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Concepción filosófica de la educación y sus mediaciones culturales

en R. Ramírez

Dr. Santos Hernández Medina.

En este capítulo se aborda la Concepción filosófica de la educación y sus


mediaciones culturales en R. Ramírez. Se trabaja su visión humanista de la
educación, como formación humana, y su humanismo ético, dando prioridad
a los deberes y a los derechos del hombre. Conjuga la integración, como
unidad, entre lo individual y lo social del hombre. Reconoce la riqueza de la
subjetividad humana y se esfuerza por el ascenso espiritual del hombre, en
correspondencia con la filosofía del Maestro Ramírez Castañeda.

También se puede observar la importancia que otorgó el profesor Ramírez al


momento axiológico que debía poseer el docente, así como la imperiosa
necesidad de revisar la diversidad cultural que integra a la sociedad
mexicana, poniéndole mayor énfasis a la comunidad rural indígena.

De manera muy particular, se subraya en este capítulo, la enseñanza del


castellano como forma de liberación y conservación de la cultura, se
aprecia como prioridad romper con el yugo de la ignorancia. Por medio de
la educación, sembrar un nuevo pensamiento que les permita su
emancipación, para escalar a la tan anhelada libertad ideológica. Así como
otras especificidades de su filosofía educativa, en correspondencia con las
exigencias de la realidad mexicana de su tiempo histórico. Pero no se
queda ahí, ya que se trabaja de forma panorámica los desarrollos que han
tenido lugar en la filosofía de la educación, con el objetivo de notar cómo
mucho de estos contenidos ya están presentes en los discernimientos
filosófico- educativos del Maestro Ramírez Castañeda.

1. Educación, humanismo y praxis de un Maestro creador.


La educación como formación humana, en los momentos actuales, está
urgida de cambios. Hay que reformar el pensamiento en general y sus
paradigmas si se quiere revertir el pensar educativo y sus estrategias. Hay
que cambiar las estructuras existentes no sólo de pensamiento, sino en
plena conjunción con la práctica social, y sin perder el sentido cultural en
que toma cuerpo y se despliega como sistema complejo[1]. Precisamente lo
que otorga complejidad y sentido cultural a la filosofía de la educación del
Maestro Ramírez Castañeda es su pronunciada tendencia a vincular la
educación en general y la rural, en particular, a la vida, a la comunidad, a la
sociedad.

En los marcos de la formación humana y su desarrollo cultural, la educación


resulta imprescindible. Ella constituye el medio por excelencia a través del
cual se cultiva el hombre y se prepara para la vida y la sociedad.

“La educación, pensada desde la complejidad, es imposible sin una


aprehensión del hombre como sujeto complejo que piensa, siente, conoce,
valora, actúa y se comunica. Y para revelar la complejidad del hombre hay
que asumirlo con sentido cultural, es decir, en su actividad real y en la
praxis que lo integra a la cultura.”[2]

La educación está llamada a contribuir y hacer su aportación, consciente de


la complejidad de esta problemática y de que afecta a los distintos espacios
y niveles de la vida personal y social, tal como enfatiza el programa
filosófico educativo de Ramírez Castañeda.

En esta perspectiva, como consecuencia de los problemas planteados por


los conflictos entre dos o más culturas que coexisten en el mismo tejido
social, se está desarrollando con fuerza la educación intercultural, enfoque
que surge en la década de los setenta, con gran fuerza en México, pero ya
anunciado en la filosofía de la educación de Ramírez Castañeda y otros.

La educación en pleno siglo XXI está llamada a avanzar con creatividad en


esta perspectiva, contribuyendo así para que en el futuro pueda favorecer
un mundo plural, en el que todos se sientan ciudadanos y actores sociales.

En la actualidad, en el discurso educativo se hace especial referencia a la


importancia de considerar y dar respuesta a las necesidades derivadas de la
diversidad cultural. Sin embargo, el término diversidad cultural, es utilizado
con diferentes significados y desde diferentes perspectivas, además de que
adquiere sentidos distintos en los variados contextos y ámbitos de
aplicación.

Si se hace referencia a la diversidad cultural, ésta puede ser entendida


como una construcción social e históricamente determinada, por lo que para
realizar un acercamiento a su comprensión y a sus implicaciones en el
campo de la educación, se hace necesaria una revisión del contexto actual
en el cual se desarrollan los procesos sociales y culturales.
La Formación en valores mantiene un estrecho vínculo con la formación
humanista, porque permite que el individuo se apropie de los valores más
auténticos de su vida personal, consolidando los valores sociales, creándole
no sólo el conocimiento, sino que lo conllevan a la imperiosa necesidad de
aplicarlos con una dimensión humanista bien definida, con principios e
ideales que refleja la elevación de su propia filosofía y que puntualiza su
actuar en su vida personal.[3]

El formarse bajo un esquema estructural de la axiología hace que el


individuo adquiera un paradigma de la educación, respondiendo a éste de
una manera distinta a la persona que se forma bajo el esquema positivista,
dándole una concepción justa de la ciencia y la tecnología, percibiendo que
éstas pueden desarrollarse respetando la dimensión social y la configuración
armónica de la personalidad humana, manteniendo una estrecha relación
entre el desarrollo técnico acumulado y el desarrollo social, de tal manera
que se pueda lograr un equilibrio cultural en beneficio de la humanidad en
su conjunto.

Lo que produce una conjunción entre los aspectos cognitivos y afectivos del
proceso enseñanza aprendizaje, permitiendo una constante interacción
dialógica entre ambos. No debemos pasar por alto la máxima, de que la
tecnología debe estar al servicio del hombre y no el hombre depender de la
tecnología.

Una educación con carácter de formación humanista integral, reclama un


componente socio-humanista en la integración de los planes y programas
de estudio para adquirir un mayor compromiso social de los profesores y
educandos. Esto debe dejar claro que el proceso de formación del individuo
es pluridimensional y sistemático, donde se combinan todos los momentos
esenciales de la racionalidad humana.

Es necesario que el individuo se forme un esquema de aprendizaje, donde


predomine el creativo sobre el conocimiento meramente reproductivo, ya
que éste es pasivo y anti-reflexivo. En esta dirección, el Maestro Ramírez
Castañeda continúa siendo vigente y actual.

“Para lograr el conocimiento creativo – escribe - se requiere lógicamente


tener una motivación intrínseca que le permita actuar como el impulso
creador de sus actividades, es la fuerza generadora de un nuevo
pensamiento que lo identifica con el conocimiento de un sistema de valores,
que adquieren nuevos significados donde predomina la eficacia con
creatividad y responsabilidad, para conseguir los objetivos propuestos como
un valor para la acción humana.”[4]

Esta forma de comportamiento humano se caracteriza por las relaciones


entre los individuos y su responsabilidad en su entorno social.

La educación humanista busca que el individuo tenga criterio valorativo, que


interiorice primero un razonamiento lógico antes de emitir una opinión,
logrando con esto a tomar actitudes prepositivas que estén basadas en una
verdad, y siempre mantengan un sentido de humildad con la mentalidad de
poder aprender de los demás.

Trata de elevar el espíritu de justicia social y por ende su propia libertad y


su criterio, al asumir su responsabilidad con justicia, y al realizar sus actos
para con él y los demás, elevándolo como un pensador justo y de virtudes
apropiadas para con sus semejantes.

Aquí se destaca la dignidad del ser humano como valor supremo a alcanzar,
la autenticidad de sus actos, teniendo en cuenta que a través de ellos se
patentiza el respeto a las ideas de los semejantes, significando una relación
de comprensión y un crecimiento en el ámbito social e individual, para
propiciar el fomento del gusto y la sensibilidad por sus actividades,
alcanzando la satisfacción de su quehacer profesional y cotidiano con la
sencillez que da la sabiduría, de haber consumado las acciones con justicia
social y demostrando coherencia del pensar con el actuar.

Este orden de cosas reclama una atención prioritaria desde diferentes


ámbitos de intervención social.

“Fomentar el desarrollo humano y revertir la desigualdad y la exclusión


social dondequiera que éstas se presenten, al impulsar políticas y
programas nacionales que promuevan el desarrollo con equidad y justicia
social; y al coincidir en la necesidad de avanzar hacia una educación
integral, significativa y respetuosa de la diversidad lingüística, étnica,
cultural y de la equidad de género, que coadyuve al desarrollo humano.”[5]

La educación, como derecho fundamental del ser humano, es una condición


esencial para el desarrollo sostenible, así como para la paz y la estabilidad
de las relaciones en el interior de los países y en el contexto internacional.
En la medida en que la sociedad es una construcción dinámica, y que la
escuela es un agente de transformación social, una parte de la respuesta a
estas situaciones problemáticas puede y debe encontrar un soporte en el
sistema educativo. Además, afrontar los retos y responder a las
necesidades de los sistemas educativos, a menudo en situaciones de
inestabilidad y conflicto, requiere el desarrollo de programas de educación
basados en modalidades de trabajo que promuevan la paz, la compresión
mutua, la tolerancia y que prevengan la violencia y los conflictos. Si se
forma a los alumnos y a las alumnas de manera sistematizada e intencional
para fomentar una escala de valores sociales y actitudes coherentes,
basados en la formación autónoma de la personalidad y con estrecha
atención a las experiencias de las diferentes sociedades, se puede contribuir
a lograr una ciudadanía más consciente y más activa socialmente, más
adaptable y competitiva en un entorno social y económico cambiante, pero
también más solidaria y justa.

En este sentido, una educación de calidad que acompañe el desarrollo de


las personas desde temprana edad debe basarse en principios que
fundamenten una formación ética y cívica sólida como la búsqueda de la
convivencia armónica, la responsabilidad, la tolerancia, la justicia, la
igualdad, el respeto de los derechos humanos, el aprecio de la diversidad y
la conciencia de la solidaridad internacional.

La educación como formación humana, vinculada a los currículos a través


de distintas opciones de trabajo, es un medio para impulsar la relación
entre la escuela y su entorno, permitiendo de esta manera abrir más la
escuela a la vida e impregnarla de la realidad social. También facilita la
formación de ciudadanos adaptables a los cambios, comprometidos con una
vida en paz, con las responsabilidades inherentes a la pertenencia a una
comunidad, al desarrollo de la solidaridad en su entorno social y a la
preservación y construcción de su ambiente.

De esta manera, para favorecer el desarrollo de la población se requiere


cambiar, las hasta ahora tradicionales maneras de concebir las relaciones
existentes entre la educación, y formación humana y reconsiderar su
importancia. Se requiere también replantear las preocupaciones por el
acceso a los servicios educativos y la calidad de éstos incorporando en las
política y las decisiones los principios de equidad y pertinencia,
particularmente teniendo en cuenta las situaciones derivadas de las
condiciones de etnia, género, lengua, clase social y las formas múltiples que
adopta la diversidad cultural.

El término formación humana va cobrando cada vez mayor fuerza, empero,


no debe suponerse que se trata de una educación anclada solo en el
horizonte cultural. Por el contrario, el acervo y el patrimonio cultural y de
conocimientos universales están presentes a lo largo del proceso, pero son
vistos y entendidos desde la realidad y cotidianeidad del individuo.

Se trata más bien de mirar lo universal desde lo humano, mirar lo ajeno


desde lo propio y desde lo que uno es; desde la cosmovisión y desde lo
cotidiano y los saberes y conocimientos propios, en base a ello, estimular
una selección crítica de aquellos elementos y productos culturales ajenos
que pueden contribuir a enriquecer la visión propia y robustecerla para
permitir a los educandos y a sus familiares enfrentar el reto de la hora
actual.

Es indudable que el término educación adquiere diferentes connotaciones;


por consiguiente se hace referencia a una polisemia, entendida ésta como la
forma de darle diversos significados a un término o palabra, lo que significa
que nos enfrentamos con un caso muy particular y que hace alusión al tema
tratado en el presente trabajo, a un evento que tiene muchos significados:
el proceso educativo. Independientemente de la forma en la cual se conciba
este proceso, la misión y la filosofía estarán presentes. Sin embargo, es
importante considerar los usos y costumbres como referentes principales.

En México, la educación se encuentra consagrada en la Constitución Política


y es legislada por organismos gubernamentales que elaboran y operativizan
proyectos, evalúan, reformulan, etc.

En consecuencia, se emiten juicios que, sin lugar a dudas, conducen a la


toma de decisiones. Las instituciones educativas juegan un papel de suma
importancia en el proceso educativo propiamente dicho y tienen el
compromiso de prestar un servicio. Por lógica, tendría que hacerse
compatible lo constitucional e institucionalmente establecido con lo
socialmente requerido.

Si hablamos de usos y costumbres, nos enfrentamos a una realidad social


que, aunque no se sujeta dogmáticamente a lo reglamentado, si lo
considera como punto de referencia para legitimar el proceso que
verdaderamente se vive en toda una comunidad. Es por ello que la actividad
educativa vista y abordada como eminentemente social, se torna
demasiado compleja, esto es muy natural ya que la sociedad misma en su
estructura también lo es.

No podemos concebir a una sociedad homogénea, por consiguiente, no


podríamos hablar de prácticas sociales estandarizadas, pensarlo de esta
manera conduciría a los actores sociales a buscar formas de explicar la
realidad, de analizarla y de generar compromisos que conduzcan al
crecimiento de la sociedad misma.

Actualmente, existen en nuestra sociedad problemas de diferente índole –


violencia juvenil, drogadicción, desintegración familiar, falta de Interés por
el estudio, etc. –, lo que necesariamente obliga a que en forma conjunta se
generen acciones que ayuden a combatir estos males.

Puedo aseverar que lamentablemente hay quienes señalan a la escuela


como correctora de todos esos vicios e insuficiencias culturales, esto no
debería ser así, sin embargo se tiende a desacreditar a las instituciones
educativas y a minimizar la magnífica labor de maestros y maestras.

No se trata tampoco de que la reflexión se convierta en lamento, puesto


que ello conduciría a toda una serie de descalificaciones; más bien se deben
reconocer las necesidades para saber qué aspectos de orden social
necesitan abordarse como verdaderamente problemáticos.

La sociedad avanza y cambia vertiginosamente, los sujetos que vivimos en


ella nos desconcertamos ante los fenómenos que presenciamos y que jamás
los imaginamos, sin embargo aquí estamos, plantados en una realidad y
necesitados de generar discursos que, en primera instancia, nos ayuden a
ubicarnos como verdaderos sujetos sociales, no como objetos de la
sociedad.

En sí, todo el estado de cosas que estamos viviendo nos obliga a pensar
que cualquier actividad social que se ejerza debe hacerse bajo la modalidad
de la alternancia, ya que sólo así podemos contrastar lo que
institucionalmente se programa con lo que realmente se requiere.

Es por ello que educar o promover la educación resulta en verdad toda una
odisea; sin embargo, pensar en un mecanismo que favorezca al proceso
educativo no resulta tan difícil si lo hacemos con una visión de formación
humanista.
Surge la imperiosa necesidad de buscar alternativas que ayuden a producir
conocimientos, estos indudablemente deben tener la característica de
científicos, comprobado está que la visión racionalista y su método no es el
camino más adecuado para la producción científica, eso se debe a que deja
fuera el estudio de la conciencia en el proceso mismo de producción de
ciencia. La ciencia es posible por la existencia de la conciencia, si no
existiera la conciencia no se podría producir ciencia.

Desde la visión holística, la nueva ciencia construye nuevos conceptos para


estudiar las experiencias de los organismos con conciencia. Esto incluye, de
manera central, la experiencia espiritual humana. La nueva ciencia con
conciencia percibe el universo no como un conjunto de objetos, sino como
una comunidad de sujetos.

“El filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas habla acerca de cómo la


racionalidad instrumental impide al individuo tener una visión holística de la
realidad, en consecuencia se encuentra condicionado e impedido para
contar con dicha visión. En este sentido considera insuficiente interpretar a
la modernidad como un proceso de racionalización, cuando ésta última se
remite exclusivamente a la razón funcional y deja de lado todas las formas
de acción social-acción comunicativa.[6]

El término autenticidad, característica del individuo que puede llegar a


constituir un problema de importancia en nuestra sociedad, puede ser
dimensionado desde varios puntos de vista; sin embargo casi todos podrían
coincidir en considerarlo un factor que favorece al individualismo:

“La idea fundamental es que hay un ideal moral, un ideal al que todos
deberíamos aspirar, que consiste en que la sociedad debe no sólo permitir,
sino promover la realización de cada individuo, el despliegue de las
potencialidades de cada persona para que haga, pero sobre todo para que
sea, lo que verdaderamente desea hacer y quiere ser, de acuerdo con sus
convicciones, sus intereses, y en general de acuerdo con sus características
individuales.”[7]

El profesor Ramírez nos enseña a reflexionar sobre la visión que tenia de la


actividad que debía realizar el educador entendiendo la educación ;

“como generadora de cambio de actuar y pensar. Señalaba que el educador


tenía que ver a la comunidad como un todo, escogiendo el mayor número
de gentes hombres y mujeres de la mejor voluntad y de las más
progresistas capaces del pueblo, para poder rehacer con ellos el estudio de
la vida comunal, en los diversos aspectos, con la idea de enseñarles a
inventariar la vida del lugar y con la idea también de que la comunidad
llegue a tener, por ese medio un claro conocimiento de sí misma.”[8]

Esto lleva a reflexionar que primero tenía que preparar el terreno con abono
fértil de un trabajo colaborativo que permitiera que la semilla de la
honestidad, trabajo responsable, y conciencia democrática pudiera germinar
y permear las ideas por toda la parcela de la vida comunitaria, para ello
utilizaba un método muy sencillo que consistía en lo siguiente:

Realizaba una campaña ilustradora hecha en el seno de la escuela entre los


niños y adultos que asistían a la misma, y en él, seno de la comunidad
abarcando a todos los jóvenes de ambos sexos, de manera que no quede
hogar del vecindario que no sea enterado de las deficiencias o del bajo
estándar de la vida comunal y de lo que será preciso hacer para elevar esa
vida y enriquecerla poco a poco.

Dentro de la escuela, toca al maestro directamente hacer, esta campaña


ilustradora; pero dentro del vecindario, los resultados serán satisfactorios
cuando la campaña sea conducida por un grupo de los moradores más
caracterizados del lugar, por su trabajo colaborativo y gestión social.

Lo que me llama la atención es la forma de organización que utilizaban,


semejante al castrense. Los maestros eran los encargados de conducir los
pelotones de ataque y formular el plan de campaña que señale los puntos
estratégicos que deban conquistarse, así como las diversas acciones
guerreras que hayan de librarse.

Entrenando muy bien al respecto el ejército de ataque, se daba principio a


la campaña. Un pelotón se lanzará sobre el objetivo representado por la
salud de las gentes y salubridad del poblado; otro grupo sobre las
deficiencias del hogar y de la vida doméstica; el tercero sobre los escasos
rendimientos del trabajo y de las demás ocupaciones llamadas económicas,
representadas en el pueblo, y sobre las deficiencias con que esas
ocupaciones habituales se realizan; el cuarto, sobre las deficiencias de la
recreación y de la vida social de la comunidad, y el quinto sobre la pobreza
de las agencias educativas, con que cuenta la localidad.

Esto nos demuestra el gran esfuerzo que tenía que realizar el docente rural.
Ya que en él, recaía el peso de toda una organización, que no nada más
eran simples conceptos teóricos, sino una realidad en la que se encontraban
compenetrados. Tenían que hacer ver a las comunidades sus propias
realidades, pero con una característica, que los pobladores eran los propios
actores de ese cambio social.

A mi juicio, fue lo que logró que tuviera éxito. Lo difícil es crearles esa
necesidad de superación. Labor loable del pensamiento humanista del
profesor Ramírez.

En el estilo de trabajo se puede observar la profundidad de su pensamiento,


la gran preocupación que tenia sobre las necesidades reales de la gente, y
que no quedaba solo en discursos estériles y vacíos de contenido sino que
concretizaba en acciones su pensamiento, a través de reuniones sociales,
en que se exponían y discutían los asuntos, culminando con sugerencias
reales que mejorarían la vida, y algunas cosas más insinuantes y
penetradoras, constituyeron las normas de la táctica que se tenían que
emplear en esa cruzada ilustradora a favor de la creación de una conciencia
comunal.

Naturalmente cada uno de los cinco grupos a los que hacía referencia
debían estar conducidos por un jefe, mejor dicho por un líder:

“Indicaba que el maestro, tendría que organizarse de tal modo que realice
sus quehaceres áulicos y paralelamente pueda dar cabida dentro de ella a
los diversos grupos, con el objeto de que tenga periódicamente sus
reuniones ya sea aisladamente, o bien concentrándose para las sesiones de
conjunto, en la que hagan el balance de lo que han logrado y en las que
planee avances nuevos.

En este mismo orden de ideas buscaban crear una conciencia comunal,


poniendo en actividad a todos los moradores, para atacar y resolver esos
problemas o sea sociabilizar a los vecinos en actividades, cada grupo o
comité de los que van a trabajar por el mejoramiento de la vida rural,
podrán descomponerse en varias secciones, cuantas veces sean necesarias,
a fin de que cada sección correspondiera a un trabajo completamente
concreto y específico.

Para que los comités no se desalienten ni se desorganicen en la obra,


necesitan ser constantemente vigilados y estimulados, la supervisión y el
estimulo no deben venir del profesor, sino de un comité central que se
integrara con un representante, el más capacitado y experto, de cada uno
de de los diversos comités, escogidos dentro del seno de los mismos.

Al referirse a la educación de la comunidad establecía que el maestro solo


debía de aconsejar, mejor dicho el de educar al vecindario, para que sea
este mismo, no el maestro, el que resuelva sus problemas, porque si es el
maestro, el que piensa y trabaja, reservándose a los vecinos el simple papel
de ayudantes o colaboradores, la comunidad permanecería inadecuada, y
cuando se retire definitivamente el maestro del lugar, el poblado volverá a
adormecerse y a estancarse”[9]

Ramírez era un maestro de los maestros del campo. Promovía en ellos su


consagración como líderes de la comunidad, los hacía promotores del
progreso comunal, los transformaba en emisarios de la verdad
revolucionaria, pero les hacía sentir que el buen líder no utiliza jamás su
fuerza para su acomodo personal.

La práctica pedagógica, vista desde esta perspectiva, no permite la


comparación entre los sujetos ya que dicha comparación entorpece el
aprendizaje, fomenta el desinterés por el estudio y destruye la autoestima
del individuo. Si evitamos este tipo de acciones, entonces crearemos en
nuestros alumnos una cultura de ganadores-ganadores.

Aprender es un concepto que adquiere una connotación especial, difiere


mucho del concepto que se tiene en la educación mecanicista, desde la
educación como formación humanista aprender es un proceso, que implica
muchos niveles de la conciencia humana como el afectivo, físico, social y
espiritual, rebasando por completo lo puramente cognitivo y memorístico.

Aprender se convierte en proceso creativo y artístico; aprender a aprender


es el propósito de la educación para el siglo XXI. Esto pone de manifiesto
que el pensamiento del profesor Rafael Ramírez se adelantó a su momento
histórico, y sigue señalando horizontes.

2. La enseñanza del castellano como praxis de libertad y


conservación de la cultura.
México, a partir de su independencia, en 1825, se abocó a la construcción
del Estado nacional, reconociendo a todos sus ciudadanos iguales ante la
ley, principio adoptado de la Revolución Francesa. Paralelamente a este
principio se inició la construcción de una identidad nacional homogénea, sin
valorar que México, desde la época pre colonial, estaba poblado por una
diversidad de culturas, con procesos históricos de más de 5 mil años.

En la época prehispánica los centros educativos dedicados a preparar a los


dirigentes de sus sociedades, institucionalizaron la educación como proceso
permanente de su propio desarrollo; tal es el caso de la Medicina, la
Arquitectura, la Astronomía, la Historia, la Educación Militar, las
Matemáticas, etcétera, en cada grupo se generaba el etnocentrismo propio
que le permitía fortalecer su identidad en relación con y frente a otros
grupos étnicos; sin embargo la diversidad étnica y lingüística, más que una
dificultad, permitió a las sociedades precolombinas generar un modelo de
convivencia y de relación dentro de la pluralidad.

Apenas terminada la conquista de México por los españoles, se planteó la


necesidad de educar y evangelizar a la población indígena, por ello fueron
instalados dos colegios para indios nobles: El de Santa Cruz de Tlatelolco y
el de Tlalmanalco.

Desde esos momentos se definió la forma en que debía adoctrinarse y


educarse a los indígenas. Los frailes fundaron escuelas, se plantearon el uso
de los idiomas de los distintos grupos étnicos para el proceso educativo,
aprendieron las diversas lenguas, escribieron diccionarios y enseñaron a los
indios la religión católica.

Más tarde estas escuelas desaparecieron y fueron sustituidas por las


escuelas para doctrineros, o sea, para aquellos que tendrían que enseñar a
sus coterráneos los rudimentos de la doctrina cristiana.

Hubo también otro tipo de instituciones que, aunque no recibieron el


nombre de escuelas, se dedicaron a enseñar la religión católica, nuevos
oficios y técnicas agropecuarias de raigambre española, por ejemplo, en el
noroeste de México, los jesuitas fundaron misiones en las que congregaron
a los indios para enseñarles técnicas agrícolas y la crianza de ganado
recientemente traído de Europa.

Sin embargo, a medida que el sistema colonial se imponía y consolidaba


desde el punto de vista económico y político, y se aplicaba la política de
protección a vasallos especiales del rey de España, las escuelas para los
indígenas comunes y para los hijos de los nobles indígenas fueron
abandonadas por la presión de los criollos y de los inmigrantes españoles.
Durante el siglo XIX las comunidades indígenas acentuaron sus fracciones
de criollos y mestizos empeñados en controlar el poder, y a que los indios,
al perder la protección especial de que eran objeto en el período colonial,
encontraron su mejor defensa en mantenerse al margen, encerrados en sus
comunidades.

Fue hasta después de las dos intervenciones extranjeras más significativas


y de la restauración de la República, que se inicia la aplicación de una
política de corte liberal que persigue la consolidación de una nación y la
formación de una identidad nacional unificadora.

Entonces se asigna a la escuela la tarea de castellanizar y alfabetizar a


todos los indígenas; en nombre de la igualdad y de la fraternidad que
fundamentaban los principios liberales, se decreta que el español es la
lengua nacional.

En 1911 se expide el decreto que establece en toda la República las


escuelas de instrucción rudimentaria, cuyo objetivo era enseñar
principalmente a los individuos de raza indígena a hablar, leer y escribir en
castellano y a ejecutar las operaciones fundamentales más usuales de la
aritmética.

Francisco Larroyo en su libro: “Historia Comparada de la Educación en


México”, menciona a grandes rasgos que el primer personaje en la historia
de México con el que la pedagogía alcanzó un enfoque social fue Abraham
Castellanos quien en 1909 mencionó por primera vez que para formar la
patria, se debía empezar por la educación de las masas populares.

Para él, uno de los objetivos de la educación en nuestro país era la


educación integral de los “indios” por medio de la escuela rural. Castellanos
fue el primer intelectual mexicano que mencionó esta institución, pero es
importante recalcar que en ese tiempo para poder lograr los objetivos
resultaba necesaria una nueva educación, nuevos maestros y nuevos tipos
de escuelas. Lamentablemente murió demasiado pronto para poder ver
realizados sus propósitos, que más tarde algunos gobiernos revolucionarios
se encargarían de promover, por ejemplo el de Álvaro Obregón.

Durante el movimiento revolucionario, la primera obra educativa de


importancia que se llevó a cabo es la aparición de las escuelas
rudimentarias establecidas por el presidente Francisco León de la Barra el
1º de junio de 1911. La finalidad de dichas instituciones era el enseñar
principalmente a los individuos de raza indígena a hablar, escribir y leer en
castellano; así como a ejecutar las operaciones de cálculo más usuales.

Su duración era de dos cursos anuales; pero no era de carácter obligatorio.


Estos centros escolares aparecieron en los tiempos más agitados del
movimiento de Revolución, pero las circunstancias permitieron que poco a
poco fueran llamadas “Fábricas de Zapatistas”, (haciendo alusión al
movimiento revolucionario, gestado por el Gral. Emiliano zapata) Como
consecuencia de esto se crean las escuelas especiales para la educación de
los indígenas, que debería propagarse por las regiones densamente
pobladas por ellos, en las que se enseñaría la lengua castellana, para que
estén en condiciones de incorporarse en las escuelas rurales primarias.

Para los promotores de la modernización y el progreso, tanto las


comunidades mestizas como las campesinas, enfrentaban múltiples
problemas: enfermedades diversas, casas mal ventiladas y mal distribuidas,
convivencia cotidiana con cerdos, gallinas, vacas y otros animales; una
desmedida fe en santos e imágenes característicos del catolicismo popular
además de niveles muy preocupantes de alcoholismo.

Las comunidades indígenas presentaban un problema adicional, el


desconocimiento del español, lo que dificultaba la comunicación con ellos y
por lo tanto se acentuaba más su aislamiento.

Difícilmente podría llamarse sociedad a un conjunto de habitantes del


campo viviendo en el fanatismo, en la embriaguez, bajo el dominio de
curas; penosamente podría nombrarse comunidad a un grupo o
conglomerado de sujetos fanáticos; erróneamente podría llamarse cultura a
las prácticas derivadas de ideologías y creencias resultado de siglos de
opresión y explotación por parte de curas, caciques, hacendados, prefectos
políticos, caudillos y militares.

Las élites del populismo revolucionario estaban convencidas de la necesidad


de intervenir para crear Estado, sociedad y cultura, buscaban con esto
contrarrestar toda la problemática que presentaban estos grupos
vulnerables, para ello instituyeron la casa del estudiante indígena.

Para Gonzalo Aguirre Beltrán, el mayor éxito de la Casa del Estudiante


Indígena de la Ciudad de México, fue la demostración empírica de la
capacidad de los jóvenes indígenas para adquirir la cultura occidental.
Aquellos que pensaban que el indígena era incapaz de adaptarse al
progreso y a la civilización no podían más que aceptar su error.

Una vez probadas las mieles citadinas, esos potenciales líderes comunitarios
nunca regresaron a sus comunidades para difundir los conocimientos
adquiridos, objetivo principal de la CEI. Durante el periodo de sus estudios,
afirma la editorial de la revista escuela Rural, los jóvenes han perdido
contacto con la vida del campo, y al terminar su carrera sienten horror de
salir de las ciudades. Esos muchachos ya no saben andar más que en las
calles asfaltadas, y se sienten incapaces de prescindir, siquiera
transitoriamente del cine, del teatro y, en una palabra, de la vida citadina.

Otro lugar común de la época planteaba que la localidad rural típica se


constituía por una serie de individuos que vivían en la monotonía, en la
repetición y en el aislamiento. A juicio de Rafael Ramírez:

“Muchos indígenas y campesinos de México vivían en un medio oscuro,


triste y mezquino. Los habitantes de la Cañada de los Once Pueblos, por
ejemplo, eran esclavos del pasado y sufrían el acicate del diario
menester.”[10]

Uno de los retos de los maestros rurales de educación indígena era nada
menos que realizan una intensa labor social reuniendo a los habitantes de
las comunidades periódicamente en las que se comentaran los
acontecimientos sobresalientes de la vida nacional, en la que se
intercambiarían impresiones sobre los problemas y preocupaciones que
afectan de algún modo la vida del poblado. La escuela rural indígena ideal
debía contar, entre otros elementos, con una sala de regulares dimensiones
destinada a las reuniones sociales.

El principal objetivo de la educación indígena era castellanizar y enseñar a


vivir. Aquellos Individuos, cohabitando en localidades aisladas, con
costumbres atrasadas, producto de la opresión, tenían una vida
deprimente.

Los habitantes del campo no sabían cultivar adecuadamente la tierra y


habría que enseñarles a ser campesinos a las mujeres habría que
enseñarles a ser amas de casa.

Mientras que el maestro trataba cuestiones del trabajo, de la cosecha, del


tiempo, del dinero, a la maestra le correspondía llegar al corazón de la
mujer hablándole del matrimonio, del consuelo de tener hijos, criarlos y
educarlos, de las virtudes de un hogar alegre, risueño y tranquilo.

En este contexto, se refiere a la convivencia de los sujetos más allá del


ámbito familiar y más allá de la rutina del trabajo diario. Para la renovación
moral del pueblo mexicano era necesario crear espacios adecuados que
permitieran nuevas formas de sociabilidad el cambio cultural no surgiría ni
del seno familiar ni del ámbito laboral.

Rafael Ramírez afirmaba, “(…) que una de las bases fundamentales de la


educación rural era el conocimiento y el ejercicio de cuanto promueve la
recreación material y espiritual, esta debe proporcionar al hombre de
campo las técnicas y los conocimientos que el campesino necesita, así
como sus consecuencias sociales, recrear significaba volver a crearse, pero
no para repetirse, sino para transformarse. Por sí mismos, los habitantes
del campo no podrían salir del retraso; el cambio cultural tenía que ser
impulsado por líderes. El maestro rural fue concebido como un líder de su
comunidad.”[11]

El profesor Federico Reséndiz, en el año de 1929, impulsó la constitución


del Club de la Mujer Perfecta; educar, significaba desarrollar en las alumnas
un alto sentido de sencillez en las costumbres y en modo de conducirse en
la selección de materiales y objetos utilizados en el arreglo del hogar, en la
preparación de alimentos y en la confección del vestido.

La maestra rural jugaba un papel crucial en el cambio cultural. Ella, mejor


que el maestro, se encontraba en condiciones de influir en las mujeres
campesinas, para modificar su género de vida, sus hábitos, sus costumbres,
y aún sus gustos.

En los años veinte, la escuela rural y las casas del pueblo tuvieron la misión
de romper las barreras lingüísticas y culturales entre los indios y mestizos;
más tarde numerosas misiones culturales recorrieron el país enseñando
artes y oficios; sin embargo, como lo reconocería Rafael Ramírez, la práctica
de enviar maestros normalistas que solamente hablaban el español a las
comunidades indígenas, cuyas características más elementales les eran
desconocidas, pronto mostró la ineficiencia de las acciones emprendidas.

A pesar de ello, la idea de que la educación formal lograría romper con el


atraso de siglos y alcanzar la tan anhelada modernización del México
indígena, permeó durante tres décadas (de los veinte a los cuarenta).
Las experiencias de aquellos años dieron lugar a largas controversias y
condujeron a lo que llegó a llamarse el enfoque integral en el indigenismo
mexicano. Desde los años treinta un grupo de lingüistas, encabezados por
Mauricio Swadesch, había realizado experiencias en la zona purépecha (el
llamado Proyecto Tarasco) de las cuales se concluyó acerca de la necesidad
de impulsar la alfabetización y la educación formal de los niños indígenas en
la propia lengua materna, antes de pasar a la enseñanza del castellano.

El indigenismo como ideología nacional surge durante el período


revolucionario y cobra fuerza como política de Estado a partir de la
presidencia de Lázaro Cárdenas. Como corriente intelectual y práctica
política plantea el reconocimiento de que (sobre todo a principios del
período revolucionario) más o menos la mitad de la población del país
estaba constituida por miembros de diversos grupos indígenas, que
hablaban una lengua indígena de origen prehispánico y que se encontraban
económica y culturalmente marginados del resto de la población nacional.

La política indigenista planteó desde su inicio como meta nacional, integrar


a los indígenas a la nacionalidad mexicana. Entendido de esta manera, el
indigenismo se transformó en piedra de toque de la política nacionalista en
lo educativo y lo cultural. La escuela fue considerada como el principal
instrumento.
Para ello los gobiernos emanados de la revolución mexicana, establecieron
los centros de educación indígena siendo su principal promotor el profesor
Rafael Ramírez, quien estableció la filosofía de estos, teniendo como
finalidad principal; Romper con el yugo de la ignorancia y la opresión que
por siglos habían estados sujetos, buscaba por medio de la educación,
sembrar un nuevo pensamiento que les permitiera emanciparse para poder
escalar a la tan anhelada libertad ideológica y capacitar a los pobladores
indígenas para que se rehabilitaran en su propio esfuerzo, tomándolos en su
propio ambiente, respetando sus usos y costumbres, en el mismo medio en
que se desenvuelve su vida familiar y social, para poder integrarse con una
mejor calidad de vida en la sociedad mexicana.

La educación que se da en el propio ambiente, es más eficaz que la que se


imparte en ambiente extraño. Del primer modo, el trabajo educativo,
apoyándose en las experiencias que los indígenas recogen directamente del
mundo que los rodea, es capaz de dejarlos listos para su propia
rehabilitación económica, expresada esta es su mejor aprovechamiento de
los recursos naturales.
Esta capacitación se logra así con más naturalidad, con mayor eficacia y en
menor tiempo. Removidos los autóctonos lejos de su región y educados en
ambiente extraño quedarían, cuando regresaran a sus lugares de origen,
incapacitados para rehabilitarse económicamente y se sentirían, además,
desconcentrados de sus gentes y de sus comarcas.

Afirmaba Ramírez, que:


“Por medio de los centros de educación indígena, se intenta educar a los
indígenas en su propio ambiente social, apoyando la labor educativa en su
forma de vida familiar y en sus métodos de vida comunal, sin
desvincularlos de una ni de la otra. El punto de partida para el trabajo será
la vida misma de los autóctonos tomada en su conjunto, cualquiera que sea
el plano cultural en que se encuentre, y la mira será llevarlo paulatinamente
hacia planos de vida más satisfactorios.

Los indígenas tienen cualidades étnicas y costumbres de vida doméstica y


social preciosas que deben fomentarse y aprovecharse en la educación.
Educación que inicia de la propia experiencia de la gente y se funda en ella,
que en todo instante esta referida a la vida familiar y social ordinaria y se
conecta estrechamente con la diaria experiencia del grupo, tiene que dar
frutos valiosos.”[12]

Ramírez estaba consciente, que en los centros de Educación Indígena se


restituye al proceso educativo su primitivo carácter comunal. En los núcleos
sociales retrasados que carecen de escuela, las comunidades se constituyen
ellas mismas en entidades educadoras. Ellas inconscientemente enseñan y
adiestran a las generaciones jóvenes hasta integrárselas expertas y
capacitadas.

Por esta razón, aún cuando aparentemente los Centros de Educación


Indígena se dirijan a determinado sector de las comunidades, en realidad,
en forma deliberada, su acción abarcará a los núcleos enteros, hombres y
mujeres, adultos y niños, para educarlos en conjunto.

Los Centros de Educación Indígena no deben idearse como centros de


capacitación individual, sino como métodos de educación colectiva, porque
no deben ser los indios, como unidades sociales, los que interesen, sino los
grupos familiares, el rancho, la aldea y la comunidad los que han de
preocuparles.
El influjo educador que irradie de esos centros ha de caer directo sobre
aquellos grupos, para que en su turno asuman su función educadora. Al
efecto, los Centros de Educación Indígena han de ser centros de una acción
social vigorosa, capaz de promover en los caseríos el mejoramiento de la
vida en todos sus aspectos.

Ramírez continúa diciendo, “Los Centros de Educación Indígena han de


establecer especialmente en aquellos núcleos de indígenas que se
encuentran en planos culturales bajos, y cuyo atraso no sería posible
destruir por la sola influencia de la escuela rural, sino más bien deben
considerarse como una obra complementaria y fortalecedora, cuando
aquella institución exista.

Por eso, mientras la escuela rural debe seguirse extendiendo pareja por
todo el país, los Centros de Educación Indígena sólo se multiplicarán en las
regiones socialmente retrasadas.”[13]

Ramírez aseveraba que “los Centros de Educación Indígena adoptan en su


organización y en su trabajo formas menos convencionales de las que son
características de las escuelas ordinarias.”[14]

Las actividades naturales, tal como las presenta la vida, despojadas de todo
artificio, ejercen influencias formadoras más duraderas y más profundas.
Serán Centros de Educación y deliberadamente se denominan así para
despojarlos de la idea formal involucrada en la palabra escuela.

En estos Centros solamente se llevarán a cabo trabajos y obras de sentido y


significación social y en forma tal que la vida de ellos no se divorcie de la
vida comunal. La enseñanza será como en las Sociedades primitivas,
aprender haciendo, toda enseñanza impartida en esos centros será viva y
real.

Los alumnos, dirigidos por los maestros, harán los anexos necesarios de la
granja, cultivarán la tierra para sacar de ella el propio sustento; cuidarán de
los animales domésticos, y en resumen, nada de lo que se necesite para la
vida de esos Centros dejará de ser ideado, planeado y hecho por los
alumnos mismos. Esta vida de plena capacitación, desbordada a las
comunidades, las vivificará promoviendo su rehabilitación.

Los Centros de Educación Indígena se proyectarán directamente para los


adolescentes y mediante éstos para las comunidades indígenas inmediatas,
tomadas, como se ha hecho, por entero. Se dirigen a los adolescentes
primero, porque en la adolescencia es cuando se fijan de manera más
estable y duradera las formas y modos de vida que han de ser definitivos y,
segundo, porque se desea que los hogares que formen al término de su
educación se constituyan de acuerdo con las normas adquiridas, que
conducen a una vida rural satisfactoria. Los Centros de Educación Indígena
recibirán en su seno sólo a los adolescentes a condición de que sean
indígenas, aún cuando no tengan ninguna cultura elemental ni sepan hablar
el idioma castellano. La educación que recibirán en los Centros los
convertirá en líderes sociales, a fin de capacitarlos para que ellos eduquen a
su vez a las comunidades indígenas de la región.

Los Centros de Educación Indígena recibirán mujeres, adolescentes


también. Las mujeres, como vigilantes y transmisoras de la cultura,
necesitan educarse; de ellas depende, en gran parte, el progreso de las
comunidades indígenas.

Finalmente, refería Ramírez, como lo que se desea es modificar la vida de


los indígenas, llevándola a planos superiores, se ideará para el objeto de
un programa especial que, desde luego, no será un programa de escuela,
sino un programa de vida, de vida que ha de realizarse no en forma
artificiosa, sino en la forma natural con que la vida misma lo reclame.

Todos los Centros de Educación Indígena fundados hasta ahora y los que se
funden en lo sucesivo, están enclavados y lo estarán en el mero corazón de
las comarcas indígenas. Todos cuentan y deben contar con terrenos
suficientes para los trabajos agrícolas, con extensión no menor de cincuenta
hectáreas; con los animales de labor y domésticos que se han necesitado.

En estos Centros los alumnos podrán aprender: el idioma castellano, hasta


usarlo como medio de expresión y comunicación, así como costumbres y
hábitos satisfactorios y modos superiores de vida personal, doméstica y
social. Las ocupaciones y quehaceres domésticos necesarios para elevar y
dignificar la vida del hogar.

Los trabajos agrícolas, la crianza de animales domésticos y las industrias y


oficios rurales de la región, a fin de capacitarse para su rehabilitación
económica y social. Los juegos, deportes y las expresiones culturales
como: música, canto, danzas y bailes regionales, las artes populares de la
región. Y el uso de los instrumentos de cultura: leer, escribir, contar, en la
medida que sea necesario para transportar la vida a planos inmediatos
superiores.

Ramírez estaba convencido, de que se pudieran idearse otras instituciones


de carácter cada vez más elevado, con el fin de educar en forma redonda y
completa a la clase indígena; pero aseguraba que si se siguiera difundiendo
solamente la escuela rural y los Centros de Educación Indígena, el problema
de la educación de los indios se simplificaría bastante.

“Avanzar hacia la construcción de una oferta educativa pertinente para la


población indígena, requiere tener claro que la educación se constituye por
un conjunto de actividades mediante las cuales un grupo social asegura que
sus miembros adquieran la experiencia social e históricamente acumulada y
que las actividades educativas adoptan diferentes modos de organización
según el conocimiento cultural existente en cada sociedad, por lo que la
educación de cada miembro de una sociedad es producto de las acciones y
dinámica del grupo en que se encuentra inmerso, pudiéndose reconocer
distintos ámbitos en los que se aprende, reproduce y reconstruyen los
elementos de la cultura: la familia, las organizaciones sociales y políticas,
los medios de comunicación masiva y la escuela son algunos de ellos.”[15]

En este marco, ofrecer a las niñas y niños indígenas una educación


equitativa y pertinente, es decir una educación de calidad, exige, hoy más
que nunca, la puesta en común social de comunidades indígenas,
gobiernos federales y estatales, y actores del proceso educativo para definir
sus propósitos; seleccionar los aspectos culturales que han de ser
incorporados, así como las formas y medios a través de los cuales los
alumnos se apropien de dichos aspectos, transformar la estructura y
organización escolar y mejorar la selección y formación docente de las
profesoras y profesores.

En México los maestros indígenas se encuentran en una encrucijada, un


conflicto objetivo y subjetivo entre su lealtad étnica y la lealtad con un
sistema escolar que, aunque bilingüe, es identificado con el estado y la
sociedad nacional.

En los últimos 30 años han llegado a constituir un nuevo gremio que


desplazó a las viejas autoridades y que ocupa hoy por hoy la mayoría de los
puestos clave en las comunidades y regiones; cargos de alcaldes,
delegados, jueces, presidentes de ejidos, comités invierten su capital
cultural en un dominio relativo del español y de las prácticas sociopolíticas
de la sociedad mestiza para convertirse en intermediarios culturales
relativamente prósperos y poderosos.

Su existencia de intermediarios se refleja en sus concepciones del conflicto


lingüístico y de la función de la escuela en el proceso de cambio. En su
práctica pedagógica y en sus creencias saltan a la vista cuatro fenómenos:

1. La alta valoración del español como lengua escrita y codificada. Esta


valoración nos da una pauta para explicar por qué los maestros enfatizan
tanto la adquisición de la lecto-escritura desde el primer grado, cuando los
alumnos aun no dominan el español oral. De hecho intentan enseñar el
español a través de la escritura (Hamel 1988b).

2. La alta valoración de la norma estándar del español, tal como se refleja


en los libros de textos oficiales, y la consecuente tendencia a la
ultracorrección.

3. Su actitud contradictoria hacia la lengua indígena que goza de un


prestigio bajo y es considerada un “dialecto” carente de gramática y
escritura (cf. Muñoz 1987). Por un lado, participan del discurso indigenista
que resalta el valor de la cultura y lengua autóctona. Por el otro, su misión
civilizadora, estrechamente ligada al español, los impulsa a combatir la
lengua indígena en los ámbitos que controlan, esto es, la escuela y el
aparato político-administrativo.

4. La gran mayoría de los profesores tiene un dominio exclusivamente oral


de la lengua indígena; prácticamente no sabe leerla ni menos escribirla.

Por otro lado, el arraigo de los maestros en su comunidad ha ayudado


significativamente al buen funcionamiento del sistema escolar. En algunos
casos, son ciudadanos de las mismas comunidades en que enseñan; y todos
son indígenas bilingües de la región.

En un estudio comparativo entre tres comunidades (Hamel 1994) constató


con una serie de pruebas que los alumnos presentan una rendimiento
significativamente en aquellas dos comunidades donde un número
importante de los maestros y el director son ciudadanos de la misma
comunidad. En la tercera comunidad de la muestra con los resultados más
bajos, ninguno de los maestros vivía en el mismo pueblo.
Debido al alto prestigio que goza la educación entre los niños y niñas, las
comunidades ejercen un control estricto del funcionamiento, por lo menos
formal de las escuelas.

La doble adscripción de los maestros como docentes y ciudadanos abre


perspectivas aún no explotadas para relacionar los conocimientos étnicos y
comunitarios a los contenidos y la práctica docente en un proyecto
transformado de educación indígena. Para remontar actitudes y prácticas
asimilacionistas de los profesores en la perspectiva de un nuevo proyecto
educativo, será necesario que los maestros se reincorporen de un modo
diferente a sus comunidades.

Además, se requiere de un conjunto de medidas pedagógicas y lingüísticas:


la formación y autoformación de los docentes como investigadores de su
comunidad y escuela; el aprendizaje y desarrollo de nuevas prácticas y
técnicas pedagógicas; el fortalecimiento de su dominio de la lengua
indígena en sus cuatro habilidades, especialmente la lectura y escritura; su
entrenamiento para la enseñanza de las materias básicas en lengua
indígena y del Español como segunda lengua.

Nuevos planteamientos para diseñar la educación intercultural vienen por


parte de la propia población indígena. No se trata únicamente de alfabetizar
en lenguas indígenas, se quiere concertar una educación reflexiva de sus
propias condiciones sociales, naturales, culturales. Si bien se sigue un plan
educativo nacional, se quiere construir una educación para y por los
indígenas.

El sector magisterial en las zonas indígenas no se siente identificado con las


demandas de la enseñanza bilingüe. La escuela se concibe como el ámbito
de lo no indio y se identifica con el espacio donde se construye la identidad
nacional. Si bien, los y las maestras aceptan la trascendencia del rescate de
la cultura indígena, la mayor parte no se identifica con las demandas
educativas en la recuperación y fortalecimiento de la lengua y cultura
indígenas, pero más aún, no se sienten identificadas con su propia lengua
materna ni con los valores de sus tradiciones.

Al contrario, ellos valoran más el castellano, ya que es la lengua con el


mayor estatus y prestigio, y reproducen las tradiciones del mundo urbano al
interior de su casa y de sus actividades extraescolares. No ven en sí, las
ventajas de una enseñanza que nació para ser denigrada y desvalorada,
aunque acepten que la lengua indígena tenga la función identificativa y
cohesionante en algunas comunidades.

Los maestros fueron educados fuera de su ámbito cultural, en urbes


cercanas o lejanas a la región, pero la constante fue su lucha por ser
aceptados en las sociedades urbanas donde imperan los valores de una
mezcla de cultura popular que parte proviene de la cultura nacional y la
cultura de consumo norteamericana y parte de las culturas indígenas.

Inclusive, el significado del bilingüismo y del uso de la lengua indígena no


tiene los mismos significados para el conjunto de maestros, por tanto
podemos decir que en general, la educación bilingüe no está apropiada por
la mayoría de ellos. Algunos maestros inclusive piensan que el uso de la
lengua indígena en la escuela puede tener efectos negativos en el futuro
escolar y social de los niños, pues piensan que esto retrasaría el dominio del
castellano y pondría en peligro su continuidad en la escuela.

Muchos maestros de escuelas indígenas hablan una lengua distinta o una


variante distante de la que se habla en la comunidad donde trabajan.
Muchos otros, incluso siendo hablantes de la lengua de la comunidad, no la
utilizan en la escuela.

En la inmensa mayoría de los casos, y a pesar de que las disposiciones de


la educación intercultural bilingüe dicen lo contrario, la lengua indígena se
utiliza con fines instrumentales, para facilitar el acceso al español, y se deja
de usar una vez que éste se adquiere de manera suficiente como para
continuar el proceso educativo.

Es necesario reconocer la calidad de la educación destinada a las


poblaciones indígenas como un problema serio. La política educativa
diferencial para indígenas ha fracasado en su capacidad de llevar educación
de calidad y con cobertura suficiente a esta población.

Se requiere de diversos procesos de apropiación de las políticas educativas,


de la necesidad de abordar los contenidos educativos desde la perspectiva
de las poblaciones indígenas; de las dificultades que representa para los
niños indígenas, el enfrentarse a una metodología escolar tradicional que
poco tiene que ver con sus formas culturales de aprender; de la
emergencia de múltiples proyectos innovadores que surgen localmente,
ante la necesidad de desarrollar programas más significativos, relevantes y
de calidad.
Un número importante de indígenas están siendo atendidos educativamente
por escuelas regulares. Esto ocurre en todos los niveles educativos,
inclusive en los de preescolar y primaria en los que sí existe un subsistema
educativo diferente para población indígena.

El sistema educativo regular no atiende a los indígenas en tanto tales, ni es


consciente ni sensible de su diversidad lingüística y cultural. A menudo, la
escuela es sitio de reproducción de actitudes discriminatorias y racistas. Es
necesario que los directivos y docentes de escuelas regulares de todos los
niveles educativos estén capacitados y cuenten con los instrumentos
necesarios para poder reconocer la multiculturalidad como una ventaja
pedagógica, así como para poder establecer espacios en los que se vivan
relaciones interculturales basadas en el respeto y conducentes a la
valoración de la diversidad.

“Las lenguas indígenas se encuentran, en su gran mayoría, en proceso de


desplazamiento, como consecuencia de muchos factores dentro de los
cuales la escuela no es la excepción. Los maestros indígenas no saben
escribir su lengua y por lo mismo no la enseñan en forma escrita. Por lo que
se busca realizar cambios profundos en la formación docente de maestros
indígenas.

La incorporación de contenidos étnicos al programa nacional de educación


difícilmente puede realizarse sin la participación de los grupos indígenas.
Su desarrollo exige un intenso proceso de consulta, que está en marcha,
con los pueblos, quienes deben definir, qué es lo de su cultura que quieren
hacer extensivo al resto de la población.”[16]

Ninguna reforma educativa se encuentra completa si no incluye al


magisterio, su formación y su actualización permanente. En el caso de los
maestros indígenas, el reto es especialmente difícil debido a que no existe
una formación inicial para ellos. Los maestros indígenas son reclutados con
el bachillerato concluido.

Recientemente se estableció la obligación, una vez en servicio, de cursar la


licenciatura semiescolarizada en educación indígena que ofrece la
Universidad Pedagógica Nacional. Esta licenciatura es nacional y no
incorpora el conocimiento de la lengua y la cultura propia.

Por tanto, se hace necesario establecer un programa de formación inicial de


docentes indígenas. Este se encuentra en desarrollo, y consiste en diseñar
una especialidad, que se cursa junto con la licenciatura en educación
preescolar o primaria, en educación intercultural bilingüe. El conocimiento
de la lengua y de la cultura propia, junto con la didáctica de la enseñanza
de la lengua propia, el enfoque intercultural, y la enseñanza del español
como segunda lengua, entre otras cosas, constituyen los contenidos propios
de esta especialidad.

El curriculum de formación inicial de maestros también está siendo


reformado, con enfoque intercultural, incorporando transversalmente esta
temática.

La actualización docente, tanto de maestros indígenas para que puedan


enfrentar la enseñanza bilingüe e intercultural, como de maestros no
indígenas para que puedan abordar la educación intercultural para todos, es
indispensable si se quiere modificar lo que hoy en día está ocurriendo en las
aulas. Además de los programas propios de formación y actualización
docente en materia de educación para la diversidad y del enfoque
intercultural en la educación, los sistemas nacionales de actualización están
siendo aprovechados para incluir en ellos programas, cursos y talleres
orientados a estos objetivos.

El fortalecimiento de las lenguas indígenas, vehículos idóneos para la plena


expresión de su cultura, requiere por tanto de importantes desarrollos y
profundas innovaciones.

México tiene quince años de educación básica obligatoria, sin embargo, la


modalidad indígena de educación termina con la primaria. Si bien es
dudosa la conveniencia de prolongar el subsistema hasta la secundaria, lo
que sí parece cierto es que los objetivos de bilingüismo y de conocimiento y
valoración de la cultura propia son propósitos de toda la educación básica y
deberían seguir desarrollándose de manera intencionada en la secundaria.
Ello conduce a desarrollar variantes de la educación secundaria regular que
admitan y promuevan la educación bilingüe en secundarias que operan en
regiones indígenas.

Uno de los retos más importantes a todos los niveles, pero de manera
particular en la educación básica, se refiere a la educación intercultural para
toda la población. Se trata de la necesidad de una reforma curricular que
conduzca a un plan y programa de estudios que transversalmente recoja la
riqueza de la diversidad cultural del país.
El propósito es que todos los alumnos del país conozcan algunos aportes de
los conocimientos, valores, producción artística y cosmovisión de los 62
pueblos indígenas que viven en nuestro país, que descubran la riqueza
cultural del país en el que viven y, como consecuencia de ello, aprendan a
respetar y a valorar a los culturalmente diferentes. El currículum
intercultural para todos debe permitir desmontar actitudes discriminatorias
y racistas en toda la población nacional.

La educación indigenista prevé también triplicar la matrícula de estudiantes


indígenas en educación superior. Nuevamente, una estrategia importante
para contribuir al logro de esta meta es la del establecimiento de
universidades en zonas indígenas.

Se encuentra en desarrollo un modelo de universidades interculturales que


desarrolla los siguientes principios: La orientación intercultural (de apertura
a la diversidad y de diálogo de la cultura indígena con la cultura universal)
de vocación regional. El diseño de cada universidad responde tanto a la
problemática como a las potencialidades de desarrollo de la región en
cuestión, cuya misión es la formación de intelectuales y profesionales
comprometidos con el desarrollo de sus pueblos y sus regiones. Que con el
tiempo desarrolle proyectos de investigación y de formación en las áreas de
humanidades, sociales, ecológica y productiva, que tengan un espíritu de
vinculación y servicio a la comunidad de la que forman parte.

Hay también un trabajo importante que hacer en las universidades


nacionales para lograr convertirlas en espacios verdaderamente
interculturales y activamente promotores de nuestra diversidad.
Actualmente en el Estado de Tabasco, existen dos Universidades
Interculturales, ubicadas en las zonas de mayor población indígena del
Estado.

La educación intercultural para todos implica también trabajar con la


población en general, y no solamente con aquella porción que se encuentra
en la escuela. Ello implica producir materiales relativos de nuestra
diversidad y nuestra riqueza de manera mucho más intensa de lo que se ha
hecho hasta ahora, y comenzar a lograr a través de los medios masivos de
comunicación una presencia mucho mayor de nuestras poblaciones
originarias en sus múltiples expresiones.
Todo lo que se ha señalado supone innovaciones, pues corresponde a
virajes importantes en nuestra concepción de la nación y en nuestra política
educativa, existen innumerables dificultades para ir logrando avances
importantes. Entre las más importantes se encuentra el racismo incrustado
en la legislación, así como en la normatividad y en las estructuras mismas
de las instituciones.

Por otra parte, si bien es cierto que la presencia indígena ha aumentado de


manera considerable en la sociedad nacional, todavía en gran parte las
características específicas de los servicios que reciben, el estado de vigencia
de los derechos humanos en estas comunidades, y en general sus
condiciones generales de vida en pobreza, resultan invisibles a la población
nacional que inadvertidamente es ignorante de lo que ocurre con sectores
importantes de la población del país.

También es necesario reconocer que arrastramos un esquema de


financiamiento que tradicionalmente ha discriminado a las poblaciones
indígenas, y que resulta complicado comenzar a revertir. El gasto en
educación para estas poblaciones siempre ha sido inferior al que reciben
otros sectores poblacionales.

Intentar comenzar a compensar esta injusticia supone restar importancia


financiera a otras áreas de desarrollo educativo, que obviamente imponen
resistencia a los intentos de transformación de los esquemas establecidos.

Hay, sin embargo, razones para mantener el optimismo respecto a la


posibilidad, si bien a la necesaria lentitud, de cambios importantes. La
presencia indígena, como ya indicamos, sigue creciendo en el país. Ello
aumenta la conciencia de la población en general tanto sobre la
problemática que enfrentan estas poblaciones como de su valor y riqueza.
Y entre los grupos indígenas, aumenta su autovaloración y fortalece su
identidad.

Los pueblos indígenas, por su parte, responden con entusiasmo y apertura


estas propuestas y participan activamente en su desarrollo cuando se les
abre la posibilidad de hacerlo. Los maestros no indígenas, en general,
responden con emoción a los planteamientos de la educación intercultural
para todos, como si se tratara de una propuesta que estuvieran esperando
desde hace tiempo.
“Se requiere un cambio profundamente cultural. Se trata de un viraje
histórico, de una voluntad de construcción de un país donde la
interculturalidad, es decir, la relación de respeto y valoración entre culturas
distintas, sea un ingrediente fundamental de su proyecto democrático. Por
lo mismo se trata de iniciar procesos que sólo a lo largo de muchos años
irán consolidándose. Lo importante no son los logros espectaculares, sino
las transformaciones profundas.”[17]

La lucha por la construcción de la patria, considerada como un solo


territorio, con una historia, una lengua, un proyecto rector siempre atentó
contra los pueblos indígenas. Exterminio y sometimiento, asimilación
forzada o mestizajes voluntarios se combinan con momentos donde el
impulso y la conciencia autónomos marcan el desarrollo de los pueblos.
¿Cómo conciliar lo regional y lo nacional? ¿Cómo integrar una nación donde
quepan todos?.

El ámbito de la educación es un microcosmos donde se ve el catalizador de


conflictos que abarcan entornos muchos más amplios que las aulas. Los
más recientes proyectos de interculturalidad vemos la intención de regular
la convivencia con los indios mexicanos: se debe convertirlos, civilizarlos,
incluirlos, educarlos mediante procedimientos que los igualen como
miembros de una sociedad activa, donde plasmen su cultura, sin que el
Estado pierda jamás su papel tutelar.

En educación o en cualquier otra esfera. Nunca se cumplirá la democracia


mientras no se tomen en cuenta las relaciones que desean establecer los
indígenas con el resto de la nación. El problema nos atañe a todos, pues no
sólo se trata del reconocimiento y el respeto del otro y sus lenguas, sino de
la articulación, en todos, de la dicotomía que atraviesa nuestra historia y no
acaba de diluirse ni acierta a negociarse, es necesario estructurar un frente
común para rescatar de forma definitiva a los verdaderos ancestros de
nuestra cultura mexicana.

Referencias:
[1] Ver de Pupo, R. Educación y pensamiento complejo. En El ensayo como
búsqueda y creación. Hacia una aprehensión compleja. Universidad Popular
de la Chontalpa, Tabasco, México, 2007, p. 44

[2] “Ciertamente no se trata de estudiar la complejidad por curiosidad


intelectual, sino de explorar sus planteamientos para ver hasta qué punto
se podría aplicar para iluminar la misión de la educación y de los
educadores.
“Los siete saberes necesarios para la educación del futuro” se constituye en
su última obra, con la que Edgard Morín cierra el ciclo pedagógico que había
iniciado en 1999 con dos libros, “La mente bien ordenada” y “Relacionar los
conocimientos: el desafío del siglo XXI”, trilogía que refleja las bases de su
pensamiento sobre educación. En ellos plantea que mientras nuestros
conocimientos, son cada vez más especializados y fragmentados, los
problemas a los que debemos enfrentarnos, son cada vez más complejos y
globales. Esto hace que el presente y un futuro viable se nos escape cada
vez más de nuestras manos. Según Morín, a este desajuste contribuye el
sistema educativo con sus divisiones en Ciencias y Humanidades, con sus
departamentos cerrados y sus disciplinas aisladas, con sus métodos que,
desde la Primaria, tienden a aislar a los objetos de su entorno. Si queremos
reformar la educación hemos de pasar por una reforma del pensamiento.
Hoy se hace necesario pensar la educación en término de durabilidad, es
decir, en una educación que nos pueda hacer pensar, o soñar, en un futuro
sostenible” para nuestros hijos, nuestros nietos y los hijos de nuestros
nietos”. Son siete principios claves- refiere a la obra de Morín- cuya
intención es suscitar debate y cultivar una postura propia y reflexiva sobre
este problema que se considera vital” (Ibídem, p. 45).

[3] Sobre esto ver: Ramírez, Rafael. La enseñanza del civismo. Edit.
Talleres gráficos de la nación. México, 1950.

[4] Ramírez, Rafael. La enseñanza del civismo. Edit. talleres gráficos de la


nación. México, 1950.

[5] Ramírez, Rafael. Formación y capacidad de los maestros para hacer


eficaz la acción de la escuela en los pueblos indígenas. Edit. Caballito.
México, 1935.

[6] Yuren, 1995, p 61.

[7] Olive, 1998, p.8.

[8] Ramírez, Rafael. La educación normal y la formación de los maestros


rurales, que México necesita. Edit. Caballito. México, 1954.
[9] Ramírez, Rafael. Organización y administración de las escuelas rurales.
Edit. Caballito. México, 1947, p. 57.

[10] Ramírez, Rafael. La comunidad natural y autentica institución


educadora de sí misma. edit. secretaria de educación. México, 1940.

[11] Ramírez, Rafael. Curso de educación rural. Edit. Caballito. México,


1945, p. 58.

[12] Ramírez, Rafael. Formación y capacidad de los maestros rurales para


hacer eficaz la acción de la escuela en los pueblos indígenas. Edit.
secretaria de educación. Mexico, 1935.

[13] Ramírez, Rafael. Formación y capacidad de los maestros rurales para


hacer eficaz la acción de la escuela en los pueblos indígenas. edit.
Secretaria de educación. México, 1935.

[14] Ramírez, Rafael. Como dar a México un idioma. Edit. Caballito. México,
1928.

[15] Ramírez, Rafael. Como dar a todo México un idioma. Edit. Caballito.
México, 1928.

[16] Ramírez, Rafael. Formación y capacidad de los maestros rurales, para


hacer eficaz la acción de la escuela en los pueblos indígenas. Edit. Talleres
gráficos de la nación. México, 1935.

[17] Ramírez, Rafael. Como dar a todo México un idioma. Edit. Caballito.
México, 1928.

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