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vrÉroDos y rÉcNrcAS cuALrrATrvAS

DE, INVESTTGIcTÓx EN CIENCIAS SoCIALES

EDITORES..

JUAN MANUEL DELGADO


JUAN cuuÉnREZ
CAPÍTULO 13

INVESTIGACIÓN E INTERVENCIÓN EN GRUPOS FAMILIARES.


UNA PERSPECTIVA CONSTRUCTIVISTA

Marcelo Pakman

13.1. Investigación, intervención y objetividad

parte de su labor profesional


eue un psiquiatra y terapeuta familiar, que dedica la mayor
a la atención y supervisión clínicas, sea invitado a contribuir para una colección
de artículos
de-
sobre..metodologías de investigación cualitativa", hubiera sido impensable hasta no hace
masiado tiempo. Este hecho pareciera hablar, en sí mismo, de un cambio en la epistemología
más tradicional de las práctióas en la esfera social, según la cual el mundo académico de
la
investigación debía estar claramente diferenciado del campo práctico de las aplicaciones.
las anteriores,
eue el autor pueda iniciar esta intervención con consideraciones como
y
desafía al también tradicional mandato de la "objetividad", que ordena eliminar al sujeto
sus circunstancias y reemplazarlo personal por lo impersonal (Foerster, l99l).
Es en dicho
la
mandato donde se iundamenta la distinción entre ciencias básicas y aplicadas, que está en
"aplicación" im-
base de la separación entre investigación e intervención. La mera noción de
plica, en dicho marco epistemológico, un nivel de participación que altera la"pureza" de la
posición objetiva.
El ..principio de objetividad" es uno de los pilares de la epistemología tradicional, y lo
.,tradicional" implica aquí aquello que tendemos a considerar "natural", con lo cual se toma
accio-
ideológico, al no ,", *á, objeto de reflexión, sino fundamento indiscutido de nuestro
nar. Según dicho "principio';, el investigador opera como si no fuera participante de
aquello
qu" p."t"rrde entender, describir y "descubrh" en su racionalidad oculta, en su latencia sub-
yu."nt",
-ción en su "realidad" más allá de lo aparente (véanse los capítulosTeoría de la observa-
y De los movimientos sociales a las metodologías participativas). Esta posición del in-
que, hasta
vestigado, se hizo extensiva al terapeuta, un clásico ejemplo de interventor social
cierto punto, recorría un camino común con el investigador. A lo largo de ese camino, tenía
acceso a:
360 Parte II: Las técnicas y las prácticas de investigac'ión

l. Recoger información acerca de los "hechos" que configuraban el "problema".


2. Hacer hipótesis acerca del proceso causal que llevó a la generación de ese problema.

A pesar de recorrer ese camino común, el terapeuta debía luego intervenir de modo tal
que el problema pudiera ser solucionado de un modo coherente con la comprensión de la
información y las hipótesis previas.
Desligado de este último paso (la intervención), el investigador podía, supuestamente,
mantener su posición de observador "objetivo" no participante de un modo casi ideal, si bien
debía siempre rendir cuenta de los procedimientos que había seguido, durante el proceso de
"recoger datos" y "hacer hipótesis", para garantizar la"prfreza" de esa posición. Ei terapeuta,
viciado por el pecado original de ser un actor social comprometido a responder a demandas
de sus "clientes", trató con frecuencia de emular al investigador en su aspiración por acceder
a esa posición de "objetividad", que por tanto tiempo fuera la garantía del rigor cientifíco. A
pesar de ese intento de emulación, el mundo de la "investigación académica" ha solido mirar
con desconftanza a ese fiel seguidor (en sus intenciones) de los supuestos teóricos objetivistas
que llegaba, sin embargo, al laboratorio, manchado con el barro, la sangre y el fuego de la
trinchera clínica. La investigación pertenecía al mundo académico, mas objetivo e impersonal
de las ciencias básicas; la intervención, pese a las aspiraciones objetivistas, al campo én"*u-
do, mas subjetivo y personal, de la práctica social.
La terapia familia¡ que empezara como una práctica marginal con respecto a las co-
rrientes mas dominantes en la psiquiatría y psicoterapia estad-ounidense de los años cin-
cuenta, si bien tuvo desde siempre una posición mas pragmática y menos restringida por
presupuestos teóricos en cuanto al grado de actividad e intromisión esperable en lás inier-
venciones terapéuticas, compartió y, en algunas de sus corrientes, aún cbmparte, lo descrito
anteriormente acerca de la epistemología tradicional de la práctica social. Sin embargo, a
partir de los comienzos de los años ochenta, los aires postmodemos que comenzaron a in-
vadir las ciencias sociales llegaron a las playas de la terapia familiar dónde, profundamente
influida por el constructivismo y, posteriormente, por el constructivismo social, se comen-
zaron a desarrollar prácticas que encaman una concepción diferente de lo que significa in-
vestigar e intervenir en grupos familiares.

l3.2.Participación, reflexión y epistemología de la praxis

Desde esta nueva perspectiva el terapeuta se vuelve un ejemplo de lo que Donald


Schon (1983), en un intento de generar un lenguaje mas adecuádo para la desiripción de
una nueva epistemología de la práctica en la esfera social, ha llamadó un practicaite refle-
xivo-Para dicho practicante, tanto sus procesos de investigación como sus intervencionei
se
dan siempre en tanto participante en interacción.
Investigar no es concebido entonces como una recolección de información acerca de un
sistema familiar al que el terapeuta observa desde una posición idealmente distante,
como si
así pudiera lograr entender una dinámica de interacciones "en la familia" que precede
y ex-
cede a su propia intervención. Intervenir no es tampoco un acto independiénte
de la investi-
gación, basada en información obtenida con anterioridad acerca de una
dinámica subyacente
organizada en términos causales. Desde la perspectiva de un participante en
interacción per-
Capítulo I3 : Investigación e inten¡ención en grupos familiares: una perspectiva constructivista 361

rnanente, que reflexiona como parte de su práctica interactiva, investigación e intervención


se alimentan mutua y circularmente y se vuelven dos modos posibles de describir la interac-
ción como totalidad.
Desde las Leyes de la Forma de Spencer Brown (1969), entendemos que el acto episté-
mico mínimo consiste en "generar una distinción", una noción cercana a la definición de
Gregory Bateson de información como toda "diferencia que hace una diferencia" (G.
Bateson, 1912). La información no se recoge sino que se genera como una nueva distinción
como resultado de una interacción que es, en si misma, intervención- Intervenir es la condi-
ción de investigar. Al mismo tiempo, esa nueva distinción, esa generación de información
que es la materia misma de la investigación es de por si una intervención, en tanto generará
restricciones y aperturas para la historia futura de interacciones en el seno de ese sistema, es
decir, que generará, o será, parte de una tradición.Investigar es un acto de intervenció'-t".r-
La noción de practicante reflexivo está ligada a la postulación de un tipo especial de co-
nocimiento involucrado en su quehacer, al que Donald Schon (1983) ha llamado "conoci-
miento en acción". John Shotter, por su parte, concibe un concepto semejante cuando habla
de un "conocimiento del tercer tipo", al que distingue tanto del "conocimiento acerca de al-
go" (knowing what o knowing about) involucrado en el acopio de información sobre un te-
ma, como del "conocer cómo" (know how) involucrado en la adquisición de técnicas. Este
otro tipo de conocimiento es un "conocer desde" (knowing from), al que tenemos acceso só-
lo cuando estamos en el contexto de ejercitar el tipo específico de práctica en el que hemos
desarrollado cierta experiencia o condición de expertos (J. Shotter, 1993).
Es así como resulta que tenemos acceso a nuestro "saber conducir un auto" en su pleni-
tud y sutileza sólo cuando estamos en la situación de conducir, la cual incluye el auto, el
tráfico, el camino, etc. Así también, sólo "sabemos bailar un tango" cuando estamos en el
contexto de bailarlo, que incluye a la compañeray ala música, amén de la participación en
el ethos de la tradición, encamado en la plástica misma del movimiento.
La noción de conocimiento en acción cuestiona, por cierto, la tradición epistemológica
que postula que el practicante se mueve en su accionar desde el terreno mas abstracto de las
teorías básicas, pasando por el un poco menos abstracto de las teoías intermedias (etiológico-
causalistas en el caso de la terapia) para llegar luego al campo mas concreto de la aplicación
clínica (encarnado en modelos clínicos en la terapia) que son, a su vez, aplicados al caso con-
creto. Por más legitimación de una práctica y "coherencia" teórica que esta concepción tradi-
cional (aún estructurante de la mayor parte de los curriculums de estudio en ciencias sociales)
paÍezca aportar. Schon postula que hay ciertas "teorías en uso" (D. Schon, 1993) que parecie-
ran tener más importancia como instrumentos guía en el acto de la práctica, aunque las posi-
bilidades de articularlas verbalmente sean, típicamente, pobres y frustantes en sus resultados.
El terapeuta tiene, por cierto, un repertorio de metáforas diversas que organizanla refle-
xión que acompaña a su práctica, pero toda jerarquización de esas metáforas en categorías es
mas un resultado de la participación del terapeuta en ciertas tradiciones sociales, culturales,
ideológicas, etc., que un reflejo de una ontología fundante de su praxis. Teorías epistemoló-
gicas de base, modelos intermedios y modelos clínicos, se vuelven lenguajes organizadores
de la próctica reflexiva terapeutica, metáforas guía de la propia intervención/investigación,
pero no son el fundamento de esa práctica. Presentaremos mas adelante una versión posible
de esos lenguajes organizadores de una práctica constructivista en terapia familiar.
362 Parte II: Las técnicas y las prócticas de investigación

13.3. El terapeuta y sus metáforas

La noción de practicante reflexivo, al redefinir la comprensión de investigación e interven-


ción, nos permite integrar concepciones de la terapia que fueron, hasta ahora, entendidas como
polaridades. En una formulación extrema, tenemos por un lado, la terapia entendida co-
mo un evento básicamente cognitivo, racional, instrumentado por un observador no partici-
pante que reclama objetividad y una condición de experto la cual le da acceso a una realidad
subyacente, que escapa a la conciencia de los pacientes inmersos en la situación. Por otra
parte, la terapia entendida como un evento basicamente estético, intuitivo, afectivo, en el que
un participante comprometido se involucra dotado de armas más emocionales que intelec-
tuales. A mitad de camino entre esas polaridades, entre las cuales podemos hallar una gama
completa de gradaciones, se encuentra quizá aquél que, si bien se ve a si mismo como parti-
cipante, se concibe, sin embargo, como capaz de aportar a la experiencia del paciente un or-
den y una coherencia acorde a una estructura normativa, muchas veces basada en concepcio-
nes teóricas, supuestamente universales, acerca de la evolución y el desarrollo individual y
familiar, cuando no en lisos y llanos prejuicios etnocéntricos y de clase.
Variantes de estas polaridades que pretenden captar una supuesta "esencia" del trabajo
terapéutico han sido las metáforas que, más comúnmente, han tratado de entender al tera-
peuta como, por ejemplo:

1. Un técnico que enfrenta al sistema familiar de un modo semejante a como un inge-


niero enfrentaría un sistema artificial, encontrando el "problema", y operando sobre
una dinámica. expresable en términos abstractos para restituir su funcionamiento
normal.
2. Un filósofo o epistemólogo que, enfrentado a la infelicidad humana, acompaña a la
elucidación, más bien cognitiva que emotiva, de nuestra propia condición.
3. Un " gurú" o guía espiritual que acompaña como facilitador en un proceso que es
más de descubrimiento espiritual que de patología mental.
4. Un amigo, cuyo amor es el motor que ayuda al crecimiento, mas allá de los diversos ca-
minos teóricos e instrumentos técnicos que utilice en la instrumentación de su ayuda.
5. Un artista, cuya perfomance, más estética que cognitiva, hace uso de idiosincrasias
personales que la enseñanza de técnicas nunca puede capturar.
6. Un crítico literario, que trabaja más sobre un texto que con una persona en situación,
y ayuda así a deconstruir los condicionamientos varios que traban el hallazgo de nue-
vas soluciones para una vida entendida como novela abierta en desarrollo.

Una digresión sobre la metáfora nos permitirá aquí no sólo reflexionar sobre las metáforas
que intentan dar cuenta de la actividad terapéutica, sino también sobre el uso que el terapeuta
puede hacer de la metáfora en su quehacer terapéutico. Toda metáfora es, en última instancia,
inadecuada, porque aquello que pretendemos iluminar con la metáfora es, finalmente, idiosin-
crásico y único. Al mismo tiempo, toda posible alusión a un ente (material o simbólico), re-
quiere su ubicación en una red de otras nociones diversas con las cuales está ligada metafórica
o metonímicamente; de allí la falta de "realidad intrínseca" de todo lo existente, que ha sido te-
matizada en el budismo con la noción de "vacuidad" (emptiness). Fuera de esa red, todo que-
daría en el campo de lo inefable, de lo que "es como es" (como el Dios de los hebreos se defi-
ne a sí mismo), resistiendo por siempre a la representación.
Capítulo I3 : Investigación e inten:ención en grupos familiares: una perspectiva constructivista 363

Hemos de tener presente esta doble condición de toda entidad "real" como, por una par-
te, idiosincrásica, única, inabarcable, innombrable, no representable (un "todo" en sí mismo)
y, al mismo tiempo, como parte de conexiones con otras entidades, en función de las cuales
áeviene "lo que es", revelando así su "vacuidad" intínseca ("nada" en sí mismo). Es a partir
de esta doble condición desde donde la metáfora surge como un modo posible de trascender
lo inefable y respetar lo "real" en su vacuidad y su naturalezainteraccional. Esa doble condi-
ción parece ser propia del dominio participativo de la experiencia humana, que queda tantas
u"""J oculto por nuestra capacidad para organizar nuestra experiencia en tanto observadores.
Metáfora (y metonimia) son modos lingüísticos de dar cuenta de la naturaleza interaccional
de la experiencia, de nuestro "ser parte", amén de ser, en sí misma otra manifestación de esa
naturaliza interaccional. Su poder de "representación", en última instancia siempre fallido,
no ha de cegarnos a sus raíces interaccionales. Metáfora (y metonimia) surgen de un domi-
nio interactivo, interaccional, al mismo tiempo que contribuyen a mantenerlo. Volveremos a
insistir sobre esta primacía de lo participativo por sus implicaciones para el campo terapéu-
tico.
Volviendo a las metáforas que intentan describir la actividad terapéutica, el terapeuta no
puede, en todo caso, sino participar en las interacciones que, idealmente, esas metáforas in-
i"nt* describir, aunque ninguna de ellas captura una postulada "esencia" de la terapia. Aquel
que tome algunas de esas metáforas como descriptivas del campo ontológico de lo terapeuti-
io, amplificará todos los aspectos que hagan encajar a su quehacer en esa descripción, cerran-
do así él círculo, siempre imperfecto, de una profecía auto-realizadora (P. Watzlawick, 1984).
Desde los momentos de máxima participación y menor capacidad de observación y
descripción, hasta los momentos de mayor distancia y capacidad de descripción verbal de
interacciones y de generación de hipótesis, el terapeuta no deja de investigar y de interve-
nir, llevado más por el devenir interactivo verbal y no verbal en el sistema del que es parte,
que por alguna coherencia descriptiva teórica que pueda dar cuenta del carácter último de
su empresa.

13.4. Reflexividad y participación

Si de hecho tuviéramos capacidades de observación absoluta desde "afuera" de un sis-


tema al que pudieramos describir "objetivamente", la necesidad de auto-observamos seía
supérflua. Pero la necesidad de una praxis reflexiva se funda en el hecho de que todo lo que
observamos lo hacemos como participantes que no tienen un acceso privilegiado ni a una
realidad "por afuera de" toda observación, ni a observar las condiciones de su propia obser-
vación y lus propias restricciones, condicionamientos y presupuestos. De allí la importan-
cia de desarrollar estructuras que faciliten un ejercicio de reflexividad, porque toda inter-
vención es también una intervención sobre nosotros mismos, y toda investigación es, en
cierta medida, el descubrimiento de nosotros mismos (véase el concepto de sujeto en proce-
so en lbáñe2,1990, y en el capítulo Grupos de discusión de la presente obra).
La necesidad de auto-observación surge de nuestra condición de participantes, pero esa
auto-observación es un proceso que se da, también, en tanto participantes en relaciones que
lo permiten y es, en sí misma, un acto participativo con ulteriores consecuencias. En el
mundo de la praxis social, lo "auto" de la auto-observación sólo es posible como acto de
observación mutua, como "mutualidad" (F. Steier, 1992), o "a través de los ojos de los de-
364 Parte II: Las técnicas y las prácticas de investigación

más" (Foerster, 1991). Ninguno de nosotros es capaz de observar su propia espalda, si no es


ayudado por lo que otros ven, otros que comparten, a su vez, la misma limitación. Es esa
mirada de los demás la que puede servirnos para, hasta cierto punto, no cegarnos para ver
en qué medida lo que descubrimos en nuestras investigaciones son los efectos de nuestras
propias intervenciones, y en qué medida intervenimos llevados por una tradición de investi-
gación que nos restringe en nuestra creatividad para usar otros caminos posibles (véase el
apartado "Características de la autoobservación" del capítulo Teoría de la observación para
una perspectiva autoobservadora que explora la vía de una reconstrucción histórica de la
experiencia del sujeto distinguiendo entre tiempos de lectura y escritura, y reduciendo la in-
determinación a través del recurso a la posición básica del actor *posteriormente observa-
dor y autor de la observación- en orientación-otro y en actitud natural).
Participación y observación son dos dimensiones siempre presentes de la experiencia
humana. El observador absoluto de Laplace que observa sin participar es una idealización,
un artefacto inhallable. La participación plena liberada de la posición de observación que
distingue al observador de lo observado, libre de las restricciones de la representación, ."qri"-
re del desarrollo de un estado de "plenitud mental" (mindfutness) al que sólo se accede yá s"a
a través de prácticas diversas de meditación, como las ejercitadas en el budismo Mahayana y
en otras tradiciones orientales, ya sea en ocasionales estados alterados de conciencia de ocu-
rrencia espontánea.
Para el estado de conciencia más habitual o consensual en el que somos socializados en
la tradición occidental judeo-cristiana, la auto-observación como proceso social es un intento
posible de dar cuenta de la dimensión participativa. Pero esa auto-observación, esa reflexión,
es un proceso social. Hemos analizado antes cómo metáfora (y metonimia) son los instru-
mentos lingüísticos posibles para ese ejercicio, así como las limitaciones de su poder repre-
sentacional. Sin embargo, esta dimensión participativa es, como ya dijimos, en última insian-
cia irreductible. Todas las interacciones de las que cada uno de nosotros es parte no pueden
nunca ser abarcadas por la observación de otro, ya que cualquier otro está limitado, a su vez,
por su propio carácter de participante. En el mismo momento en que nos observamos mutua-
mente y damos cuenta de nuestras propias cegueras a través de la mirada ajena, somos ciegos
a aspectos de la interacción en la que estamos envueltos y que están condicionando nueJtra
mutua observación2. Observación y auto-observación, en tanto procesos que se dan desde un
dominio participativo, se vuelven parte de ese mismo dominio, configurando un fenómeno
auto-referencial. No es de extrañar entonces que la auto-referencia haya sido tan intensamente
revisada en el campo de la lógica y las matemáticas (Spencer-Brown, 1969: F. Varela, 1972;
Foerster, 1991) y ocupe un lugar tan central en la cibemética de segundo orden, una de las raí-
ces teóricas del constructivismo.

13.5. Participación, lenguaje y paradigma narrativo

La noción de participación ha sido hasta aquí el hilo conductor que nos permitió reen-
cuadrar los conceptos de investigación e intervención, desde una peripectiva constructivis-
ta. Hemos analizado la primacía del dominio participativo co.r respeclo al dominio de ob-
servación, su relación con la necesidad de auto-observación, así como con la metáforal
metonimia. A la luz de lo dicho se imponen aquí algunas consideraciones sobre el lenguaje
y su relación con las nociones de información y de narrativa.
Capítulo l3 : Investigación e intentención en grupos familiares: una
perspectiva constructivista 36s

De todas las dimensiones del lenguaje exploradas en la filosofía, la lógica, la lingüísti-


ca, y la semiótica contemporáneas, hay algunas que queremos destacar aquí
por sus impli-
caciones tanto para el constructivismo como postura epistemológica, como para una prácti-
ca constructivista en el terreno terapéutico.
En primer lugar, como lo muestran los estudios semióticos (véase el capítulo Análisis
semiótico del discurso), eI lenguaje es uno de los modos posibles de circulación de los sig-
nos, una de las formas del fenómeno informacional y, por lo tanto, uno de los instrumentos
posibles en la construcción de realidades. Es, al mismo tiempo, aquel modo típicamente hu-
huno y el que, comparado a las otras formas de la comunicación que evolucionaron en la
naturaleza, llevó al hombre a trascender su propia localidad, abrirse a la tecnología y enfren-
¡¿rse a la desmesura -la hybris y la filosofía gnega (Morin, 1984F de sus propias produc-
ciones.
La cibemética tuvo como logro central en su medio siglo de desarrollo el haber encon-
trado un modo de hablar del lenguaje, así como de otras formas de comunicación en siste-
mas biológicos, sociales y artificiales, como una continuidad; tarea facilitada por una con-
ceptualización novedosa de la noción de información. Con ello, estableció puentes entre las
ciéncias biológicas, las ciencias sociales, y la ingenieía, que retomaban el proyecto unifi-
cador del "saber de la Antigüedad", y reactivaban el campo transdisciplinar donde ciencia,
filosofía y religión se confunden y alimentan mutuamente.
Cuando los cibernéticos comenzaron a usar las nociones claves de su disciplina para en-
tenderse a sí mismos como participantes en los sistemas que pretendían explicar, entender o
construir, nació la cibernética de segundo orden, una de las raíces de la posición consffuctivista
en epistemología. Dicho ejercicio de observación del observador como participante constructor
de réalidades se centró, fundamentalmente, en los mecanismos cognitivos involucrados en esa
construcción, y en el lenguaje entendido desde una perspectiva más que nada biológica, en
consonancia con la filiación de sus mentes más fecundas, que provenían principalmente de esa
disciplina, así como de las ciencias duras. Le cupo al constructivismo social, cuyas raíces están
más in la crítica literaria, en la psicología, la antropología, las ciencias sociales en general,
centrarse en la exploración de la construcción de realidades desde una perspectiva crítica, so-
cial e ideológica, centrada en la noción de narrativa-
Esta noción.de narrativa permitió entender la interacción social centrándose en el texto
como objeto de estudio. Para la terapia familiar esta noción resultó fecunda desde el momento
que permitió enfocar al discurso como el producto interpersonal de tJna conversación3, como
únu Lo-.onstrucción. Esta perspectiva facilitó trascender tanto la descripción "objetivista" de
la familia en tanto sistema observado, como la atención excesiva a los procesos "subjetivos",
individuales, determinantes de las acciones terapéuticas (C. Sluzki, 1993). La polaridad tera-
peutafamilia quedó así reemplazadapor el nosotros de la conversación, expresado en narrati-
uus desarrollo a través de las cuales tanto los "problemas" como las "soluciones" se hacen
"n
"reales", abren y cierran posibilidades de acción, determinan las luces y sombras de la vida
cotidiana.
Sin embargo, la noción de narrativa, si ha de mantener su fecundidad, debe dar cuenta de
lo que definimós antes como primacía o irreductibilidad de la dimensión participativa de la ex-
periencia, sin reducirse a ser un concepto que incluya sólo los aspectos verbales de construc-
óión d" realidades, y menos aún los aspectos sólo representacionales del lenguaje. Es en este
sentido como el paradigma n¿urativo puede enriquecerse con una versión más batesoniana de la
noción de "historia" (G.Bateson, 1979). En una concepción tal podemos entender que la reali-
dad se construye a través de diferentes tipos de historias:
366 Parte II: Las téc'nicas y las práctit'as de investigación

l.Las historias que contamos,los relatos, fantasías, descripciones, etc., del intercam-
bio verbal cotidiano, en sus aspectos fundamentalmente répresentacionales.
2.Las historias de las que somos parte, eventos interactivos de los que participamos y
que pueden estar organizados entorno a diferentes aspectos de la experiéncia:iengua¡á
(fundamentalmente en sus aspectos no representacionales), emoción, acción peicep-
V
ción, con diferente peso relativo de acuerdo con el tipo de actividad en la qué ért"*o,
involucrados. Por ejemplo, en una actividad como la darva, el lenguaje, áurqu" p."-
sente, no parece ser el organizador central de la experiencia; la emoción tiene un más
claro papel organizador en una discusión agresiva, que en una conversación más racio-
nal; la percepción y la acción son los organizadores centrales en actividades automáti-
cas como conducir un auto, etc. En cualquier caso, en tanto participantes, no tenemos
acceso total a esa historia de interacciones significativas de las que iomos parte, aspec-
tos de la cual pueden siempre ser incluidos, potencialmente, én otras hiitorias á ser
contadas.
3. Las historias encarnadas, precipitados formales biológicos y culturales, que van
desde elementos muy generales como la estructura de especie-de nuestra corporali-
dad (tener brazos y no alas, por ejemplo, es el resultado fbrmal visible de una histo-
ria biológica de evolución), hasta las cicatrices que nos marcan o los modos de ca-
minar de nuestra tradición cultural-social (un indio americano camina diferente a
un judío ortodoxo de Brooklyn), sumadas a las estructuras arquitectónicas que ha-
bitamos y los medios tecnolbgicos que utilizamos, ambos exiensiones, pero tam-
bién organizadores de nuestra experiencia cotidiana.

Una perspectiva constructivista que se limite a considerar sólo los aspectos lingüísticos
representacionales de la experiencia postula, necesariamente, una construcción de la reali-
dad ex nihilo. La inchrsión de múltiples dimensiones de la experiencia requiere considerar
tanto las historias de las que somos parte (que incluyen los aJpectos parti¿ipativos del len-
guaje y las estructuras de interacción no verbal), como las histolias eniarnadis que
somos y
habitamos. Como ejemplos de fenómenos multidimensionales mencionemos a las emocio-
nes, que pueden entenderse como historias de interacción encamadas en compuestos psico-
fisiológicos, disparados por historias de interacciones verbales y no verba]"r -d" las que so-
mos parte en contextos asociados a aquellos que, históricamente, generaron esas respuestas
ahora consolidadas (por ejemplo, agresión y miedo en situacionis de verse amenzadado
material o simbólicamente). Otro ejemplo serían los llamados "órdenes morales", aquello
que en un sistema social determinado va a ser considerado bueno o malo, esperable
b ¿"-
leznable, punible o inocente; una dimensión ética ligada también a órdenes -estéticos que
generan criterios de belleza y fealdad, de bienestar y malestar, etc. Dichos órdenes
son puestos en acto, cotidianamente, en el quehacer social a través, por ejemplo,
-oral",
de la fun-
ción retórica del lenguaje (J. Shottea l9%t, pero también esrán en formas ar-
quitectónicas, además de ser precipitados de una tradición artística"niu-uáos
y estructuras adaptativas
a condiciones ambientales, involucran una axiología. Así es que lÁ casas sin persianas
de
Nueva Inglaterra, además de intentar optimizar el uso de la luz en un territorio áe
largos in-
viemos, podría entenderse que encaman también el espíritu puritano de sus primeroi
colo-
nos anglosajones, que pretendían promover el madrugár, el Áostrar que no se temía
el con-
trol social de los vecinos, y el mantenerse alejado de la noche y sus plcados posibles.
-r"pr"r"ntacional
Con respecto al lenguaje, aspectos no ligados a su función han sido ex-
tensamente explorados en este siglo, desde disciplinas diversas. Parte de esos
estudios son la
w
Capítulo I 3 : I nt,estigación e interuención en grupos J'amiliares : una perspectiva constructiv$ta 367

indagación de Wittgenstein sobre los'Juegos de lenguaje" (L. Wittgenstein, 1956), los estu-
dios retOricos (H. Simons, 1990), la concepción biológica del lenguaje como un tipo especial
de acción coordinada (H. Maturana y F. Varela, 1984), y los estudios ya clásicos de Austin so-
bre los usos del lenguaje (J. Austin, 1961). Fue, justamente, Austin quien introdujo la noción
de enunciados "ejecutivos" (performative utterances), para denominar aquellos enunciados en
los que se hace lo que se dice en el acto mismo de decirlo (por ejemplo, al agradecer:
"mu-
chal gracias"). Esta función "ejecutiva" del lenguaje, más allá de ser el atributo de ciertos
enunciados, es una dimensión siempre presente en el lenguaje, conjuntamente con la dimen-
sión representacional, en la que se está en el nivel de denotación, alejado de la acción. Es esta
dimensión "ejecutiva" o "performativa" del lenguaje la que tiene hondas raíces en el dominio
participativo de la experiencia. Como veremos luego, esta es una dimensión de particular im-
portancia para el terapeuta constructivista.

13.6. Un círculo epistémico de organizadores para prácticas


terapéuticas constructivistas

Hemos analizado anteriormente cómo la práctica terapéutica solía estar organizada en-
torno a modelos que, de un modo general, podemos denominar modelos epistemológicos,
intermedios y clínicos. En los modelos terapéuticos pre-constructivistas, el estudiante era
expuesto principalmente a los llamados modelos químicos y modelos intermedios, quedan-
do el basamento epistemológico como una exploración opcional para aquellos con un ma-
yor interés personál en los aspectos más teóricos y abstractos de la disciplina. Esto era así
porque modelos químicos e intermedios daban cuenta de aquellos elementos necesarios y
suficientes para informar e instruir al estudiante respecto de qué hacer en una sesión tera-
péutica con una familia.
El modelo clínico instruía acerca de qué tipo de temas debíamos hablar con ellos, qué
tipo de operaciones o técnicas debíamos aplicar, y en qué contexto debíamos encuadrar esa
cónversación, por ejemplo, incluyendo un equipo que podía utilizar un espejo unidireccio-
nal y seguir ciertas directrices para la interacción con el terapeuta, etc. Había ciertos "te-
-urt'preferidos y ciertas "técnicas" u "operaciones" preferidas de acuerdo a la escuela de
que se tratara.
Los modelos intermedios se ubicaban, a modo de puente, entre los principios episte-
mológicos más teóricos y el modelo clínico, e intentaban ser una "aplicación" de esos prin-
cipios abstractos. Esa aplicación adquirió, de un modo coherente con la epistemología que
la-sustentaba, la forma de una explicación causal, etiológica, acerca de cómo los "proble-
mas" ocufren, se generan, en una familia, en diferentes escuelas había modelos intermedios
que constituían explicaciones diferentes acerca de la etiología de los problemas familiares.
ios modelos clínicos eran una consecuencia lógica de dichas concepciones etiológico-cau-
salistas diferentes, y era acorde a esa lógica que privilegiaban diferentes temas o técnicas
para el trabajo propiamente terapéutico. Si el problema en el seno de una familia era gene-
iado de tal o cual modo debía ser resuelto con un modo que fuera coherente con esa expli-
cación. Si, por ejemplo, el modelo causalista decía que los problemas emergen en eI seno
de una familia por la existencia de alianzas intergeneracionales que distorsionan las fronte-
ras entre subsistemas familiares, el modelo clínico de tal concepción (estructuralista) debía,
por necesidad lógica, instruir acerca de cómo operar para bloquear esas alianzas intergene-
368 Parte II: Las técnicas y las prácticas de investigación

racionales y fomentar una reconstitución de fronteras entre subsistemas familiares. Ciertos


temas se volvían privilegiados y, de algún modo, obligatorios, y lo mismo pasaba con cier-
tas operaciones técnicas, si es que el terapeuta iba a ser coherente con los modelos que lo
instruían. Esta misma conexión lógica entre modelo intermedio y modelo clínico se répetía
en otras escuelas de terapia familiar (interaccional, estratégica, etc.) que postulaban otras
explicaciones causalistas sobre la generación de "problemas" en una familia (C. Sluzki,
1992), de la que se desprendía un modo de resolverlos. El estudiante podía entonces ser
"entrenado" en cómo instrumenar los modelos clínicos, aplicar las técnicas o hablar de los
temás que caractenzaban a cada escuela de terapia familiar.
Hemos analizado antes cómo la noción de "modelos" que se aplican de un modo unidi-
reccional que va desde lo más abstracto a lo más concreto es cuestionada por una perspecti-
va epistemológica que entiende al terapeuta como un practicante reflexivo que utiliza un
conocimiento en acción. El cuestionamiento de la noción de "modelo" proviene también de
una fuente diferente. Cuando se asume una perspectiva epistemológica constructivista (y
ello sucede por motivos que no son necesariamente teóricos: uno puede asumir esa postura
porque se ha, por ejemplo, enamorado de una mujer constructivista), eso comienza a tener
ciertos efectos que surgen, simplemente, al tratar de mantener una mínima coherencia con
postulados básicos de esa perspectiva. Al asumir que la realidad está biológica y socialmen-
te construida, asumimos, como consecuencia, que no hay fundamentos sólidos para la ex-
periencia humana (F. Varela, 1984; M. Pakman, 1990), que no podemos encontrar ninguna
verdad universal subyacente u oculta que fundamente lo que aparece como manifiesto o
evidente. Pero si asumimos ese postulado, debemos cuestionar nuestra capacidad para hacer
explicaciones causales, etiológicas, universales, acerca de cómo surgen los "problemas" en
una familia. Si bien podemos jugar con diferentes versiones acerca de esa historia, no pode-
mos comenzar asumiendo que hay, en principio, una historia privilegiada, que nos permitiúa
afirmar, antes de interactuar con la familia, que hay una verdad ontológica en juego referida
a la causa de sus problemas. Así es que lo que era la esencia misma de los modelos "interme-
dios" queda cuestionada.
Del mismo modo queda también cuestionado el "modelo clínico". En primer lugar por-
que éste era una consecuencia lógica del entendemiento de la etiología del problema que
proveía el denostado modelo intermedio. En segundo lugar porqhe el cuestionamiento del
fundamento sólido de la experiencia lleva también a cuestionar que haya ciertos "temas"
que sea obligatorio tratar, o "técnicas" de aplicación obligatoria para poder hacer terapia. El
"modelo clínico" pierde así la solidez que solía tener como instructor de nuestras acciones
terapéuticas.
Los fundamentos de nuestra propia participación en un encuentro terapéutico quedan así
cuestionados al asumir esta proposición constructivista. ¿Con qué hemos de reemplazarlo?
Envez de modelos, hemos de empezar a hablar ahora en términos de lenguajes organizado-
res de nuestra práctica, a los cuales el practicante recurre con metáforas-guía de sus propias
acciones, allí donde los obstáculos en el fluir de su quehacer llaman a la reflexión.
Presentaremos aquí una versión de dichos lenguajes organizadores (articulados en un
círculo epistémico) como una trama de referentes que se suma, en su carácten de tradición
teórica, a todas las otras tradiciones de las cuales el terapeuta es parte, contribuyendo a su
participación encarnada como un ser total en el encuentro terapéutico. En cuanto terapeu-
tas, participamos en encuentros con familias no sólo con nuestras teoías, sino con nuestra
altura, nuestro color, nuestro género, nuestra extracción étnica y de clase, con nuestro acen-
to, con nuestro conocimiento o desconocimiento de ciertos idiomas y jergas, con nuestra
Capítulo I3:lnvestigac'ión e inten¡ención en gruposfamiliares: una perspectiva constructivista 369

edad y pertenencia a cierta generación, etc. Y, de hecho, no hay ninguna posición absoluta
desde la cual evaluar con certeza cuál de esos elementos es más significativo en un encuen-
tro terapéutico. La terapia no es algo que sucede entre un grupo de mentes desencamadas y
teorías dentro de una de esas mentes. Sin embargo, de todas esas tradiciones, es esta trama
de lenguajes orgnizadores la que adquiere una pregnancia particular ala hora de generar un
proceso de enseñanza-aprendizaje de prácticas constructivistas en el terreno terapéutico.
Este círculo epistémico puede entonces organizar no solamente la práctica terapéutica, sino
también la enseñanzade la misma.
Hemos de considerar aquí tres tipos de lenguajes organizadores, componentes de un
círculo epistemico de prácticas constructivistas en terapia familiar.

I3 .6.1 . El lenguaje epistemológico

La cualificación misma de la terapia como "constructivista" pertenece a esta dimensión


epistemológica. El constructivismo es una posrura epistemológica, una respuesta posible a las
preguntas tradicionales de la epistemología acerca del conocer y el conocimiento. Es a este
lenguaje organizador al que hemos dedicado la mayor parte de las consideraciones hechas
hasta el momento.
Al asumir una perspectiva constructivista el lenguaje epistemológico cobró una primacía
parala terapia que no había tenido anteriormente, pues debido a la crisis de los modelos clí-
nicos e intermedios anteriormente citados existió una ausencia de un lenguaje desarrollado
que permitiera hablar de las encamaciones de esa perspectiva en una praxis terapéutica. El
lenguaje abstracto de la epistemología tendió a llenar el espacio vacío dejado por los mode-
los clínicos e intermedios en crisis. La necesidad de desarrollar un lenguaje más cercano a la
práctica reemplazando los modelos clínicos e intermedios se hace manifiesta en la dificultad
que surge con frecuencia para ligar las nociones más abstractas del constructivismo teórico
con la praxis terapéutica. Este hiato aparece ya sea como una inconsistencia teórica, ya co-
mo filiación artificial de ciertas prácticas con dicha perspectiva teórica (un matrimonio de
conveniencia, más que un lazo genuino).

I 3 .6.2 . El lenguaje clínico (técnicas, temas y contextos de la conversación)

Las técnicas y los temas (el qué hacer y de qué hablar en una sesión) que usamos al
asumir una perspectiva constructivista no son nuevos. Son temas, suficientemente univer-
sales como para perrnitir una conversación con casi cualquier familia, que se han ido acu-
mulando a lo largo de la historia de la terapia familiar como predilectos: pérdidas y due-
los, conflictos intergeneracionales, ciclo vital, soluciones intentadas, origen étnico, etc.
Las técnicas utilizadas estaban también allí antes de la llegada del constructivismo: 7or-
ning, re-encuadres, prescripción de tareas, organización de rituales, preguntas circulares,
reorganización del espacio interpersonal, etc. Por cierto que ahora estas técnicas y temas
de conversación se vuelven caminos posibles, pero ninguno de ellos es considerado necesa-
rio en sí mismo, universal, obligatorio, para una práctica constructivista de la terapia.
Diferentes terapeutas seguirán siendo más o menos expertos en utilizar ciertas técnicas y
enfocar ciertos temas, pero esta predilección tiene más que ver con su propia historia y con
las tradiciones de las que son parte, que con una necesidad teórica que postula la imprescin-
310 Parte II: Las técnicas y las prócticas de investigación

dibilidad de utilizar esos instrumentos (véase el concepto de sentido y su dimensión históri-


ca en el capítulo Teoría de la observación, así como la noción de encarnación en el capítulo
Análisis del sentido de la acción: el trasfondo de Ia intencionalidad). Al mismo tiempo, es
cierto que algunas técnicas, como la de preguntas circulares o reflexivas, se prestan más a
adaptarse al tipo de orientación de la conversación a la que la postura constructivista invita.
No son, sin embargo, las únicas posibles, y sigue habiendo lugar p¿Ira usar todos los instru-
mentos tradicionales de la terapia familiar como parte ahora de una nueva organización del
encuentro terapéutico, porque es en esa organización donde lo "constructivista" aparece, y
no en ciertas técnicas o temas particulares.
Con respecto al contexto de la conversación, el "equipo reflexivo" (T. Andersen, 1987,
1991) es un diseño que se ha adaptado bien a ciertas postulaciones del constructivismo so-
cial pero, nuevamente, no hay en dicha postura epistemológica nada que obligue a encar-
narla sólo a través de una práctica que incluya necesariamente equipos reflexivos. El uso de
tal diseño no garantiza, de por sí, que una práctica deba considerarse constructivista. Por
ejemplo, puede aplicarse también a diseños menos interactivos que incluyen ejercicios de
escritura (M. White, 1990), además del intercambio verbal.
Debido a la pérdida del carácter de piedra fundamental de la práctica terapéutica, dado
el rango de instructor del quehacer terapéutico que tenía el lenguaje clínico en los "modelos
clínicos" pre-constructivistas, surge la pregunta: ¿en qué dirección debemos orientar los te-
mas, técnicas y diseños contextuales que la tradición de la terapia familiar nos brinda cuan-
do asumimos un lenguaje epistemológico constructivista?

I3.6.3. El lenguaje orientador del proceso terapéutico

Este lenguaje es una respuesta posible a la pregunta que cierra el parágrafo anterior. Es,
al mismo tiempo, un intento de reemplazar los modelos intermedios, etiológico-causalistas
del periodo pre-constructivista con una serie de orientadot?s que guíen la participación del
terapeuta. Este pasaje de un modelo a un grupo de orientadores es también el triánsito desde
el intento de explicar lo ya sucedido a partir del pasado, hasta el establecimiento, en su lu-
gar, de guías para nuestro accionar desde el presente y mirando al futuro. La pregunta ala
que contestan no es tanto ¿qué sucedió?, sino ¿qué es lo que podemos hacer juntos aquí?
No es tanto dar cuenta de lo que está pasando sino aprender a tomar una posición que nos
facilite movemos hacia donde decidamos movernos.
Los orientadores aquí presentados provienen en parte de consecuencias lógicas de la
epistemología constructivista (tematizados ya por autores varios aunque no como parte de
la estructura que se presenta aquí), pero provienen también de otras disciplinas y discursos
sociales e ideológicos, y en muchos casos su adopción implica más una elección ética que
una coherencia teórica, aunque no pensamos que contradigan ninguno de los elementos bá-
sicos de la postura epistemológica. En su conjunto conforman una lista posible y abierta de
preferencias que cada terapeuta ha de adaptar a su propio estilo e ideología.
Haremos ahora una breve descripción de estos orientadores posibles de un proceso te-
rapéutico constructivista, incluyendo algunas microviñetas clínicas para ilustrarlos. Cada
orientador está ligado a los otros, en el sentido de que la utilización de cada uno de ellos fa-
cilita la utilización de los demás.
Capítulo I3: Investigación e intervención en gruposfamiliares: una perspectiva construc'tivista 37r

13.7. Orientadores del proceso terapéutico constructivista

I3 .7 .I . Mantener un bajo nivel de hipotetización y de apego a las hipótesis:


un ejercicio de creencia/desapego

Hacer lugar para que aparezcan múltiples hipótesis (G. Cecchin, 1987), así como no
dedicarse a hacer hipótesis no demasiado complejas, facilita quedar menos apegado a ellas.
Como los nómadas, hemos de estar preparados para movernos rápidamente, y la flexibili-
dad de las hipótesis que "habitamos" es un instrumento en este sentido. Resulta mucho más
difícil despegarse de hipótesis que son muy complejas y a cuya construcción hemos dedica-
do mucho tiempo y talento. Un modo de evitar la complejización excesiva consiste en in-
corporar la hipótesis naciente a la conversación como una posibilidad a ser explorada, en
vez de hacer elaboraciones sobre ella como si fuera cierta. Cuanto más rápido seamos capa-
ces de llevarla a la conversación, menos devendrá una realidad sólida a la cual apegarse.
Supongamos que hay, para nosotros, una clara y significativa conexión entre algo que
un paciente está diciendo y alguna otra cosa que ese u otro miembro de la familia dijo en
otro momento hablando de un dominio diferente. Podemos, a partir de ahí, operar como si
ese fuera el caso, dando por sentado que esa conexión es relevante. Podemos, en cambio,
preguntar al paciente si en su opinión hay alguna conexión entre ambos elementos, o cuáles
serían las consecuencias si hubiera esa conexión. Si hacemos esto último, no nos da la
oportunidad de construir demasiado sobre nuestra presuposición. Se vuelve un elemento
que va o no a ser desarrollado de acuerdo a la respuesta de los otros interlocutores. Esta acti-
tud no nos impide insistir sobre la relevancia de una conexión si vemos que puede abrir alter-
nativas interesantes para el futuro, pero hemos de hacerlo como políticos que usan armas re-
tóricas, más que como científicos que acceden a una realidad invisible para el otro. Podemos
decir: "la ventaja de pensar como yo lo estoy haciendo es que puede permitirle hacer esto o
aquello. ¿Puede usted pensar en ello?", o "si usted lo piensa de este modo puede ayudarle a
hacer lo que usted me dijo que quiere hacer".
Las explicaciones que los pacientes traen a la sesión también han de ser tratadas del
mismo modo, invitando a cuestionar lazos causales muy rígidos, jugando con otras altema-
tivas e invitando a disminuir el apego por esa explicación como la única viable. Una pa-
ciente dice: "a veces no sé qué hacer porque estoy confundida, y la gente me toma por estú-
pida, cree que soy retrasada". El terapeuta dice: "amí me parece lo opuesto, la gente cree
que estoy confundido cuando yo me siento estúpido en el área que se está discutiendo". Las
ventajas y desventajas de ambas situaciones son discutidas luego y el diálogo se mueve ha-
cia considerar cómo operar socialmente de un modo que mejore la posición que uno ocupa
en esa situación y momento. "Confusión" y "estupidez" devienen categorías con valor en la
interacción social más que atributos intrínsecos de la persona. Ejemplos en los que estupi-
dez es mejor que confusión aparecen aportados por otros miembros del grupo, y esto com-
plejiza la discusión y diluye la solidez de los atributos aún más.
El desapego por estas explicaciones hipotéticas no implica no tomarlas seriamente, si-
no tomarlas con la seriedad con la que los niños toman sus juegos, sabiendo que hay otros
juegos posibles, otros modos de jugar ese mismo juego, aunque sus emociones están invo-
lucradas y desplegadas en la instancia presente.
312 Parte II: Las técnicas y /as próctic'as de investipación

13 .7 .2. Promover circularidad en acción: Ia danza de la observación mutua

Se trata aquí de fomentar un proceso de observación mutua que permita un ejercicio de


reflexión entendida como una práctica social. Ninguno de nosotros es capaz de ver su pro-
pia espalda, del mismo modo que el ojo no se ve a sí mismo. Pero podemos llegar a saber
algo sobre nuestras espaldas a través de lo que otros ven, no porque esos otros tengan una
posición privilegiada, ya que ellos están restringidos por la misma limitación, sino porque
en la trama de mutua observación nos enriquecemos los unos a los otros trascendiendo, en
parte, nuestras limitaciones. No se trata más aquí de circularidad entendida, como lo fue en
los comienzos de la terapia familiar, como un atributo de las explicaciones causales que
permitía puntuar los discursos de modos diversos (P. Watzlawick, 196l), sino de circulari-
dad en acción, como una práctica social. El intento es aquí el de facilitar el hecho de que el
conocimiento acerca de algo aparece como consecuencia de envolverse en diálogos que lo
hagan posible en tanto distinciones novedosas, y no como un cúmulo de información que
"ya estaba allí" antes del diálogo.
Una paciente hipocondríaca está encerrada entre dos polaridades. Por una parte, la
creencia de que ciertas cefaleas son la evidencia de que tiene un tumor de cerebro que los
médicos se niegan a continuar investigando. Por la otra, su tendencia a escuchar que cual-
quiera que contradiga esa opinión está diciéndole que todo lo que le pasa "está en su men-
te". En una sesión multifamiliar una nueva distinción es introducida entre lo que ella sien-
te, que no puede ser cuestionado (si tiene dolor de cabeza, el dolor sucede, por cierto, en la
cabeza), y el asurnir que tiene un tumor de cerebro, que es una de las explicaciones posibles
de su cefalea. Otras explicaciones son luego exploradas, incluyendo dolores de cabeza (to-
dos ellos "corporales" y no mentales, en el sentido de que se localizan en la cabeza), que
nos son dados por nuestros hijos, esposas, maridos, hermanos, padres, patrones, etc. Al
avanzar la discusión, la paciente vuelve, sin embargo, a su distinción original "corporal-
mental", a pesar de haberse unido temporalmente a la discusión en términos de esa otra dis-
tinción "sentimiento-explicaciones". Un miembro de otra familia le pregunta entonces: "us-
ted dijo antes que le gustaba el bowling, ¿qué promedio tiene usted en el bowling?" La
paciente reacciona con desconcierto, pero contesta a la pregunta. El terapeuta pregunta en-
tonces: "¿cómo explica usted que en el medio de esta discusión sobre algo tan serio como
tumores de cerebro este hombre esté sólo interesado en su promedio en el bowling?" La pa-
ciente contesta: "a él no le interesa hablar de eso, no me presta atención". Terapeuta: "si yo
le pregunto a esta gente si ellos creen que usted hace a veces lo mismo, ¿qué me diían?".
Una discusión sigue donde la paciente misma interroga a los demás acerca de su propia
apertura al diálogo y una nueva distinción en términos de "mantener monólogos o diálo-
gos" y las consecuencias de ello llevan la conversación, ahora sí, a un terreno diferente. La
noción de circularidad en acción hace que la práctica esté mucho más orientada en térmi-
nos de proceso que en términos de contenido. Si alguien está delirando y, durante una se-
sión familiar, habla de elefantes azules que le visitan en la madrugada, un enfoque centrado
en el contenido prestará atención a los elefantes azules. En un enfoque centrado en el pro-
ceso podemos, por ejemplo, preguntar: "¿qué es lo que tú crees que la gente siente cuando
tú empiezas a hablar de este modo?", creando así la posibilidad, o haciendo lugar para el
hecho de que hay "otros" allí, que no somos invisibles e inaudibles, que la gente a nuestro
alrededor nos responde y que de esa respuesta depende, en parte, la calidad de nuestra vida.
En última instancia, es hacer lugar para un tipo de diálogo en el cual otros son reconocidos
en su subjetividad, lo que hará a la persona, socialmente, menos "psicótica".
Capítulo I3 : Investigación e intervención en grupos familiares: una perspectiva c'onstruc'tivista 313

13 .7 .3 . Mantener una " pasión educada" , validando múltiples voces


"Neutralidad" ha sido el término más utilizado en terapia familiar, para hablar de una
posición terapéutica equidistante con respecto a todos los participantes en una sesión
(G. Cecchin, 1987). El término evoca, sin embargo, una cierta distancia emocional que no
es por cierto necesaria, no da cuenta del hecho de que, en tanto terapeutas, nos oncontramos
más o menos apasionados por una u otra posición, más o menos cercanos a un miembro de
la familia, y es un ejercicio de "educación" el que nos permite, en todo caso, recuperar una
posición que dé lugar a que ciertas voces apaÍezcan y tengan peso en la interacción.
Esta posición implica también lograr incluir la propia perspectiva como una más entre
otras posibles, sin privilegiarla en demasía, pero también sin anularla. No se trata aquí de
una postura condescendiente desde la cual se da lugar a los demás, lo cual, de hecho, afirma-
ía una posición de superioridad, sino de educar las pasiones que llevarían solamente en una
dirección, encontrando el modo de incluir nuestra propia visión de "testigos educados", eue
tienen cierta experiencia proveniente de nuestra tradición de trabajo con otras familias.
Supongamos que somos testigos de un relato acerca de una situación que es violenta para
nosotros, pero no es así presentada por los pacientes. Podemos, en ese caso, preguntar acerca
de cuál es la reacción de la gente cuando ellos cuentan una historia de ese tipo. Nuestra reac-
ción no suele ser, en general, algo que no le haya sucedido a otros interlocutores de esa fami-
lia, y es pertinente explorar cómo incluyen ellos esas reacciones, sin negar nuestra propia re-
acción, ni presentarla como la única descripción "oficial" posible de la situación que ellos
refieren. Hay, en algún lugar, un borde o frontera intra o extra-familiar a través del cual ha
habido un encuentro "disonante" en el que los valores de alguno o todos los miembros de la
familia han chocado con los valores de otros. Es el borde sobre el que intentaremos trabaja¡
amplificando esa "diferencia". "¿Es un problema para usted que alguien reaccione con mie-
do a lo que usted hace o dice?", "si no lo es, ¿en qué circunstancias puede llegar a serlo?",
"¿qué les dice a ustedes que ellos tengan miedo?", "¿hay alguien que no esté de acuerdo con
el modo como usted está tratando a los niños?", "¿si llegara a ser un problemapara usted
que otros no estén de acuerdo, cómo piensa afrontar esa situación?", "¿qué va a pasar con su
mujer si ella no encuentra un modo de expresar su opinión que parece ser diferente a la su-
ya?", etc. Son preguntas que guían para moverse en la dirección indicada'.
Es también parte de esta orientación presentar como posibles diferentes altemativas, aun
cuando hayan sido presentadas como inconvenientes, inadecuadas o imposibles por los pa-
cientes, sin empujar demasiado en ninguna dirección específica, de modo que tales altemati-
vas aparezcan como opciones a elegir bajo la responsabilidad del paciente con diferentes
consecuencias en cada caso, por cierto, que puede, también ser discutidas. Formulaciones
como la siguiente encarnan un modo de educar nuestras preferencias, incluyéndolas pero sin
luchar por imponerlas: "revisemos entonces las opciones que ustedes tienen: una sería seguir
como hasta ahora, con discusiones cotidianas, la otra es separarse en este momento, tempo-
ral o definitivamente,y la otra es darse un tiempo para trabajar sobre un aspecto de la rela-
ción, y en ese caso, cuánto tiempo, qué aspecto, y cómo sabríamos que las cosas han cam-
biado, queda por ser definido. ¿En qué dirección preferiría moverse usted?, ¿y usted?".

13.7.4. Promover una atmósfera de connotación positiva, sin ser ingenuos


No se trata aquí de alejarse rápidamente de toda situación negativa u oprimente como
llevado por una fobia a la infelicidad, actitud que muchas veces es entendida por los pacien-
tes como falta de comprensión, cuando no de empatía y solidaridad. Nosotros nos vemos, a
374 Parte II: Las técnicas y las prócticas de investigación

veces, en situaciones en las cuales nos hallamos sumamente restringidos y, cuanto más res-
tringidos estamos en nuestro accionar para generar diferencias, más tendemos a ver el mun-
do como sólido, como una "realidad independiente", "connotación positiva", es un modo
de llamarle a la actitud que busca, en toda circunstancia, recuperar una posición desde la
cual se pueda, en alguna medida, incluso mínima, actuar de un modo diferente. Un cons-
tructivismo como práctica no es la visión de la realidad como construida en tanto principio,
sino una metodologíapararecuperar la capacidad de acción que nos permitirá experimentar
el mundo como construido. El constructivismo se valida, como práctica, en su posibilidad
de mantenerse como visión del mundo, y eso sólo sucede cuando se encarna en prácticas
que incrementan el rango de acciones posibles a través de las cuales, en los términos de K.
Marx. "todo lo sólido se desvanece en el aire".
El trabajo sobre un futuro hipotético que permite saltar a una dimensión menos restrin-
gida (8. Furman, 1992; P. Penn, 1985), estirar los límites de lo posible, y recuperar cierto
grado de actividad en el proceso es, a veces, una metodología viable, al guiarse por este
orientador.

I3.7.5. Operar con apertura: unificar lenguajes

Se trata, en este caso, de usar, hasta donde sea posible, el mismo lenguaje para hablar
con pacientes y para hablar con colegas acerca de pacientes. Evitar la jerga de especialistas,
la cual tiende a generar una realidad que deviene fácilmente "lo que realmente le pasa a los
pacientes", como si ello fuera más real que lo que uno habla con ellos. Ciertos diseños per-
miten facilitar esta actividad, por ejemplo, discutir la situación como colegas en presencia
de los pacientes (T. Andersen, 1987, l99l), que deviene un obstáculo para que los terapeu-
tas se deslicen hacia la jerga que objetiviza el paciente, tiende a volver a un pensamiento en
términos de patrones ("este tipo de paciente") y alejarse de lo específico de la historia de
esa familia, encamada en metáforas que surgen en la interacción con ellos. Hablar de una
familia con "fantasmas en el corazón" no es lo mismo que hablar de una familia con un
"duelo no resuelto", una categoría que incluiría a muchas familias cuya vivencia depresiva
no se describe con la metáfora antedicha.

I3.7.6. Usar el pasado (y todo lo demás) para organizar el futuro


y abrir alternativas deseables
No se trata aquí de buscar en el pasado la causa de lo que sucede ahora, sino como una
fuente de explicaciones posibles que ilumine nuevas alternativas de acción, de mitos de ori-
gen que validen un re-posicionamiento de la persona en relación a alguna tarea actual, de
experiencias que permitan descubrir recursos no utilizados, etc. Al mismo tiempo, hemos
de considerar que para muchos círculos sociales, ha devenido parte de la cultura entender
que las causas de nuestro comportamiento están en el pasado. Un paciente puede decir, por
ejemplo: "mientras yo no sea capaz de enfrentar ciertas cosas que sucedieron en el pasado,
voy a ser incapaz de continuar mi vida". Sin necesidad de compartir esa opinión, pero tam-
bién sin cuestionarla, el diálogo puede orientarse con preguntas tales como: "¿cómo imagi-
na usted que eso va a suceder?", "¿en qué sentido eso va a ser útil?", "¿qué diferencia va a
crear ese evento en su relación con su mujer e hijos?", "¿qué va a suceder si, por cualquier
Capítulo I3 : Investigación e intentención en grupos familiares: una perspectiva constructivista 37 5

motivo, usted no puede afrontar ese pasado?", etc. De ese modo, la afirmación inicial se ha-
ce menos sólida, se flexibiliza y permite jugar con diferentes variaciones del tema, el pasa-
do, el futuro, cómo está uno influido por el otro, manteniendo un enfoque orientado hacia
el futuro (P. Penn, 1985).
Cuestionar la presuposición de que "algo" va a ser descubierto en el "pasado" que, de
por sí, va a generar un gran cambio, permite también alejarse de una atmósfera que se crea
con frecuencia, basada en esa suposición, de que la terapia, y la vida en general, comienzan
"más tarde", en un futuro que siempre se aleja. "¿Cómo es que ese evento va a ocurrir?",
"¿está usted en posición de hacerlo?", "¿por qué no?", "¿qué sería necesario para moverse
en esa dirección?", "¿cómo sabe usted que no está aún preparado para eso?", "¿qué pasaía
si usted comienza a afrontar eso sin estar preparado?", "¿cómo voy yo a saber que ese es el
caso?", etc., son todas las preguntas facilitadoras de un diálogo en esa dirección. Los lími-
tes del enunciado que los pacientes traen pueden ser así flexibilizados, y el terreno de lo
posible ampliado, aceptando y cuestionando al mismo tiempo.

13 .7.7. Generar eventos en el encuentro terapéutico

Se trata aquí de usar los aspectos representativos del lenguaje sólo como medio para
producir un evento interactivo, para promover el acontecimiento de un hecho novedoso en
el encuentro terapéutico, y para trabajar cercano a la emoción despertada por esos actos del
lenguaje. Pedir perdón, perdonar, explicar, oír por primera vez, tratar de entende¡ cuestio-
nar, criticar, avergonzarse, expresar sentimiento, son actos de impacto emocional que ocu-
ffen en el suceder de la sesión cuando el terapeuta se orienta a amplificar, generar, provo-
car, esos aspectos de la interacción que son tanto verbales como no verbales, pero cuyo
aspecto "ejecutivo" ("performativo") prima sobre el componente representativo del lengua-
je. No se trata aquí de representar algo que sucede en otro lado, sino de participar en un
evento actual con la emoción plena que ello implica.
Es en este sentido como ciertos hechos de la sesión deben ser amplificados, y es la refle-
xión sobre ellos lo que los transforma en eventos. Una vez más, es el hecho de reflexionar
acerca de algo como "nuevo" lo que lo convierte en nuevo. Si algo diferente pasa pero no se
reflexiona sobre ello en esos términos, a los efectos prácticos "no sucedió". Preguntas que
facilitan esa reflexión son: "¿con qué frecuencia hablan ustedes del modo como lo están ha-
ciendo ahora?", "¿cómo explican ustedes que durante la última media hora hayamos estado
dialogando y ninguno de ustedes se fuera de la habitación, o intentara iniciar una pelea?",
"¿qué es lo que hace que ustedes no sean capaces de hacer esto con más frecuencia?", "¿qué
pasaría si empezaran a hablar de este modo?", "¿quién lo tomaría bien?", "¿a quién le sería
difícil aceptarlo en su familia o entre sus amigos?", "¿qué o quién les va a recordar que uste-
des saben hablar de otro modo cuando yo no esté allí para hacerlo?", "¿en qué circunstancias
se imaginan que se van a olvidar que saben cómo hablar sin pelear?"

I3 .7.8. Una posible organización del tiempo

Esta es una serie de pasos, no necesariamente cronológicos, que pueden servir para pun-
tuar diversos momentos del encuentro terapéutico en términos de una meta-descripción de lo
que, terapéuticamente, está sucediendo. Los presentaremos sucintamente, sin desarrollarlos.
376 Parte II; Las técnicas y las prácticas de investigación

I. Organizar la consulta.Explicitar, cuando es necesario, quiénes son los autores del


encuentro, las expectativas mutuas en cuanto a lo que allí puede acontecer, la filia-
ción institucional, cómo fue el proceso que llevó a ese momento, etc.
2. Organizar el "problema". Trascendiendo la apariencia tanto de que el problema es
aquello que los pacientes traen como formulación inicial, como la presuposición de
que el problema es todo aquel que el sentido común indica como indeseable, hemos
de tratar de negociar una definición que todos los miembros del sistema terapéutico
consideren como algo sobre lo que podemos aprender unos de otros.
3. Tensionar las historias dominantes. Podemos entender que el privilegio que ciertos
recortes de la red de narrativas posibles tienen para organizar nuestra vida se basa en
el hecho de que son esos aspectos los que son tomados como base para decisiones;
devienen así hechos socialmente observables y son, entonces, afianzados por la mi-
rada de los demás al hacernos sentir "nosotros mismos" (lo que somos, en términos
de identidades) como sujetos de esas historias. Es esa dominancia la que ha de ser
cuestionada ya sea confrontándola abiertamente, ya sea tomando la lógica de esas
historias para mostrar los callejones sin salida a los que lleva, ya sea amplificando el
malestar que está ligado a su mantenimiento.
4. Promover un cambio de dominancía en las historias. Una vez que hay lugar para
ello, como producto del tensionamiento de la dominancia inicial o previa, la intro-
ducción de nuevas configuraciones narrativas, o la amplificación de otras que esta-
ban presentes pero no eran dominantes se hace posible.
5. Consolidar las nuevas dominancias. A través de estimular que esas dominancias
"hagan una diferencia" en el modo como los pacientes son vistos por los demás, lo
cual genera progresivamente una relocalización de sus "identidades" en tanto sujetos
de esas nuevas historias. Rituales y tareas son instrumentos técnicos particularmente
útiles para el ejercicio de esa tal consolidación (C. Sluzki,1992).

13 .7.9. Criterios o parámetros axiológicos

El terapeuta constructivista ha de tener ciertos criterios de validación de su quehacer,


de las historias que co-desarrolla en su práctica.

l. Pragmátíco.Toda nueva construcción de la realidad debe abrir nuevas posibilidades


de acción eficaz generando una diferencia mutuamente observable en el operar de la
familia.
2. Éilco. Toda nueva construcción de la realidad debe respetar la condición de sujetos de
todos los involucrados en la situación en juego, una condición nunca gararúizada con
seguridad, y que ha de ser entonces continuamente regulada a lo largo del proceso.
3. Estétíco. Toda nueva construcción de la realidad debe promover un movimiento del
malestar al bienestar para los miembros del sistema, en el dominio acordado como
problemático o en dominios asociados que surjan como relevantes en el curso de la
intervención terapéutica.
4. Político. Toda nueva construcción de la realidad ha de surgir de un proceso terapéu-
tico entendido como una práctica social crítica, en la cual no somos tecnócratas cie-
gos a nuestros propios condicionamientos sociales, étnicos, ideológicos, sino seres
políticos capaces de revisar los criterios de normalidad sociales contra cuvo trasfon-
Capítulo I3: Investigac:ión e intentenc:ión en gruposfamiliares: una lrct'sl)e('tiya constructivista 377

do la "patología" es creada y perpetuada. En ello se.iuega nuestra posibilidad de ser


ecólogos que "piensan globalmente mientras actúan iocalmente", en vez de actores
alienados de un sistema al que R. Laing llamará de "administración de la locura".
Podemos intentarlo si queremos hacerlo.

NOTAS AL CAPÍTULO 13

' De aquí una de las dificultades para "evaluar" los "resultados" de la terapia, un acto muchas ve-
ces concebido como si fuera algo que uno hace "desde afuera" de la terapia entendida como un fenó-
meno ya acabado. Desde esta otra perspectiva que presentamos toda investigación sobre la terapia es
una intervención hecha "desde adentro" de la terapia, que va a cambiar tanto su futuro como su pasa-
do, porque todo evento está abierto a redefiniciones d posteriori (véase el concepto de autoobserva-
ción manejado en el capítulo Teoría de la observación).
2
Jorge Luis Borges expresó poéticamentte esta primacía de lo participativo, irreductible a la repre-
sentación, en muchas de sus producciones. Lo hizo por contraste al imaginar, por ejemplo, un hombre de
memoria absoluta o una enciclopedia donde todos los hechos del universo esh¡vieran representados. Pero
lo hizo, también, en su concepción de cada hombre urdiendo con sus pasos un laberinto incalculable, cu-
yo dibujo se resume en una cifra secreta, sólo cognoscible para un observador absoluto, pero nunca para
el actor de esos pasos o ninguno de sus testigos humanos (J. L. Borges, 1974).
3
Cabe aclarar que la noción de conversación también es usada por autores que, como Humberto
Maturana, trabajan el lenguaje en tanto fenómeno biológico. Su conceptualización es, por cierto, dife-
rente (H. Maturana, 1990). Véase también el concepto en la obra de Pask (1992).
o
El uso intensivo de preguntas debe ser tomado más como parte del estilo de trabajo del autor,
que como algo imprescindible en este modo de organizar el encuentro terapéutico. Otras técnicas (re-
encuadre, rituales, tareas, etc.) pueden ser usadas para encarnar la misma orientación, cuando el tera-
peuta se ha hecho más experto en su utilización.

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