et ea vulgatior fama est- tradunt in vestibulo Punicorum castrorum
rogum extruetum esse, armatum excreitum decucurrisse cum tripudiis Hispanorum motibusque armorum et corporum suae
cuique genti adsuetis, ipso Hannibale omni rerum verborumque honore exequias celebrante. Probablemente se trate de
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Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
una muestra extrapolada de las danzas guerreras de los turdetanos, también descritas en Liv. XXIII, 26, 9: [...] Erumpunt
igitur agmine e castris tripudiantes more suo, repentinaque eorum audacia terrorem hosti paulo ante ultro lacessenti
incussit.
36
En él, se vislumbran las figuras incompletas de tres guerreros, de perfil, que se mueven hacia la derecha portando
escudos circulares profusamente decorados (E. Maestro Zaldívar, op. cit., pp. 280-281).
37
La influencia helénica de esta pieza, perceptible en su imitación de forma de crátera, queda subrayada por la
análoga connotación que la fila de guerreros posee en la Grecia Arcaica, de idéntico carácter funerario. Una descripción
pormenorizada del vaso se incluye en el trabajo de J. Mª. Blázquez Martínez, «El vaso de los guerreros de El Cigarralejo
(Mula, Murcia)», Anales de Prehistoria y Arqueología, 17-18, Murcia, 2001-2002, pp. 171-175.
38
El uso de máscaras en contexto funerario supone un unicum en la plástica ibérica, pero resulta frecuente en otros
contextos mediterráneos, como el feno-púnico y el romano en alusión a la tragicità della morte (P. Rodriguez Oliva, «El
símbolo de Mépómene. Teatro y muerte en la España romana», Estudios dedicados a Alberto Balil in memoriam, Málaga,
1993, p. 59).
39
I. Grau Mira y R. Olmos Romera, «El Vas del Guerrers de La Serreta», Recerques del Museu d’Alcoi, 14, 2005,
pp. 79-98.
40
H. Bonet Rosado y C. Mata Parreño, «El poblado ibérico del Puntal dels Llops. El Colmenar (Olocau, Valencia)»,
Trabajos Varios del SIP, 71, Valencia, 1971, figs. 28-29.
41
C. Aranegui Gascó, loc. cit., p. 71.
447
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
Lámina II. Combates en difundir su ideología. Este medio resultaba mucho menos costoso
la iconografía vascular y facilitaba su movilidad, no obstante dificulta enormemente la
(detalles). Figs.1-4 evaluación de su grado de impacto sobre el resto de la comunidad.
Tossal de Sant Miquel;
Fig. 5, La Serreta; Fig.
La diferencia fundamental estriba en el contexto social en el que se
6, Puntal des Llops; Fig. presentan las escenas, no ya vinculadas al heroon, sino al hábitat, a
7, Cabezo del Tío Pío. la ciudad. Estas imágenes son mitos, patrimonio de una comunidad.
Los enfrentamientos entre guerreros, los juegos gladiatorios y las
competiciones cinegéticas podían ser, en la vida real, celebraciones
complementarias a las exequias de un difunto42. Éstas, a su vez,
ensalzarían ideológicamente un ideal de vida que contribuyera al
mantenimiento de la supremacía social de una clase aristocrática43.
Por último, a las representaciones de armas en las manifestaciones
artísticas señaladas, cabe sumar los testimonios escritos y arqueoló-
gicos que documentan la importancia simbólica que para los iberos
y, especialmente para sus élites, tenían los atributos guerreros44.
42
C. Aranegui Gascó y J. de Hoz Bravo, «Una falcata decorada con inscripción ibérica. Juegos gladiatorios y
venationes», en Estudios de arqueología ibérica y romana: Homenaje a Enrique Pla Ballester, Valencia, 1992, p. 325.
43
H. Bonet Rosado, «La cerámica de Sant Miquel de Llíria: su contexto arqueológico», en La sociedad ibérica a
través de la imagen, Madrid, 1992, p. 234.
44
Nos referimos a los desesperados conatos de resistencia de los iberos frente a las exigencias de desarme y a la
448
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
Junto al desarrollo mismo de las acciones militares, y estrechamente vinculado con ellas,
otro de los factores decisivos en el curso del conflicto entre romanos y cartagineses
en Hispania, fueron las relaciones con los pueblos indígenas. En este sentido, ambos
bandos se valieron de diversos mecanismos, basados tanto en compensaciones como
en la coacción, para asegurarse su adhesión y cooperación frente a sus enemigos45. Ya
hemos apuntado como la figura de un jefe individual, que dirigiera a una confederación
de tribus o un conjunto de ciudades, no resultaba ajena a los iberos, siendo su presencia
relativamente frecuente en el relato de los escritores antiguos46. Desafortunadamente,
desconocemos tanto el término propio con el que los iberos designaban a sus líderes,
como el sistema por el que éstos eran elegidos y sus potestades. Como vamos a ver, en
el complicado proceso de desintegración sociopolítica que la expansión bárquida había
precipitado, aparecen noticias que nos llevan a pensar que muchas comunidades hispanas
habrían percibido a los líderes de la dominación extranjera con tales figuras47. El mismo
fenómeno pudo producirse, tras su llegada y avances, con los carismáticos hermanos Es-
cipiones48. Posteriormente, la llegada de Publio Cornelio Escipión, descendiente familiar
directo de los anteriores comandantes, habría reforzado esa concepción.
A lo largo de sus campañas en Hispania, el joven Escipión fue, en sucesivas ocasio-
nes, tratado formalmente o proclamado como monarca por los indígenas, especialmente
después de la obtención de algún éxito militar. El hecho, en sí mismo, no constituía tanta
novedad, habiéndose producido episodios parecidos bajo la dominación bárquida49. La
presencia de elementos de panoplia militar en sus ajuares funerarios (F. Quesada Sanz, El armamento ibérico. Estudio
tipológico, geográfico, funcional, social y simbólico de las armas en la Cultura Ibérica (siglos VII - I a. C.), Montagnac,
1997, p. 67; Idem, Ultima ratio regis: control y prohibición de las armas desde la Antigüedad a la Edad Moderna, Madrid,
2009, pp. 143-168; Idem, «Las armas de la sepultura 155 de la necrópolis de Baza», en T. Chapa Brunet e I. Izquierdo
Peraile, La Dama de Baza. Un viaje femenino al más allá, Madrid, 2010, p. 165).
45
E. Hernández Prieto, «Mecanismos de adhesión y control de los pueblos hispanos durante la Segunda Guerra
Púnica», Habis, 42, 2011, pp. 103-117.
46
Sobre los monarcas hispanos, su nomenclatura en las fuentes y el papel que desempeñaban en la sociedad ibera:
J. Caro Baroja, «La realeza y los reyes en la España Antigua», en A. Tovar y J. Caro Baroja, Estudios sobre la España
Antigua. Cuadernos de la Fundación Pastor, 17, Madrid, 1971, pp. 125-159; Idem, España Antigua: conocimientos y
fantasías, Madrid, 1986, pp. 193-203; R. López Domech, «Sobre reyes, reyezuelos y caudillos militares en la Protohistoria
hispana», Studia Historica. Historia Antigua, 4-5, 1987, pp. 19-22; J. Muñiz Coello, «Monarquías y sistemas de poder
entre los pueblos prerromanos de la Península Ibérica», en S. M. Ordóñez Agulla y P. Sáez Fernández (coords.), Home-
naje al profesor Presedo, Sevilla, 1994, pp. 283-296; N. Coll y Palomas e I. Garcés i Estallo, «Los últimos príncipes de
Occidente. Soberanos ibéricos frente a cartagineses y romanos», Saguntum, 31 (Extra-1), 1998, pp. 437-446; P. Moret,
«Los monarcas ibéricos en Polibio y Tito Livio», Cuadernos de Prehistoria y Arqueología, 28-29, 2002-2003, pp. 23-34;
M. Salinas de Frías, Los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, Madrid, 2006, pp. 83-86.
47
M. Bendala Galán, loc. cit., 192-193.
48
En este sentido, Tito Livio (XXV, 36, 15-16) señala que, a diferencia del Senado, más preocupado por la pérdida
de los ejércitos, los aliados hispanos lamentaron profundamente la muerte de Cneo y de Publio Escipión. A pesar de
la innegable carga moral de estas palabras, que perseguirían el enaltecimiento de los fallecidos, puede que realmente
atestiguasen unos primeros vínculos de adscripción personal.
49
Así, las fuentes filorromanas acusaban a Asdrúbal de haberse dejado llevar por sus aspiraciones monárquicas,
gobernando los asuntos hispanos a su antojo y propiciando, a través de su matrimonio con una princesa ibera, que los
nativos le reconociesen como rey (Plb. III, 8, 2-4; Liv. XXI, 3, 2-6; Diod. Sic. XXV, 12). También Aníbal, acusado por
una rama de la historiografía antigua de hacer su voluntad en la Península, al margen del estado púnico, tomó por esposa
449
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
a una mujer noble oriunda de Cástulo (Plb. III, 8, 5-10; Liv. XXI, 5, 1; XXIV, 41, 7; App. VI, 9; Zon. VIII, 21, 3).
50
Plb. X, 18, 7; Liv. XXVI, 49, 10.
51
Plb. X, 38, 3.
52
Plb. X, 40, 2-9; Liv. XXVII, 19, 3-6.
53
D. Musti, «Polibio e la storiografia romana arcaica», en F. W. Walbank y E. Gabba, (eds.), Polybe. Neuf Exposés.
Suivis de discusses, Génova, 1974, p. 135. En este sentido, resultan interesantes los testimonios de Dión Casio (54-55)
y Zonaras (IX, 10, 3) según los cuales la envidia por sus éxitos y la desconfianza, ante el poder personal que Escipión
estaba cobrando en Hispania, habrían sido los factores que movieron al Senado a exigirle su regreso. Sobre la adopción
de actitudes de tipo monárquico por parte de Escipión, ante sus conciudadanos: P. M. Martin, L’idée de royauté à Rome.
Vol. 2. Haine de la royauté et séductions monarchiques (du IVe siècle av. J.-C. Au principal augustéen). Clermont-Ferrand,
1994, pp. 142-145; M. A. Levi, «Inizi di Scipione Africano e di una età di cambiamento», Dialogues d’Histoire Ancienne,
23 (1), 1997, pp. 145-153; P. François, «Externo more: Scipion l’africain et l’hellénisation», Pallas, 70, 2006, pp. 314-316.
54
J. S. Richardson, Spain and the Development of Roman Imperialism, 218-82 B. C., Cambridge, 1986, p. 49.
55
A. Aymard, «Polybe, Scipion l’Africain et le titre de Roi», Revue du Nord, 36, 1954, pp. 121-128; R. López
Domech, loc. cit., pp. 19-22; F. Quesada Sanz, «La guerra en las comunidades ibéricas (237-c -195 a. C.): un modelo
interpretativo», en A. Morillo, F. Cadiou y D. Hourcade (coords.), Defensa y territorio en Hispania, de los Escipiones a
Augusto, Madrid/León, 2003, pp. 116-121; M. P. Rivero Gracia, Imperator Populi Romani: Una aproximación al poder
republicano, Zaragoza, 2006, p. 81.
56
E. García Riaza, «Derecho de guerra romano en Hispania (218-205 a. C.)», Memorias de Historia Antigua, 19-20,
1998-1999, pp. 206-207.
450
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
57
M. Bendala Galán, loc. cit., pp. 194-195.
58
Como ponen de manifiesto las rebeliones indígenas con el falso anuncio de la muerte de Escipión (Liv. XXVIII,
24, 1-4; Zon. IX, 10, 4) y tras su salida de Hispania (Liv. XXIX, 1, 19-20; App. VI, 38), que, además del evidente debili-
tamiento de la autoridad central romana en la Península, habrían supuesto la ruptura del vínculo personal entre el general
y los pueblos hispanos: F. Rodríguez Adrados, «La fides Ibérica», Emerita, 14, 1946, pp. 166-175; E. Badian, Foreign
Clientelae (264-70 B.C.), Oxford, 1958, p. 119; E. Pitillas Salañer, «Una aproximación a las reacciones indígenas frente
al expansionismo romano en Hispania (205 al 133 a. n. e.)», Memorias de Historia Antigua, 17, 1996, pp. 133-136; J. M.
Roddaz «Les Scipions et l’Espagne», Revue des Études Anciennes, 100 (1-2), 1998, p. 352.
59
Este doble juego de Escipión, basado en impresionar a los indígenas con su carisma, pero tratando de no incurrir
en conflictos con el rígido protocolo ético romano, ya fue percibido por E. Badian, op. cit., pp. 117-119.
60
Las fuentes antiguas recogen distintos rumores que circulaban por Roma, como el de que era fruto de la unión de
una prodigiosa serpiente con su madre, al igual que el rey macedonio o le asemejaban con Hércules. También su costumbre
de pasar cada día un tiempo, en soledad, en el Capitolio causaba asombro a la ciudadanía. Por su parte, Polibio critica en
su obra a quienes atribuían sus éxitos a la fortuna, señalando que si el comandante atribuía sus argucias a los dioses era
con fines pragmáticos, pero que todas ellas estuvieron presididas por un planteamiento lógico y racional (Plb. X, 2; Liv.
XXVI, 19, 3-9; App. VI, 23; D. C. XVI, 38-39). Uno de los episodios más expresivos a estos efectos, tuvo lugar durante
la conquista de Cartagena, cuando Escipión, sabedor de la existencia de un reflujo marino que descubría una parte de la
muralla, anunció a sus hombres que el dios Neptuno, en sueños, le había ofrecido su ayuda en la empresa (Plb. X, 9, 2; 11,
7; 14, 7-12; Liv. XXVI, 45, 7-9; App. VI, 21). Sobre los orígenes y la transcendencia de estas leyendas propagandísticas:
A. J. Toynbee, Hannibal’s Legacy: the Hannibalic War’s Effects on Roman Life. Vol. 1. Rome and her Neighbours before
Hannibal’s Entry, London, 1965, pp. 502-508; F. W. Walbank, «The Scipionic Legend», Proceedings of the Cambridge
Philological Society, 54, 1967, pp. 54-67; H. H. Scullard, Scipio Africanus: Soldier and Politician. Bristol, 1970, pp.
18-23; E. Gabba, «La leggenda di Scipione Africano», Athenaeum, 63 (1-2), 1975, pp. 3-17; P. François, loc. cit., pp.
321-325.
451
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
61
A pesar de las noticias de Polibio y Tito Livio en este sentido, parece que fue la superioridad numérica de sus
contrincantes lo que terminó con la vida de los Escipiones. La responsabilidad de los celtíberos sería una construcción
historiográfica, efectuada por escritores posteriores, con el objeto de recrear una enemistad dinástica entre este pueblo y
los Escipiones, plasmada en un conflicto que llegaría a su clímax con la destrucción de Numancia: M. Salinas de Frías,
«Violencia contra los enemigos: los casos de Cartago y Numancia», en G. Bravo y R. González Salinero (eds.), Formas
y usos de la violencia en el mundo romano. Madrid, 2007, pp. 31-40; Idem, «Sobre la memoria histórica en Roma: los
Escipiones y la traición de los celtíberos», Studia Historica, 29, 2011, pp. 97-118.
62
Así, en el discurso pronunciado el día de su investidura para el mando en Hispania, Escipión se presentó como
vengador de sus familiares y de su patria (App. VI, 18); en la arenga pronunciada al tomar el mando de las tropas destacó
su similitud física y moral con los caídos, reclamándoles lealtad al nombre de los Escipiones (Liv. XXVI, 41, 22-24);
tanto Orosio (IV, 18, 1) como Zonaras (IX, 8) señalan que al joven general le urgía vengar esas muertes.
63
E. Gabba, loc. cit., pp. 3-17.
64
Como ha señalado J. S. Richardson, op. cit., p. 73, no resulta factible hablar de una «sucesión dinástica» en el
gobierno de Hispania, al prevenir el orden institucional romano el control de un territorio o parcela de poder por una
determinada familia durante un tiempo indefinidamente prolongado. No obstante, parece que Escipión sí aprovechó
su estancia para establecer una cierta red de clientelas personales (M. Salinas de Frías, El gobierno de las provincias
hispanas durante la República romana (218-27 a.C.), Salamanca, 1995, p. 33). El hecho de que el mando de una provincia
recayera con mayor frecuencia en miembros de una determinada facción, con determinados vínculos locales en ella, no
sería completamente opuesto a los planteamientos del Senado si con ello se favorecía el control sobre esos territorios,
especialmente en los momentos de mayor conflictividad.
65
Así, A. Aymard, loc. cit., vincula el término empleado por las fuentes al concepto helenístico de basilea y al
reconocimiento, por parte de los indígenas, de virtudes guerreras y personales propias de un rey. Según D. Kienast,
«Imperator», Zeitschrift der Savigny-Stiftung für Rechtsgeschichte, 78, 1961, p. 403, el propio carácter filoheleno de los
Escipiones habría impulsado este tipo de aclamaciones, similares a las que los reyes helenísticos recibían de sus tropas
tras la obtención de éxitos militares. En su misma línea, R. Combes, Imperator: recherches sur l’emploi et la signification
du titre d’imperator dans la Rome républicaine. Paris, 1966, pp. 51-72, opina que el título otorgado al comandante sería
exclusivamente honorífico, y no tendría, por tanto, ninguna relevancia oficial. Otros investigadores, como A. Momigliano,
«Ricerche sulle magistrature romane», en Quarto contributo alla storia degli studi classici del mondo antico. Roma, 1969,
pp. 284-285; y R. Develin, «Scipio Africanus Imperator», Latomus, 36, 1977, pp. 110-113, consideran que se trataría
de una mera cuestión lingüística, derivada del manejo de los escritos de Polibio, por parte de Tito Livio, como fuente
452
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
que se le quieran otorgar a estos hechos, lo que parece evidente es que Escipión no se
habría conformado con mantener únicamente las relaciones habituales entre un alto cargo
militar y sus tropas, tanto con las auxiliares hispanas como las romanas. Al igual que
otrora les sucediera a los dirigentes bárquidas, al ambiente lejano, el frecuente contacto
con los indígenas y el permanente clima de belicosidad, habrían propiciado especiales
actitudes y expresiones de poder, de cierto corte personalista66.
Volviendo a la descripción de los munera de Carthago Nova, aunque su celebración
no constituía ya, en sí misma, una novedad en el mundo romano, el contexto en que
tuvieron lugar sí le confiere ciertos visos de excepcionalidad. En primer lugar, están las
trágicas circunstancias en las que había tenido lugar el fallecimiento de los dos generales,
combatiendo a los enemigos de Roma, en un escenario inhóspito y en condiciones de
extrema gravedad para la seguridad y supervivencia de su patria. Por otro lado, ya hemos
visto como Escipión hacía de la guerra en Hispania no sólo una misión oficial, sino tam-
bién un asunto privado, ligado a su deseo de vengar públicamente a sus antecesores. Por
último, en el texto de Livio se menciona explícitamente que la organización de los juegos
funerarios respondía a un compromiso personal del propio general: Scipio Carthaginem
ad vota solvenda…67. Asegurada la supremacía militar romana en la Península y prác-
ticamente cerrado en ese escenario el conflicto contra los púnicos, los munera habrían
supuesto un broche final que conmemorase la gloria de las armas escipiónicas en el mismo
territorio en que éstas habían sufrido su peor revés. La emotividad del momento habría
quedado realzada si, como M. Salinas de Frías ha señalado, los funerales hubieran estado
precedidos por la recuperación de los restos mortales de los dos comandantes68. En nuestra
opinión, debido al tiempo transcurrido desde sus fallecimientos y a las circunstancias
en que tuvieron lugar69, este hecho nos parece poco probable. No obstante, su ausencia
habría quedado fácilmente suplida a través de la exposición de sus efigies durante las
celebraciones70, especialmente si, como nos resulta fácil de imaginar, éstas hubieran
de la noticia; también H. H. Scullard, op. cit., pp. 76-81, prefiere mostrarse cauto, opinando que únicamente pondría de
manifiesto una vinculación personal entre Escipión y sus hombres, pero sin más transcendencia. M. Jaczynowska, «La
genesi republicana del culto imperiale. Da Scipione l’Africano a Giulio Cesare», Athenaeum, 1985, 73, 3-4, p. 287,
destaca el valor religioso del título, que vincularía a Escipión con Iupiter Imperator. Por su parte, E. Torregaray Pagola,
La elaboración de la tradición sobre los Cornelii Scipiones, Zaragoza, 1998, pp. 183-184, considera que, a través de este
término, Livio pretendía acentuar la gran autoridad ejercida, de naturaleza militar, del privatus cum imperio. Finalmente,
M. P. Rivero Gracia, op. cit., pp. 79-84, estima que este episodio pondría de manifiesto, simplemente, el reconocimiento
indígena a la soberanía personal del comandante romano, en detrimento de su pasada lealtad a los púnicos. Percibida
desde la ya citada perspectiva helenística, este motivo historiográfico habría resultado grato en el círculo escipiónico.
66
M. Bendala Galán, loc. cit., pp. 187-190.
67
Liv. XXVIII, 21, 1.
68
M. Salinas de Frías, «Violencia contra...», p. 39, n. 41; Idem, «Sobre la memoria histórica en…», p. 102, n. 11.
El autor percibe, además, cierto regusto «homérico» en el pasaje liviano, tal vez acorde con la voluntad de Escipión. A
nuestro juicio, esta misma estética literaria se halla también presente en los relatos del asalto a las murallas de Carthago
Nova (Plb. X, 12-14; Liv. XXVI, 44-45; App. VI, 21) y en los versos de la Ilíada que Escipión Emiliano recitó ante las
ruinas de Cartago (Plb. XXXVIII, 21; App. VIII, 132).
69
En efecto, sus muertes tuvieron lugar en el 211 a. C., en escenarios bélicos separados y seguidos de una apresurada
retirada de los supervivientes al norte del Ebro. Según los relatos de Tito Livio (XXV, 36, 13) y Apiano (VI, 16), Cneo
habría perecido abrasado en el incendio de la torre en la que se había refugiado.
70
Plb. VI, 55, 5-6, refiere el uso de retratos funerarios en las ceremonias.
453
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
71
Como antes vimos, este tipo de alocuciones, a cargo del hijo o de algún familiar del difunto, era habitual en Roma
como parte de las honras funerales (Plb. VI, 53, 2-3).
72
W. V. Harris, Guerra e imperialismo en la República romana (327-70 a.C.), Madrid, 1989, pp. 19-20, destaca la
importancia que las hazañas militares tenían en la obtención de laus y gloria, transferibles parcialmente a sus sucesores
a través de mecanismos como la laudatio. Así, como B. Bleckmann, «Roman Politics in the First Punic War», en D.
Hoyos, (ed.), A Companion to the Punic Wars, Malden, 2011, pp. 168-170, observa, estos valores, muy relevantes para
la competitiva aristocracia romana, están presentes en la laudatio funebris dedicada por Q. Metelo a su padre, L. Cecilio,
cónsul en los años 251 y 247 a. C. (Plin. Nat. Hist. VII, 139-140).
73
Como A. Futrell, Blood in the…, p. 44; Idem, The Roman Games..., pp. 8-9, destaca, el uso que los indígenas
realizan de los munera, como medio para competir por dignidades políticas, resulta reprobable a juicio de Tito Livio,
testigo de las pasadas guerras civiles.
74
De hecho, esta condición innoble de los gladiadores se mantuvo fija en la sociedad romana aún cuando paradó-
jicamente algunos de ellos alcanzaron gran popularidad y fama (G. Ville, op. cit., pp. 334-344; A. D. Kyle, op. cit., pp.
79-90; M. A. Pastor Muñoz, loc. cit., pp. 493-496; A. Ceballos Hornero y D. Ceballos Hornero, loc. cit., p. 65).
75
Esta cuestión ha sido específicamente estudiada por A. Ceballos Hornero, «El coste de los espectáculos gladiatorios
en las ciudades del occidente romano», Archivo Español de Arqueología, 80, 2007, pp. 107-118. Otras referencias a los
costes de los munera gladiatoria en: A. Ceballos Hornero y D. Ceballos Hornero, loc. cit., p. 62; A. Futrell, The Roman
Games..., pp. 14-18.
76
Como M. Salinas de Frías, «Violencia contra…», pp. 34-36, ha puesto de manifiesto, un idéntico paralelismo
intencionado resulta apreciable en la figura de Escipión Emiliano, especialmente en el episodio de los Juegos de Anfípolis
(J. L. Ferrary, Philhellénisme et impérialisme: aspects idéologiques de la conquête romaine du monde hellénistique,
Rome, 1988, pp. 560-565). En general, no cabe duda de que estos elementos propagandísticos habrían sido reforzados y
difundidos por la gens cornelio-escipiónica, a lo largo de su historia, en un esfuerzo por ampliar su prestigio y horizontes
políticos (E. Torregaray Pagola, «Los Cornelii Scipiones: la fortuna de la transmisión de un modelo republicano», en E.
Falque Rey y F. Gascó La Calle (coords.), Modelos ideales y prácticas de vida en la Antigüedad Clásica. Sevilla, 1993,
pp. 49-68; Idem, La elaboración de…; Idem, «La influencia del modelo de Alejandro Magno en la tradición Escipiónica»,
Gerión, 21, 1, 2003, pp. 137-166).
454
Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
similitud con una noticia de Arriano, según la cual, el conquistador macedonio no sólo
habría recibido embajadas de pueblos lejanos como reconocimiento de su poder, sino
también para que arbitrara en conflictos de sus respectivos países. De esta forma, a su
propia estima y la de sus seguidores se habría presentado como Señor de toda la tierra
y el mar77. Reconocido por los iberos como autoridad competente para intervenir en sus
asuntos internos y a la que brindar pleitesía mediante homenajes armados, Escipión se
les presenta a los lectores de Tito Livio como un nuevo Alejandro.
Naturalmente, existe la posibilidad de que la lucha fratricida entre Corbis y Orsua
no sea más que un recurso literario empleado por alguno de los informantes del escritor
romano con la intencionalidad señalada. Sin embargo el aprovechamiento de los com-
bates, por parte de los indígenas, como medio para dirimir sus disputas, comunitarias o
personales, no tiene por qué resultar un hecho tan sorprendente. Como hemos visto, a
tenor de las manifestaciones iconográficas señaladas, la importancia del armamento como
elemento de prestigio social y la identificación de los aristócratas iberos con virtudes y
atributos guerreros parece evidente. La intensificación de la conflictividad interna que
la propia guerra había generado, así como la incertidumbre sobre cómo iban a quedar
establecidos los nuevos equilibrios de poder, habrían funcionado como acicate para el
envío de esos representantes que, a través de su habilidad en la lucha, habrían tratado de
mejorar la reputación de sus grupos de origen ante la mirada del conquistador romano.
En el caso de los individuos particulares, el mecanismo legitimador sería el mismo. Los
litigantes habrían confiado a Escipión el papel de árbitro en los combates, lo que conlle-
varía forzosamente cierto reconocimiento de su autoridad. Por otra parte, no debemos
olvidar que, como el propio Tito Livio señala, los espectadores y testigos del sangriento
espectáculo eran las legiones romanas, bien capaces, como habían demostrado, de im-
poner por la fuerza las decisiones de su general.
En cuanto al lugar de celebración de los funerales, la fundación bárquida de Carthago
Nova, los motivos para su elección deben buscarse tanto en cuestiones coyunturales
tácticas, como en la importancia simbólica de la misma. Respecto a las primeras, no
podemos olvidar que, al suroeste de la Península, concentrados en Gades y en sus alre-
dedores, subsistían aún los últimos reductos del ejército púnico. Aunque no lo bastante
fuerte como para enfrentarse de nuevo a los romanos en una nueva batalla campal, aún
cabía la posibilidad de que recibieran refuerzos o de que intentasen un golpe de mano
contra las posiciones enemigas más débiles. En este sentido, Carthago Nova constituía
una buena base desde la que coordinar operaciones militares hacia los territorios más
conflictivos. A la par, no habría resultado prudente desguarnecer una posición tan estra-
77
Arriano menciona la presencia de embajadores libios, itálicos, cartagineses, etíopes, celtas e iberos (Arr. An. VII,
15, 4-5: [...] κατιόντι δὲ αὐτῷ ἐς Βαβυλῶνα Λιβύων τε πρεσβεῖαι ἐνετύγχανον ἐπαινούντων τε καὶ στεφανούντων ἐπὶ τῇ
βασιλείᾳ τῆς Ἀσίας, καὶ ἐξ Ἰταλίας Βρέττιοί τε καὶ Λευκανοὶ καὶ Τυρρηνοὶ ἐπὶ τοῖς αὐτοῖς ἐπρέσβευον. καὶ Καρχηδονίους
τότε πρεσβεῦσαι λέγεται καὶ ἀπὸ Αἰθιόπων πρέσβεις ἐλθεῖν καὶ Σκυθῶν τῶν ἐκ τῆς Εὐρώπης, καὶ Κελτοὺς καὶ Ἴβηρας,
ὑπὲρ φιλίας δεησομένους: ὧν τά τε ὀνόματα καὶ τὰς σκευὰς τότε πρῶτον ὀφθῆναι πρὸς Ἑλλήνων τε καὶ Μακεδόνων.
τοὺς δὲ καὶ ὑπὲρ τῶν ἐς ἀλλήλους διαφορῶν λέγουσιν ὅτι Ἀλεξάνδρῳ διακρῖναι ἐπέτρεπον: καὶ τότε μάλιστα αὐτόν τε
αὑτῷ Ἀλέξανδρον καὶ τοῖς ἀμφ’ αὐτὸν φανῆναι γῆς τε ἁπάσης καὶ θαλάσσης κύριον […]).
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Enrique Hernández Prieto y Rocío Martín Moreno
Los munera gladiatoria de Escipión en Carthago Nova, una fórmula de interacción con los pueblos hispanos
tégica78. Por otro lado, la brillante conquista de Carthago Nova había constituido uno
de los hitos más importantes de la guerra, siendo presentada en las fuentes, junto con
la victoria de Zama, como una de las mayores gestas personales de Escipión79. Además
de la importancia estratégica y material de su captura, esta ciudad había operado como
capital de los dominios púnicos hispanos, constituyendo su centro político80, así como
la sede familiar de los bárquidas en la Península81. Con estos antecedentes, la elección
de este lugar para celebrar los funerales de sus familiares reforzaría, aún más, el carácter
personal que Escipión deseaba conferir a sus campañas hispanas.
Aunque no contamos con ninguna referencia sobre en qué punto concreto de la ciudad
tuvieron lugar los munera escipiónicos, sabemos que en Roma, hasta la edificación de los
primeros anfiteatros, muchos años después, este tipo de juegos tenían lugar en el foro82.
En el caso de Carthago Nova, consideramos que lo más probable es que se desarrollaran
en la gran plaza interior en la que había tenido lugar la concentración y reparto de botín
tras su captura83. Este espacio, que había resultado lo suficientemente amplio para conte-
ner a buena parte de las fuerzas romanas, junto con los abundantes bienes y prisioneros
capturados84, habría sido el escenario óptimo para los combates gladiatorios, tanto por
su amplísimo aforo como por su enmarque urbano. A la espectacularidad y contenidos
simbólicos señalados, se les uniría la seguridad que sus muros ofrecían.
Finalmente, cabe plantearse las restantes actividades que los funerales habrían apare-
jado. En este sentido, nos llama la atención la referencia de Livio a los limitados recursos
de la provincia y del campamento85. Consideramos que, posiblemente, el escritor latino
se refiere sobre todo al aprovisionamiento de viandas para un banquete funerario en el
que habrían tomado parte los principales asistentes al evento86, incluidos los aliados
78
De hecho, antes de abandonar definitivamente Hispania, los cartagineses realizaron un último e infructuoso
intento por reconquistar esta ciudad (Liv. XXVIII, 36, 4-13).
79
E. Torregaray Pagola, La elaboración de…, pp. 67-70; Idem, «La influencia del...», p. 159, destaca la transcen-
dencia propagandística e ideológica que la captura de Cartagena tenía para el líder romano. A través de esta hazaña,
presentada por las fuentes como una acción sobrehumana, Escipión habría logrado equipararse con Aníbal, vinculándose
también él con la figura divina de Herakles. La autora señala también que la exaltación de esta victoria, más allá de una
mera comparatio Alexandrii, había propiciado la percepción de Escipión como conquistador de Occidente.
80
Posiblemente fue a esta ciudad adonde los embajadores romanos acudieron para establecer el Tratado del Ebro
con Asdrúbal. También en ella, Aníbal recibió a la comisión romana que le previno que se abstuviera de cruzar el Ebro y
atacar a los saguntinos (Plb. III, 15, 3-4).
81
En efecto, Asdrúbal se había hecho construir un palacio en una de las colinas de la ciudad, al modo de las
monarquías helenísticas (Plb. X, 10, 8).
82
Así, por ejemplo, en el Forum habían tenido lugar, en el 216 a. C., los munera en honor de Marco Emilio Lépido
(Liv. XXIII, 30, 15). La elección del Foro para la celebración de este tipo de espectáculos respondería tanto a cuestiones
de capacidad como de visibilidad para los espectadores (R. Auguet, op. cit., pp. 19-20; A. Futrell, Blood in the…, pp.
35-38). El mismo Vitrubio (De Arch. V, 1), recoge la costumbre heredada de los antepasados de celebrar los combates
gladiatorios en los foros, de forma que éstos debían tener forma oblonga, adecuada a las exigencias de los espectáculos.
83
Plb. X, 16, 1.
84
Según Plb. X, 18, 6, y Liv. XXVI, 47, 1, sólo el número de varones libres capturados se situaba ya en torno a los
diez mil.
85
Liv. XXVIII, 21, 10.
86
La costumbre de realizar repartos públicos de carne y organizar un banquete, tras la celebración de los combates
gladiatorios, aparece testimoniada en Liv. XXXIX, 46, 2; XLI, 28, 11.
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Conclusiones
87
R. Auguet, op. cit., pp. 24-25.
88
P. Plass, op. cit., pp. 39-40.
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89
R. Auguet, op. cit., pp. 13-24; A. Futrell, op. cit., pp. 30-31.
90
M. Bendala Galán, loc. cit., pp. 195-197.
91
Liv. XXVIII, 32, 7.
92
Liv. XXVIII, 38, 6 y 12.
93
Sobre el transcendente papel de esta familia romana en el escenario hispano, comparable con el que antaño habían
desempeñado los bárquidas: J. M. Roddaz, loc. cit., pp. 341-358.
94
Liv. XLIII, 2, 1-11. Se trataba de Publio Cornelio Escipión Nasica, hijo de Cneo Escipión y primo, por tanto,
del primer Africano. Había sido pretor de la Ulterior en el 194-193 a. C. (Liv. XXXIV, 43, 7; XXXV, 1, 3-12).
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